MADURO Y EL ABRAZO DE ORTEGA

Roberto Mansilla Blanco*

Algún eco mediático tuvo un hecho bastante significativo acaecido durante la controvertida toma de posesión de Nicolás Maduro este 10 de enero en Caracas. Recién llegado a la Asamblea Nacional, el presidente nicaragüense Daniel Ortega (junto con su homólogo cubano Miguel Díaz-Canel el único presidente de gobierno y de Estado que asistió a un evento deslegitimado por la mayor parte de la comunidad internacional) se apresuró a realizar un sensible abrazo a Maduro una vez éste juró el cargo.

Con matices, como había ocurrido con Fidel Castro durante la toma de posesión de Hugo Chávez en 1999, el protagonismo de Ortega durante los actos de investidura de Maduro fue un hecho igualmente notorio. De este modo, el abrazo de Ortega es significativo porque puede definir algunas de las directrices por las que transitará el régimen de Maduro en este nuevo período presidencial hasta 2031.

Muchos han advertido de la compatibilidad en Caracas del sistema político instaurado en Managua tras el retorno de Ortega al poder en 2007. Un sistema claramente autoritario, que busca neutralizar y ahogar los espacios opositores y las disidencias propiciando el ascenso de una oposición domesticada y dócil, fortalecido por una nueva oligarquía económica subsidiaria del poder, de la complacencia y lealtad del estamento militar y de la capacidad movilizadora de un partido histórico (el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN) que, no obstante, también ha observado divisiones internas ante la hegemonía autoritaria «orteguista». Características todas ellas muy similares a las existentes dentro del régimen «madurista» predominante en Venezuela desde 2013.

Haciendo de las irregularidades y de un presunto fraude electoral una herramienta efectiva para mantenerse en el poder (a pesar de las exigencias de la comunidad internacional, el órgano electoral venezolano hasta ahora no presentó los actas definitivas de los comicios presidenciales de julio pasado), Maduro cierra un círculo iniciado en 2015 cuando la oposición retomó el control de la Asamblea Nacional ganando las elecciones legislativas. Desde entonces Maduro y el establishment «chavista-madurista» han aplicado un permanente hostigamiento hacia la oposición vía represión, tácticas detenciones arbitrarias, presos políticos (muchos de ellos militares, lo que define una purga muy probablemente diseñada por la asesoría cubana) e ilegalización de candidaturas.

Como en Nicaragua, en la Venezuela de Maduro comienza a ser predominante la criminalización e ilegalización de ONGs y movimientos cívicos disidentes adoptando una vía libre hacia la configuración de un sistema a la carta. Este 2025 anuncia hasta seis procesos electorales diferentes en Venezuela, destacando los comicios legislativos y municipales y hasta un posible referéndum para cambiar a la Constitución.

Por otra parte, la toma de posesión de Maduro evidencia el enésimo fracaso de la oposición venezolana, incapaz de articular una estrategia efectiva más allá de los apoyos que pueda obtener de la comunidad internacional. El exilio de varios líderes opositores, destacando el caso de Edmundo González Urrutia (quien probablemente intentará juramentarse como presidente desde República Dominicana en un émulo del «guaidonazo» de enero de 2019), neutraliza la capacidad de movilización opositora dentro de Venezuela, ahora cada vez más dependiente del accionar de María Corina Machado, cuyo futuro político puede verse igualmente condicionado por el exilio.

El fracaso opositor fue evidente ante la imposibilidad de cumplir el tan anunciado retorno de Urrutia a Caracas para asumir el cargo presidencial y el rocambolesco episodio de «detención-liberación» de Machado un día antes de la toma de posesión de Maduro. Si bien se registraron algunas protestas en las calles venezolanas tampoco éstas tuvieron el impacto masivo de antaño, otro factor que certifica síntomas de cansancio e incluso de cierta «despolitización» de una sociedad venezolana demasiado ocupada en sobrevivir a la crisis económica y adaptarse a la dolarización de facto de su economía.

La nueva oligarquía «madurista» en el poder en Caracas evidencia una especie de perestroika económica con respecto al legado «chavista» de expropiaciones masivas pero no así en el plano político.

Mientras la oposición vuelve a transitar por el desierto toda vez que repite hasta la saciedad nuevas líneas de acción de dudosa efectividad (incluyendo un estrafalario intento de invasión exterior a Venezuela en manos de un contratista pro-Trump de nombre Erick Prince), Maduro abre un período en el que la sombra de ilegitimidad de su cargo se acrecienta a nivel internacional pero que el fait accompli de observar cómo su poder sigue aparentemente intacto será la dinámica y la tónica a seguir en Venezuela. Con matices pero no menos importante resulta el hecho de que la economía venezolana está dando síntomas de cierta recuperación al igual que su industria petrolera comienza a normalizarse. En clave política, más poder para Maduro.

Definido por el politólogo argentino José Natanson como un «autoritarismo caótico», Maduro emplaza cualquier tentativa de transición que no se acomode sus exigencias. La suya será una presidencia pret-à-porter, a su medida, dependiente de factores como la realpolitik y del asesoramiento de poderosos aliados exteriores (China, Rusia, Irán, Turquía, India) y otros (Cuba, Nicaragua) con notable influencia en Caracas que le permitan neutralizar las sanciones y presiones exteriores. El manto de ilegitimidad internacional de su presidencia incluso puede observarse en el distanciamiento y las críticas recibidas por Maduro por parte de teóricos aliados de izquierdas como Chile, Brasil, Colombia o México.

Como Ortega, Maduro apuesta por la perpetuidad en el poder sin desestimar que la irresolución por consensos internos y externos de la interminable crisis política venezolana puede anunciar durante este nuevo período los canales de una posible «sucesión-transición» pactada entre las grandes familias del poder, los Maduro-Flores, los Rodríguez y los Cabello. Un eventual escenario en el que muy posiblemente el asesoramiento del líder nicaragüense puede también ser decisivo.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma galego en Editorial Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/maduro-e-o-abrazo-de-ortega-roberto-mansilla-blanco/

TRIBUTO A JEAN MARIE LE PEN

Enric Ravello Barber*

Los años pasan y las generaciones van dejando su lugar a las que vienen detrás; es ley de vida. Mi generación es la de los que empezamos a militar a principios de los 80, vivimos los últimos momentos de los «años más duros» y tuvimos la suerte de formarnos durante el momento intelectual más brillante del pensamiento nacionalista e identitario de la segunda post-guerra europea.

Nosotros y todos los nacionalistas europeos posteriores al 45 hemos sido, somos y seremos gracias a dos cosas:

El MSI y las organizaciones «extra-parlamentarias italianas» que fueron capaces de mantener la llama ―nunca mejor dicho― en la noche más oscura, y lo hicieron «a cualquier precio».

Y Jean Marie Le Pen, que nos demostró que esa llama no era sólo memoria, sino que también era victoria. Él nos enseñó que se podía volver a ganar, esa es su gran contribución, ésa es la gran deuda que tenemos con él.

Es altamente simbólico que Jean Marie Le Pen le pidiera a Giorgo Almirante poder usar la «fiamma misina» adaptada a los colores de Francia.

Yo tuve el honor de conocerle personalmente durante un acto en Tokio organizado por el entonces número dos del Front National, Bruno Gollnish, otro hombre admirable en todos los sentidos. Lo conocí en conversación personal, durante cenas y comidas, donde demostraba presencia, educación, curiosidad, respeto y en una rueda de prensa donde pude ver su verdadera dimensión política. Durante dos horas periodistas de las principales cadenas del mundo sometieron a Jean Marie Le Pen a una incesante batería de preguntas sobre todas las cuestiones posibles; fueron literalmente triturados por un Le Pen que demostró una gran capacidad dialéctica, pero ―sobre todo― una solidez intelectual y argumental sobre los más variados temas realmente sorprendente hasta lo impactante.  Una lección magistral que nunca se podrá olvidar: de la política a la historia, de la geopolítica a la literatura, del arte a la actualidad, toda pregunta rebuscada era contestada sin titubeos de forma sólida, precisa y coherente. Los periodistas que pretendían acorralar al gran Tribuno terminaron por agachar sus cabezas y rendirse ante su manifiesta inferioridad.  Al día siguiente, Le Pen encebezó en Kioto una comitiva para rendir honores a los japoneses muertos durante la Segunda Guerra Mundial: brillantez intelectual y valentía personal y política. Ese fue el gran Jean Marie Le Pen.

Jean Marie Le Pen y Enric Ravello Barber 

También recuerdo la cena de esa noche, en un maravilloso restaurante tradicional japonés, invitados por un cantante de ópera admirador de Yukio Mishima.  Después de la cena recuerdo que un reducidísimo coro de cuatro personas encabezado por el propio Jean Marie terminamos cantando el famoso «Clavelitos».

Hay quien señala puntos de desacuerdo con Le Pen o posiciones concretas que no comparte, por supuesto, las hay, todos las tenemos, pero Le Pen fue ―conscientemente o no― la encarnación de la Tradición europea ―en su caso con fuerte acento francés y… bretón―, eso es lo que le sitúa en un plano superior. Le Pen era la Europa viva que estaba en lucha, precisamente por eso el establishment francés, europeo y mundial trató de arrinconarlo y desprestigiarlo. Nunca lo consiguieron.

Recuerdo que antes de las elecciones presidenciales francesas de 2002 mantuve una conversación con el famoso diplomático y escritor chileno Miguel Serrano. Él, viendo esa faceta metahistórica de Le Pen, me escribió una carta después de conocerse los resultados de la primera vuelta, decía esto:

«Estamos muy contentos con los resultados obtenidos en las elecciones por Le Pen. Nos imaginamos que ustedes también y mucho ¡Felicitaciones!

Tremenda es la lucha que le espera en las próximas semanas. Estaremos apoyándole».

Como dice Filip Dewinter Jean Marie Le Pen fue nuestro padrino, de todos los que ―en distintas formas y con varios matices― aún luchamos por la identidad de los europeos. Ahora nos toca seguir en esa lucha. Esa tremenda lucha es nuestro deber diario.

Seremos dignos.

 

* Presidente de la Asociación de Amistad Euro Sudamericana (AAESA), https://aaesa.org/.

 

Artículo publicado por Euro-Sinergias, https://euro-sinergias.blogspot.com/2025/01/tributo-jean-marie-le-pen.html.