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LAS EMBAJADAS DE LA OTAN CONSPIRAN CONTRA EL ACERCAMIENTO ENTRE BRASIL Y LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS

Rafael Machado*

Tenemos más pruebas de que los países de la OTAN están efectivamente comprometidos en cooptar a Brasil y vincularlo al Occidente atlántico.

 

Según dijo Juan Domingo Perón, en el año 2000, vería a los países iberoamericanos unidos o, en caso contrario, aometidos. El nuevo milenio llegó, la integración continental no llegó (salvo algunas tímidas iniciativas) y, de hecho, los países de la región, en general, quedaron bajo la tutela del Occidente colectivo.

Este sueño de integración iberoamericana viene desde hace mucho tiempo, como ya hemos tenido oportunidad de mencionar en otras ocasiones. Ya estuvo presente en el propio proceso de independencia y en el pensamiento original de Simón Bolívar, aunque prevalecieron los intereses de las oligarquías sectarias locales. Y el papel de Brasil en este proyecto, visto como incierto en tiempos de Bolívar, ya era prácticamente consensuado a finales del siglo XIX, cuando se desarrolló la escuela «arielista», que perfilaba una oposición fundamental entre la América de raíces anglosajonas y la América de raíz ibérica, y propugnaba la unión de la segunda frente a la primera.

Uno de los factores que se ha identificado como obstáculo para esta integración continental es el hecho de que las elites brasileras tienen sus ojos más puestos en el Atlántico que en el «corazón» de Iberoamérica. Quizás porque la colonización de Brasil comenzó como una colonización costera, quizás simplemente por cómo fueron educadas las élites brasileñas, sin embargo tenemos ahí un hecho.

Gran parte de las elites brasileras (lo que se refleja en el pueblo) no se identifican como pertenecientes a la misma civilización que los pueblos vecinos y se sienten culturalmente más cerca de Estados Unidos que, por ejemplo, de argentinos, peruanos o mexicanos.

Una de las explicaciones ofrecidas para esta «alienación continental» por parte de muchos brasileños ha sido el hecho de que nosotros hablamos portugués, mientras nuestros vecinos hablan español. Es difícil aceptar esta explicación por varias razones: 1) No tiene sentido que el brasilero se identifique más con el estadounidense que con nuestros vecinos sobre esta base, ya que el inglés es obviamente menos comprensible entre sí frente al portugués; 2) El portugués y el español son suficientemente próximos, por los orígenes comunes del idioma, que surge del gallego-portugués, una de las lenguas pertenecientes a la familia lingüística de las lenguas ibéricas occidentales.

Nuestra «alienación continental», obviamente, tiene razones distintas a las lingüísticas: razones socioculturales, resultado de la «fascinación» de las élites brasileras en relación con los patrones culturales del «centro del mundo». Sin embargo, es obvio que la familiaridad lingüística une a los pueblos, por lo que nos parece parte de la construcción de las condiciones necesarias para que la integración continental acerque a los brasileros al idioma español y a nuestros vecinos al idioma portugués.

En este sentido, para intentar empezar a solucionar este problema, el gobierno de Vargas, en 1942, incluyó la enseñanza del español en el currículo brasilero obligatorio a través de la Ley Orgánica de Educación Secundaria nº 4.244. Esto ya seguía una lógica continentalista, ya que Vargas percibía el destino iberoamericano de Brasil y consideraba necesario el alineamiento mutuo entre los países de la región. No fue casualidad que más tarde él, Perón y el chileno Ibáñez organizaran el «Proyecto ABC» como semilla de un proyecto para estructurar un «Gran Espacio» continental integrado.

Pero aunque el impulso de Vargas en este sentido fue importante, debido a una serie de reveses y convulsiones históricas, a principios de siglo muchas escuelas brasileras todavía no ofrecían el español. Es necesario reconocer el mérito de Lula por haber cambiado esta situación al hacer obligatoria la enseñanza del español en los establecimientos de educación secundaria de Brasil a través de la Ley 11.161 de 2005.

Ahora que se discute una reforma del sistema educativo en Brasil, la llamada «Nueva Educación Secundaria», que ya está sacudida por una serie de polémicas, se reveló que durante la construcción y votación del proyecto de ley de la Nueva Educación Secundaria hubo una acción secreta de un lobby de las representaciones diplomáticas de Italia, Alemania y Francia, bajo el liderazgo de esta última, con el objetivo de sacar el español del currículum obligatorio.

Hablamos aquí de «lobby secreto» porque esta operación de sabotaje cultural del proyecto sólo fue publicitada por los medios de comunicación, como CNN (que también es un medio extranjero de un país de la OTAN), después de que el proyecto de ley ya había sido aprobado y ya estaba en el escritorio del Presidente Lula para su firma. Teniendo en cuenta que un movimiento de tres embajadas extranjeras junto con, probablemente, decenas (¡o más!) de diputados y senadores, así como de asesores, difícilmente podría permanecer en absoluto secreto y ser conocido por los periodistas sólo después de su aprobación.

Es más fácil considerar que los medios de comunicación ya estaban al tanto, pero calcularon el momento «correcto» para revelar informaciones obviamente controvertidas e indicativas de intervención estatal extranjera en el currículum escolar brasileño.

Tras la revelación del lobby antiespañol en Brasil, representantes de las embajadas implicadas salieron a revelar su perspectiva, según la cual el uso obligatorio del idioma español sería una «calamidad», pero ¿para quién?

Es fácil deducir cuáles serían los intereses de los países en cuestión.

La generalización del idioma español en Brasil facilitaría el acercamiento del pueblo brasileño con los países vecinos, lo que tendría consecuencias en todas las dimensiones sociales, desde el aumento del turismo hasta la aprobación de decisiones geopolíticas continentales, que obviamente irían en contra de la intenciones de cooptación que los países de la OTAN tienen en relación con Brasil.

Debemos recordar, por ejemplo, que Macron tiene una estrategia específica en relación con Brasil, cuyo objetivo es involucrar a Brasil en compromisos de diferentes tipos (desde económicos hasta militares) con los países de la OTAN para limitar el potencial de Brasil de alinearse con países contrahegemónicos.

Para lograrlo, naturalmente, sería esencial popularizar el francés en detrimento del español en Brasil.

Algunos parlamentarios brasileños pidieron aclaraciones a las embajadas, además de enviar una carta a Itamaraty para pedir al Ministerio de Relaciones Exteriores que comente e investigue esta injerencia extranjera en nuestros asuntos internos.

En cualquier caso, la conclusión es que tenemos más pruebas de que los países de la OTAN están efectivamente comprometidos en cooptar a Brasil y vincularlo al Occidente atlántico.

Esto requiere que Brasil tenga un mayor grado de conciencia sobre las contradicciones y amenazas geopolíticas de nuestro tiempo, si queremos contribuir efectivamente a la construcción de un nuevo orden multipolar.

 

* Editor, analista geopolítico y político, escritor especializado en asuntos latinoamericanos.

Artículo publicado en portugués el 26 de julio de 2024 por Strategic Culture Foundation, https://strategic-culture.su/news/2024/07/26/embaixadas-otan-conspiram-contra-aproximacao-entre-brasil-os-paises-da-america-latina/

UN G7 PARA UN OCCIDENTE CONVULSIONADO

Roberto Mansilla Blanco*

Los líderes mundiales en la reunión del G7. Foto: AFP

Entre el 13 y 15 de junio se celebró en la región de la Apulia italiana, la 50º Cumbre del Grupo de los Siete (G7) Un foro de impacto y trascendencia a la hora de discutir y tomar decisiones sobre problemáticas globales, con particular incidencia para los intereses occidentales. Están ahí presentes la Unión Europea, EEUU, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido pero también participan organismos como la OTAN y la Unión Africana y otras economías emergentes que no son miembros (Brasil, Argentina, India, Sudáfrica, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, entre otros) en gran medida alineados dentro de las esferas de intereses occidentales.

En el pasado, cuando las relaciones con Rusia no eran de la tensión permanente que observamos desde la invasión militar a Ucrania de 2022, este foro se llegó a denominar el G7+1, muy probablemente concebido de acuerdo con las expectativas occidentales de atraer a Moscú hacia sus esferas de influencia y, eventualmente, alejarla de cualquier asociación estratégica con China, el eterno «dolor de cabeza» occidental. Pero el momento 2024 indica otra realidad: la intransigencia occidental y «atlantista» vía sanciones y aislamiento hacia Moscú derivó precisamente en un reforzamiento ruso de sus alianzas euroasiáticas, especialmente con China. Así, la segunda economía mundial y una potencia llamada a liderar el siglo XXI, en este caso China, no está presente en el G7.

Esta edición de 2024 incluyó, entre otros temas, las crisis de Ucrania y Gaza, el desarrollo de África, el cambio climático, la migración, la seguridad económica en la región Indo-Pacífico, los retos de la inteligencia artificial y la energía. Con este panorama resultaba evidente que esta cumbre implicaría la adopción de una especie de «frente común» por parte del G7 occidentalizante para afrontar un convulsionado panorama internacional.

El cerco a Rusia y China

La presencia en Apulia del presidente ucraniano Volodymir Zelensky fue una confirmación de esta perspectiva y más cuando la misma se realizaba como antesala de la cumbre de la Paz para Ucrania en Suiza (15 y 16 de junio).

Una cumbre, la de la paz en Ucrania, en la que Rusia, parte integral del problema, no fue invitada, algo incomprensible si realmente se quiere llegar a una paz en ese conflicto. Y más aún cuando, con anterioridad, ese Occidente que se antojaba pacifista se volvió repentinamente belicista, despreciando otras iniciativas de paz como las de China, Brasil y Sudáfrica.

A pesar de los esfuerzos de la gira internacional de Zelensky y de sus apoyos occidentales, otros países con peso como China, India o Arabia Saudí, entre otros, declinaron asistir a ese encuentro en Suiza argumentando la falta de equidad de esta cumbre precisamente por la ausencia rusa. En total confirmaron su participación 92 países: 57 a través de jefes de Estado y de Gobierno y los otros 29 con embajadores y ministros.

Putin entró súbitamente en escena mientras finalizaba la cumbre del G7 y como antesala de la cumbre de paz de Ucrania. En Apulia se fortaleció el apoyo occidental a Ucrania con la dotación de 40.000 millones de euros vía activos rusos congelados por las sanciones y la renovación de las promesas por iniciar negociaciones de admisión ucraniana en la OTAN.

Consciente de que su ausencia condicionaba cualquier avance de la cumbre de Suiza, el presidente ruso quiso tomar la iniciativa reclamando protagonismo: respondió ofreciendo la posibilidad de un alto al fuego en el frente ucraniano a condición de que Kiev retirara sus fuerzas de las localidades de Zaporiyie, Jersón, Donetsk y Lugansk y anunciara su renuncia a ingresar en la OTAN. Washington se apresuró a rechazar estas peticiones rusas.

La presencia de Zelensky en la cumbre del G7 implicaba la necesidad de mostrar, cuando menos formalmente, el compromiso de ayuda occidental al aliado ucraniano, mismo volviendo a mencionarse la posibilidad de un ingreso express de Ucrania en la OTAN. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (quien debía dejar este cargo el año pasado pero aún no existe consenso sobre su sustituto) propuso un paquete de ayuda de € 100.000 millones para Kiev hasta 2029; precisamente coincidiendo con el período de legislación del próximo Parlamento Europeo salido de las elecciones del pasado 9 de junio (9J) e, igualmente, con la mayor parte del actual período presidencial de Putin hasta 2030.

El mensaje es claro: Occidente no abandonará a Ucrania, cuando menos no durante los próximos cinco años. Pero hay matices: el compromiso con Zelensky quedó en € 40.000 millones para este 2024 pero aún debe avanzarse en ese consenso, que tampoco es total entre los miembros del G7, de la OTAN y de la UE.

Sigamos con el contexto global en el que se celebran estas cumbres del G7 y de la Paz en Ucrania y que pueden ofrecer pistas importantes sobre las decisiones que se tomen ahí.

Con estos encuentros en marcha la fragata rusa Gorshkov, con submarino nuclear incluido, se acercó al puerto de La Habana, lo que es decir a escasas millas de las costas estadounidenses. Toda vez la maquinaria mediática se puso en marcha, comprometida con el sensacionalismo y la espectacularidad de la noticia comparándola con hechos históricos como fue la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, desde Washington se apresuraron a restar importancia al asunto porque esta aproximación de la fragata rusa «no constituye una amenaza».

Desde Moscú, Putin argumentó «compromisos militares» con su aliado cubano. Mirando el trasfondo, con el foco en las repercusiones globales de la guerra ucraniana, el peligro de una escalada nuclear siempre está presente entre Washington (6.800 armas nucleares) y Moscú (7.000), algo que conocen muy bien desde hace décadas.

Seguimos con el peligro nuclear. Estos días aparecieron noticias sobre la renovación de las tensiones fronterizas entre tres potencias nucleares, China (270 armas nucleares), India (130) y Pakistán (140). Recordemos que en la cumbre del G7, el tema de la seguridad en la región del Indo-Pacífico es unos de los temas estratégicos. China, y con menor intensidad India, son aliados rusos, más firme en el caso de Beijing, en la guerra ucraniana; además estos tres países son miembros de un BRICS en ascenso.

Pakistán es un aliado importante chino precisamente para contrarrestar el peso geopolítico de una India que viene de reelegir como presidente al nacionalista radical Narendra Modi. India juega complejos equilibrios entre Occidente, China y Rusia además de manejar sus propios intereses, particularmente imperativos en las disputas fronterizas con Pakistán (región de Cachemira) y China (Tíbet). Y aquí se enmarcan algunos de los objetivos occidentales «atlantistas» relativos a intentar implosionar el eje sino-ruso, desde Ucrania hasta o Indo-Pacífico, sin desestimar Taiwán.

Miremos ahora al Cáucaso, donde el presidente armenio Nikol Pashinyan, de orientación prooccidental, anunció precisamente esta semana la salida de Armenia de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), organismo defensivo constantemente comparado con la OTAN pero impulsado por Rusia en el entorno euroasiático.

Armenia, fuertemente dependiente de la energía rusa y ruta de tránsito de oleoductos y gasoductos desde el mar Caspio, se ve igualmente convulsionada en protestas contra Pashinyan por sus cesiones territoriales a la vecina Azerbaiyán tras la «guerra relámpago» de finales de 2023 en torno al enclave (ahora ex armenio) de Nagorno Karabaj, hoy prácticamente en manos azeríes. El mandatario armenio acusa a Moscú y a la OTSC de inclinarse a favor de los intereses azeríes en detrimento de los armenios. Pero tras la caída de Nagorno Karabaj llegaron a Armenia millares de refugiados descontentos con Pashinyan.

Como en la vecina Georgia con la aprobación de la «Ley Rusa» contra agentes extranjeros, en Armenia se libra un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente que puede explicar la eventual ampliación de un «frente de guerra» de Ucrania hasta o Cáucaso.

Volvemos a Ucrania. En Kiev los servicios de seguridad se felicitaron porque las armas de la OTAN prometidas para las fuerzas armadas ucranianas ya están teniendo efecto en ataques dentro del territorio de la Federación rusa. Lo que es lo mismo; ya comienza a evidenciarse en Ucrania una guerra directa a cámara lenta entre la OTAN y Rusia. No obstante, en Kiev y Bruselas son conscientes del desequilibrio militar con  respecto a Rusia, de los avances de la contraofensiva militar rusa (Járkov), de los problemas de Zelensky para reclutar efectivos y de la necesidad imperiosa de una ayuda occidental que no se traduzca únicamente en armamento y dinero sino también en tropas especializadas. Cuando menos si atendemos las declaraciones de algunos de sus líderes, Europa ya observa casi como inevitable este conflicto con Rusia.

Ante la pretendida «amenaza rusa», Alemania ensaya retornar al servicio militar obligatorio; Polonia lleva tiempo acelerando la instrucción militar entre la población civil. También comienzan a tener incidencia mediática y política nuevos escenarios conflictivos que se vislumbran en los países bálticos; Polonia; Moldavia-Transnistria.

Una UE cada vez menos «europeísta»

Finalmente, la UE vive la resaca del ascenso de los populismos, de la ultraderecha y de los partidos euroescépticos en las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio. Se estima que estos partidos ocuparían casi el 25% del próximo Parlamento europeo hasta 2029.

El momento político en la UE no es sencillo para sus élites y menos para algunos de sus presidentes, como es el caso del francés Emmanuel Macron, quien debió convocar a elecciones legislativas anticipadas, muy golpeado por el ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. De hecho, figuras de la derecha francesa comienzan a acercarse a Le Pen con algunas consecuencias políticas, como fue la expulsión de Éric Ciotti como líder del conservador Los Republicanos. Las divisiones en la derecha tradicional y la izquierda francesas abren las expectativas de una posible abrumadora victoria de Le Pen en las próximas legislativas.

Tampoco le va bien al canciller alemán Olaf Schölz, que ve el ascenso de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido acusado desde diversos círculos políticos y mediáticos de presuntamente tener vínculos con el Kremlin. Macron y Schölz, presentes en el G7, ven condicionado y golpeado el histórico eje París-Berlín que siempre manejó el europeísmo da UE.

El horizonte electoral es preocupante para ellos: Alemania (2026) y Francia (2027) tendrán elecciones generales en un contexto de guerra en Ucrania, quien sabe si guerra directa con Rusia y ascenso de la ultraderecha y de los populismos euroescépticos. Si bien no está en la UE desde el Brexit, el primer ministro británico Rishi Sunak, también presente en la cumbre de Savelletri, se juega su cargo en las elecciones generales convocadas para el próximo 4 de julio. Por su parte la presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, busca consolidar un nuevo mandato hasta 2029 pactando si es necesario con la ultraderecha en ascenso.

Mientras se habla con normalidad de una escalada bélica como si fuera de una Champions League militar, la «amenaza rusa» es el «enemigo conveniente» para un Occidente «atlantista» que intenta reconstruirse pero que se observa trastornado por el hecho de que precisamente Rusia resiste y sigue en pie; y porque los recientes resultados electorales en Europa no son los esperados por Bruselas mientras Moscú juega también con fuerza en este escenario.

Antecediendo a la cumbre del G7 se celebró en San Petersburgo un Foro Económico Internacional (5-7 de junio) con exitosas alianzas para Rusia con países asiáticos, africanos y latinoamericanos. Moscú maneja con China un nuevo eje Sur-Sur que también tiene incidencia dentro de los BRICS: Turquía, miembro de la OTAN, anunció su interés en ingresar en ese organismo, que puede tener su antesala en la próxima cumbre de los BRICS a celebrarse en noviembre en la localidad rusa de Kazán. Manteniendo igualmente sus equilibrios geopolíticos, Turquía comienza cada vez más a apostar por un ascendente eje euroasiático sino-ruso «despidiéndose» discretamente de Occidente.

Todo esto gravitaba en torno al G7. Le tocaba a Italia realizar esta cumbre por su presidencia rotativa en el organismo. La anfitriona Giorgia Meloni, exultante por sus buenos resultados electorales del 9J, hizo del encuentro un espacio de relajación estilo Dolce Vita para preparar un segundo semestre de 2024 que se apremia convulso y difícil. Porque el ojo de Bruselas está en Washington, en esas presidenciales en EEUU entre Trump y Biden, cada quien apremiado, directa o indirectamente, por escándalos con la justicia. Un Biden que busca la reelección pero atenazado en dos guerras en las que manifiesta o su «doble rasero»: mientras arma a Ucrania pide el cese al fuego en Gaza.

En la Apulia estuvieron también presentes el presidente brasileño Lula da Silva, un crítico con la ayuda a Ucrania y muy próximo al eje sino-ruso vía BRICS, y el polémico y extravagante mandatario argentino Javier Milei, aliado de Meloni y nueva «superstar» de la ultraderecha populista y liberal transatlántica. Mientras desmantela el Estado, Argentina está viviendo protestas por el programa de shock de Milei y el aumento de los índices de pobreza, calculado en un 55% de acuerdo con algunas investigaciones. En esta cumbre del G7, Meloni busca también su escaparate internacional para potenciar una agenda «ultra» y «antiprogresista», cada vez más afianzada a nivel global.

Por cierto, este 14 de junio comenzó en Alemania la Euro 2024. Y la próxima semana  vendrá la Copa América. Un mes completo de fútbol de alto nivel, con Messi, Mbappé, CR7, Bellingham….en el centro de atención. Y ya sabe, fútbol, pan y circo para el pueblo mientras el mundo se desliza hacia el escenario más peligroso y convulso desde la II Guerra Mundial.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/un-g7-para-un-occidente-convulsionado-roberto-mansilla-blanco/.

EUROPA DEL ESTE VUELVE A SER UNA REGIÓN DE DISRUPCIÓN MAYOR

Alberto Hutschenreuter*

La zona que se extiende desde Finlandia hasta el mar Negro se está convirtiendo en la región más militarizada y tensa del mundo. En Ucrania la guerra ha ingresado en su tercer año, mientras que la confrontación latente entre Occidente y Rusia se desarrolla desde hace bastante más tiempo, aunque el deterioro sensible de este choque entre poderes mayores se produjo a partir de la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022.

Dada la posición de las partes militarmente enfrentadas, los escenarios consideran que la guerra se prolongará, a menos que una de ellas colapse como consecuencia del esfuerzo bélico. Por ello, no es del todo adecuado decir que existe un «punto muerto», pues una de las partes, Rusia, presenta un frente interno menos frágil que la otra, si bien es cierto que a la hora de evaluar ganancias en el terreno prácticamente ninguna logra avances significativos. En parte, esa impotencia explica los ataques fuera de la zona central de choque.

En efecto, si consideramos la situación política, social, económica y militar de Rusia y Ucrania, las ventajas las tiene la primera, pues la guerra fungió funcional para que el régimen fuera más rápido para concentrar su poder y lograr un compromiso nacional. Asimismo, las trece rondas de sanciones no quebraron a Rusia; por último, aunque podría traer problemas a la economía en el mediano plazo, la industria militar rusa está alcanzando un grado de producción (de proyectiles, drones, entre otros) que le permite sostener el frente y «mover» la economía.

De todos modos, la guerra se ha vuelto casi irreductible, no sólo por las posiciones de ambas partes, sino porque, aunque se llegara al mejor de los escenarios, un cese e inicio de negociaciones, ello difícilmente implicará estabilidad, pues podría suceder que Moscú reinicie su plan basado en la no existencia del Estado de Ucrania. Y esta situación podría conducir a un portal hacia lo desconocido.

Más allá de estas consideraciones, por debilidad o por fortaleza la placa geopolítica de Europa del este siempre parece llamada a provocar situaciones de inestabilidad mayor.

Hace poco más de cien años, el final de la Gran Guerra y la desaparición de cuatro imperios (alemán, austro-húngaro-, turco y ruso) llevaron a una configuración geopolítica débil en esa enorme región, un «cinturón de fragmentación» según el término de geopolítico estadounidense Saul Bernard Cohen.

El presidente estadounidense Woodrow Wilson sostuvo firmemente el principio de autodeterminación de los pueblos, lo cual fue sin duda justo para ese mosaico de nacionalidades pos-imperiales, aunque acabaría siendo geopolíticamente no funcional para la estabilidad continental.

En 1925 la diplomacia suave llevada adelante por ese gran estadista que fue Gustavo Stresemann, canciller y ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, forjó la primera situación que posteriormente sería aprovechada por la geopolítica revolucionaria de Hitler en el centro y este de Europa. Aquel año se firmaron en Suiza los Tratados de Locarno por los que Francia y Alemania renunciaron a cambiar por la violencia sus fronteras. Sabiamente, Stresemann logró que se evitara tocar la cuestión de las fronteras en el este, donde Alemania había quedado fragmentada por el Tratado de Versalles.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó dividida. Fue el tiempo de las graníticas esferas de influencia (con la Alemania dividida como epicentro de la rivalidad bipolar), las que se extendieron hasta que a la Unión Soviética se le hizo imposible mantener el «corsé» ideológico-militar en el denominado «imperio soviético» de Europa.

Pero a partir del final de la división, ningún sistema basado en el equilibrio geopolítico se estableció en Europa central y del este. En lugar de un orden continental en el que la seguridad de unos no se fuera construyera en detrimento de la inseguridad de otros, la extensión illimitata de la OTAN produjo lo contrario: un desequilibrio geopolítico en detrimento del actor geográficamente más grande, pero territorialmente más inseguro de Europa, Rusia.

Por tanto, si hace un siglo Europa del centro-este fue un problema por su debilidad, hoy lo es por su fortaleza. Si en el mejor de los casos se llega a un acuerdo entre Rusia y Ucrania, la región quedará dividida por una rígida cortina militar, es decir, sin ninguna buffer zone. En caso de continuar la contienda logrando Rusia cada vez más ganancias territoriales, es difícil considerar qué podría suceder en la región, aunque sin duda no habrá descenso alguno de la acumulación y tensión militar. Más todavía, no habría que descartar una situación de «reajustes» geopolíticos considerando los «durmientes territoriales» que existen allí, por caso, los situados en Ucrania y Moldavia reclamados por las fuerzas políticas de derecha en Rumanía

Desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta hoy, tres configuraciones geopolíticas marcaron el destino de Europa del este: la fragilidad interestatal, los bloques geoestratégicos y, hasta ahora, la guerra y la fuerte armamentización OTAN-Rusia que, más que una configuración, es una situación de confrontación latente mayor.

A esta situación se llegó por no haberse respetado la geopolítica, es decir, en lugar de crearse un espacio basado en la seguridad indivisible altamente garantizado por los poderes preeminentes, los pactos y las organizaciones intergubernamentales, se llevó la victoria en la Guerra Fría más allá de lo conveniente, es decir, no solo comenzó a degradarse la victoria a medida que la OTAN marchaba rumbo al este, sino que se alimentó una crisis y una guerra cuyo desenlace podría implicar un nuevo (y en parte desconocido) descenso de la seguridad internacional.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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