Archivo de la etiqueta: Liberalismo

EN DEFENSA DEL HISTORICISMO

Nicolás Lewkowicz*

Imagen de StockSnap en Pixabay 

El mundo contemporáneo solo puede ser entendido a través de las herramientas interpretativas que provee el historicismo. El historicismo aboga que la historia es resultado de causas y efectos y que, por lo tanto, no hay individuo ni colectividad que quede afuera del devenir histórico. Esta perspectiva otorga al individuo la posibilidad de operar con una visión activa de la historia.

Una visión activa de la historia conlleva la posibilidad de convertirse en la portadora de los logros que le han sido legados por una tradición de la que es parte por pertenecer a un ámbito sociológico específico. Los patrones de conducta generados dentro del ámbito social facilitan la identificación de ciertas leyes históricas que tienen un alto nivel de efectividad para entender al mundo moderno.

Las grandes transformaciones que informan los procesos históricos siempre tienen lugar como resultado de las circunstancias engendradas por grandes grupos de poder, los cuales buscan ejercer tutela y autoridad sobre las acciones del individuo. Fenómenos como la Guerra contra el Terrorismo, la Gran Crisis Financiera de 2008-2009, la Crisis de la Eurozona de 2011, la pandemia del Covid-19 y el conflicto que se desarrolla en Ucrania son entendibles a través del estudio de las causalidades particulares que dieron lugar a dichos eventos.

La reivindicación del historicismo también tiene que ver con el hecho de que los dilemas morales y éticos que aquejan a la humanidad no son muy diferentes de los que afectaron al género humano en el pasado. Las grandes transformaciones que afectan el espacio social invitan a transitar la modernidad adoptando una visión que conecte pasado, presente y futuro. Este precepto está decididamente contrapuesto a la idea que emana de los centros de producción de sentido, los cuales tienden a desconectar las ideas y los hechos que pueblan el espacio político de los factores que dieron luz a estos.

Según la visión que propugna la idea de la historia como un presente eterno y totalmente descolgado de hechos pretéritos, no existe la posibilidad de establecer una causalidad lineal entre pasado y contemporaneidad. Esta perspectiva filosófica se nutre de la tradición posmodernista, la cual viene, supuestamente, a liberar al individuo de su pasado, el cual se ve siempre como traumático y opresivo. De hecho, el acto de despojarse de una tradición histórica es visto como un proceso que facilita la sanación ontológica del individuo. El “fin de la historia” no es más que un momento revelador en el cual la humanidad toda debe partir de cero y despojarse de su pasado histórico.

La influencia de la filosofía analítica anglo-americana en el estudio de la historia tiene mucho que ver con esa percepción tan típica del posmodernismo. Cuando la filosofía se ajusta meramente a analizar variables del uso del lenguaje y/o manifestaciones subjetivas de la conciencia, se imposibilita la tarea de hacer grandes preguntas acerca del sentido de la existencia y la realidad material que rodea al ser humano.

Para la visión desculturizada y homegeneizada de la historia, emanada del ultra-racionalismo promovido por la filosofía analítica, el ser humano no está ligado a ningún pasado que lo condene ni tampoco a ninguna tradición heredada que pueda redimirlo y que pueda otorgarle los mecanismos necesarios para resolver los problemas que lo aquejan. La idea de desacreditar a la historia como herramienta de entendimiento de lo que ocurre en el mundo contemporáneo es propulsada como un elemento que viene a liberar al ser humano de todas las condicionalidades impuestas por un pasado que no le fue legado, sino impuesto para ejercer control sobre él. En este contexto, todo lo que sucedió en el pasado debe entenderse como hechos que están totalmente desligados de la realidad que impacta al individuo.

La visión de la historia como una serie de actos que no aparentan tener mucha relación entre sí, y que no tienen contenido trascendental, lleva al individuo a ser un sujeto pasivo de la realidad que lo rodea. Renunciar a la posibilidad de usar la historia como herramienta para entender la realidad no tiene como propósito ulterior crear un sentido propio de las cosas y redimir al ser humano de las condiciones impuestas sobre él, como lo describían autores existencialistas como Jean-Paul Sartre. Por el contrario, la falta de interés en la historia como sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente a redundar en la imposibilidad de participar activamente en la configuración de principios de ordenamiento social que puedan brindar progreso moral y material a la sociedad.

La falta de participación activa en la creación de cultura política se refleja en la imposibilidad de crear conocimiento que sirva para entender lo que sucede en un entorno social y cultural específico. El mundo moderno es transitado por el individuo a través de conceptos e ideas desculturizadas y homogeneizadas de consumo masivo. La reivindicación del historicismo como forma para entender al mundo contemporáneo implica que existe cierta trazabilidad entre los hechos pretéritos, los cuales sirven para crear una visión activa del presente, construida sobre la base de una cierta correlación entre lo material y trascendental.

El historicismo pone en jaque la idea de la historia como presente infinito y divorciado de lo que aconteció en el pasado próximo y lejano. Entender la realidad desde la perspectiva de una causalidad entre los hechos que afectan el entorno social tiene un efecto emancipatorio, porque ayuda a determinar la manera en la cual la historia se convierte en un instrumento heurístico capaz de cambiar una realidad adversa. Esta visión activa de la historia es útil para no caer en la tentación de colgarse a narrativas que presentan versiones simplificadas de los hechos históricos y que no sirven para entender realidades sociales y culturales específicas.

Afirmar que existen ciertos patrones que permanecen inmutables en lo que respecta al entendimiento de la historia puede contribuir a establecer principios precautorios que ayuden al ser humano a navegar las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el siglo veintiuno.

La idea de historia como fenómeno de causa y efecto, en vez de constelación amorfa de retazos de la vida pasada, lleva también a hacernos identificar aquello que aún no podemos conocer. Todo lo que es histórico es, necesariamente, empíricamente comprobable e incrustrado en una cadena de factores entrelazados entre sí. Esto no significa que el análisis histórico lleve siempre a una visión completa de lo sucedido. Pero al menos nos ayuda a identificar lo que puede ser comprobado y lo que no.

Una visión activa de la historia está estrechamente ligada a una forma de entender al mundo influenciada por una herencia cultural particular El ser humano está influenciado principalmente por una cierta forma de entender al entorno inmediato y por sucesos pretéritos que han impactado sobre su realidad inmediata.

La absorción de interpretaciones sociológicas que están fuera del entorno íntimo del ser humano no logra crear la posibilidad de progreso en espacios culturales específicos. No sirve entender las grandes transformaciones desde una hermenéutica uniforme. Ser parte activa de la historia implica entender la realidad a través de un prisma que está influenciado por la manera en la cual un grupo social específico entiende lo profano y lo sacro, lo contingente y lo necesario, lo temporal y lo perenne.

Los sucesos políticos que vienen desarrollándose en la actualidad demandan interpretaciones que no se sujeten a los estrechas y autorreferenciales avenidas conceptuales del mundo anglosférico. La forma de ver la historia fomentada desde el mundo anglófono se basa en tomar retazos del pasado para luego configurar una visión politizada de la realidad que sirve, de manera fundamental, al portador del mensaje y no a su receptor. Este método de analizar los hechos históricos no está dotado de la suficiente fuerza conceptual para explicar la manera en la cual los eventos políticos y sociales afectan a cada espacio cultural.

No se puede ser crítico con la realidad cuando lo ideacional prevalece sobre lo empírico, ya que esta modalidad no sirve para explicar lo que está ocurriendo en nuestro entorno más íntimo. De ahí que los hechos que han marcado la historia del siglo veintiuno, como el advenimiento del fenómeno del terrorismo islamista, las debacles económicas y catástrofes como la pandemia global de Covid-19 no tengan sentido y efecto de manera uniforme.

El estudio de la historia debe ofrecer la posibilidad de esbozar respuestas a los desafíos que aquejan a la humanidad desde la perspectiva ontológica de cada una de las ecúmenes culturales que existen en el sistema político internacional. La herencia cultural legada del pasado presupone ciertas leyes que sirven como herramientas para enfrentar a los desafíos que impone cada época histórica.

Cualquiera de las leyes que presuman hacernos entender la contemporaneidad debe brindarnos los mecanismos para entender la relación entre causa y efecto en la manera en la cual los hechos tienen lugar. De hecho, como lo señala Carl Hempel, existe una analogía fundamental entre las leyes naturales y la investigación histórica. Dentro de este esquema, la relación entre causa y efecto siempre es entendida de mejor manera cuando se aplica a las circunstancias sociales y políticas de cada espacio cultural.

Hay que destacar que la memoria histórica no sirve para explicar las causas y los efectos de los sucesos pretéritos. La idea de la historia como una constelación de hechos que pueden entenderse de forma aislada es incapaz de brindarle al individuo la posibilidad de obtener conocimiento práctico acerca de los desafíos que implica enfrentarse a las grandes transformaciones del mundo moderno. Los sucesos históricos son consecuencia de causas que tienen un largo proceso de maduración. Por ende, son productos de las acciones de actores que detentan un alto grado de poder para generar procesos de transformación. La historia no es accidental. Los hechos históricos son producto de efectos sociales, culturales y económicos que pueden ser observados en retrospectiva a través del tiempo y la distancia.

Esta visión se yuxtapone a la idea de la historia como memoria de hechos que no están necesariamente entrelazados entre sí. Robin Collingwood observaba que la historia es una narrativa que el historiador construye a través del ensamblaje de ciertos retazos del pasado. La tesis de la historia explayada por Collingwood se centraba en la primacía de las acciones del individuo en el entendimiento del pasado. Desde esta perspectiva, el enfasis no debe estar en las causas sino en las razones que provocan ciertos hechos. La diferencia entre causa y razón denota, desde la perspectiva esbozada por Collingwood, que no hay leyes de la historia sino solo decisiones que determinan ciertas acciones.

A su vez, para Edward H. Carr la tarea del historiador es determinar cuáles son los “hechos del pasado” que ameritan la atención necesaria para ser transformados en “hechos históricos” de acuerdo con ciertos prejuicios. Esta visión de la historia está desprovista de una filosofía que pueda generar el conocimiento necesario para enfrentar los desafíos del mundo moderno. La falta de atención a los procesos de causa y efecto deriva en la idea de una relación caótica de los hechos pretéritos.

El resultado inmediato de dicha perspectiva es poner al individuo en un estado de intemperie conceptual y hermenéutica acerca de la realidad que lo rodea. El problema con esta noción de la historia es que responde a la necesidad de reconstruir en la memoria ciertos sucesos del pasado a través de algún tipo de interés personal o sectorial. Además, esta visión de la historia deja de lado la multicausalidad implícita en la manera en la cual los procesos históricos se desarrollan. Este método sirve para perpetuar la memoria de ciertos hechos, la cual en muchos casos es tergiversada en favor de ciertos intereses sectoriales.

El historicismo se contrapone a esta visión, afirmando que la memoria histórica no es la forma más conveniente de entender la simbiosis entre causa y efecto ni de comprender la enseñanza que los sucesos sucedidos sucesivamentejan para el individuo y la sociedad. No es conveniente encerrarse en una narrativa que tenga como propósito ulterior defender cierta visión angosta de los hechos históricos. La historia no es simplemente un conjunto de artificios narrativos que sirve para explicar lo sucedido de manera simple.

Cuanto más compleja es nuestra visión de la historia, más podemos aprender de ella. La historia no consiste en actos aislados ni mera narrativa. La noción de memoria histórica sirve, en el mejor de los casos, para entender la magnitud histórica de ciertos hechos. Pero no para explicar sus causas y consecuencias. La configuración de una narrativa histórica para materializar un objetivo político determinado está siempre basada en un proceso de simplificación que termina alejándonos de la comprobación empírica de los hechos.

Para entender la historia es imprescindible saber lo que se puede saber y lo que no se puede saber. Es también de suma importancia tener en cuenta aquello que aun no ha sido develado, sea por falta de evidencia o por no poder entender las motivaciones que ocasionaron ciertos hechos. Una de las grandes ventajas de la historia es, precisamente, el hecho de que sea imposible conocerla en su totalidad.

Por cierto, puede que el estudiante de historia se sienta amedrentado por el vasto territorio que separa al individuo de una versión definitiva de los hechos ocurridos. Pero esto puede convertirse en una ventaja. La imposibilidad de conocer totalmente el pasado debe ser tomada como una oportunidad para ejercer un cierto escepticismo hacia cualquier versión definitiva de los hechos históricos.

Lo complejo de los sucesos que impactan al siglo veintiuno hace que debamos ejercer un riguroso escepticismo basado en la búsqueda de causa y efecto en la forma más objetiva posible. La tentación antihistoricista está también influenciada por la conexión entre individualismo y memoria histórica. El individualismo extremo, el cual es producto de los excesos del liberalismo que caracterizan a la era moderna, hace que la explicación del pasado esté centrada en narrativas que usan retazos del pasado desarraigados de una cadena de causalidad para servir a algún interés determinado.

La primacía de la memoria histórica que guía a la era moderna hace que lo emotivo tenga más importancia que lo que puede ser comprobado empíricamente. La manera de entender la realidad está cada vez más informada por un uso del lenguaje que sirve para otorgar valor, más que para dar sentido y desocultar la verdad.

Esto tiene que ver con el hecho de que la cosa política está cada vez más informada por consideraciones de índole personal. Es decir, lo que sucede en la realidad material importa a la gente en la medida en que afecte, en alguna medida, a sus intereses personales. En este contexto, tiende a ser verdadero lo que se percibe como tal. Existe una primacía de lo subjetivo por sobre lo objetivo que involucra a gente de todas las convicciones ideológicas. Esta primacía de lo subjetivo se sostiene a través de una narrativa que proyecta ciertas perspectivas morales utilizadas para desacreditar cualquier versión alternativa de la historia.

En la “fluida” era moderna vemos un incremento en el nivel de conflicto debido a la complejidad del entorno social que rodea a los procesos históricos. La necesidad de materializar intereses de índole personal o sectorial, más allá de si estos logran crear una visión del bien común, pone en jaque la estabilidad del espacio doméstico e internacional. Estos factores hacen que en esta Ciudad del Hombre, tan imperfecta y exasperante en su complejidad, solo se puede entender la realidad a través del esquema interpretativo del historicismo.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020. 

©2022-saeeg®

PROGRESISMO Y SALSA HUMANA

Marcos Kowalski*

Propician la instauración del progresismo, la sanción de leyes provenientes de un internacionalismo, que denigran las formas y el fondo de la educación, destruyen los valores del hombre argentino, menosprecian los símbolos patrios.

 

Desde el momento en que el ser humano dejo evidencias escritas sobre su existencia, unos 4.000 años antes de Cristo, en Sumer, testimonió sus emociones, sus necesidades, su organización y sus costumbres, es decir comenzó a contar la historia, a dejar registro escrito de los valores del comportamiento del hombre en cuanto tal, su vinculación con Dios, su sentido religioso y la influencia telúrica que lo ataba al suelo de sus orígenes y a sus comunidades con sentido de pertenencia, los dos sentidos que mueven la humanidad.

Si analizamos al sujeto humano en forma ontológica, comprobaremos que su esencia no ha cambiado mucho desde sus comienzos históricos hasta hoy. Con los griegos aparecía el pensamiento filosófico, el paso del mito al logo y se establecieron las bases del pensamiento moderno occidental, pero los valores del ser humano, su sentido religioso y su sentido social, como integrante de su comunidad no cambiaron, solamente los filósofos lo trataron de explicar.

Nada hubo, ni hay, nuevo bajo el sol, salvo la vanidad de algunos que, sin conocer la historia humana, o queriendo contrariarla, sin tener en cuenta los sentidos religiosos y de nacionalidad, fueron elaborando hipótesis que ponen al hombre en un centralismo a expensas de la fe en Dios y despreciando su pertenencia al solar patrio. Es la búsqueda de una “humanidad” de ficción, que siempre se les viene escapando por estar despegada de la verdadera esencia humana, la salsa que mueve la vida a través de los tiempos.

El intento vano de desviar la humanidad de la cultura greco-romana-cristiana, toda injerencia en la salsa humana del hombre, nos lleva a padecer imposturas pretenciosas que intentan imponer como normal la contra-natura de minorías que escudados en presuntos nuevos valores “progresistas” pretenden imponerlos con un dogmatismo y una intolerancia absoluta a toda opinión diferente, dedicándose a destruir los valores históricos, el sentido religioso y nacional del ser humano, que se formaron a lo largo de los siglos.

Como ejemplo podemos ver que la discusión sobre los derechos de género de hombres y mujeres se ha convertido en una fantasmagoría total, donde estas acciones llevadas a cabo bajo la bandera del progreso son un error. La idea de que un niño tenga el derecho para determinar su género debería ser considerado como un verdadero crimen de lesa humanidad.

El carácter soberbio, la personalidad desmesuradamente egoísta y ególatra impulsada desde el “Leviatán” de Hobbes, el hedonismo como único motor el hombre, haciendo que bajo la premisa de que la esencia humana es en realidad una “construcción” cultural, quieran estos “pensadores”, llenos de sus imposturas intelectuales, des-construir, es decir destruir, lo que por su mala interpretación de la historia llaman paradigmas culturales.

Es así como vemos que la promoción de ideologías individualistas y materialistas como el liberalismo y el comunismo derivan en la formación de grupos sectarios, que creen, piensan y sienten que cualquier modificación o evolución a su pensamiento único no es posible. Es el fanatismo propio de los que creen ser dueños de la verdad absoluta.

Es el fanatismo lo que hace creer a toda costa algo increíble. No se somete ante lo evidente, sino a lo que escapa a la racionalidad. Por ello, hay personas inteligentes y racionales en diversas facetas de su vida pero que, en cambio, pueden ser fanáticas en otras, en realidad pretendiendo calmar sus ansiedades personales.

Al no tener en cuenta la verdadera esencia humana, al SER que se opone a todo lo que no es y jamás será y lo hace mediante la libertad, que justamente es aquello que mueve, que transforma, que impulsa, que troca la posibilidad en realidad, ese SER que con sus sentidos, religioso y nacional y haciendo uso de su libertad se opone y reacciona frente al pensamiento “progresista”.

Es entonces que el iluminado progresista sufre la tremenda frustración de ver fracasar sus intentos de materializar el “cambio” y el pretendido “hombre nuevo” que se propuso generar, vuelve a ser el viejo hombre de siempre, porque todos los entes son fieles a su esencia y siempre vuelven a sus bases originales, máxime cuando el “progresismo” no resulta natural, haga lo que se pretenda hacer para cambiarlos.

Recordemos que los estudiosos de la psiquis, como Freud, terminaron reconociendo que “el instinto humano es perfecto e inmutable”, que Carl Jung, contrarió en ideas a Freud en cuanto a vincular la “libido” solamente a lo sexual, definió lo que llamo “inconsciente colectivo” como una forma de fuerza vital, como explicación a lo que nosotros damos en llamar sentido Nacional del ser humano.

No se puede entonces propiciar el “cambio” si no una evolución. En los entes, en los SERES, no se puede cambiar su razón para SER; en el humano en particular, se pueden enriquecer sus pensamientos mediante distintos estímulos, pero no cambiarlo. El hombre hoy como siempre se cocina en su propia salsa y no en la que le quieren imponer olvidando su naturaleza.

No todo es objeto de debate o de crítica, como pretende el progresismo, que a partir de la escuela de Frankfurt impulsa la filosofía crítica. Ni existe el multiculturalismo de Heidegger sino deferentes formas de entender la cultura; se pueden discutir ideas, pero el hombre no puede salirse de sí mismo, de su instinto, en definitiva, de su esencia.

La pretensión intelectual del “progresismo” es en realidad una ficción que acompaña a las socialdemocracia, al liberalismo, al neoliberalismo, al movimiento libertario y al neomarxismo, a todas a las ideologías derivadas del materialismo dialéctico y del sentido hedónico, que tiene al egoísmo como motor de las acciones del hombre y desatiende el factor altruista que es el que motiva al ser humano como esencialmente social.

En el caso de Argentina, la influencia de poderosos poderes internacionales que intentan el manejo de una globalización cultural, propician la instauración del progresismo, la sanción de leyes provenientes de un internacionalismo, que denigran las formas y el fondo de la educación, destruyen los valores del hombre argentino, menosprecian los símbolos patrios, para desnacionalizar la comunidad, comprometiendo a la Nación, mediante préstamos impagables que se garantizan con la dependencia.

Todo esto cuenta con la participación concreta de una casta política desprendida de todo apego al patriotismo y complaciente con el internacionalismo, que se presenta en cada elección, con varias opciones de la misma cosa, todas caras de la misma moneda liberal-libertaria-progresista-neo-marxista, opciones que están organizadas como resultante de un juego, que es en realidad, una gran interna de facciosos apátridas.

La Nación Argentina está a merced de una “casta política” apátrida que la pone en un estado total de postración, en lo político y económico, pero sobre todo en lo cultural y espiritual. Apátridas que pretenden hacernos perder la conciencia de nuestra argentinidad, haciéndonos digerir una contracultura mundialista y renegar de nuestra autentica Tradición Nacional y de nuestra historia.

Para poder volver a dimensionar al hombre en su esencia, solo hace falta llevarlo a hacer consiente nuevamente los valores ocultos en su inconsciente colectivo, hacer que descubra nuevamente su sentido Nacional, la historia común con otros compatriotas, en la comprensión que de ello se desprende su presente y futuro para poder llevar adelante sus propios proyectos de vida, la de sus descendientes y su comunidad.

Se deben reconquistar los valores culturales y los símbolos que nos identifican y aúnan como argentinos, rescatar desde el fondo del alma de cada uno y de la mayoría de los ciudadanos, el sentimiento nacional oculto, destituyendo los mitos de imposturas que contra la naturaleza, promueven bajo el pretexto de valores universales destruir nuestra humanidad, nuestra cultura y nuestra Nación.

No nos queda más que reiterar lo que dijimos un sinfín de veces; comprendemos el derrotismo, escepticismo y desesperanza de muchos, pero no lo compartimos, creemos en el sentido Nacional de los argentinos y que hay muchos patriotas dispuestos a servir a la Patria pero involucrémonos en una lucha inquebrantable, inteligente y dirigida con astucia y sabiduría y pidiendo la ayuda de Dios para volver a ser una Nación de compatriotas libres.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

Publicado originalmente en Restaurar el 27/10/2021, http://restaurarg.blogspot.com/2021/10/progresismo-y-salsa-humana.html

LA ÉTICA Y LA ECONOMÍA PARA SALVAR A LA SOCIEDAD

Giancarlo Elia Valori*

Profundas grietas están desgarrando el cuerpo de nuestra sociedad, causan nueva ansiedad e ira entre las personas y crean nuevas corrientes en la política. La base social de esta ansiedad incluye factores geográficos, educativos y éticos.

La gente no nace para ganar mucho dinero. Todo lo contrario. Sólo quiere vivir bien o tan bien como acostumbra y ganar lo que necesita sin querer explotar a los demás.

Muchos pensamientos y teorías que tuvieron un gran impacto en el mundo a menudo quedaron huérfanos y fueron adoptados por otras escuelas de pensamiento.

Por ejemplo, Jeremy Bentham, el filósofo que sentó los cimientos éticos del capitalismo moderno, así como otros pensadores, no son gigantes morales en el sentido moderno de la palabra, sino que son conocidos por su incompatibilidad con la ética. El utilitarismo persigue la máxima utilidad y felicidad y no es casualidad que sea adoptado por la economía occidental emergente y, bajo las limitaciones de crear un “hombre económico”, pueda desarrollarse fácilmente con nuevos métodos obtenidos a partir del cálculo estadístico matemático (sistemas derivados).

El valor máximo satisface así la urgente necesidad de la economía de herramientas sistémicas cuantitativas sofisticadas y precisas. Este conjunto de pensamientos éticos amorales que salieron de la búsqueda de “valores naturales” que todo el mundo, no sólo unos pocos, debe obtener, ha sido olvidado gradualmente por la historia crítica del pensamiento económico.

El utilitarismo y el liberalismo son los dos pilares complementarios y contradictorios en la base de la economía de mercado. El primero separa el estándar del juicio moral sobre el comportamiento personal de la pasión por la acumulación de dinero, y lo cambia para que esté completamente determinado por el motivo del beneficio. Por lo tanto, sólo ese comportamiento puede mejorar “la mayor felicidad para el mayor número de personas”, autoreferenciándose como ético y eliminando el juicio de valor instintivo de todo ser humano que es incapaz de alcanzar tal felicidad debido al dinero. De acuerdo con este estándar “sagrado”, el grupo de élite de tecnócratas debe desempeñar objetivamente el papel de “guardián social”.

El liberalismo reconoce el objetivo del utilitarismo, pero se opone firmemente a la inferencia de que conduce a un gobierno central fuerte. Adam Smith creía que la división del trabajo y el intercambio eran espontáneas y gratuitas y podían promover la felicidad general de la sociedad y la mejora del bienestar personal al mismo tiempo. Los teoremas de la economía del bienestar deducen que todos los resultados del equilibrio espontáneo del mercado deben dar lugar a la maximización del bienestar. Por el contrario, la maximización del bienestar general en la práctica se logra mediante el libre albedrío del individuo (el empresario), es decir, mediante un comportamiento egoísta del individuo. Según los liberales, el papel del gobierno en esto es hacer solo unos pocos cambios en la “distribución del capital inicial”. De ahí que ya no sea el Estado Ético de Hegel, sino el Estado como simple administrador, empleado por la mencionada élite. En este punto, el proyecto ético del capitalismo liberal está completo.

La libre elección y la maximización del bienestar pueden lograrse teóricamente al mismo tiempo. Por lo tanto, lo que la gente tiene que hacer es favorecer las restricciones estatales y al mismo tiempo promover la plena competencia, así como reducir la información y las asimetrías externas mediante la homologación y la normalización. Por lo tanto, el objetivo del capitalismo es eliminar el papel ético del Estado.

Irónicamente, sin embargo, la estructura ética del capitalismo liberal nunca ha sido perfecta fuera de los diseños teóricos, es decir, se ha manifestado en una parte particular del mundo al pasar por crisis devastadoras. La Gran Depresión atropelló la “mano invisible sagrada” de la economía como un elefante pisotea un terrón de tierra. La Segunda Guerra Mundial empujó la voluntad colectiva y la movilización del capitalismo de Estado hasta sus límites, a través de los conocidos ejemplos políticos y económicos.

Los pueblos tienen diferentes formas de expresión, las electorales y las revolucionarias. El socialismo después de la Segunda Guerra Mundial e, incluso antes, el comunitarismo se convirtió en una buena medicina y correctivos para los horrores del capitalismo. En los principales países europeos, los partidos socialdemócratas han provocado cambios importantes en el capitalismo liberal, la culminación de los cuales son los modelos escandinavos.

Paul Collier, profesor de las Universidades de Oxford y autor de The Future of Capitalism: Facing the New Anxieties (2018) tomó su propia ciudad natal, Sheffield, como ejemplo en su libro. Sheffield fue la primera ciudad en el norte de Inglaterra en experimentar la revolución industrial y también fue la primera en enfrentar la nueva ansiedad causada por esa revolución: la polarización entre ricos y pobres, el desempleo y el medio ambiente.

Tras el deterioro de la situación y los cambios demográficos, la respuesta de los ciudadanos fue mejorar los lazos entre ellos y crear una comunidad lo suficientemente fuerte, así como utilizar esta estrecha relación para crear una organización que estableciera cooperativas caritativas. Por ejemplo, las cooperativas de vivienda permiten a las personas ahorrar dinero para comprar casas; cooperativas de seguros reducen el riesgo, y las cooperativas agrícolas y minoristas otorgan a los agricultores y consumidores un poder de negociación independiente sobre las grandes corporaciones.

El movimiento cooperativo que comenzó y se desarrolló en el norte de Inglaterra rápidamente se extendió a la mayor parte de Europa y se convirtió en la base económica de los partidos socialdemócratas de centro-izquierda. Fue, sin embargo, la centro-izquierda de la época, no la farsa política de hoy con actores y actrices conocidos.

A través de la alianza, la comunidad se extendió por todo el país y la reciprocidad dentro de la comunidad se extendió al compromiso mutuo entre el Estado y los ciudadanos. Las políticas pragmáticas de seguro médico, pensión, educación, desempleo y bienestar aliviaron la ansiedad de las familias. A lo largo de los años, la socialdemocracia ha tomado alternativamente el poder en los países capitalistas, y estas medidas socialistas se han mantenido a largo plazo y de forma universal —al menos hasta ahora.

Con el declive de la industria siderúrgica, las ciudades se convirtieron en típicos centros obsoletos y deteriorados. En varios países europeos, el declive de los partidos socialdemócratas —que se inició en la década de 1970— comenzó a dar un paso adelante a principios de siglo y ha alcanzado su punto álgido en los últimos diez años. La decadencia se ha producido en Francia, Alemania, España e Italia, donde ha desaparecido el glorioso Partido Socialista (PSI). Las tasas de ayuda en Noruega y en los Países Bajos han disminuido significativamente.

Cabe señalar, sin embargo, que los partidos tradicionales de centro-derecha no se han beneficiado de ella e incluso se han convertido en una plataforma de lanzamiento para los movimientos dirigidos por el capital financiero apátrida y por agendas vagas e inconclusas. Italia es un caso doloroso.

El capitalismo globalizado es claramente responsable de todo esto —a través de la tecnología y la adicción masiva— y plantea una vez más el problema de la incompatibilidad de derechos y deberes en la sociedad liberal, en el momento en que la brecha entre ricos y pobres se está ampliando. Italia es el peor de los países europeos más poblados en términos de diferencia de ingresos entre ricos y pobres: en nuestro país, el 20% de la población con mayores ingresos posee más de seis veces los ingresos del 20% de los ingresos bajos.

El declive del Estado ético y el colapso de la socialdemocracia son la contradicción entre el colapso real de las obligaciones mutuas (deberes de derechos) en el capitalismo globalizado y la creciente demanda de las obligaciones antes mencionadas debido a la estructura económica más compleja y asimétrica (sólo considere la violencia en América del Sur debido a los continuos fracasos del capitalismo).

Las crisis fiscales con un alto bienestar también se han extendido a Europa: hay que recordar que el doble sentido PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) se utilizó en 2008-2010, así como “Rust Belt” (la región de Estados Unidos entre las montañas de los Apalaches del Norte y los Grandes Lagos) para referirse a fenómenos como el declive económico, la despoblación y la decadencia urbana debido a la contracción del sector, después de la crisis financiera de 2008.

Por lo tanto, en los países donde ha habido una expansión sin precedentes de la educación superior y de la riqueza que ha llevado a la creación de la clase media, las crisis del capitalismo conducen al dilema de la identidad y la frustración.

Si no nos limitamos a la hipótesis de un “hombre económico racional”, sino que nos centramos en el “hombre social racional” más realista, tendremos más beneficios económicos, ya que el respeto a la identidad se incluye en la satisfacción de las necesidades individuales.

Un modelo de pensamiento simple puede sugerir una idea. Si todo el mundo tiene dos bienes o activos, a saber, el trabajo y la ciudadanía, ambos pueden conducir a un cierto respeto. El respeto por el trabajo se refleja en los ingresos y el respeto a la ciudadanía en el prestigio del país. Aunque cada uno no puede elegir su identidad, puede elegir “prominencia”: elegir una identidad prominente indica un grupo común al que pertenecemos proactivamente. Cuanto más se respete al grupo común, a más individuos se les anima a no prevaricarse unos contra otros en pos de su propia felicidad haciendo daño a los demás.

Por el contrario, la ética del capitalismo liberal tiene como objetivo tradicional destruir el Estado y convertir a los ciudadanos en consumidores sin identidad.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

©2021-saeeg®