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NI GUERRA NI PAZ EN EL MUNDO DEL SIGLO XXI

Alberto Hutschenreuter*

Alberto Hutschenreuter. Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 400 p.

Si tenemos que definir el actual estado del mundo en pocas palabras, “inquietud estratégica” serían sin duda las más apropiadas y pertinentes.

Hace ya un largo tiempo que el escenario internacional dejó de enviar señales que hicieran posible pensar “perfiles” o “imágenes” sobre un rumbo favorable de las relaciones entre los Estados en particular y, en un sentido más abarcador, de las relaciones internacionales en general.

Si hacemos un mínimo ejercicio de comparación entre el clima internacional que existía cuando finalizó la Guerra Fría, hace casi treinta años, y el que predomina hoy, las diferencias son notables. Entonces, el solo hecho relativo con un balance entre las conjeturas optimistas y las pesimistas decía por aquellos años que las posibilidades de cooperación entre Estados contaban con realidades suficientes como para considerar un nuevo orden “en puerta”.

En efecto, sin rivalidad bipolar, sin pugnas ideológicas ni geopolíticas, con sanción militar para aquel que desafiaba los principios del derecho internacional y con una centralizadora globalización que repartía oportunidades para el crecimiento e incluso el rápido desarrollo, el mundo parecía contar con robustas chances para afianzar un patrón de concordia.

Y, aunque había sombras que cubrían parte del clima esperanzador, la lógica pro-orden internacional se mantuvo; hasta que los sucesos ocurridos el 11-S-2001 pusieron fin al ciclo de la globalización e iniciaron una etapa de hegemonía militar estadounidense que absolutizó la soberanía de Estados Unidos y relativizó la de aquellos que opusieran reparos a la lucha contra el terrorismo global.

El crecimiento de China, el reordenamiento interno de Rusia, la convergencia de ambos con Estados Unidos en su lucha central por entonces, los buenos precios de las materias primas, el “arrastre” de la globalización, etc., implicaron el mantenimiento de una esperanza precaria. Pero el clima de los primeros años de los noventa ya había desaparecido.

A partir de la crisis financiera de 2008 el mundo comenzó a tomar una dirección que acabaría por extraviarlo. Desapareció cualquier posibilidad de volver a “anclar” las relaciones internacionales a una versión “2.0” de la globalización y la lógica de rivalidad entre Estados fue el patrón que se restableció. Aunque nunca había dejado de estar en el núcleo de la política entre Estados, algunos expertos, por caso, Sergei Karaganov o Walter Russell Mead, comenzaron a hablar del “retorno de la geopolítica”, sobre todo a partir de los sucesos de Ucrania-Crimea, un hecho que profundizó el estado de hostilidad entre Occidente y Rusia.

La relación entre esos dos actores se tensó, al igual que las relaciones entre China y Estados Unidos. En Oriente Medio, los sucesos en Siria dejaron ver un conflicto con múltiples anillos en los que estaban involucrados todos, los poderes locales, los regionales y los globales. Una verdadera “caja estratégica” en la que pugnaban régimen contra oposición, Estados contra actores no estatales, insurgentes contra insurgentes, Estados contra Estados.

Para fines de 2019, a las puertas de una pandemia de alcance global entonces insospechada, todas las placas geopolíticas principales del mundo se encontraban bajo estado de tensión o de ni guerra ni paz; el gasto militar en el mundo era el más elevado de la década; el multilateralismo experimentaba un estado de declinación sin precedentes; un extraño estado de “desglobalización” se había extendido, al tiempo que se reafirmaban posiciones estato-nacional-soberanas; el nacionalismo (incluso en su versión “biológica” en algunos casos) se ensanchaba aun en el territorio de la Unión Europea; Estados Unidos, Rusia, China, más una larga lista de potencias medias de reciente ascenso desarrollaban planes de contingencia militar; cayeron tratados clave en materia de armamentos estratégicos entre Estados Unidos y Rusia; una nueva “revolución en los asuntos militares” se había desplegado en los poderes preeminentes y algunos poderes medios…

Por entonces, las “imágenes” internacionales estaban dominadas por el pesimismo. No había lugar ni siquiera para una que anticipara un curso relativo o vagamente favorable. Desde las analogías con el período internacional pre-1914 y post-1929 hasta escenarios de cooperación declinante entre Estados Unidos y China y de casi ruptura entre Occidente y Rusia, pasando por proyecciones relativas con un mundo sin control sobre los robots, todas implicaban contextos de disrupción internacional.

En ese contexto, la pandemia, el primer virus global, provocó una especia de interrupción de las relaciones internacionales. Mientras pocos consideran que cuando la situación se modere, los países, conmocionados como sucedió tras la guerra de 1914-1918, dejarán de lado los intereses y se volcarán a la cooperación, otros muchos sostienen que poco cambiará en el mundo.

Aquí advertimos que no solo nada cambiará, sino que la pandemia fungirá como el hecho para que muchas de las realidades deletéreas continúen de modo más rápido, incluso aquellas situaciones donde predomina la hostilidad podrían experimentar un agravamiento como resultado del incremento de suspicacias. Por caso, es posible que las relaciones entre China y Estados Unidos, que se resintieron bastante antes de la llegada de la pandemia, se mantengan riesgosamente por debajo de la línea de mínima cooperación, según recientes análisis.

La situación es crítica, pues no existen siquiera indicios sobre una posible configuración internacional que implique estabilidad a partir de ciertas pautas pactadas y acatadas. Peor aún, aquellos poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de impulsar un orden o principio se encuentran en una situación de rivalidad e incluso hostilidad. Y más todavía, la rivalidad es prácticamente integral, es decir, todos los segmentos de sus relaciones están atravesados por conflictos.

En este entorno, resulta cada vez más difícil dar lugar a aquellos enfoques que tienden a considerar que la “Paz Larga” que existe desde 1945, es decir, la ausencia de una guerra entre potencias, está destinada a convertirse en una “regularidad”.

En un trabajo publicado en la entrega de noviembre de 2020 de la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs, denominado “Coming Storms.The Return of Great Power”, su autor, Christopher Layne, nos advierte que “la historia demuestra que las limitaciones de guerra entre grandes potencias son más débiles de lo que suelen parecer”. Para este autor, la competencia que existe entre Estados Unidos y China tiene un alarmante paralelo con la que mantenían antes de 1914 Reino Unido y Alemania.

Así como Raymond Aron encontraba en la Gran Guerra el equivalente a la Guerra del Peloponeso, es decir, el temor de los poderes occidentales al poder de Alemania fue el que llevó a la confrontación (como el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas los arrastró a la guerra), Layne considera que el crecimiento de China en el siglo XXI plantea un desafío al poder estadounidense (como el que Alemania planteó al del Reino Unido). Un desafío que se funda en la necesidad china de ser reconocida por Estados Unidos como su igual. No sabemos cuál podría ser el desenlace.

Las referencias anteriores son por demás importantes, no solamente por la reputación de los autores, sino porque debemos pensar en un mundo posible, es decir, un mundo sobre la base de las realidades y las experiencias, no sobre las pretensiones y creencias. En las relaciones entre los Estados, la esperanza con base en las creencias construidas desde aspiraciones jamás será una alternativa ante la prudencia con base en certidumbres sustentadas en la experiencia.

Y la realidad nos dice que la anarquía entre las unidades políticas continúa siendo, más allá de las interdependencias y la conectividad internacional, la principal característica de las relaciones interestatales e internacionales. No implica caos la anarquía, pero sí descentralización, es decir, ausencia de un gobierno central.

Asimismo, los Estados continúan siendo los sujetos centrales en esas relaciones, y la defensa (y a veces promoción y proyección) de sus intereses y la autoayuda continúan prevaleciendo sobre cualquier otra situación, aun considerando el más extenso alcance que puedan llegar a lograr las compañías multinacionales, las organizaciones intergubernamentales y todo ascendente del multilateralismo.

Por su parte, la experiencia nos dice que los tiempos internacionales desprovistos de configuración u orden alguno se vuelven cada vez más inestables, pues los Estados afirman su autopercepción nacional como consecuencia del aumento de la desconfianza o de la incertidumbre de las intenciones frente a los demás.

La gran incertidumbre del siglo XXI se encuentra en el hecho relativo con que no podemos saber si llegaremos a una nueva configuración internacional de un modo “suave”, esto es, a través de crecientes niveles de cooperación entre los poderes preeminentes, que necesariamente implicarán pactos realistas, es decir, nada que se parezca al Pacto Kellog-Briand (firmado en 1928, por el que sus 15 signatarios se comprometían a no usar la guerra como mecanismo para resolver sus disputas), por tomar un caso categórico, al que apropiadamente el polemólogo Gaston Bouthoul calificó como un “pacto de renuncia a las enfermedades”; o si lo haremos a través de un acontecimiento “acelerador de la historia”, es decir, una nueva prueba de fuerza interestatal.

Si es por medio de la cooperación, la que necesariamente deberá fundarse en determinados propósitos comunes por parte de los actores mayores, por vez primera los Estados habrán logrado pasar, sin descender a la violencia, de un creciente desorden internacional a un estado de concordia como posible umbral de un orden que proporcione estabilidad. Si es por medio de la violencia, se habrá repetido una conocida regularidad interestatal, aunque casi absolutamente desconocido será el grado de una nueva barbarie entre Estados como así sus secuelas.

También ello implicará otra regularidad en las relaciones entre Estados: la relativa con que la última guerra siempre es la próxima guerra.

El mundo es lo que hacen de él, suelen señalar aquellos enfoques no basados en el realismo. En rigor, el mundo es (y seguirá siendo) lo que siempre han hecho de él.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

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EL ESTRECHO DE MALACA: CHINA ENTRE SINGAPUR Y LOS ESTADOS UNIDOS

Giancarlo Elia Valori*

Según los datos de la Administración de Información Energética de los Estados Unidos, más del 30% del comercio marítimo de petróleo crudo pasa por el mar de China Meridional. Más del 90% del petróleo crudo que llega a ese mar pasa por el estrecho de Malaca, es decir, la ruta marítima más corta entre los proveedores de África y el golfo Pérsico y los mercados de Asia, lo que lo convierte en uno de los principales centros geográficos de oro negro del mundo.

El factor clave es que muchas materias primas y materiales para el desarrollo de la energía deben pasar a través de este Estrecho. En la actualidad, el transporte de mercancías entre los países de Asia oriental, Europa y África debe usar el estrecho de Malaca, controlado por Singapur, como una ruta —siempre que sea rápido.

El 24 de septiembre de 2019, Singapur y los Estados Unidos firmaron el Protocolo por el que se modifica el Memorándum de Entendimiento de 1990 sobre el uso de las instalaciones en Singapur.

Singapur había propuesto utilizar buques de guerra estadounidenses, convirtiéndose así en la mayor base militar estadounidense de Asia. La 7ª Flota de los Estados Unidos y sus buques, incluidos los portaaviones y otros buques grandes, proporcionan servicios logísticos y de mantenimiento y amplían en gran medida el control militar.

La 7ª Flota puede cruzar el estrecho de Malaca, entrar en el océano Índico y el mar Arábigo y llegar a la región del Golfo en 24 horas. Los buques militares estadounidenses en todos los puertos del Estrecho se pueden utilizar sin previo aviso. A este respecto, los Estados Unidos también están cooperando activamente con Malasia, Filipinas, Brunei, Tailandia y otros países del Sudeste Asiático.

Estados Unidos ha desplegado armas y equipos más avanzados en Singapur. Mientras haya disputas militares en el este y el sudeste asiático, los Estados Unidos bloquearán inmediatamente el estrecho de Malaca y, por lo tanto, controlarán todo el sistema de transporte de petróleo crudo. En caso de conflicto, el estrecho de Malaca podría bloquearse fácilmente, lo que dejaría a China sin recursos energéticos cruciales.

Aunque las reservas estratégicas de petróleo chinas se envían desde países vecinos, es difícil continuar durante más de 60 días solo con reservas. Mientras tanto, Estados Unidos está utilizando el mercado financiero para aumentar drásticamente los precios de la energía y posiblemente iniciar una guerra económica.

Si el estrecho de Malaca está bloqueado, China no tiene suficientes suministros de energía almacenados y puede sostener la situación durante un lapso de tiempo muy corto. Hay que añadir que todas las operaciones militares se retrasarían.

Singapur es un país tradicionalmente amigable con los Estados Unidos. La razón es la misma que la de Japón, porque los Estados Unidos tienen intereses en el Lejano Oriente, mientras siguen rodeando a China, tratando así de romper “el collar de perlas”.

Los Estados Unidos apoyan a Singapur, que tiene cierta influencia en el sudeste asiático porque no tiene vecinos fuertes. Con vistas a la gestión del transporte marítimo, lo más importante es tener fuerzas armadas fuertes. Hasta que el país pueda ser conquistado por la fuerza, el modelo de desarrollo financiero y comercial conduce a una tasa de éxito muy alta.

Singapur tiene una superficie de solamente 721,5 kilómetros cuadrados, menos que la provincia de Lodi, Lombardía. Sin embargo, su gasto en defensa es tres veces superior al de la vecina Malasia y representa alrededor del 3,1% de su PIB, que es más o menos el mismo que el poder militar ruso (3,9%). Esta es la versión del sudeste asiático dirigida por el Reino Unido, un aliado tan cercano de los Estados Unidos para ser considerado la quincuagésima primera estrella en su bandera.

Si Singapur quiere controlar su propio poder en el estrecho de Malaca, debe contener y frenar a China. Sin el estrecho de Malaca, no habría centro marítimo que absorbiera las fuerzas comerciales y financieras circundantes. Mientras el puerto de aguas profundas —donde pueden atracar grandes flotas militares y comerciales— esté bien establecido, el lugar de entrega/paso de las materias primas en el sudeste asiático, desde Cercano y Medio Oriente, la UE y África, será inevitablemente Singapur.

Ésta es la razón por la que —aunque China también tiene un enorme mercado de exportación— muchos de los productos a granel estarán esperando en la fila para pasar por las “Horcas Caudinas” de Singapur.

Desde 2015 existe un plan que podría romper el equilibrio. La ruta comercial hacia el océano Índico a través del estrecho de Malaca tiene problemas con piratas, naufragios, nieblas, sedimentos y aguas poco profundas. Su peligrosidad es dos veces más alta que la del canal de Suez y cuatro veces más alta que la del canal de Panamá.

Una ruta alternativa más corta es construir un canal en el istmo de Kra, Tailandia. Esto permitiría ahorrar tiempo y reducir los gastos de envío a medida que la ruta se acorta 1.000 kilómetros. Las empresas estales LiuGong Machinery Co. Ltd y XCMG, así como la compañía privada Sany Heavy Industry Co Ltd, han tomado la iniciativa de crear un grupo de estudio para la construcción del Canal Kra. La conexión artificial de 100 kilómetros con el océano Indico beneficiaría no sólo a China y la ASEAN, sino también al comercio de Japón y otros países, incluida la UE.

Tailandia se encuentra en el centro de la península de Indochina y conduce a la importante región del Mekong y el sur de Asia. Este canal artificial estaría a unos 100 kilómetros del mar de Andamán y el golfo de Tailandia, por lo que la zona comercial del Sudeste Asiático no debería pasar por el estrecho de Malaca.

Sin embargo, según una encuesta realizada hace cinco años, sólo el 30% de los tailandeses estaban a favor de la construcción del canal y al menos el 40% de ellos se oponían a él, por temor a que pudiera causar agitación política en Tailandia, incluidos los daños ambientales y la corrupción por parte del gobierno tailandés. Se estaba intentando transmitir la sensación de que el pueblo tailandés se oponía a tal iniciativa.

Es obvio que hay oponentes claros: el más grande es Singapur, por supuesto. En esa coyuntura, el comercio marítimo en Asia oriental y sudoriental abandonaría la polis, lo que perdería su importancia como baluarte marítimo e incluso podría perder la protección de los Estados Unidos. Sin embargo, el 16 de enero de 2020, la Cámara de Representantes de Tailandia decidió crear un comité para estudiar el proyecto del canal tailandés.

El Canal Kra sería muy rentable para China. Los países afectados, a saber, Camboya y Vietnam, siguen dudando. Tailandia quiere que China contribuya con dinero y equipo, pero teme el control indirecto de China.

El Canal Kra sería controlado por China. Tailandia puede no operar y ejecutarlo según lo planeado, pero cosecharía los mayores beneficios de ella. Por lo tanto, aunque los peajes del canal puedan ser mucho más bajos que el costo de desarrollo, China todavía estaría dispuesta a alentar a Tailandia a implementar el proyecto con miras a crear otra ruta que eluda el control estadounidense. China también está animando activamente a Myanmar a construir un oleoducto que conecte Yunnan con los puertos birmanos.

China está dispuesta a invertir significativamente y el objetivo es eludir el control de Estados Unidos, que ha bloqueado completamente a China desde las islas del Pacífico hasta el sudeste asiático.

China necesita energía y alimentos que no puede producir y los Estados Unidos están tratando de manejar estas dos debilidades “moviendo a Singapur en el tablero de ajedrez”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos son el ejemplo más llamativo de “comunidad vertical” y “continuidad horizontal”, a la que se aplica el principio de “ataque cercano y remoto”. Esto se refiere a la brecha de poder económico, no a kilómetros como vuela el cuervo. La estrategia de los Estados Unidos consiste en establecer un objetivo a largo plazo para evitar que los competidores produzcan y desarrollen.

Los países que tienen una gran brecha de poder económico frente a los Estados Unidos se definen como “muy lejanos”, mientras que los otros cercanos a los Estados Unidos en términos de poder económico y fuerza se definen como “cercanos”. Como resultado, el vecino siempre molesta y causa molestias en el mundo como es el caso cuando vive en un bloque de pisos.

La estrategia de Estados Unidos está diseñada para ayudar y apoyar al bando más débil en la guerra económica —no importa si es una dictadura o un régimen oscurantista y reaccionario— con el fin de luchar contra el bando fuerte y lograr la supremacía del poder. Este equilibrio puede prevenir efectivamente el surgimiento de una potencia hegemónica que representa directamente una amenaza económico-militar para los Estados Unidos. Apoyar a Singapur, Taiwán y Japón ciertamente no es un acto de humanismo y aferrarse a las petromonarquías “medievales” del Cercano Oriente no significa fortalecer la tan cacareada democracia.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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TRAYECTORIA ESTRATÉGICA DE LA REPÚBLICA POPULAR CHINA EN AMÉRICA LATINA EN LA ETAPA POST COVID-19: EPÍTOME DE UNA TENDENCIA GLOBAL.

Ehsan Sherbi*

Desde comienzos de la década de 1970 los niveles de crecimiento en China han mostrado la capacidad de desarrollo de una nación que emergió del atraso económico para acoplarse al mercado global y competir “a pari” con las potencias occidentales, siendo hoy la segunda economía del mundo. Este progreso trajo consigo que la República Popular China intente consolidarse en otras dimensiones como son las relaciones exteriores: profundizando sus mecanismos para la integración, la cooperación y la concertación en el sistema internacional.

Sin embargo, aquellos elementos tangibles que corresponden a la dimensión económica como son: la producción y el comercio internacional en un mundo globalizado y altamente interdependiente ha propiciado que China viéndose a sí misma capaz de asignar su voluntad en la agenda externa como hegemón internacional logre diseñar en las ultimas décadas planes ligados al campo político y estratégico-militar de modo perceptible que emergen gradualmente en todas las regiones del planeta (por ejemplo en África y Sudeste Asiático). Este avance progresivo, con diferentes matices en la geografía mundial, ha puesto nuevamente en alerta a las potencias occidentales durante la pandemia del Covid-19.

En la actualidad, y transitando todavía los embates de la pandemia, se han exteriorizado interrogantes en todos los niveles de la política exterior sobre el lugar que ocupa China en el contexto de la crisis sanitaria, no solo asociada al campo de la salud, sino a todas las variables trascendentes de la realidad humana. A modo de ejemplo, y cristalizando el cumulo de evidencias que presenta la realidad: los efectos regresivos de la pandemia en el globo han permitido a China posicionarse en el tablero de ajedrez mundial de un modo visiblemente más ventajoso, resintiendo a las potencias occidentales en lo económico, político, lo social y la seguridad. 

En el plano general de los países latinoamericanos, los efectos del COVID-19 han engendrado situaciones enormemente críticas que se han fusionado con la degradación de la estabilidad regional, potenciando los niveles de toxicidad estructural de los factores económicos, sociales y políticos.

 

En la subregión sudamericana durante el periodo 2019-2020 podemos ejemplificarlo con diversos pináculos de conflictividad social (Chile), inestabilidad institucional (Perú y Bolivia), crisis económica (Argentina) y Venezuela que conjuga todos los vicios estructurales juntos, que por añadidura, suma a la violación sistemática de los Derechos Humanos (ONU; 2020) y la crisis migratoria como característica “in extremis” de un régimen fallido. En el caso de Chile, se están manifestando rasgos de estabilización debido al referéndum para promulgar la nueva constitución y en Bolivia se ha consagrado un nuevo gobierno luego del golpe cívico-militar. En torno a la crisis venezolana las últimas elecciones —que han tenido como característica la falta de sustancialidad democrática y de escasa afluencia del electorado— ha generado el rechazo de numerosos países del continente. En cuanto a Brasil, Colombia, Uruguay y Ecuador se muestran más estables a pesar de las coyunturas propiciadas por la pandemia.

Ahora bien, cabe formular los siguientes interrogantes sobre ¿cómo repercutirá la estrategia de la República Popular China en América Latina? considerando subyacentemente que las potencias occidentales, en especial Estados Unidos, reformulen sus criterios y acciones en las relaciones internacional con el gigante asiático. Paralelamente suponer si ¿Son los instrumentos económicos utilizados por China una llave de acceso para el posicionamiento estratégico militar en América Latina? Y reflexionar si ¿Pueden los países de Latinoamérica sostener los vínculos económicos con China sin ceder en el plano político y militar, especialmente cuando se intensifica la inversión extranjera directa del país asiático en toda la región? 

Intereses estratégicos claves de la expansión China y vulnerabilidades latinoamericanas pivotantes

En el último tiempo, muchos países de América Latina vienen definiéndose dentro de la llamada “neutralidad activa” frente al conflicto comercial entre Estados Unidos y China, en cierto sentido, marca una aceptable cautela responsable por parte de los países que deben sostener las relaciones bilaterales de manera armónica con ambas potencias. Empero, si a futuro el conflicto llegara a desbordar hacia el plano político y militar, resultará complejo para los gobiernos de la región sostener dicha neutralidad. En otra categorización asociada, resulta atractivo para muchos gobiernos de la región acceder a los recursos que ofrece China para llevar adelante planes, programas y proyectos de políticas públicas; ya que suponen capitales con menores exigencias burocráticas, pero que se ciñen en las demandas de orden estratégico de mediano y largo plazo en favor de Beijing.

Relevando y considerando el histrionismo decisorio de las elites políticas actuales de la región, podría consentirse al gigante asiático a tejer una profunda red de vínculos de dependencia heterogénea con los diferentes gobiernos —que se manifiesten permeables— y logren definirse políticamente con China en el plano diplomático. En esa misma línea, debería inferirse en un hipotético escenario futuro de subordinaciones plenas o forzosas al régimen chino. Ya que como se conoce, no se sustenta en los valores de las democracias occidentales y que en el caso de Latinoamérica —con las experiencias de inestabilidad que existe en Perú, la ocurrida en Bolivia y la profundización de los regímenes en Venezuela, Cuba y Nicaragua— promocionan una mayor penetrabilidad para la injerencia externa en la región. Sumando una escalada de tensiones con EE.UU.

En el abanico de países de la región pocos podrían diferenciar y marginar por un lado, las “relaciones comerciales” y por el otro, “las alineaciones políticas en las relaciones exteriores” si confluyesen en la dependencia económica y financiera con China. En este sentido, estarían forzados en el futuro a apoyar fácticamente a Beijing en los escenarios de conflicto internacional, a pesar de las contraindicaciones que surjan con las potencias occidentales, especialmente con Estados Unidos, que concibe al continente como un espacio geográfico vital. Un ejemplo de ello, es la búsqueda itinerante de apoyo internacional a China para desconocer la soberanía de Taiwán a cambio, claro está, de ayudas en el plano de la cooperación económica. La evidencia explicita se cristaliza en la penetración de la ayuda bilateral china en los países más frágiles del Caribe y América Central que han roto los lazos diplomáticos con Taiwán (Costa Rica, Panamá, Rep. Dominicana y El Salvador). Vale recordar que Cuba soltó lazos con Taiwán en la década de 1960. En sintonía con lo descrito, la degradación del multilateralismo en el continente americano facilitó a China expandir su influencia mediante acuerdos independientes con cada país receptor.

En lo atinente a los intereses chinos en América Latina podemos decir que hasta la actualidad se han centrado en el intercambio comercial del sector primario (materias primas) y secundario (productos industrializados). Sin embargo, el sector terciario (servicios) se encuentra en expansión. Vale destacar también, el incipiente incremento de las inversiones directas, indirectas y de portafolio que poseen los actores económicos chinos en la región. Sin olvidar los apoyos de China para obtener y facilitar líneas crediticias en el espectro financiero (banca comercial y banca de desarrollo). Entre los datos más destacados China desde 2005 a 2018 ha prestado la suma de 141 mil millones de dólares en la región (GALLAGHER Y MYERS; 2018). La iniciativa china llamada de Franja y Ruta sirve de plataforma multiplicadora para facilitar el desarrollo de su estrategia en América Latina. 

China durante la pandemia del Covid-19: ocho actitudes ostensibles.

1. Durante las últimas siete décadas han brotado de China numerosas epidemias como: gripe H1N1, gripe aviar H5N1; gripe de Hong Kong H3N2; Gripe Asiática H2N2; SRAS; Covid-19 (SOTERAS; 2020). Estos fenómenos de orden sanitario ponen en tela de juicio diferentes responsabilidades, actitudes políticas y éticas del gobierno de la República Popular China frente al mundo.

2. En su discurso político, el gobierno de China ha intentado mostrarse como una “potencia colaborativa” con el mundo aunque no ha realizado aportes sustanciales de cooperación a los países más pobres del planeta; entre los que se incluyen muchos de América Latina y el Caribe. Por el contrario, el gobierno chino ha especulado con la información desde el inicio del brote en Wuhan y se ha visto beneficiada económicamente por la venta de bienes de capital e insumos de la salud en el mercado internacional de modo exponencial.

3. China no ha publicado información sobre el origen del Covid-19 y el impacto real en su población.

4. El gobierno chino no asimiló ninguna responsabilidad jurídica por la propagación silenciosa en los primeros meses de la pandemia que afectó catastróficamente a Europa y luego al planeta.

5. China durante el 2020 crecerá 1,9% en su PIB. Mientras que el resto de los países se verán retrotraídos en su economía y conseguirán recuperarse normalmente en 2022.

6. La pandemia se sumó como una variable más al conflicto entre EE.UU. y China. Tópico que compete seriamente a los países de América Latina y el Caribe en la construcción de vínculos con la potencia continental.

7. La agenda China en América Latina no cesó durante la pandemia aunque numerosos proyectos de infraestructura se lentificaron. En países como Argentina la agenda bilateral con China mostró un dinamismo relevante. Otros casos como el de Jamaica han elevado la alerta de EE.UU.

8. Las cuarentenas desplanificadas afectaron objetivamente las economías occidentales y en especial a los países latinoamericanos donde se resintieron las cadenas de valor, la producción y la dotación de servicios en todas las ramas de la economía, dejando a millones de personas sin trabajo. Mientras que en China no hubo detenimiento del sistema productivo a pesar de haber exteriorizado el cumplimiento de los protocolos sugeridos por la OMS, y en el caso de Wuhan, se retomaron las actividades en su plenitud rápidamente.

China y la provisión de armamento en América Latina: Algunos elementos que van “más allá del negocio”.

Desde el inicio del siglo XXI los países latinoamericanos y caribeños han comenzado a abastecerse del sector industrial militar chino. Si bien los contratos que se han realizado en estos últimos veinte años no han sido cuantiosos, muestra el interés de la potencia asiática para abrir y expandir nuevos mercados que latentemente pueden sumar demandas en dicho sector. Entre los países que han adquirido material militar se encuentran, Argentina, Bolivia, Venezuela, Perú, Trinidad y Tobago, Uruguay, Ecuador y Costa Rica. A propósito, debe acentuarse que los estados que poseen embargos de armas o impedimentos se encuentran intensificando su relación en el sector de la industria militar con Beijing.

A primera vista, la expansión del mercado de armas chino en la región no se presenta como un hito en el intercambio tecnológico (menos en su transferencia), pero si manifiesta un interés por  ampliar su influencia estratégica. De hecho, China comienza a potenciar sus relaciones en la región compitiendo con Rusia, quien también se presenta como potencial aliado político y proveedor de sistemas de armas.

Debe enfatizarse que la expansión regional de China (inicialmente basada en el intercambio) aumenta las tensiones con EE.UU. debido a que, la penetración de Beijing, comienza a intensificarse en los aspectos políticos y militares, que si bien no se ha materializado con la instalación de bases, muchos países concuerdan ideológicamente en su rivalidad con los Estados Unidos. De manera implícita, el estado latente de un conflicto militar entre EE.UU. y China debe tenerse en consideración y, en el caso de materializarse, la región latinoamericana y caribeña tomaría un rol protagónico como sucede actualmente en el Mar de la China Meridional, donde muchos gobiernos de la región han cristalizado su postura antagónica con China en las relaciones internacionales (es el caso de India). ELLIS, E. (2020) sostiene: En el contexto de hostilidades a gran escala con los Estados Unidos u otras potencias importantes, las relaciones militares de la República Popular China en la región probablemente se utilizarían en todas las etapas de la campaña de alcance global necesaria para librar ese conflicto. Las relaciones militares se podrían utilizar junto con la influencia política y económica para convencer a los estados de la región de que apoyen la posición china, o al menos, de abstenerse de apoyar a los Estados Unidos, ya sea a través de votos en órganos internacionales, apoyo económico o financiero.

Consolidación de la estrategia en América Latina y el Caribe: posibles impactos futuros.

a. En primera medida, China persigue el objetivo de aumentar el vínculo económico incrementado paralelamente la influencia política en un esquema de dependencia escalonada: mediante inversiones directas, el comercio exterior, las finanzas y los grandes proyectos de infraestructura, etc. Es decir, que América latina y el Caribe se presentan como una extensión de la Franja y Ruta (KOOP; 2019). Empero, no hay que perder de vista que la envergadura de China (en todas sus variables) provocará en los países una situación de dependencia profunda amplificada por concepciones de la política y las nociones del poder que para los modelos democráticos latinoamericanos está en las antípodas (a excepción de Venezuela y Cuba). De hecho, el modelo autoritario chino va en la vía contraria a la democracia occidental, principalmente porque el régimen de Beijing ve como inadmisibles a las ideas que no estén contenidas en la ideología comunista. La “anulación de la heterogeneidad” es la principal diferencia que tiene el régimen chino con las concepciones occidentales en el campo de la ideología y la representatividad política.

b. Las potencias occidentales podrían esbozar y ejecutar medidas para morigerar o detener el avance chino: probablemente, en la etapa post Covid-19 se establecerán nuevas alianzas estratégicas a nivel internacional que aglutinen a los países que observan una amenaza real de China en el campo político-militar. Las potencias occidentales reconfigurarán la perspectiva sobre Beijing luego del trágico balance negativo que presente la pandemia y sus derivaciones en el plano económico y político.

c. Sería notorio que aquellos países de Latinoamérica y el Caribe que decidan alinearse políticamente con China —fomentando su estrategia global— resientan las relaciones bilaterales con las potencias del hemisferio occidental. Quedando relegadas en todos los lineamientos del desarrollo económico promovidos por EE.UU. y Europa. Las alineaciones en el campo estratégico-militar que se establezcan a futuro con China, de parte de los países latinoamericanos, resultarían un punto de inflexión para la historia del hemisferio americano y provocarían una escalada de tensiones —que no solo se restringirán a la relación bis a bis con EE.UU.— sino también entre miembros de las subregiones.

d. El acercamiento de algunos países latinoamericanos a los intereses estratégicos de China, a cambio de recursos e inversiones, obligaría a EE.UU. a tomar medidas que pueden variar de acuerdo con lo perjudicial que se manifiesten a corto y mediano plazo.

e. Luego de la pandemia es probable que aumente el descontento social y político hacia China por los efectos del covid-19 en los países occidentales. Algunas encuestas en Europa ya marcan esta tendencia social que impactará en la toma de decisión política a corto plazo, ya sea por demandas sociales o como un instrumento de discurso y acción gubernamental.

f. Si bien, China posee una exitosa estrategia económica a nivel internacional y muestra una voracidad notoria en el plano del comercio internacional, todavía no ha logrado sintonizar políticamente en la mayoría de las regiones del mundo en el espectro ideológico y cultural. En este último punto, China intentaría plantear nuevos modos de inocular su cultura desde una perspectiva más explícita. Dar inicio a una nueva manifestación para la propagación de la cultura china como pivote para la consolidación de su estrategia global en el campo político y económico.

g. Desde el punto de partida práctico, las relaciones bilaterales con China tienden a ser disfuncionales porque los modelos de gobierno y planificación son opuestos. Mientras la mayoría de los países de América Latina planifican a corto plazo, China lo hace a largo plazo. En este sentido, la estructura de negociaciones de orden político quedan desequilibradas porque las demandas de China responden a una visión estratégica de orden mundial y los planes de los países latinoamericanos a una agenda de corto plazo orientada a medidas paliativas de orden económico que impacte en la política interna. Vale recordar que China ya es un gran socio comercial en la región y eso le permite utilizar su posición para exigir el cumplimiento de demandas que exceden el carácter económico.

h. Es factible que las tensiones que se den en el futuro incorporen medidas para readecuar el comercio internacional y prescindir de las manufacturas producidas en China para reducir paulatinamente la dependencia en las cadenas de valor global.

i. La puja económica en el mercado global y la consolidación en América Latina: el enfrentamiento por la supremacía tecnológica y el dominio del ciberespacio; la explotación de minerales; las inversiones en energía e infraestructura de grandes obras públicas; la participación en el sector del acero y el cemento; evolución de la compra de alimentos a estructurar bases en los agronegocios con la adquisición de tierras; incrementar la participación en el sector financiero; y dominar las cadenas de valor global, podrían ser algunos elementos de fortalecimiento de la agenda china en América Latina para el futuro inmediato. Como también, el interés chino por controlar e influir en distintos puntos estratégicos del globo que podría materializarse obteniendo concesiones de vías navegables y la inversión en infraestructura portuaria, tanto en Sudamérica como en los países del Caribe.

j. Optimizar el rol de China para ganar mercados del sector de industrias de defensa y estimular un esquema de donaciones de material militar a fuerzas armadas de latinoamericanas como gesto diplomático.

k. Con el objetivo de establecerse firmemente en el continente americano definirá, recurrirá e intensificará planes integrales en las económicas latinoamericanas que se mantendrán deprimidas económicamente en la etapa posterior a la pandemia.

La pandemia del Covid-19 continúa transfigurando al mundo en todas las variables y repercutirá en los países occidentales, en especial Latinoamérica que ha sufrido en el plano sanitario y económico de manera aguda. En este contexto, la estrategia de la República Popular China en América Latina toma auge para posicionarse en el área de influencia de EE.UU. mediante mecanismos de cooperación económica que pretenden consolidar también la presencia estratégica en la región.

Por ende, debe considerarse que las potencias occidentales, en especial EE.UU., reformulen sus criterios y acciones en las relaciones internacional con el gigante asiático. Hay que considerar que los instrumentos económicos utilizados por China son una llave de acceso natural para el posicionamiento estratégico militar en América Latina debido a que los países tendrán como condiciones implícitas el apoyo a Beijing en el futuro, en estos términos, y como ya lo han hecho muchos estados de la región en los organismos supranacionales, la alineación económica confluirá, para muchos países, en una alineación política y militar.

* Especialista en Seguridad Internacional, Geopolítica y Estrategia. Licenciado en Ciencia Política, con especialización en Administración Pública, por la Universidad Nacional de Rosario, Obtuvo el título de posgrado de Magister en Defensa Nacional de la Escuela de Defensa Nacional Argentina (UNDEF). Ha cursado la Maestría en Gestión de la Ciencia, La tecnología y la Innovación en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Conforma el Comité Nacional de la Cámara Argentina de Profesionales en Seguridad integrada (CAPSI), siendo el coordinador de cooperación Internacional.

Referencias

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KOOP, F. (2019). La Franja y la Ruta, la nueva cara de China en América Latina. El segundo foro de la Franja y la Ruta se desarrolla en Beijing a la par de que la iniciativa enfrenta desafíos diplomáticos. Dialogo Chino. Abril, 2019. En: https://dialogochino.net/es/infraestructura-es/26121-la-franja-y-la-ruta-la-nueva-cara-de-china-en-america-latina/

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SOTERAS, A. (2020). Las otras epidemias que brotaron en China. EFE-SALUD. Enero 2020. En: https://www.efesalud.com/epidemias-china-coronavirus-neumonia/

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