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FRONTERAS ETNICAS, ¿UNA SOLUCIÓN VIABLE Y DURADERA PARA LA PAZ? EL CASO DE BOSNIA-HERZEGOVINA.

Cristian Beltrán*

Extraído de: El Orden Mundial.com

«Los Balcanes no son en realidad ningún polvorín. El polvorín es Europa y los Balcanes son la mecha. Eso es lo peligroso. Los conflictos que allí se originan no permanecen en aquella región, no se quedan aislados. Y justo en la situación actual, en la que el mundo se ha vuelto más inestable, donde no hay una verdadera supremacía».

Norbert Mappes-Niediek, periodista y autor alemán.

«Para explicar cómo se puede alcanzar más fácilmente la paz, se requiere la comprensión de las causas de la guerra».

Kenneth Waltz

 

Mostar, marzo de 2006, contemplo las verdosas aguas del Neretva correr mansamente por debajo del puente, los últimos rastros del invierno se hacen sentir en la gélida mañana. El silencio, es solo interrumpido por el clérigo llamando al rezo matinal desde lo alto del minarete de la mezquita cercana. El Neretva no solo es una barrera geográfica que divide a la ciudad, también es política, de un lado se agrupa la mayoría de la población musulmana; es la parte vieja de Mostar en donde los minaretes de las mezquitas se elevan recortando el cielo de la mañana, la de los bazares y el aroma a café turco y mujeres en yihab. Hay que cruzar el puente para entrar a la parte bosnio-croata y católica, amparada desde lo alto del monte Hum por una enorme cruz, símbolo de quien domina ese sector de la ciudad. Al comienzo de la guerra, bosniacos[1] y bosnios-croatas expulsaron y derrotaron a los serbios; la guerra se extendió al interior de aquella alianza hasta que en el año 1994, un tratado de paz reunió nuevamente a ambos bandos con el objetivo de recuperar territorios de manos serbias. Las batallas en Mostar se cobró la vida de civiles y de militares, y pusieron fin al puente Kriva Cuprija («Puente inclinado»), construido en 1558 por el arquitecto otomano Cejvan Kethoda. Terminado en 1566 y aclamado como uno de los mayores logros arquitectónicos en los Balcanes controlados por el Imperio otomano, sería destruido en 1993; más que un objetivo militar, su desaparición fue un gesto simbólico de la guerra y la imposibilidad de una convivencia. Musulmanes y croatas se acusaron mutuamente de ese crimen cultural. Terminada la guerra, se reconstruyó el puente usando piedras originales y el mismo diseño. Al acto de inauguración asistieron distintas personalidades políticas de la entonces Comunidad Europea, las mismas que vieron expectantes el mayor genocidio de la historia europea posterior a la II Guerra Mundial. Mostar es una sucesión de edificios a medio derrumbar y casas marcadas por las bombas; los cementerios musulmanes y cristianos se amontonan en pequeñas plazas y al pie de los cerros. Terminada la guerra y con los auspicios de los Estados Unidos y del apoyo europeo, nació la “Federación Bosnio-croata”, una de las dos entidades que conforman la República de Bosnia-Herzegovina. Abandonamos Mostar, desde donde se siente la cálida brisa del Adriático, en dirección a Sarajevo, la región de Herzegovina, la parte occidental del país, salpicada de aldeas de mayoría católica y banderas croatas flameando en cada techo.

Visegrad, abril de 2011, al este del país, en la frontera con Serbia. Solo pasaron unos cuantos minutos cuando a través de un laberinto de calles y edificios de monoblocks dejé Sarajevo oriental para adentrarnos en la «República Srpska», la parte autodenominada serbia en Bosnia-Herzegovina. En esta parte del país las mezquitas van dando paso a los monasterios ortodoxos. Viajamos a través de escarpados montes y suaves ondulaciones plagadas de cultivos frutales y antiguas casonas de piedra y techo a dos aguas, cada tanto, los restos ennegrecidos de alguna casa son testigos de los violentos combates sucedidos en los ‘90. Las huellas de la guerra han dejado su marca, como en toda Bosnia, las aldeas, de mayoría bosnio-ortodoxa se suceden una tras otra. Arribamos a Visegrad a las 10 de la mañana, a lo alto, los restos de la fortaleza medieval se elevan como centinelas sobre la ciudad. Atravesé el puente construido por los musulmanes en 1571, obra del arquitecto imperial otomano Sinan por orden del Gran Visir Mehmed Paša Sokolović, un devirshe[2]; en ambos extremos de la construcción ondea la bandera serbia. El puente sirvió de inspiración para la novela del premiado Ivo Andric «Un Puente sobre el Drina». Andric relata los pormenores de la construcción, la historia de una Bosnia multiétnica en épocas en que la ciudad estaba bajo dominio otomano. En 1992, el minarete de la antigua mezquita fue volado y el sitio de su construcción arrasado por las radicales serbios; la población musulmana, mayoría en la ciudad, fue expulsada en medio de un bacanal de sangre y violaciones. En los montes circundantes, las fuerzas bosnias combatieron contra voluntarios rusos: las tumbas de cuarenta de estos se encuentran en Visegrad. La ciudad cayó finalmente en poder del ejército serbo-bosnio pasando a integrar la «República Srpska», una de las dos entidades de Bosnia-Herzegovina. Solo una mezquita queda en la ciudad, a la cual asisten unos pocos fieles y familiares de las víctimas de la guerra venidos de otras partes de Bosnia. En una esquina del puente, ondea en un mástil la bandera de Serbia. Desde hace unos años, Visegrad es el lugar de encuentro de los sectores más radicalizados del nacionalismo serbios, los «chetniks», en cuyas banderas negras, se encuentra estampada la figura de Draza Mihailovich, héroe de la resistencia serbia contra la Alemania nazi. Visegrad fue testigo de las masacres de musulmanes en los años 90’ cuando el Drina se tiñó de sangre. Después de la guerra ya no quedarían familias musulmanas en la ciudad. En ninguna parte, salvo en algún edificio público, ondea la bandera bosnia.

Mayo de 2011, nos abrimos paso a través del Valle de Presevo en el sur de Serbia; a nuestra derecha, las montañas que delimitan las fronteras de Serbia con Kosovo; contra ellas se asienta la ciudad de Presevo. A nuestra izquierda, más allá, las tierras búlgaras, al sur Macedonia del Norte, el próximo destino. El valle de Presevo, de suaves planicies y sembradíos multicolores está salpicado de pequeñas aldeas y alguna que otra ciudad en importancia. En esta región las banderas albanesas salpican los paisajes. A lo lejos, a través de los cristales del bus observo los lejanos minaretes que brillan bajo el sol matinal. Esta parte de Serbia es una encrucijada religiosa, étnica y política, la mayoría de la población es musulmana y se identifica como albanesa, otra parte importante, son refugiados bosnios, los «bosníacos». La guerra en Kosovo a fines de los ‘90 trajo también sus consecuencias en todo el valle, la policía serbia debió enfrentarse con grupos autodenominados liberadores que aspiraban a separar una parte del territorio serbio y unificarlo con la vecina Albania. El enfrentamiento dejó cientos de muertos y una frágil paz. A medida que el bus se acerca a la frontera con Macedonia del Norte, como se denomina ahora a la antigua República de Macedonia, el mundo bizantino va dando paso al oriental, más parecido al mundo construido alguna vez por el Imperio Otomano.

Las tres escenas representadas anteriormente, de mis sucesivos viajes, describen la complejidad de la coexistencia en Bosnia, especialmente en ciertas regiones en donde comunidades niegan la existencia del estado bosnio o definitivamente no se sienten parte del mismo. En ese contexto se desarrolla una de las problemáticas que aún quedan por resolver en este viejo rincón de Europa. En 2021, el llamado «non paper»[3], una especie de documento anónimo comenzó a circular en las cancillerías europeas y entre las más altas esferas políticas. El documento hace referencia una “solución pacífica” de la cuestión bosnia y de su partición según criterios étnicos, lo que convalidaría la limpieza de los años ‘90. De esta manera, el documento atribuido a los eslovenos rediseñaría el mapa según cual las regiones bosnias de mayoría bosnio-croata, esto es el oeste del país recostado sobre el Adriático formarían un Estado autónomo lo que alentaría su incorporarían a Croacia, las regiones bosnias del este, de mayoría serbo-bosnia seguirían el mismo camino dejando a los bosníacos, únicos herederos del Estado bosnio, reducidos a una pequeña porción centro-norte con capital en Sarajevo, siendo los bosnios musulmanes la mayoría de la población de Bosnia-Herzegovina. Por su parte, los distritos norte de Kosovo, de mayoría serbia se integrarían con Serbia y el resto pasaría a formar una «Gran Albania».

Mapa balcánico de acuerdo al «non paper». En rojo, la Gran Albania incluyendo Kosovo, en azul la Gran Croacia incluyendo las regiones occidentales de B-H y la Gran Serbia incluyendo el norte y el sudeste de Bosnia-Herzegovina, que quedaría reducida a las zonas de mayoría musulmana en verde.
Extraído de: https://twitter.com/theFWolf14/status/1382972288597889025

La publicación en los medios del “non paper” generó muchas divergencias entre los políticos bosnios y en especial, de los bosníacos que ven el plan como una reivindicación de la limpieza étnica sufrida por el pueblo musulmán en los años ‘90. Desde Occidente, en especial la Unión Europea y el Alto Comisionado en Bosnia, el «non paper» carece de sustento y es inviable, pero ¿qué implicancias tiene una propuesta semejante? Bosnia-Herzegovina, como los Balcanes en general, representa un mosaico étnico que se extiende por Bosnia, Macedonia, Kosovo, Serbia, siendo menos pronunciado, debido a las guerras de los años ‘90 en Croacia. Pero ese mosaico, siempre complejo, también se extiende al Cáucaso y otras regiones de la Europa oriental como Ucrania o Moldavia en donde los recientes acontecimientos amenazan con desintegrar territorialmente a esos estados. En este contexto, lo que se esperaría como una solución a las querellas históricas, en especial en Bosnia, podría derivar en otra guerra e incluso extenderse al resto de los Balcanes. Por otra parte, un modelo territorial basado en criterios étnicos ¿podría aplicarse a regiones tan explosivas como el Cáucaso, en especial Azerbaiyán o las costas del Mar Negro que dan sobre Transnitria o el sur de Ucrania? En el primero de estos casos, la minoría armenia fuertemente enclavada en Nagorno-Karabah, lo que se tradujo en continuas guerras desde la desaparición de la Unión Soviética, mantiene lazos con Armenia mientras se encuentra rodeada de fuerzas azeríes desde la última guerra en 2020. En cuanto a Transnitria, un Estado solo reconocido por Rusia y de facto autónomo, los deseos de independencia se acrecentaron en estos últimos tiempos desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Por último, en este conflicto, la avanzada rusa sobre el este ucraniano amenaza con desmembrar al país, que ya perdió el control de la región oriental. En definitiva tanto en el Cáucaso como en los territorios ribereños al mar Negro, el mosaico étnico se fue definiendo en el transcurso de los últimos dos siglos y sólo se mantuvo firme a la sombra de los diversos sistemas internacionales instaurados por las grandes potencias, que impedían cualquier tipo de desestabilización. En el caso de Bosnia-Herzegovina, primero el Imperio Otomano, luego la primera Yugoeslavia y por último la Yugoeslavia de Tito, a partir de 1945, lograron mantener a raya el caldero étnico siempre a punto de explotar. Antes de la guerra, ciudades como Visegrad, Mostar, Foca o Srebrenica eran multiétnicas, la convivencia entre serbo-bosnios y musulmanes, hoy bosníacos, era relativamente calma incluso en esas ciudades, los musulmanes representaban la mayoría de la población.

El nuevo mapa político de Bosnia-Herzegovina surgido de la guerra de 1992-1995, fue un preludio a esta propuesta que circula hoy en Europa, los Acuerdos de Dayton bajo presión de Estados Unidos y con la anuencia de Europa y una debilitada Rusia, transformaron a Bosnia en un Estado con dos entidades étnicamente homogéneas, producto del traslado forzoso de poblaciones y las masacres. De esa manera, la «República Srpska» que ocupa el 49% del territorio quedó con mayoría serbo-bosnia donde antes eran minoría y en la «Federación croata-musulmana», la otra entidad, sucede lo mismo. Visto de esta manera, la solución definitiva según el «non paper» no revestiría mayores inconvenientes, pero sería convalidar la limpieza étnica de los años ‘90 en donde la población musulmana o bosníaca ha sido la principal víctima que además no está dispuesta a ceder territorio, por otra parte, ese modelo de solución podría generar una escalada de violencia en Kosovo, Macedonia del Norte y como señalamos anteriormente, en la cuenca del Mar Negro, ya en marcha con la guerra ucranio-rusa. En este marco, el papel de la UE es clave a medida que se retrasa la incorporación de los Balcanes a la unión, en especial el estatus de candidatos de Bosnia-Herzegovina. La incorporación de Bosnia al concierto de naciones de Europa, podría resolver gran parte de los problemas que debe afrontar aún el país, en especial, el de su desintegración. Por otra parte, la integración de Bosnia-Herzegovina al concierto europeo no puede llegar a buen puerto sin resolver las tensiones internas, como señala Timothy Less, en este conflicto existen dos puntos básicos, «las minorías no quieren ser parte de un estado si eso implica ser ciudadanos de segunda clase sin una adecuada seguridad, derechos y oportunidades. Y segundo, es que las mayorías no quieren que las minorías se vayan con los territorios que relaman como suyos…». En este punto, Bosnia-Herzegovina presenta esa contradicción.

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Bibliografía Consultada

Bugajski, Janusz “Return of the Balkans:: Challenges to European Integration and U.S. Desingagement”. Strategic Studies Institute, US Army War College (May. 1, 2013)

Čeperković, Marko, Gaub, Florence. “Balkan Futures: Three Scenarios for 2025”. https://www.iss.europa.eu/content/balkan-futures-three-scenarios-2025

Judah,Tim. “Bosnia: ¿un Futuro en Suspenso?”.En https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/bosnia-un-futuro-en-suspenso-ari/

Less, Timothy.  “Multi-ethnic States Have Failed in the Balkans”. En https://balkaninsight.com/2017/01/16/multi-ethnic-states-have-failed-in-the-balkans-01-16-2017/

Less, Timothy. “Dysfunction in the Balkans. Can the Post-Yugoslav Settlement Survive?”. En https://www.foreignaffairs.com/articles/bosnia-herzegovina/2016-12-20/dysfunction-balkans

Milosevich-Juaristi, Mira. “¿Es posible la partición de Kosovo?”. En https://www.iss.europa.eu/content/balkan-futures-three-scenarios-2025https://www.realinstitutoelcano.org/es-posible-la-particion-de-kosovo/

Martinez, Jorge. “Un polémico referéndum en Bosnia trae viejos odios del pasado”  En https://geopolitico.es/un-polemico-referendum-en-bosnia-trae-viejos-odios-del-pasado/

Milanovic, Branko. “Los Balcanes y el Futuro de Europa”. En https://elpais.com/elpais/2013/07/02/opinion/1372759528_022678.html

Non Paper. En https://necenzurirano.si/clanek/aktualno/objavljamo-slovenski-dokument-o-razdelitvi-bih-ki-ga-isce-ves-balkan-865692 (non paper)

 

Referencias

[1] «Bosniacos» es la denominación con la que se conoce a la población musulmana de Bosnia-Herzegovina; «bosnios» hace referencia a cualquier habitante de Bosnia-Herzegovina independiente de su religión.

[2] Una de las costumbres del Imperio Otomano en tierras balcánicas fue la de llevarse los niños varones de las aldeas cristianas para incorporarlas al servicio imperial. Además de la educación religiosa en el Islam, muchos de estos niños podía pasar a pertenecer al cuerpo especial de combatientes y muchos otros realizar tareas como funcionarios administrativos o incluso políticos de alto rango.

[3] Primož Cirman / Vesna Vuković. «Objavljamo dokument o razdelitvi BiH, ki ga išče ves Balkan». Necenzurirano.si, 15/04/2021, https://necenzurirano.si/clanek/aktualno/objavljamo-slovenski-dokument-o-razdelitvi-bih-ki-ga-isce-ves-balkan-865692 

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ALIANZA TURCO CATARÍ Y LA DIMENSION IMPERIAL

Marcos Kowalski*

La región que conocemos como “Medio-Oriente”, constituye un puente entre Europa y Asia, con países ricos en hidrocarburos y minerales, y donde la mayoría de su población practica una de las religiones más difundidas de la tierra, el islam. Cuna de una infinidad de civilizaciones precursoras de nuestra cultura, fue, es y posiblemente seguirá siendo, una zona de conflictos, confrontaciones y disputas por la hegemonía, el poder y las riquezas.

Hoy la disputa por ese poder se centra en tres grandes ejes, el árabe, el eje iraní y el turco-catarí. Este último eje, el de más reciente formación en la puja de influencias en la región está compuesto por Turquía y Catar donde aparentemente es Ankara la que desarrolla una política agresiva en toda la zona e, incluso, avanza hacia el Mediterráneo y África del Norte. Si se despliega un mapa de Medio Oriente, Norte de África, Mediterráneo Oriental y Asia Central, es posible apreciar que Turquía está presente en varios de los conflictos de la región.

Hace pocos años Ankara decía tener “cero conflictos con sus vecinos”. Hoy está presente de forma controvertida en Siria, Libia y Nagorno-Karabaj. Tiene serios problemas con los kurdos en su territorio y en Siria, una peligrosa confrontación con Atenas por Chipre y con otros países por recursos energéticos en el mar Mediterráneo. Igualmente, crecen las tensiones con Rusia, Estados Unidos, Israel, la Unión Europea y la OTAN.

Para entender el anhelo expansionista de los turcos debemos recordar que, durante 600 años, con especial auge en los siglos XVI y XVII, el Imperio otomano dominó desde el sureste de Europa hasta los territorios que actualmente son Austria y Hungría, los Balcanes, Grecia, parte de Ucrania, Irak, Siria, Israel, los territorios palestinos y Egipto. Su poderío alcanzaba Argelia en el norte de África y gran parte de la península arábiga.

La relación de Turquía con Catar se remonta a hechos históricos en la península arábiga. Esta península, debido a su tamaño y condiciones climáticas rigurosas estaba habitada casi por la totalidad de la población en sus costas y dividida en tribus gobernadas, durante el siglo XIX, por una suerte de reyes, los sheikhs, los jeques. Fue por aquel entonces que el Imperio otomano trató de conquistar el este de la península.

En 1871 los otomanos enviaron un emisario a Catar, gobernada por la dinastía de Al Thani, quienes aceptaron las condiciones otomanas pasando a convertirse en parte del imperio. Alojó tropas turcas permitiendo que se utilizara el territorio catarí como base de operaciones otomanas en la península. La familia Al Thani ha gobernado el país desde su fundación en 1850 con una serie de sucesiones de poder que no siempre han estado exentas de contratiempos.

También en el mismo siglo XIX, llegó el wahabismo, una forma estricta y conservadora del islamismo, hoy en día la religión oficial de Arabia Saudí, propiciada desde el comienzo por la casa de Saúd, donde se les dio a los wahabitas el control total de la vida social y cultural del reino, lo que significaba que tendrían el control de la educación y del sistema judicial.

Algunos afirman que el wahabismo es «el padre ideológico» del “Estado Islámico”. La dinastía Al Thani de Catar aceptó esta corriente religiosa expansionista y con ambición de dominio de toda la península árabe, tratando de dominar incluso Omán y los actuales Emiratos Árabes donde esta corriente fue rechazada.

Los otomanos abandonaron la península de Catar en 1915. Desde entonces y hasta los años 70 del siglo XX, los cataríes siguieron una trayectoria comercial y política parecida a las otras monarquías de la península arábiga. También, por entonces, se retiraron los británicos de la península, debiendo los jeques tomar el control sobre sus territorios.

Los jeques de Abu Dabi, Dubái, Ajman, Fuyaira decidieron confederarse y dar lugar a los Emiratos Árabes Unidos mientras que los reyes de Bahréin, un emirato de la costa oriental de la península arábiga y Catar se constituyeron en estados independientes.

En Turquía, tras la desintegración del Imperio otomano en 1918, apareció la figura de Mustafa Kemal Atatürk, quien pese a opiniones encontradas, existe consenso en que fue una de las figuras más importantes del siglo XX. Fue el primer presidente de la República de Turquía y se mantuvo en el cargo durante 15 años con una alta popularidad.

En la actualidad gobierna Turquía Recip Tayyip Erdogan, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que gobierna desde 2002, adoptando una política exterior cada vez más ambiciosa, con el trasfondo mítico del Imperio otomano. Debemos recordar que durante la Guerra Fría, Turquía era un fuerte aliado de Occidente como miembro de la OTAN y del Consejo de Europa.

Debido a su posición geográfica y sus características culturales, en la que conviven el islam con una fuerte tradición secular, se le consideraba un puente con Oriente a la vez que un muro de contención frente a la influencia de la ex-URSS y, en particular desde septiembre de 2001, del islam político radical. Este esquema, sin embargo, no estuvo exento de problemas. Ankara está enfrentada a Grecia, otro miembro de la OTAN, por la soberanía de Chipre desde que Turquía invadió el norte de esta ex colonia británica en 1974.

A partir de ese año, 1974, con el aparente propósito de encontrar entre los musulmanes apoyo para sus pretensiones sobre Chipre, Turquía se involucra en la “Conferencia Islámica”, una importante organización islámica transnacional aportando financiación.

El gobierno del Estado de Qatar lo ejerce el Emir, quien es el monarca y jefe de Estado del país, así como el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y garante de la Constitución. En 1995 se produjo un golpe de estado en Qatar, donde Hamad Al Thani desplazó a su padre del poder y lo asumió, decidiendo hacer una política muy separada de los otros países árabes de la península.

A raíz de esta posición de Qatar, hoy está sumido en una disputa diplomática con sus vecinos, incluidos Arabia Saudí, Bahréin y Egipto. Esa fue la razón que, para impulsar la posición política catarí, se creó la cadena informativa Al Jazeera. En 2010, comenzó la conocida como “primavera árabe”, una serie de revueltas a lo largo de todo el mundo árabe dese Marruecos hasta Yemen, atribuidas a la popularización de los teléfonos celulares y de las redes sociales y sobre todo al islam.

Es en 2010 también donde Estados Unidos hizo uno de sus tantos giros en su política exterior, priorizando los asuntos de Asia, concentrando sus recursos en la confrontación con China y dejando de lado a Medio Oriente y asignando a Europa un papel mucho menor en la política de Washington que el que venía teniendo hasta entonces, dejando un mayor campo de maniobra para las potencias regionales de esa zona.

Esta situación propició una política mucho más activa por parte de Turquía para poder garantizar sus intereses, en contraposición de los intereses de Arabia Saudí e Irán, prevaleciendo sobre todo su interés en la seguridad, tratando de negar a las demás naciones el acceso a una preeminencia en la región: los turcos aprovechan esta coyuntura para ganar más peso en la zona y Catar va acercándose a Ankara para resguardarse de sus poderosos vecinos.

Hasta ese momento el país predominante en el área era Arabia Saudí. Bahréin, Emiratos y el mismo Catar, se agrupaban en torno al Consejo de Cooperación del Golfo principal foro político regional, que actuaba bajo La influencia de Riad. Con la llegada de las revueltas de la “primavera árabe”, que se supone impulsaban “los Hermanos Musulmanes”, las posturas de los integrantes de este foro comenzaron a diferenciarse.

Arabia Saudí y Bahréin se oponen decididamente a estas “revoluciones”, sin embargo, los cataríes, acompañando a Turquía, decidieron apoyar las revueltas islamistas en Siria, Palestina o Egipto. Desde el 30 de junio de 2013, cuando tuvieron lugar las manifestaciones multitudinarias contra el gobierno egipcio de Mohammed Morsi, que acabaron con el golpe de estado de Abdul Fatah Al-Sisi, Turquía se convirtió en el lugar de refugio para los “Hermanos Musulmanes”.

Muchas de las reuniones que la Hermandad ha celebrado han tenido como central de operaciones Estambul y, como aliado, al gobierno de Recep Tayyip Erdogan, presidente turco. Esta alianza ha sido utilizada ahora por Ankara, que ha solicitado la ayuda de “los Hermanos Musulmanes” tanto en Catar como en la capital turca, para su campaña contra la demarcación egipcia y griega de sus respectivas fronteras marítimas.

Pero ¿quiénes son los “Hermanos Musulmanes”? La organización llamada Sociedad de los Hermanos Musulmanes, también conocida como Hermandad Musulmana o Hermanos Musulmanes, nació en 1928 en Egipto. Con una red de simpatizantes y miembros de entre medio y un millón de personas en un país de una población total de 80 millones y con una gran influencia internacional, es una de las organizaciones islamistas con mayor presencia exterior. El ideario de esta cofradía nace apoyado en la vuelta al islam primigenio, basado en El Corán y la Sunnah, y en la implementación de la Sharía como única forma de gobierno.

Este grupo toma caminos divergentes; por un lado, están los que abogan por un movimiento pacífico, cuya actividad se basaría en distintas iniciativas y servicios de carácter social, mientras que la otra rama es más proclive de intensificar la actividad del brazo violento, convirtiéndose en el germen de algunos de los grupos yihadistas de la actualidad

Para Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y muchos países dentro de Medio Oriente, los Hermanos Musulmanes suponen una gran amenaza, “Los Hermanos Musulmanes” mediante una posición de medios aparentemente pacíficos e incluso altruistas, construyendo escuelas e instituciones de ayuda comunitaria, propician acciones que terminan siendo violentas en su intención de la creación de un súper estado islámico.

Cuando Arabia Saudí y sus aliados, entre otros, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos comenzaron en 2017 un boicot contra Catar, que ya terminó, Turquía apoyó al emirato, también a través del envío de alimentos. Lo que une a Turquía y Catar es, principalmente, su buena relación con los Hermanos Musulmanes y la interpretación social revolucionaria del islam.

En Arabia Saudí el Consejo Religioso Saudí, afiliado a la cúpula estatal en Riad, calificó a los Hermanos Musulmanes de “organización terrorista”; además, el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, en octubre de 2018 en el consulado saudí en Estambul, sigue siendo un lastre para las relaciones entre ambos países.

A pesar de que hay cierto intento por parte de los turcos de acercarse y mejorar sus relaciones con los países árabes, sobre todo, con Arabia Saudí y Egipto —que algunas fuentes árabes califican como parte de la estrategia híbrida para toda la región de Ankara, con miras a posicionarse mejor—, sebe destacarse que Turquía está atravesando por una situación interna complicada en lo económico y político.

Las relaciones con Egipto también suelen ser cuando menos complicadas. En 2013, el gobierno turco había criticado duramente el golpe de estado contra el expresidente egipcio Mohammed Mursi, que provenía de las filas de los Hermanos Musulmanes. Mursi fue derrocado por el ejército egipcio y desde 2014 Abdelfatah Al Sisi es presidente.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, también señaló el viernes 7 de mayo de 2021 que su país quería fortalecer la “histórica” amistad con Egipto. El anuncio siguió a conversaciones directas entre altos representantes diplomáticos de ambas naciones; aun cuando el dialogo existe, la situación entre ambos países es complicada.

Turquía ha venido construyendo en las últimas décadas un aparato militar y una industria para la defensa capaz de desarrollar y construir los elementos necesarios para la intervención en distintos escenarios y Catar ha participado financiando no pocos de estos proyectos. En la estrategia expansionista de Turquía, el aparato militar es una parte muy importante.

En el teatro de operaciones de Siria, los turcos, quizás analizando las acciones híbridas de los rusos y su doctrina Gerasimov, ha aprendido a desarrollar un accionar que roza la violación del Derecho Internacional Público, pero que les han están dando resultados, tanto en Siria, como en Libia o Nagorno-Karabaj.

Mientras en el ámbito internacional la relación de Turquía puede ser analizada con cada uno de los Estados. Según algunos analistas la que mantienen los turcos con Rusia ha girado desde el siglo XXI alrededor del control de los Balcanes, el mar Negro, el Cáucaso y la influencia en Medio Oriente.

Aunque tienen posiciones diferentes en varios conflictos, comparten una visión estratégica. Tanto Erdogan como Putin consideran que el mundo es multipolar y que sus países merecen, junto con China y otros emergentes, una cuota de poder mayor frente a Estados Unidos y a Europa.

Francia y Turquía se han enfrentado debido al papel ambiguo de París en Libia. El gobierno de Emmanuel Macron tiene también disputas con Ankara por el acceso a fuentes de energía en el Mediterráneo oriental y el apoyo con venta y suministros de armamento francés a Grecia.

En Libia, a cambio de su apoyo en la constitución de la Tripolitana (hoy Libia está dividida en Cirenaica, de influencia egipcia, Tripolitania, de influencia turca y Fezzan), Turquía ha obtenido del gobierno libio de Trípoli, la creación de una zona marítima exclusiva en el Mediterráneo, con el fin de competir con los proyectos de Grecia y Chipre.

Las relaciones con Estados Unidos son también contradictorias. Estados Unidos y la OTAN tienen en Turquía la importante base militar de Incirlik, desde la cual ha realizado operaciones, entre otras, en Irak y Afganistán. Erdogan ha amenazado con cerrarla.

Así también, en 2019, el gobierno turco se inclinó por adquirir de Rusia el sistema de defensa antimisiles S-400 Triumph, alegando que Washington no le había querido vender misiles Patriot en 2017. Como represalia por esa compra, el Departamento de Defensa estadounidense tomó la decisión definitiva de eliminar a Truquía del programa de aviones de combate F-35.

Con la Unión Europea es improbable que en un plazo medio se negocie la integración de Turquía. Ankara tiene una carta fuerte ante la UE, la presencia de millones de refugiados de Siria y otros países que esperan en su territorio la oportunidad de marchar hacia Europa.

Ankara hizo un pacto con la UE en 2016 para contener a los refugiados a cambio de 6.000 millones de euros. La renovación del acuerdo sobre la contención de los refugiados sirios en territorio turco se ha complicado por el intento de Ankara de relocalizarlos en parte de Siria y las relaciones económicas entre las dos partes están alteradas por la crisis financiera turca.

Es que como expresan muchos observadores europeos, desde la perspectiva de la UE, Turquía tiene una triple identidad: es un socio estratégico de Europa, especialmente en la economía y el comercio, es un adversario en el Mediterráneo oriental y Oriente Medio y un jugador negativo en la OTAN.

Sus acciones militares, complementarias de las políticas (y acciones híbridas), psicológicas, de propaganda o tecnológicas, de campañas expansionistas, están apoyadas en tres pilares, las compañías militares privadas (más o menos integradas por mercenarios), la extraordinaria industria para la defensa y las fuerzas militares propiamente dicha.

Turquía intenta recuperar la influencia del Imperio otomano con imprevisibles consecuencias para el equilibrio internacional. Sectores civiles y militares turcos consideran que su país es una potencia regional emergente con fuertes capacidades demográficas, económicas y comerciales. Tiene fronteras con ocho Estados y el 74% de la población total (84.339.067 personas) profesa el islam sunita.

Entre los turcos, diferentes escuelas de pensamiento, han promovido desde el final de la “Guerra Fría” que Turquía tenga una visión expansiva de sus intereses (la estrategia “Patria Azul”) y compita con las monarquías sunitas del golfo Pérsico por la hegemonía regional.

Entonces, frente al bloque occidental, y con el propósito de reeditar un imperio, se ha erigido una alianza, tradicional, pero fortalecida, formada por Catar y Turquía. Durante el Comité Estratégico Superior Catarí-Turco, celebrado en Doha, en su quinta edición, un ministro catarí, Mohamed bin Abdulrahman Al Thani, ha reafirmado: “Deseo y determinación sinceros de conseguir pasar de las relaciones bilaterales a una asociación estratégica integral”, que permita abrir “nuevas áreas de cooperación”. Por su parte, su homólogo turco, Mevlut Cavusoglu, ha destacado el papel desempeñado por el Comité, que sirve como “un paraguas importante para todos los aspectos de la cooperación bilateral entre los dos países”.

Analizando las relaciones entre ambos Estados, podemos ver, en el ámbito económico que en las cuatro ediciones previas del Comité (la primera tuvo lugar en el año 2015), Catar y Turquía han firmado 45 acuerdos y memorandos de entendimiento. Esto ha venido acompañado por un incremento de las inversiones, tanto de Turquía en Catar como viceversa.

Los datos disponibles arrojan unos 11.600 millones de dólares en fondos turcos destinados a proyectos ubicados en Catar, entre los que sobresale la Copa Mundial de la FIFA 2022. Mientras que las inversiones cataríes en el país euroasiático superaron, ya en 2017, los 20.000 millones de dólares, lo que le permitió al emirato configurarse como el segundo mayor socio inversor de Turquía.

En 2018, Catar volvió a anunciar un nuevo paquete de inversiones, valorado en 19.000 millones de dólares, de los cuales, 650 millones estaban destinados al sector primario (agricultura y ganadería). Por su parte, cabe destacar, también, que el volumen del comercio logró, en el año 2018, la significativa cifra de 2.400 millones de dólares, lo que implicó una duplicación con respecto al año anterior.

En lo que hace a la cooperación militar, en diciembre de 2017, se creó el Comando de la Fuerza Conjunta Combinada Catar-Turquía en la base denominada Tariq bin Ziyad, con capacidad para 3.000 soldados. Desde entonces, ambos países han ido reforzando los programas combinados de dicha cooperación. Ejemplo de ello fue la apertura de un centro turco de simulación de helicópteros en territorio catarí, que permite el entrenamiento de pilotos. La inversión total desembolsada alcanzó los 39 millones de dólares.

Es importante concluir que, además de reforzar los vínculos con el emirato, Turquía persigue una ambición más profunda, como hemos dicho, en el intento de recuperar su influencia, reeditando las viejas glorias del Imperio otomano. En ese sentido viene expandiendo su red de cooperación militar, ha abierto varias instalaciones militares en el extranjero alrededor del mar Rojo, del mar Mediterráneo y del golfo Pérsico, que amplían la proyección de poder regional del país.

Erdogan ha ido ganando control sobre las fuerzas armadas (tradicionalmente seculares) y adoptó una posición radicalizada, pro islam, a partir del intento de golpe en su contra en julio de 2016 con actitudes intervencionistas con motivo de la “primavera árabe”, cuando apoyó a los Hermanos Musulmanes en Egipto y a milicias islamistas contra Bashar Al Asad en Siria.

Pero la crisis económica y financiera y la fuerte presencia de refugiados sirios (3,7 millones) ha deteriorado al partido de Erdogan y le ha dado más peso al Partido de Acción Nacional, nacionalista y de ultraderecha. En la actualidad, se habrían fusionado las escuelas islamistas del PJD con la nacionalista, antioccidental y pro-asiática, en la que coinciden civiles y militares, que propugna la proyección de fuerzas y el establecimiento de bases militares, la reivindicación de derechos marítimos y ganar espacios geográficos, incluyendo varias islas bajo soberanía griega.

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos. 

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NAGORNO KARABAJ, LA PEQUEÑA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS EN EL CÁUCASO

Giancarlo Elia Valori*

De 1618 a 1648 Europa fue destrozada por el violento e implacable conflicto entre protestantes y católicos. Después del final del ciclo de cruzadas que había resultado el primer conflicto entre cristianos y árabes, pero el primer y más severo conflicto armado entre las dos grandes almas del cristianismo, lo que los historiadores más tarde llamaron la “Guerra de los Treinta Años”, ciertamente no fue la última guerra religiosa. La Guerra de los Treinta Años terminó con la Paz de Westfalia que condujo al nacimiento de los Estados-Nación europeos y —como epílogo paradójico a una guerra desatada por razones religiosas— puso fin al control ejercido por la Iglesia sobre los reinos cristianos y sepultó cualquier intento del clero protestante de interferir en los asuntos políticos, aplastándolo mucho antes de que pudiera manifestarse abiertamente. Desde entonces, los centros de gravedad de los conflictos (también) sobre una base religiosa se han desplazado hacia la confrontación islámico-judía (las guerras árabe-israelíes de la segunda mitad del siglo XX y el enfrentamiento entre el Islam y el cristianismo.

Los conflictos religiosos tienden a ser feroces y sangrientos porque ninguna de las partes involucradas parece estar dispuesta a mediar con una contraparte considerada apóstata o de todos modos “infiel”. Frente a un público internacional distraído por las preocupaciones de la pandemia de Covid-19, el conflicto de 30 años aún no resuelto por el control de Nagorno Karabaj —una guerra de 30 años a pequeña escala porque se limitó al Cáucaso Meridional— volvió a estallar violentamente el 27 de septiembre pasado. Es el enfrentamiento entre Azerbaiyán musulmán y Armenia cristiana, que reclama un control de iure sobre una región, a saber, Nagorno, que ya controla de facto, aunque su territorio está totalmente cerrado dentro de las fronteras azerbaiyanas y sin ninguna conexión geográfica con la disputada patria armenia. Como veremos más adelante, el conflicto tiene raíces antiguas y profundas, pero está lleno de implicaciones geoestratégicas que podrían causar daños y tensiones extra regionales que son potencialmente muy peligrosas.

Raíces antiguas y profundas que, en este caso, también pueden ser llamadas “raíces del mal”. A finales de la década de 1920, Stalin —que estaba decidido a aplastar todas las ambiciones nacionalistas de las diversas almas que conformaban el enorme imperio soviético— tomó medidas drásticas para evitar que los diferentes grupos étnicos panrusos crearan problemas políticos y, con su habitual puño de hierro, decidió transferir poblaciones enteras a miles de kilómetros de distancia de sus asentamientos tradicionales para eliminar sus raíces étnicas y culturales. Chechenos, cosacos y alemanes se dispersaron a los cuatro rincones del imperio, mientras que el dictador soviético decidió —bajo la bandera del principio más clásico de “dividir y gobernar”— asignar la jurisdicción política y administrativa de la región autónoma de Nagorno Karabaj —habitada por poblaciones armenias y cristianas— a la República Socialista de Azerbaiyán, poblada por musulmanes azeríes, con el fin de mantener bajo control cualquier autonomía armenia.

Como también sucedió en los países satélites (véase el ejemplo de la Yugoslavia de Tito), el régimen comunista en Rusia logró contener —incluso con el uso sin escrúpulos del terror y la limpieza étnica— cada reivindicación nacionalista de todos los diferentes grupos étnicos que conforman el imperio. Esta operación, sin embargo, perdió su impulso cuando, en la segunda mitad de la década de 1980, la cautelosa campaña de modernización del país y el inicio de las tímidas reformas liberales de Mijaíl Gorbachov con su Perestroika causaron repercusiones inesperadas en las relaciones entre armenios y azerbaiyanos. El odio y el espíritu de venganza sin fin resurgieron debido a la disminución de medidas opresivas y represivas que, hasta ese momento, habían contribuido a mantener vivo al régimen soviético. La cohesión política y administrativa que había convertido a la Unión de Repúblicas en un organismo unitario comenzó a fracasar y las demandas de autonomía se volvieron cada vez más apremiantes.

Una vez más en 1988 el Parlamento regional de Nagorno Karabaj votó una resolución que marcó el regreso de la región a la jurisdicción administrativa de la República Armenia, la “madre patria cristiana”.

A partir de ese momento, la tensión entre armenios y azerbaiyanos se montó progresivamente, con enfrentamientos aislados y violencia interétnica que llevaron a la guerra abierta en 1991 cuando, inmediatamente después del colapso y disolución de la URSS, los armenios declararon formalmente la anexión de la disputada región de Nagorno Karabaj a la República de Armenia, desencadenando así un sangriento conflicto contra el vecino Azerbaiyán, un conflicto que duró hasta 1994 en el que murieron más de 30.000 civiles y militares.

Frente a la incapacidad del gobierno de Boris Yeltsin para llevar a las partes beligerantes de nuevo a la razón y a la mesa de negociaciones (que siempre es difícil en los conflictos étnico-religiosos) y ante la incapacidad de las Naciones Unidas para resolver el conflicto azerí-armenio, por cualquier medio necesario y lo que sea necesario, como se consagra en su Carta, intervino la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Bajo sus auspicios, se estableció en 1992 el “Grupo Minsk” —una mesa de negociación permanente gestionada por Francia, la Federación de Rusia y los Estados Unidos—.

A pesar del compromiso del Grupo de Minsk, la guerra entre armenios y azerbaiyanos continuó hasta 1994, cuando terminó —sin firmar ningún acuerdo de paz— después de que los armenios tomaran el control militar de Nagorno Karabaj y más de un millón de personas se vieran obligadas a abandonar sus hogares. Un doble éxodo que recordó al que siguió a la división entre la India y Pakistán, con los azerbaiyanos que, como musulmanes e hindúes, abandonaron sus tierras a los armenios y a los armenios que ocupaban casas traseras y territorios que creían que les habían sido arrebatados injustamente por maniobras estalinistas.

El fuego del conflicto seguía ardiendo, con enfrentamientos y agresión armada, durante más de una década y más tarde estalló de nuevo, sin razón aparente ni factor desencadenante, en abril de 2016. Los observadores internacionales se mostraron perplejos por esa reanudación de las hostilidades: decenas y decenas de soldados de ambos bandos murieron sin razón aparente ni factor desencadenante. Según algunos observadores especializados en este extraño y arcaico conflicto, las causas de la reanudación de las hostilidades se encontraban en el deseo de los Estados opuestos de “ganar terreno” y tomar el control de las áreas estratégicas lejos del enemigo. Según otros observadores internacionales probablemente más fiables, la razón del resurgimiento del conflicto tuvo que buscarse dentro de los dirigentes armenio y azerbaiyano. En medio de una crisis económica debida al colapso del mercado internacional del petróleo crudo (y los precios), ambos gobiernos dieron una mano libre a sus respectivos “perros de guerra”, con miras a reunir de nuevo su público desorientado e insatisfechos con el colapso de la economía. Islam, petróleo y Cristianismo eran los ingredientes explosivos de una peligrosa y aparentemente insalvable situación. En Bakú, capital de Azerbaiyán, multitudes se manifestaron por semanas, meses o años bajo la bandera de “Karabakh es Azerbaiyán”.

En Ereván, la capital de “Armenia”’, multitudes similares —aunque de una religión diferente y enemiga— pidieron “Libertad para nuestros hermanos de Karabaj”.

Mientras tanto, el fuego seguía ardiendo: Armenia tenía un control de facto de la región en disputa, que estaba totalmente dentro de las fronteras azerbaiyanas, sin corredor que la conectara con la “madre patria” armenia. El conflicto interétnico e interreligioso se complica aún más por factores geopolíticos.

Turquía es un socio tradicional de Azerbaiyán, habitado por musulmanes de origen turcomano. Turquía fue el primer Estado en reconocer la República de Azerbaiyán en 1991, mientras que, hasta ahora, aún no ha reconocido a la República Armenia, probablemente porque conserva su nombre y la orgullosa memoria que la vincula con el genocidio armenio de 1916-1920, cuando los turcos —convencidos de la infidelidad de los armenios y de su apoyo al zar ruso— exterminaron rápidamente a un millón de ellos.

La posición de Rusia hacia el conflicto y los beligerantes es más ambigua: por un lado, Rusia apoya las legítimas aspiraciones del pueblo armenio mientras, por otro lado —para evitar entrar en conflicto abierto con Erdogan, con quien juega un juego complicado en Siria y Libia— Vladimir Putin evita el uso de tonos amenazantes hacia Azerbaiyán —a la que sigue vendiendo armas— y trata de mantener la equidistancia e imparcialidad entre las partes. Su actitud aún no ha atraído las críticas turcas, pero obviamente deja a los armenios perplejos.

Como ya se ha dicho, el fuego se mantuvo ardiendo hasta el 27 de septiembre, cuando, sin ningún factor de activación aparente o evidente, armenios y azerbaiyanos reanudaron las hostilidades utilizando armamento sofisticado, como drones armados o misiles de largo alcance, que mataron a decenas de soldados y civiles de ambos bandos. Como se ha dicho anteriormente, las razones de la reanudación de las hostilidades no son claras: no hubo provocación directa o factor desencadenante.

Esta vez, sin embargo, muchos observadores están señalando directamente con los dedos a Turquía y su presidente, Tayyp Recep Erdogan.

Puede que haya colocado el problema de Nagorno Karabaj en el complejo juego de ajedrez geopolítico en el que participa el “nuevo” y agresivo Presidente de Turquía. Este último, consciente del peso que tiene su papel en la OTAN en la dialéctica con los Estados Unidos y Europa —que evidentemente no se percibe exigiendo un poco de equidad de un socio tan indisciplinado y engorroso, si no bastante falto de escrúpulos y agresivo— no duda en seguir su propio camino y buscar los intereses de su país en Siria, Libia, el Mediterráneo y el mar Egeo. Desde el control de Siria Oriental hasta la búsqueda de nuevas fuentes de energía, Erdogan está jugando imprudentemente en varias mesas, sin desafiar abiertamente a Rusia, pero no dudando en burlarse de las protestas de sus socios europeos y estadounidenses.

Un juego sin escrúpulos que puede haber inducido a Erdogan a instar a sus aliados azerbaiyanos a reanudar las hostilidades contra los armenios el 27 de septiembre pasado, para que más tarde los contendientes acepten el alto el fuego del 9 de octubre: una medida que lo convertiría en una contraparte obligatoria y privilegiada para Rusia, frente a la irrelevancia geopolítica de Europa y Estados Unidos. La primera se mantiene bajo control por la pandemia, mientras que la segunda está pensando sólo en las próximas elecciones. En este vacío de ideas e intervenciones, la situación en el Cáucaso Meridional con sus posibles implicaciones explosivas en términos de producción y exportación de fuentes de energía sigue en manos de Rusia y Turquía, libre de buscar acuerdos o mediaciones consideradas favorables, obviamente en detrimento de la competencia. En el pasado, en la época de Enrico Mattei, Italia habría tratado de desempeñar su propio papel en una región tan delicada como el Cáucaso, no sólo para defender sus intereses económicos y comerciales, sino también y sobre todo para buscar nuevas oportunidades de desarrollo para sus empresas públicas y privadas. Pero la Italia de Mattei está lejos: actualmente no podemos contar con un semillero de tensión en nuestra puerta, como Libia, y no podemos traer a casa a 18 pescadores de Mazara del Vallo detenidos ilegalmente por el señor de la guerra de Tobruk, Khalifa Haftar.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo exclusivo para SAEEG. Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

 

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