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AFGANISTÁN, EL GOBIERNO TALIBÁN Y EL PRECIO PAGADO POR PAKISTÁN

Isabel Stanganelli*

Imagen de Chickenonline en Pixabay 

Luego de la conmoción mundial ante el atentado contra los Estados Unidos en septiembre 2001, cuando aún se encontraban registrando el costo en vidas, económico, estratégico, comenzaron los planes para castigar a los supuestos responsables. Esa misma tarde se señaló al villano: Afganistán. Y mientras seguían los recuentos de víctimas, la remoción de escombros, el replanteo de la utilidad de las organizaciones que debieron prevenirlo, evitarlo —y también las que debían crearse—, se iba armando el plan de ataque a Afganistán.

Desde mediados de la década de 1990, Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos —ya sin los soviéticos en el terreno—, sostenían a los talibán mientras neutralizaban a Irán y la ruta del petróleo desde Asia Central. Además Pakistán continuaba ayudando a grupos armados contra Irán e India. Debido a este soporte foráneo, muchos efectivos de las fuerzas talibán en Afganistán eran extranjeros, destacándose la organización de Al-Qaeda que contaba en sus altos mandos con árabes, uzbekos, chechenos y pakistaníes además de europeos e incluso algunos estadounidenses.

Pero el ataque a Afganistán planeado por Washington en 2001 cambió todas estas estrategias: requería bases y puntos de apoyo en Asia. Y la colaboración de Pakistán era clave. E inmediatamente Washington la solicitó perentoriamente.

Independientemente de la inminencia de una guerra vecina, Pakistán debía actuar de manera opuesta a sus intereses nacionales.

Y tuve ocasión de presenciar este grave dilema. Entre el horror de lo ya ocurrido y las acciones que se estaban preparando como represalia ante lo considerado como un ataque de guerra, la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) invitó al entonces Embajador de Pakistán en Argentina, Dr. Saeed Khalid, a dar detalles de lo que se avecinaba. Sentada a su lado mirábamos a los espectadores, muchos de ellos comunicadores sociales.

El diplomático habló de su Pakistán: su pueblo, su economía, el paso de Alejandro Magno. Obviamente debía abstenerse de hacer comentarios sobre Washington. Entonces lo observé y fue notorio que no podía expresarse libremente. Luego fue mi turno y como académica podía decir todo lo que él debía callar como diplomático. Y lo hice. Luego comenzaron las preguntas. Y recuerdo una respuesta suya: “Accedimos al pedido de los Estados Unidos pero esperamos que su presencia no se extienda… porque cada muerto nos duele”. Era el 18 de octubre de 2001.

La guerra contra el terrorismo

En la primera etapa de la guerra actual, Pakistán perdió margen de maniobra en Afganistán, principalmente con la toma de Kabul por la Alianza del Norte. Irán, Rusia e India lo incrementaron y Estados Unidos tuvo un rol limitado. Por ello, luego del soporte inicial a la Alianza del Norte, se comenzó a desarrollar la idea de colocar a un pashtu moderado en el gobierno, propuesta resistida por Rusia e Irán y especialmente por la Alianza del Norte cuyo su objetivo, además de retener Kabul, era limitar el avance de Pakistán y de Estados Unidos, logrado a través de los talibán.

Irán y Rusia asistían a la Alianza del Norte en su tarea de recuperar gran parte del territorio de Afganistán. La entrada en Kabul era clave. Si se enfrentaban Estados Unidos y Pakistán contra Irán, India y Rusia, la posibilidad de un gobierno duradero en Afganistán se esfumaba, si es que no se desencadenaba una nueva guerra civil e inestabilidad en y con sus vecinos.

La cuestión es que las lealtades afganas nunca respondieron al Estado sino a su grupo étnico, a su versión del Islam (sunnita, chiíta o ismailí) y a los líderes tradicionales de sus propios clanes u tribus, en ese orden. En ese contexto la mitad meridional del país siempre resultó difícil de controlar. Por ello tomar Kandahar era indispensable para la coalición contra el terrorismo —lo que no hizo feliz a Pakistán— y Mazar i-Sharif, ambas ciudades meridionales en territorio relativamente llano, y destruir además los cultivos de opio. Washington dispuso para esta etapa de 30.000 a 40.000 efectivos, en tanto que la Alianza del Norte se ocuparía del resto del país.

Formación del “nuevo gobierno”

Estados Unidos debió responder ante Pakistán por el avance de la Alianza en Kabul. Una respuesta fue la cumbre de Bonn, que debía consagrar al ex monarca Mohammed Zahir Shah pero que, finalmente, nombró a Hamid Karzai —pashtún— como Presidente interino por seis meses, aunque retuvo su cargo hasta 2004.

La Loya Jirga o parlamento, formado por 21 líderes étnicos, religiosos y tribales, denunció presiones para la elección del gabinete ante el enviado de la ONU —Lajdar Brahimi— señalando que no descansó en la decisión de Karzai sino que fue tomada por la ONU.

El éxito en el proceso de organización institucional requería desarmar a algunos grupos y armar a otros, tarea que requería imparcialidad. Si la ONU y otras organizaciones internacionales fallaban, Pakistán podría apoyar a los pashtún y hacer fracasar la reconstrucción nacional. Era una empresa muy difícil construir un ejército de diferentes milicias que no quieren ir a la guerra y no se quieren entre sí. Pakistán continuaba bajo presión internacional.

¿Reconstrucción de Afganistán?

Las ofertas de ayuda para la reconstrucción del Estado fueron tentadoras. Pero no se trata de Europa —Plan Marshall mediante— o del Japón con su “nueva” Constitución de 1952. Reconstruir la infraestructura afgana —rutas, aeropuertos, plantas de energía y telecomunicaciones— era, sin duda, indispensable. Pero los nuevos ataques a Iraq (2003), postergaron los planes para esta región.

En este contexto se fortaleció un eje chino-ruso, ya institucionalizado a través de la Organización de Cooperación de Shanghai y la firma de un tratado bilateral ya firmado entre ambos Estados en julio de 2001.

El rol de Pakistán fue importante. El esfuerzo por erradicar a los talibán destruyó algo por lo que había trabajado por mucho tiempo. La solidaridad tribal, étnica y religiosa de gran parte de la población pakistaní con los pashtu logró transformar la situación en explosiva. Aun habiendo sido exitosa la misión de apartar a los talibán del gobierno, aparecieron otros extremismos con alianzas más peligrosas que las forjadas por Al-Qaeda

Y a casi 20 años, los que hemos vivido en Asia central, los que hemos seguido de cerca los acontecimientos e iniciativas adoptadas, hemos observado el horror de un Afganistán destruido, que en este 2021 sería desalojado de efectivos extranjeros pero cuyo futuro no está ni cerca de ser claro. Pero Pakistán también ha pagado precios muy altos. Las tribus sedentarias de la frontera con Afganistán han sido bombardeadas, acusadas de colaborar con terroristas. Obras milenarias de la ingeniería humana, acueductos que les permitían una agricultura de subsistencia fueron totalmente destruidos como parte de los primeros ensayos con drones. Sus zumbidos aterradores obligaron al exilio a los sobrevivientes ya sin medios de subsistencia. A la impotencia le siguió la furia. Y fue tal que los combatientes pakistaníes en Cachemira (en litigio con India), abandonaron ese frente de batalla para dirigirse a la frontera con Afganistán.

En mayo 2021 Pakistán descartó la posibilidad de volver a proporcionar sus bases militares a Estados Unidos para futuras operaciones antiterroristas en Afganistán. El ministro de Relaciones Exteriores Shah Mehmood Qureshi estableció que en adelante serán “sólo socios en paz”, que no se unirán a futuras guerras estadounidenses y no se están transfiriendo bases [estadounidenses] a Pakistán aunque Joe Biden ha reconocido que está examinando dónde reposicionar tropas para evitar que Afganistán vuelva a albergar grupos como Al-Qaeda.

Por el momento el espacio aéreo y terrestre de Pakistán solo se utiliza para transportar suministros militares no letales a Afganistán y facilitar el proceso de retirada de tropas estadounidenses en curso.

De todos modos, los últimos 20 años se sumaron a décadas previas de guerras. Ninguna intervención logró pacificar al país, invento del colonialismo británico que también pagó con guerras.

Y como burla del destino, luego de 20 años de guerra para derrocar a los antaño demonizados talibán, ahora se confía en que sean ellos quienes logren pacificar el país.

 

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas. 

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EL MERCADO DE LAS DROGAS ENTRE LAS SOCIEDADES ADINERADAS Y LA DESESPERACIÓN SOCIAL

Giancarlo Elia Valori*

Hace unos meses se publicó el Informe Mundial sobre Drogas 2020, que evaluó las tendencias de desarrollo del mercado mundial de drogas en los últimos diez años, y destacó específicamente el impacto del Covid-19 en el mercado de drogas.

El patrón de crecimiento de la población puede explicar en parte las razones de la expansión del mercado. El abuso de drogas ha aumentado en todo el mundo, tanto en términos de número global como de proporción de consumidores de drogas en la población mundial.

En 2009, se estimó que había 210 millones de consumidores de drogas, lo que representa el 4,8% de la población mundial de 15 a 64 años, en comparación con 269 millones en 2018, lo que representa el 5,3% de la población.

En las últimas dos décadas, el abuso de drogas en los países en desarrollo ha crecido mucho más rápido que en los países desarrollados. En cierta medida, esto refleja la diferencia en el crecimiento general de la población durante este período —7% en los países desarrollados y 28% en los países en desarrollo—, pero también pone de relieve el rápido crecimiento de la población joven en los países en desarrollo.

Los adolescentes y adultos jóvenes representan la mayor proporción de consumidores de drogas. Durante el período 2000-2018, en los países en desarrollo la población de este grupo de edad aumentó un 16%, mientras que la población de este grupo de edad disminuyó en un 10% en los países desarrollados.

La urbanización se ha convertido en un factor impulsor para el mercado actual y futuro de las drogas. Tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, hay más consumidores de drogas en las zonas urbanas que en las zonas rurales. Parte de la razón del aumento general del consumo de drogas es la migración a gran escala de personas de zonas rurales a urbanas: más de la mitad de la población mundial vive actualmente en zonas urbanas, frente al 34% en 1960. La urbanización puede ser un factor clave en la futura dinámica del mercado de drogas, especialmente en los países en desarrollo donde las tendencias de urbanización son más evidentes.

El aumento de la riqueza se asocia con un mayor consumo de drogas, pero las personas pobres soportan la mayor carga de enfermedades relacionadas con el consumo de drogas. En todo el mundo, el abuso de drogas es más común en los países desarrollados que en los en desarrollo. Las drogas como la cocaína están más estrechamente asociadas con las regiones más ricas del mundo. Del mismo modo, dentro de los países, la prevalencia del abuso de drogas entre los segmentos ricos de la sociedad es relativamente alta. Sin embargo, las personas con un estatus socioeconómico más bajo son más propensas a verse afectadas por trastornos relacionados con el abuso de drogas.

Los datos de algunos países muestran que existe una conexión entre los patrones de consumo nocivo de drogas y las enfermedades típicas de los grupos de bajos ingresos. Estos patrones parecen ser menos comunes en las clases sociales más ricas.

Es probable que las limitaciones económicas impuestas por la crisis mundial del Covid-19 exacerben los riesgos para los grupos más vulnerables, incluidos los consumidores de drogas. Por ejemplo, los cambios en el mercado laboral, como el aumento del desempleo, se han relacionado con el aumento posterior del consumo de drogas y, a favor de la epidemia, ha obligado a decenas de millones de personas en todo el mundo a perder su empleo mientras buscan refugio en sustancias peligrosas a precios bajos, pero con consecuencias muy fatales.

El Covid-19 podría conducir a una mayor expansión del mercado de drogas. La pandemia puede inducir a más agricultores y recolectores a aumentar o participar en el cultivo ilegal, tanto debido a la menor capacidad de control de las autoridades nacionales como porque más personas pueden decidir asumir el riesgo de participar en actividades ilegales durante la crisis económica.

Las restricciones relacionadas con la pandemia han llevado a una reducción del tráfico aéreo y terrestre, por lo que el tráfico marítimo ha aumentado. El riesgo de interceptación en el mar es bajo y el número de mercancías de contrabando es mayor que por aire o tierra. Recientemente se ha informado que la cocaína está siendo enviada directamente de Sudamérica a Europa por mar.

La aparición de sustancias no controladas internacionalmente es estable, pero nuevos tipos de opioides potencialmente dañinos están aumentando. El mercado de drogas se está volviendo cada vez más complejo. Además de sustancias tradicionales como la marihuana, la cocaína y la heroína, se han añadido cientos de drogas sintéticas, muchas de las cuales no están bajo control internacional. El uso no profesional de drogas también está aumentando rápidamente. Cada año hay alrededor de 500 nuevas sustancias activas en los mercados nacionales de los Estados.

En la actualidad, la mayoría de ellos son estimulantes, seguidos por agonistas de receptores cannabinoides sintéticos y una pequeña cantidad de opioides. Aunque el número total de nuevas sustancias psicoactivas se ha estabilizado, la proporción ha cambiado. Del total de nuevas sustancias psicoactivas identificadas en 2014, las nuevas sustancias psicoactivas opioides representaron sólo el 2%, pero en 2018 su número había aumentado al 9%. Muchas de las nuevas sustancias psicoactivas opioides son análogas del fentanilo, cuya eficacia y daño se han demostrado, causando muertes por sobredosis en América del Norte y otras regiones, pero en menor medida.

En América del Norte, el fentanilo se utiliza como una droga euforizante para la heroína y otras drogas (incluyendo cocaína y metanfetamina), y algunas sustancias se utilizan para producir opioides medicinales falsificados. Algunas pruebas muestran que también circulan en Europa nuevas inyecciones de estimulantes psicoactivos: un estudio de residuos de jeringas desechadas en seis ciudades europeas encontró que muchas jeringas están manchadas con nuevas sustancias psicoactivas que producen efectos aún más devastadores.

El uso de nuevas sustancias psicoactivas puede establecerse gradualmente entre los grupos más desfavorecidos. Un solo tipo de nuevas sustancias psicoactivas apenas ha formado un gran mercado. Sin embargo, las pruebas de Europa muestran que los cannabinoides sintéticos son un grave problema entre los grupos marginados, como las personas sin hogar y los presos. Hay veintidós países reportados por el uso de nuevas sustancias psicoactivas en las cárceles, la mayoría de ellas con cannabinoides sintéticos identificados como muy peligrosos.

El control de los precursores químicos obliga a los fabricantes de medicamentos a innovar. Muchos de los productos químicos más utilizados como precursores para sintetizar drogas como la anfetamina, metanfetamina y éxtasis han sido objeto de escrutinio internacional. Los narcotraficantes han buscado alternativas —y no sólo sustancias apenas reguladas—, sino también productos químicos diseñados específicamente para eludir las regulaciones, los llamados “precursores especiales”.

Diseñado para prevenir medidas restrictivas, es probable que -con la propagación de Covid-19, la producción de fármacos dependa de una mayor compresión de esos precursores químicos. Las pruebas encontradas incluso en México muestran que esto se ha convertido en una realidad: los informes sugieren que en 2020 la escasez de precursores de metanfetamina importados de Asia oriental causó un aumento en el precio de la metanfetamina en México y Estados Unidos.

La tasa de cambio en el mercado de drogas se ha acelerado dramáticamente. Las drogas sintéticas están reemplazando opiáceos en Asia Central y en la Federación de Rusia. Los mercados de opioides en estas dos regiones parecen haber cambiado entre 2008 y 2018.

El número de opiáceos interceptados por las autoridades de la Federación de Rusia ha disminuido en un 80% aproximadamente, mientras que el número de personas que reciben tratamiento para el uso de opioides ha disminuido drásticamente. El mercado de estimulantes, sin embargo, parece estar expandiéndose día a día. Hay evidencia de que la metanfetamina y varias cateinonas, incluyendo mefedrona y α-pirrolidinyl-fenilpentanal, están ahora en todas partes en el mercado ruso de drogas. Las autoridades rusas han informado de que recientemente el número de laboratorios clandestinos para la producción de diversas drogas ilegales ha aumentado significativamente, y se ha más que duplicado en dos años, aumentando a 152 laboratorios ya en 2018.

También hay un crecimiento del mercado de metanfetaminas en Afganistán e Irak. Ya en 2012, las encuestas realizadas al personal de hospitales, prisiones y otras instituciones revelaron la importancia de la metanfetamina en Irak. La metanfetamina de cristal se ha convertido en otra droga importante de preocupación, además del fentanilo y el tramadol. Un estudio ha confirmado además estos hallazgos, con los consumidores de drogas afirmando que el cannabis es más difícil de obtener que el fentanilo o la metanfetamina. Recientemente, las autoridades iraquíes han descubierto varios laboratorios de metanfetaminas y se ha expresado preocupación por las grandes importaciones de preparados de pseudoefedrina: los laboratorios de metanfetaminas utilizan estos preparados como precursores.

En Afganistán, la producción de metanfetaminas parece haber comenzado en 2014. Desde entonces, las incautaciones de metanfetaminas han aumentado constantemente. Sin embargo, en el primer semestre de 2019, las incautaciones aumentaron significativamente en comparación con el año anterior. Las grandes incautaciones de metanfetamina —que se cree que se originaron en Afganistán— en otras naciones también muestran que la producción en ese país está aumentando rápidamente.

Como podemos ver, las drogas han pasado de los medios de distracción para el aburrido mundo europeo a una alternativa para las personas desesperadas sin posibilidades de conseguir trabajo.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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AFGANISTÁN: EL FIN DE LA “GUERRA ETERNA” DE ESTADOS UNIDOS

Marco Crabu*

Fonte: khaama.com

La retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN, sin embargo, ha dejado un sabor amargo en las bocas del pueblo afgano y los estados vecinos.

 

En Afganistán ha llegado el momento de la “retirada”. Después de 20 largos años, comenzó formalmente la fase final de la “guerra eterna” estadounidense (y de la OTAN).

El sábado 1º de mayo —y hasta el final del verano— comenzarán las maniobras que sacarán del país, que algunos llaman “la Puerta de Asia Central”, a unos 2.500/3.500 soldados estadounidenses y casi 7.000 soldados de la OTAN.

De hecho, la misión en Afganistán comenzó oficialmente el 7 de octubre de 2001, tras la tragedia de las Torres Gemelas, con el objetivo de expulsar a Osama Bin Laden (que fue asesinado el 2 de mayo de 2011 durante la Operación Neptuno Spear, una acción militar llevada a cabo por el Navy SEAL como parte de la guerra contra el terrorismo), que desde entonces había huido al país asiático bajo la protección del gobierno talibán. Dos meses más tarde, el régimen talibán en el poder sufrió el intenso bombardeo de la fuerza aérea estadounidense que borró —ilusoriamente— la impronta del Emirato Islámico de Afganistán, llevando a la capital Kabul de vuelta a manos de las milicias “Shura-i-Nazar” (antes conocida como la Alianza del Norte) y empujando a los militantes de Al-Qaeda a huir. Desde entonces, Al-Qaeda se ha reducido, mientras que la amenaza terrorista se ha extendido como un cáncer global y en múltiples ramificaciones.

Pero la guerra en Afganistán demostró ser una oportunidad perdida para que Estados Unidos pusiera fin a las ambiciones de los talibanes y lanzara un serio plan de estabilización y pacificación, gracias a una estrategia a corto plazo de la política democrática estadounidense, que luego fue absorbida por los eventos de la Guerra del Golfo que se convirtieron en la prioridad en la agenda de Washington, pero también una pobre preparación cultural de la clase gobernante militar estadounidense que no apuntó a los colaboradores locales adecuados, entre otras cosas.

Todo ello condujo inexorablemente a un estancamiento, casi inmanejable a nivel militar, que unido a los exorbitantes costos de la misión han vaciado definitivamente el sentido de por qué seguir en el país. El proyecto Costos de guerra de la Universidad Brown estimó que la misión estadounidense en Afganistán ha costado unos 822.000 millones de dólares. El proyecto de la Universidad Brown documentó que unos 47.000 civiles han perdido la vida desde 2001 y millones han sido desplazados dentro de Afganistán o han huido a Pakistán, Irán y Europa. El ejército afgano también ha sufrido bajas significativas: unos 70.000 soldados han muerto en los enfrentamientos, mientras que el Departamento de Defensa de Washington dijo que desde 2001, unos 2.500 soldados estadounidenses han perdido la vida y hubo más de 21.000 heridos. Se estima que 3.800 contratistas estadounidenses de seguridad privada también han sido asesinados. En el conflicto hubo también 1.200 víctimas entre el personal de la OTAN en el país.

Además, como prueba del despilfarro de costos de la operación Afganistán, parece que los aliados necesitaban no menos de 4.000 millones de dólares al año para mantener la seguridad en el país y apoyar a las fuerzas regulares del gobierno local.

La razón de estos costos exorbitantes se debió principalmente al hecho de que los Estados Unidos tenían uno de los ejércitos más avanzados tecnológicamente y modernos del mundo, aunque en última instancia el gasto militar general en Afganistán nunca ha sido más transparente. Aunque se conocen muchos de los costos directos, los miles de millones de dólares asignados a la CIA y las operaciones especiales permanecieron encubiertos por el secreto. Además, los costos indirectos de la guerra, tales como: pago militar regular, amortización de equipos, desgaste, costos de salud a largo plazo, costos de apoyo del Pentágono dentro de los Estados Unidos, costos de transporte USTRANSCOM, costos de “hub” de transporte como la base aérea de Manas, costos por el préstamos de fondos, etc., no han sido cuidadosamente cuantificados.

Por no hablar de la corrupción que ha comenzado a extenderse por todas las filas del ejército de Kabul a lo largo de todos estos años. De hecho, aunque hay unos 300.000 soldados asalariados, parece que están empezando a surgir rumores de que el número real de unidades era mucho menor y que algunos comandantes afganos siempre han ampliado personalmente las líneas de los llamados “soldados fantasma”. Los talibanes, por su parte, han seguido manteniendo una posición de fuerza.

Desde su derrocamiento en 2001, los talibanes tuvieron tiempo de reagruparse y recuperar terreno y hoy, aunque no es tan fácil mapear los territorios en los que restablecieron su hegemonía, se cree que, con al menos 85.000 combatientes, tienen el control total sobre más de una quinta parte de Afganistán.

Fonte: southfront.org

Pero después de más de veinte años de conflicto, todos los actores involucrados —el gobierno afgano, los Estados Unidos y los talibanes— han dado la impresión de que quieren converger hacia un objetivo común, la paz. En virtud del histórico acuerdo firmado en Doha por las delegaciones talibán y estadounidense el 29 de febrero de 2020, bajo la administración del ex presidente Trump, Estados Unidos (y países de la OTAN) se comprometieron a retirar por completo las bases militares y Afganistán a partir del 15 de enero y el 1º de mayo de 2021. El acuerdo denominado “Agreement for Bringing Peace to Afghanistan” también incluyó: la liberación de prisioneros de ambos lados, el compromiso de los talibanes de renunciar a todos los lazos y relaciones con Al-Qaeda y los grupos yihadistas sobre el terreno, la promesa de una mesa de negociación con el gobierno afgano y la discusión de un alto el fuego común y prolongado.

Sin embargo, a pesar de haber logrado un resultado sin precedentes en los Estados Unidos que aseguró el fin de las hostilidades, el todavía fragmentado y frágil gobierno afgano seguía debilitado por las negociaciones, mientras que los talibanes, por el contrario, estaban vigorizados por las promesas estadounidenses y asumieron una posición de fuerza cada vez mayor. Teniendo en cuenta todo, el tema principal a resolver era y seguía siendo la difícil confrontación de los talibanes con la política afgana y la sociedad civil, y aunque no querían (aparentemente) un monopolio de poder para sí mismos, todavía estarían dispuestos a compartirlo con otras facciones, pero de una forma diferente del gobierno actual y la Constitución actual. Por otro lado, el actual gobierno debería haber sido capaz de satisfacer las demandas de los talibanes, demostrando que puede aspirar a una sociedad plural unida en sus objetivos comunes.

Las negociaciones continuaron en Qatar en septiembre de 2020, pero aquí surgieron grietas demasiado profundas en la delegación del gobierno afgano, tal vez todavía dividida por el resultado en disputa de las elecciones presidenciales de septiembre de 2019.

Pero las cosas no resultaron como se esperaba y los conflictos internos resurgieron abiertamente con violencia. Los talibanes pronto demostraron que la “desconexión” estadounidense era sólo un pretexto para obtener una ventaja militar sobre las fuerzas gubernamentales. De hecho, desde que se alcanzó el acuerdo sobre la retirada estadounidense, los talibanes rara vez han contratado tropas aliadas, más bien han seguido atacando sin piedad a las fuerzas gubernamentales en las provincias rurales y han emprendido una campaña de terror en las zonas urbanas. En otras palabras, los talibanes siempre han acusado a Washington de violar los Acuerdos de Qatar con Trump y de no cumplir con el calendario para la retirada de las tropas de Afganistán y, hasta ahora, los Estados Unidos nunca han estado seguros de que no serían atacados por rebeldes fundamentalistas durante las operaciones de repatriación.

En una declaración reciente, el portavoz militar talibán Zabihullah Mujahid dijo que el hecho de que Estados Unidos no cumpliera con los plazos previamente establecidos para una retirada completa de sus tropas “allanó el camino para que el muyahidín (Emirato Islámico de Afganistán) adoptara cualquier contramanifestación que considere apropiada contra las fuerzas de ocupación”. Sin embargo, la retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN ha dejado un sabor amargo en las bocas del pueblo afgano y sus vecinos. En la capital afgana y en todo el país existe un creciente temor de que la salida de las últimas tropas extranjeras sea seguida por el caos.

Los recuerdos de la época en que el gobierno fundamentalista talibán interrumpió a la sociedad afgana borrando las instituciones democráticas y los derechos de los ciudadanos, en particular los de las mujeres que se vieron obligadas a usar la burka (o chadri) de la cabeza a los dedos de los pies, siguen siendo vívidos. Los analistas advierten que la violencia podría aumentar dramáticamente en 2021 y que el proceso de paz podría colapsar, aumentando la probabilidad de una guerra civil prolongada, con miles de víctimas y el activismo simultáneo de grupos terroristas, en particular EIIL y Al-Qaeda.

Después de miles de millones de dólares gastados y décadas de guerra, muchos afganos se preguntan si realmente valió la pena retirar las fuerzas aliadas, y especialmente ahora.

 

* Licenciado en Ciencias Sociológicas, Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia. Especialista en Seguridad, Geopolítica y Defensa.

Artículo publicado originalmente el 07/05/2021 en OFCS.Report – Osservatorio – Focus per la Cultura della Sicurezza, Roma, Italia, https://www.ofcs.it/internazionale/afghanistan-la-fine-della-guerra-eterna-americana/#gsc.tab=0

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.