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12 DE OCTUBRE

Juan José Santander*

En el cañamazo de la globalización, las hebras de la pandemia revelan en la trama de la urdimbre rasgos de los que las investigaciones del genoma humano habían anticipado una vislumbre: la de que las diferencias genéticas de un individuo a otro son mayores que las que se observan entre grupos en conjunto al compararlos.

La pandemia no ha parado mientes en fronteras ni fenotipos ni culturas —mucho menos en religiones— reforzando la idea subyacente de globalización, que también manifestaban premonitoriamente los fenómenos actuales de comunicación audiovisual simultánea: no sólo sabemos y vemos qué pasa cuando está pasando sin importar la distancia; también nos pasa a nosotros, aunque sea a veces con el desfasaje —mínimo— propio del rebote de las señales en los satélites que sostienen su difusión planetaria.

Globalizaciones hubo varias en la historia que conocemos: la del helenismo con Alejandro Magno, la de Roma, su imperio y su comercio; la del Islam, la de la invasión Mogol, pero todas fueron de lo que se llamaba el Mundo conocido.

La primera novedad que amplía esta realidad se produce el 12 de octubre de 1492 —poco interesa y nada influye si fenicios o vikingos llegaron a lo que hoy es América antes de esa fecha, ya que no modificaron nada.

A partir de ese momento la actividad y el intercambio humanos se extienden a todo el planeta sembrando el germen de esta realidad conjunta de hoy, de la que la pandemia nos ha forzado a tomar conciencia.

Y para quienes traspolan y reinventan el pasado —algo imprudente, ya que el pasado no perdona— quiero evocar la descripción de Cristóbal Colón de los primeros indios que ve en la playa desde su carabela y consta en su primera carta: ni blancos ni negros, sino de la color de los Canarios, y ni altos ni bajos, sino todos a una mano. No esperó a que el Papa Borgia los declarara humanos.

De paso, indio quiere decir ‘de ahí’ —como le habría gustado a Heidegger— y no tiene nada que ver con la India, cuyo nombre viene del río Indo. Indio es interior y comparte raíz etimológica con ‘ende’, como en la expresión ‘por ende’.

Además, la realidad mestiza de Iberoamérica —salvo la variada inmigración del siglo XIX en adelante— es una muestra palmaria más de intimidad que de genocidio.

Y estoy escribiendo en la misma lengua en la que Colón redactó sus cartas, cuya lectura recomiendo, y que es la lengua materna más extendida en el planeta.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID. 

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LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA Y EL CONCEPTO DE NACIÓN

Giancarlo Elia Valori*

 

I

La formación de las naciones que constituyen nuestro continente no fue producto de accidentes y de la arbitrariedad. Se formaron a lo largo de un proceso histórico que comenzó durante la dominación española y en ella fueron adquiriendo los trazos peculiares que conformarían después las características que las distinguieron. Los virreinatos y las capitanías generales no fueron agrupaciones territoriales de origen burocrático-administrativo; eran regiones económicas, sociales y aun raciales específicas. En el seno de las instituciones virreinales crecieron los elementos que darían nacimiento a nuestras naciones.

II

Puede que, visto en la perspectiva histórica, algún desgarramiento territorial se nos revela ahora como absurdo o injustificado. Pero lo que entonces pudo ser una separación territorial sin sentido, ahora es una realidad nacional inobjetable. El idioma común y la religión, fundamentos esenciales de la colonización española mantenidos invariables durante toda nuestra historia, no fueron ni son suficientes para borrar las particularidades específicamente nacionales que no diferencian y distinguen una naciones de otras, de la misma manera que una misma religión y un mismo idioma no esfuman las profundas diferencias que distinguen a Inglaterra de los Estados Unidos.

III

Por eso, el panamericanisimo —como en otro tiempo el paneslavismo o en los últimos años el panarabismo— no pudo pasar nunca de ciertos límites, que terminaban siempre en las mismas expresiones líricas acerca de un origen común y un destino común, mientras en la realidad nuestras naciones iban profundizando los rasgos que las distinguían. El panamericansmo tuvo dos vertientes: una, que nacía en los altos círculos dirigentes de las clases dominantes vinculadas a los Estados Unidos; otra, nacida en las filas del movimiento estudiantil universitario, de tendencia esencialmente anti yanqui. Aquella tenía que enfrentar y desplazar el predominio de la influencia económica y cultural de Europa en el continente (especialmente de Inglaterra en lo económico y de Francia en lo cultural); ésta, a enfrentar los movimientos populares contra el avance arrollador del nuevo imperialismo norteamericano. El panamericanismo de la primera vertiente se fue transformando paulatina y sucesivamente en una serie de instituciones de carácter continental (Organización de Estados Americanos —OEA—, Junta Interamericana de Defensa, etc.) que han dado origen a lo que se llama comúnmente “sistema interamericano”, “panamericano” o “continental”, articulado a lo largo de una serie de conferencias y de acuerdos. El segundo desapareció a los pocos años y los movimientos que lo constituían se transformaron en movimientos de carácter nacional (APRA). Hace años pareció querer rebrotar en otra forma, en la forma de un gran movimiento de guerrillas inspirado y dirigido desde Cuba, idea que sólo ha arraigado en sectores muy minoritarios del estudiantado.

IV

De cualquier manera, el panamericanismo que estamos describiendo era de orden exclusivamente político; sus acuerdos eran de carácter político y las invocaciones al “sistema» también lo eran. Pero la OEA, la Junta Interamericana de Defensa, la Unión Panamericana, se han convertido en grandes organismos burocráticos, alejados de cada una de las naciones que envían sus representantes, con sede en Washington. En la medida en que ya no expresan los objetivos políticos que le dieron nacimiento, esas instituciones han entrado en crisis, a veces muy grave, como la que ha sufrido la OEA en los últimos meses. Entraban en crisis, a nuestro juicio, porque las motivaciones que las movían eran de un orden “continental” muy difuso, que no alcanzaba a interpretar las necesidades reales de cada uno de nuestros países. Muchos de sus acuerdos (Río de Janeiro, Bogotá, etc.) fueron resistidos no sólo por los pueblos, sino también por los parlamentos y hasta por los gobiernos que los habían suscripto. El sistema no alcanzó a superar tampoco los conflictos que dividían las relaciones entre los estados; no pudo evitar la guerra entre Paraguay y Bolivia; no pudo hallar una fórmula de acuerdo entre Perú y Ecuador; tampoco solucionar el conflicto entre Bolivia y Chile sobre fronteras y salida al mar; debe tolerar realidades tan dolorosas como la de Haití, etc. De modo que el origen común y el destino común se reducen a frases que se introducen en los discursos de ocasión.

V

El único rasgo que identifica a todas nuestras naciones, excluidos los Estados Unidos, es su condición de subdesarrolladas. En una situación de dependencia más acentuada en unas que en otras, con mayores o menores niveles de vida, con un ingreso por habitante muy diferenciado, todas ellas presentan, sin embargo, ese rasgo común que distingue a las naciones subdesarrolladas. Y este problema, que es el más acuciante y el más grave de nuestro continente, ha sido sistemáticamente desvirtuado por las conferencias y resoluciones emanadas del llamado “sistema interamericano”.

VI

Este problema se hace presente con gran dramatismo en los últimos meses de la segunda guerra mundial y en la inmediata posguerra. En América Latina, como en todo el mundo subdesarrolado, eclosionaron movimientos nacionales de amplia base popular, con participación muy activa y a veces con dirigentes de las fuerzas armadas, con una muy fuerte incidencia de la Iglesia. Estos movimientos reivindican la nacionalidad, aspiran a la plena independencia y se proponen planes o programas tendientes a transformar las estructuras heredadas del pasado. Ellos miran con profundo  recelo al sistema interamericano y a sus instituciones y a veces llegan a sabotear sus decisiones y a no refrendar en los parlamentos sus acuerdos. Su nacionalismo no es agresivo, es más bien democrático por su origen popular y por surgir de las mayorías populares, pero lógicamente desconfía de los organismos supranacionales que dictan resoluciones obligatorias. A un panamericanismo difuso sucedió un nacionalismo popular que vino a rescatar la idea de nación, un tanto velada por el liberalismo clásico. El elemento social, vale decir, el movimiento de las clases trabajadoras, confiere a ese nacionalismo —en el poder o en el llano— un carácter muy acusado de reivindicación social, de justicia social. Señalamos, sin embargo, que en lo que hace a los pasos a recorrer para alcanzar la plena independencia económica, estos movimientos o gobiernos nacionales no llegan a articular programas ajustados a las distintas realidades que quieren transformar; a veces el acento recae en lo social, a veces en lo agrario, a veces, en fin, en el rescate de los servicios públicos en manos del capital extranjero.

VII

Es entonces cuando aparecen ideas e instituciones que vienen a canalizar o a orientar esa eclosión del sentimiento y del movimiento nacional. La literatura sobre desarrollo y subdesarrollo y los trabajos de esas instituciones forman bibliotecas. Poco a poco se va conformando lo que llamaríamos una ideología del desarrollo latinoamericano . Sus basamentos principales son: a) una reforma del régimen de tenencia de la tierra o reforma agraria; b) una integración o complementación —o ambas cosas a la vez— de las economías en agrupaciones regionales, hasta llegar a la constitución de un mercado común latinoamericano . Tal es la ideología de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), una comisión regional de las Naciones Unidas. La CEPAL, a su vez, ha sido la matriz que ha dado decenas y decenas de especialistas que han pasado a formar parte de una vasta burocracia, asentada en los organismos regionales que se han ido formando con el tiempo. Se trata de una burocracia con una ideología y con intereses propios de toda burocracia cristalizada

VIII

¿Cuáles son los pilares básicos de la integración regional? No es, desde luego, la conciencia de la ulterior integración de la economía mundial, resultado del proceso de concentración y centralización que se está operando tanto en los marcos del sistema capitalista como en el socialista, de la caída de las barreras ideológicas que fraccionan el mercado mundial y por tanto de la aceleración de los intercambios. Este componente histórico no entra en los cálculos de las ideologías de la integración. Sus pilares básicos pueden reducirse a dos, uno apenas esbozado, otro abiertamente expresado y explicitado: a) una nueva división internacional del trabajo, dentro de la cual cada país, zona o región se ha de especializar en una rama de la producción; b) un criterio de economicidad, según el cual los distintos países han de producir aquello para lo cual tienen mayores aptitudes históricas, v. gr., en la Argentina la ganadería; en Bolivia, la minería del estaño; en Brasil, el hierro; en Chile, el cobre, y así con el resto de los países. La economicidad implica, a la vez, el criterio de complementación: la Argentina no tendría necesidad de producir hierro, carbón y cobre, pues ya  los produce Chile; Chile, a su vez, no tendría que alentar la producción agropecuaria, pues a cambio de sus minerales la Argentina podría darle carne y cereales en abundancia.

IX

Los pasos previos a la integración y complementación de las economías han sido (en los casos de la ALALC y del Mercado Común Centro Americano) la eliminación progresiva de los recargos aduaneros para los productos que se incluyen en una llamada “lista común”; en el caso de la ALALC el objetivo era alcanzar la plena liberación de los aforos hacia los primeros años de 1970. Pero ya en estos pasos previos se contienen todos los elementos de una distorsión de nuestras economías, de anulación del proceso de desarrollo.

X

En efecto, tal como ha ocurrido en los países del Mercado Común Europeo la política tarifaria no es suficiente para alcanzar una integración de las economías ni mucho menos para defender la región integrada de la acción de los monopolios apátridas. Por el contrario, liberada la zona de que se trate de todas las defensas del factor exterior, éste actuará en el espacio geográfico con mayor “libertad», en un «espacio económico» más amplio, más propicio a la expansión de los monopolios. Pues se ha de saber que el monopolio ya estaba instalado en la mayoría de las zonas que componen América Latina, frenando o expandiendo la producción a la medida de sus conveniencias. Pero el monopolio tropezaba aquí con las altas tarifas proteccionistas con que cada uno de nuestros países habían defendido sus producciones tradicionales o las ramas industriales en desarrollo; esa política proteccionista se había incrementado en la postguerra con el acceso al poder de los movimientos nacionalistas populares de que ya hemos hablado.

XI

Esa política proteccionista era condición sine qua non para que las débiles y precarias bases industriales se desarrollaran y conquistaran o crearan su propio mercado interno. Concretamente, la única forma de alentar la industria del automotor en la Argentina —teniendo en cuenta sus altos costos originarios— era establecer una protección suficientemente alta para desalentar toda posibilidad de competencia extranjera; protección que era necesario extender luego a la importación de  “partes” o repuestos, que impidiera la constitución de una industria del armado semilegal. Esto, que era necesario para las nuevas y modernas industrias, era igualmente necesario para las industrias tradicionales, digamos, del vino y del tabaco, las cuales cubrían todas las necesidades internas. En los países donde aún no se  habían instalado las industrias llamadas de “consumo durable”, especialmente la de artefactos para el hogar, la situación era idéntica en cuanto su implantación exigía, desde el comienzo, un sistema de protección que la pusiera al abrigo de la competencia extranjera. Hasta la aparición de los intentos “integradores” éste era el proceso que se estaba operando, en algunos lugares más aceleradamente (Argentina, Brasil, México, Chile), en otros más lentamente. El rasgo principal de este proceso industrial era que se operaba en la esfera de la industria liviana, la que satisface las necesidades inmediatas del consumo ciudadano. Pronto fue evidente que la industria liviana engendraba una nueva forma de dependencia exterior.

XII

Evidentemente, el desarrollo de esta industria demandaba cantidades crecientes de materias primas industriales, de maquinaria, de combustibles, de productos químicos. Los gobiernos nacionales comenzaron entonces a sentir la necesidad de instalar la industria pesada, a partir de la siderurgia y de la quimiurgia; más tarde, la instalación de la industria de automotores y de maquinaria agrícola. Esto tendía a impulsar la búsqueda de materias primas (hierro, carbón, petróleo, minerales no ferrosos). Este proceso no estaba programado ni planeado, no respondía ciertamente a un sistema de prioridades estructurado. Era una tendencia general que partiendo de las mismas  necesidades  que engendraba el desarrollo industrial iba a la búsqueda  de sus bases autónomas.

XIII

Pero el paso de la industria liviana a la industria pesada exigía grandes inversiones que no podían ser satisfechas con el solo producto de las exportaciones. Pues se estaba operando al mismo tiempo un acelerado crecimiento demográfico —particularmente acusado en esta parte del continente— una concentración en las ciudades y un reclamo de mayores niveles de vida que iban absorbiendo los saldos exportables. El comercio exterior, la exportación, ya no era fuente de acumulación para las grandes inversiones que se requerían. A lo cual debe agregarse el fenómeno moderno permanente: el deterioro de los términos del intercambio.  Los sectores nacionalistas populares más esclarecidos hallaron la salida de la dificultad planteando la posibilidad de hallar fuentes de financiación de estas grandes inversiones en la cooperación internacional.

XIV

Fue entonces, cuando ya se perfilaba una solución integral al gran problema de nuestro subdesarrollo, cuando arreciaron las tendencias “integradoras”. Los criterios de “complementación” y de “economicidad” fueron expuestos y explicitados en numerosos trabajos y conferencias continentales; tuvieron el apoyo caluroso de grupos reformistas y de grupos conservadores. Por último, las grandes potencias le prestaron calor y promesas de financiación para “proyectos comunes” o “conjuntos”; algunos bancos internacionales se transformaron en bancos para la integración, sus fondos derivaron cada día más hacia la financiación de estos proyectos. Si la Argentina hallaba grandes dificultades financieras (y políticas) para la explotación del mineral de hierro de Sierra Grande (Patagonia), allí estaba, a mitad de precio y con un alto porcentaje de ley, el mineral de Río Doce (Brasil) que podía entrar libremente en virtud de los acuerdos de complementación o de liberación de tarifas de la ALALC; si experimentaba iguales dificultades para la construcción del sistema hidroeléctrico de El Chocón-Cerros Colorados, podía en cambio satisfacer sus necesidades de energía eléctrica con la construcción de la represa de Salto Grande en  común con Uruguay y Brasil.

XV

Es de suponer que, deliberadamente o no, la “integración” y la complementación venían a salir al cruce de lo que ya era una tendencia en marcha. Paralizaba los intentos integradores de carácter nacional en homenaje a una integración regional en perspectiva; desarmaba los dispositivos de defensa de la economía industrial en marcha y desviaba hacia otros objetivos los esfuerzos que ya estaban empellados. Prestaron su concurso a esta orientación no sólo la burocracia continental, sino también lo que denominaremos reformismo continental. Unos exigían como paso previo a todo, una reforma agraria, que consistiría en parcelar la tierra de tal forma que no quedara un solo trabajador agrícola sin su parcela; los otros postulaban una gran reforma educacional, pues la fuente de nuestros males estaría en el analfabetismo y en la incultura; los otros una reforma constitucional, pues nuestras constituciones eran ya arcaicas con respecto a las necesidades de modernización de nuestra sociedad; otros, en fin, una reforma religiosa y aun eclesiástica con el fin de acercar la Iglesia a los pobres y de que la Iglesia se incorporara al torrente reformista. Parecía que se trataba de atenazar o de envolver el proceso de desarrollo inevitable en una red de problemas que se le anticipaban o que lo postergaban.

XVI

Pero, sobre todo, se soslayaba el contenido histórico-político del desarrollo, a saber, la construcción de la Nación. Nuestros países, en efecto, no han completado aún el proceso de constitución nacional. La unidad nacional está en las leyes y en las constituciones; en la realidad, aparece fraccionada y las regiones aisladas entre sí. Junto a los grandes centros poblados se extienden vastas regiones que viven en el aislamiento; al lado de las conquistas de la civilización está el más profundo atraso. Estos fenómenos se dan en forma muy acusada en los países con gran población indígena, donde el idioma nacional es ignorado por la mayor parte de los pobladores. Pero se dan también en los países sin diferenciación racial y religiosa, como la Argentina, cuyos dos polos, el noroeste y la Patagonia, permanecen en el aislamiento y en al atraso y donde aún regiones relativamente pobladas y con producciones estimables caen en crisis por falta de vías de comunicación, como las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Misiones.

XVII

En tales condiciones, el desarrollo económico adquiría dimensión en profundidad, en cuanto se trataba de erigir las bases de una economía moderna, y en extensión, en cuanto se trataba de extender sus beneficios a todas las regiones, enlazándolas con un vasto sistema de comunicaciones. Se trataba y se trata de construir las bases materiales de la nacionalidad, sin las cuales —como está ya probado suficientemente—  todos los factores de orden cultural y ético — la religión y la educación— o bien decaen, o bien se deforman en una suerte de barbarie moderna. El maestro o el misionero pueden llegar de manera suficiente, y cuando llegan no tienen en  sus manos los elementos que le permitan incorporar esas poblaciones a la vida de relación. Es la experiencia de los misioneros en las regiones de indígenas.

XVIII

Lo que comúnmente se ha llamado “problema nacional” ha adquirido en los años de la posguerra una dimensión y una fuerza realmente inusitadas. En Europa, a causa de la larga ocupación por fuerzas extranjeras de la mayor parte de los países, viejas civilizaciones de un alto nivel cultural sometidas a una opresión oprobiosa. En Asia y África, fue la quiebra definitiva del colonialismo lo que ha dado origen al desarrollo del sentimiento nacional en las antiguas nacionalidades, y a la aparición explosiva de ese sentimiento en las nacionalidades que ahora se constituyen (especialmente en África). Esos pueblos reconstruyen su historia, recuperan sus religiones originarias y sus idiomas, hacen renacer el folklore; inmediatamente se dan planes o programas de desarrollo económico y social, quieren salir del atraso a que los condenó la potencia colonizadora. En la misma Europa del MCE aparecieron fenómenos como el “degaullismo” que no es otra cosa que el renacimiento del espíritu nacional francés excitado por la invasión alemana y la posterior pérdida de sus colonias y dominios. No es éste el lugar para abrir juicios de valor sobre este fenómeno, pero ignorarlo o menospreciarlo equivale a ignorar la trascendencia histórica permanente del concepto de nación.

XIX

Pues en los planes de integración se ha avanzado ya bastante en torno de la articulación de una especie de gobierno supranacional. En efecto, los más eminentes expositores del pensamiento integrador han llegado a la conclusión de que las medidas y los organismos puestos en marcha hasta ahora no han sido suficientemente efectivos para llevar el proceso de integración hasta sus últimas consecuencias. Se impone, pues, según ellos, arbitrar otras medidas más enérgicas y más efectivas, para lo cual se requiere algo más que las meras reuniones de funcionarios autorizados. En una sesión especial, consagrada a la integración económica de América latina, celebrada en la ciudad de México en mayo de 1965, la CEPAL expuso un nuevo programa de cuatro puntos para acelerar el proceso de integración: los tres primeros eran de orden puramente económico y se referían a la progresiva supresión de barreras aduaneras, a la política de inversiones y al sistema de pagos para facilitar las transacciones entre los países miembros de la ALALC. El cuarto aconsejaba crear nuevas instituciones encargadas de coordinar el funcionamiento de los diferentes mecanismos. Era preciso crear de inmediato un Consejo que funcionara a nivel político, encargado de tomar todas las decisiones necesarias para el progreso de la integración. Este Consejo sería el órgano supremo de  la comunidad y estaría formado por los ministros de relaciones exteriores de los países asociados y sus atribuciones serían las siguientes: decisiones en lo referente a reducciones tarifarias, aprobación de la política regional de inversiones, definición de la política financiera y monetaria de la zona, programación del desarrollo científico y técnico y, en general, la adopción de todas las medidas necesarias para el progreso de la organización regional. Las decisiones deberían ser adoptadas por unanimidad.

XX

Lógicamente, esta política debía tropezar al fin con obstáculos insalvables, pues el interés nacional puede declinarse hasta un límite dado, pasado el cual viene la sumisión a las decisiones e intereses supranacionales. Las conferencias de la ALALC, realizadas en Montevideo en 1965 y 1966, no lograron articular el sistema de nivel político aconsejado por la CEPAL y por los llamados “cuatro sabios” (los señores Raúl Prebisch, José Antonio Mayobre, Felipe Herrera y Carlos Sanz de Santa María) a quienes el presidente de Chile, Sr. Frei había solicitado un informe sobre el estado y las perspectivas de integración. Al reunirse, a fines de 1967, la comisión que debía elaborar las “listas comunes” de productos que deben ser liberados de derechos, al llegar al petróleo y al trigo, entró en crisis. Después de laboriosas gestiones, la comisión tuvo que trasladar la fecha de sus reuniones al mes de junio del corriente año.

XXI

Pero, a partir de esta crisis, se ha renovado la ofensiva “integradora”. Personajes de organismos financieros muy altamente colocados han declarado que tales o cuales bancos no darían en adelante otros créditos  que  no fuerano  destinados a proyectos comunes de integración. Subvencionados por las mismas instituciones financieras se han constituido organismos para la propaganda de la tesis “integradora” y, en un simposio convocado en Arica, un expositor contrario a la corriente en boga, fue poco menos que agredido por los partidarios de la idea. Idea que se intenta disfrazar con una imagen que no corresponde a la esencia de la misma.

XXII

Conviene dedicar un párrafo a este nuevo enfoque del problema. La razón es obvia: se juega aquí con los sentimientos de la gente y hasta con el llamado sentido común. La integración vendría a ser algo así como un “frente” de los países en vías de desarrollo de América latina enfilado contra el imperialismo norteamericano; la complementación y la ayuda mutua los salvaría de tener que recurrir a la cooperación financiera internacional; un organismo supranacional, con poder de decisiones políticas, superaría las vacilaciones de los respectivos gobiernos. Pero el “imperialismo” les ha jugado una mala pasada a estos “integradores” de la izquierda; se sabe, por la experiencia europea, que la economía de los grandes espacios abiertos es la que mejor se acomoda a los intereses y designios de los grandes monopolios. Cuando se han levantado las defensas que protegen la incipiente producción de los países en vías de desarrollo, los que ganan el espacio no son los vecinos también en desarrollo, sino los monopolios que producen a bajo costo y que están en condiciones de ejercer incluso el dumping. Por otra parte, las conferencias de Ginebra (1964), de Argel (1967) y de Nueva Delhi (febrero-marzo 1968) han demostrado hasta el cansancio que esta especie de “frente” de los pobres contra los ricos no ha rendido frutos, sea cuando se ha usado el método de la persuasión sea cuando se ha utilizado el de la amenaza.

XXIII

Pero podría objetarse que este punto de vista que estamos exponiendo a grandes trazos es el de aquellas naciones del continente que mejores condiciones naturales reúnen para edificar una economía integrada dentro de sus fronteras o que disponen de un nivel económico que se acerca más al del pleno desarrollo; se justificarían, pues, sus aprehensiones hacia todo aquello que pudiera postergar o atenuar su proprio y rápido desarrollo. En cambio, ¿qué sucede con los países pequeños, con menos población, con una producción puramente agropecuaria o minera, con una industria de trasformación embrionaria? Nos referimos, es claro, a Bolivia, Paraguay, Ecuador. Para ellos, la integración tendría un significado distinto: el de un acceso más rápido a los niveles de producción de sus hermanos “mayores”, pues ni la liberación aduanera ni la complementación amenazarían sus bases de sustentación. En otras palabras, no se podría invadir el Paraguay con las carnes argentinas, pues este país las produce; ni Bolivia con los minerales chilenos. En cambio, Chile y Argentina necesitan, por ejemplo, de las maderas paraguayas.

Pero bien visto, este criterio se detiene en los niveles puramente comerciales del problema. Es, por otra parte, el criterio o uno de los criterios de los constructores ideológicos de la integración regional. En realidad, la integración estaría destinada a liberar y acelerar los intercambios comerciales. Pero se comercia lo que se tiene y no lo que se debiera tener dentro de lo que se estima como una economía moderna. El comercio puede ser liberado y acelerado sin que cambien las producciones que se venden o se compran. Y el desarrollo, bien entendido, no es el de los intercambios sino el de las producciones. Venezuela puede vender todo el petróleo que produce y aun mucho más, pero seguirá siendo así un país monoproductor y, por tanto, en vías de desarrollo, indistintamente de que la venta de su petróleo le produzca un ingreso per cápita superior al de cualquier otro país de América Latina. La liberación de derechos puede facilitar la colocación en masa de las magníficas maderas, de la yerba mate o del tanino paraguayo; pueden, así, aumentar sus ingresos y, por tanto, aumentar sus importaciones; pero este acontecer no alterará en nada su condición de productor de materias primas. Lo mismo dígase del estaño boliviano.

No se postula, desde luego, que esos países alcancen iguales niveles o grados de integración económica que los que pueden lograr Argentina, Brasil o México. Algunos carecen de condiciones naturales para una agricultura y una ganadería similares a las de Argentina; otros carecen de recursos minerales o de la riqueza de Brasil. Se aplicaría a estos países entonces el ejemplo de Italia, de Japón o de Suiza, que han alcanzado un alto grado de desarrollo industrial y agrario careciendo de recursos minerales y de tierras fértiles suficientes y vastas. Recorrerán este camino con mayor o menor ritmo, pero deberán recorrerlo. Si desde ahora se empeñan en alcanzar mayores niveles de vida confiando todo a la integración, retrasarán su desarrollo y acentuarán al de aquellas ramas que los caracterizan como países en vías de desarrollo.

XXIV

De cualquier manera, el aspecto puramente económico de la integración no era el objeto de estas líneas; más bien se trataba de explayar la permanencia histórica del concepto de nación, de la obligatoriedad de resguardar sus esencias espirituales, de la necesidad de construir sus bases materiales. Hemos partido de la conciencia de que la interdependencia de las naciones es insoslayable, de que estamos viviendo el proceso de integración del mercado mundial, que poco a poco las fórmulas de la convivencia y la negociación amigable están sustituyendo la agresividad y la guerra fría de ayer. Pero todo este proceso es un resultado no un requisito previo; el resultado del desarrollo de cada una de las nacionalidades de acuerdo con sus rasgos más específicos. Un acuerdo universal sobre los problemas que actualmente dividen al mundo será un acuerdo entre naciones soberanas, independientes, diferenciadas.

Las únicas categorías universales que se admiten sin discusión son las que informan las religiones, las filosofías, las llamadas ideologías. Pero, si bien se observa, la religión, por ejemplo, es uno de los elementos espirituales-culturales que constituyen el ser nacional en aquellos países que la han recibido desde su nacimiento.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

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NEOPENTECOSTALES EN AMÉRICA LATINA: ¿DECLIVE DE LA POLÍTICA PÚBLICA O NUEVOS ACTORES POLÍTICOS DEL SIGLO XXI?

Marianna G. Abrámova*

 

Este artículo ha sido publicado en el Num.1, 2020 de la revista científica trimestral en español Iberoamérica, editada por el Instituto de Latinoamérica de la Academia de Ciencias de Rusia (ILA ACR).

 

“Así cambian las cosas. Lo que ayer todavía era religión, hoy ya no lo es; lo que hoy pasa por ser ateísmo, será mañana religión”

Ludwig Andreas Feuerbach. La esencia del cristianismo, capítulo II

 

Introducción

Al inicio del tercer milenio volvió a plantearse el problema de la importancia de la religión dentro de las relaciones sociales. Después de triunfar la secularidad en el siglo XX, en el período postmoderno quedó claro que el pasado racional “deshechizo del mundo” no resultó el fin de la religión. Los retos del mundo globalizado han mostrado que la fuerza de la fe religiosa es directamente proporcional al nivel de inseguridad provocada por la rapidez de los cambios globales en todos los ámbitos de la vida social, y que los individuos han comenzado a crear para sí mismos sistemas pequeños de creencias nuevas que corresponden a sus deseos y experiencias. En tales condiciones de desintegración de las instituciones e ideologías tradicionales, ¿se puede hablar de la política como de un cierto proyecto público, una elaboración de un ideal social conveniente para la sociedad en su conjunto? ¿O en la época postsecular cada quién tiene su verdad y la individualización y subjetivización de la fe y de la esfera social en general han llevado a la desregulación de las prácticas políticas y ahora los individuos no tienen a quién delegar sus nuevas aspiraciones sociales?

Mapa religioso de la América Latina actual: cifras y hechos

Un ejemplo ilustrativo de tales procesos lo encontramos en una América Latina moderna, donde vive casi el 40% de los católicos del mundo. Sin embargo, si desde 1900 hasta 1960 el 90% de la población de los países de la región se consideraba católicos, según el estudio sociológico amplio efectuado en 2014, tan solo el 69% de los encuestados en 18 países latinoamericanos se identificaron dentro del catolicismo [1, p. 4]. En total, desde el año 1970 hasta el año 2014 el número de católicos en América Latina disminuyó el 23%, y el de evangélicos[1] aumentó el 15%, mientras que el número de ateístas alcanzó el 8% [2, p. 23]. Queda en evidencia que la Iglesia Católica pierde su monopolio religioso en los países latinoamericanos. El proceso de la llamada “evangelización” se entiende como la conversión del catolicismo a distintas corrientes protestantes tradicionales (luteranos, baptistas, metodistas, pentecostales) y neoprotestantes, representados en primer lugar por neopentecostales. El número de “evangélicos” difiere según el país. El menor es el de Paraguay (7%) y México (9%), el mayor, en Honduras y Guatemala (41%). En Nicaragua su número ronda el 40%, en Salvador 36%, en Brasil 26%; en Chile, Perú y Venezuela es del 17%, en Argentina y Uruguay 15%, resaltando este último país con el 37% de personas irreligiosas [1, p. 14].

Mientras tanto, según los datos del mismo estudio, el 65% de los evangélicos encuestados se definen como neopentecostales, los que se pueden considerar el grupo más numeroso entre los evangélicos de América Latina [1, p. 8]. Visto dentro de los países latinoamericanos, se dan situaciones diferentes en cuanto al número de neopentecostales: en la República Dominicana, Brasil y Panamá cerca de ocho de diez protestantes pertenecen a la denominación neopentecostal [1, p. 63]. Los índices en crecimiento constante los encontramos asimismo en Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. El aumento no se observa en Paraguay y México. En Uruguay, Chile y Argentina sube el número de ateos.

¿Cuáles son las causas de la remodelación tan seria del mapa religioso del continente? Como la causa más común de la conversión al neopentecostalismo las personas encuestadas mencionaban el deseo de tener un vínculo más personal con Dios, cambiar el estilo del servicio religioso y encontrar una iglesia que preste más ayuda en la vida cotidiana. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) la Iglesia Católica disminuyó la atención a los aspectos espirituales de su actividad. “…Puede pasar que los fieles no encuentren, en los que desempeñan la actividad pastoral, aquel intenso sentimiento de Dios que deben transmitir con toda su vida”, escribió en 1992 el Papa Juan Pablo II [3]. La base masiva de la nueva religiosidad en América Latina forma la juventud hasta los 25 años [1, p. 5]. Los expertos señalan que los neopentecostales, a la hora de ser encuestados, siempre hacen hincapié en la moralidad, que ha sido exactamente decisiva al convertirse los católicos de ayer a la confesión nueva [2]. Originariamente, la base social del neopentecostalismo eran las capas sociales más pobres y marginales. Los hombres que se suman a esta iglesia a menudo dejan de beber, de jugar juegos de azar y de llevar una vida amoral, estando a la vez convencidos de que la esposa siempre tiene que obedecer al marido. Pero últimamente ha empezado a reclutarse también a los representantes de la clase media, entre ellos, médicos y juristas, que han formado sus propias comunidades eclesiásticas neopentecostales, en particular, en Brasil y Guatemala.

No se puede pasar por alto también las causas culturales de los procesos de “evangelización” masiva. El neopentecostalismo ha absorbido muy exitosamente la música latinoamericana. Los predicadores nuevos se parecen mucho a sus feligreses: a menudo no tienen educación y hablan con sus parroquianos en un lenguaje inteligible para ellos, se visten y comportan como los miembros de la comunidad. Es justamente por eso, que muchos de los predicadores en Guatemala son indígenas maya y en Brasil, afrobrasileños. De lo contrario, en la Iglesia Católica, la mayoría de los curas pertenece a la élite, son blancos o mestizos, a la vez muchos de ellos se envían a América Latina directamente desde Europa en calidad de misioneros. Otro error de la Iglesia Católica que resultó en beneficio del neopentecostalismo en América Latina es la presencia deficiente de los eclesiásticos entre la población: en promedio es un clérigo por 26.000 personas. A su vez, esto favorecía la práctica del eclecticismo religioso constante en Latinoamérica. Los más populares hasta hoy día, son los cultos místicos como la umbanda (Brasil), candomblé (Uruguay), vudú (Haití y la República Dominicana), la santería (Cuba), rastafarismo (Jamaica y las islas del Caribe) y unos cuantos más. Tal integralismo religioso encajó muy armónicamente en los métodos mágico-ocultistas del zombeamiento religioso durante las oraciones colectivas neopentecostales.

“Teología de la prosperidad”: ¿una renovación o pseudoreligiosidad?

Teniendo más de 340 millones de seguidores en todo el mundo[2], la mayoría de los cuales vive en América Latina y África [4], el neopentecostalismo (o el “Movimiento de la Palabra de Fe”) actualmente es la denominación (pseudo)cristiana con el más rápido crecimiento. Los predicadores más conocidos del neopentecostalismo mundial son John Avanzini, Kenneth y Gloria Copeland, Benny Hinn y J. Rock Lee. A pesar de que los expertos subrayan la diferencia de los neopentecostales respecto a otras comunidades religiosas protestantes, sobre todo, las tradicionales [5, p. 15], señalemos que los fundamentos de su doctrina se encuentran en el principio protestante principal: la salvación por medio de la fe personal. Por otra parte, algunos autores consideran el neoprotestantismo en general como “una forma culturalmente neutral del cristianismo” [6, p. 185], lo que supone que se hace atractivo para los representantes de grupos étnicos diferentes que, al haber renunciado a la dura identificación de entia y tradiciones, construyen una nueva identidad religiosa basada en los valores morales universales. De tal manera surgió una identidad religiosa supranacional, cuya esencia se concentra en la “teología de la prosperidad”.

Los neopentecostales, fueron los primeros que lograron crear el “pop cristianismo” de masas para la sociedad de consumo de la cultura televesiva masiva: en Brasil operan cuatro cadenas de televisión 24 horas que transmiten en directo los rezos multitudinarios con música, bailes, show predicadores a los que ya se acostrumbró a llamar “teleevangelistas”. Psicológicamente peligrosas son las prácticas de las “caídas en el espíritu”, “risa santa”, “oración con sufrimiento de dolores de parto” y otras prácticas de histeria severa comunes en las congregaciones neopentecostales.

En el primer Congreso Evangélico Latinoamericano (CELA I) en Buenos Aires en 1949 se adoptó el documento que definía el trabajo para crear el “Cristianismo Evangélico” en la región como una tarea primordial. Los primeros conversos eran los enfermos en las leproserías de Amazonas, personas indigentes, indígenas analfabetas y africanos descendientes de esclavos. En Guatemala, que ahora es el líder en el número de neopentecostales en Latinoamérica, la llegada en 1959 del pastor canadiense Norman Parish (1932-2017) dio comienzo a la tendencia. Él fundó la Iglesia El Calvario, en la que desde el inicio se introducían las innovaciones tecnológicas y litúrgicas (guitarras eléctricas, tambores y bailes)[3]. Las élites latinoamericanas en aquel entonces eran católicas, ya que el catolicismo era una parte de su identidad cultural y nacional. En 1961, en el Segundo Congreso Evangélico Latinoamericano (CELA II), se estableció que el término “Iglesia Evangélica” se usaría en América Latina con referencia a las corrientes y organizaciones protestantes ya existentes y nuevas [2, p. 16].

El auge del neopentecostalismo se produjo en los años 1990 y 2000. El postulado central del neopentecostalismo son los dones espirituales o carismas (dones o bienes de Dios) que le dan al fiel la posibilidad de encontrar la fuerza y el poder para conseguir que se cumplan en este mundo sus deseos más profundos. Dios se reduce a la fuente impersonal de una fuerza mágica debido a la cual un neopentecostal debe prosperar en todos los ámbitos de la vida. El 56% de los neopentecostales en Brasil y el 91% en Venezuela están tienen la certeza de que Dios asegura el bienestar material de los fieles [1, p. 68].

Si para los protestantes tradicionales de la generación de los 60s y 70s las ideas religiosas predominantes eran el sufrimiento, la ascesis y el pecado, la generación de los 90s (neopentecostales) creció con ideas del deleite, eliminación del dolor y de la teología de la Resurrección [7, p. 121]. Ésto fue la causa de una amplia popularidad de su “teología de la prosperidad”: el neopentecostal debe ser rico, sano, próspero y dichoso. Si una persona no lo es, ésto evidencia claramente que su fe no es auténtica. Aquí ponemos un ejemplo ilustrativo de una predicación en congregaciones colectivas de neopentecostales: “Ustedes tienen la fe por un dólar y piden algo por 10.000 dólares, y esto no funciona. Ni funcionará… Supongamos que yo quiero conseguir un Rolls-Royce, pero no tengo más fe que para una bicicleta. ¿Qué piensan que voy a recibir? ¡Por supuesto, una bicicleta!” [8]. Los problemas en la vida son ocasionados por la acción de los demonios, por eso la tarea principal de un neopentecostal es librarse de éstos y abrir el camino hacia la prosperidad, la riqueza, etc. Exorcizando demonios, el famoso telepredicador de los años 90 John Wimber exigía que dijeran sus nombres que sonaban como “Lujuria”, “Fealdad,”, “Glotonería” y “Voluptuosidad”. A menudo esto está acompañado de tales fenómenos como caídas, gritos, gemidos, respiración dificultosa, etc [9]. Esta sustitución de las bases teológicas cristianas por la ideología consumista se presenta como el reto más serio en toda la historia del cristianismo tradicional. El neopentecostalismo predica un “buen negocio” en el que Dios se reduce a una especie de “pez dorado” que cumple obedientemente cualesquiera deseos de los creyentes [10]. 

Los neopentecostales en los procesos políticos de América Latina en el inicio del siglo XXI: de marginales a actores políticos

Más aun difieren las posturas de los protestantes tradicionales y neopentecostales hacia la política. Para los protestantes tradicionales en los 60-70 era propio un escapismo político, ellos ignoraban las campañas electorales ya que la comunidad religiosa se contraponía al estado como el engendro de las fuerzas oscuras, de la pecaminosidad del ser humano. En la “teología de la prosperidad” neopentecostal el mundo es un sitio que hay que conquistar y no escapar de él. Por eso las comunidades nuevas están orientadas a reconstruir la vida social y política de la sociedad moderna sobre la base de los valores religiosos bíblicos, así surge la corriente del “reconstruccionismo” [2, pр. 42-43]. Los nuevos creyentes plantean un nuevo proyecto público, en el que los valores morales tienen un significado preponderante. Desde luego, lo propiciaron también ciertos factores objetivos. En los años 2000 en el movimiento neopentecostal se insertó la juventud que buscaba su sitio en nuevas condiciones de la economía global de mercado; aparecieron lemas “reestructurar el país sumergido en el pecado”, hacerlo “un país de Dios”, formar “un gobierno cristiano”, derogar “leyes impías”, imponer un control religioso sobre el sistema de enseñanza, educación y medicina.

¿Que es inconveniente para los neopentecostales en las relaciones sociales modernas? Los neoprotestantes son más conservadores que los católicos latinoamericanos en cuestiones de la “agenda de género”. Del 60 al 66% de los católicos apoyan los medios del control de la natalidad y el divorcio, son más tolerantes que los protestantes hacia el aborto, los homosexuales, el sexo fuera del matrimonio y el consumo de alcohol [1, pр. 24-25]. Al mismo tiempo más del 80% de los neopentecostales se pronuncian en contra de matrimonios homosexuales y más de dos tercios están a favor de prohibir abortos y divorcios [1, pр.71, 74]. Los antiguos católicos, conversos al neoprotestantismo, dicen que buscaban una iglesia que “dé más importancia a la vida moral” (lo dijeron en promedio el 60% de los ex católicos) [1, pр. 38].

El proyecto político público de neopentecostales incluye una cristianización total de la sociedad, sacralización de las instituciones sociales y relaciones públicas, habla de la creación de un “gobierno cristiano” [11]. Esta idea está basada sobre las concepciones teocráticas, escatológicas y mesiánicas de los neopentecostales, apela al sentimiento de insatisfacción con sus condiciones económicas y sociales, que empeoraron notablemente después de las décadas liberales de reformas del mercado y causaron un giro a la derecha en los países de América Latina [12, р. 39].

Sería lógico que los neopentecostales debieran actuar durante las elecciones en un frente unido y votar por sus candidatos pastores. Sin embargo, por el momento esto no ocurre. Un ejemplo llamativo de ello es, otra vez, Guatemala. En 2011 Harold Caballeros López, un pastor famoso, fundador de la iglesia neopentecostal El Shaddai, quien formó una coalición religiosa de partidos y grupos políticos y se postuló a la presidencia de la república. A pesar de su campaña electoral activa logró tan solo un 6,24% de votos [2, р. 48]. Lo mismo pasó en Brasil en 2010 y 2014, cuando la evangélica radical Marina Silva, al presentar su candidatura presidencial, no pudo subir más del número tres en la carrera. Muy remarcable es la experiencia de creación de un partido religioso en Argentina, donde se observó una derrota de los neopentecostales en las campañas electorales de 1993, 1994 y 1995. El investigador principal argentino H. Wynarczyk señala con razón que “las personas en sectores populares puede inducirlas a ser, simultáneamente, pentecostales y votantes del peronismo” [13, р. 57].

Jimmy Morales, presidente de Guatemala

No obstante, ahora la situación está cambiando. Así, la victoria en 2015 en las elecciones presidenciales en Guatemala de un evangélico, profesor de teología y ex actor, Jimmy Morales, y el triunfo en 2018 de un ex militar cercano a los evangélicos, Jair Bolsonaro en Brasil atestiguan una etapa nueva de participación de neopentecostales en los procesos políticos del continente. Cabe destacar que Jimmy Morales y Jair Bolsonaro no se posicionaban como evangélicos “puros”: su lema principal era la lucha contra el sistema podrido de corrupción. Considerándose un “ejército triunfante de Dios”, los predicadores radicales neopentecostales llaman al derrocamiento del corrompido estado actual y proponen la candidatura de Dios al presidente: “El hombre unido a Dios en un vínculo de amor, no necesita ser gobernado por otros seres humanos, sino solo por Dios” [14, p. 28]. Entonces, tal sociedad será libre de corrupción. De esta manera el proyecto de reestructuración de la sociedad conforme a la moral conservadora religiosa se hizo una alternativa al proyecto liberal de globalización de mercado. Empero, en América Latina el actor principal de dicho proyecto es el así llamado “pueblo evangélico” en general, sin diferencias étnicas ni nacionales. En este contexto, en Latinoamérica, empezó a formarse una identidad nueva, para la cual la agenda de moralidad —expresada a través de la religión— es predominante.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil 

Este proceso será prolongado, variable según el país, y por eso los líderes religiosos nuevos, al salir a la arena política de sus países, usan una amplia gama de herramientas y mecanismos para conquistar al electorado. Los neopentecostales involucran a los pintores, actores y deportistas renombrados que, en ocasiones, no comparten sus conceptos teológicos pero empiezan a posicionarse como cristianos. El ejemplo más reciente es la participación del cantante, presentador y miembro del partido Restauración Nacional Fabricio Alvarado en las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2018. Jair Bolsonaro cambió siete partidos antes de afiliarse, justamente en vísperas de las elecciones de 2018, al Partido Social Liberal, apoyado por diversas comunidades neopentecostales [15]. La inconsistencia política la muestra también una de las líderes políticas no solo de Brasil, sino de todos los neopentecostales latinoamericanos, Marina Silva, que fue parte del Partido Comunista, del Partido de los Trabajadores, del Partido Verde y del Partido Socialista Brasileño y ahora fundó su propio partido, Rede Sustentabilidade. En la cultura política de los países de América Latina surge también un fenómeno absolutamente nuevo que obviamente tiende a propagarse de forma amplia dentro de los procesos políticos futuros. Es la aparición, en calidad de líderes políticos nuevos, de las esposas de pastores evangélicos, lo que se nota especialmente en los países de América Central y Brasil.

Modelos subregionales de participación de la “teología nueva” en los procesos políticos de América Latina

Tomando en consideración diferentes formas y mecanismos de participación de los neopentecostales en la política, se puede destacar tres modelos principales subregionales: centroamericano, sudamericano y brasileño.

En el marco del primer modelo, aparentemente, sería más probable la creación de partidos religiosos separados o frentes políticos que unirían distintas comunidades evangélicas. La causa principal de tal posición de los neopentecostales consiste en su predominancia numérica en el momento actual: en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala su número supera el 40% de todos los creyentes. En Guatemala, por ejemplo, en las elecciones presidenciales un candidato evangélico ganó tres veces (en 1982, 1991 y 2016). La última campaña presidencial en Costa Rica (2018) evidencia que tales escenarios pueden hacerse una realidad. En este país, de un sistema democrático muy firme y con tradiciones del sistema bipartidista, apenas llegó al poder un neopentecostal radical con un programa religioso de valores. Los expertos están convencidos de que la causa de tal éxito fue la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos respecto a la legalización de matrimonios homosexuales [16]. Una situación parecida se está desarrollando en Panamá donde, después de aprobar en el año 2016 la ley liberal sobre la educación sexual en las escuelas, los neopentecostales, al haber formulado su programa de interdictos morales, se hacen actores políticos principales del país, aunque sin haber logrado por el momento una ventaja numérica. Por otro lado, los católicos en estos países son principalmente partidarios de comunidades carismáticas, lo que los acerca extraordinariamente a los neopentecostales. Esto hace posible que los católicos y neopentecostales se unan en torno a una agenda orientada a las cuestiones morales y la familia, lo que puede llevar a una dirigencia indirecta de tales coaliciones por líderes evangélicos. En América Central, lo más probable, en los próximos años, es que pueden aparecer presidentes evangélicos que se unirán a evangélicos de diferentes corrientes y a católicos carismáticos en su oposición a la ideología liberal de género [2, р. 83].

El segundo modelo que se podría llamar sudamericano, tiene que ver más con la estrategia de alianzas y coaliciones políticas que de partidos particulares y frentes. En esta región, hasta hoy día, no se han logrado consolidarse partidos evangélicos exitosos. Aquí no se presentó ni un solo candidato evangélico que se encontrara cerca de una victoria en las elecciones presidenciales. Partiendo de tal realidad política, los evangélicos sudamericanos prefirieron participar en difirentes partidos políticos ya existentes y poseedores de un electorado tradicional. En el marco de tal táctica los neopentecostales lograron conseguir que en casi todos los partidos de izquierda y derecha hay evangélicos, lo que les posibilitó tener sus representantes propios en parlamentos nacionales. En estos países la “agenda de género” en defensa de los valores cristianos no fue un tema principal de las campañas electorales. Esto se explica en parte con que las leyes de aborto o matrimonio entre personas del mismo sexo ya están aprobadas, por ejemplo en Chile y Argentina [17, р. 49]. La situación en México, a su vez, también tiene su especificidad lo que acerca el país al modelo sudamericano. En este país, en 2018, el candidato presidencial de izquierda Andrés Manuel López Obrador fue apoyado por el sector evangélico, el Partido Encuentro Social (PES). [18, р. 14] Tales coaliciones políticas nuevas hacen posible suponer que la interacción entre la religión y política incluso en México tenderá a fortalecerse.

El tercer modelo, el brasileño, es una combinación del primero y el segundo: aquí se utiliza tanto el propio partido religioso como una “fracción evangélica” dentro de los partidos políticos. El problema serio de los evangélicos brasileños actualmente es su fragmentación y hasta su enemistad; si lograran unirse, se harían el partido religioso más grande de Brasil. Sin embargo, por ahora utilizan el instituto de la “bancada evangélica” en el Congreso, donde por muchas cuestiones votan de forma consolidada con los congresistas católicos o con los que representan regiones rurales. Ellos representan 26 comunidades evangélicas distintas y pertenecen a 23 partidos políticos diferentes [2, р. 86]. De tal manera, en perspectiva cercana en Brasil serán utilizados ambos formatos de participación política de neopentecostales.

Conclusión

El triunfo de la secularidad no ha llevado a la desaparición de la religión. Al contrario, la así llamada “agenda de género”, avanzando desde los países del “vellón de oro” del norte al sur chocó en América Latina contra un obstáculo inesperado en forma del neoprotestantismo que simboliza el rechazo a los matrimonios homosexuales, al aborto, a la eutanasia, a la educación sexual temprana, etc. Los neopentecostales dan respuestas conservadoras a las cuestiones candentes, utilizando al mismo tiempo tácticas psicológicas inapropiadas. Por otro lado, sus proyectos económicos no se distinguen por novedad. Criticando el mercado liberal, ellos propagan los mismos mitos de riqueza y prosperidad, negocio y ganancia. Así, el presidente hondureño actual Juan Orlando Hernández, representante del conservador Partido Nacional de Honduras, es apoyado por la Confraternidad Evangélica de Honduras (CEH) e implementa una política económica liberal, que ha empeorado la situación económico-social, lo que, en combinación con la acentuación del enfrentamiento político y crecimiento de la violencia dio impulso al éxodo migratorio de población [19, р. 90].

En condiciones de la propagación global del absentismo político y de pérdida por parte de los partidos políticos tradicionales de sus bases ideológicas, cuando la diferencia entre la izquierda y la derecha se está desdibujando cada vez más, son las instituciones religiosas las que ganan mayor popularidad y resultan buscadas políticamente. Las agendas “morales” se convierten en agendas “políticas”, y esto se ha hecho una herramienta que ha reiniciado los procesos políticos por todo el mundo. Los países de América Latina van a la vanguardia de dichos procesos.

* Ph.D. (Historia), profesor titular (abramova-m@mail.ru). Facultad de Ciencias Políticas. Universidad Estatal Lomonósov de Moscú, Federación de Rusia.

Bibliografía

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Referencias

[1] Dentro de este término en América Latina se incluyen tradicionalmente múltiples comunidades protestantes y neoprotestantes de orientaciones diferentes. En el presente artículo nos atenemos a tal interpretación. 

[2] Además de América Latina, el neopentecostalismo se difunde a gran escala en India, Corea del Sur y Rusia.

[3] De esta iglesia más tarde provinieron los líderes famosos del neopentecostalismo guatemalteco: Jorge H. López, fundador de la iglesia Mega Fráter (1978), Luiz Fernando Solar, que fundó la Iglesia de Jesucristo la Familia de Dios (1990), Harold Caballeros López, creador de la iglesia El Shaddai en el año 1983. Probablemente el más conocido en el momento es Carlos “Cash” Luna, quien abrió la Iglesia Casa de Dios en 1994.