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RENTAS DE GUERRA

Alberto Hutschenreuter*

La confrontación entre rusos y ucranianos sigue su curso en el país del este de Europa. La posibilidad de un acuerdo para cesar el fuego no parece estar cerca, pues, como advierte Richard Haass, difícilmente Kiev vaya a aceptar una situación tan desfavorable: más del 20 por ciento del territorio (geoeconómicamente importante) se encuentra bajo control de las fuerzas rusas. Pero, además, la «potencia civil» europea y Estados Unidos prosiguen suministrando capacidades a Ucrania, situación que prolonga la guerra sin que ello implique que Ucrania revierta lo perdido. Por último, en su reciente cumbre de Madrid, la OTAN, lejos de realizar algún anuncio relativo con descartar eventuales nuevas ampliaciones, aprobó un concepto que incrementa la acumulación militar de la Alianza, principalmente en el noreste de Europa.

El origen de esta innecesaria guerra comprende tres niveles. Un nivel mayor relativo con la rivalidad entre Occidente (Estados Unidos) y Rusia; un nivel que implica a Kiev y Moscú; y finalmente, el nivel interno en Ucrania, es decir, la confrontación que tenía lugar desde 2014 entre las fuerzas ucranianas y las fuerzas filo-rusas del este del territorio. Todos los niveles se encuentran relacionados, nos ayudan a comprender la guerra y, acaso lo más relevante, nos aportan datos al momento de comprender la decisión de Moscú de movilizar sus fuerzas el 24 de febrero.

En el nivel superior o estratégico, el propósito de Estados Unidos ha sido, desde hace bastante tiempo, lograr ganancias de poder frente a Rusia, es decir, debilitar a este actor con el objetivo de evitar que (eventualmente) se convirtiera en un poder euroasiático preeminente que volviera a desafiar la supremacía de Occidente. Una «Yalta sin Rusia» significaba que no solamente no había nada que repartir con el gran poder (ya no superpotencia, como bien advirtió Leon Aron), sino que había que vigilarla en su propia frontera: la ampliación de la OTAN fue una estrategia de rentabilización de la victoria estadounidense en la Guerra Fría dirigida a ese proyecto.

La negativa de Occidente a proporcionar a Rusia garantías relativas con que la OTAN abandonaría nuevos ciclos de ampliación, negativa que, en buena medida, determinó la invasión rusa a Ucrania, necesariamente hay que interpretarla como una continuidad de aquella estrategia occidental, pues la guerra no solo impactaría sensiblemente en el prestigio estratégico-internacional de Rusia, la aislaría y afectaría su frente económico basado en exportaciones de materias primas (hay que señalar que la guerra dilatará, una vez más, las necesarias reformas que necesita llevar adelante Rusia para aspirar a desplegarse como un poder cabal).

Pero también hay en esta guerra búsqueda de rentas que no apuntan solo a Rusia. La guerra precipitó un cúmulo de sanciones por parte de Occidente (actualmente hay siete grados de puniciones activas sobre Rusia), siendo una de las más importantes la relativa con dejar de importar dichas materias primas, especialmente los suministros energéticos (según la Oficina Europea de Estadística, Eurostat, en 2021 la Unión Europea importó de Rusia el 40 por ciento del gas y el 28 por ciento de petróleo que consumió).

Pero la guerra también fungió como una oportunidad para alcanzar uno de los propósitos más ansiados por parte de Estados Unidos en relación con desacoplar a Europa de Rusia, particularmente a Alemania, el país de la UE que había logrado que el suministro de recursos proveniente de Rusia fuera de territorio ruso a territorio alemán: de eso se trató el gasoducto ampliado «Nord Stream 2», hoy paralizado.

La energía supone poder para aquel que la detenta y dependencia para aquel que la requiere. En estos términos, Rusia ostenta una capacidad de «disuasión energética»; más todavía, una capacidad de «suasión» (para utilizar el concepto de Edward Luttwak) en materia de energía, es decir, un recurso que le permite a Moscú capacidad para disuadir y persuadir, algo que, sumado a otras estrategias rusas destinadas a hacer vulnerables a los países o debilitar asociaciones entre países, son inaceptables para el primero.

Como dijimos, el propósito estadounidense relativo con el desacople energético Europa-Rusia era anterior a la guerra; y si bien durante la presidencia de Trump Estados Unidos fue crítico con Europa en algunas cuestiones, fue con el regreso de los demócratas cuando se buscó reafirmar la alianza atlanto-occidental. Ese regreso significó también retomar la estrategia de post-contención frente a Rusia.

Pero el objetivo no solo ha sido desconectar el vínculo energético Europa-Rusia, sino algo que completa la estrategia de separación: que la UE pase a depender (con el tiempo) de fuentes de energía estadounidenses (hay que tener presente que, gracias a la técnica conocida como «fracking», en 2021 Estados Unidos ha sido el mayor productor de petróleo del mundo, seguido por Arabia Saudita y Rusia; asimismo, también lo es en producción de gas, seguido por Rusia e Irán).

En relación con ese segundo propósito estadounidense, la de ser el «nuevo grifo» de Europa, que exige que los países europeos construyan más terminales de gas natural licuado, es interesante destacar que, desde principios de 2022 hasta abril, Estados Unidos envió a Europa tres cuartas partes de todo su gas natural licuado. Este aumento significa que Estados Unidos se ha convertido en el actor que suministra la mitad de las importaciones de gas licuado natural de Europa, esto es, el doble de la participación registrada en 2021, según datos del sitio de Bloomberg.

Esa técnica de explotación de recursos (relativamente reciente) le ha permitido a Washington no solo dejar de depender de fuentes externas ubicadas en áreas inestables, una meta establecida tras el 11-S, e incluso de nuevas plazas alternativas, logrando así revertir la preocupante situación de vulnerabilidad que sufría a principios del siglo XXI: la de ser el mayor consumidor de esas fuentes del globo y disponer de pocas reservas nacionales.

Otros actores podrán llegar a suplir las compras que realizaba la UE a Rusia, de hecho, China e India han incrementado sensiblemente sus adquisiciones a ese país, confirmando así una tendencia de la política exterior de Rusia desde que las relaciones de este país con Occidente quedaron cada vez más comprometidas como consecuencia del envenenamiento de Navalny en 2020.

La guerra en Ucrania es una confrontación innecesaria, pero ello no quita que sea funcional para algunas de las partes. Sin duda, ha sido funcional para Estados Unidos en relación con una estrategia frente a Rusia que puso en marcha desde el mismo momento que acabó la Guerra Fría. Pero también la guerra fungió favorable para que aquel país lograra un propósito largamente anhelado: que Europa no mantenga vínculos geo-energéticos con Rusia.

Europa nunca ha abandonado su zona de confort estratégico-militar, esto es, su condición de «protectorado estratégico estadounidense». Ahora posiblemente sumará la de «protectorado energético» de la potencia mayor. Son las «rentas» de la guerra.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

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LA DECADENCIA

F. Javier Blasco*

Palabra que se define como la pérdida progresiva de la fuerza, intensidad, importancia o perfección de una cosa o una persona y también como el período histórico o de tiempo en el que un movimiento artístico o cultural, un estado, un estadista, una sociedad, etc., va perdiendo la fuerza o los valores que lo constituyeron y lanzaron como tal y durante el cual, paulatinamente, se debilita hasta desintegrarse.

Sabemos que, desde siempre, todo en esta vida nace, crece, se desarrolla, implanta y expande y tras un periodo más o menos prolongado de esplendor, entra en el llamado y definido periodo de decadencia que le lleva a su descomposición, degradación, hastío y desaparición de la vida pública y el pensamiento de las personas, la política y los usos y costumbres de la sociedad donde se desarrolló.

Lo que nos lleva a pensar que en esta vida y en nuestro pensamiento nada ni nadie, salvo Dios, son y permanecen en pie hasta la perpetuidad. En el plano político y en el de la gobernanza de los pueblos, muchos de sus actores han caído frecuentemente en la tentación y la vanagloria de pretender ser queridos y venerados eternamente; que su mundo y el de su entorno no cambiara nunca y que, aunque hicieran lo que hicieran, nadie osara a desbancarlos de su pedestal, sillón o trono; porque su poder y capacidad de gobernar a sus congéneres eran tales, que nadie les pondría en cuestión o dudaría de su capacidad. Situación, que para poder darse, debe cumplir con uno o varios de los siguientes requisitos: ha ocurrido en lugares o países en los que el atraso social y cultural es o ha sido total o excesivo comparado con su entorno; los ínclitos eran unos vulgares dictadores; han mantenido su poder y popularidad a base de dadivas o mamandurrias a los que le rendían obsesa pleitesía, mientras ejercían la persecución directa o indirecta contra todo aquel o aquello que se oponía a su idea, mandato o forma de gobernar o, simplemente, son personas, que por el abuso de poder que viene ejerciendo, se creen por encima del bien y el mal, de la ley y hasta son capaces de irla cambiando y adaptando a sus necesidades y exigencias.

Ejemplos hay muchos y enumerarlos llenaríamos muchas páginas, cosa que no pretendo con este breve relato de reflexión, con el que tan solo quisiera desenmascarar a una persona y a sus conmilitones que, desde sus primeros pasos —por cierto, y significativamente, muy chulescos y desenfadados— en la vida social y política ha venido dando señales de que era un claro aspirante a ser uno de los más grandes vendedores de humo de la historia reciente, pretérita y posiblemente hasta de la futura.

Me refiero claro está, a Pedro Sánchez Castejón, la persona que inmerecidamente y aupada por una frase —incrustada sin motivo ni razón en una sentencia que no venía al caso— de un juez más que polémico y muy de su cuerda, supo llevar a la práctica una moción de censura basada en la mentira y el engaño y se aupó a la presidencia del gobierno de España con añagazas, palabrerías y todo tipo de promesas incumplidas en base a alianzas perversas, podridas y muy dañinas para el bien y nombre de España, los españoles y su propia dignidad; cosas todas ellas que le importan un rábano, porque su sed de poder se apoya principalmente en la falta de principios sanos y  la amoralidad.

Un presidente que se maneja a golpe de decretazos, de muy dudosa o hasta probada ilegalidad, sin que le afecte lo más mínimo; que no duda en el apagón informático, político y social, en aliarse con tiros y troyanos al mismo tiempo con tal de mantener su poltrona, su falso prestigio y poder pavonearse por diferentes foros como si fuera uno de los hombres más importantes y decisivos del mundo, cuando en realidad, si algo le caracteriza, es su poca vergüenza a la hora de pedir ayuda económica, política y hasta moral cuando él realmente carece de la más mínima credibilidad.

Jamás se siente culpable de nada, ante el menor problema siempre mira a su alrededor para sacrificar cualquier ficha que sea necesaria o no, para salvaguardar su trasero y resistir en el asidero del poder cuando el agua le llega al cuello y ya no es una vez no dos que lo hace, sino muchas más por lo que hasta los más cafeteros a su vera empiezan a dudar y piensan, a la vista de lo visto y de la larga lista de cadáveres políticos a sus espaldas, que el próximo en descabezar por el déspota, hasta puedo ser yo.

No le importa en meterse en todos los charcos habidos, previstos o no. De forma irresponsable e irreflexiva crea sus propias situaciones de tensión dentro y fuera de casa y, como todos los de su especie, posiblemente dominados por el diablo, los remordimientos y la mala fe interna, empieza a ver fantasmas y contubernios cercanos a él para hacerle caer, mientras cada vez más se refugia en su única y absoluta verdad; en que todos deben estar a su disposición, que la propia oposición solo está en la política  para seguirle a pies juntillas, aprobarle con su votos cualquier iniciativa aunque sea descabellada o no y que aquel que se resista a hacerlo, es un enemigo de la patria, cuando en realidad tal y como parece, es él, el mayor felón.

Como buen o cuasi persona falsa y perfecto narcisista, es un gran amante de sí mismo, de su imagen, figura y pensamiento; tanto que no duda en hacer que le escriban un libro que refleje ‘su forma’ de pensar al que pomposamente tituló ‘Manual de Resistencia’, que le hagan uno varios books (álbum de fotografías que reflejan la trayectoria profesional de un artista, modelo, etc.) y hasta una serie de películas que resalte su ‘mucha e importante’ actividad.

No pierde ocasión alguna para aparecer en cualquier foro, foto o para auto darse una gran importancia, aunque no la merezca. Sin embargo, a la hora de convertirse en pedigüeño o para dar explicaciones, pocas porque no suele darlas, manda a sus acólitos para que sean ellos los que se abrasen ante los demás.

Como es lógico y normal y haciendo caso al rico refranero, no se pude engañar a todos durante todo o mucho tiempo, por lo que su figura, pensamiento e ideología han entrado en declive; afuera le evitan o le ponen en el córner de la foto, en España ya no puede aparecer en ningún foro callejero sin ser abucheado por la población; sus socios de coalición o los partidos que soportan su gobierno, a pesar de estar ahítos de tanto sacarle prebendas y concesiones, ya declinan apoyar sus iniciativas y el año y medio que falta para las nuevas elecciones, se va a hacer muy largo tanto a él, como más de la mitad de los sufridos y no comprados o engañados españoles que le tenemos que soportar.

Siguiendo el manual y la definición de decadencia, Sánchez empieza a ser un lastre en cualquier foro; su presencia en actos electorales ya es valorada con mucha precaución hasta por aquellos que han sido elegidos por su dedo divino. Externamente, en la OTAN nadie le tiene en cuenta salvo en la próxima Cumbre de la Alianza porque será patrocinada y pagada por España y los españoles y en la UE se ha convertido en una de las mayores moscas borriqueras, dado que en dicho foro, hace tiempo que no aparece presentando soluciones a problemas que nos competen; sino pidiendo que hay de lo mío y exigiendo que sean ellos, los que ‘urgentemente’ arreglen los creados por él; de forma personal, siguiendo una cabezonería, su obstinado y poco fundamentado instinto o sus más que probables espurias y ciertamente ocultas agendas o intereses.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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KISSINGER EN DAVOS: BREVE TRATADO DE SENSATEZ GEOPOLÍTICA

Alberto Hutschenreuter*

En el Foro de Economía de Davos, Suiza, Henry A. Kissinger se ha referido a una serie de cuestiones con centro en la actual situación que tiene lugar en Ucrania, país ubicado en una de las tres placas geopolíticas del globo atravesadas por rivalidades y tensiones pasibles de provocar una contienda militar mayor.

Entre otras reflexiones, el influyente pensador estratégico (que acaba de cumplir 99 años) advirtió que si continúa la confrontación, es decir, la que tiene lugar en el territorio ucraniano, pero también la que la acompaña desde el nivel estratégico, concretamente la rivalidad Occidente-Rusia, se afectará peligrosamente la estabilidad internacional.

Kissinger sostuvo también que Ucrania deberá ceder territorio y que el conflicto cambiará la geopolítica.

La intervención del experto causó impacto y, como suele suceder cada vez que aborda temas centrales del mundo, sus apreciaciones rápidamente se difundieron a escala mundial.

Pero nada nuevo hay en los razonamientos de Kissinger. Como todo estudioso que nunca se aparta de un marco teórico desde el que casi apasionadamente se plantea preguntas en términos de estados, poder, capacidades, intereses, equilibrio e intenciones, un marco de pensamiento que desde las perspectivas global-aldeanas y soñadoras resulta cada vez más vetusto, Kissinger nada más siguió el libreto conservador en materia de relaciones entre estados. El mismo que, en otro contexto, aplicó en los años setenta en relación con la Unión Soviética y China: negociar con la primera, a pesar de tratarse de un poder ideológico que no aceptaba el statu quo (como muy bien lo describe en sus «Memorias», y por lo que fue criticado por Zbigniew Brzezinski, otro coloso del pensamiento y proceder estratégico), y sumar a la segunda en términos de equilibrio de poder (el experto George Friedman ha hecho interesantes observaciones a la política de Kissinger en los setenta y a sus consideraciones en Davos: «Why I Disagree With Henry Kissinger», Geopolitical Futures, May 27, 2022).

El término equilibrio es clave en el «mundo-Kissinger». Y en esta guerra (innecesaria) que ha perturbado el orden local, regional y global ha sido, precisamente, la ausencia de equilibrio el factor que precipitó los hechos.

En alguna medida, si en el pasado la Unión Soviética era el actor ideológico que no respetaba el statu quo en las relaciones internacionales, pues su propósito era que «desapareciera el ellos y todos fuesen nosotros», tras la Guerra Fría, Occidente mantuvo un curso de seguridad de carácter revolucionario en relación con evitar toda posibilidad de que Rusia pudiera convertirse en un nuevo poder euroasiático que retara una vez más a Occidente.

Solo así se entiende que la OTAN, una organización política-militar nacida para afrontar el poder de la URSS, se ampliara sin ningún límite, al punto de pisotear el principio de seguridad indivisible, cuestión clave para comprender la crisis y confrontación actual.

En otros términos, las decisiones estratégicas y geopolíticas que Occidente tomó tras la victoria en la Guerra Fría no respetaron la experiencia y la historia, cuestiones de primer orden en las reflexiones de Kissinger, como deja demostrado de manera brillante en su obra cumbre, «La diplomacia» (la que como muy bien sostuvo una vez el especialista Jorge Castro debería haberse titulado «La política de poder»), como así también en otra obra de excelencia, «Orden mundial. Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia».

Esa falta de deferencia estratégica y político territorial fue la que creó una situación que implicó, desde Rusia, diferentes políticas de reparación que incluyeron la más riesgosa, la guerra, antes en Georgia y ahora en Ucrania.

Ir más allá de lo conveniente tras una victoria puede poner en riesgo la propia victoria, es decir, provocar reacciones que alguien terminará padeciendo; en este caso, Ucrania. Por ello, Kissinger advierte que, con el fin de evitar lo que podemos denominar «divisibilidad geopolítica», este país tendrá que ceder territorio: la desmesura y la ignorancia geopolítica en las relaciones interestatales casi siempre llevan al fraccionamiento geopolítico de la parte más débil o de la que desafió el equilibrio territorial.

En algún momento, la OTAN debió considerar los límites, aquello que el canciller Bismarck, muy estudiado por Kissinger, denominaba «diagonal» en materia de competencia interestatal. Pero nunca lo hizo, a pesar de las advertencias hechas por «los que saben», entre ellos, el mismo Kissinger, Scowcroft, Kennan (el primero en desaconsejar ampliar la Alianza), Waltz Mearsheimer, por citar algunos de los más notables. Por ello, el accionar de la OTAN fue geopolíticamente revolucionario. Y la historia no ofrece demasiados casos exitosos de cursos geopolíticos irrestrictos o que desconsideren el equilibrio geopolítico entre los poderes preeminentes.

Por último, es posible que la geopolítica cambie tras la guerra en Ucrania. Pero la geopolítica siempre cambia; lo hizo en los noventa cuando parecía que la disciplina quedó sepultada con la Guerra Fría. Entonces, adoptó otra forma, sutil, mas no cambió su fondo: la pugna por captar o controlar territorios y recursos (hay que tener presente que la nueva ola industrial requiere nuevas materias primas, por ejemplo, litio). Tal vez nunca se dio cuenta, pero Clinton, al abrir mercados por todo el mundo y derribar marcos regulatorios de los Estados a través de su política de «ampliación», fue un geopolítico de nuevo cuño, si bien Kissinger no estuvo de acuerdo con su enfoque internacional.

De eso se trató la globalización (o «geobalización»), un régimen de poder blando que predispuso a los países a «hacer entusiasmadamente» lo que los poderosos querían que ellos hicieran.

La geopolítica cambia, pero nunca se va. Más todavía, como siempre, viene hacia nosotros. Y así será mientras las cuestiones hasta hoy inalterables de la política entre estados, esto es, la ambición, el temor, los intereses, entre otras, no sean erradicadas o modificadas. Si un día ello ocurre, entonces nos encontraremos en otra dimensión de la humanidad.

Además, la geopolítica cambia, pero en un sentido de «pluralización», es decir, se suman nuevos territorios, por caso, el digital, y también adquieren nueva relevancia los «viejos territorios», por caso, el aeroespacial. Pero ello no implica que la rivalidad y el conflicto disminuyan sino, por el contrario, se vuelven más sofisticados y difusos. En su ya citada obra «Orden mundial», Kissinger se ha referido a esos «nuevos temas».

En breve, en el encuentro mundial de Davos Kissinger ha hecho advertencias y ha recordado que solamente el equilibrio puede proporcionar un orden que, a su vez, proporcione estabilidad internacional, es decir, paz. Para otras visiones y prácticas, la historia ofrece no pocos casos de frustraciones y precipicios.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

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