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EL 9 DE MAYO Y EL RELATO DE LA «VICTORIA SOBRE EL FASCISMO»

Roberto Mansilla Blanco*

Este 9 de mayo de 2025 se conmemora el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, con la rendición de la Alemania nazi. En Rusia esta celebración tiene un significado emotivo y prácticamente sagrado: es el «Día de la Gran Guerra Patriótica», la victoria del pueblo soviético sobre el fascismo. Un hecho histórico que evidencia porqué la URSS y el sacrificio del pueblo soviético en una guerra de liberación nacional contra el agresor extranjero fueron los verdaderos artífices que permitieron la victoria aliada y la derrota nazi-fascista.

Por otro lado, ese mismo día, la Unión Europea (UE) conmemora el «Día de Europa» por ser la fecha de la igualmente célebre «Declaración Schuman» realizada en 1950 por el entonces ministro francés de Exteriores Robert Schuman y que abogaba por la integración europea a través de la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), organismo germinal de la actual UE.

No obstante, las celebraciones previstas, tanto en Rusia como en Europa, para este 9 de mayo de 2025 se observan condicionadas por las tensas relaciones ruso-europeas derivadas por la guerra de Ucrania. Más allá de las operaciones militares en el frente ucraniano y de las negociaciones que impulsa el presidente estadounidense Donald Trump para alcanzar una tregua duradera en este conflicto, el trasfondo de las tensiones entre Bruselas y Moscú se enfoca en contextualizar el control del relato histórico sobre quién fue el verdadero ganador en la victoria contra el nazi-fascismo.

Como elemento disuasivo por parte de Trump para garantizar el incierto éxito de esta negociación de un alto al fuego, Washington y Kiev firmaron 1° de mayo un acuerdo de cooperación económica para la explotación de las denominadas «tierras raras». Simultáneamente, Moscú aseguró completar la recuperación absoluta del control en la localidad de Kursk tras la efímera y surrealista invasión militar ucraniana de agosto pasado.

Bajo un ambiente de conmemoración histórica, ambos acontecimientos, el acuerdo entre EEUU y Ucrania y la liberación de Kursk, reflejan elementos que implican observar con atención el pulso ruso-europeo por difundir sus respectivos relatos históricos en torno a la celebración de este 9 de mayo.

Celebrar cada quien por su lado

El protocolo de invitaciones para la celebración de este 9 de mayo tanto en Rusia como en Europa refleja el respectivo nivel de equilibrios y alianzas geopolíticas.

El Kremlin ha confirmado la asistencia de los líderes de China, India (cuyo presidente Narendra Modi se encuentra en medio de una crisis con Pakistán tras un atentado terrorista que amenaza con explotar el conflicto entre ambas potencias nucleares), Brasil, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Venezuela, otros países asiáticos, africanos, de América Latina y del espacio post-soviético como Kazajstán y Kirguizistán, que aportaron miles de combatientes hace ocho décadas. China, Vietnam y Corea del Norte han enviado delegaciones militares para desfilar ese día en la Plaza Roja.

Por su parte, el presidente ucraniano Volodymir Zelenski anunció una celebración en Kiev en la que ha invitado a los ministros de Exteriores de la UE. La comisaria europea de Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas, llamó a boicotear la celebración del 9 de mayo en Moscú instando a presidentes de países miembros de la UE (Hungría y Eslovaquia) y aspirantes de admisión (Serbia) a no aceptar la invitación rusa.

En tono amenazante, Zelensky fue incluso más allá: llegó a declarar que «Ucrania no puede garantizar la seguridad» de los líderes mundiales que estarán presentes en la Plaza Roja el próximo 9 de mayo.

Rusia: la simbiosis de la «Gran Guerra Patriótica» con la «Operación Militar Especial» en Ucrania

Moscú siempre ha criticado la escasa voluntad occidental, rayando incluso hasta en la negación histórica, a la hora de reconocer el enorme esfuerzo realizado por la URSS y su papel decisivo en la derrota del eje nazi-fascista.

De los 80 millones de muertos que se calcula dejó la II Guerra Mundial, 27 millones fueron de ciudadanos soviéticos provenientes de diversas nacionalidades en ese momento bajo la soberanía de la URSS. Son estos ciudadanos rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos, kazajos, georgianos, armenios, tártaros, bálticos, kirguizos, tayikos y uzbecos, entre otros. De allí la presencia en las celebraciones del 9 de mayo en Moscú de varios de los mandatarios de esos países independientes tras la disolución de la URSS en 1991, lo cual supone un reconocimiento oficial por parte de esas nacionalidades al esfuerzo bélico de sus ancestros en la victoria sobre el fascismo.

El contexto de la guerra en Ucrania le ha otorgado al 9 de mayo en Rusia una dinámica especial, tendiente a fortalecer el audaz viraje patriótico y nacionalista impulsado por Putin. Compatibilizar la guerra ucraniana desde 2022 con la «Gran Guerra Patriótica» de 1941-45, argumentando que Rusia lucha actualmente contra el «régimen nazi de Kiev» que, apoyado por Occidente, ha provocado decenas de miles de muertos en el conflicto en el Donbás desde 2014 contra compatriotas rusoparlantes que hoy han regresado al seno de la «Madre Rusia», le ha permitido al Kremlin recrear un relato histórico asertivo y eficaz con la finalidad de legitimar sus objetivos ante la opinión pública y la sociedad rusa.

Así mismo, y en términos de soft power, la excelente tradición filmográfica rusa (por cierto escasamente apreciada en Occidente), ha constituido igualmente un factor determinante a la hora de fortalecer esta perspectiva «patriótica y nacionalista», dentro y fuera de Rusia, en lo concerniente a la victoria sobre el fascismo. En Rusia, obviamente, tienen muy claro quién fue el ganador en la II Guerra Mundial.

Paralelamente, el Kremlin ha logrado reforzar la perspectiva del «Russky Mir», el «mundo ruso» como un espacio civilizatorio que lucha contra la «contaminación de los perniciosos valores» de un Occidente cada vez más agresivo, donde se ha instalado un sentimiento de «rusofobia» y ante un clima político europeo donde vuelve a asomar el rostro del fascismo a través del avance electoral de algunos de esos partidos políticos. De este modo, y ante la indiferencia occidental, Rusia reclama su papel protagonista ante la historia como el principal actor en la victoria contra el fascismo.

Este argumento, muy cuestionado e incluso rechazado por Occidente principalmente entre sus altas esferas de poder, le ha permitido al Kremlin cohesionar a la sociedad rusa en este esfuerzo bélico interpretando que la guerra que actualmente se lleva a cabo en Ucrania es prácticamente de facto contra la OTAN y una UE que ahora da un vuelco de 360 grados en su naturaleza pacifista encaminándose hacia un incierto rearme y militarización precisamente contra lo que considera como la presunta «amenaza rusa».

Sea por convicción o por mero instrumento propagandístico, la indolencia occidental a la hora de reconocer el enorme esfuerzo soviético en la victoria contra el fascismo le ha servido al Kremlin de argumento válido para atacar a sus rivales occidentales acusándoles de «hacerle el juego» a los fascistas, atizando así fantasmas del pasado.

No obstante, si debemos atender al espectro político de la ultraderecha europea, éste dista de ser homogéneo en sus posiciones con respecto a las relaciones con Rusia. Algunos partidos como Alternativa por Alemania (AfD) y el francés Reagrupamiento Nacional (RN), curiosamente muestran una posición más prorrusa y negativa a apoyar militarmente a Ucrania.

En el caso de AfD incluso rompen «líneas rojas» del «atlantismo» y el «europeísmo»: abogan por que Europa debe alejarse del eje «atlantista» con EEUU (incluso saliendo de la OTAN) mientras defiende la concreción de estrategias comunes hacia el eje «euroasiático» conformado por China y Rusia.

En todo caso, este 9 de mayo en Moscú servirá como un escaparate en clave geopolítica por parte de Putin para mostrar la arquitectura de alianzas que Rusia, a pesar de la guerra y el aislamiento occidental, ha logrado confeccionar en este momento, capacitada para desafiar la unipolaridad hegemónica «atlantista» y demostrando su resiliencia ante las sanciones occidentales. Con el trasfondo de esta celebración histórica de victoria sobre el fascismo, el Kremlin ha demostrado la conjunción de intereses y la sintonía geopolítica de un eje euroasiático cada vez más fortalecido.

La óptica occidental: minimizar el esfuerzo soviético para atacar a la Rusia de Putin

Si bien no es una posición unánime a nivel oficial, sí se percibe en la opinión pública occidental una tendencia a minimizar e incluso degradar ese esfuerzo soviético en la lucha contra el fascismo, un aspecto que obviamente irrita a Rusia.

En los últimos años, y de forma más acentuada tras el comienzo de la guerra en Ucrania, cada 9 de mayo, varios medios europeos insisten en publicar reportajes históricos que enfatizan en los supuestos desmanes, violaciones y crímenes cometidos por el Ejército Rojo en su camino hacia Berlín en vez de respaldar la tesis histórica de la liberación de Europa del Este del yugo nazi-fascista. El frecuente argumento en los medios es procrear la idea de que, en vez de una liberación, lo que ocurrió fue la sustitución del totalitarismo nazi por el estalinista.

En Europa, y en especial tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, suele estigmatizarse al 9 de mayo en Moscú como una especie de desafío de Putin contra Occidente a través del fastuoso desfile militar en la Plaza Roja y de plasmación de una ideología nacionalista y patriótica que, desde algunas fuentes occidentales, llegan incluso a comparar con expresiones fascistas con la obvia intención de desprestigiar y fomentar la «rusofobia», estigmatizando a Putin como una especie de “nuevo Hitler”.

Por tanto, este 80º aniversario de la victoria contra el nazi-fascismo, que debería servir como un colofón diplomático importante para iniciar, al menos tácticamente, un acercamiento entre la UE y Rusia que fortaleciera esas posibilidades de negociación en Ucrania con el «plan Trump», más bien está exacerbando las tensiones y el distanciamiento de Bruselas con Moscú.

El nuevo gobierno de coalición en Berlín llegó incluso a amenazar al embajador ruso con detenerlo si asistía a las celebraciones del 9 de mayo en la capital alemana. Toda vez clama contra el avance de partidos y movimientos fascistas que, irónicamente, son socios de gobierno en algunos países europeos, la UE liderada por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el mandatario francés Emmanuel Macron, se ha enmarcado en una aguda campaña propagandística que ensalza el frenesí por el rearme como herramienta de «autonomía defensiva estratégica» ante la que considera sin ambigüedades como una supuesta «amenaza rusa», lanzando constantemente en los medios mensajes de tinte apocalíptico ante una presunta guerra inminente.

El control del relato ante la opinión pública resulta esencial para las elites «europeístas»: es cada vez más frecuente observar en medios de comunicación, principalmente redes sociales, la proliferación de cursos avanzados de formación en geopolítica y defensa toda vez se inicia una campaña orientada a legitimar el alistamiento militar entre los jóvenes, una herramienta útil de captación de recursos ante la precariedad laboral en diversos sectores, visiblemente definida por el cambio tecnológico que estamos asistiendo. Con este discurso, la UE dista mucho de conservar el legado de Schuman apostando cada vez más por el «poder duro» como estrategia de disuasión.

El célebre semiólogo italiano Umberto Eco acuñó el término del «fascismo eterno», que hoy vuelve a la actualidad ante este revival de los «neo» y «post-fascismos» que pululan dentro de una heterogénea ultraderecha en Europa que mira con ambigüedad a Trump y Putin pero con homogénea firmeza contra las «elites europeístas». Pero este 9 de mayo, en Moscú, Bruselas y Kiev, lo que debería ser una celebración conjunta sobre el sentido histórico que supuso la victoria sobre el nazi-fascismo parece más bien sumergirse en la acritud y las turbulentas aguas de las tensiones geopolíticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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CABO JUAN ADOLFO ROMERO, PRIMER MUERTO EN MANOS DE GUERRILLEROS Y EN DEMOCRACIA

Marcelo Javier de los Reyes*

Jorge José Ricardo Masetti (1929 – 1964) fue un periodista argentino que durante la Revolución Cubana se trasladó a la isla para cubrir ese hecho histórico. Fue el único periodista argentino que cubrió las acciones en Sierra Maestra llevadas a cabo por el Movimiento 26 de Julio y entrevistó a Fidel Castro y a Ernesto “Che” Guevara, lo que le permitió desarrollar una estrecha relación con el «Che». De este modo comenzó su compromiso ideológico con los miembros de esa revolución de izquierda que inmediatamente comenzó a propagarse por buena parte del continente americano en el marco de la Guerra Fría. Como periodista fue fundador de la agencia de noticias Prensa Latina, pero ese compromiso no se limitó exclusivamente a un pensamiento político sino que también se trasladó a la acción.

Así fue como en 1963 Masetti se instaló en la selva de la provincia de Salta ingresando desde Bolivia pero ya bajo el nombre de guerra de «Comandante Segundo». El «Comandante Primero» era el «Che», por lo que el «Ejército Guerrillero del Pueblo» (EGP) que él encabezaba era un primer escalón que prepararía la llegada de Ernesto Guevara para continuar con la revolución en esta región. El EGP reunió aproximadamente unos 50 guerrilleros y otro grupo más reducido que operaba como apoyo logístico. Los rebeldes habían levantado asimismo un campamento enla provincia de Córdoba, en Icho Cruz, el cual fue desmantelado por la policía en marzo de 1964. En ese operativo fueron detenidos siete colaboradores del EGP.

En 1964 los guerrilleros levantaron campamentos en la selva con el objetivo de crear un «foco» en Salta, en el marco de la teoría revolucionaria desarrollada a partir de la experiencia cubana, denominada «foquismo». A partir de la creación de ese foco se procedía a la expansión del proceso revolucionario.

En 1964, en la Argentina, había un gobierno democrático cuyo presidente era el doctor Arturo Umberto Illia, quien llegó a la Casa Rosada tras un proceso electoral en el que el peronismo estuvo proscrito. La realidad política argentina había cambiado desde que los guerrilleros se instalaron en Bolivia para llevar a cabo sus objetivos revolucionarios, pues la asunción de Illia como resultado del voto popular provocó una discusión entre los miembros de la guerrilla, dado que algunos consideraron inapropiado llevar esta acción contra un gobierno democrático. Los rebeldes consideraron seguir con el plan original teniendo en cuenta que para ellos el doctor Illia había llegado al gobierno de manera fraudulenta precisamente por la proscripción del peronismo. Lo que no lograron los guerrilleros lo consiguieron los militares: en 1966 el presidente Illia fue derrocado por un golpe militar.

Los movimientos de los guerrilleros, el intento de captar el interés de los campesinos para su causa y una carta que tuvo como destinatario el doctor Illia, en la que se le solicitaba su renuncia por haber ganado las elecciones de manera fraudulenta, fueron pasos que terminaron exponiéndolos y poniéndolos en la mira de las autoridades argentinas, las que destinaron a la Gendarmería Nacional para detener a los rebeldes.

El primer enfrentamiento entre los miembros del EGP y los efectivos de la Gendarmería se produjo en marzo de 1964, cuando la fuerza llegó a un campamento ubicado en la localidad de La Toma, donde se produjo la detención de cinco personas. Lejos de deponer su objetivo como proponían algunos de sus compañeros, Masetti decidió continuar y ordenó a sus subodinados que se abocaran a la provisión de alimentos.

Una patrulla de la Gendarmería Nacional Argentina al mando del entonces sub alférez Ángel Ricardo Cerúsico, integrante del Escuadrón 20 de Orán, realizaba una exploración en inmediaciones de la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, en el marco del Operativo «Santa Rosa». En cumplimiento de esa misión, el 18 de abril de 1964, el cabo Juan Adolfo Romero fue herido de muerte en combate a orillas del río Piedras, ofrendando heroicamente su vida en defensa y servicio de la Patria. El guerrillero que mató al cabo Romero fue el cubano Hermes Peña («Capitán Hermes»), quien murió metros después al intentar huir del monte.

El periodista y guerrillero Masetti, el «Comandante Segundo», desapareció en la selva en abril de 1964. Su cuerpo nunca fue encontrado. Los guerrilleros detenidos en los operativos fueron puestos a disposición de la Justicia Federal.

Por su parte, el cabo Juan Adolfo Romero fue el primer muerto en manos de guerrilleros en la Argentina y durante un gobierno democrático. Cada 18 de abril, los miembros de la Gendarmería Nacional le rinden un justo homenaje.

El Instituto de Capacitación Especializada de la Gendarmería Nacional Argentina «Cabo Juan Adolfo Romero», en homenaje al valiente gendarme que ofrendó su vida en defensa de la Patria en 1964.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro «Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones», Buenos Aires: Editorial Almaluz, 1ª edición 2019, (2da edición 2024).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

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PUTIN: ¿HORA DE CANTAR VICTORIA?

Roberto Mansilla Blanco*

«La tarea es la victoria». Inusualmente vestido con atuendo militar, el presidente ruso Vladimir Putin lanzó esta proclama durante una inesperada visita a Kursk, un bastión prácticamente recuperado por las fuerzas rusas tras expulsar a las «invasoras» tropas ucranianas que tomaron esta localidad en el verano pasado, en una blitzkrieg bendecida por Occidente pero cuyas consecuencias confirmaron la incapacidad de Kiev para mantenerla en pie. Con esta declaración, Putin dejaba claro que permanecen intactos los objetivos iniciales de la denominada «Operación Militar Especial» iniciada en febrero de 2022.

La escenografía «militarista» de Putin con su alto mando en Kursk tiene obvias implicaciones en cuanto a la simbología de poder y del contexto que se está abriendo en la guerra en Ucrania. Rusia avanza en el frente desalojando a las tropas ucranianas del Donbás, con la mente puesta en ganar posiciones territoriales que le permita mantener sus cartas ganadoras en la mano ante la probabilidad de sentarse a la mesa de negociaciones, sea este un armisticio, tregua o paz directa con Ucrania. En este avance militar, el Kremlin tiene en la mira la toma de la estratégica Járkov, vital para cortar en dos la logística militar ucraniana y despejar el camino hacia Kiev.

«Una propuesta positiva». Mientras lanzaba sobre Moscú y otras localidades rusas la mayor ofensiva de drones desde el comienzo de la guerra, cortesía del recién renovado apoyo militar francés y británico, en Arabia Saudita el presidente ucraniano Volodymir Zelenski aceptaba la propuesta estadounidense de un alto al fuego con Rusia por 30 días. Es la primera concesión firme por parte de Kiev hacia Moscú desde que comenzó la guerra en 2022.

«Optimismo cauteloso». Así calificó el Kremlin esta propuesta durante la reunión en Moscú con el enviado de Trump, Steve Witkoff. En Washington, el presidente de EEUU aseguró que se abre una «gran oportunidad» para poner fin al conflicto de Ucrania.

«La pelota está ahora en el tejado ruso» comentaban los principales líderes y medios de comunicación europeos toda vez que desde el Kremlin evitaban expresamente realizar una declaración oficial y definitiva sobre esta tregua mientras aseguraba que cualquier negociación sobre Ucrania «debía decidirse en Rusia». Moscú traza así sus «líneas rojas» condicionantes para eventualmente alcanzar un acuerdo.

Este 18 de marzo, Trump y Putin volvieron a conversar directamente con la intención de sentar bases firmes de negociación en Ucrania. El Kremlin anunció haber aceptado una tregua de 30 días en cuanto a ataques en la infraestructura energética ucraniana a cambio de cesar la ayuda militar y de inteligencia occidental para Kiev. Mientras que rechazó la propuesta europea de despliegue de soldados de mantenimiento de paz en Ucrania, Moscú estudia la creación de «zonas búfer» en el noreste del país, en las fronteras de Bryansk y Belgorod, así como una «zona desmilitarizada» en las regiones ucranianas del sur, cerca de Crimea, incluyendo Odesa.

En este nuevo contexto, Putin quiere poner a prueba la unidad de la OTAN mientras Trump pulsa el clima para conocer hasta dónde es capaz de llegar el Kremlin. A diferencia de su homólogo ucraniano, el presidente ruso no parece tener urgencia en abordar una negociación sin que antes las posiciones militares rusas refuercen su superioridad en el frente.

Putin interpreta con asertividad el difícil momento por el que atraviesan las relaciones transatlánticas. La nueva realidad implica la tramitación de consensos para, cuando menos, negociar de facto un acuerdo de pacificación que le resulte beneficioso en cuanto a atender sus condiciones y demandas: evitar el ingreso de Ucrania en la OTAN, asegurar las conquistas territoriales rusas y sostener un nuevo acuerdo de seguridad con Occidente.

Todo ello sin perder de vista que, lejos del aislamiento motivado por las sanciones occidentales, Moscú ha logrado ampliar sus alianzas estratégicas con actores emergentes como India. En el contexto ucraniano, Bielorrusia se erige prácticamente como un actor estratégico prioritario para Moscú, incluso como peón nuclear ruso.

Pero no es sólo el área euroasiática: Rusia busca atar sus esferas de influencia en el hemisferio occidental. Putin vía telemática confirmó su apoyo a Nicolás Maduro renovando la alianza estratégica ruso-venezolana. En un momento en que aumentan las expectativas de posible intervención militar directa estadounidense en el Canal de Panamá, el Kremlin quiere tener «atada y bien atada» su capacidad de influencia precisamente en el área de influencia estadounidense, América Latina, vía Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Una paz incierta sobre un nuevo «Telón de Acero»

No dejemos pasar por alto algunos aspectos colaterales que pueden arrojar claves sobre porqué el contexto actual del conflicto ucraniano y las relaciones ruso-occidentales están adquiriendo una dinámica determinada por la posibilidad de poner fin a un conflicto militarmente estéril y estancado. No obstante aumentan las expectativas de que esta «nueva realidad» implique la tramitación de un nuevo «Telón de Acero» entre Occidente y Rusia, desde Finlandia y el Ártico hasta el Mediterráneo.

Mientras el mundo esperaba con cierta ansiedad la respuesta rusa a la tregua acordada por Kiev, Armenia y Azerbaiyán ponían fin a 30 años de guerra a través de un acuerdo de pacificación que estabiliza el flanco sur ruso, el Cáucaso, apetecido por Occidente para intentar atraerla y alejarla de la esfera de influencia rusa. El acuerdo implica la retirada de las fuerzas de paz de la UE en Nagorno Karabaj.

Para Moscú resulta esencial no sólo garantizar esa estabilidad sino alejar a Occidente de sus esferas de influencia euroasiáticas. No olvidemos que Georgia y Armenia han tanteado unirse a la UE y la OTAN. En el caso georgiano esta posibilidad está momentáneamente suspendida y congelada, tal y como se vio con las recientes elecciones legislativas de octubre pasado y la neutralización de las protestas pro-occidentales en Tbilisi.

Otro aspecto a tener en cuenta es el peso que Arabia Saudita está teniendo en esta controversia geopolítica entre EEUU, Rusia y Europa en torno a la guerra ucraniana. La «petromonarquía» ya acogió la primera reunión entre emisarios de Washington y Moscú para tratar una negociación en Ucrania (la segunda fue en Estambul) Recibiendo a Zelenski en la primera reunión con representantes estadounidenses tras el escándalo de la bronca con Trump en el Despacho Oval, Washington busca erigir a Arabia Saudí como un interlocutor clave mirando también el panorama en Oriente Medio.

Pero Rusia también tiene aquí sus intereses. Riad puede ser igualmente un actor decisivo en la negociación a tres bandas entre EEUU y Rusia con Irán a causa de su programa nuclear así como en la estabilidad siria, que este mes de marzo volvió a observar el retorno del conflicto con los choques entre fuerzas oficialistas y la minoría alauita y milicias del extinto régimen de Bashar al Asad que dejaron un millar de muertos. Mientras se negocia por Ucrania, Siria vuelve a sumergirse en la violencia sectaria y política con estos enfrentamientos en las provincias de Latakia y Tartús, donde Rusia tiene una base militar. Miles de cristianos y alauitas se han refugiado en estas bases militares rusas.

Mientras Trump y Putin mantenían línea directa, Israel rompió el alto al fuego en Gaza este 18 de marzo, con ataques contra posiciones de Hamás provocando más de 400 muertos. Visto en perspectiva y ante la posibilidad de observar una resolución unilateral del conflicto ucraniano, Benjamín Netanyahu muy probablemente utiliza esta ruptura como instrumento disuasivo para retrotraer la atención hacia las prioridades geopolíticas israelíes, contando con el aval de Trump.

Toda vez que Francia y Gran Bretaña intentan mantener en pie el esfuerzo bélico en Ucrania con su pretensión de ser actores relevantes en la negociación del conflicto, Trump y Putin parecen calcular estratégicamente desde la distancia una especie de reparto de Ucrania en esferas de influencia muy similar a los históricamente famosos repartos de Polonia acaecidos por las potencias europeas entre 1772 y 1939.

China, el convidado de piedra en esta ecuación del nuevo equilibrio de poder global, mira con atención desde la distancia apostando, como siempre ha venido sosteniendo desde el inicio de la guerra, por la negociación e intentando mantener a una Europa políticamente dividida como un actor relevante en este proceso de diálogo y de consensos entre diversos actores implicados, a pesar del desprecio de Trump y Putin por esta fórmula.

En Beijing calculan con atención si este «reseteo» en las relaciones ruso-occidentales, tendientes a un clima de mayor sintonía, implique una bisagra por parte de Trump con la intención de desgajar la alianza estratégica sino-rusa.

Con o sin paz en Ucrania este nuevo «Telón de Acero» fortalece la imparable carrera armamentística a nivel mundial y el nuevo reparto de mercados que esperan pactar las grandes potencias. Un reciente informe del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), publicado el pasado 10 de marzo, explica que la transferencia de material de defensa en el periodo 2020-2024 se mantiene en un nivel similar al que ya se registraba hace una década, aunque apunta hacia un crecimiento sostenido. EEUU, Francia y Rusia lideran este ránking de exportadores de armas seguidos de India, China y Kazajistán. En 2024, Ucrania se convirtió en el mayor importador de armas con EEUU, Alemania y Polonia como principales socios.

¿Ganó Rusia esta guerra?

Mirando en perspectiva los acontecimientos actuales entra en colación una interrogante inevitable: ¿ganó Rusia esta guerra? Las principales variables conducen a intuir afirmativamente, incluso si las negociaciones llegaran a estancarse y el conflicto en Ucrania vuelve a la escena, aunque ahora con una prioridad más degradada y menos prioritaria para las grandes potencias. Tendríamos, por tanto, una especie de reproducción de un «modelo coreano» de congelamiento permanente del conflicto con la posibilidad de no alcanzarse un acuerdo de paz.

En los mass media comienza a aflorar un sentimiento de resignación ante lo que se prevé como una victoria geopolítica de Moscú, más visible en este caso que en el plano militar. Ucrania será repartida entre Trump y Putin con un acuerdo de seguridad que implicará a toda Europa. Más allá de los intereses en las «tierras raras», el futuro de Ucrania se sumerge en la indiferencia. Independientemente de cuáles serán las condiciones para el alto al fuego y la negociación, las consecuencias sociales de esta guerra se perciben igualmente dramáticas, como por lo general sucede en cualquier escenario postconflicto.

Esta perspectiva de posible degradación en la atención del conflicto ucraniano ha motivado al inesperado proceso de «Rearm Europe» con expectativas claramente definidas en la reproducción de un clima de «guerra fría» con Rusia. Como ensayo al nuevo gobierno tripartito que está por constituirse en Berlín entre los conservadores del CDU del presumible nuevo canciller Friedrich Merz, los socialistas del SPD y Los Verdes, el Bundestag, Parlamento alemán, aprobó una reforma constitucional que ampara el rearme impulsado desde la UE y la adopción de una estrategia de economía de guerra.

El plan de rearme europeo no sólo responde a la guerra en Ucrania, sino también a la reconfiguración del orden internacional, en especial ante el vertiginoso vuelco geopolítico global impulsado por la administración Trump. Toda vez sus capacidades reales disuasorias contra Rusia son notoriamente limitadas, Europa necesita blandir la «amenaza rusa» como atenuante para impulsar una agenda de seguridad propia, menos dependiente de Washington.

Las sinergias de Trump con Putin, sus ataques a la OTAN y su antagonismo con Kiev, agudizado en las últimas semanas, han llevado a la UE a tomar por fin en serio su propia seguridad. El plan busca fortalecer áreas clave como la defensa aérea y antimisiles, la producción de municiones y la movilidad militar dentro del territorio europeo. Además, se pretende fomentar el desarrollo de una base industrial de defensa propia, reduciendo la dependencia de proveedores externos, especialmente de EEUU.

El próximo 9 de mayo se conmemora el 80º aniversario del que en Rusia se denomina la Gran Guerra Patriótica contra el fascismo con un fastuoso desfile militar para reverdecer las glorias históricas rusas. Este 2025 Putin celebrará en la Plaza Roja una nueva victoria, si cabe geopolítica, diplomática, militar, moral y psicológica.

Consciente de su superioridad en recursos y sostenido por una calculada paciencia estratégica para sortear los momentos más difíciles, Rusia se esfuerza en regresar en condición de actor de poder dentro del nuevo escenario internacional fortaleciendo su imagen ante una narrativa “patriótica” que le legitima ante su sociedad expresando una victoria de facto contra la OTAN en Ucrania y con un EEUU, antaño el principal defensor de Zelenski, aceptando las condiciones rusas. El Kremlin muy hábilmente sacará provecho de este contexto divulgando su triunfo con efectos propagandísticos toda vez adecúa su economía y a la sociedad hacia una militarización y la necesidad de securitización derivada de las presiones desde Occidente.

Por su parte, Ucrania, destruida a la espera de la jugosa reconstrucción mientras observa casi inerte cómo EEUU y Rusia esperan repartirse esferas de influencia, sin menoscabar los intereses geopolíticos de Polonia y los países bálticos, será solo un cementerio de rencores e interrogantes sobre para que sirvió esta guerra. En el fondo, Kiev se muestra contrariada y traicionada por un Occidente tan dividido como de candidez indolente.

El ex presidente Biden pedía luchar «hasta el último ucraniano». El «temido» Trump razona con otras variables: es mejor parar esta sangría inexplicable «para que no mueran más personas». Y un hábil y paciente Putin se erige ahora ya no sólo como el «señor de la guerra» sino también con expectativas de ser el «líder de la paz».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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