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EL FANATISMO, LA MÍSTICA Y EL PATRIOTISMO

Marcos Kowalski*

Imagen de Vicki Nunn en Pixabay

Existe un trastorno del carácter, una manera de ser, ciertamente anómala por el dolor y el daño que ocasiona, que está bastante extendido. Me refiero al carácter soberbio, a la personalidad desmesuradamente egoísta y ególatra, esto es, al narcisismo.

Cuando el narcisismo de las personas o de los grupos es excesivo, entonces creen, piensan y sienten que cualquier modificación o evolución propia es peligrosa. Por consiguiente, esperan siempre que el cambio sea el ajeno, de manera que para el narcisista el que debe cambiar tiene que ser el otro en el sentido de mejorar, ser compasivo o indulgente y demás cosas favorables para él.

Al igual que en el individuo singular, también en el seno de la comunidad, si el fanatismo se extiende, se observa, entonces, un potente narcisismo del grupo influyente. No es raro, por ejemplo, que en cualquier comunidad o en los grupos institucionales convivan sectores que se tengan por escogidos y se sientan exquisitos.

El fanatismo es una actitud que podemos entender como de narcisismo social, caracterizada por una adhesión intolerante a unos ideales que pueden llevar en algunos casos a conductas destructivas. En las personas fanáticas hay una amalgama de componentes afectivos (la exaltación emocional), cognitivos (el valor absoluto de las creencias) y comportamentales (las conductas impositivas contra quienes piensan distinto).

En el caso del fanatismo violento el proceso es el siguiente: a) una creencia victimista sirve de aglutinador de un grupo; b) hay una identificación emocional de cada sujeto con la creencia y con el grupo; c) se refuerza la homogeneidad grupal mediante la creación de un enemigo exterior, que puede ser una amenaza para el grupo propio; d) ese enemigo no es de los nuestros ni siquiera es “humano” como nosotros; y e) hay que destruir al enemigo en defensa propia.

Este fanatismo como sistema de creencias genera mucho fervor, cristaliza esperanzas y funciona como una droga cultural. El fanático se obnubila con una mentalidad sectaria y entre los componentes esta la violencia que genera el fanatismo, el odio y la glorificación de dicha violencia. Un fanático simplemente es una persona irreflexiva, vulgarmente un borrego. Fanáticos hay en todos lados, en la religión, las ideologías políticas, el deporte, etc.

La promoción de ideologías individualistas y materialistas como el liberalismo y el comunismo derivan en el narcisismo de las personas o de los grupos sectarios, que cuando es excesivo, entonces creen, piensan y sienten que cualquier modificación o evolución a su pensamiento único no es posible. Es el fanatismo propio de los que creen ser dueños de la verdad absoluta y solo les hacen el juego a los inescrupulosos que los manipulan.

Las personas, presionadas por la contracultura del individualismo que impulsa el narcisismo en los hombres, son más vulnerables al fanatismo y a la violencia cuando acumulan frustraciones repetidas procedentes de percibir que la soberbia personal de su narcisismo se enfrenta a una realidad diferente que les resulta hostil; y que contradice sus sentimientos produciéndole humillación y ansias de venganza que los convierte en “resentidos” sociales, entonces se les cae la autoestima y pasan a carecer de un proyecto existencial propio y de una identidad personal.

Las características psicológicas como sugestionabilidad, hipersensibilidad emocional, con poca disposición al razonamiento e intolerancia a las críticas, autoestima baja, impulsividad les generan una dependencia emocional de otras personas a quienes confieren un liderazgo incondicional.

Las actitudes fanáticas se aplican especialmente a la política. El fanático quiere creer a toda costa algo increíble. No se somete ante lo evidente, sino a lo que escapa a la racionalidad. Por ello, hay personas inteligentes y racionales en diversas facetas de su vida, pero que, en cambio, pueden ser fanáticas en otras, como en la política, que calman sus ansiedades personales.

En tiempos electorales este fenómeno es bien común, reflejado en la preferencia de líderes políticos en tener fanáticos y no copartidarios, como el fanático “solo ve lo que quiere ver” en sus caudillos, “ve” bondades inexistentes y en medio de escándalos políticos, funcionarios destituidos y condenados por la Justicia por inmoralidad administrativa y desfalco, solo ven persecuciones de adversarios.

Viviendo una realidad que nos les pertenece, negando toda crítica a ello y sobre compensándose a sí mismos., confunden lealtad con sumisión, convicción con creencia, poder relativo con poder absoluto, tolerancia con debilidad, flexibilidad con blandura, paciencia con inoperancia y entereza e integridad con fanatismo.

A diferencia de este fanatismo tonto y vulgar está el apasionamiento por hacer las cosas bien o acercarse a la perfección como lo es el bien común, la religión, el arte o la literatura o el cultivo de las ciencias, mediante una actividad espiritual que aspira a conseguir sus objetivos por diversos medios como ascetismo, devoción, amor, contemplación, etc. Es el misticismo.

El término mística hace referencia a un adjetivo relacionado con una palabra que proviene del verbo “myein” del griego que significa encerrar. Y, más específicamente, de la palabra “mystikós” que significa misterioso o arcano. Lo místico se refiere a un estado donde el alma humana se une a lo divino en el plano terrenal. Este estado de unión es muy propio en las religiones ya sean monoteístas, politeístas y no teístas.

Cuando hablamos de una persona como alguien místico, estamos haciendo referencia a un individuo que tiene un lado espiritual muy desarrollado, quizás más que el promedio de las personas, y que manifiesta esa espiritualidad o esa conexión con lo que está en la vida o más allá de la vida terrenal a partir de sus acciones tendientes a hacer proselitismo de sus creencias, pero sin imponerlas.

Si bien el verdadero místico es aquel individuo que a partir de su fe en Dios alcanza un estado de plenitud y de paz interior, en una deformación del concepto, en un sentido coloquial se dice que alguien es místico cuando tiene afición por cuestiones espirituales de cierta profundidad, cuando es un apasionado por alguna cuestión.

Es el caso del que posee, lo que este escriba denomina, la mística patriótica. El tema del amor a la Patria se ha descuidado con exceso. De una parte, los abusos históricos, y de otra, su invocación banal, han contribuido a lograrlo. Pero ni lo que se ha llamado la Patrolatria, ni el patrioterismo, pueden ser causa bastante para distraer nuestra atención del misticismo patriótico que no es otra cosa que el amor verdadero a la Patria.

El misticismo patriótico se nos presenta inicialmente como un deber, como una obligación con que la justicia nos interpela con respecto a la Patria, porque la Patria es la depositaria del bien común. El patriotismo como lealtad exigida parece obvio, porque la Patria, como dice San Agustín, (“De libero arbitrio” (XV, 32), debe ser considerada “como una verdadera madre”. Pero el patriotismo no es sólo, una obligación, es algo más.

Y es algo más porque se enmarca, no en el orden de la justicia, sino en el “ordo amoris”; y hay que explorar a fondo esta “orden del amor”, (el amor a la Patria), el sentimiento que se explica en forma coloquial como misticismo, para encontrar el patriotismo verdadero. En el “ordo amoris” sorprendemos un brote inicial en lo telúrico, en el patriotismo que San Agustín llamó amor sensual, afectivo, de ternura por la tierra nativa.

Pero creemos que no es aquí donde está la esencia del patriotismo, y por dos razones: porque si esta inclinación natural lo fuese, los hombres, como decía también el obispo de Hipona “cederían en patriotismo a las plantas, puesto que las plantas ganan a los hombres en apego a la tierra”; y porque el patriotismo delectatio, fruición, erotismo, concupiscencia, como Fichte le calificara, es pasajero porque se adhiere a lo fugaz, y el patriotismo, si es un amor auténtico, sólo “se despierta, inflama y reposa en lo eterno”.

Superando lo telúrico y para conducirnos al final a lo teándrico, otro tipo de amor, el amor intelectual, que no desconoce ni rechaza el afectivo primario, pues nada hay en la inteligencia que no se halle previamente en los sentidos, pero lo supera, porque, como dijo San Agustín: “juzgo de necesidad que la mente sea más poderosa que el apetito»” De este amor intelectual nos hablaron Spinoza y Legaz Lacambra, al pedir que los puntales del patriotismo se claven en lo intelectual. Pero, este patriotismo intelectual no es un patriotismo matemático, como lo veía Spinoza, y no sólo porque haya una poesía de los números y de las ecuaciones, sino porque, siendo una superación, que no supresión, del patriotismo telúrico, es un punto de apoyo en su línea ascendente, es decir, en su ánimo de perfección, en definitiva en su misticismo.

En la lógica del pensamiento que estamos desarrollando el primer peldaño nos permite pasar de los sentidos a la inteligencia, el siguiente peldaño nos eleva en el “ordo amoris”, de la inteligencia a la voluntad, porque sólo se quiere y se ama en serio lo que de una u otra forma se conoce (“Nihil volitum quin praecognitum”).

Este amor de voluntad, este amor místico,  tiene varias manifestaciones. Cuando se refiere a Dios se llama religión, cuando se refiere a los padres, respeto y piedad filial, y cuando se refiere a la Patria, patriotismo. En los tres casos, y cada uno a su manera, suponen, como decía Santo Tomás, una especie de culto.

Entonces lo que entendemos por misticismo patriótico, por patriotismo, es una manifestación de la “pietas” como virtud; Por eso, el II Concilio Vaticano (Gaudiam et Spes, número 75) desea que se cultive con “magnanimidad y lealtad el amor a la Patria”, y León XIII, en Sapientiae Christianae, escribe que el “amor sobrenatural a la Iglesia y el que naturalmente se debe a la Patria, son dos amores que proceden del mismo eterno principio, pues que de entrambos es causa y autor el mismo Dios”.

Cuando Cristo dice que amemos como Él nos ama, quintaesencia del cristianismo, lo que nos dice es que amemos con su mismo amor. Si el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís demuestra cómo es posible amar con amor de caridad al hermano sol o al hermano lobo, cómo el cristiano no ha de amar a su Patria.

Lo que ocurre, y aquí se hace preciso completar el pensamiento de León XIII, es que el amor natural a la Patria que puede exigirse a todo hombre, cuando se contempla en el cristiano, por la pietas, se sobrenaturaliza, y llega a su plenitud cuando la pietas, animada y vivificada por las caritas, que es el amor de Dios con que el cristiano debe amarlo todo, nos empuja a amar a la Patria con pasión, en definitiva, con mística.

Por el Amor divino, que eso es, en suma, la caridad. A este patriotismo de la caridad alude San Agustín cuando pide que “amemos al prójimo, y más que al prójimo a los padres, y más que a los padres, a la Patria, y más que a la Patria a Dios”; y el citado gran pensador, que tanta insistencia puso en el patriotismo intelectual, acaba hablándonos del “patriotismo encendido por un amor”, de un misticismo patriótico inflamado por la caridad.

La Patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales. La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos; y por ello debemos respetarla todos y algunos sentir la mística del patriotismo.

Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.

Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, está en nuestra esencia humana pegada a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones.

Nuestro sentido Nacional, lleva inexorablemente a algunos hombres al misticismo patriótico que se dirige al otro término subjetivo de la relación la Patria. La Patria es, de nuevo recurriendo a San Agustín, “síntesis trascendente”; en un doble sentido, a saber: trascendente a aquéllos que la integran, para desempeñar una misión en la historia profana; pero trascendente también para, en esa historia profana, realizar una tarea dentro de la Historia Universal de la Salvación.

Pero debemos estar muy atentos, para no hacer derivar el misticismo por la Patria e incurrir en los errores que convierten al patriotismo en “patrioterismo” y retrotraer nuestro amor por la patria a una especie de fanatismo narcisista como el denunciado al inicio de este artículo, no debemos caer entonces.

En asepsia. Supone una actitud indiferente ante la Patria. Podría expresarse con estos términos: “me es igual”. Ni siquiera como delectatio la Patria me interesa. Utilitarismo. Hay dos frases latinas que reflejan un estado de ánimo semejante: “ubi bene, ibi patria” y “Patria est ubicunquae est bene” (la patria esta donde estemos bien).

Romanticismo. Mi Patria está allí donde se habla mi lenguaje (recuérdese la frase de Unamuno) o donde se puede vivir en libertad. Universalismo, puesto de relieve en el apátrida voluntario por considerarse ciudadano del mundo, “Patria mea tutus hic mundus est” (mi patria es el mundo).

Separatismo. Que, insistiendo en el principio del provincialismo y federalismo, en cuyo nombre se hizo la unidad de la Nación en el siglo XIX, trata de romper la unidad nacional e histórica ya existente en un crimen contra el espíritu de la Patria, y por ello imperdonable, traición, postulada últimamente incluso por grupúsculos se sedicente pueblos originarios y aun gobernadores provinciales.

Escatologismo. Alegado por quienes, so pretexto de la patria celestial futura, tienen un concepto despreciativo del mundo y olvidan que aquella patria celestial, como el Reino de Cristo, aunque no sean como las patrias y los reinos de este mundo, se incoa y se construye en este mundo, y que por ello las cosas del mundo y las patrias de este mundo, no pueden abandonarse y dejarse en las manos de los enemigos.

Las desviaciones, pecados o errores del patriotismo deben ser descartados. Ni siquiera una situación de enfermedad, decadencia o envilecimiento de la Patria debe menoscabar el patriotismo. En una época, como la actual, en que la Patria sufre en su alma y en su cuerpo, los patriotas están obligados a poner en juego más que nunca un misticismo en defenderla.

Todo este misticismo, todo este patriotismo, que parece llevarnos a una galaxia irreal o lejanísima, resulta extremadamente lógico. Dice San Pablo (Rom. 5,5) que la caridad es el amor que Dios ha derramado en nosotros. Ese amor no se derrama para salpicar en el corazón y perderse en el suelo, ni para dejarlo secar a la intemperie, sino para fecundarlo y con ese corazón fecundado, que deja de ser un corazón de piedra, amar también a la Patria.

Que el patriotismo alcanza su plenitud como expresión de las caritas, de la entrega generosa del “ágape”, aparece a todas luces en aquellas lágrimas de Jesucristo ante la dureza de corazón de su pueblo (Luc. 19,41). Si el cristiano ha de hacer suyos los sentimientos del Redentor, uno de ellos es, sin duda, el patriotismo.

Ahora bien; el patriotismo, así contemplado, no sólo puede pedir el sacrificio supremo de la vida, sino el sacrificio diario del trabajo. Una Patria puede estar en peligro no sólo como consecuencia de una invasión militar, sino por obra de otro de tipo de invasiones. La ideológica, que le hace perder su identidad.

La invasión ética, que trata de corromperla, la económica, que busca someterla a dependencia colonial. Entender que sólo tratándose de la invasión militar hay que aprestarse a la lucha, es un error. Estar en vigilia tensa, a la intemperie, para que la Patria no pierda su talante especifico, ni sus cotas morales, ni su propia naturaleza, es un postulado esencial del patriotismo.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario.

Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

©2020-saeeg®

ANOMIA, TRIBULACIONES Y ESPERANZA

Marcos Kowalski*

 

Emile Durkheim (1858-1917), uno de los fundadores de la sociología moderna, fue el introductor del término «anomia».

La anomia, que estrictamente significa ausencia de normas es un concepto más bien descriptivo, procedente de las ciencias sociales[1] y se refiere a un desorden social por la inexistencia de normas y control que mediante un colapso de gobernabilidad impide que algunas personas consigan las metas socialmente esperables, hecho que provoca una situación desorganizada que resulta en un comportamiento antisocial[2].

Desde hace muchos, muchos años, todos nuestros “dirigentes” políticos han estado más preocupados por lo que les dicta el Orden Mundial que por nuestra Nación Argentina, dejándonos en un embrollo, en la economía y en todo lo que han hecho, gobernando a favor del esquema del Nuevo Orden Mundial, desgobernaron la Nación.

Este despropósito apropósito está produciendo un colapso de gobernabilidad por no poder controlar esta emergente situación de alienación, provocada por las subculturas, minoritarias que se intentan imponer a las mayorías, hecho que promueve una situación desorganizada que resulta en un comportamiento no social.

El agravamiento del conflicto social y el delito se encuentran en la imposición de un modelo que reduce las obligaciones del Estado ante la sociedad, incrementa la desigualdad entre los seres humanos y destruye el nivel de vida frente a la pérdida de la capacidad adquisitiva mínima del ciudadano. Y es cuando se produce una opacidad de la conciencia colectiva, no se logra producir una solidaridad orgánica y las normas correspondientes se quiebran[3].

Podríamos hacer un seguimiento del estudio sociológico de la anomia a través de distintos autores, sobre todo norteamericanos, pero en general, el concepto de anomia podría considerarse un concepto más de tipo sintomático, es decir que expresa o manifiesta una situación, más que suministrar una explicación de la misma[4].

Siempre tenemos que recordar que el concepto de anomia, es ante todo un síntoma y por lo tanto no funciona solo. Es, como venimos diciendo una violación a las normas, el análisis no responde tanto a por qué se produce esa violación, sino que su valor es más descriptivo que explicativo. En el caso argentino podemos dar varios ejemplos actuales de posibles casos de anomia según las definiciones clásicas[5].

El cumulo de situaciones que generan anomia en nuestro país, (tráfico de drogas, lavado de dinero, contrabando, economía informal, desempleo, delitos violentos usurpación etc.) forjaron unas zonas marginales urbanas que han surgido por deterioro de sectores de la sociedad producto de la desocupación y el mono centrismo urbano desatendido por las autoridades.

Autoridades políticas que parecen desentenderse de la cuestión y solo hacen apariciones esporádicas y, para colmo, son el problema y no la solución, la casta política gobernante suele ser la enfermedad que produce el síntoma anomia en la sociedad al adoptar soluciones ideológicas globales y no dar respuestas particulares a la mayoría del pueblo de la Nación.

Todo esto es parte de lo que, en el hombre sencillo, la persona común, su familia, su núcleo social de amistades, produce una gran tribulación, la congoja consume a la mayoría con un sufrimiento interior que lo angustia y nubla su capacidad de comprensión, sabe que su entorno no lo deja llevar su cuerpo por el camino de la seguridad y la inseguridad siempre produce miedo.

Las grandes dificultades personales a la que se enfrentan hoy los argentinos, son sin embargo otra prueba más de nuestra capacidad de supervivencia como pueblo, como Nación. Son tribulaciones que debemos enfrentar con un realismo sobre nuestra sociedad actual, pero esperanzados que podremos supurarlo a condición que podamos conseguir en algún futuro próximo una nueva forma de gobernar la Argentina.

La anomia, el descontrol, la supresión de las libertades, el empoderamiento de lo marginal con el pretexto de inclusión de minorías, el imponer agendas del denominado Nuevo Orden Mundial, pero por sobre todo el tratar de atomizarnos como pueblo con las teorizaciones marxistas, o neoliberales. A todo eso, oponemos el sentido Nacional, el argentinismo latente, que a la gran prueba que produce este desastre que se nos impone, surgirá prevaleciendo.

Nos quieren imponerla teoría de Ernesto Laclau[6] y transformar nuestro pueblo en muchos pueblos. A Laclau como marxista le falto Patria y realidad para interpretar al hombre, además de nunca haber sido pueblo. A través del esloveno Zizek, el intento de “vendernos” un nuevo comunismo, más humano y más comunitario[7]. Del liberalismo a través del coreano Han una mayor opresión de los Estados sobre el individuo[8]. En definitiva, nos quieren robar la idea de Patria.

Todas estas pretensiones de imponer teorías chocan irremediablemente contra el hombre real primero y después contra sus sentidos como tal. En primer lugar, el hombre tal cual es y no como nos gustaría, lleva en su inconsciente colectivo dos sentidos, el religioso, que existe hasta en los ateos y el nacional, que hemos venido explicando en varios trabajos, el sentido nacional es esencial para propiciar la pertenecía del hombre integrado con sus compatriotas.

En ese aspecto, se integra como pueblo y no como que pretende el “populista” atomizado en diferentes partes de una masa amorfa con padecimiento de anomia generalizada. No importa ni quien ni como se pretenda gobernar una Nación, siempre que el grupo gobernante intente despojar de patriotismo a los ciudadanos de la misma, más tarde o más temprano, el patriotismo aflorará y el gobierno será desplazado. Esa es siempre la Esperanza.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

 

Referencias

[1] El concepto “Anomia” no es exclusivo de la Sociología. En Psicología, por ejemplo, utilizando su raíz latina significa un trastorno del habla que alude al olvido de los nombres, y en Biología hace referencia a un molusco bivalvo, es en el contexto disciplinar sociológico en donde ha tenido un mayor desarrollo.

[2] La noción de “Anomia” fue introducida por Durkheim y desarrollada por la sociología norteamericana para estudios de control social, desviación, delito y criminalidad. Al tomar un nuevo aire en los años 80, fue exhaustivamente estudiada y algunas situaciones contemporáneas lo han puesto de nuevo en escena.

[3] Conforme lo enuncia Émile Durkheim (Épinal, Alsacia-Champaña-Ardenas-Lorena, 15 de abril de 1858 – París, 15 de noviembre de 1917), quien fue un sociólogo y filósofo francés.

[4] Autores como Orrú, Parsons, Merton, con su importante teoría funcionalista y muchos otros.

[5] Se puede ver las obras de Parsons, el ya mencionado Merton, entre los europeos Dahrendorf o Peter Waldmann.

[6] Ernesto Laclau. “La razón populista”.

[7] Slavoj Žižek. “El dilema es barbarie o comunismo renovado”.

[8] Byung-Chul Han. “Vamos hacia un feudalismo digital y el modelo chino podría imponerse”.

 

 

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DEJA VU DE LOS HIDROCARBUROS EN BOLIVIA

Ramiro Moreno-Baldivieso* (El Deber)

A lo largo de la historia de nuestros hidrocarburos, fundamentalmente enfocada a su aprovechamiento a través de la exploración, explotación y comercialización, sin ingresar en temas políticos o de análisis jurídico político, como fue con el sistema concesional y en la actualidad con la amplia gama que nos ofrece el sistema contractual, nos encontramos que no hemos avanzado mucho, quizá de manera parcial en temas de gas natural.

El desarrollo de nuestros hidrocarburos fue moderado quizá debido a que la madre naturaleza no nos dotó de la fortuna de la abundancia de estos, sino de manera incipiente en líquidos y con un poco más de importancia en lo que hace al gas en los últimos 50 años. Desde la fundación de YPFB tenemos que hemos aprovechado nuestros hidrocarburos tanto de manera directa como también hasta 1969 dentro del sistema concesional y, a partir de 1971 dentro del sistema contractual. Pero la gran pregunta es con cual de dos sistemas hubo más desarrollo, con cuál de los dos fuimos más eficientes. Considero que la mayoría vamos a coincidir en que el sistema contractual fue el más eficiente y que fue paradigmático desde 1971.

También a lo largo de la explotación de nuestros hidrocarburos sea por nuestra cuenta o con la participación de las empresas internacionales (International Oil Companies – IOC) también hemos transitado por escenarios legales como señalamos, sean concesionales o contractuales y con un alto contenido de opinión o cánones nacionalistas inmersas en nuestras últimas Cartas Magnas que tuvimos, que para algunos investigadores desembocó en una falta de confianza en el país, por nuestras inestabilidades políticas, el cambio de reglas del juego en materia de inversiones y otros, lo que nos colocó en una clasificación no de primer orden; asociado a esto, el bajo potencial hidrocarburífero y, por tanto, no ser un país atractivo para la inversión extranjera en temas de petróleo y gas, junto a otros recursos naturales que tenemos en el país. Nuestro ansiado desarrollo económico no llegó nunca.

¿Pero por qué ocurrió todo esto? Desde mi perspectiva, no supimos dotar el país de un instrumento o un título legal habilitante que sea suficiente, de acuerdo con los tiempos y las exigencias mundiales a aquellos interesados en invertir en el país.

Nuestra política de hidrocarburos a lo largo de muchos años estuvo orientada, por lo menos, a aspirar a ser un país importante en la producción de hidrocarburos en gran escala, para generar los excedentes necesarios para alcanzar a nuestra realidad con relación a nuestro potencial hidrocarburífero; el manejo y la administración de nuestros recursos de petróleo y gas a cargo de nuestra benemérita empresa estatal YPFB con criterios políticos, poco experimentada en temas técnicos, con excesiva burocracia y creación de subsidiarias (un ex presidente de YPFB declaró que la empresa tenía más de 8.000 empleados) siguiendo modelos de empresas estatales de gran envergadura de referencia internacional y con importante presencia en el mundo de las grandes ligas de la energía de los hidrocarburos; poco aporte de las regiones productoras hacia un política de hidrocarburos eficiente; bloqueo a nivel central de la posibilidad de alianzas público privadas o con la participación de las gobernaciones de departamentos productores en la industrialización del gas (como fue el caso de Tarija para la petroquímica); la falta de acomodo tecnológico y, ni qué decir del entorno de los recursos humanos valiosos que teníamos y los dejamos migrar a otras latitudes más importantes y de mejores oportunidades para ellos; y por último, una excesiva injerencia política en una empresa que debía eminentemente técnica e independiente del calor político de los gobernantes pasajeros.

¿Entonces que nos queda por hacer? Creo que mucho dentro de este rosario de imperfecciones descrito. Pero, como tarea inminente, luego de entrar en el nuevo normal tanto en lo político como en lo pandémico, dado que muchas cosas cambiarán no solo en lo interno, sino más bien en el orden internacional, considero que debemos contar una nueva ley de hidrocarburos, una nueva de inversiones y, una ley de arbitraje con un diseño monista o dualista; todo con el ánimo de convertir a nuestro país en una atracción internacional en tema de inversiones.

Sabemos que todo lo anterior no es fácil, que se requiere de mucho esfuerzo y voluntad, una gran dosis de patriotismo dejando de lado el tema político partidario, pues de otra manera estaremos postergando muchas aspiraciones presentes y futuras, y tal vez la generación de nuestros hijos y nietos. 

* Abogado. Master en leyes LLM Harvard Law School.

Nota publicada en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/deja-vu-de-los-hidrocarburos-en-bolivia_192262