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BREXIT, PESCA Y MALVINAS. ¡CAMARÓN QUE SE DUERME SE LO LLEVA LA CORRIENTE!

César Augusto Lerena*

Imagen de Pete Linforth en Pixabay

En octubre del 2018 me referí a la nueva oportunidad que se abría a la Argentina frente a la salida del Reino Unido de Gran Bretaña (RU) de la Unión Europea (UE). En el 2009 cuando se ratificó el Tratado de Lisboa, al votarse la aprobación de la Constitución de la Unión Europea, se incluyó como Territorios Británicos de Ultramar a las Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur (en adelante Malvinas) y a la Antártida. Qué hizo la Cancillería Argentina en esa oportunidad para evitarlo, lo ignoramos, pero lo cierto, que españoles e italianos (dentro de los que se encontraban millones de argentinos con doble nacionalidad) votaron a favor de ello o simplemente ignoraron que tenían que hacerlo y votar en contra.

Estamos desde el inicio del Brexit frente a una nueva oportunidad y no deberíamos desaprovecharla. En diciembre próximo, el RU se separará definitivamente de la UE y ello provocará distintos escenarios con relación a la Argentina, la Causa Malvinas y la explotación de nuestros recursos en el Atlántico Sur, según lo haga con o sin libre comercio y, con o sin libre acceso a las aguas británicas y a las comunitarias.

En un pasado artículo ¿Quién ejerce el poder en el atlántico sur? puse de manifiesto que el 22 de enero pasado, funcionarios y empresarios del sector pesquero español se reunieron en Madrid, manifestando el interés —acompañado por la European Fisheries Alliance (EUFA)—, de mantener el acuerdo de libre comercio, el mutuo acceso a las aguas, el reparto de las cuotas de pesca y la gestión compartida con el RU; todas cuestiones que han sido reiteradas en cuanto fuero hubiese y, en las que están muy interesados los españoles que pescan tanto en el Atlántico Nordeste como en el Atlántico Sur con licencias ilegales del RU en Malvinas, incluso, como otros europeos, con bandera británica, en ambos Atlánticos.

Está claro que España acompañará la preocupación de los pescadores, ahora, habrá que ver qué interés tiene la UE y, en especial, los principales socios comerciales del RU, como Alemania; los Países Bajos; Francia; Bélgica e Italia, frente a la férrea posición de los activistas del Brexit que entienden que los barcos comunitarios que hoy pescan hasta 6 millas de la costa británica no podrán hacerlo a partir del Brexit dentro de las 200 millas y, en especial, qué tanto acompañará el RU los deseos de los isleños y españoles en Malvinas, cuyos números son poco representativos en los ya poco importantes intercambios económicos con los integrantes del Commonwealth (7%). En este nuevo estado que se avecina es poco o nada lo que pueden aportarle los isleños al déficit comercial del RU.

Una cosa es segura, si no hay libre comercio no habrá mar libre y, otra está en duda, aun con libre comercio puede no haber mar libre.

Las relaciones comerciales entre el RU y la UE cambiarán el 1º de enero de 2021 y, la Revista Española de Economía Marítima Europa Azul al respecto entiende, que la esperanza de concluir un acuerdo de libre comercio es microscópica. Sin acuerdo, pasaremos al régimen de la OMC que implica la construcción de barreras arancelarias y no arancelarias que aumentan el costo del comercio y, que todos los cálculos que, estimaban que el Brexit provocaría una caída de la actividad en el RU de cinco puntos, quedaron de menor cuantía frente a lo provocado por el coronavirus que, en poco más de dos meses, ocasionó una caída del 25% en el PIB británico, con el agravante, que respecto a las cuotas de captura, el sector con un 0,1% dentro de la economía británica, carece de toda relevancia. No es un dato menor a la hora de las negociaciones.

A ello se suma que una de las bases fundamentales del Brexit era la de obtener soberanía plena, por lo cual, todas aquellas cuestiones que no dejen en claro este objetivo, pueden ser una dificultad insalvable, por ejemplo, entre ellas, la de acordar un arreglo sobre la regulación en aguas británicas. En la actualidad los productos pesqueros del RU se exportan a la UE y desde esta al RU, ello podría fácilmente resolverse por parte de Londres y acompañaría a la política nacionalista de su socio Trump.

Al mismo tiempo, los efectos de un Brexit sin acuerdo serían para las importaciones del RU del orden del 0.7 del PIB y para la UE del 0.1, por lo cual, no parecerían ser tan importantes a la hora de acordar sobre otras cuestiones que las partes consideran centrales, aunque ellas, pudieran afectar algún sector en particular, como, por ejemplo, la pesca.

Agrego que, frente al Brexit, sería lógico pensar que el RU profundizará sus negocios con Estados Unidos, a través del TMEC (México y Canadá), China y otros países no Commonwealth, para compensar sus eventuales pérdidas en la UE y mejorar su balanza comercial que durante 2019 fue negativa en 197 mil millones de euros.

¿Qué efectos vinculados con la Argentina podría finalmente provocar el Brexit? Probablemente se debilitaría en la UE la posición británica respecto a Malvinas y, en el caso que no haya un acuerdo de libre comercio, los productos ovinos y los pesqueros capturados en Malvinas, que se exportan en un 95% a la UE, deberían pagar aranceles similares a los productos exportados desde la Argentina continental y podrían aplicarse a las asociación española-británica en Malvinas, si la Argentina opera adecuadamente.

Veamos entonces, qué hacen frente al Brexit los representantes de unas dos mil quinientas personas que habitan en Malvinas, donde, a pesar de que muchos de ellos son trabajadores transitorios, el espíritu isleño los abroquela y organiza. Tienen clara la grave situación económica que podrían atravesar a partir de enero de 2021 si no se acuerda un libre comercio, por eso, trabajan en todos los fueros del RU y de la UE para tratar que, con o sin acuerdo, sus productos ingresen a la UE sin aranceles y ello alcanza a que lo hagan —incluso— con bandera española. Ello se incrementaría por el plan de reducción de capturas en aguas comunitarias.

Fuera de esto, los isleños buscan negocios fuera de Europa y necesitan más vuelos a terceros países, para lo cual, la Argentina les otorgó un vuelo semanal a São Paulo que les abre las puertas al mundo (¡!) y a las relaciones con Brasil; incrementan la relación con Uruguay (stands en feria y otros) que les provee de puertos para asegurar las operaciones de los buques extranjeros que pescan en el Atlántico Sur con licencia británica y que es sede, junto con Puerto Arenas, de la naviera inglesa SAAS, cuyo buque portacontenedores hace tráfico comercial cada 14 días a las islas; promueven el turismo; construyen puertos pesqueros en las islas para facilitar sus operaciones y profundizan las relaciones con España a través de la constitución de joint venture.

En este estado de cosas, ¿qué se supone que debería hacer la Argentina para mejorar su situación respecto al control en el Atlántico Sur y, en especial, para cambiar el estatus de Malvinas y para favorecer las exportaciones pesqueras nacionales a la Unión Europea?

Son varios los frentes en los que se debería actuar y todos ellos deberían estar destinados a dificultar o reducir las capturas ilegales en el Atlántico Sur y en el Área de Malvinas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) Argentina:

  1. El Canciller y todo el cuerpo diplomático especializado en la UE deberían trabajar para que cualquiera sea el final de los acuerdos con motivo del Brexit, los pretendidos territorios de Ultramar británicos, entre ellos Malvinas, no sean considerados parte en las negociaciones de los Acuerdos y, en consecuencia, todas las capturas que se realicen en el Área de Malvinas de la ZEE Argentina sean tipificadas originarias del Atlántico Sur, es decir extracomunitarias, independiente de la bandera de los buques que extraigan los recursos y, por lo tanto, sujetos a la aplicación de los mismos aranceles que rijan en la UE para la Argentina y los países no comunitarios.
  2. Se declare finalizada la “Declaración de Madrid” (los llamados Acuerdos de), dando inicio, a una amplia negociación con aprobación del Congreso Nacional que permita a nuestro país avanzar hacia acuerdos equitativos que vislumbren un futuro más promisorio no solo comercial, sino respecto a nuestra soberanía marítima e insular en el Atlántico Sur. Mientras se sustancia, suspender la autorización del vuelo a São Paulo, porque atenta contra la competencia de los productos argentinos en el mundo.
  3. Promover acuerdos estratégicos con China, España y Brasil, todos ellos vinculados con intereses comunes, desalentando la pesca ilegal en la ZEE Argentina, los recursos migratorios en la Alta Mar y muy especialmente la que se realiza con licencias ilegales británicas en el Área de Malvinas de la ZEE Argentina.
  4. Como parte de los Acuerdos, la Argentina debería otorgar reembolsos a las exportaciones de productos pesqueros a España, para equilibrar el cobro de aranceles a la importación en la UE y desalentar la pesca ilegal española en el Atlántico Sur.
  5. Profundizar y ampliar el Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo con Uruguay, tanto en lo referente a la política portuaria, de navegación y pesquera, pero también para integrarnos social y económicamente, donde la Argentina, podría compensar las pérdidas que habrían de ocasionarle la efectiva prohibición del uso de puertos a los buques que pescan en Malvinas o clandestinamente dentro de la ZEE Argentina o sus recursos migratorios en la Alta Mar.
  6. Con Chile es necesario iniciar un camino de integración, comenzando con el interés común en el canal de Beagle, la Antártida, los proyectos que permitan el intercambio de bienes y servicios y la navegación y control del Estrecho de Magallanes.
  7. Accesoriamente y, como parte de los eventuales acuerdos con China respecto a la Pesca de Alta Mar, la Subsecretaría de Pesca y la Prefectura Naval deben revisar la efectiva baja del Registro Nacional de Beijing de las matrículas de buques de las empresas de ese origen chino radicadas en la Argentina, de modo de asegurar que, en todos los casos, paguen los derechos de importación correspondiente, hasta el momento que pueda arribarse a un Acuerdo integral sobre la pesca en Alta Mar.

La reciente Declaración en Asunción (por videoconferencia) de los Presidentes del MERCOSUR, además de los Estados Asociados de Bolivia, Chile y Colombia de respaldo al reclamo de Argentina sobre los derechos soberanos de Malvinas, en el marco de la LVI Cumbres de Jefes de Estado, es un paso significativo que nos demuestra, que es posible llevar adelante iniciativas con el apoyo de Suramérica.

Atención: ¡Camarón que se duerme se lo lleva la corriente!

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado, ex Secretario de Bienestar Social (Provincia de Corrientes). Ex Profesor Universidad UNNE y FASTA. Asesor en el Senado de la Nación. Doctor en Ciencias. Consultor, Escritor, autor de 24 libros (entre ellos “Malvinas. Biografía de Entrega”) y articulista de la especialidad.

 

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EL MUNDO QUE SIGUE: LO DESEABLE, LO POSIBLE Y LO TERRIBLE

Alberto Hutschenreuter*

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Uno de los hechos más interesantes que ha producido la Covid-19 causada por el coronavirus es la notable cantidad de trabajos sobre el impacto de la misma en las relaciones entre los estados, sobre todo en clave de perspectivas.

Casi como si se tratara del final de una guerra de escala o de algún otro suceso internacional de proporciones, el fenómeno reactivó como pocas veces los debates y la reflexión en todas las dimensiones, desde la geopolítica hasta la tecnológica, pasando por la económica, la cultural, la militar, etc. Es auspicioso que así sea, pues, más allá de la enfermedad, que para algunos ha sido un hecho que obliga a pensar sobre el verdadero punto de partida del siglo XXI, siempre el mundo, su curso y su horizonte necesitan ser deliberados, particularmente cuando desde hace tiempo el “sistema de posicionamiento” del “medio internacional” ha dejado de suministrar datos relativamente propicios y fiables. Claro que a partir del coronavirus el reto es de escala.

Por otra parte, el virus ha vuelto a exponer uno de los déficits que existe en materia de previsión estratégica global. Hubo algunas pocas alertas sobre el riesgo que implicarían los patógenos en el siglo actual, e incluso muy pocos ámbitos de inteligencia nacional elaboraron calibrados informes sobre brotes epidémicos, pero nadie llegó a imaginar que en tan pocos meses la población mundial quedaría sitiada por el virus, se desplomarían simultáneamente las economías (con las secuelas sociales que ello implica) y se abriría un angustiante interrogante sobre cómo continuará la historia a partir de la Covid-19.

Hacía más de setenta años que el mundo no sufría semejante perturbación. Más aún, en algunos segmentos, por caso, disminución del ingreso per cápita y extensión simultánea de la pobreza, hay que ir bastante más atrás de la Segunda Guerra Mundial para hallar precedentes.

En este cuadro, y siempre con el propósito de provocar dudas que empujen a cavilaciones más precisas, resulta útil fragmentar las reflexiones en relación con el curso de las relaciones entre Estados, destacando aquellas situaciones para las que contamos con las experiencias y realidades, lo único que nos proporciona cierto grado de certidumbre, es decir, el escenario de las posibilidades, como así aquellos contextos frente a los que disponemos de alguna experiencia, y aquellos que implican acercarnos a contextos desconocidos.

Pero antes de referirnos a lo posible y lo desconocido, es pertinente decir algo breve sobre aquello deseable o “aspiracional” en las relaciones entre Estados, puesto que se trata de “imágenes” que a veces impulsan expectativas e incluso acciones loables, que duran hasta encontrarse, o más apropiadamente toparse, con la realidad.

Es habitual que lo deseable surja con fuerza tras el final de una confrontación militar de escala, el inicio de un nuevo siglo o tras la desaparición de una era o régimen entre Estados, sobre todo si se trata de un ciclo que termina casi súbitamente, como sucedió con el final del régimen de Guerra Fría.

Pero también lo deseable podría ocurrir si un país o un lote de países ha transcurrido un tiempo en un entorno donde la cobertura y el concepto estratégico militar lo aportaba un ajeno a dicho grupo de países. Concretamente, nos referimos a la Unión Europea, cuyos liderazgos nacionales casi en su totalidad no han vivido la Guerra Fría ni mucho menos la guerra total de 1939-1945, y por ello han desarrollado una cultura jurídica-institucional sobre la que pretenden erigir la Unión Europea no solo en una potencia mayor, sino en paradigma para otros actores y. de esta manera, prácticamente eliminar las posibilidades de confrontaciones militares interestatales.

Pero se trata de un objetivo más formal que real, pues la historia de las relaciones entre Estados no registra casos de “potencias institucionales”, de manera que el deseo europeo, que podría significarle reveses, como de hecho le sucedió cuando hace unos años Europa descartó posibles tensiones mayores entre Estados en su territorio, enfoque que pronto debió revisar ante los sucesos de Ucrania que terminaron con la mutilación territorial de este actor clave de Europa del este, es nada más que un deseo. Es decir, Europa estaba impulsando un esquema de seguridad desechando la geopolítica y finalmente fue la geopolítica la que la recentró en la realidad dejándola en un conflicto nada más y nada menos que con Rusia.

Las aspiraciones de la UE nos remiten a cuando, reflexionando sobre las formas de gobierno, Nicolás Maquiavelo prefería dejar de lado los principados eclesiásticos, pues, para expresarlo en sus propias palabras, “como están regidos por una razón superior a la que la mente humana no alcanza, dejaré de hablar de ellos; porque, siendo exaltados y mantenidos por Dios, discurrir sobre ellos sería un acto de hombre presuntuoso y temerario”[1].

En el sitio de lo deseable, las diferentes “imágenes” internacionales no tienen ni tendrán finalmente lugar, por caso, la “aldea global”; la convergencia entre Oriente y Occidente”; los “Estados virtuales”; la prodigalidad del comercio como orden internacional; el “pacifismo”; el desarme internacional; los voluntarismos multidimensionales; los “bienes de la humanidad”; el “orden onusiano”, etc.

Claro que se trata de pretensiones loables, elevadas y atractivas, y nadie duda de ello; pero en las relaciones entre los Estados estos enfoques son incongruentes con lo real y lo necesario. En un mundo basado en esas categorías prácticamente no habría, entre otras, cuestiones de costo-beneficio ni de pugna de intereses, algo que jamás ha ocurrido. Para dejar de ser deseos y transformarse en situaciones posibles, necesariamente requerirían que se modifique la misma naturaleza del hombre, que no se funda en el desinterés, el altruismo, la audacia o la confianza, sino en sus opuestos. De allí que para considerar el mundo que sigue, indefectiblemente debemos tener presente esta realidad.

Hacia dentro de los estados esos opuestos sufren las limitaciones jurídico-institucionales, incluso el estado es una entidad de dominación que reclama para sí con éxito el monopolio de la violencia legítima, para expresarlo casi en los mismos términos de Max Weber. Ninguna otra lo podría reclamar y si sucediera que otra organización o entidad política lo hiciera estaría desafiando el orden, y si el mismo Estado lo permitiera, estaríamos ante lo que se denomina un “Estado disfuncional”.

Hacia fuera sucede lo contrario, pues son las entidades intergubernamentales las que padecen la interacción de esos opuestos de los hombres al frente de los Estados; porque por más que exista una densidad de instituciones internacionales, nunca se alcanzará un grado de centralización como el que existe hacia dentro de los Estados. En gran medida, es lo que John Mearsheimer ha denominado “la tragedia de los grandes poderes políticos”, cuando concluye que los grandes poderes se temen, se desconfían y siempre compiten entre sí por el poder.

¿Por qué los grandes poderes se comportan de ese modo? Mi respuesta es que la estructura del sistema internacional obliga a los Estados que solo buscan estar seguros a actual agresivamente unos con otros. Tres características del sistema internacional se combinan para hacer que los Estados se teman unos con otros: 1) la ausencia de una autoridad central que se establezca por encima de ellos y pueda protegerlos, 2) el hecho de que los Estados siempre tienen alguna capacidad militar ofensiva, y 3) el hecho de que los Estados nunca pueden estar seguros sobre las intenciones de otros Estados. Ante este temor, que nunca puede ser eliminado, los Estados reconocen que cuando más poderosos sean en relación con sus rivales, mejores serán sus posibilidades de supervivencia. De hecho, la mejor garantía de supervivencia es ser un hegemón, porque ningún otro Estado puede amenazar seriamente a un actor tan poderoso”.[2]

Hay otros autores, por caso, Kenneth Waltz, que sin salir del realismo “rebajan” las condiciones de poder a una determinada suficiencia de capacidades. Pero todos coinciden en que la situación de anarquía entre Estados es la causa central de la competencia y la concentración de poder por parte de los Estados.

De manera que considerar un mundo “por fuera” de esta realidad supone no solo un desacierto, sino un riesgo si de elaborar escenarios se trata. No hay nada más peligroso para un Estado que realizar reflexiones “subestratégicas”, es decir, no ya diagnósticos imprecisos sobre el curso de las relaciones internacionales, sino meditaciones a partir de bases irreales, algo semejante (o acaso peor) que aquellas reflexiones y acciones subestratégicas basadas en situaciones que poco se relacionan con la realidad propia.

En este contexto, lo posible en el mundo que seguirá a la pandemia será una continuidad de cuestiones atravesadas por crisis crecientes, como así algunas relativas novedades. Enunciemos y consideremos brevemente diez situaciones-tendencias:

  1. Mantenimiento y deterioro de las crisis entre los poderes preeminentes o conflictos mayores: la principal causa de desestabilidad internacional radica en que los actores que deberían trabajar juntos en relación con la estabilidad y la seguridad se hallan en conflicto entre sí, siendo bajas las posibilidades de superación, pues cualquier disposición de acuerdo de una de las partes podría ser interpretada por la otra como una ganancia propia de poder, por caso, Occidente y Rusia; India-China; China-Estados Unidos, etc.
  2. Estacionamiento relativo (por los efectos de la Covid-19) de los gastos en defensa: en 2019 el gasto militar global registró el mayor aumento en los últimos diez años. En 2020 se cumplieron algunos propósitos de modernización y proyectos en las potencias mayores y en actores de medio alcance. Posiblemente, las necesidades económicas pospandemia restrinjan el gasto durante el 2020 y tal vez en 2021, pero posteriormente se retomarán las inversiones, particularmente en materia de desarrollo de nuevos “armamentos de negación de capacidades del oponente”.
  3. Lateralización de las organizaciones multilaterales y casi desaparición de algunas de ellas por falta de financiación: sumada a la tensión internacional, la falta de orden o régimen internacional aumenta aquellas cuestiones relativas con “el interés nacional primero” y disminuye el compromiso con el multilateralismo. Hace algún tiempo, la demanda de reforma del Consejo de Seguridad de la ONU recreaba expectativas en relación con un más actualizado reparto de poder en ese seno ejecutivo formado por “los que cuentan”; sin embargo, hoy se ha relativizado su verdadero alcance, al tiempo que ha cobrado relevancia la fórmula del bilateralismo dentro del “formato G” (G-20, etc.).
  4. Estacionamiento e incluso fragmentación de la integración y complementación regional: la pandemia puso a prueba la “ensambladura” de la integración en Europa, un caso excepcional de tendencia supraestatal; si bien no se produjo ninguna ruptura, la respuesta al reto del virus fue más en clave nacional que colectiva, e incluso la situación fue oportuna para el despliegue de “poder suave” de Rusia y China en aquellos países más impactados por el coronavirus. En otros territorios de complementación, el impacto disruptivo del virus fue acaso menor que el distanciamiento llevado adelante por sus mismos protagonistas desde bastante antes de la llegada del coronavirus, por caso, el Mercosur.
  5. Creciente formalismo de los denominados “sitios comunes de la humanidad”: una de las manifestaciones de la “reconcentración” del poder de los Estados es la creciente relativización de aquellos sitios comunes y desmilitarizados, por caso, el espacio exterior, hace tiempo convertido en un “territorio” de rivalidades y militarizado (no armamentizado). Por otra parte, la adopción de posturas de defensa del medio ambiente por parte de actores con capacidad global de proyectar poder, encierra una estrategia de afirmación de intereses en determinadas “plazas geopolíticas” del mundo, una “diplomacia medioambiental de intereses”. Finalmente, en un mundo extraviado y bajo creciente desconfianzas, nada asegura que los tratados sobre “bienes de la comunidad internacional” no sufran presiones para ser revisados.
  6. Mantenimiento e incluso descenso de la cooperación internacional en segmentos o temas mayores: una de las causas que “facilitó” la expansión de la Covid-19 fue la falta de compromiso de los Estados con el Reglamento Sanitario Internacional (RSI), esto es, las iniciativas prioritarias que establece la OMS para prevenir a los países ante lo que se denomina una Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC). Antes, frente a otros brotes, también hubo demoras y desconfianzas[3]. Posiblemente, el temor ante un nuevo escenario de rebrote de un coronavirus más agresivo impulse un mayor compromiso interestatal en materia de información; pero también podría ocurrir que las suspicacias relativas con el verdadero origen del virus refuercen la soberanía estatal en detrimento de la cooperación internacional. Siempre debemos recordar que la cooperación entre Estados nunca estará por encima del “principio de la incertidumbre de las intenciones”.
  7. Estacionamiento y posible descenso de los precios energéticos: no existen demasiadas posibilidades para una suba importante del precio del petróleo; y ello se debe a que la oferta es grande y variada. Existen algunos datos relativos con la capacidad estadounidense para hacer rentable la explotación de petróleo de esquisto, aun con un precio bajo del barril; y por otro lado China se encontraría explorando el petróleo de origen bituminoso[4]. Para Rusia y Arabia Saudita, dos actores en pugna energética, ello será un serio inconveniente y, particularmente para el primero, exigirá acelerar los tiempos de modernización de su economía.
  8. Segmentación tecnológica: el posible curso del mundo hacia un ensimismamiento de los Estados implicará una mayor jerarquización en materia tecnológica y, por tanto, un seísmo geopolítico en términos tecnológicos que podría empujar a determinadas regiones a una mayor irrelevancia geoeconómica-estratégica. Hace poco más de un lustro la CEPAL advirtió sobre el aumento de la brecha tecnológica entre América Latina y los centros de avance tecnológico. Pero ello no solo ocurre en la región, sino, salvando las diferencias, en escenarios como Europa, que importa bienes y servicios digitales de Estados Unidos y China[5]. Muy posiblemente, la pandemia será el hecho fungible para que Europa considere la necesidad de desacoplarse de dichos centros.
  9. Ausencia de configuración entre Estados: la pandemia no va a empujar a los Estados a una gran conferencia sobre ordenamiento internacional. Seguramente se habilitarán canales de información y prevención más fluidos, pero en modo alguno ello implicará un orden. Las configuraciones entre Estados en la historia han sido resultado de una situación de guerra o del final de un régimen de poder, es decir, del final de un ciclo en el que hay vencedores y derrotados. Hoy no estamos ante estas situaciones; peor aún, existe una situación de “desglobalización” con tensiones internacionales mayores, es decir, disminución de interdependencias, más introspección nacional y rivalidades crecientes.
  10. Intensificación de la guerra bajo “nuevas modalidades”: durante las últimas siete décadas no volvió a ocurrir una confrontación militar generalizada, hecho que podría hacer suponer que la violencia se ha reducido en el mundo; sin embargo, en el siglo XXI la guerra es un fenómeno más difuso, más lábil, las mismas líneas que dividen la guerra y la paz se han ido borrando[6], pues las rivalidades entre los Estados escalan a través de medios no necesariamente militares sino a través de “territorios” no mensurables como la red. Pero también puede haber “guerra” entre Estados que no rivalizan, por caso, cuando un actor quiere alcanzar determinados objetivos políticos en la política, la economía, etc., de otro actor, recurriendo para “desresponsabilizarse” de ello a grupos conocidos como “hackers patrióticos”. En breve, las denominadas “guerras híbridas” se desarrollan a través de múltiples medios y pueden llegar a lograr, entre otros, cambios de regímenes políticos sin emplear un solo soldado[7].

En cuanto a lo que podemos denominar “lo terrible” en el mundo que seguirá a la pandemia, básicamente hay dos situaciones que suponen inquietudes mayores, particularmente la segunda.

Por un lado, el comercio entre Estados ha sido y podría ser un sucedáneo de un orden o configuración internacional que no hoy existe. No es lo mismo, pero en el estado de perturbación en que se encuentra el mundo el comercio es prácticamente el único segmento que sirve como inhibidor o amortiguador de conflictos. Si bien el comercio implica conflictos, basta considerar la relación entre China y Estados Unidos, una densa red comercial entre Estados tiende a que sus involucrados la preserven porque una ruptura terminaría siendo muy desventajosa.

Hay fuertes señales relativas con una posible contracción del comercio internacional tras la pandemia. Desde razones fundadas en nuevos dimensionamientos de la economía hasta un gran movimiento de relocalización de compañías de escala, pasando por crecientes enfrentamientos por aranceles, etc., un desplome del comercio internacional sería casi el último impacto a lo que queda del orden liberal de posguerra y, por tanto, a la misma estabilidad internacional. De allí que algunos expertos han priorizado el esfuerzo en pos de salvaguardar los principios de dicho orden[8].

En un contexto de crisis entre los poderes preeminentes, el hundimiento del comercio nos volvería hacia un panorama comercio-económico internacional con algunos inquietantes parecidos a los años siguientes a 1929.

Finalmente, la otra cuestión en clave inquietante tiene lugar en el segmento de las armas nucleares, donde el retiro de los poderes preeminentes de tratados centrales para la mantención del equilibrio nuclear puede dejar al mundo ante un horizonte desconocido.

En alguna medida (y bajo un poder nuclear muy superior), acaso se está dando una situación parecida a la que ocurrió en los años ochenta, cuando se hablaba de posibles escenarios de victoria en el terreno de la competencia nuclear, es decir, ir más allá del equilibrio nuclear con el fin no ya de disuadir al otro de no atacar, sino de persuadirlo en función de su supremacía nuclear, situación que solo ha ocurrido entre 1945 y 1949, cuando Estados Unidos tuvo el monopolio del artefacto atómico.

Por tanto, la contracara del alejamiento de Estados Unidos de tratados como el ABM, el INF y el de Cielos Abiertos, sería (más allá de lo que finalmente suceda con el único acuerdo sobre armas estratégicas, el START III) una modernización de sus capacidades nucleares con el fin de ir más allá de la “mutua destrucción asegurada”, esto es, lograr un primer (o, de ser necesario, un segundo) golpe incontestable.

Pero esta situación implicaría una nueva carrera armamentista con Rusia, a la que también habría que sumar a China, un país que pronto dispondrá de la triada nuclear, es decir, capacidad para lanzar sus cabezas nucleares desde tierra, mar y aire.

En este cuadro no podemos soslayar a los poderes nucleares que se encuentran fuera del Tratado de No Proliferación, como así aquellas intenciones de actores como Irán y otros que saben que el arma nuclear supone alcanzar la “seguridad absoluta”.

Lo terrible del mundo que sigue se completa con la posibilidad de que actores no estatales logren tal segmento de poderío u otro que implique posible exterminio masivo.

En suma, el mundo que sigue se compone de un contexto de continuidades que podrían acelerarse y de escenarios de inquietud mayor que, mientras los poderes preeminentes no moderen sus conflictos y sus enfoques estado-soberano-nacionalistas para intentar una configuración u orden, lo mantendrán entre una estabilidad endeble y un desequilibro imprevisible. 

* Doctor en Relaciones Internacionales. Su último libro se titula “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] Nicolás Maquiavelo. El príncipe. Barcelona: Altaya, 1993, p. 44.

[2] John Mearsheimer. The Tragedy of the Great Politics Power. New York, London: W. W. Norton & Company, 2001, p. 3.

[3] Sara Davies. “The Coronavirus and Trust in the Process of International Cooperation: A System Under Preassure”. Ethics & International Affairs, Carnegie Council, February 2020, <https://www.ethicsandinternationalaffairs.org/2020/the-coronavirus-and-trust-in-the-process-of-international-cooperation-a-system-under-pressure/>.

[4] Agnia Grigas. “Covid-19 Spells out new era for energy markets”, Atlantic Council, April 20, 2020. <https://www.atlanticcouncil.org/blogs/new-atlanticist/covid-19-spells-out-new-era-for-energy-markets/>.

[5] D.S. Hooda. “The Trayectory of future wars”. India Today, January 3, 2020, <https://www.indiatoday.in/magazine/cover-story/story/20200113-the-trajectory-for-future-wars-1633246-2020-01-03>.

[6] Andrew Korybko, Guerras híbridas. La aproximación adaptativa indirecta al cambio de régimen. España: Editorial Fides, 2017.

[7] Arsenio Cuenca. “El problema de Europa: la dependencia tecnológica de Estados Unidos y China”. El Orden Mundial, 28 de junio, 2020, <https://elordenmundial.com/dependencia-tecnologica-union-europea/>.

[8] Henry Kissinger, “The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter World Order”, Wall Street Journal Opinion, April 3, 2020, <https://www.wsj.com/articles/the-coronavirus-pandemic-will-forever-alter-the-world-order>.

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