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RUMANIA. ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO. LA SOBERANÍA O EL GLOBALISMO.

Federico Addisi*

Rumania nos marca el camino. A todos los nacionales del mundo. Se levanta el Cesar de la Antigua Roma para entroncar con la Rumanía profunda.

Y casi como un relato bíblico ―pues las Naciones no escapan al juicio del creador y como las personas, tienen una misión que cumplir―; Callin Georgescu terminó siendo el Profeta. El Predicador. Y el Diablo, que sigue la agenda de Soros y el globalismo recalcitrante de la UE; lo silenció. Más como la semilla de mostaza, los fértiles campos y bosques de la Rumanía ancestral ya tenían su siembra. Hasta que llegó el Mesías. Y George Simion recogió lo sembrado por Georgescu y juntos, demostrando que primero están siempre el Movimiento y la Patria; más luego los hombres (nombres), asestó una derrota vital a las fuerzas del mal del progresismo de Bruselas.

Simion ganó la primera vuelta para ser Jefe de Estado de Rumanía. Aquel derecho que los leguleyos arrebataron con mentiras, calumnias y cárcel al buen Georgescu.

Pero la luz del Gran Capitán y su heroico martirio por Cristo y Rumanía, continúan iluminando.

Sólo resta la segunda vuelta que enfrenta como siempre; y hay que decirlo con claridad:

al bien contra el mal. 

AVE RUMANÍA!

 

* Historiador revisionista, escritor y conferencista.

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EL 9 DE MAYO Y EL RELATO DE LA «VICTORIA SOBRE EL FASCISMO»

Roberto Mansilla Blanco*

Este 9 de mayo de 2025 se conmemora el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, con la rendición de la Alemania nazi. En Rusia esta celebración tiene un significado emotivo y prácticamente sagrado: es el «Día de la Gran Guerra Patriótica», la victoria del pueblo soviético sobre el fascismo. Un hecho histórico que evidencia porqué la URSS y el sacrificio del pueblo soviético en una guerra de liberación nacional contra el agresor extranjero fueron los verdaderos artífices que permitieron la victoria aliada y la derrota nazi-fascista.

Por otro lado, ese mismo día, la Unión Europea (UE) conmemora el «Día de Europa» por ser la fecha de la igualmente célebre «Declaración Schuman» realizada en 1950 por el entonces ministro francés de Exteriores Robert Schuman y que abogaba por la integración europea a través de la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), organismo germinal de la actual UE.

No obstante, las celebraciones previstas, tanto en Rusia como en Europa, para este 9 de mayo de 2025 se observan condicionadas por las tensas relaciones ruso-europeas derivadas por la guerra de Ucrania. Más allá de las operaciones militares en el frente ucraniano y de las negociaciones que impulsa el presidente estadounidense Donald Trump para alcanzar una tregua duradera en este conflicto, el trasfondo de las tensiones entre Bruselas y Moscú se enfoca en contextualizar el control del relato histórico sobre quién fue el verdadero ganador en la victoria contra el nazi-fascismo.

Como elemento disuasivo por parte de Trump para garantizar el incierto éxito de esta negociación de un alto al fuego, Washington y Kiev firmaron 1° de mayo un acuerdo de cooperación económica para la explotación de las denominadas «tierras raras». Simultáneamente, Moscú aseguró completar la recuperación absoluta del control en la localidad de Kursk tras la efímera y surrealista invasión militar ucraniana de agosto pasado.

Bajo un ambiente de conmemoración histórica, ambos acontecimientos, el acuerdo entre EEUU y Ucrania y la liberación de Kursk, reflejan elementos que implican observar con atención el pulso ruso-europeo por difundir sus respectivos relatos históricos en torno a la celebración de este 9 de mayo.

Celebrar cada quien por su lado

El protocolo de invitaciones para la celebración de este 9 de mayo tanto en Rusia como en Europa refleja el respectivo nivel de equilibrios y alianzas geopolíticas.

El Kremlin ha confirmado la asistencia de los líderes de China, India (cuyo presidente Narendra Modi se encuentra en medio de una crisis con Pakistán tras un atentado terrorista que amenaza con explotar el conflicto entre ambas potencias nucleares), Brasil, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Venezuela, otros países asiáticos, africanos, de América Latina y del espacio post-soviético como Kazajstán y Kirguizistán, que aportaron miles de combatientes hace ocho décadas. China, Vietnam y Corea del Norte han enviado delegaciones militares para desfilar ese día en la Plaza Roja.

Por su parte, el presidente ucraniano Volodymir Zelenski anunció una celebración en Kiev en la que ha invitado a los ministros de Exteriores de la UE. La comisaria europea de Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas, llamó a boicotear la celebración del 9 de mayo en Moscú instando a presidentes de países miembros de la UE (Hungría y Eslovaquia) y aspirantes de admisión (Serbia) a no aceptar la invitación rusa.

En tono amenazante, Zelensky fue incluso más allá: llegó a declarar que «Ucrania no puede garantizar la seguridad» de los líderes mundiales que estarán presentes en la Plaza Roja el próximo 9 de mayo.

Rusia: la simbiosis de la «Gran Guerra Patriótica» con la «Operación Militar Especial» en Ucrania

Moscú siempre ha criticado la escasa voluntad occidental, rayando incluso hasta en la negación histórica, a la hora de reconocer el enorme esfuerzo realizado por la URSS y su papel decisivo en la derrota del eje nazi-fascista.

De los 80 millones de muertos que se calcula dejó la II Guerra Mundial, 27 millones fueron de ciudadanos soviéticos provenientes de diversas nacionalidades en ese momento bajo la soberanía de la URSS. Son estos ciudadanos rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos, kazajos, georgianos, armenios, tártaros, bálticos, kirguizos, tayikos y uzbecos, entre otros. De allí la presencia en las celebraciones del 9 de mayo en Moscú de varios de los mandatarios de esos países independientes tras la disolución de la URSS en 1991, lo cual supone un reconocimiento oficial por parte de esas nacionalidades al esfuerzo bélico de sus ancestros en la victoria sobre el fascismo.

El contexto de la guerra en Ucrania le ha otorgado al 9 de mayo en Rusia una dinámica especial, tendiente a fortalecer el audaz viraje patriótico y nacionalista impulsado por Putin. Compatibilizar la guerra ucraniana desde 2022 con la «Gran Guerra Patriótica» de 1941-45, argumentando que Rusia lucha actualmente contra el «régimen nazi de Kiev» que, apoyado por Occidente, ha provocado decenas de miles de muertos en el conflicto en el Donbás desde 2014 contra compatriotas rusoparlantes que hoy han regresado al seno de la «Madre Rusia», le ha permitido al Kremlin recrear un relato histórico asertivo y eficaz con la finalidad de legitimar sus objetivos ante la opinión pública y la sociedad rusa.

Así mismo, y en términos de soft power, la excelente tradición filmográfica rusa (por cierto escasamente apreciada en Occidente), ha constituido igualmente un factor determinante a la hora de fortalecer esta perspectiva «patriótica y nacionalista», dentro y fuera de Rusia, en lo concerniente a la victoria sobre el fascismo. En Rusia, obviamente, tienen muy claro quién fue el ganador en la II Guerra Mundial.

Paralelamente, el Kremlin ha logrado reforzar la perspectiva del «Russky Mir», el «mundo ruso» como un espacio civilizatorio que lucha contra la «contaminación de los perniciosos valores» de un Occidente cada vez más agresivo, donde se ha instalado un sentimiento de «rusofobia» y ante un clima político europeo donde vuelve a asomar el rostro del fascismo a través del avance electoral de algunos de esos partidos políticos. De este modo, y ante la indiferencia occidental, Rusia reclama su papel protagonista ante la historia como el principal actor en la victoria contra el fascismo.

Este argumento, muy cuestionado e incluso rechazado por Occidente principalmente entre sus altas esferas de poder, le ha permitido al Kremlin cohesionar a la sociedad rusa en este esfuerzo bélico interpretando que la guerra que actualmente se lleva a cabo en Ucrania es prácticamente de facto contra la OTAN y una UE que ahora da un vuelco de 360 grados en su naturaleza pacifista encaminándose hacia un incierto rearme y militarización precisamente contra lo que considera como la presunta «amenaza rusa».

Sea por convicción o por mero instrumento propagandístico, la indolencia occidental a la hora de reconocer el enorme esfuerzo soviético en la victoria contra el fascismo le ha servido al Kremlin de argumento válido para atacar a sus rivales occidentales acusándoles de «hacerle el juego» a los fascistas, atizando así fantasmas del pasado.

No obstante, si debemos atender al espectro político de la ultraderecha europea, éste dista de ser homogéneo en sus posiciones con respecto a las relaciones con Rusia. Algunos partidos como Alternativa por Alemania (AfD) y el francés Reagrupamiento Nacional (RN), curiosamente muestran una posición más prorrusa y negativa a apoyar militarmente a Ucrania.

En el caso de AfD incluso rompen «líneas rojas» del «atlantismo» y el «europeísmo»: abogan por que Europa debe alejarse del eje «atlantista» con EEUU (incluso saliendo de la OTAN) mientras defiende la concreción de estrategias comunes hacia el eje «euroasiático» conformado por China y Rusia.

En todo caso, este 9 de mayo en Moscú servirá como un escaparate en clave geopolítica por parte de Putin para mostrar la arquitectura de alianzas que Rusia, a pesar de la guerra y el aislamiento occidental, ha logrado confeccionar en este momento, capacitada para desafiar la unipolaridad hegemónica «atlantista» y demostrando su resiliencia ante las sanciones occidentales. Con el trasfondo de esta celebración histórica de victoria sobre el fascismo, el Kremlin ha demostrado la conjunción de intereses y la sintonía geopolítica de un eje euroasiático cada vez más fortalecido.

La óptica occidental: minimizar el esfuerzo soviético para atacar a la Rusia de Putin

Si bien no es una posición unánime a nivel oficial, sí se percibe en la opinión pública occidental una tendencia a minimizar e incluso degradar ese esfuerzo soviético en la lucha contra el fascismo, un aspecto que obviamente irrita a Rusia.

En los últimos años, y de forma más acentuada tras el comienzo de la guerra en Ucrania, cada 9 de mayo, varios medios europeos insisten en publicar reportajes históricos que enfatizan en los supuestos desmanes, violaciones y crímenes cometidos por el Ejército Rojo en su camino hacia Berlín en vez de respaldar la tesis histórica de la liberación de Europa del Este del yugo nazi-fascista. El frecuente argumento en los medios es procrear la idea de que, en vez de una liberación, lo que ocurrió fue la sustitución del totalitarismo nazi por el estalinista.

En Europa, y en especial tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, suele estigmatizarse al 9 de mayo en Moscú como una especie de desafío de Putin contra Occidente a través del fastuoso desfile militar en la Plaza Roja y de plasmación de una ideología nacionalista y patriótica que, desde algunas fuentes occidentales, llegan incluso a comparar con expresiones fascistas con la obvia intención de desprestigiar y fomentar la «rusofobia», estigmatizando a Putin como una especie de “nuevo Hitler”.

Por tanto, este 80º aniversario de la victoria contra el nazi-fascismo, que debería servir como un colofón diplomático importante para iniciar, al menos tácticamente, un acercamiento entre la UE y Rusia que fortaleciera esas posibilidades de negociación en Ucrania con el «plan Trump», más bien está exacerbando las tensiones y el distanciamiento de Bruselas con Moscú.

El nuevo gobierno de coalición en Berlín llegó incluso a amenazar al embajador ruso con detenerlo si asistía a las celebraciones del 9 de mayo en la capital alemana. Toda vez clama contra el avance de partidos y movimientos fascistas que, irónicamente, son socios de gobierno en algunos países europeos, la UE liderada por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el mandatario francés Emmanuel Macron, se ha enmarcado en una aguda campaña propagandística que ensalza el frenesí por el rearme como herramienta de «autonomía defensiva estratégica» ante la que considera sin ambigüedades como una supuesta «amenaza rusa», lanzando constantemente en los medios mensajes de tinte apocalíptico ante una presunta guerra inminente.

El control del relato ante la opinión pública resulta esencial para las elites «europeístas»: es cada vez más frecuente observar en medios de comunicación, principalmente redes sociales, la proliferación de cursos avanzados de formación en geopolítica y defensa toda vez se inicia una campaña orientada a legitimar el alistamiento militar entre los jóvenes, una herramienta útil de captación de recursos ante la precariedad laboral en diversos sectores, visiblemente definida por el cambio tecnológico que estamos asistiendo. Con este discurso, la UE dista mucho de conservar el legado de Schuman apostando cada vez más por el «poder duro» como estrategia de disuasión.

El célebre semiólogo italiano Umberto Eco acuñó el término del «fascismo eterno», que hoy vuelve a la actualidad ante este revival de los «neo» y «post-fascismos» que pululan dentro de una heterogénea ultraderecha en Europa que mira con ambigüedad a Trump y Putin pero con homogénea firmeza contra las «elites europeístas». Pero este 9 de mayo, en Moscú, Bruselas y Kiev, lo que debería ser una celebración conjunta sobre el sentido histórico que supuso la victoria sobre el nazi-fascismo parece más bien sumergirse en la acritud y las turbulentas aguas de las tensiones geopolíticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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¿ES VIABLE LA EUROPA DE LA DEFENSA?

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: centaur60 en Pixabay.

 

Tras las negociaciones directas en Arabia Saudita entre delegaciones de EEUU y Rusia con la finalidad de alcanzar un acuerdo en Ucrania, lo cual ha permitido entre otras disposiciones la reapertura del tráfico de mercancías en el mar Negro, París acogió una Cumbre por Ucrania el 27 de marzo entre los 27 países miembros de la Unión Europea (UE) y la OTAN y en la que se reafirmó el «compromiso europeo» para asistir militarmente a Ucrania.

La UE, concebida y construida a partir de 1950 como un espacio de paz, convivencia y estabilidad, ingresa en este 2025 en la discusión sobre su rearme y su capacidad defensiva. De «territorio de paz», Europa pretende súbitamente posicionarse como actor de guerra. La denominada «amenaza rusa» tras la invasión de Ucrania y el desinterés del presidente estadounidense Donald Trump en seguir prestando ayuda militar incluso vía OTAN son los argumentos más utilizados por los líderes europeos para justificar este rearme.

Puede que en Bruselas las élites europeístas, tan acomodadas en su espacio de confort, comiencen ahora a enterarse de la «nueva realidad» donde la carrera armamentista condiciona y presagia un cambio tectónico en los equilibrios geopolíticos globales así como en los programas de desarrollo y en las iniciativas tecnológicas aplicadas al ámbito militar. En todas estas variables, Europa aún no está a la altura de EEUU, de China o de Rusia.

En España observamos un áspero debate parlamentario sobre el Plan de Defensa presentado por el presidente de gobierno Pedro Sánchez, muy seguramente una reproducción del enviado desde Bruselas por la cada vez más todopoderosa presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, convertida junto con el presidente francés Emmanuel Macron en la más entusiasta impulsora de esta carrera armamentista y de la deriva belicista europea contra Rusia. Dentro de la coalición de gobierno en Madrid, partidos políticos como Sumar y BNG no sólo rechazan este gasto militar sino que también exigen la salida española de la OTAN. Simultáneamente en Madrid se celebraba un Foro sobre la Defensa en la que un experto informaba que Rusia «produce en tres meses más artillería que Europa y EEUU juntas durante un año».

Más allá de los datos hay un hecho indiscutible: Rusia está militarmente más preparada para una eventual confrontación militar, sea contra la nueva Europa «militarista» o contra la OTAN, básicamente porque mantiene intacto su poderío nuclear, experiencia de combate y una serie de recursos militares, industriales y de recursos humanos concentrados en consolidar su defensa y seguridad nacional.

Si bien Moscú busca evitar cualquier clima de tensión con Occidente sin por ello renunciar obviamente a mantener firmes sus imperativos de seguridad ante cualquier provocación exterior, Europa parece apostar por la carrera militarista contra Rusia, de consecuencias imprevisibles, en vez de poner en marcha iniciativas diplomáticas de resolución de conflictos.

 

El razonamiento europeo: del «enemigo conveniente» a las «expectativas de conflicto»

A diferencia de Europa, visiblemente dividida en cuanto el compromiso de asistencia militar a Ucrania, la posibilidad de «resetear» las relaciones con Rusia y la necesidad de rearme, el Kremlin se muestra decidido a la hora de aumentar el gasto militar: se espera que para este 2025, Moscú aumente un 13,5% el gasto en armamentos. En China ocurre lo mismo: el presidente Xi Jinping anunció un aumento del 7% en defensa para este año.

A nivel europeo sólo Francia y Gran Bretaña, por ser potencias nucleares que cuentan con un importante conglomerado militar-industrial, tienen esa capacidad de defensa contra una amenaza exterior. No obstante, en la cumbre de París, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, advirtió que ni Francia ni Gran Bretaña poseen por ahora la capacidad de sustituir a EEUU como líder de la Alianza Atlántica.

No obstante, el complejo militar-industrial francés y británico necesita ampliar su cartera de clientes y el rearme contra la «amenaza rusa» propicia esa expectativa. En el caso francés es más visible esta necesidad de búsqueda de clientes tras perder peso geopolítico, económico y militar en el Sahel francófono (Mali, Níger y Burkina Faso), países cuya reorientación estratégica se ha focalizado hacia Rusia y China. Por otro lado, este contexto de rearme europeo alienta a otros actores como Polonia, observada cada vez más como un socio estratégico clave para la defensa europea y atlantista contra esa presunta «amenaza rusa».

Ahora bien, ¿qué le espera a la Europa de la Defensa? Quizás aquí deberíamos analizar dos variables hipotéticas que pueden explicar el repentino viraje militarista y belicista de Europa: una de esas variables podría denominarse el «enemigo conveniente»; la otra podría definirse como la de «expectativas de conflicto».

¿Qué significa un «enemigo conveniente»? Como lo fue en el caso de la URSS durante la «guerra fría», para Occidente esta condición supone un actor con las siguientes características:

  • entidad política y estatal con legitimidad y capacidad de control de un vasto territorio;
  • suficientes capacidades militares, económicas, tecnológicas, de recursos humanos y naturales;
  • capacidad geopolítica y de alianzas internacionales para contrarrestar y desafiar las pretensiones hegemónicas occidentales, alterando así los equilibrios de poder y el estatu quo.

Para Occidente, Rusia y China entran claramente en estos parámetros sin menoscabar que otros actores de menor rango como Irán y Corea del Norte pueden igualmente ser incluidos en esta lista pero focalizados en contextos geopolíticos determinados, en este caso Oriente Medio y Asia Oriental. En este sentido, el concepto de «enemigo conveniente» determina la justificación por parte de Occidente de armarse ante una supuesta amenaza que ponga en riesgo no sólo su seguridad sino sus expectativas de equilibrio de poder.

La hipótesis del «enemigo conveniente» implica observar la segunda variable, la de las «expectativas de conflicto». La capacidad de amenaza de ese presunto «enemigo» supone calibrar inmediatos escenarios de tensión permanente con capacidad suficiente para convertirse en un conflicto armado.

En el caso de Rusia, esos escenarios serían:

  • Ucrania y el pulso ruso-occidental por mantener sus respectivas esferas de influencia;
  • Polonia y los países bálticos, miembros de la UE y de la OTAN;
  • Transnistria como república de facto dentro de Moldavia. La reciente e ilegal detención de la presidente de Gagauzia, Yevgenia Gutsul por parte de las autoridades moldavas presididas por la europeísta Maia Sandu podría explicarse como una provocación avalada desde la UE para profundizar las tensiones con Rusia;
  • las tensiones en torno al control sobre el mar Negro como paso estratégico hacia el Mediterráneo;
  • el Cáucaso y el espacio euroasiático, donde Moscú mantiene firmes sus esferas de influencia.

Para China, los escenarios de expectativas de conflicto para Occidente se resumen en:

  • Taiwán y las pretensiones soberanistas tanto de Taipei como de Beijing;
  • el sureste asiático y las controversias soberanistas en el Mar de China Meridional;
  • las expectativas de remilitarización de Japón y sus controversias históricas con China;
  • la península coreana;
  • Asia Oriental y los nuevos organismos geopolíticos y de defensa como el AUKUS (2021) impulsado por EEUU, Gran Bretaña y Australia.

Todos estos escenarios suponen conflictos potenciales donde se pondrán a prueba esas hipótesis del «enemigo conveniente» y de las «expectativas de conflicto» que, como en el caso de la «guerra fría», puede que nunca lleguen a materializarse en una confrontación directa.

Objetivo 2030

Para no perder peso ante sus respectivas poblaciones, las élites europeas necesitan justificar ese gasto militar condicionando a la población a seguir ese esfuerzo e incluso avivando el miedo social. La Comisión Europea ya anunció este 25 de marzo la aplicación de un manual de supervivencia para la ciudadanía en caso de emergencia por «crisis bélica, pandemias o desastre natural».

Desde Bruselas, Úrsula von der Leyen ansía una Europa militarmente potente para el año 2030. Rusia avanza precisamente en esa dirección para consolidar su gasto en defensa y sus imperativos en materia de seguridad. En esa dirección, Moscú está reorganizando recursos y planificando estratégicamente su doctrina de seguridad nacional.

Por otro lado, Rusia concibe el contexto actual con los mismos parámetros de «amenaza» (mucho más visibles en este caso) contra su soberanía y seguridad por parte de la OTAN y ahora de la propia UE, los cuales han venido expandiéndose hacia las fronteras rusas desde 1997. China comienza a fomentar igualmente esa idea con respecto a Taiwán, peón estratégico occidental en el contexto asiático cuyo objetivo es reducir la capacidad de influencia de Beijing.

Visto este panorama, el año 2025 anuncia el final de la UE tal y como la habíamos conocido hasta ahora. Con escasa experiencia militar, Bruselas observa ahora como imprescindible reagrupar todo tipo de capacidades militares, políticas, tecnológicas, científicas, económicas e incluso de formación académica para alcanzar la «autonomía estratégica» en materia defensiva.

El «rearme» europeo anuncia nuevos tiempos que algunos expertos califican como «post-normales», los cuales requieren de capacidad de anticipación para acometer escenarios volátiles y de incertidumbre. Pero este propósito aborda interrogantes inevitables: ¿tiene Europa realmente capacidad efectiva para acometer los retos estratégicos que se abren en materia militar, de seguridad y geopolítica para este siglo XXI?; o, por el contrario, ¿seguirá siendo un actor expectante y una mera comparsa dependiente de un EEUU que busca unilateralmente afianzar una hegemonía que se prevé en declive? En perspectiva, ¿tiene futuro la Europa de la Defensa?

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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