Un año después de los ataques de Hamás en territorio israelí, que dieron paso a la desproporcionada e inhumana invasión militar de Gaza, ¿cuál es el panorama en Oriente Próximo? Existe una nueva crisis de refugiados ante el desplazamiento de población palestina hacia el sur de la Franja de Gaza, Israel inicia una nueva guerra invadiendo el sur del Líbano con la finalidad de descabezar al movimiento islamista Hizbulá, al mismo tiempo que ataca posiciones en Yemen de la comunidad hutí, aliado iraní.
Esta nueva ofensiva israelí dio paso a la respuesta iraní y del Hizbulá con el lanzamiento de misiles y drones contra territorio israelí. Israel ha hecho patente su absoluto desprecio por la ONU, incluso atacando algunos de los puntos y convoyes de este organismo en un claro ejercicio de amenaza disuasiva, tal y como ha venido realizando con prácticamente todas las resoluciones de la ONU en lo relativo al tema palestino.
El resultado, un año después, es más guerra en Oriente Próximo y una escalada de tensiones que implica observar con atención la posibilidad de un enfrentamiento directo entre Israel e Irán.
Los acontecimientos interpretan que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu está acelerando el viejo proyecto del «Gran Israel» buscando sellar definitivamente las denominadas «fronteras históricas» y diseñando una nueva geopolítica regional. La posibilidad de difusión de un conflicto a gran escala contra Irán, Irak y Siria no es un escenario para nada descartable.
Por mucho que la retórica oficial israelí se esfuerce en justificar sus acciones bajo la recurrente perspectiva de «victimización», queda claro que Netanyahu no está librando una guerra «por la supervivencia» ni por la «vitalidad del Estado de Israel». Lo hace bajo el argumento de existencia de enemigos frecuentes (Irán, Hizbulá, Hamás) pero no menos convenientes para mantener su poderoso establishment militar-industrial israelí, verdadero factor de poder que nutre la existencia del Estado de Israel como entidad estatal, obviamente con el apoyo de EEUU y Europa.
Por otra parte, el sorprendente ataque de Hamás en octubre de 2023 abrió una brecha dentro de la sociedad israelí, rompiendo el mito de su imbatibilidad militar y de la impenetrabilidad de su territorio. Los dos ataques masivos de misiles por parte de Teherán en lo que va de 2024 (abril y octubre) confirman igualmente esa perspectiva. No obstante, la sociedad israelí no parece mostrar mayores críticas o cuestionamentos contra la «línea dura» consolidada por Netanyahu y sus aliados, amparados bajo un proyecto supremacista que denigra y demoniza al contrincante. Israel desistirá de cualquiera mea culpa así como tampoco atenderá (cómo viene siendo costumbre) la legalidad internacional siempre que los resultados militares sean eficaces para neutralizar a sus enemigos.
No obstante, no queda claro que Israel esté avanzando militarmente en estas dos guerras simultáneas (Gaza y Líbano) que pueden prolongarse con el tiempo. Un año después del ataque de Hamás, Tel Aviv apenas logró liberar una decena de los más de 200 israelíes secuestrados. Si bien golpeados y asesinados sus principales líderes (Ismail Haniya y Yahya Sinwar por parte de Hamás; Hasán Nasralá del Hizbulá) ambos movimientos distan notoriamente de mostrar cualquier atisbo de desaparición; incluso refuerzan su condición de actores de resistencia y han revitalizado, al menos de cara al exterior, una causa palestina que parecía adormecida. Y en el trasfondo también está Irán, el eje vertebrador de esta especie de cinturón contra Israel dentro de un volátil e inestable mapa regional pero que sabe que sus respuestas contra Israel deben ser calculadas tomando en cuenta la posibilidad de manifestar un desequilibrio militar y de apoyos geopolíticos a favor de Tel Aviv.
Por otro lado, también está la doble vara de medir de una comunidad internacional cada vez más incongruente e insignificante. La misma que demonizó al presidente ruso Vladimir Putin con la invasión de Ucrania en 2022, aplicando una oleada de sanciones nunca antes vista contra un país, hoy busca tomar distancia de los crímenes que Israel comete en Palestina y ante sus aspiraciones hegemónicas regionales.
Occidente poco tiene que ofrecer cuando un eje euroasiático China-Rusia-Irán-Turquía (e incluso India) comienza a pisar con fuerza en la arena internacional, creando y fortaleciendo alternativas multilaterales (OCS, BRICS+) y alterando los cimientos de poder de ese interregno denominado «post-postguerra fría», hoy prácticamente sepultada. La cumbre de los BRICS a celebrarse en Kazán (Rusia) entre el 22 y el 24 de octubre plantea la posibilidad de ingreso del Turquía en este organismo multipolar toda vez que otros actores emergentes y potencias energéticas como Indonesia, Malasia, Tailandia, Vietnam y Argelia piden también su ingreso.
Por otra parte, el silencio de los principales países árabes (Egipto, Arabia Saudí, Qatar) sobre lo que sucede en Gaza y Líbano podría confirmar colaterales factores de complicidad con Israel. La eventual desarticulación de dos movimientos islamistas (Hamás y Hizbulá), que tienen demostrada su eficacia en la resistencia y lucha armada contra Israel, y su consecuente efecto neutralizador hacia Irán puede suponer para las élites árabes un beneficio político orientado a neutralizar cualquier síntoma de simpatía popular hacia esos movimientos, especialmente ante la presencia de otros movimientos islamistas como la Hermandad Musulmana, con múltiples redes de apoyo regionales.
Un año después de la guerra desatada por Netanyahu, el conflicto en Oriente Próximo entra en terreno desconocido. La única certeza es que Israel solo conoce el militarismo y la guerra como ethos y razón de ser, incapacitado para impulsar cualquier iniciativa diplomática o de paz que no sea bajo sus condiciones y amparada en los históricos apoyos occidentales.
Un año después también vemos como se derriba definitivamente esa pretendida pax americana en Oriente Próximo, otrora proyecto hegemónico de la «posguerra fría» en el que Washington, igualmente incapacitado para solucionar la actual crisis, parece ahora convencido de la necesidad de derogar esa tarea en su aliado regional, perpetuando así la impunidad israelí.
* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanksy medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.
Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-eterna-impunidade-israeli-roberto-mansilla-blanco/
El conflicto entre Israel, Hizbulá e Irán es un escenario que puede definir algunas claves a la hora de observar el futuro político del cada vez más cuestionado y aislado mandatario venezolano
El asesinato en Beirut del líder de Hizbulá Hassan Nasralá este 27 de septiembre en el marco de la ofensiva israelí contra la milicia islamista al sur del Líbano, la consecuente invasión militar terrestre israelí a este país árabe y la posterior respuesta iraní atacando territorio israelí son aspectos que apuntan a otro actor geográficamente lejano de la zona de conflicto en Oriente Próximo pero geopolíticamente mucho más cercano: el cuestionado presidente venezolano Nicolás Maduro, considerado el principal aliado de Nasralá y del Hizbulá en el hemisferio occidental.
La virulenta reacción de Maduro tras la muerte de Nasralá acusando a Israel del asesinato demuestra el calibre de las relaciones geopolíticas fraguadas entre el «chavismo» y el Hizbulá, igualmente extensivas a otros actores del mundo árabe e islámico como Siria e Irán. Sin Nasralá al mando y con un Hizbulá que se prepara para una nueva guerra frontal con Israel, Maduro debe ahora medir con mayor asertividad este nuevo contexto tomando en cuenta los apoyos que ha venido tejiendo con Hizbulá, sus frecuentes críticas contra Israel y la presión internacional sobre el presunto fraude electoral en Venezuela en los comicios presidenciales del pasado 28 de julio.
El triángulo Caracas-Beirut-Teherán
La relación Maduro-Hizbulá comenzó a fraguarse con mayor nitidez a partir de 2007, siendo entonces Maduro ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Hugo Chávez. Entonces, la milicia islamista libanesa estaba librando prácticamente una guerra abierta contra Israel en el sur del Líbano, casi en paralelo a los combates israelíes contra el movimiento islamista palestino Hamás en Gaza. Una coyuntura muy similar a la que observamos actualmente.
En los orígenes del movimiento «bolivariano» dentro de la Fuerza Armada venezolana a comienzos de la década de 1980 se verificó una embrionaria relación con algunos países árabes, en especial aquellos inspirados en el socialismo y nacionalismo panarábe nasserista como han sido los casos de la Libia de Muammar al Gadafi, el Irak de Saddam Hussein y la Siria de Hafez el Assad, padre del actual gobernante Bashar al Asad.
Posteriormente, a mediados de la década de 1990, la súbita aparición en estos círculos «bolivarianos» del sociólogo revisionista argentino Norberto Ceresole como una especie de mentor geopolítico del «chavismo» determinó la apertura de conexiones con Irán y algunos grupos radicales del islamismo político árabe, en este caso Hizbulá, dentro de la perspectiva ceresoliana de fragmentación de bloques de poder contra la «posición hegemónica de EEUU e Israel».
Tres actores entraron así en escena: el movimiento islamista libanés Hizbulá, con presuntas conexiones previas en América del Sur (Triple Frontera Argentina, Brasil y Paraguay); la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI) iraní, particularmente visible a partir de 2007 con la visita a Caracas del entonces presidente Mahmud Ahmadíneyad y la adopción de una relación estratégica con el gobierno de Chávez; y los movimientos palestinos, destacando el apoyo de Chávez y Maduro a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) y al islamista Hamás.
La presencia de una numerosa comunidad de origen libanés, siria y palestina en Venezuela, así como la implicación política de varios de sus miembros a favor del «chavismo» a través de altos cargos como el caído en desgracia «ex zar del Petróleo» Tareck El Aissami y el actual fiscal general Tarek William Saab, entre otros, permitió vertebrar una sintonía especial con gobiernos como la Siria de Bashar al Asad, el régimen iraní, el Hizbulá e incluso Turquía.
Algunas fuentes identifican a la caribeña isla de Margarita y el Oriente venezolano como las regiones de mayor operatividad de supuestas células del Hizbulá y de grupos palestinos. Otros consideran que la GRI supuestamente provee a los organismos de seguridad venezolanos de expertos en represión e incluso mantiene vínculos de conexión con la FANB en materia de asistencia militar para la resistencia «antiimperialista».
Por otro lado también se señala que la presencia del Hizbulá e Irán en Venezuela tiene vínculos económicos y empresariales, algunas de ellas incluso con actividades ilícitas de lavado de dinero y mecanismos alternativos para desviar las sanciones occidentales contra Caracas a través de una compleja red financiera de clanes familiares y políticos. Con apoyo iraní, Hizbulá ha logrado tejer una red financiera que ha alcanzado la Venezuela de Chávez y Maduro, un país con una boyante comunidad árabe y especialmente siria y libanesa con incidencia social, cultural y económica pero también política, en este último caso más perfilada a favor del «chavismo».
Con Chávez pero especialmente con Maduro en el poder, Caracas le ha otorgado al Hizbulá un factor preponderante a la hora de mantener una sintonía de intereses geopolíticos contrarios a la alianza EEUU-Israel, siguiendo así los parámetros geopolíticos ceresolianos. Pero esos intereses también han alcanzado el aspecto económico y financiero, muy importante tomando en cuenta las sanciones que EEUU y la Unión Europea han realizado contra el régimen de Maduro sin menoscabar que Washington y Bruselas catalogan a la milicia libanesa de «organización terrorista».
Las razones de Israel que Maduro debe atender
Esta coyuntura de guerra abierta entre Israel y Hizbulá, que recrea para Tel Aviv una especie de segundo frente ampliado al que mantiene en Gaza contra Hamás, tiene en mente igualmente otro escenario: las elecciones presidenciales estadounidenses del próximo 5 de noviembre.
Tras bombardear posiciones del Hizbulá, descabezar su liderazgo con el asesinato de Nasralá y otros altos cargos y preparar la eventual invasión terrestre, el Alto Mando israelí no ha dudado en advertir que esta operación de invasión al Líbano «durará el tiempo que tenga que durar, diez años si es posible». Este 1° de octubre las fuerzas israelíes iniciaron una invasión táctica del territorio libanés. El mensaje estaba claramente dirigido hacia las dos candidaturas que pujan por llegar a la Casa Blanca, la del republicano Donald Trump (un aliado irrestricto del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu) y la abanderada del Partido Demócrata, Kamala Harris, más propensa al multilateralismo y a criticar, como ya lo hizo, la desproporcionada respuesta militar israelí contra Hamás en Gaza, denunciando el drama humanitario causado.
Consciente de la impunidad que le otorga tener el apoyo de la aún perceptible hegemonía estadounidense, con la ofensiva al sur del Líbano contra Hizbulá, Netanyahu busca claramente fijar sus posiciones hacia quién será finalmente el ganador de las presidenciales estadounidenses. Pero las dos guerras, la de Gaza y el Líbano, define igualmente otra perspectiva muy presente en el ala dura de la política y las fuerzas militares israelíes: el de asegurar definitivamente las «fronteras históricas del Gran Israel», un proyecto que viene acelerándose desde hace más de una década. Como émulo de lo que significa el Donbás para Rusia, Israel parece estar diseñando un muro de contención geopolítico defensivo entre el sur del Líbano y Gaza.
Pero existen otros factores que podrían explicar por qué Israel reactiva ahora una especie de proxy war contra Hizbulá y que desde Caracas, Maduro debe igualmente calcular. Antes del ataque israelí al sur del Líbano, el nuevo presidente iraní Masud Pezeshkian lanzó un mensaje a Washington tendiente a reactivar las negociaciones sobre el programa nuclear de Teherán. La posibilidad de apertura de una etapa de distensión entre Irán y Occidente le resultaría inaceptable a la «línea dura» que hoy gobierna con Netanyahu; de allí su premura por atacar posiciones contra Hizbulá, el principal aliado iraní en Oriente Próximo junto al presidente sirio Bashar al Asad, así como en posiciones de los aliados hutíes en Yemen.
Con el descabezamiento del Hizbulá, Netanyahu busca involucrar más directamente a Irán en este conflicto. Y en este sentido ha alcanzado su propósito: horas después de la invasión israelí del Líbano, Irán lanzó ataques con casi 200 misiles balísticos hacia territorio israelí, causando decenas de muertos. Anteriormente se presentó un atentado en una estación ferroviaria de Tel Aviv. Más allá de su tradicional retórica retaliativa, Teherán ha pasado de apostar por la prudencia estratégica a tomar cartas en el asunto como hiciera en abril pasado atacando territorio israelí. Con ello manifiesta su intención de no dejar caer una pieza estratégica para sus intereses como Hizbulá, toda vez que responde a los ataques israelíes a posiciones hutíes en Yemen, una esfera de influencia que aproxima esa proxy war entre Israel e Irán.
Por otro lado, la ofensiva israelí en el Líbano puede suponer una maniobra de distracción con la finalidad de degradar la atención internacional ante el conflicto entre Rusia y Ucrania, que cada vez más se define en una confrontación directa entre Moscú y la OTAN. Aparecen algunas señales de posibilidad de una negociación en el frente ucraniano vía alto al fuego, sin perder igualmente de vista las elecciones estadounidenses, Netanyahu busca retrotraer la atención hacia sus intereses en Oriente Próximo amparando una escalada bélica en dos frentes.
Para ello, y cuando estamos a escasas semanas del primer aniversario de la cruenta guerra de Gaza, Israel parece abrir otro frente contra Hizbulá en el sur del Líbano con la finalidad de fijar una especie de cordón sanitario de seguridad que, al mismo tiempo, recree las expectativas de Netanyahu y la línea dura en Tel Aviv de concretar las «fronteras históricas definitivas del Gran Israel».
Esta visión supremacista israelí, que no calza con ninguna perspectiva de lucha por su supervivencia y vitalidad en un ambiente hostil como es Oriente Próximo, también supone un mensaje indirecto enviado hacia más lejanos de Hizbulá, Hamás, Irán, Siria y Rusia como es obviamente la Venezuela de Maduro. Para muestra un botón: en medio de esta coyuntura, el presidente argentino Javier Milei, probablemente el principal aliado israelí en América Latina, lanzó una orden judicial para arrestar a Maduro y otros altos dirigentes de su gobierno por «crímenes de lesa humanidad» justo cuando la Corte Penal Internacional está por presentar un nuevo informe decisivo sobre las investigaciones que lleva a cabo contra Maduro y otros altos cargos venezolanos.
Edmundo, María Corina y el exilio venezolano
Sin perder la atención en la crisis de Oriente Próximo vale la pena destacar qué es lo que está sucediendo en Venezuela tras las elecciones del 28J. El asilo político otorgado a mediados de septiembre por el gobierno español de Pedro Sánchez al candidato opositor Edmundo González Urrutia y la aprobación de una iniciativa parlamentaria no de ley ni de carácter vinculante impulsada por el PP, VOX, PNV, CC y UPN en la que el Congreso de los Diputados reconoce la legitimidad presidencial de Urrutia e insta al gobierno a hacer lo mismo evidencian en que medida Venezuela es materia frecuente de la política española, una variable igualmente determinada por la presencia de una numerosa diáspora venezolana presente en España.
De este modo, Madrid se convierte en la capital del exilio venezolano. Además de Urrutia están otros líderes opositores como Antonio Ledezma, Leopoldo López, Julio Borges y cientos de activistas políticos. Pero no solo hablamos de la oposición sino también de ex funcionarios de los gobiernos de Chávez y Maduro.
Toda vez Madrid, en boca de su ministro de Exteriores Albares, niega cualquier acuerdo político con Caracas para sacar del país a Urrutia, tanto el Fiscal General venezolano Tarek William Saab y la vicepresidenta y ministra del Petróleo Delcy Rodríguez aseguran el contrario. Urrutia salió de la capital venezolana en un avión de la Fuerza Aérea española.
Un día después del reconocimiento del Congreso español de la legitimidad presidencial de Urrutia, el presidente de la Asamblea Nacional venezolana Jorge Rodríguez (hermano de Delcy) pidió a Maduro romper relaciones diplomáticas, consulares y económicas con España. No país caribeño y venezolano existe una notable diáspora hispana calculada en aproximadamente 50.000 personas.
En ambos lados del Atlántico hay un nombre que cobra relevancia dentro de esta crisis: José Luís Rodríguez Zapatero. En 2016 fue el artífice de acuerdos de negociación entre Maduro y la oposición que llevaron a levantamientos parciales de las sanciones de la UE contra Venezuela y liberación de presos políticos.
Pero el contexto actual resulta mucho más delicado: existe una especie de consenso internacional sobre un «pucherazo» cometido el 28J, en el que el organismo electoral venezolano reconoció la victoria de Maduro por un 54% de los votos. Desde entonces la incertidumbre impera en Venezuela. Más de 3.000 detenciones por protestas incrementan los indicios de represión y violaciones de derechos humanos por parte del régimen de Maduro, en el poder desde 2013.
En breve, la Corte Penal Internacional (CPI) deberá dictaminar una nueva fase de investigación sobre acusaciones contra Maduro y altos cargos de su gobierno por crímenes de lesa humanidad acaecidos en el país desde 2017 con las protestas estudiantiles. El veredicto del CPI puede incrementar el clima de tensión ya existente.
Mientras en Caracas y las principales ciudades venezolanas las protestas parecen mermar, otro nombre cobra importancia: María Corina Machado, la incansable líder de la oposición. Muchos observan el asilo de Urrutia como una derrota para Machado mientras la atención nacional e internacional está puesta en cuál será su estrategia, si «calentar» la calle con protestas o abrir espacios de negociación dentro de una mediación internacional impulsada desde lo 28J por Brasil, Colombia y México y que hoy se ve claramente opacada.
Esto vuelve a llevarnos a Zapatero, elogiado por el PSOE durante la votación en el Congreso de los Diputados como un adalid de la negociación. Se ve a las claras que el gobierno de Sánchez busca imponer a Zapatero como el nuevo líder de la mediación en Venezuela por encima de Lula da Silva, con recientes encontronazos dialécticos e incluso diplomáticos con Maduro.
Tras el otorgamiento del asilo, el encuentro Urrutia-Sánchez en La Moncloa determina la intención del gobierno español de ralentizar y neutralizar la votación parlamentaria de reconocimiento oficial a Urrutia, instando a retomar la mediación ahora con Zapatero como artífice pero pidiendo a Maduro que presente las actas. La oposición tanto en Venezuela como en España rechaza esta posibilidad argumentando los presuntos negocios de Zapatero con régimen de Maduro, apuntando especialmente su sintonía personal con Delcy Rodríguez.
En perspectiva, Maduro saldría políticamente ganando alejando a la oposición del centro de poder en Caracas, buscando neutralizarla desde el exterior con la intención de llevarla a la irrelevancia política y dilatando las críticas y los tiempos políticos. Sánchez gana peso dentro de la UE ofreciendo asilo a Urrutia mientras «vende» las bondades de la mediación de Zapatero, vista por cierto con buenos ojos por parte de Maduro.
A pesar de su carácter no vinculante, el PP logra una victoria parlamentaria en un momento complejo para Sánchez (aprobación de los Presupuestos del Estado; caso Begoña; nuevo gobierno catalán) toda vez que el propio Sánchez, el día en que Urrutia falta de Caracas y durante el Congreso del PSOE, instaba al Parlamento español a ser «más constructivo» y «menos restrictivo».
Pero en Caracas el futuro de Machado, beneficiada este 30 de septiembre por el Consejo de Europa con el premio Vaclav Havel de Derechos Humanos, es ahora una incógnita. Incluso el propio Maduro ha lanzado la posibilidad de una salida del país de la líder opositora, cuyo silencio incrementa igualmente el clima de incertidumbre.
La escalada de conflictos que actualmente se observan en el escenario internacional, especialmente en Oriente Próximo, dejan a Maduro en una situación igualmente compleja, cada vez más aislado y con un margen de maniobra notoriamente estrecho. Pero este contexto no le evita ciertos canales colaterales que igualmente le pueden servir para mantenerse en el poder. La toma de posesión de la nueva presidente mexicana Claudia Sheinbaum y el conflicto diplomático previo con España por su negativa a invitar al Rey Felipe VI ante el silencio de la Corona española para pedir perdón por la colonización (un tema que provocó que el gobierno de Pedro Sánchez no enviara una delegación oficial a su investidura) le permite a Maduro ganar tiempo y aliados a la hora de tejer ciertas redes de apoyos que le permitan desviar la atención exterior sobre la crisis venezolana.
* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanksy medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.
Este artículo de ninguna manera intenta justificar un canto supuestamente «racista» producto de la euforia de un partido de fútbol pero hay que poner las cosas en su verdadera dimensión, más en un mundo en el que con lo «políticamente correcto» ya han llegado al hartazgo.
La estupidez llegó al punto de que el diario La Nación publicó una nota con el título «Hinchas de River entonaron la canción racista y homofóbica contra Francia durante el homenaje a Enzo Fernández»[1]. Sin embargo, en el canal de ese mismo medio, LN+, había periodistas que aparecían orgullosos exhibiendo la bandera de Israel al lado de la Argentina, lo que claramente señala un apoyo al genocidio del pueblo palestino que está llevando adelante ese país, incluso ante la tibieza de los propios europeos que no le aplican sanciones a Israel como se las aplican a Rusia. Es claro, Francia, el Reino Unido, España y otros países le venden armamento a Israel. Negocios son negocios.
La hipocresía es definida por el Diccionario de la RAE como «Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan». De este fingimiento los europeos han hecho una práctica habitual. Y seguramente no son los únicos, al menos en el mal llamado «Occidente», un «Occidente ampliado» en el que no predomina el cristianismo original y que es el que conduce al abismo a su población.
Europa parece haberse olvidado del comercio de esclavos, el cual fue un lucrativo negocio para las potencias europeas durante más de dos siglos y que enriqueció a varias familias europeas, entre ellas la de la corona británica ya desde la reina Isabel I, como lo ha demostrado la historiadora Brooke Newman[2]. Pero los del Chelsea se ofendieron por una canción de cancha sin recordar el vergonzoso pasado británico ―aunque también presente― durante su época imperial y colonial, masacrando o erradicando poblaciones enteras, trazando límites geográficos arbitrarios que han dejado su huella en la historia y que aún siguen siendo temas de conflicto: como ejemplo recordemos el caso de las Malvinas, el del archipiélago de Chagos ―en ambos echaron a su población―, el Esequibo, Gibraltar, la frontera entre Afganistán y Pakistán, conocida como la «línea Durand», trazada en 1893 por los británicos para contener a los rusos y que hoy divide a Afganistán y Pakistán … Los indios y los habitantes de otros países que fueron colonias británicas lo recuerdan bien. No en vano los habitantes de Bangladesh son fervorosos admiradores de la albiceleste, como así también muchos en la India.
Así era como transportaban los barcos a los africanos atrapados en África hacia América. Se cuenta que un «barco negrero» podía ser olido a la distancia en el mar debido a la situación inhumana en que eran transportados los esclavos. El tráfico continuó hacia los Estados Unidos aun cuando su gobierno había declarado ilegal la trata de personas.
Europa parece también haber olvidado su pasado racista que no se limitó a una canción de cancha. En la Conferencia de Berlín de 1884/85 las potencias europeas se dividieron el continente para proceder a su explotación, aun después de que los países africanos obtuvieron su independencia, en su mayoría a partir de la década de 1960. Lo que hicieron tras ese reparto en el papel ha llegado a extremos aberrantes, como en el caso el Congo Belga, propiedad del rey Leopoldo I, en donde llegaron a asesinar y a mutilar a buena parte de la población; el genocidio que los alemanes perpetraron contra los hereros en la entonces África Sudoccidental Alemana, hoy Namibia; a los británicos se les puede recordar la guerra contra los boers, implementando en África el Sur los campos de concentración antes que lo hicieran los alemanes durante el gobierno nazi, campos en los que mujeres y niños morían por inanición y por enfermedades.
Europa ha sido y sigue siendo responsable de muchas muertes también por sus propias actuaciones y por haber seguido a pies juntillas las aventuras de la angloesfera: Yugoslavia, Iraq, Afganistán, Siria … ¿en cuánto colaboraron los gobiernos europeos a reducir la presencia de comunidades cristianas en esa región al desarticular las dirigencias y los propios países que las contenían? Colaboraron en su reducción participando en las aventuras militares pero también por omisión. Cuando Israel ocupó los Altos del Golán en 1967 quemaron iglesias y mezquitas y tanto cristianos como drusos islámicos huyeron. Los cristianos se refugiaron en el Líbano[1]. A ello cabe añadir las consecuencias actuales de su pasado colonial. No en vano Francia está siendo echada de los países africanos. Del mismo modo no se puede soslayar el doble rasero respecto a los dos principales conflictos que actualmente concitan la atención mundial.
Resulta ofensivo que los europeos hoy quieran darnos lecciones de moral cuando incitaron a una guerra fratricida entre Ucrania y Rusia siguiendo los pasos que les marcaron los líderes de la angloesfera, uno de los cuales impidió que la guerra que enfrenta a esos pueblos llegara a un acuerdo para ponerle fin a poco de que se iniciara: Boris Johnson es su nombre.
A Rusia le aplicaron todo tipo de sanciones ―lo mismo hicieron con Irán― por mucho menos de lo que Israel viene haciendo desde que la ONU procediera a la partición de Palestina en 1947. En verdad, el conflicto empezó mucho antes sobre la base del reparto de Asia Occidental ―o Medio Oriente― entre Francia y el Reino Unido (acuerdo secreto de Sykes-Picot de 1916) y la manifestación formal del gobierno británico por la cual anunció su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina (Declaración de Balfour, 1917). Eso dio vía libre al plan de Teodoro Herzl esbozado en su libro El Estado Judío ―quien propuso crear ese Estado en la Patagonia (Argentina) porque estaba despoblada o en Palestina―, lo que con el tiempo dio lugar a la creación de grupos terroristas sionistas. Un caso más de los tantos conflictos que los británicos crearon a lo largo y ancho del mundo.
El 7 de octubre de 2023 se llevaron a cabo «sorpresivos» ataques del grupo palestino Hamas sobre población israelí, burlando una de las más ―sino la más― vigiladas fronteras del planeta. Esos ataques desencadenaron un terrible genocidio sobre los palestinos pero los europeos siguen sancionando a Rusia y no aplican ninguna sanción a Israel.
¿Será que el pasado, además de la venta de armas, les impide a los líderes europeos condenar a Israel? Quizás. Aunque también muchos poderosos, incluso en la corona británica, deben guardar silencio por el «caso Epstein».
Los ataques a la Selección Nacional de Fútbol de la Argentina
Los ataques a la Selección Nacional no son nuevos. Se remontan al último Mundial de Fútbol celebrado en Catar y siempre procuran mostrar a la albiceleste y a la Argentina como un país racista. Del mismo modo ha habido quienes también quieren mostrar a la Argentina como una cueva de nazis, aunque Estados Unidos y la URSS se llevaron a los científicos para su desarrollo científico y tecnológico y en el caso de la República Federal Alemana para reconstruir sus instituciones, su dirigencia política y su inteligencia con el total conocimiento de los aliados.
En diciembre de 2022 Erika Denise Edwards, quien se presenta como profesora asociada de la University of Texas de El Paso, experta en identidades raciales y autora premiada de «Argentina Negra», escribió un artículo publicado en The Washington Post titulado «Why doesn’t Argentina have more Black players in the World Cup? Argentina is far more diverse than many people realice, but the myth that it is a White nation has persisted» («¿Por qué Argentina no tiene más jugadores negros en el Mundial? Argentina es mucho más diversa de lo que mucha gente cree, pero el mito de que es una nación blanca ha persistido»). Oportunamente respondí a su desconocimiento con otro artículo titulado «Nuestra Selección “blanca” vista desde un país racista».
A partir de la canción que el jugador de la Selección Argentina Enzo Fernández difundió a través de sus redes sociales se armó un escándalo en Francia y en el mundo, absolutamente desproporcionado si se lo compara con la historia racista de la propia Francia. Ante la exagerada batahola que despertó esa canción y las presiones el jugador argentino se disculpó.
Inmediatamente la Federación Francesa de Fútbol presentó su denuncia ante la FIFA contra la Selección Argentina. Francia no es precisamente un modelo de ética a seguir a pesar de su tan proclamado lema «Liberté, Égalité, Fraternité», lo que les permitió cometer un regicidio y luego caer en el denominado período del terror. Aún hoy, cada 14 de julio conmemoran la Toma de la Bastilla, lo que dio inicio a un período sangriento de la historia francesa entre los que se encuentran los hechos mencionados en el párrafo anterior.
Sobre el pasado colonial francés hay mucho escrito por lo que no hace falta volver sobre el tema. Sin embargo en la historia reciente Francia tiene otro hecho sumamente vergonzoso.
Entre 1954 y 1962 tuvo lugar la Guerra de Argelia o Guerra de Liberación de Argelia en la que la Francia colonialista enfrentó al nacionalismo argelino que se levantó contra las autoridades coloniales francesas. En el curso de la misma los franceses cometieron atrocidades contra los argelinos en su propio territorio pero también en Francia. Uno de esos hechos aberrantes tuvo lugar en París.
El 17 de octubre de 1961 se llevó a cabo una manifestación pacífica de los argelinos en París ―organizada por la Federación Francesa del FLN (Front de Libération Nationale, partido político argelino)― para apoyar la independencia de Argelia y como reacción a la orden de toque de queda que les impuso a los argelinos el prefecto de policía Maurice Papon. La manifestación pacífica fue respondida con una sangrienta represión policial, estimándose un número de víctimas de entre 100 y 250 muertos, aunque la cifra nunca fue confirmada. Algunos de los manifestantes fueron arrojados al Sena y sus cadáveres fueron encontrados flotando en ese río y algunos hasta en Le Havre. La masacre fue denunciada tres semanas más tarde por grafitis en las orillas del Sena. Temprano en la mañana dos fotógrafos del diario comunista Avant-Garde, J. Texier y C. Angeli, lo descubrieron por casualidad. El grafiti decía: Ici on noié les algeriens («Aquí ahogamos a los argelinos»). La foto recién fue publicada veinticuatro años después por el diario L’Humanité. Luego de un largo período de negación, el 17 de octubre de 2001 se procedió a la inauguración de una placa recordatoria en el puente Saint-Michel, colocada por el alcalde de París, Bertrand Delanoë[4].
La inscripción que fue capturada por la cámara de los fotógrafos del diario Avant-Garde.
Placa recordatoria de la masacre de los argelinos colocada el 17 de octubre de 2001 en el puente Saint-Michel durante la alcaldía de Bertrand Delanoë.
La Guerra de Argelia también tuvo su vínculo con la Argentina. Los «pieds noirs», los franceses nacidos en Argelia y que debieron emigrar forzosamente de ese país de África, no eran bien recibidos en una Francia a la que muchos no conocían. Para relocalizarlos se había considerado que parte de ellos podrían venir a instalarse en la Argentina en regiones del interior en las que podrían encontrar ciertas características climáticas similares a las de Argelia, como Jujuy, u otras en las que pudieran desarrollar sus actividades agrícolas. Del mismo modo, había otros migrantes provenientes de Argelia para colonizar tierras en nuestro país: miembros de la OAS (Organisation de l’Armée Secrète, Organización del Ejército Secreto) buscados por la policía francesa. Para ello a principios de la década de 1960 se hicieron viajes exploratorios a nuestro país. Se estima que se establecieron ciento cincuenta familias de «pieds noirs» en Argentina, con un promedio de dos o tres niños por unidad familiar[5].
Volvamos a la actualidad. Acabamos de asistir a otro escándalo en la inauguración de los Juegos Olímpicos en París 2024, el pasado 26 de julio, en la que el mal gusto fue muy bien logrado con la puesta en escena que llevó a cabo la banda francesa Gojira en la evocaron la Revolución Francesa. En cada ventana del Museo de Orsay varias mujeres interpretaron a María Antonieta, mostrándola decapitada. No conforme con ello, la inauguración mostró una horrenda y blasfema recreación de «La última cena» de Da Vinci por parte de artistas drag queens y bailarines, a cargo de la DJ y productora Barbara Butch, activista judía por los derechos de la mujer. Esta presentación no sólo fue una terrible ofensa a los cristianos del mundo sino también a Dios y a los propios islámicos que tienen a Jesucristo como un mensajero de Dios y a la Virgen María citada en El Corán, lo que motivó comunicados de protesta de los gobiernos de Rusia, Irán y Turquía.
Por su parte la Conferencia Episcopal Francesa elogió los «maravillosos momentos de belleza y alegría, ricos en emoción» pero los obispos enviaron sus pensamientos «a los cristianos de todos los continentes que se han sentido heridos por la indignación y la provocación de ciertas escenas»[6]. Un mensaje tibio por parte de la Iglesia de la infiel Francia.
Si algo ha quedado claro es que los organizadores olvidaron el espíritu inclusivo que tienen los Juegos Olímpicos ―tal como los concibieron los griegos, quienes detenían las guerras para participar de los mismos―, pues excluyeron a Rusia, permitieron la participación de Israel y ofendieron de una manera difícil de calificar principalmente a los cristianos.
A modo de conclusión
Entre esa hipocresía y lo políticamente correcto la dirigencia europea no ha titubeado en bastardear sus propias raíces y no parece percibir que han llegado al punto de discriminar hasta a los propios cristianos, siendo que el cristianismo se ha propagado por el mundo no solo desde Palestina sino también desde Europa. Países como España llevaron su cultura, sus instituciones y su Fe a todos los rincones del planeta. Hoy parecería que sienten vergüenza y favorecen el anticristianismo.
Por otro lado, hace ya un tiempo que la Argentina está sufriendo embates, acusaciones de que es un país racista, lo cual se ha manifestado precisamente atacando a su Selección Nacional. Es evidente que esta agresión forma parte de la guerra cognitiva a la que estamos siendo sometidos desde hace décadas. Cabe preguntarse por qué focalizan ese ataque sobre la albiceleste. Más que respuestas tengo otras preguntas: ¿Se deberá a que es parte del «poder blando» de la Argentina, capaz de proyectarse hasta en lejanos países asiáticos? ¿Será que aglutina a los argentinos más allá de sus crecientes divisiones? ¿Será que sus jugadores tienen una ética que es mejor que no sea imitada? Quizás, ¿por qué muestran su amor a la Patria y esto podría despertar sentimientos patrióticos? Quizás, ¿porque su ejemplo no sea bueno para los globalistas?
Son sólo preguntas sin respuestas.
«Ici, on noie les Algériens» : la photo pour mémoire.
Massacres du 17 Octobre 1961 à Paris.
* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.
Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).
Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).
Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.
[4] Vincent Lemire, Yann Potin. « ici on noie les algériens. » Fabriques documentaires, avatars politiques et mémoires partagées d’une icône militante (1961-2001). Cairn.info, 2002, https://www.cairn.info/revue-geneses-2002-4-page-140.htm, [consulta: 10/05/2024].
[5] Isabel Santi. «Evocando la emigración a la Argentina de los franceses “pieds noirs” de Argelia». OpenEdition, 9/2004, https://journals.openedition.org/alhim/389, [consulta: 10/05/2024].