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TURQUÍA Y LOS BALCANES. OTOMANISMO POR OTROS MEDIOS.

Cristian Beltrán*

28 de junio de 1389, punto de inflexión en la historia de los pueblos balcánicos; las fuerzas otomanas de Murad derrotan a los serbios en el Campo de los Mirlos, Kosovo. Así se dio inicio a la conquista de los Balcanes. Griegos, búlgaros, albaneses, bosnios, montenegrinos, serbios y croatas cayeron bajo dominio otomano no sólo en los terrenos político y económico, sino también cultural y social, comenzaría así la islamización de los cristianos especialmente en Bosnia, Albania y el sur de Serbia. En ese entonces, la fuerza militar y la guerra decidieron la política exterior turcomana hacia Europa. Cinco siglos después, en el XIX, el Imperio Otomano empezaría su retirada de tierras balcánicas bajo el influjo de los levantamientos nacionalistas, hasta su derrota final en la I Guerra Mundial[1].

Sobre el despojo de ese imperio surgió la Turquía moderna y secular de Kemal Ataturk, el padre de la patria turca, más cercana a Europa, a pesar de su tradición islámica, que a Oriente Medio. Tanto es así que Turquía se convirtió en el principal socio político y aliado militar de Occidente durante la Guerra Fría como miembro de la OTAN. A partir de 1991 y tras la caída de la Unión Soviética y la consecuente expansión europea hacia el este, el espacio balcánico comenzó a cambiar. El comienzo del siglo XXI ha marcado un reacomodamiento de piezas en el tablero geopolítico de los Balcanes, la ampliación de la Unión Europea (en adelante UE) hacia la región se estancó con algunos de los estados ya como miembros plenos, Grecia y Croacia y otros en proceso de adhesión como Serbia, Montenegro, Albania o Macedonia. En el caso de Bosnia-Herzegovina, el estado más volátil de la región el proceso de incorporación sigue congelado.

En este contexto, el resurgimiento del poderío turco solo se puede entender a partir la anarquía reinante del sistema internacional caracterizado por disputas a escala global y regional con actores que van desde los EE.UU. hasta China pasando por Rusia, Alemania o Francia. En esta especie de río revuelto, Turquía comenzó a tomar protagonismo a través de una política más activa con su vecino inmediato, los Balcanes, aprovechando la inercia de Europa occidental con respecto a la región, el foco de los EE.UU puesto en Oriente Medio y en China y la posibilidad de ruptura política en Bosnia. La creciente influencia turca en los Balcanes se inició con la llegada de Recep Tayyip Erdoğan (Partido de la Justicia y el Desarrollo) al poder en 2014, como presidente[2]. La nueva concepción de la política exterior turca, hastiada de las interminables negociaciones entre Ankara y la UE para que Turquía acceda de una vez por todas a la comunidad, propició un giro de aquella y un salto del protagonismo turco en el espacio geopolítico circundante. De esta manera, Erdoğan definió a Turquía como un poder regional en ascenso capaz de intervenir como en asuntos internacionales que van desde la inversión financiera en obras hasta ser garante en procesos de paz. El gobierno de Ankara comenzó a prestar especial atención a lo que alguna vez fue el espacio geopolítico otomano, espacio de suma importancia ya que el eje Turquía-Balcanes es vital para el transporte de gas y petróleo desde el mar Caspio hacia Europa. Pero además, Turquía se ha convertido recientemente en un actor clave de la región en otro aspecto como es el de los refugiados de la guerra en Siria; el aluvión de desplazados se ha direccionado hacia Turquía como escala previa a los países de la UE a través de las rutas de Serbia, Bosnia o Albania, en este sentido, el gobierno de Ankara sabe de su importancia como escudo anti inmigratorio o en todo caso como «filtro» de los mismos para llegar al resto de Europa.

Desde esta nueva perspectiva, Turquía ha emprendido recientemente una política decididamente activa en todos los campos sin desprenderse de los lazos que aún tiene con la UE. Una de las causas es la necesidad del gobierno de Ankara de prestar apoyo a los casi 3.000.000 de musulmanes (en Bosnia, Serbia, Albania, Macedonia) que habitan la región y especialmente a los que sufrieron las consecuencias de las guerras en la ex Yugoeslavia. En este sentido Turquía ha iniciado conversaciones con Serbia, pieza clave en el tablero de ajedrez balcánico y cuya historia nacional se cimenta sobre el recuerdo de la guerra con los turcos como señalamos al comienzo, lo que ha significado un paso importante en la estabilidad regional. El gobierno de Ankara se ha presentado como una fuente de financiamiento externo, como señala el portal de noticias Euronews: «en los últimos años Turquía ha multiplicado su presencia en la zona, tanto política como económica. Ha financiado y participado en la construcción de la autopista que une Belgrado con Sarajevo. Tanto la Unión Europea como los países vecinos esperan que se complete este proyecto de transporte por carretera como señal de progreso en estos momentos de tensión»[3]; sino también como mediador en el conflicto entre Serbia y Kosovo, de mayoría musulmana, en este sentido como lo señala el propio Erdoğan en su visita a Serbia: «Hemos hablado durante mucho tiempo sobre temas importantes, sobre la estabilidad en la región. Hemos hablado sobre lo importante que es mantener la paz»[4].

«Bajo el proyecto de la Profundidad Estratégica (Stratejikl Derinlik) diseñado por Ahmet Davutoğlu (ministro de Asuntos Exteriores entre 2009 y 2014 y primer ministro de Turquía entre 2014 y 2016), Turquía debería convertirse en un actor regional y global de primer orden, para lo cual debería llevar una política de cero problemas en la que la mediación y la buena vecindad serían principios básicos. La base ideológica de esta nueva política se basaba en encontrar los rasgos comunes históricos, religiosos y culturales con los países vecinos y usarlos como una herramienta para profundizar en las relaciones. En esto la diplomacia pública jugó (y juega actualmente) un papel fundamental, ya que desde entonces los Balcanes, pero especialmente Bosnia y Albania, son considerados aliados naturales de Turquía por ser de mayoría musulmana y por su pasado otomano común»[5].

En este contexto Turquía está dispuesta a jugar un rol estratégico en su relación con los pueblos balcánicos y en especial con Bosnia-Herzegovina, en este sentido el presidente turco expreso en un reciento foro económico bosnio-turco que «Como la República de Türkiye, siempre hemos dado una peculiar importancia a las relaciones con Bosnia y Herzegovina. Nuestra política sobre este país siempre ha sido sincera, objetiva, inclusiva y unificadora. En esta geografía, donde los diferentes grupos étnicos y religiosos tienen que convivir, las divisiones étnicas y religiosas no producirán más que dolor y lágrimas…»[6]. Sin dudas que este creciente protagonismo de Turquía en su histórico espacio de interés va de la mano con el estancamiento de las negociaciones entre la UE y Ankara, y es esta situación la que le permite al gobierno turco aumentar su influencia en la región, como señalan Levaggi y Limia: «La “desilusión” del gobierno turco con Occidente no solamente se aplica a sus socios europeos, sino también a EE.UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que se acusa de apoyar a enemigos que trabajan para “desestabilizar” el país. Como alternativa a su horizonte europeísta, han crecido las voces dentro y fuera del gobierno para explorar una opción “eurasianista”» mediante el fortalecimiento de los vínculos con Rusia y China»[7].

Cabe preguntarnos si los turcos aún están realmente interesados en ser miembros de la UE o en realidad ese contexto le permite erigirse como un actor de peso regional, con más ganancias que pérdidas, a pesar del discurso de su presidente que insta a la UE a que «se deshaga de inmediato de su ceguera estratégica» y haga avanzar el proceso de adhesión de Turquía al bloque en el marco de una «agenda positiva»[8]. Como señala Herrero de Castro, «Turquía se postula, y así debería ser visto, como un renovado y emergente poder regional que ha comenzado el proceso para recrear la hegemonía, la presencia e influencia regional que anormalmente había dejado de ostentar desde el final de la Primera Guerra Mundial. La pregunta no es, hacia dónde va Turquía, sino hasta dónde quiere llegar»[9].

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Referencias

[1] La derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial determinó su desintegración territorial y política y el nacimiento de la República de Turquía.

[2] Tras haber dirigido el país como primer ministro durante 11 años, Erdoğan fue elegido presidente en primera vuelta en el verano de 2014. Luego de su elección, declaró que, como consecuencia de ello, «en los hechos, el régimen se volvió presidencial», algo que quedó refrendado por un referéndum en 2017.

[3] «El-presidente-turco-erdogan-promete-su-ayuda-a-serbia-para-promover-la-paz-en-los-balcanes». Euronews, 07/09/2022, https://es.euronews.com/2022/09/07/el-presidente-turco-erdogan-promete-su-ayuda-a-serbia-para-promover-la-paz-en-los-balcanes.

[4] Ídem.

[5] Ortega Sánchez, C. «Diplomacia Turca en los Balcanes». Geopol, 15/10/2022, https://geopol21.com/diplomacia-turca-en-los-balcanes/.

[6] «Erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas». TRT, 07/092022, https://www.trt.net.tr/espanol/turkiye-1/2022/09/07/erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas-1876669.

[7] González Levaggi, A, Limia, E. «El “outsider”: Turquía y la utopía europeísta». Nuso.org, Nº 270, julio – agosto 2017, https://nuso.org/articulo/el-outsider-turquia-y-la-utopia-europeista/.

[8] «Erdogan-las-divisiones-etnicas-y-religiosas-no-produciran-mas-que-dolor-y-lagrimas». Op. cit.

[9] Herrero de Castro, R. «La emergencia de Turquía como potencia regional». Real Instituto Elcano, 23/01/2008, https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-emergencia-de-turquia-como-potencia-regional-ari/.

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UN MUNDO BAJO UN SOLO CÓDIGO GEOPOLÍTICO

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de Alexandra_Koch en Pixabay 

El conflicto en Ucrania tiene un origen categóricamente geopolítico, es decir, se produjo como consecuencia de no haberse respetado las necesarias reservas y deferencias de cuño político territorial que requiere toda placa geopolítica selectiva, es decir, aquella zona próxima a un gran poder.

Ucrania se encuentra en una de esas placas; por tanto, su condición es la de un pivote geopolítico. Pero no porque disturbios financieros que tengan lugar allí derramen en derredor y terminen provocando una crisis regional e incluso mayor, como definió Paul Kennedy a un pivote geopolítico. Lo es porque está impuesto, sin que ello altere su soberanía, a observar determinadas condiciones, concretamente, las del centro geopolítico o poder mayor adyacente (Finlandia lo ha hecho por décadas y no por ello alteró su curso político-económico ascendente ni su soberanía). De no hacerlo, tendrá que afrontar consecuencias.

¿Existe acaso una ley que respalde lo que decimos? Por supuesto que no. Todos los países son iguales y, como reza el artículo 2 de la Carta de la ONU, «Todos los miembros se abstendrán de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o independencia de cualquier Estado».

Pero también sabemos que las relaciones internacionales son, ante todo, relaciones de poder antes que relaciones de derecho. Y la historia es extremadamente abundante en casos relativos con esa sentencia. Como decía Winston Churchill, uno de los grandes realistas de las relaciones entre los estados, «jamás un gran poder permitirá que una organización internacional adopte decisiones por él».

Cuando observamos lo que ha sucedido en Ucrania desde el 24 de febrero de 2022, pareciera que la invasión rusa a Ucrania inició una era de profunda disrupción en las relaciones interestatales. La invasión prácticamente hizo tabula rasa con todo lo que había ocurrido antes en relación con los «procedimientos» de otras potencias cuando en liza se encontraron sus intereses en cualquier sitio del mundo. De súbito, ninguna de ellas pareció haber transgredido los grandes principios del derecho internacional, por caso, en relación con la «extracción» de Kosovo de Serbia a través de una violenta intervención multinacional que nunca fue autorizada por la ONU, siendo Rusia la gran primera fuerza fragmentadora y peligrosa en la política internacional del siglo XXI.

Rusia, un poder centralmente terrestre con extrema sensibilidad geopolítica debido a lo que ha sido una regularidad en su historia (pretérita y presente): poderes externos acechándola y asechándola, es decir, vigilándola, pero también con intenciones de llevar adelante medidas contra ella, siempre reaccionará igual: evitando un desequilibrio geopolítico que implique un descenso de su seguridad territorial.

Por ello, los actores ubicados en su adyacencia o «zonas rojas» necesariamente deben guardar capacidades de deferencia con ella. Pero también esa capacidad no tiene que ser menoscabada por otros poderes. Y lo que ha ocurrido con Ucrania fue que la llegada al poder de Zelenski implicó plantear un enfoque geográfico y geopolítico revolucionario, es decir, desechando otra alternativa, ser parte de la OTAN. Pero ello solo fue posible con la disposición geopolítica revolucionaria mayor, la de la misma organización político-militar. La consecuencia implicó un enorme desequilibrio geopolítico que llevó a la intervención militar rusa.

Pocas guerras han sido tan innecesarias como la que hoy arrasa Ucrania y abre interrogantes inquietantes sobre su curso. Sólo bastaba que se respetaran los códigos geopolíticos. Pero en lugar de ello, hubo por parte de Estados Unidos, particularmente bajo administraciones demócratas, un enfoque centrado en la primacía estratégica y geopolítica, concepto y práctica que nunca se detuvo en considerar ni la experiencia interestatal, ni la experiencia particular rusa.

En otros términos, hubo (y hay) un «wilsonismo geopolítico», es decir, el empuje de una «geopolítica democrática liberal» (universal) llamada a terminar con aquellas «geopolíticas extrañas y autocráticas» que someten a los estados a una condición de vasallaje. El experto Stephen Kotkin considera que la «geopolítica perpetua» de Rusia debe abandonar su componente reaccionario-revisionista y volverse «democrática», o sea, respetar la soberanía e independencia de los estados.

Es peligroso intentar construir un orden interestatal con base en un solo código geopolítico. Es una visión que, una vez más, divide al mundo entre paternales y amenazadores. Una invitación a la discordia y, una vez más también, a la misma guerra, ese fenómeno aberrante y casi olvidado que la maligna Rusia trajo de nuevo.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

GORBACHOV: EL ÚLTIMO LÍDER DEL SIGLO XX

Alberto Hutschenreuter*

Con la muerte de Mijaíl Gorbachov, se fue el último líder del siglo XX. El profesor Carlos Fernández Pardo decía que ese siglo finalizó en los años setenta, cuando se fueron los últimos grandes protagonistas de una centuria letal: de Gaulle, Sukarno, Mao, Tito. Pero por el decisivo papel que le tocó desempeñar a Gorbachov como líder de la URSS, y por las consecuencias que tuvieron para este país sus decisiones (nada más y nada menos que su desaparición), sin duda, él ha sido el último.

El «séptimo secretario» fue un líder revolucionario, como lo fue Lenin en otro contexto. En absoluto se trató de un mandatario conservador: fue, como también lo fue su rival Boris Yeltsin, luego presidente del «Estado continuador» de la Unión Soviética, la Federación Rusa, un líder transformacional. Aunque los resultados no fueron los buscados, llevó adelante una política interna y externa novedosa y dinámica que se proponía revertir la caída libre hacia dentro y hacia fuera de la mega-potencia.

Tal vez, si el Partido-Estado lo hubiera ungido líder tras la muerte de Brezhnev ocurrida en 1982, evitando prolongar la agonía de una generación de burócratas ya viejos y enfermos, la historia podría haber sido otra. Pero solo es una conjetura; las fuerzas conservadoras del Politburó y del Comité Central del PCUS difícilmente hubieran aceptado que un joven proveniente del Cáucaso con conocimientos de leyes y agricultura intentara sacudir la anquilosada estructura burocrática, introdujera una nueva economía política (NEP, otro hecho que lo emparenta con Lenin) y planteara una relación de confianza estratégica con Estados Unidos, su rival desde 1945, e incluso desde 1917. De hecho, intentaron desplazarlo en agosto de 1991, y si bien no lo lograron (el apoyo de Yeltsin fue fundamental para el presidente en ese momento), Gorbachov salió de allí muy debilitado.

Tan debilitado, que poco tiempo después, el 8 de diciembre, los dirigentes de las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia reunidos en la localidad de Belavezha, cerca de Minsk, en calidad de Estados fundadores de la URSS y firmantes del Tratado de Unión de 1922, declararon que la URSS como sujeto internacional y realidad geopolítica dejaba de existir. Seguidamente, fundaron la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la que quedaba abierta a todos los miembros de la URSS (ampliación que, con la excepción de Letonia, Estonia, Lituania y Georgia, se hizo efectiva el 21 de diciembre en Alma Ata, entonces capital de Kazajstán).

Mientras todo eso sucedía, Gorbachov se encontraba en el Kremlin. Seguirían dos semanas extremadamente formales en un país que había dejado de existir, hasta que el 25 de diciembre Gorbachov presentó su renuncia como presidente de la URSS.

Hay que decir que Gorbachov no deseaba la ruptura, y por ello planteó en agosto de 1991 (en Novo-Ogarevo) la creación de una nueva entidad que sustituyera a la URSS, una Unión de Estados Soberanos. El intento de golpe frustró ese intento.

En sus Memorias, Gorbachov señala que el 7 de diciembre de ese año el proceso de Novo-Ogarevo (lugar de residencia cerca de Moscú) conservaba todavía posibilidades de éxito, pero que fue deliberadamente «torpedeado» por Yeltsin, para quien la destrucción de la URSS era el medio para sacar a aquel del juego: «El presidente ruso y su entorno sacrificaron a la URSS para satisfacer su ardiente deseo de reinar en el Kremlin».

Será por ello que la visión de Yeltsin sobre la «victoria» de Rusia en la Guerra Fría era tan particular: como señala la gran experta Hèléne Carrère d’Encausse, el presidente ruso consideraba que Rusia y Occidente habían ganado la Guerra Fría porque habían derrotado al comunismo soviético.

En suma, Gorbachov estaba convencido que la URSS de los años ochenta se hallaba en una situación límite. Como destacó otro gran experto, Seweryn Bialer, en los setenta la URSS de Brezhnev se expandió externamente mientras se hundía internamente. Esta fue «a paradoja soviética». A comienzo de los ochenta, su crecimiento económico era cero, como advirtió el economista de moda entonces, Abel Aganbegyan, y la baja productividad económica, un problema que arrastraba desde los años cincuenta, había empeorado.

En ese contexto, la dinámica que tenía lugar en el propio bloque ideológico-estratégico, donde Gorbachov renunció a toda aplicación de la «Doctrina Brezhnev», marcó un punto sin retorno para Moscú. Asimismo, la presión estadounidense a través del apoyo a las fuerzas antisoviéticas en Afganistán, Angola, Centroamérica, etc., le incrementó costos al imperio soviético en su anillo global. Además, la Revolución en los Asuntos Militares (RAM) que llevaba adelante Estados Unidos hacía prácticamente imposible que la URSS sostuviera la competencia.

Gorbachov tuvo voluntad, como Lenin, pero ya era tarde. Como sostuvo el francés Jacques Léveske, fue una verdadera ironía que el hombre elegido para fortalecer a la URSS acabó siendo el responsable de su final.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

Artículo publicado originalmente en Abordajes Blogspot, http://abordajes.blogspot.com/