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¿QUÉ HA PASADO CON EL NACIONALISMO ARGENTINO? Parte II


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Hay un refrán: «El Comunismo es el más sangriento, más difícil y la forma más terrible de pasar de Capitalismo a Capitalismo. La verdad es que esto parece ser demostrado por la realidad ahora».

Y un chiste soviético decía: «El Cristianismo sólo predicó las ventajas de la pobreza, los comunistas la impusieron».

Los Comunistas son tristemente famosos de causar el hambre masiva confiscando el grano de todos los campesinos. Nacionalizaron la tierra de los campesinos para hacerlos dependientes del Estado. Confiscaron las tierras y posesiones de sus «enemigos» más peligrosos.

El emperador romano Gaius Julius Caesar (100-44 a. C.) hizo lo contrario comprando tierra él mismo y regalándola a sus soldados para hacerlos independientes del Estado.

Cuando las ideas e ideales de un individuo o sociedad se encuentran en las antípodas del comunismo, reciben de parte de éste el mote de «fascismo», sobre todo cuando se apela a los valores más firmes, la angustia nacional, la necesidad de un orden y una disciplina, la preocupación por el destino histórico y económico de «todo» el pueblo.

Lo que la Internacional marxista ―las dos, la II y la III― comenzó a percibir fue nada menos que esto: el fascismo parece no ser sólo un episodio nacional de Italia. Parece no ser sólo un incidente desgraciado para la revolución socialista mundial, producido en uno de los frentes, en Italia, y restringido a él. Parece más bien un signo de otro orden, una estrategia nueva contra nosotros, provista y alimentada por valores de calidad superior a la de los hasta ahora conocidos. Parece que esa estrategia puede muy bien adquirir rango mundial, es decir, ser desplegada contra el marxismo en el mundo entero. Parece asimismo que su propósito es transformar la vieja sociedad demoburguesa, el viejo Estado parlamentario, y forjar una sociedad nueva y un Estado nuevo, con suficiente vigor para vencer incluso las contradicciones últimas del régimen capitalista. Parece también que su poder de captación consigue hasta el enrolamiento de los proletarios, de los trabajadores, uniéndolos a la pequeña burguesía, a las clases medias, a las juventudes nacionalistas y a todos los patriotas.

La conclusión marxista a esas consideraciones fue, naturalmente, ésta: ¡Lucha mundial contra el fascismo! Una consigna así dio la vuelta al mundo antes de que el propio fascismo tuviese en él análogo cinturón de admiradores. En casi todas partes se organizó y propagó el antifascismo antes que el fascismo apareciese. Y obsérvese que la consigna antifascista no era exclusivamente protesta internacional revolucionaria contra el régimen de Italia, sino que se hacía de ella consigna nacional, contra las supuestas fuerzas fascistas del propio país.

El marxismo, la mística de la revolución proletaria mundial, tiene hoy núcleos fieles hasta en los rincones más apartados del Globo. Las mismas consignas aparecen en un cartelón comunista de los bolcheviques chinos que en uno de los austríacos o búlgaros. Puede hablarse de una internacional marxista, no sólo porque hay marxistas en casi todos los países, sino porque, además, son tipos humanos de calidad rigurosamente idéntica, que han retorcido el cuello a todo signo nacional y de raza, aún a costa de adquirir una configuración espiritual monstruosa. El militante rojo es el mismo en todas partes. Dispone de las mismas armas y lucha por los mismos objetivos. Es, por tanto, también vulnerable a las mismas flechas.

Claro que ese tambor batiente y guerrero contra el fascismo coincidió con otro, de sonido antagonista y contrario: el de las gentes angustiadas por la cercanía bolchevique; el de las gentes ligadas a un espíritu nacional profundo; el de las juventudes bélicas y generosas; el de todo ese gran sector de muchedumbre a la intemperie, ligadas, sin embargo, a una lealtad y a una continuidad de la cultura de su propia sangre.

No hay ni puede haber una Internacional fascista. El fascismo, como fenómeno mundial, no es hijo de una fe ecuménica, irradiada proféticamente por nadie. Es más bien un concepto que recoge una actitud mundial, que señala una coincidencia amplísima en la manera de acercarse el hombre de nuestra época a las cuestiones políticas, sociales y económicas más altas. Pero hay en esa actitud mundial zonas irreductibles, que son las primeras en denunciar la no universalidad originaria del fascismo. Pues su dimensión más profunda es lo «nacional». De ahí que el fascismo no tenga otra universalidad que la que le preste el soporte «nacional» en que nace.

Ahora bien, esa actitud, que denominamos fascista, tiene una realidad innegable en el mundo entero. Se trata de un hecho que se dispone, con fortuna o no, a engendrar otros hechos, quizá más vigorosos. Poco importa, realmente, insistir en el modo cómo esa actitud ha llegado a adquirir vigencia. La historia se nutre y es fecunda en hechos, sean cuales sean sus causas. Las fuerzas madres que la impulsan pueden tener los orígenes más sorprendentes y contradictorios.

El fascismo, la bandera del fascismo, la consigna del fascismo, la lucha en pro o en contra del fascismo, todo eso es hoy evidentemente alguna cosa, que no cabe ignorar.

Pero, ¿Fascismo fuera de Italia?… sería imposible. Constituiría, desde luego, un absurdo. Nacionalismo sí es el término correcto.

Desde el año 1983 a la fecha, la mayor parte del tiempo han estado haciéndonos creer que debíamos migrar y alinearnos con gobiernos filo comunistas, pertenecer a la Internacional socialista ya que, según dichos gobernantes, «era lo más parecido a vivir en el paraíso pero, el Imperio les hacía la vida imposible».

Revisemos unas pocas cifras:

Los representantes criminales del poder han admitido ahora que detuvieron el desarrollo de Rusia y lanzaron el país al caos, que la vida era mejor en la Rusia zarista que en la Unión Soviética. Como ejemplo de esto, un empleado tipo en la Rusia soviética en 1968 vivía con un estándar que era sólo un 18 por ciento de lo que un empleado ruso normal disfrutaba en 1914. También ha sido calculado que un jornalero ruso en 1968 vivía con un estándar que era sólo la mitad de su colega en 1914, incluso contando una proporción de inflación del 8 por ciento por año. Aun así, la vida en la Rusia no era tan dura en 1968 como en 1991, el último año del Poder Soviético. Los obreros durante el régimen zarista ganaron 30 rublos por mes, y los profesores y doctores 200.

Una barra de pan (410 g) cuesta 3 kopecks; 410 g de carne 15 kopecks; 410 g de mantequilla 45 kopecks; 410 g de caviar 3 rublos y 45 kopecks.

Si nosotros comparamos las condiciones en la URSS con aquellas en Occidente, encontramos contrastes aún más agudos. En 1968, el estándar de vida media en el Reino Unido era 4.6 veces superior que en la Unión Soviética. (1)

Estas cifras corresponden a la madre patria de los gobiernos filo comunistas, la que solventaba gran parte de los gastos de sus gobiernos satélites. ¿Qué quedaba entonces para Cuba, El Salvador, Nicaragua? Basta ver el paraíso en que se ha convertido Venezuela…

El proceso destructivo del gobierno de Raúl Alfonsín fue enorme:

  • Modificó el Código de Justicia Militar y permitió los castigos a los militares. Por decreto, el gobierno creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por el escritor Ernesto Sábato. (Por supuesto, con los crímenes de la subversión fueron más indulgentes, la mayoría está libre e incluso, posteriormente, formaron parte de gobiernos).
  • Inició el largo proceso de desmalvinización que sigue profundizándose hasta la actualidad.
  • En los levantamientos carapintadas enfrentó a los uniformados creando la discordia y haciendo oídos sordos al justo reclamo de volver al ideal del Ejército sanmartiniano y al cese de la persecución de los efectivos que cumplieron la orden que emanó de un gobierno constitucional.
  • El gobierno devaluó la moneda y restringió la circulación de dinero, en un frustrado intento por frenar el proceso inflacionario.
  • Le dio la espalda al campo, verdadero motor de nuestra economía dejando fuera de las negociaciones a Confederaciones Rurales Argentinas: la Federación Agraria, la Sociedad Rural y Coninagro.
  • Entre abril y mayo, el ministro de Obras Públicas, Rodolfo Terragno, propuso la privatización parcial de las empresas estatales, como la telefónica ENTel o la petrolera YPF.
  • Entró en funcionamiento el Plan Primavera, por el que se congelaron salarios y precios, y se intentaó reducir el gasto público. La situación económica se agravó meses más tarde, con la eliminación de los créditos internacionales.
  • El gobierno devaluó el austral. Fue el punto de partida de una profunda crisis hiperinflacionaria. (2)
  • El 30 de mayo de 1989 se decretó el estado de sitio y se adoptaron medidas económicas de emergencia, la deuda externa había crecido y los salarios decrecido enormemente.
  • Según datos del Centro de Población, Empleo y Desarrollo de la Universidad de Buenos Aires (CEPED-UBA), en octubre de 1982 (14 meses antes de la asunción de Alfonsín) la pobreza en el Gran Buenos Aires llegaba al 21,6% de los hogares, mientras que el mismo mes de 1985 (ya con casi dos años de mandato) bajó al 14,2 por ciento. En este sentido, en mayo de 1989 (dos meses antes de dejar anticipadamente su puesto) subió al 19,6% de los hogares y en octubre de 1989, apenas dos meses después de la asunción de Carlos Menem (PJ), el 38,3% de las viviendas estaba por debajo de la línea de la pobreza. (3)

Y ya que nombramos a Carlos Menem, en esta segunda entrega, vamos a analizar brevemente su gestión de gobierno.

Apenas comenzado su mandato, Menem firmó los decretos que dan inicio al proceso de privatizaciones de empresas estatales. La primera compañía fue ENTel. Le siguieron los ferrocarriles y Aerolíneas Argentinas, entre otros activos que pasaron a manos privadas. ¿Hace falta aclarar que entregar las comunicaciones, los ferrocarriles y la aerolínea de bandera es una aberración ante una posible hipótesis de conflicto ante la cual quedaríamos incomunicados y sin logística?.

Luego de tanta injusticia para con la familia militar y el proceso de desmantelamiento perpetrado por la gestión alfonsinista, Menem nombró a Jorge Domínguez como ministro de Defensa, quien llegó con espejitos de colores y prometió construir un «Pentágono», un edificio inteligente que agruparía al Ministerio y a la conducción de las tres fuerzas, pero que nunca se concretó.

Paralelamente y entre las políticas tendientes a la profundización de la indefensión de la Nación, Menem anuló el servicio militar obligatorio, (ligado a casos de corrupción vinculados a la venta de armas a Ecuador ―lo que alejó a Argentina de Perú, uno de sus aliados tradicionales en la región― y a los turbios negocios de la Fuerza Aérea en los aeropuertos); desinstitucionalizó el procedimiento de toma de decisión en las cuestiones de Defensa, no estableció metas institucionales y actuó sin precisar lineamientos integrales para el funcionamiento del sistema.

También promovió modificaciones para subordinar la Junta Interamericana de Defensa, integrada por militares de todos los países, a la OEA, limitando su autonomía y convirtiéndola en un órgano de asesoramiento técnico-militar sin funciones operativas.

Durante su gobierno, el jefe del Ejército, el traidor Martín Balza, formuló por primera vez una disculpa institucional por las acciones ilegales de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura, dando herramientas al enemigo al omitir que fue una orden generada por el ejecutivo y acatada, como corresponde, por las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

Menem no hizo más que poner en marcha aquello que académicos, economistas y funcionarios estadounidenses y del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional establecieron a comienzos de 1989 en el denominado Consenso de Washington: en el documento aparecían diez puntos que expresaban las necesidades y las opciones del mundo hacia el siglo XXI: disciplina fiscal, prioridad del gasto público en educación y salud, reforma tributaria, tasas de interés positivas determinadas por el mercado, tipos de cambio competitivos, políticas comerciales liberales, mayor apertura e la inversión extranjera, privatización de empresas públicas, desregulación y protección de la propiedad privada. En pocas palabras, nos entregó maniatados.

Aprobó la Ley de Reforma del Estado y La Ley de emergencia Económica, que esbozaban un amplio plan de privatizaciones y dotaban al Ejecutivo de amplias facultades. Propició el canje compulsivo de depósitos a plazo fijo por bonos externos. Esto ocasionó pérdidas irreparables al sector de pequeños y medianos ahorristas.

Privatizó absolutamente todo; hacia el final de la presidencia de Menen no quedó ninguna empresa en manos del Estado. Se privatizaron la petrolera YPF, Aerolíneas Argentinas, ENTel, Gas del Estado, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Obras Sanitarias, los aeropuertos,  el Correo, la energía eléctrica, la seguridad social, dos plantas siderúrgicas, el Mercado de Hacienda de Liniers, las radios, los canales de televisión, las carreteras, los ferrocarriles.

Si bien la prédica privatista aconsejaba romper con el monopolio estatal, las empresas adjudicatarias gozaron de un virtual monopolio, ya que se distribuyeron territorialmente la provisión de servicios. Esta transformó a los usuarios en rehenes de las empresas, que fijaron altas tarifas y con total libertad redujeron los servicios a los territorios que mayores ganancias les brindaban. El servicio ferroviario, por ejemplo, quedó reducido al Gran Buenos Aires y dejó aisladas a importantes zonas del país. Las privatizaciones proporcionaron unos 25.006 millones de dólares.

Durante su gobierno (1990), Argentina renunció a desarrollar armas nucleares. En realidad, entre los años 80 y 90, Argentina desarrolló el misil Cóndor, un proyecto secreto que hubiera cambiado radicalmente la historia del país haciéndola dominar la región. EEUU, temeroso de perder su control de Latinoamérica, detuvo el desarrollo del vector. El misil tenía un alcance de 750 a 1000 kilómetros y un sistema de guiado mediante una computadora inercial y tobera móvil.

La cabeza balística tenía una carga útil de unos 500 kilogramos y las posibilidades que albergaba el Cóndor eran asombrosas desde el punto de vista militar.

Una de la características más sobresalientes que poseía era que funcionaba a través de combustible sólido. Esto, proporcionaba muchas ventajas, como el hecho de que podía ser lanzado inmediatamente desde cualquier plataforma habilitada al efecto, lo que, desde el campo de la estrategia, permite grandes posibilidades.

El desarrollo del misil se hizo a través de la cooperación con CONSEN, una empresa europea de transferencia misilística, que proporcionó mucha ayuda en los sistemas de guiado y en los TVC, que en su época, era lo más innovador en materia de combustible sólidos.

Por desgracia para Argentina, las increíbles capacidades de este misil hicieron que fuera codiciado por muchos países, especialmente por Irak y Egipto, alcanzando un nivel de cooperación tecnológica con los mismos y empezando la gestación de la tragedia que acabaría con el Cóndor. EEUU no quería que este misil llegara a manos de Irak, ya que era mucho más poderoso que los Scud y podía alcanzar Irán e Israel sin dificultad, cosa que rompería el equilibrio en Oriente Medio, que había  diseñado EEUU. Por otra parte, Gran Bretaña, aliado de EEUU, mostraba gran preocupación por el misil Cóndor porque podía destruir sus defensas en las Malvinas y hacerle perder el control de las islas por lo que, indirectamente, presionó a Estados Unidos para que bloqueara la creación del misil.

Aunque el gobierno de Menem tumbó el proyecto puede que en un futuro el misil Cóndor vuelva a la vida y surque los cielos como es su legítimo derecho, honrando a  la Argentina.

Y así se suceden uno a uno los actos de gobierno tendientes a la destrucción del ser nacional sin que haya habido en las últimas tres décadas una sola voz que se alce contra ello, lo que nos trae a la memoria las palabras de José Antonio Primo de Rivera, tan actuales y verídicas:

…Para algunos esto será indicio de que vivimos en un pueblo civilizado, tolerante y respetuoso con la justicia. Para nosotros es indicio de que vivimos en un pueblo sometido a una larga educación de conformismo enfermizo y cobarde…

Con estas palabras culminamos la segunda entrega. En la próxima abordaremos la gestión de gobierno de Fernando De la Rua.


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Por Der Landsmann para SAEEG. 


Notas
  1. Anatoli Fedoseyev – «Sobre la Nueva Rusia«.
  2. https://www.cronista.com/economia/La-presidencia-de-Alfonsin-ano-por-ano-20090331-0143.html
  3. https://chequeado.com/el-explicador/como-evoluciono-la-pobreza-con-cada-presidente/
  4. Fascismo en España – Roberto Lanzas
  5. Bajo el Signo del Escorpión – Jüri Lina
  6. https://mundo.sputniknews.com/
  7. Obras completas – José Antonio Primo de Rivera

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¿QUÉ HA PASADO CON EL NACIONALISMO ARGENTINO?

Las grandes naciones han surgido a partir de un fuerte sentido nacionalista y Argentina no ha sido la excepción, pero, de un tiempo a esta parte la doctrina del Nuevo Orden Mundial ha sembrado la idea de que éste es un sentimiento perimido, obsoleto y anacrónico; por supuesto, las nuevas ideas son totalmente acordes con su plan de dominio mundial y apropiación de recursos en vistas a un futuro no muy lejano.

El principio de las nacionalidades apareció como una consecuencia de la situación creada por la Revolución Francesa. La abolición de la monarquía volvió a entregar la soberanía en las manos de los pueblos, los cuales deberían definir sus límites y los principios por los que se iban a guiar. Así nacieron el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos» y los partidos políticos.

Tal como lo entendemos, y como se ha venido transmitiendo desde tiempos remotos, podemos decir que:

El nacionalismo es la búsqueda de las leyes que convienen a un país determinado para mantenerse incorrupto en su ser nacional.

El nacionalista, en lo sucesivo, considera la nación como una herencia inalienable, de la cual no tiene el derecho de disponer y que debe transmitir intacta a sus hijos.

Pero, como bien lo explica Auguste-Maurice Barrès:

La nación puede estar amenazada por algo distinto a una agresión exterior; puede perder su voluntad de ser.

Todo, en apariencia, permanece inmutable: el suelo inviolado, los hombres yendo y viniendo a su trabajo y, sin embargo, todo ha sido modificado; sí, en ellos la tradición ha muerto, no saben ya lo que son ni por qué lo son.

En torno a este concepto se ordenan todas las nociones complementarias de lealtad y de tradición, de soberanía y de derecho. Si se abandona, lealtad, tradición, soberanía y derecho pierden todo su significado, falta un punto fijo con respecto al cual ordenarse.

La situación a la que alude Barrès, parece sacada de nuestra Argentina actual, producto de más de tres décadas de destrucción del ser nacional, de nuestros valores, creencias y tradiciones.

¿Se puede revertir esta apremiante situación y volver a ser una de las naciones más pujantes del continente y del mundo? En lo personal, creo que sí es posible, pero debemos cambiar nuestra forma de pensar, de votar y de vivir. Dejar de pensar en la individualidad y hacerlo en vista de la comunidad, que a la larga termina siendo beneficioso en lo personal. Debemos recuperar valores y tradiciones. Debemos plantarnos en la defensa de nuestros recursos y producción. Debemos quitar cada manzana podrida de la casta política y llevar a la gestión pública a aquellos que defiendan lo nacional, justamente lo contrario de lo que hace nuestra casta política actual.

Estamos inmersos en un sistema perverso, lleno de promesas de campaña que una vez logrados los votos que le dan la mayoría, dejan caer en el olvido y se dedican a llenar sus propias arcas, olvidando las promesas de campaña y sumiendo al pueblo en la miseria, exprimiéndolo para seguir siendo la casta dominante, privilegiada y eternizada en el poder.

Argentina ha sido en algún momento de su historia, el “granero del mundo”. Al llegar la IIGM abastecía las necesidades alimentarias de una Europa devastada. Los ingresos eran cuantiosos, pero luego, masas de hombres, que ascendían a millones de individuos, abandonaron el campo para ir a las grandes ciudades a fin de ganarse la vida en calidad de obreros de fábrica en las industrias recientemente creadas. De alguna manera fue el principio de la debacle. Hoy en día, en el mundo hay una gran demanda de alimentos, nosotros tenemos la capacidad de proveerlos sacando provecho de nuestra bendecida tierra, pero por el contrario, nuestros gobiernos de las últimas tres décadas se han dedicado a perseguir y destruir a pequeños y medianos productores, dejando al campo en un estado de emergencia que ojalá pueda revertirse. No es gratuito que al no ocupar el lugar de proveedor, se favorezca a mercados como Ucrania, EEUU y Brasil, no es casualidad, es connivencia.

No podemos competir en industria electrónica ni automotriz con el Tigre asiático, pero sí podemos competir y sobresalir en la industria alimenticia. Hacerlo es una obligación de nuestros gobernantes.

Lamentablemente, desde hace más de tres décadas, nuestros gobernantes, en mayor o menor medida han sido influidos por ideas marxistas. Lo importante es tomar en cuenta que para el marxismo, todo el sistema democrático no es, en el mejor de los casos, más que un medio para llegar a sus fines: se sirve de él para paralizar al adversario y dejar libre su campo de acción. El marxismo apoyará a la democracia mientras no haya logrado, persiguiendo tortuosamente sus designios destructores, ganar la confianza del espíritu nacional que quiere destruir.

Durante las últimas tres décadas, cada gobierno electo por el pueblo se ha dedicado a destruir las fuerzas armadas y de seguridad, dejando indefensa a la Nación ante eventuales hipótesis de conflicto, tanto externas como internas, lo que constituye lisa y llanamente “Alta traición a la Patria”. Cada uno de ellos lo ha hecho esgrimiendo su derecho como “Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas”, derecho que trae consigo obligaciones y castigos por incumplimiento. Por ser cada uno de ellos “Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas” y perpetrar alta traición a la Patria, los debe juzgar la justicia militar…  y la traición se paga con la vida.

¿Pero qué podríamos considerar traición a la Patria?…

En esta primera entrega analizaremos brevemente la gestión de Raúl Alfonsín:

    • La entrega de territorio nacional, con Picton, Lennox y Nueva, (también llamadas islas del Beagle), que trajo por consecuencia la pérdida de la soberanía del paso bioceánico, de porción de la Isla de Tierra del Fuego, (por lo cual debemos de hacer aduana al ir del continente a la isla), de porción del sector antártico, y con ello, de enorme cantidad de recursos económicos producto de la explotación minera, pesquera y petrolera, dejando todos esos recursos en manos del estado chileno.
    • Juzgamiento de los militares que combatieron a la subversión cumpliendo las órdenes del gobierno democrático de la Presidente María Estela Martínez de Perón, según Decreto 2772/75, firmado entre otros políticos, por Ítalo Luder (quien ocupó interinamente la presidencia de la Nación durante una licencia por razones de salud de la Presidente María Estela Martínez de Perón. En este período Luder firmó los decretos 2770, 2771, y 2772, creó un Consejo de Seguridad Interior integrado por el presidente y los jefes de las fuerzas armadas, y extendió a todo el país la política de «aniquilar» el accionar de los «elementos subversivos»), Manuel Arauz Castex (Ministro de Relaciones Exteriores y Culto), Tomás  Vottero (Ministro de Defensa), Carlos Emery (Ministro de Bienestar Social y Salud Pública), Carlos Ruckauf (Ministro de Trabajo), Antonio Cafiero (Ministro de Economía de la Nación) y Ángel Federico Robledo (Ministro del Interior).

Muchos de ellos, transformados en diciembre de 1983 en adalides de la “democracia”, borraron con el codo lo que escribieron con la mano y olvidando las órdenes por ellos emitidas, comenzaron una “caza de brujas” que aún no ha terminado.

El juicio de la Junta Militar en septiembre de 1985 fue la primera andanada de la campaña por «reformar» las Fuerzas Armadas hasta su extinción, mediante operaciones prácticas tales como la guerra psicológica. Ese juicio, orquestado por el gobierno de Raúl Alfonsín y los cabilderos internacionales de los derechos humanos, especialmente los congregados en el gobierno de Jimmy Carter en los Estados Unidos, se copió de los juicios de Nremberg, posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a criminales de guerra nazis, con todo y la consigna de «nunca más»

Pero los integrantes de la junta militar, y por extensión toda la institución castrense, fueron enjuiciados, sobre todo, por osar enfrentarse a los británicos, y en segundo lugar por librar la guerra contra la subversión comunista: la llamada «guerra sucia». Esos fueron los delitos por los que se les envió a prisión, transmitiendo un claro mensaje al resto de las Fuerzas Armadas, lo mismo que a la población argentina.

El patriotismo dentro de las fuerzas armadas se pagó muy caro… y aún lo siguen pagando, muchos aún sin sentencia firme. Lo contrario ocurre con aquellos que delinquen y sumen en el miedo a la sociedad argentina en su totalidad.

Como lo documentó el Coronel Seineldín en su alegato ante la Cámara Federal, a lo largo de todo el resto del gobierno de Alfonsín y luego durante el de Carlos Menem, la política del gobierno para con las Fuerzas Armadas ha consistido de una tras otra provocación: hostigamiento y maltrato de oficiales nacionalistas, drásticas reducciones del presupuesto y retiro forzado de personal de alto rango, bajos salarios, el cercenamiento de las capacidades tecnológicas de la institución, y el constante incumplimiento de cualquier promesa de desagraviar la institución y subsanar sus condiciones.

Seineldín explicaba que la política de Alfonsín apuntaba, sobre todo, a destruir la misión de las Fuerzas Armadas en tanto «brazo armado de la Patria», eliminar el concepto de la «hipótesis de conflicto» y, por último, acabar con el papel de la institución como protectora de «los más altos intereses de la Nación». En palabras del mismo Seineldín, ello condujo a «la desmoralización y el deterioro del material y personal de las Fuerzas Armadas y, sobre todo, la desmoralización».

Alfonsín inicia el ataque contra la Iglesia, como fuerza espiritual. Continúa su ataque contra la pequeña y mediana empresa, la empresa industrial y los gremios. La idea era demoler la Argentina tradicional. Pero la maniobra más importante que el doctor Alfonsín realiza fue una maniobra de desculturalización, utilizando las técnicas gramscianas, lo que provoca una desorientación en todo el pueblo argentino, tratando de reemplazar los valores tradicionales por los valores nuevos, o llamémoslos los «anti valores». Tomemos en cuenta que el doctor Alfonsín era un agente de la Segunda Internacional Roja.

Finalizó el gobierno de Alfonsín con una debilidad inmensa de la Iglesia y la proliferación de las sectas; con un fracaso en la dirigencia política producto de los errores, de los desvíos y fundamentalmente por la gran crisis, por la gran corrupción dirigencial que tenía; debilitada la pequeña y mediana empresa y, sobre todo, la industrial y, por supuesto, comienza el endeudamiento, que habíamos quedado que se va a instalar un sistema financiero de especulación.

Pero muy especialmente queda el pueblo argentino en una desorientación total, por la forma como atentaron contra las inteligencias nacionales.

Si esto no constituye alta traición a la Patria, ¿qué lo hará?.

Es hora que los gobernantes comiencen a manejarse con austeridad para poder sacar este maravilloso país adelante. Esperemos lo entiendan de una vez por todas para poder ocupar el lugar que nos merecemos entre las naciones del mundo. Quizás sea hora de releer la historia, que ha demostrado ser cíclica. Miremos a Esparta si es necesario, cuna de grandes guerreros.

“Indiscutiblemente, la sociedad espartana fue austera. Hasta el día de hoy hablamos de la «sobriedad espartana». Lo que pasa es que, en la enorme mayoría de los casos, se la entiende mal. Sobriedad no significa conformarse con menos. Significa no arruinarse la vida deseando más de lo necesario. Ser sobrio significa no gastar toda una existencia persiguiendo lo prescindible. Ser austero no significa ser «menos», o tener «menos». Ser austero significa exigir lo preciso y desechar lo superfluo. No es una cuestión de cantidad. Es una cuestión de sabiduría”.

Es hora de devolver a las Fuerzas Armadas y de seguridad el papel que les corresponde dentro de una Nación constituida. Debe cesar la destrucción sistemática de las últimas tres décadas. Debemos volver a equiparlas y restituir el fuego sagrado que alguna vez fue su norte.

Se deben aplicar las leyes para todos por igual, no debemos olvidar las palabras del General Osiris Villegas:

“Cuando las leyes callan, hablan las armas”.

Hay que terminar con la traición perpetrada a las Fuerzas Armadas, que fueron enviadas a acabar con la subversión marxista y apátrida, restituir el honor y el valor histórico. Que vuelvan a sentir el orgullo de pertenecer a la Fuerza. Que los políticos dejen de sembrar el odio y la marginación a nuestros hombres de armas, no olvidemos la historia, no repitamos viejos errores.

Del siguiente texto, que cierra esta primera entrega, cualquier parecido con nuestra realidad… no es pura coincidencia.

“Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización.

Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos, pero, mientras aquí estamos animados por este estado de espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono, vilipendiando así nuestra acción.

No puedo creer que todo esto sea verdad, y, sin embargo, las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir.

Te lo ruego, tranquilízame lo más rápidamente posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio.

Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces, ¡cuidado con la ira de las Legiones!”

MARCUS FLAVINIUS

(Centurión de la 2* Cohorte de la Legión Augusta, a su primo Tertullus, de Roma).

Por Der Landsmann para SAEEG.


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Bibliografía:

  • Doctrines du Nationalisme, Jacques Ploncard d’Assac.
  • “El complot para aniquilar a las Fuerzas Armadas y a las naciones de Iberoamérica” – Gretchen Small y Dennis Small (coord.).
  • Denes Martos – Los Espartanos.
  • Jean Larteguy – Los Centuriones.

    ©2019-saeeg®

La profecía de Tocqueville sobre EE.UU. y Rusia

Por Agustín Saavedra Weise (*)

Introducción

El pensador francés Alexis de Tocqueville (1805-59) no se equivocó cuando predijo que algún día Rusia y América (Estados Unidos), tendrían objetivos comunes y compartirían el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron aliados; su objetivo común era derrotar a las potencias fascistas del Eje. A partir de mediados de 1945 la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se expandió hacia el oeste hasta límites no soñados otrora por los monarcas del Ducado de Moscowa. Estuvo muy cerca de llegar a puertos de aguas cálidas, el máximo objetivo histórico del Zar de todas las Rusias: Kievan Rus (hoy Ucrania), Rusia y Bielorrusia. En los lugares ocupados por la totalitaria URSS cayó finalmente la cortina de hierro, pronosticada por Joseph Goebbels y popularizada por Winston Churchill, personaje que se copió el término y lo divulgó urbi et orbe.

La URSS se pertrechó en sus extensas fronteras y cubrió su periferia con países satélites teóricamente independientes, pero que seguían las órdenes de Moscú al pie de la letra. Al trazarse la línea Oder-Neisse como límite de una Alemania vencida y dividida (se la despojó de Prusia oriental más todos sus extensos territorios del este), si bien las potencias occidentales aceptaron tal cosa y el inevitable posterior penoso flujo de millones de refugiados, desde ese momento —al ver la cruda realidad geopolítica— se pusieron en guardia. Aunque los acuerdos de Yalta entre los principales vencedores (Estados Unidos, Reino Unido y URSS) preveían estas acciones, una cosa fue el papel y otra lo tangible. El avance soviético hacia el oeste había llegado demasiado lejos; finalmente las potencias anglosajonas percibieron que el comunismo quería tener dimensión universal y expandirse por doquier. Allí comenzó en forma efectiva la Guerra Fría que ya se insinuaba desde principios de 1945.

La Guerra Fría

Así, pues, tras superar el objetivo común de destruir al fascismo se pasó luego a una etapa de mutuo recelo entre la URSS y EE.UU. que estuvo plagada de amenazas mutuas y con la gestación de alianzas desde ambas partes. Por el llamado “Mundo Libre” surgió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por parte de Moscú el Pacto de Varsovia. Se inició así el largo período de la denominada “Guerra Fría”, etapa durante la cual hubo muchas tensiones pero felizmente nunca se llegó a una confrontación nuclear, aunque se estuvo muy cerca en la crisis de los misiles con Cuba de octubre 1962. Los arsenales de EE.UU. y de la URSS siguieron creciendo y aunque se firmaron acuerdos limitativos en materia de ojivas nucleares, se vivieron años de inquietud permanente y plagados de intervenciones aisladas de las superpotencias en los marcos de sus respectivas zonas de influencia. Al colapsar la URSS en 1991 por el fracaso del largo experimento comunista, surgieron 15 naciones independientes. La más extensa y dominante de ellas —la Federación de Rusia— retomó su nombre tradicional y ocupó el sitio de la URSS en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La debacle comunista estuvo precedida de un fenómeno similar en Alemania oriental al desplomarse el muro de Berlín en octubre de 1989, prueba palpable del enorme descontento de millones de personas que se sintieron engañadas por un comunismo que les prometió mucho y cumplió poco. Se iniciaba una nueva era y se habló hasta del “fin de la historia”. En realidad, más bien se gestaba una nueva historia que recién comenzaba… Varios historiadores han marcado —desde el punto de vista socio-político— el derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética como la conclusión efectiva del siglo XX y el inicio del siglo XXI, período que —en términos meramente numéricos— ya hace 18 años que transitamos.

Etapa confusa

Hasta aquí se habían cumplido dos de las profecías de Tocqueville: Rusia y Estados Unidos estuvieron juntos para derrotar al totalitarismo que representaba la Alemania de Hitler y luego se dividieron el mundo en la defensa por cada potencia de su ideología: el comunismo por Moscú y la democracia liberal por Washington. Pero lo más interesante fue lo que expresó el francés en 1835: «Hoy en día hay dos grandes pueblos en la tierra que, comenzando desde diferentes puntos, parecen avanzar hacia el mismo objetivo: estos son los rusos y los angloamericanos»;. Y agregó: «todos los demás pueblos parecen haber llegado casi a los límites trazados por la naturaleza, y no tienen nada más que hacer que mantenerse; pero estos dos seguirán creciendo». Por otro lado, lo manifestado en el testamento político de Adolf Hitler es también sorprendente: “Con la derrota del Reich y la espera del surgimiento de los nacionalismos asiático, africano y tal vez sudamericano, solo quedarán en el mundo dos grandes potencias capaces de enfrentarse entre sí: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y la geografía obligarán a estos dos poderes a una prueba de fuerza, ya sea militar o en los campos de la economía y la ideología. Estas mismas leyes hacen inevitable que ambas potencias se conviertan en enemigas de Europa. Y es igualmente cierto que estas dos potencias, tarde o temprano, encontrarán deseable buscar el apoyo de la única gran nación sobreviviente en Europa: el pueblo alemán”. No en vano hoy en día EE.UU. y Rusia coquetean con Alemania o la presionan, según propia conveniencia de cada uno…

Y finalmente llegamos al punto de los “propósitos comunes” que anunció Tocqueville. Esta etapa pareció plasmarse luego del fin de la Guerra Fría, cuando un exuberante George Busch padre afirmó que con la caída del comunismo se abrían nuevos horizontes entre Rusia y EE.UU. Poco duró el idilio. Guiados por los ventajistas líderes de Europa occidental, por liberales yanquis anti rusos y por el complejo industrial-militar (en su momento denunciado con alarma por Eisenhower en 1960) los políticos norteamericanos y los medios —en lugar de proseguir su aproximación hacia el otrora rival— los unos lo arrinconaron con el ingreso en la OTAN de todos los ex satélites soviéticos, mientras los medios por su lado arreciaban con la “rivalidad” y “hostilidad” de Rusia, creando imágenes muy negativas o alarmantes en la opinión pública. Esos grupos de presión acosaban al ex enemigo para mostrarlo como un enemigo real, algo que nunca lo fue desde 1991 hasta hoy en día. Tras unos pocos años de confusión, una vez munido de un liderazgo firme, Moscú reaccionó al sentir el peso del cerco gratuitamente erigido a su alrededor. De ahí las incursiones rusas en Ucrania y en otros lugares, siempre en procura de un espacio para que respire el oso ruso, que ha sentido nuevamente el ahogo de un ”corralito” similar al impuesto durante la Guerra Fría. Y en ese estado hemos permanecido hasta hace pocos días en la escala planetaria, con el beneplácito y la alegría de muchos hipócritas e ilusos que no se percataron del mal que estaban ocasionándose a sí mismos y al mundo con ese proceder.

Una nueva era

El encuentro en Helsinki de Donald Trump y Vladimir Putin del pasado 16 de julio —más allá de las personalidades de ambos líderes o de las críticas que se les puedan hacer por otras cuestiones— ha sido de importancia fundamental. Tiende a cambiar un absurdo estado de cosas. Como es sabido, una psicosis francamente alarmante por parte de medios y políticos norteamericanos acerca de las presuntas interferencias de Rusia en las últimas elecciones presidenciales viene siendo objeto de titulares e innumerables comentarios desde hace meses. Seamos francos: EE.UU. es una súperpotencia y una gran democracia; ese tipo de cuestiones no deberían preocuparle a su élite gobernante de la forma inusitada que ha venido sucediendo. Por otro lado, he aquí que mientras la mayoría de los políticos estadounidenses reconocidos como “liberales” y “demócratas” parlotean acerca de la paz, al mismo tiempo paradójicamente se rasgan las vestiduras ante una prueba palpable de paz entre las dos principales potencias nucleares del mundo. Y bien sabemos que la economía de Rusia es actualmente del tamaño de la de Italia o la de Texas, no hace falta que todos repitan lo mismo, pero también sabemos que con 11 husos horarios (desde Kaliningrado hasta Kamchatka) por su enorme extensión geográfica, inmensos recursos naturales y su probada capacidad de expansión socio-cultural en una vasta zona de Eurasia, Rusia no es poca cosa, es un país que obligadamente debe ser tomado en cuenta a nivel planetario. No se trata de un pez chico. El instinto de Trump no le falló.

En el momento presente, la histeria de medios y de políticos estadounidenses la considero verdaderamente lamentable e injustificada frente a la posibilidad concreta de una alianza ruso-americana capaz de generarnos un mundo mejor. El proceso está apenas en sus comienzos, tal vez pueda seguir adelante pese a las presiones o tal vez (ojalá no) fracase como consecuencia de esas injustas presiones e infundados temores. Pero el paso está dado y fue positivo. Aquí se anotó un poroto Donald Trump. En este campo, al menos, ha probado tener mayor visión estratégica que muchos de sus antecesores y opositores.

Conclusiones

Es común el señalar que cuando dos grandes potencias llegan a un acuerdo, casi siempre lo hacen a costillas de otro menos afortunado. Los europeos occidentales temen que sean ellos, pero esos temores carecen de fundamento. Todo lo que Putin quiere son relaciones normales con Occidente, lo cual no es mucho pedir. El candidato número uno para pagar el precio del acercamiento podría ser Palestina y tal vez Irán, de manera marginal. En la conferencia de prensa, sobre las posibles áreas de cooperación entre las dos potencias nucleares, Trump sugirió que los dos podrían acordar ayudar a Israel y Putin no se opuso a la idea. En otro tema, Trump dijo que «nuestros militares» se llevan bien con los rusos y «mejor que con nuestros políticos». La expresión esconde un golpe directo al complejo industrial-militar. Los globalistas neoliberales siguen con su
histeria anti rusa y sin medir consecuencias ni atar cabos en forma racional. El diálogo constructivo entre Estados Unidos y Rusia ofrece la oportunidad de abrir nuevos caminos hacia la paz y la estabilidad en nuestro mundo y eso es bueno. Trump declaró: «Preferiría tomar un riesgo político en pos de la paz que arriesgar la paz en pos de la política». Eso es mucho más de lo que sus enemigos políticos pueden decir, aunque ya llegó el aluvión de acosos de la prensa liberal por la “traición”, agregando una serie de falacias amplificadas que están calando hondo en la mente del ciudadano común. Pero no hay que aflojar, la paz y el futuro del mundo dependen de una durable alianza ruso-americana. Es la real realidad.

Una unión de esfuerzos y propósitos de la dupla Rusia-EE.UU aminorará las ambiciones de una China hambrienta de poder; será un contra peso geopolítico formidable frente al dragón del oriente y en la propia escala mundial. Asimismo, esa unión será exitosa en la lucha contra el terrorismo internacional. Por su lado, los europeos verán si les conviene seguir con su actitud agresiva hacia Rusia o asumir con aguda visión realista los retos del momento y permitir que Rusia mantenga su tradicional área de influencia en el espacio post soviético.

Deseo sinceramente que la aproximación entre Moscú y Washington se profundice, pero aún dudo que ella se concrete en plenitud, por lo brevemente expresado en estas líneas. Los intereses en contra son muchos, sobre todo en un país como EE.UU. donde el cabildeo de intereses sectarios, las presiones económico-financieras, la creación gratuita de escándalos, la exageración mediática (linda con la histeria) y el complejo industrial-militar, manejan en conjunto vitales hilos de poder e influencia… En fin, debemos confiar en que la predicción del genio de Tocqueville se cumplirá, para el bien de dos grandes naciones y del mundo en general.

(*) Agustín Saavedra Weise: Ex Canciller de Bolivia, economista y politólogo.

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