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TRUMP QUIERE HACER LAS «PACES»

Roberto Mansilla Blanco*

«Trump ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un insulto para EEUU».

 

La «carrera contra reloj», con tintes cada vez más obsesivos, de Donald Trump por alcanzar el Premio Nobel de la Paz tiene ahora un nuevo reto: Gaza. Tras haberlo intentado en Alaska en la cumbre con su homólogo ruso Vladimir Putin sin alcanzar cuando menos una tregua o la posibilidad de una «paz armada» en Ucrania, la impaciencia de Trump por convertirse en el «hombre de la paz» comienza a convertirse en un síntoma patológico.

Caso contrario al de Trump, a quien le sobra paciencia y cálculo estratégico es precisamente al presidente ruso, quien no aspira al Nobel de la Paz pero sí a trazar sus imperativos geopolíticos con Occidente, que no pasan precisamente por alcanzar una paz a cualquier precio en Ucrania. Putin ha entrado igualmente en una fase de escalada militar contra objetivos estratégicos en Ucrania toda vez ha estado probando vía aérea la solidez unitaria y defensiva de la OTAN a través del envío de drones y aviones de reconocimiento ingresando en los espacios aéreos de Polonia, Rumanía y países bálticos.

Poco deseoso de apoyar a la OTAN en su escalada de tensiones con Rusia, Trump ha optado en Ucrania por un giro disuasivo hacia el Kremlin: alentar al otrora despreciado presidente ucraniano Volodymir Zelenski a recuperar el territorio perdido a manos de los rusos e «incluso ir más allá», lo cual ha dejado entrever posibles apoyos a incursiones en territorio ruso.

Por otro lado, el reciente asesinato del influencer «trumpista» Charlie Kirk ha reforzado la agenda «securitista» de Trump a límites hasta ahora desconocidos en la política estadounidense. Para concentrarse en los cada vez más inquietos asuntos domésticos, Trump parece persuadido a solucionar, cuando menos temporalmente, los frentes abiertos en el exterior.

Gaza como salvavidas para Netanyahu

Atascada la situación en Ucrania, la impaciencia de Trump por ser el «hombre de la paz» ha motivado a enfocar en otro escenario: Gaza. Así, vía propuesta de paz, el mandatario estadounidense ha lanzado un súbito «salvavidas» de última hora al cada vez más contestado y aislado primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Este plan «trumpista» ocurre en un contexto delicado que pone a prueba la alianza entre EEUU e Israel. La crisis humanitaria y el genocidio de Gaza iniciado por Israel con su invasión a la Franja a finales de 2023 han desacreditado no sólo al primer ministro israelí sino también a su país. Indiferente ante esta situación, en su reciente alocución en la Asamblea General de la ONU, Netanyahu dejó a las claras su verdadero objetivo: «no habrá Estado palestino», sin ofrecer ningún gesto de mea culpa por los más de 80.000 palestinos asesinados en Gaza, aunado ahora a las razzias en Cisjordania que impliquen avanzar en la colonización de esos territorios y hacer así definitivamente inviable cualquier tipo de Estado palestino.

Unos 157 de los 193 países de la ONU, entre ellos potencias como Gran Bretaña y Francia, han reconocido la legitimidad del Estado de Palestina, la mayor parte de la comunidad internacional aprovechó oportunamente la reciente cumbre de la ONU para mostrar su oprobio por lo que sucede en Gaza, responsabilizando con ello a Israel. Esto llevó al humillante desaire realizado a Netanyahu por parte de la mayoría de los representantes nacionales en la reciente Asamblea General de la ONU en Nueva York.

Si bien el plan de paz de Trump para Gaza beneficia claramente a Israel, la «huida hacia adelante» de Netanyahu comienza a resultar incómoda para un Trump que, en su ansiada pretensión por el Premio Nobel, ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un «insulto para EEUU».

Al ego de Trump se le une la obstinación de un Netanyahu que comienza a sentir presión interna, incluso dentro del establishment militar, y un malestar social en vísperas del segundo aniversario de la invasión a Gaza. Hamás, si bien desarticulado en su cúpula dirigente, está lejos de ser doblegado política y militarmente. Tiene en sus manos todavía a decenas de rehenes israelíes, millares de militantes armados y muy probablemente una nueva dirigencia política.

El descrédito y la maltrecha imagen internacional de Israel también pasan factura a los «halcones» instalados en las altas esferas del poder en Tel Aviv y Jerusalén. El propio Trump ya ha advertido ante sus socios árabes que no consentirá una invasión y anexión de Cisjordania. Con ello busca ralentizar, o bien contemporizar, el objetivo supremacista del «Gran Israel» de Netanyahu y los «halcones».

En lo concerniente a los 20 puntos de la propuesta de paz, el texto abunda en aspectos más técnicos que estructurales. Trump maneja una versión maltrecha de los Acuerdos de Oslo (1994) en la que la solución de los «dos Estados» pasa a estar supeditada a una especie de transición tecnocrática y apolítica con un Hamás al que se le exige la desmilitarización, apenas exigiendo a Israel una contraprestación, lo cual mantiene el desequilibrio de fuerzas. Por otro lado, Gaza se convertirá en un carrusel de negocios dominado por los intereses conjuntos entre EEUU e Israel, aunque Trump intente llevar la iniciativa.

Esta caída en desgracia de Netanyahu ante los ojos del mundo ofreció un inusual gesto durante la cumbre en Washington con Trump: el premier israelí pidió perdón por los ataques en Qatar en las que buscó, infructuosamente, asesinar a líderes de Hamas. El contexto actual, con un atasco militar en Gaza y crisis humanitaria al que no se debe olvidar la breve confrontación directa entre Israel e Irán en julio pasado, han dejado entrever que Israel no es tan invencible militarmente y es mucho más vulnerable y dependiente de la ayuda estadounidense de lo que se creía.

Un actor clave: Arabia Saudita

A buena cuenta, Trump ha tomado cálculo de esta ecuación. Trump maneja nuevos equilibrios en Oriente Próximo que no le aten necesariamente a esa alianza estratégica con Israel. Necesita tener a su favor a Arabia Saudita y los emiratos petroleros toda vez el mundo árabe e islámico, visiblemente liderado por Arabia Saudita, ha comenzado a mover fichas contra Israel, trazando un revival de unidad incluso en el plano militar contra un enemigo común, el Estado israelí.

Un aspecto que inquieta a Trump tomando en cuenta que su aliado israelí ya ha atacado militarmente en lo que va de año no solamente a Palestina sino también al Líbano, Siria, Qatar, Irán y Yemen.

En este contexto debe interpretarse el «lavado de imagen» vía discurso en la ONU por parte del ex terrorista yihadista (Washington llegó a ofrecer una recompensa de US$ 10 millones por su captura o eliminación que ahora ha sido convenientemente retirada) ahora reconvertido en presidente interino sirio, Ahmed al Shar’a. La apertura de Trump hacia la «nueva Siria post-Asad» podría interpretarse como una condición expresada por el cada vez más poderoso príncipe saudita Mohammed Bin Salmán; una petición que Trump no ha dudado en atender.

Precisamente, Riad ha sido el principal interlocutor del mundo árabe a la hora de recibir con beneplácito la propuesta de paz de Trump para Gaza. Tradicionalmente desunidos en el plano político, la crisis de Gaza ha reactivado ciertos vínculos de unidad en el mundo árabe, muy probablemente determinados por evitar que el drama palestino active el malestar social contra el estatus quo de poder.

De este modo, sin abandonar la alianza estratégica con Israel, Trump comienza a jugar otras cartas buscando atraer a otros actores de peso como Arabia Saudita, cuyas esferas de influencia regionales incluyen ahora la Siria de al-Shar’a, visiblemente ya fuera del alcance de la histórica influencia iraní, el principal aliado del extinto régimen de los Asad. De este modo, Riad parece haber sustituido a Teherán como el principal actor de influencia en la «nueva Siria» y sus implicaciones tienen peso decisivo a la hora de negociar con Washington esferas de influencia geopolítica a nivel regional.

No debemos olvidar que en octubre ser realizarán elecciones legislativas en Siria, los primeros comicios tras la caída del régimen de Bashar al Asad en diciembre pasado. Estas elecciones son vitales para calibrar el incierto futuro sirio y cuál será su orientación geopolítica en este contexto de tensiones y conflictos permanentes in crescendo.

El panorama así se observa inquietante, donde un nuevo Parlamento deberá legislar un país fragmentado, con un proceso electoral que genera críticas por la exclusión de ciertas áreas y la falta de participación política plena, con partidos políticos prohibidos y desafíos a la seguridad. La eventualidad de una «balcanización» de Siria, que podría reproducir un contexto similar al observado en la vecina Líbano durante su prolongada guerra civil (1975-1990), es una posibilidad real ante el inflamado contexto regional.

Contando con un inmediato pero expectante apoyo internacional básicamente focalizado en intentar evitar que se amplíe el horror que se vive en Gaza con otra ofensiva militar israelí, es posible que la propuesta de paz de Trump tenga algún margen de efectividad, cuando menos temporal, toda vez las horripilantes imágenes que en los últimos meses se ha observado con el genocidio en Gaza, a la que la ONU oficialmente también ha catalogado de «hambruna», indicarían otros derroteros que propicien su inviabilidad.

Pero la pax de Trump navega igualmente por aguas inciertas. A falta de lo que responda Hamas, cuyo ultimátum enviado por Trump fue de tres a cuatro días, algunos movimientos políticos palestinos ya han oficializado su desacuerdo con la propuesta de Trump.

Por mucho que el propio Netanyahu lo haya propuesto meses atrás durante una de sus visitas a Washington, el primer ministro israelí sería un aval incómodo para un Trump obsesionado con el Nobel de la Paz. No obstante, incluso en la masacrada Gaza, destruida por la agresividad del Estado de Israel, cualquier paz se impone ahora como urgente.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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UN SISTEMA INTERNACIONAL CONVULSO QUE CONFIGURA NUEVOS EQUILIBRIOS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Vilkasss en Pixabay

 

El asesinato del activista Charlie Kirk ocurre en momentos en que la tensión internacional se incrementa en diversos ámbitos, principalmente en Oriente Próximo, así como entre Rusia y la OTAN, generando un clima de convulsión que anuncia cambios significativos en los equilibrios de poder.

Este contexto está propiciando cambios que redibujan el mapa geopolítico especialmente en Oriente Próximo, con perspectivas que dificultan los intereses del eje EEUU-Israel a pesar de la aparentemente inquebrantable alianza, confirmada con la visita a Netanyahu por parte del secretario de Estado Marco Rubio.

Mientras Israel activaba la invasión militar a la Ciudad de Gaza e incluso se preparaba para la eventual anexión de Cisjordania, Reino Unido, Portugal, Canadá y Australia reconocieron el 21 de septiembre de 2025 al Estado de Palestina, abogando por la solución de «dos Estados». Francia, que observa una aguda crisis política tras la caída del gobierno de Bayrou, hizo lo mismo un día después en el marco de la 79º Asamblea General de la ONU.

El reconocimiento británico a Palestina coincidió con una visita a Londres por parte de Trump, quien mostró su contrariedad por esta decisión ante el primer ministro británico Keir Starmer. Durante la sesión de la Asamblea General de la ONU, Trump reprodujo la visión de Netanyahu de que reconocer Palestina como Estado es «una victoria para Hamás». La intervención del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en la reciente Asamblea General de la ONU, donde fue boicoteado por una inmensa mayoría de las delegaciones presentes hasta prácticamente dejarlo en solitario, evidencia el clima de aislamiento y de pérdida de apoyos internacionales para Israel.

Estas declaraciones de apoyo al Estado palestino, principalmente por parte de dos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN como son Gran Bretaña y Francia, tradicionalmente aliados de Israel, rompen la baraja de equilibrios geopolíticos hasta ahora favorable al eje EEUU-Israel. Días antes de estos reconocimientos, una comisión de investigación de la ONU concluyó que Israel había cometido genocidio contra los palestinos en Gaza.

¿Hacia una «OTAN islámica»?

Un clima de pre-guerra regional se percibe en Oriente Próximo, lo que está acelerando la concreción de inéditas alianzas militares. A mediados de septiembre, Pakistán (único país musulmán potencia nuclear) y Arabia Saudita (uno de los principales vendedores de armas a nivel mundial) firmaron un inédito acuerdo estratégico de defensa. El acuerdo es histórico ya que no sólo determina asistencia mutua defensiva, sino que también aparentemente condiciona las respectivas implicaciones de ambos países en los complejos acontecimientos de Oriente Próximo, el Índico, sureste asiático y Asia Central.

El objetivo a priori de este acuerdo parece más bien simbólico y disuasivo dirigido principalmente hacia Israel, en particular tras los ataques israelíes contra Qatar que buscaron infructuosamente eliminar a líderes de Hamas establecidos en Doha. No olvidemos que, en diciembre de 2024, Rusia e Irán ya firmaran un acuerdo similar que se ampliará a la cooperación nuclear durante una cumbre en Moscú a finales de este mes. Pero el pacto entre Islamabad y Riad también es seguido con atención por parte de India, otra potencia nuclear que rivaliza con Pakistán además de mantener litigios soberanistas y reclamaciones territoriales (Cachemira).

Por otro lado, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (que reconoce a Israel tras los Acuerdos de Abraham de 2020) anunciaron medidas punitivas contra ciudadanos israelíes, toda vez que Egipto aparentemente estaría dispuesto a ir a una guerra contra Israel si la invasión a la Ciudad de Gaza provoca una crisis humanitaria sin precedentes en el fronterizo paso de Rafah.

A su vez, Turquía se erige como la principal voz de los palestinos ante la ONU y los foros internacionales, lo que aumenta las tensiones entre Turquía e Israel. En Turquía existe malestar ante el proyecto del gobierno de Netanyahu del «Gran Israel» que también abarca regiones turcas. Tras ser el primer país musulmán en reconocer a Israel (1949) y mantener durante décadas un tácito equilibrio geopolítico común, la guerra en Gaza ha exacerbado las tensiones turco-israelíes.

Turquía observa ahora a Israel como un rival. En este contexto de tensiones con Israel, Turquía y Egipto avanzaron en sus primeros ejercicios navales conjuntos en trece años, un claro mensaje disuasivo a Netanyahu.

Trump se ha esforzado en propiciar una apertura con la Siria gobernada por el yihadista reconvertido en presidente Ahmed al Shara’a, buscando incluso que las nuevas autoridades en Damasco inicien un proceso de reconocimiento y normalización de relaciones con Israel. No obstante, el inflamado contexto actualmente existente en Oriente Próximo, derivado de los conflictos de Israel en Gaza, Líbano, Qatar, Yemen e Irán, dificulta esta posibilidad.

Por ello, Trump intenta dar un «golpe de timón» geopolítico observando con mayor atención que, ante la constante agresividad israelí que podría terminar incomodando los intereses regionales estadounidenses, Arabia Saudita podría convertirse en el nuevo y principal interlocutor para Washington. Este hipotético escenario propiciaría un cambio de equilibrios militares y geopolíticos que eventualmente condicionen lo estipulado en los Acuerdos de Abraham (2020), cuyo principal objetivo se centraba en alcanzar un histórico reconocimiento oficial entre Arabia Saudita e Israel.

La agresiva política de Israel en Oriente Próximo ha provocado una mayor concreción de políticas defensivas dentro del mundo árabe contra Israel, fomentando la noción de una especie de «OTAN árabe».

En el Sahel africano también se ha dado un movimiento geopolítico relevante. Los tres gobiernos que forman parte de la Alianza de Estados de Sahel, siendo estos Burkina Faso, Mali y Níger, anunciaron su salida de la Corte Penal Internacional por considerarla un «instrumento del colonialismo occidental».

Rusia y la OTAN: ¿en rumbo de colisión?

Fuera del escenario de Oriente Próximo, Rusia y Bielorrusia realizaron en septiembre los ejercicios militares ZAPAD en localidades muy próximas a la frontera con Polonia, país que junto con Rumanía y Estonia han denunciado la presencia de drones y cazas rusos en labores que podrían explicarse de reconocimiento e inteligencia. En estos ejercicios también participaron como observadores altos cargos militares estadounidenses.

Este contexto ha provocado el aumento de las tensiones entre Rusia y la OTAN. Mientras Francia reconocía a Palestina en la Asamblea General de la ONU, Putin advirtió ante el Consejo de Seguridad ruso con aplicar «medidas militares» ante el futuro escudo antimisiles espacial que Trump quiere diseñar. El presidente ruso indicó que este escudo altera el «status quo» de las armas de destrucción masiva, presionando a EEUU para renovar el Tratado de No Proliferación Nuclear.

De acuerdo con el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), citado por el canal ruso RT, Putin habría supervisado el reclutamiento de 299.000 nuevos soldados que han firmado nuevos contratos con el Ministerio de Defensa ruso entre enero y septiembre de 2025 con la finalidad de conformar una nueva fuerza estratégica de defensa.

Este escenario plantea la expectativa de que Moscú podría estar preparándose para un futuro conflicto con la OTAN, tomando en cuenta el riesgo de escalada de tensiones que se observa en la actualidad, donde drones y aviones tanto rusos como de la OTAN sobrevuelan sus respectivos espacios aéreos. Algunos analistas especulan que los ejercicios ZAPAD tradicionalmente suponen la puesta en marcha de preparativos de carácter bélico por parte de Rusia y sus aliados, citando precedentes como la guerra de agosto de 2008 con Georgia y a la invasión de febrero de 2022 en Ucrania.

Trump también ha tomado posición en cuanto a las recientes tensiones ruso-occidentales. Desde la ONU advirtió con dar un giro copernicano al conflicto en Ucrania otorgando un mayor apoyo militar para Kiev. En lo que puede ser una declaración intimidatoria y disuasiva hacia Putin, Trump ha adoptado un tono más agresivo, sugiriendo que Ucrania podría reclamar todo su territorio perdido si el apoyo de la OTAN continúa, toda vez ha comentado que Rusia comienza a observar «grandes problemas económicos».

Las tensiones ruso-occidentales también gravitan en las elecciones legislativas previstas para este 28 de septiembre en Moldavia, donde vuelven a aparecer denuncias en medios occidentales sobre presuntas inherencias electorales por parte del Kremlin tendientes a favorecer la opción electoral liderada por Igor Dodon, considerado un prorruso.

Una China expectante que también fortalece sus imperativos

Por otro lado, China celebró el Foro Xiangshan, una conferencia anual de defensa en la que estableció una política de disuasión ante EEUU, ya anteriormente configurada tras la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin y la posterior exhibición de poderío militar con el desfile en Beijing del 2 de septiembre, celebrando el 80º aniversario de la victoria en la II Guerra Mundial, en presencia de los líderes de Rusia y Corea del Norte.

Romper el eje euroasiático sino-ruso ha sido siempre una obsesión para Trump. La definitiva retirada estadounidense de Afganistán de 2021, cuando los Talibanes volvieron al poder tras ser desalojados por Washington y sus aliados en 2001, ha sido siempre una crítica constante de Trump contra la presidencia de su predecesor Joe Biden.

Mientras se preparaba el funeral de Kirk, Trump advirtió sobre la posibilidad de recuperar el control de la base militar de Bagram en Afganistán, provocando el rechazo absoluto por parte de las autoridades talibanas. El objetivo de Trump por recuperar Bagram se intuye en la necesidad de tener una cabeza de puente estratégico para monitorear de cerca el nuevo eje euroasiático conformado por China, Rusia e India tras la cumbre de la OCS en Tianjin. El Kremlin ya ha advertido que no permitirá esta pretensión geopolítica de Trump en Afganistán.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL «CHOQUE DE LAS OLIGARQUÍAS»

Roberto Mansilla Blanco*

En un clarividente artículo sobre la guerra en Ucrania escrito en octubre de 2022, el analista Rafael Poch-de-Feliu, con anterioridad corresponsal del diario hispano La Vanguardia en Rusia y China, explicó algunas variables escasamente tratadas en los mass media pero que definen una óptica asertiva sobre lo que está sucediendo en el entorno internacional. Poch-de-Feliu identificó como una de las claves del pulso ruso-occidental lo que podríamos denominar como el «choque de las oligarquías». A escala global podríamos ampliar este enfoque al pulso de poder que se observa entre las oligarquías occidentales y orientales, incluyendo obviamente China e India.

Desde esa perspectiva podemos igualmente considerar que estamos observando el declive de la arquitectura del poder global diseñada por Occidente tras la II Guerra Mundial. Este sistema, cada vez menos efectivo, encuentra ahora fuertes competidores, en este caso dentro del espacio euroasiático. Se señalan aquí países con grandes riquezas naturales y poderío militar (Rusia); y otros con poder económico, tecnológico, demográfico y militar (China e India). Con menor incidencia, pero no menos relevancia, deben añadirse otros actores de peso, algunos de ellos condicionados por las sanciones occidentales (Irán, Corea del Norte) pero aliados del eje euroasiático sino-ruso; y otros actores emergentes (Brasil, México), a veces afiliados, otras veces contestatarios, con Occidente.

Las elites rusas y china piden paso

El audaz proceso de transformación exhibido en la Rusia post-soviética y en la China post-maoísta implicó el fortalecimiento de élites de poder con clara vocación de expansión global. Siguiendo con el enfoque del «choque de oligarquías», el mismo ofrece un mapa de cambios donde Occidente se niega a asumir su declive histórico mientras Eurasia y Oriente piden paso.

En el caso chino incluso se argumenta que el peso de los cambios históricos les favorece tras casi dos siglos de predominio (y de desprecio) por parte de un Occidente reacio a aceptar como «primus inter pares», en igualdad de condiciones, a estas oligarquías y elites de Moscú, Beijing y Nueva Delhi que poseen capacidad para ascender en los foros internacionales.

Como competidores efectivos para desafiar esa hegemonía atlantista, en Occidente, con epicentro Washington, no dudan en enfilar el «hacha de la guerra» como estrategia que le permita, cuando menos, neutralizar esta competencia in crescendo desde Oriente.

Este choque entre élites atlantistas y euroasiáticas se define igualmente a través de los imperativos geopolíticos, espacios donde entran en juego otras variables no estrictamente limitadas por la riqueza económica. Conviene por tanto no aplicar visiones reduccionistas, únicamente explicadas en criterios de poder económico o financiero, a la hora de analizar la naturaleza y dinámica de estas oligarquías. El poder del Estado, las identidades nacionales, religiosas, culturales, etc., también entran en juego y definen muchas de esas dinámicas de poder.

Los casos ruso y chino son significativos en esta dirección. La Rusia de Putin ha operado una transformación de poder en la que las otrora poderosas oligarquías post-soviéticas, ávidas de riqueza exprés en medio del saqueo de los bienes estatales (como fueron los casos de oligarcas como Boris Berezovsky y otros tantos durante la década de 1990) fueron progresivamente desplazadas del equilibrio de poder una vez Putin y sus «oligarcas» llegaron al Kremlin.

Se imponen así en Moscú nomenklaturas más vinculadas con la operatividad del Estado, con experiencia en los servicios de seguridad y de inteligencia, en las Fuerzas Armadas y en la estructura política y burocrática. En un claro cambio de imagen con respecto a los anteriores «oligarcas», las actuales élites rusas actúan en clara concordancia con los intereses nacionales. A estas nuevas élites en Moscú se les denominan los siloviki, estrechamente ligados al círculo de poder en torno al presidente Putin. Se prevé su capacidad para trazar el futuro de Rusia, cuando menos hasta mediados de este siglo XXI.

En el caso chino, esas oligarquías económicas y burocráticas se ven insertadas dentro de las estructuras de poder del Partido Comunista Chino que, bajo el modelo de «partido-Estado», articula su peculiar sistema socialista aderezado con un modelo capitalista de control estatal pero con fidelidad a los intereses nacionales. El sistema ha sido probadamente efectivo en materia de progreso socioeconómico: no olvidemos que, en los últimos 30 años, aproximadamente 800 millones de chinos salieron de la pobreza, convirtiéndose en clases medias-altas con vocación de competitividad global.

La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en Tianjin (China) interpretó la concreción de intereses entre China, Rusia e India, tres potencias a nivel militar, tecnológico, económico y demográfico, lo cual puede igualmente traducir la concreción de intereses de esas oligarquías euroasiáticas a la hora de confeccionar un nuevo sistema económico global que atienda sus prioridades.

El pulso tecnológico juega aquí un papel estratégico. La Inteligencia Artificial china se asume como el principal competidor tecnológico para Occidente mientras los grandes poderes de los holding empresariales estadounidenses y europeos comienzan a observar que sus competidores asiáticos (principalmente chinos e indios) están posicionándose con fuerza en los mercados globales, principalmente en América Latina, África y sureste asiático, con esquemas de cooperación bilateral «ganar-ganar» sin desestimar la siempre necesaria captación de recursos. Occidente ya no es, por tanto, el paradigma del desarrollo.

También está el tema de los liderazgos políticos y su relación con la sociedad. Los líderes occidentales en EEUU y Europa se ven frecuentemente contrariados por índices de impopularidad, una opinión pública fiscalizadora de la gestión gubernamental y los siempre incómodos equilibrios institucionales. El modelo democrático occidental acomete crisis de participación y de confianza ciudadana en sus liderazgos políticos.

Una radiografía muy diferente a lo que podemos observar en los casos de Putin, el chino Xi Jinping y el indio Narendra Modi, sin que esta perspectiva signifique elogiar estos sistemas como ideales. Estos liderazgos se observan, cuando menos, incontestables a mediano plazo, con relevantes índices de popularidad, una opinión pública básicamente domesticada hacia los intereses gubernamentales y escasos resortes de fiscalización de su poder.

En este pulso de oligarquías obviamente no se desestiman los focos conflictivos (Ucrania, Gaza, Taiwán) y sus respectivas dinámicas. Aquí entran en escena imperativos geopolíticos claves, como la soberanía y las esferas de influencia. La globalización económica y cultural impulsada por Occidente e imperante desde la década de 1980 se ve claramente contrariada por el retorno de los proteccionismos y de los intereses nacionales, precisamente en ese Occidente que se observa amenazado por nuevos competidores. Visto en perspectiva el contexto actual aborda una «guerra entre capitalismos» de oligarquías en disputa, en este caso el atlantista y el euroasiático, con sus inevitables diferencias de sistemas políticos, económicos y sociales.

En esta lucha por el control del capitalismo global, las élites, independientemente de su origen geográfico, tienen los mismos intereses y las mismas aspiraciones, definidas en cuanto al control hegemónico, sea éste unilateral, multipolar o multilateral. Ahora bien: en este pulso de hegemones oligárquicos, ¿hay lugar para la rebelión popular, para la construcción «de otro mundo posible»?

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico.