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CINCO FALLAS NOTABLES DE NAPOLEÓN BONAPARTE

Agustín Saavedra Weise*

El emperador y general francés Napoleón Bonaparte (15 de agosto 1769 – 5 de mayo 1821) conquistador, estadista, estratega y revolucionario, admirado por unos y criticado por otros, ocupa un sitial privilegiado en la historia de su país. Es más, sus restos descansan en el imponente palacio de “Les Invalides” de París. A medida que nos aproximamos al bicentenario de su fallecimiento en el destierro final de Santa Helena, surgen periódicamente nuevos estudios y análisis sobre este notable ser que aún pervive obligadamente en los cursos de las academias militares de todo el orbe y también mediante la frondosa legislación emitida durante sus años de gobernante y que desde Francia se irradió hacia varias naciones de Europa y Latinoamérica. Hay un cruce de caminos entre el hombre de los códigos y el invasor insaciable; las dos opiniones valen, conviven hasta nuestros días entre franceses y estudiosos. No en vano se dice que Napoleón nunca pasa de moda.

Entre las múltiples interpretaciones, paralelos y análisis —críticos o elogiosos— acerca de su colosal trayectoria, me permito deslizar en estas líneas mi modesta opinión personal sobre cinco fallas francamente inexplicables en un verdadero genio, como sin duda lo fue el emperador Bonaparte. Tres son exógenas y dos fueron parte de su propio accionar.

Napoleón —al igual que los otros grandes conquistadores de la historia— será siempre polémico. En muchas cosas ha sido un innovador, particularmente en tres de las cuatro dimensiones de la estrategia: a) en el nivel operacional fue supremo; b) la parte social la manejó magistralmente, con él se gestó el concepto de nación en armas; c) Bonaparte además supo comprender la importancia de la logística para aprovisionar sus enormes ejércitos y movilizarlos con facilidad; d) ¡Ah! Pero falló en la parte tecnológica, la cuarta dimensión de la estrategia. Aunque innovó en muchas cosas, Napoleón nunca consideró lo aéreo. Era un hombre de tierra y mar, no comprendía ni conocía lo que podía brindarle el potencial dominio del aire, en esa época aún en pañales, pero ya iniciando su avance con el invento del globo aerostático por sus compatriotas, los hermanos Joseph-Michel and Jacques-Étienne Montgolfier. Sin darle importancia al cuerpo de globos (creado por él mismo) Napoleón lo disolvió poco antes de la batalla de Waterloo (18 junio 1815), el gran enfrentamiento que terminó con su hegemonía político-militar. Por confiarse únicamente en las palomas mensajeras, el corso no pudo ver con anticipación el avance del prusiano Blucher que podría haber sido advertido desde el aire por los globos y cuya oportuna llegada fue decisiva para desequilibrar el combate. De ahí su derrota definitiva a manos del duque de Wellington. Fue la última falla voluntaria de Napoleón.

Una anterior y primer gran falla napoleónica estuvo localizada en la desventurada isla de Haití, en su época dominio francés. Mucha revolución, libertad igualdad, fraternidad y bla, bla, pero estaba visto que tal cosa era para los europeos, no para los negros del lugar. Bonaparte les negó sus derechos y envió una poderosa fuerza expedicionaria que los reprimió cruelmente. Aun así, los rebeldes ganaron la batalla de Vertières el 18 de noviembre de 1803 y sellaron la independencia de Haití, que pasó a ser una nación libre. Aquí sin duda falló moralmente el emperador; su eurocentrismo le impidió ver más allá; no fue consecuente con los proclamados principios revolucionarios que él mismo expandió en sus luchas: libertad, igualdad y fraternidad.

Combat De Vertiere’ óleo sobre lienzo 24X40 (Patrick Noze)

Su tercera falla tiene que ver con una extraña miopía geopolítica que lo caracterizó. Para Napoleón, el mundo comenzaba y terminaba en Eurasia. América no existía, salvo el molesto mosquito de Haití. Pese a su odio mortal hacia la pérfida Albión (Inglaterra) el corso dejó a cientos de miles de compatriotas desamparados y en manos anglosajonas al abandonar definitivamente el Canadá, tomado por los ingleses luego de la guerra de los siete años. Estando Napoleón en su apogeo militar, fácilmente pudo haber reconquistado lo perdido. Y sobre llovido, mojado. Prácticamente le regaló al entonces presidente Thomas Jefferson (1804) casi la mitad del actual territorio estadounidense, al venderle por poco dinero los extensos territorios de Lousiana, que comprendían entonces no sólo el estado que hoy lleva ese nombre, pues llegaban hasta el Pacífico y por el norte casi hasta lo que hoy es Vancouver. Esos errores geopolíticos, esa falta de visión geográfica universal que sufrió Napoleón, han sido en verdad imperdonables. Obsesionado por sus guerras continentales se olvidó del resto del mundo. El emperador casi nunca se apartó de esa su estrecha óptica, salvo cuando advirtió proféticamente: “No despierten a China, cuando eso suceda el mundo temblará”. Si Francia hubiera seguido ocupando gran parte de América del Norte, tanto la historia global como el presente momento mundial obviamente hubieran sido diferentes en todos los sentidos.

Esos tres errores mayúsculos de Bonaparte casi nunca son nombrados ni por sus admiradores ni por sus contrarios, pero el suscrito los ha venido recalcando por años en cátedras y en otros escritos. En su presuntamente familiar teatro europeo de operaciones, Napoleón tuvo dos fallas básicas adicionales. La primera fue ante las guerrillas españolas; éstas lo tomaron por sorpresa y ante ese tipo de combate no supo cómo actuar; en la península ibérica el gran corso sufrió uno de sus primeros graves traspiés. El segundo error tuvo lugar en la inmensa estepa recorrida durante su camino hacia Moscú y sobre todo en el duro retorno, proceso que terminó devorándose al otrora glorioso “Grand Armée” en su penosa marcha de vuelta a Francia tras haber tomado fugazmente la capital moscovita, que estaba abandonada e incendiada por sus propios habitantes, muy en conformidad con la tradición rusa de dejarle al enemigo solo “tierra arrasada” durante sus avances.

Las tropas del príncipe Mijaíl Kutusov castigaban sin piedad y con constancia la retaguardia del exhausto ejército galo en retirada, pero el auténtico vencedor final fue el espacio, con todo lo que ello implicaba: vastedad, cambio de estaciones, nieve, mazamorras, depresión mental del enemigo ante el contraste climático, etc. Si —como vulgarmente se dice— el Zar de todas las Rusias tuvo de su lado al general “invierno”, es un hecho que esa estación del año siguió las instrucciones de su verdadero mandamás: el mariscal “espacio”. Sí, un espacio enorme y complicado, que increíblemente un hombre tan estudioso y prolijo como Napoleón no advirtió ni previó en su obsesión por conquistar al gigante eslavo. Más de un siglo después, en junio de 1941, otro aspirante a conquistador intentó hacer lo mismo y también fracasó rotundamente. Se llamaba Adolf Alois Hitler…

He aquí, brevemente relatadas, cinco fallas notables de Napoleón Bonaparte.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Artículo publicado en mayo de 2018.

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DE LA PREDICCIÓN DE TOCQUEVILLE AL CONSEJO DE KISSINGER

Agustín Saavedra Weise*

Alexis de Tocqueville, Joe Biden, Henry Kissinger

Alexis de Tocqueville (1805-1859) pronosticó en su obra “La Democracia en América” que, de unirse, Rusia y Estados Unidos dominarían al mundo. Las cosas sucedieron en principio al revés. Basta citar años de enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos durante casi medio siglo de guerra fría. Derrumbada la Unión Soviética en 1991, 27 años después casi estuvo a punto de hacerse realidad la profecía del célebre galo en 2018 durante la cumbre de Helsinki entre Vladimir Putin y Donald Trump.

El encuentro en la capital finlandesa —más allá de las personalidades de ambos líderes o de las críticas que se les puedan hacer— fue de importancia. La idea era cambiar un absurdo estado de cosas. Una psicosis por parte de medios y políticos norteamericanos acerca de las presuntas interferencias de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016 fue objeto de innumerables comentarios y exageraciones, especialmente por parte de los demócratas, entonces en la oposición, hoy en el poder vía Joe Biden.

Aunque la mayoría de los políticos estadounidenses reconocidos como “liberales” parloteaban acerca de la paz, paradójicamente se rasgaron las vestiduras ante una prueba palpable de paz entre las dos principales potencias nucleares del mundo. Aunque disminuida, dada su enorme extensión territorial, recursos naturales y su capacidad de influencia en vastas zonas de Eurasia, Rusia no es poca cosa; obligadamente debe ser tomada en cuenta a nivel planetario y 30.000 ojivas nucleares la respaldan.

Durante la citada cumbre la histeria de medios y de políticos estadounidenses fue lamentable. No entendieron (o no quisieron entender) la posibilidad concreta de una alianza ruso-americana capaz de generarnos un mundo mejor. Aquí se anotó un poroto Donald Trump. En fin, el proceso quedó en pañales y no se pudo cumplir la predicción del francés Tocqueville. Apartada Rusia de su acercamiento con Estados Unidos, buscó refugio —y lo encontró rápidamente— en una alianza con la República Popular China. Los dos herederos de Gengis Khan ahora marchan juntos frente a un Estados Unidos que viene perdiendo liderazgo en lo económico, aunque aún es superpotencia suprema en lo militar.

Hoy en 2021 los neoliberales estadounidenses siguen con su histeria anti rusa sin medir consecuencias ni atar cabos en forma racional; lo han impulsado a Biden para que tome medidas duras contra Moscú y lo propio están haciendo con sus socios de la alianza atlántica. El complejo industrial-militar se frota las manos ante estas perspectivas de nuevos conflictos.

A todo esto, pocas semanas atrás el célebre Henry Kissinger (97 años) advirtió dramáticamente sobre la necesidad de aceptar un nuevo sistema internacional en lugar de continuar impulsando tensiones que podrían conducir a una situación similar a la de las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Durante un seminario a distancia, el legendario ex Secretario de Estado apoyó públicamente la gestación de un equilibrio entre las fuerzas globales existentes: expresó que Estados Unidos tendrá que llegar a un entendimiento con China sobre un nuevo orden mundial para evitar así el riesgo de conflictos perennes tipo 1914, pues si uno de ellos se saliera de control, vendrá el desastre. Kissinger enfatizó la importancia de tener relaciones cooperativas entre Beijing y Washington. Al mismo tiempo, sugirió se amainen las acciones antirrusas. Reiteró que en el mundo actual la paz y la prosperidad planetarias dependen de un entendimiento entre Estados Unidos y la República Popular China.

La idea acerca de que Estados Unidos debería dejar de imponer su voluntad y procurar consensos, no será fácilmente aceptada en Washington. Esto está atestiguado por la aguda retórica que Joe Biden lanzó últimamente contra Vladimir Putin y Xi Jinping. El poder económico de China no significa automáticamente que será superior en todo a Estados Unidos, pero sí será un formidable rival, más peligroso ahora por estar aliado con Rusia. Mayor razón para lograr un entendimiento bipartito y hasta tripartito, si se incluye a Rusia. Hemos quedado lejos de Tocqueville, pero aún es posible lograr la paz mundial en marcos de entendimientos constructivos siempre que Washington, Beijing y Moscú procedan tal como lo sugiere Kissinger.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com 

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/opinion/de-la-prediccion-de-tocqueville-al-consejo-de-kissinger_229361  

EL ESTADO MENTAL: CAUSA BÁSICA DEL SUBDESARROLLO

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de chenspec en Pixabay

En 1985 el profesor estadounidense Lawrence Harrison publicó su famoso libro “El subdesarrollo es un estado mental”, sobre el cual en 2005 hice algunos comentarios que vale recapitular, máxime al comprobar que muchas cosas siguen igual; no hubo cambio cualitativo auténtico ni en Bolivia ni entre sus vecinos. En su época el ya fallecido Harrison realizó varias giras latinoamericanas e incluso visitó Bolivia. Luego publicó diversos estudios vinculados con sistemas culturales y la forma en que ellos impactan reforzando el atraso, o viceversa, impulsando la innovación.

Los antropólogos definen la cultura en general como “el modo de vida de un pueblo”. El estado mental vendría a ser la forma en que el individuo visualiza su propia concepción del mundo, un “ethos” que se socializa globalmente en cada comunidad en función de la pauta dada a través del tiempo por la clase dirigente. Hasta ahora —dados hechos y realidades— el estado mental que nos sigue caracterizando en Bolivia difiere notablemente de lo que se precisa para avanzar hacia el cambio cualitativo.

Diversos autores prosiguieron la senda marcada por Harrison y a su turno ofrecieron explicaciones en torno a cómo la cultura de ‘x’ país o región afectaba su desarrollo. Sin embargo, la explicación más contundente sigue siendo la preconizada por Lawrence: todo está en la cabeza, en la forma de mirar las cosas; en suma, en el estado mental de un individuo y de la sociedad de la que forma parte. Solamente así se explican las diferencias de desarrollo y capacidad adaptativa, incluso entre comunidades muy parecidas racial y geográficamente.

Veamos dos ejemplos clásicos. En primera instancia, Barbados y Haití. Ambas son islas del Caribe habitadas por ex esclavos negros. Mientras Barbados prospera, Haití sigue sumida en la pobreza. ¿Razones? Obviamente, una manera distinta de ver las cosas y de ‘pensar’, más allá de similitudes. Veamos el segundo caso. Australia y Argentina poseen enormes territorios, ingentes recursos naturales y poca población, mayoritariamente de origen europeo. Australia pertenece al Primer Mundo mientras que Argentina desde 1930 decae y decae, llegando ya al nivel tercermundista ¿Razones? En cada uno de estos dos países se tiene una manera colectiva e individual distinta de pensar, de actuar y de proceder; esto hace que Australia sea más desarrollada que Argentina, también al margen de las similitudes.

En Bolivia tenemos mayoritariamente población mestiza e indígena y recordemos que los esquimales de Alaska son también pueblos originarios. Más allá del arrastre histórico de injusticias o discriminaciones, nuestra población persiste en su pobreza y cuando tiene ventajas sobre un recurso que puede explotar (caso actual del litio; hay varios del pasado: goma, plata, estaño, gas, etc.) la clase dirigente ahuyenta con sus actitudes casi toda posibilidad racional de inversión que genere empleos y avance socioeconómico. Todo lo contrario hicieron los dirigentes esquimales. Al descubrir recursos energéticos en su territorio y ante la falta de medios propios, apelaron a un mal necesario —las odiosas pero imprescindibles multinacionales— e hicieron acuerdos constructivos. Ahora los esquimales alaskeños son ricos. Acá en Bolivia seguimos pobres y por lo visto así continuaremos ¿Razones? Todo indica que los originarios esquimales tienen una manera de pensar distinta a la de los originarios y mestizos bolivianos; eso marca la diferencia.

La conclusión de Harrison que siempre compartí: no hay nada racial (ni otras tonterías por el estilo) para diferenciar rico y pobre, desarrollado y subdesarrollado. El problema radica en la manera de pensar. Si pudiéramos reemplazar una cultura del atraso por una del progreso, las cosas cambiarían. El subdesarrollo se ve reforzado por un negativo estado mental; si no se lo supera, será imposible avanzar al ritmo de naciones que modificaron su manera de pensar: Corea del Sur, Singapur, Bostwana, por citar claros ejemplos. Los tres países estaban por debajo de Bolivia medio siglo atrás…

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Publicado originalmente en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/opinion/el-estado-mental-causa-basica-del-subdesarrollo_228468