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EN DEFENSA DEL HISTORICISMO

Nicolás Lewkowicz*

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El mundo contemporáneo solo puede ser entendido a través de las herramientas interpretativas que provee el historicismo. El historicismo aboga que la historia es resultado de causas y efectos y que, por lo tanto, no hay individuo ni colectividad que quede afuera del devenir histórico. Esta perspectiva otorga al individuo la posibilidad de operar con una visión activa de la historia.

Una visión activa de la historia conlleva la posibilidad de convertirse en la portadora de los logros que le han sido legados por una tradición de la que es parte por pertenecer a un ámbito sociológico específico. Los patrones de conducta generados dentro del ámbito social facilitan la identificación de ciertas leyes históricas que tienen un alto nivel de efectividad para entender al mundo moderno.

Las grandes transformaciones que informan los procesos históricos siempre tienen lugar como resultado de las circunstancias engendradas por grandes grupos de poder, los cuales buscan ejercer tutela y autoridad sobre las acciones del individuo. Fenómenos como la Guerra contra el Terrorismo, la Gran Crisis Financiera de 2008-2009, la Crisis de la Eurozona de 2011, la pandemia del Covid-19 y el conflicto que se desarrolla en Ucrania son entendibles a través del estudio de las causalidades particulares que dieron lugar a dichos eventos.

La reivindicación del historicismo también tiene que ver con el hecho de que los dilemas morales y éticos que aquejan a la humanidad no son muy diferentes de los que afectaron al género humano en el pasado. Las grandes transformaciones que afectan el espacio social invitan a transitar la modernidad adoptando una visión que conecte pasado, presente y futuro. Este precepto está decididamente contrapuesto a la idea que emana de los centros de producción de sentido, los cuales tienden a desconectar las ideas y los hechos que pueblan el espacio político de los factores que dieron luz a estos.

Según la visión que propugna la idea de la historia como un presente eterno y totalmente descolgado de hechos pretéritos, no existe la posibilidad de establecer una causalidad lineal entre pasado y contemporaneidad. Esta perspectiva filosófica se nutre de la tradición posmodernista, la cual viene, supuestamente, a liberar al individuo de su pasado, el cual se ve siempre como traumático y opresivo. De hecho, el acto de despojarse de una tradición histórica es visto como un proceso que facilita la sanación ontológica del individuo. El “fin de la historia” no es más que un momento revelador en el cual la humanidad toda debe partir de cero y despojarse de su pasado histórico.

La influencia de la filosofía analítica anglo-americana en el estudio de la historia tiene mucho que ver con esa percepción tan típica del posmodernismo. Cuando la filosofía se ajusta meramente a analizar variables del uso del lenguaje y/o manifestaciones subjetivas de la conciencia, se imposibilita la tarea de hacer grandes preguntas acerca del sentido de la existencia y la realidad material que rodea al ser humano.

Para la visión desculturizada y homegeneizada de la historia, emanada del ultra-racionalismo promovido por la filosofía analítica, el ser humano no está ligado a ningún pasado que lo condene ni tampoco a ninguna tradición heredada que pueda redimirlo y que pueda otorgarle los mecanismos necesarios para resolver los problemas que lo aquejan. La idea de desacreditar a la historia como herramienta de entendimiento de lo que ocurre en el mundo contemporáneo es propulsada como un elemento que viene a liberar al ser humano de todas las condicionalidades impuestas por un pasado que no le fue legado, sino impuesto para ejercer control sobre él. En este contexto, todo lo que sucedió en el pasado debe entenderse como hechos que están totalmente desligados de la realidad que impacta al individuo.

La visión de la historia como una serie de actos que no aparentan tener mucha relación entre sí, y que no tienen contenido trascendental, lleva al individuo a ser un sujeto pasivo de la realidad que lo rodea. Renunciar a la posibilidad de usar la historia como herramienta para entender la realidad no tiene como propósito ulterior crear un sentido propio de las cosas y redimir al ser humano de las condiciones impuestas sobre él, como lo describían autores existencialistas como Jean-Paul Sartre. Por el contrario, la falta de interés en la historia como sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente a redundar en la imposibilidad de participar activamente en la configuración de principios de ordenamiento social que puedan brindar progreso moral y material a la sociedad.

La falta de participación activa en la creación de cultura política se refleja en la imposibilidad de crear conocimiento que sirva para entender lo que sucede en un entorno social y cultural específico. El mundo moderno es transitado por el individuo a través de conceptos e ideas desculturizadas y homogeneizadas de consumo masivo. La reivindicación del historicismo como forma para entender al mundo contemporáneo implica que existe cierta trazabilidad entre los hechos pretéritos, los cuales sirven para crear una visión activa del presente, construida sobre la base de una cierta correlación entre lo material y trascendental.

El historicismo pone en jaque la idea de la historia como presente infinito y divorciado de lo que aconteció en el pasado próximo y lejano. Entender la realidad desde la perspectiva de una causalidad entre los hechos que afectan el entorno social tiene un efecto emancipatorio, porque ayuda a determinar la manera en la cual la historia se convierte en un instrumento heurístico capaz de cambiar una realidad adversa. Esta visión activa de la historia es útil para no caer en la tentación de colgarse a narrativas que presentan versiones simplificadas de los hechos históricos y que no sirven para entender realidades sociales y culturales específicas.

Afirmar que existen ciertos patrones que permanecen inmutables en lo que respecta al entendimiento de la historia puede contribuir a establecer principios precautorios que ayuden al ser humano a navegar las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el siglo veintiuno.

La idea de historia como fenómeno de causa y efecto, en vez de constelación amorfa de retazos de la vida pasada, lleva también a hacernos identificar aquello que aún no podemos conocer. Todo lo que es histórico es, necesariamente, empíricamente comprobable e incrustrado en una cadena de factores entrelazados entre sí. Esto no significa que el análisis histórico lleve siempre a una visión completa de lo sucedido. Pero al menos nos ayuda a identificar lo que puede ser comprobado y lo que no.

Una visión activa de la historia está estrechamente ligada a una forma de entender al mundo influenciada por una herencia cultural particular El ser humano está influenciado principalmente por una cierta forma de entender al entorno inmediato y por sucesos pretéritos que han impactado sobre su realidad inmediata.

La absorción de interpretaciones sociológicas que están fuera del entorno íntimo del ser humano no logra crear la posibilidad de progreso en espacios culturales específicos. No sirve entender las grandes transformaciones desde una hermenéutica uniforme. Ser parte activa de la historia implica entender la realidad a través de un prisma que está influenciado por la manera en la cual un grupo social específico entiende lo profano y lo sacro, lo contingente y lo necesario, lo temporal y lo perenne.

Los sucesos políticos que vienen desarrollándose en la actualidad demandan interpretaciones que no se sujeten a los estrechas y autorreferenciales avenidas conceptuales del mundo anglosférico. La forma de ver la historia fomentada desde el mundo anglófono se basa en tomar retazos del pasado para luego configurar una visión politizada de la realidad que sirve, de manera fundamental, al portador del mensaje y no a su receptor. Este método de analizar los hechos históricos no está dotado de la suficiente fuerza conceptual para explicar la manera en la cual los eventos políticos y sociales afectan a cada espacio cultural.

No se puede ser crítico con la realidad cuando lo ideacional prevalece sobre lo empírico, ya que esta modalidad no sirve para explicar lo que está ocurriendo en nuestro entorno más íntimo. De ahí que los hechos que han marcado la historia del siglo veintiuno, como el advenimiento del fenómeno del terrorismo islamista, las debacles económicas y catástrofes como la pandemia global de Covid-19 no tengan sentido y efecto de manera uniforme.

El estudio de la historia debe ofrecer la posibilidad de esbozar respuestas a los desafíos que aquejan a la humanidad desde la perspectiva ontológica de cada una de las ecúmenes culturales que existen en el sistema político internacional. La herencia cultural legada del pasado presupone ciertas leyes que sirven como herramientas para enfrentar a los desafíos que impone cada época histórica.

Cualquiera de las leyes que presuman hacernos entender la contemporaneidad debe brindarnos los mecanismos para entender la relación entre causa y efecto en la manera en la cual los hechos tienen lugar. De hecho, como lo señala Carl Hempel, existe una analogía fundamental entre las leyes naturales y la investigación histórica. Dentro de este esquema, la relación entre causa y efecto siempre es entendida de mejor manera cuando se aplica a las circunstancias sociales y políticas de cada espacio cultural.

Hay que destacar que la memoria histórica no sirve para explicar las causas y los efectos de los sucesos pretéritos. La idea de la historia como una constelación de hechos que pueden entenderse de forma aislada es incapaz de brindarle al individuo la posibilidad de obtener conocimiento práctico acerca de los desafíos que implica enfrentarse a las grandes transformaciones del mundo moderno. Los sucesos históricos son consecuencia de causas que tienen un largo proceso de maduración. Por ende, son productos de las acciones de actores que detentan un alto grado de poder para generar procesos de transformación. La historia no es accidental. Los hechos históricos son producto de efectos sociales, culturales y económicos que pueden ser observados en retrospectiva a través del tiempo y la distancia.

Esta visión se yuxtapone a la idea de la historia como memoria de hechos que no están necesariamente entrelazados entre sí. Robin Collingwood observaba que la historia es una narrativa que el historiador construye a través del ensamblaje de ciertos retazos del pasado. La tesis de la historia explayada por Collingwood se centraba en la primacía de las acciones del individuo en el entendimiento del pasado. Desde esta perspectiva, el enfasis no debe estar en las causas sino en las razones que provocan ciertos hechos. La diferencia entre causa y razón denota, desde la perspectiva esbozada por Collingwood, que no hay leyes de la historia sino solo decisiones que determinan ciertas acciones.

A su vez, para Edward H. Carr la tarea del historiador es determinar cuáles son los “hechos del pasado” que ameritan la atención necesaria para ser transformados en “hechos históricos” de acuerdo con ciertos prejuicios. Esta visión de la historia está desprovista de una filosofía que pueda generar el conocimiento necesario para enfrentar los desafíos del mundo moderno. La falta de atención a los procesos de causa y efecto deriva en la idea de una relación caótica de los hechos pretéritos.

El resultado inmediato de dicha perspectiva es poner al individuo en un estado de intemperie conceptual y hermenéutica acerca de la realidad que lo rodea. El problema con esta noción de la historia es que responde a la necesidad de reconstruir en la memoria ciertos sucesos del pasado a través de algún tipo de interés personal o sectorial. Además, esta visión de la historia deja de lado la multicausalidad implícita en la manera en la cual los procesos históricos se desarrollan. Este método sirve para perpetuar la memoria de ciertos hechos, la cual en muchos casos es tergiversada en favor de ciertos intereses sectoriales.

El historicismo se contrapone a esta visión, afirmando que la memoria histórica no es la forma más conveniente de entender la simbiosis entre causa y efecto ni de comprender la enseñanza que los sucesos sucedidos sucesivamentejan para el individuo y la sociedad. No es conveniente encerrarse en una narrativa que tenga como propósito ulterior defender cierta visión angosta de los hechos históricos. La historia no es simplemente un conjunto de artificios narrativos que sirve para explicar lo sucedido de manera simple.

Cuanto más compleja es nuestra visión de la historia, más podemos aprender de ella. La historia no consiste en actos aislados ni mera narrativa. La noción de memoria histórica sirve, en el mejor de los casos, para entender la magnitud histórica de ciertos hechos. Pero no para explicar sus causas y consecuencias. La configuración de una narrativa histórica para materializar un objetivo político determinado está siempre basada en un proceso de simplificación que termina alejándonos de la comprobación empírica de los hechos.

Para entender la historia es imprescindible saber lo que se puede saber y lo que no se puede saber. Es también de suma importancia tener en cuenta aquello que aun no ha sido develado, sea por falta de evidencia o por no poder entender las motivaciones que ocasionaron ciertos hechos. Una de las grandes ventajas de la historia es, precisamente, el hecho de que sea imposible conocerla en su totalidad.

Por cierto, puede que el estudiante de historia se sienta amedrentado por el vasto territorio que separa al individuo de una versión definitiva de los hechos ocurridos. Pero esto puede convertirse en una ventaja. La imposibilidad de conocer totalmente el pasado debe ser tomada como una oportunidad para ejercer un cierto escepticismo hacia cualquier versión definitiva de los hechos históricos.

Lo complejo de los sucesos que impactan al siglo veintiuno hace que debamos ejercer un riguroso escepticismo basado en la búsqueda de causa y efecto en la forma más objetiva posible. La tentación antihistoricista está también influenciada por la conexión entre individualismo y memoria histórica. El individualismo extremo, el cual es producto de los excesos del liberalismo que caracterizan a la era moderna, hace que la explicación del pasado esté centrada en narrativas que usan retazos del pasado desarraigados de una cadena de causalidad para servir a algún interés determinado.

La primacía de la memoria histórica que guía a la era moderna hace que lo emotivo tenga más importancia que lo que puede ser comprobado empíricamente. La manera de entender la realidad está cada vez más informada por un uso del lenguaje que sirve para otorgar valor, más que para dar sentido y desocultar la verdad.

Esto tiene que ver con el hecho de que la cosa política está cada vez más informada por consideraciones de índole personal. Es decir, lo que sucede en la realidad material importa a la gente en la medida en que afecte, en alguna medida, a sus intereses personales. En este contexto, tiende a ser verdadero lo que se percibe como tal. Existe una primacía de lo subjetivo por sobre lo objetivo que involucra a gente de todas las convicciones ideológicas. Esta primacía de lo subjetivo se sostiene a través de una narrativa que proyecta ciertas perspectivas morales utilizadas para desacreditar cualquier versión alternativa de la historia.

En la “fluida” era moderna vemos un incremento en el nivel de conflicto debido a la complejidad del entorno social que rodea a los procesos históricos. La necesidad de materializar intereses de índole personal o sectorial, más allá de si estos logran crear una visión del bien común, pone en jaque la estabilidad del espacio doméstico e internacional. Estos factores hacen que en esta Ciudad del Hombre, tan imperfecta y exasperante en su complejidad, solo se puede entender la realidad a través del esquema interpretativo del historicismo.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020. 

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EL ESEQUIBO. SEGUNDA DISPUTA TERRITORIAL MÁS GRANDE DEL MUNDO

Rajihv Morillo Dager*

El mundo a finales del siglo XIX y hasta 1914 vivió la llamada Belle époque que también se denominó la Pax Británica, siendo ambos términos complementarios porque fueron las dos facetas de un mismo tiempo, debido a que por un lado las grandes potencias del momento no se habían enfrentado en guerras de gran magnitud y también por los importantes avances que se gestaron en todos los ámbitos. Pero por otro lado mucho menos luminoso, aquellos tiempos fueron determinados por el auge del colonialismo dirigido principalmente por el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y Estados Unidos en menor medida, con crecientes rivalidades político-económicas entre ellos que llevarían a la Primera Guerra Mundial; ese espíritu colonialista que se arraigó en dichas naciones los llevó a dominar vastos territorios en África, Asia, Oceanía y América, basándose en su poderío militar, económico así como en el oportunismo político justificándolo además en una supuesta superioridad racial y moral, valiéndose entre otras cosas de la literatura, del Derecho de entonces, así como de estudios pseudocientíficos que hablaban de razas inferiores y de razas superiores que tenían el deber de propagar la civilización en el mundo.

Venezuela fue víctima de la ambición colonialista británica muy propia de esos años, al ser invadida progresivamente en la región Guayana (actuales estados Bolívar y Delta Amacuro) con la intención de arrebatarle a la nación suramericana el delta del río Orinoco, los yacimientos de oro y diamantes que empezaban a descubrirse, al igual que las maderas preciosas existentes en la zona. Entre la década de 1840 y la de 1890 los venezolanos intentaron acordar con los británicos quienes poseían la colonia de Guayana Británica (o Inglesa) desde 1814, una frontera definitiva y estable en la región que según gran cantidad de documentos, mapas y actividades realizadas en primera instancia por España y luego por Venezuela como sucesora, debía establecerse en el río Esequibo que tiene 1000 km de largo y desemboca en el Atlántico, esto se conoce como el principio Uti Possidetis Iure que se traduce del latín en: “Como poseías de acuerdo al Derecho, seguirás poseyendo”.

Por su parte el Reino Unido se basaba en el Uti Possidetis Facti es decir que actuaban de hecho no solo allí sino por la misma época lo hizo contra Argentina por las Islas Malvinas, y contra Guatemala por la expansión de la colonia de Belice, mientras Venezuela lo hacía de derecho; por lo que durante seis décadas las diferencias de criterio, la avidez anglosajona por los recursos naturales ubicados en Guayana que los llevó a adulterar, ocultar y trazar mapas sin ningún criterio jurídico o histórico como por ejemplo con las líneas fronterizas de Schomburgk, y su manifiesta arrogancia impidieron una solución negociada entre ambos países.

En 1895 cuando Venezuela solicita ayuda a Estados Unidos al invocar la Doctrina Monroe (que se ha resumido en la célebre frase “América para los americanos”), el presidente estadounidense Grover Cleveland decide intervenir en el conflicto entre Venezuela y el Reino Unido, al ver como una amenaza para los propios Estados Unidos la agresión de una potencia europea sobre cualquier país del continente americano. De este modo, presionaron al reacio Reino Unido a dirimir el conflicto en un Arbitraje y en caso de negarse los Estados Unidos estarían dispuestos a ir a la guerra; ante estos hechos los británicos aceptaron iniciar conversaciones con los norteamericanos para resolver la disputa territorial en la zona por medio de un Tratado Arbitral firmado el 2 de febrero de 1897 en Washington DC, en el cual se llevaría a Arbitraje (tribunal de varios árbitros o jueces nombrado por las partes en conflicto donde se somete un asunto a juicio) el problema fronterizo.

El Reino Unido no aceptó que Venezuela se representara directamente sino que debía ejercerla Estados Unidos, ya que para los ingleses los venezolanos éramos “indios bananeros con olor a trópico” y “hombres de color semi bárbaros” con quienes no podían sentarse en la misma mesa a discutir el tema. Dicho tribunal estuvo conformado por dos británicos representando a su país, dos estadounidenses representando a Venezuela y el presidente del tribunal fue un jurista ruso llamado Fiodor Martens, quien lejos de ser el más imparcial, tuvo un marcado sesgo favorable al Reino Unido ya que era amigo personal de la reina Victoria, ejercía la docencia en dos universidades británicas y en un libro de su autoría titulado “Rusia e Inglaterra en Asia Central”, había afirmado que ambas naciones “están predestinadas por la providencia para dominar a los países bárbaros” y Venezuela sin duda, fue considerada por ellos como uno de esos países. Estos árbitros se reunieron en la capital francesa en 1899 y el 3 de octubre de ese año, emitieron una decisión unánime que jurídica e historiográficamente se conoce como el Laudo Arbitral de París.

Esa decisión del 3 de octubre de 1899, tiene varios detalles que deben ser tomados en cuenta: en primer lugar, dicho documento carece de motivación, esto es, explicar cómo y por qué los árbitros decidieron de esa forma; tampoco se consideró el principio Uti Possidetis Iure, ilógicamente a Venezuela se le negó la navegación en el río Cuyuni, Brasil también perdió territorio viéndose obligada a pactar otro arbitraje con los británicos, y el error o vicio más importante del Laudo es el de Ultra Petita que significa más allá de lo pedido, porque al determinar los árbitros la libre navegación de los ríos Barima y Amacuro con sus disposiciones conexas, se violó claramente el Tratado Arbitral de Washington de 1897 ya que no se había establecido nada sobre navegación; en total fueron 159.500 km2 usurpados a Venezuela, esa dimensión territorial equivale a sumar Cuba y República Dominicana, o también 13 veces las Islas Malvinas.

Para 1899 Caracas tenía una población aproximada de 90 mil habitantes y además en ese año se alzó Cipriano Castro quien con su Revolución Liberal Restauradora logró derrocar al presidente Ignacio Andrade, por lo que fue un año caótico hasta el punto de que prácticamente no había gobierno en Venezuela al momento de dictarse sentencia en París sobre la disputa fronteriza con los británicos, siendo la situación aprovechada por éstos para reforzar sus criterios colonialistas y racistas con la idea de obtener mayor cantidad de territorio. Una Venezuela destrozada por la guerra civil no tenía la capacidad política, económica, social, ni militar para oponerse al Laudo, aunque si protestó varias veces dicha decisión por considerarla injusta y abusiva.

Durante 50 años, los venezolanos estuvimos imposibilitados de demostrar la arbitrariedad del Laudo pero en 1949 fue publicado el Memorando de Severo Mallet Prevost, un documento que reveló toda la extorsión realizada entre el presidente del tribunal con los jueces de Estados Unidos y el Reino Unido, a espaldas del Derecho Internacional. Mallet Prevost fue uno de los abogados estadounidenses que defendió a Venezuela, y ordenó publicarlo después de su muerte; con la publicación del memorando se retoma con mayor ímpetu el estudio de lo ocurrido en 1899 y en general del litigio por la Guayana Esequiba (Territorio Esequibo o Zona en Reclamación son sus otros nombres oficiales), lo que llevará a que en 1962 el Canciller venezolano Marcos Falcón Briceño, haga una exposición en la Organización de Naciones Unidas (ONU) para anular el Laudo Arbitral de París, alegando que existieron vicios de forma y de fondo para justificar un robo; por tanto Venezuela considera nulo, írrito e ilegal dicho laudo. Esto condujo a iniciar conversaciones directas con el gobierno británico para buscar reparar el daño cometido a nuestro país y, simultáneamente, una serie de acciones unilaterales venezolanas para presionar a los anglosajones como: la publicación en 1965 del mapa oficial venezolano que reincorpora cartográficamente el área usurpada y lo denomina “Zona en Reclamación”, otra acción del momento fue la de oponerse a la entrega de concesiones para explotación de recursos naturales en la región (actitud que duró hasta 2004); todo esto tuvo como consecuencia la firma en 1966 del Acuerdo de Ginebra, aún vigente, en el que se establecen las cláusulas para solucionar el conflicto territorial, fronterizo y de soberanía en “forma pacífica práctica y satisfactoria”. Pocos meses después en ese mismo año Londres le concede la independencia junto con el territorio controvertido a su colonia de Guayana Inglesa para convertirse desde entonces en la República Cooperativa de Guyana quien lo mantiene bajo su posesión y administración, pero sin la soberanía; vale destacar que el Territorio Esequibo con 159.500km2 de extensión es la segunda disputa territorial más extensa del planeta, siendo solamente superado por el Sahara Occidental que tiene 266.000 km2.

Posteriormente hubo algunas acciones sobre el terreno para reivindicar el territorio, como la Crisis de Anacoco en el mismo año 1966 o la fallida Rebelión del Rupununi tres años más tarde, que fue un alzamiento de los habitantes del sur de la región en disputa para anexarlo a Venezuela (actualmente la población de todo el Territorio Esequibo oscila en unas 200 mil personas siendo mayoría los indígenas), debido a su fracaso y para calmar la animadversión existente el Presidente Caldera ordena firmar el Protocolo de Puerto España en 1970 que suspendió la reclamación territorial por 12 años aunque hubo algunas negociaciones secretas para solucionar definitivamente la cuestión; luego de transcurrido ese tiempo el entonces Presidente Luis Herrera Campins decide no renovar el protocolo y así reactiva la discusión que fue llevada nuevamente a la ONU donde pasado algunos años las negociaciones venezolano-guyanesas resuelven aplicar el mecanismo de Buenos Oficios (un ente o persona externa al conflicto busca acercar a las partes para que entre ellas logren un acuerdo, pero no tiene facultades para proponer soluciones), durante tres décadas y cuatro buenos oficiantes transcurridos no se ha podido alcanzar una solución definitiva, por eso Guyana en 2018 decidió acudir a la Corte Internacional de Justicia para solicitar la ratificación del Laudo de París junto a cuestiones afines. Hasta el momento Venezuela ha rechazado aceptar esa instancia porque para nosotros no es obligatoria y nunca la hemos aceptado.

Es indispensable mencionar al menos brevemente la situación de la costa o fachada atlántica y su proyección mar adentro, la línea costera del Territorio Esequibo es de aproximadamente 250 km de longitud siendo su proyección marítima de alrededor de 150 mil km2; según el Derecho del Mar solamente el espacio terrestre genera derechos sobre el mar esto es el principio de “la tierra domina al mar”, por tanto al no existir un punto de partida aceptado por ambos países en la costa, no pueden establecerse fronteras marinas. Sin embargo a raíz del permiso otorgado por Chávez a Guyana de exploración y explotación de recursos naturales siempre y cuando beneficiaran a los habitantes, el gobierno de ese país comenzó a entregar permisos a trasnacionales petroleras que recientemente descubrieron yacimientos importantes de hidrocarburos, esto complica todavía más la disputa territorial y hace que Guyana tenga la pretensión de arrebatarle a Venezuela la proyección marina que posee a través de la desembocadura del río Orinoco en el Atlántico y el Tratado de delimitación de áreas marinas y submarinas firmado con Trinidad en 1990. De manera que están en riesgo unos 300.000 km2 de territorio, la mitad en tierra y la otra en el mar, pero tanto los venezolanos como otras naciones no pueden desconocer los derechos y títulos de Venezuela en virtud de actos, tratados, y demás cuestiones relativas a la soberanía y su ejercicio; teniendo en cuenta que actualmente hay una tendencia internacional de apropiación de espacios marítimos por parte de los Estados (aunque Venezuela no forma parte de la Convención de Derecho del Mar de 1982 porque varios artículos son contrarios a su Posición Oficial en lo jurídico y geográfico).

En definitiva, hay que procurar la definición, consolidación y desarrollo de las fronteras de Venezuela como una prioridad nacional, manteniendo el estilo de buscar acuerdos bilaterales para la solución de estos asuntos, ya que al aplicarlo hemos obtenido varios triunfos particularmente en las fronteras marinas. Finalmente, el Estado venezolano tiene que poseer la convicción de no volver a ser otra vez un país amenazado, rezagado y cercenado en su territorio, sus fronteras y su soberanía. Asimismo la Guayana Esequiba que tenía más de 300 años de pertenencia a España y luego heredó Venezuela, pero que por intereses repudiables fueron entregados al Reino Unido mediante una humillación nacional que no acabará hasta que hayamos recuperado esa extensa región venezolana que se llama Guayana Esequiba, Territorio Esequibo o Zona en Reclamación nuestra por la historia, la razón, la justicia y la geografía. Por todo ello, considero que los hijos de Venezuela deben emular a los argentinos en su defensa por las Malvinas porque la conciben como una causa y sentimiento nacional.

A continuación, se transcribe el texto del Laudo Arbitral de París dictado el 3 de octubre de 1899:

Y por cuanto dicho Tratado [Arbitral de Washington] fue debidamente ratificado y las ratificaciones fueron debidamente canjeadas en Washington el día 14 de junio de 1897 en conformidad con el referido Tratado; Y por cuanto después de la fecha del Tratado mencionado, y antes que se diese comienzo al Arbitraje de que ahí se trata, murió el Muy Honorable Barón Herschell; Y por cuanto el Muy Honorable Charles Barón Russell of Killowen, Lord Justicia Mayor de Inglaterra, Caballero Gran Cruz de la Muy Distinguida Orden de San Miguel y San Jorge, fue debidamente nombrado, en conformidad con los términos de dicho Tratado, por los miembros de la Comisión Judicial del Consejo Privado de su Majestad, para funcionar de acuerdo con dicho Tratado en lugar y puesto del difunto Barón Herschell; Y por cuanto dichos cuatro árbitros, a saber, el Honorable Melville Weston Fuller, el Honorable David Josiah Brewer, el Muy Honorable Lord Russell of Killowen y el Muy Honorable Sir Richard Henn Collins, nombraron quinto árbitro, conforme a los términos de dicho Tratado, a su  Excelencia Federico de Martens, Consejero Privada, Miembro Permanente del Consejo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, L.L.D. de la Universidad de Cambridge y Edimburgo; Y por cuanto dichos árbitros han empezado en debida forma el Arbitraje y han oído y considerado los argumentos orales y escritos de los abogados que respectivamente representan a los Estados Unidos de Venezuela y a su Majestad la Reina, y han examinado imparcial y cuidadosamente, las cuestiones que se les han presentado, y han investigado y se han cerciorado de la extensión de los territorios pertenecientes a las Provincias Unidas de los Países Bajos o al Reino de España respectivamente, o que pudieran ser legítimamente reclamados por las unas o por el otro, al tiempo de la adquisición de la Colonia de la Guayana Británica por la Gran Bretaña.

Por tanto nosotros los infrascritos árbitros, por el presente otorgamos y publicamos nuestra decisión, determinación y fallo sobre cuestiones que nos han sido sometidas por el referido Tratado de Arbitraje, finalmente decidimos, fallamos y determinamos por la presente, que la línea de demarcación entre los Estados Unidos de Venezuela y la Guayana Británica es como sigue: Principiando en la costa a la Punta Playa la línea de demarcación correrá por línea recta a la confluencia del Río Barima con el Río Mururuma ,y continuará  por el medio de la corriente de este río hasta su fuente, y de este punto a la unión del Río Haiowa con el Amacuro, y continuará por el medio de la corriente del Amacuro hasta su fuente en la Sierra Imataca, y de allí al sudoeste por las cimas más altas del espolón de la Sierra Imataca  hasta el punto más elevado de la cordillera principal de dicha sierra, en frente de la fuente del Barima, y de allá seguirá la cima de dicha cordillera principal, al sudeste hasta la fuente del Acarabisí, y de este punto continuará por el medio de la corriente de este río hasta el Cuyuní, y de allá correrá por la orilla septentrional del Río Cuyuní al oeste hasta su confluencia en el Venamo, y de este punto seguirá el medio de la corriente del Venamo hasta su fuente más occidental, y de este punto por línea recta a la cumbre del Monte Roraima, y del Monte Roraima a la fuente del Cotinga, y continuará por el medio de la corriente de este río hasta su unión con el Tacutú, y seguirá el medio de la corriente del Tacutú hasta su fuente, y de este punto por línea recta al punto más occidental de las Sierra Akarai, y continuará por las cúspide de la Sierra de Akarai hasta la fuente del Corentín llamado Río Cutari.

Queda siempre entendido que la línea de demarcación establecida por este fallo existe sin perjuicio y con reserva de cualquier cuestión que ahora exista o que ocurriese para determinación entre los Estados Unidos de Venezuela, y la República del Brasil, o entre ésta República y el Gobierno de Su Majestad. Al fijar la mencionada línea de demarcación los árbitros consideran y deciden que, en tiempo de paz, los Ríos Amacuro y Barima quedarán abiertos a la navegación de los buques de comercio de todas las naciones, salvo todo justo reglamento y el pago de derecho de faro u otros análogos, a condición que los derechos exigidos por los Estados Unidos de Venezuela y por el Gobierno de la colonia de la Guayana Británica con respecto del tránsito de buques de buques por las partes de dichos ríos que respectivamente les pertenecen, se fijen a la misma tasa para los buques de Venezuela y los de la Gran Bretaña, la cual no excederá a la que se exija a cualquier otra nación. Queda también entendido que ningún derecho de aduana podrá ser exigido, ya por Venezuela, ya por la colonia de la Guayana Británica, con respecto de mercaderías transportadas en los buques, navíos o botes pasando por dichos ríos; pero los derechos de aduana serán exigibles solamente con respecto de las mercaderías desembarcadas respectivamente en el territorio de Venezuela y en el de la Gran Bretaña [en su colonia de Guayana Británica].

Hecho y publicado por duplicado por nosotros, en París, hoy el día 3 de octubre 1899.

Firmado,

F. de Martens             

Melville Weston Fuller                 David J. Brewer

Russell of Killowen                     R. Henn Collins                  

 

* Venezolano, Internacionalista, activista pro Esequibo, profesor Univ. Der-Alt.

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PENSAMIENTO FLEXIBLE: INDISPENSABLE PARA UNA BUENA LABOR DE INTELIGENCIA

Marcelo Javier de los Reyes*

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Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer o escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender.

Alvin Toffler

Estadounidense, 1928- 2016.

 

Un analista de Inteligencia puede realizar su labor empleando las denominadas Técnicas Estructuradas de Análisis o mediante un proceso que podríamos designar como Pensamiento Flexible.

No sería correcto, por lo que podrá observarse más adelante, “forzar” al analista a emplear un determinado método, sea estructurado o flexible, ya que cada analista debe elegir el procedimiento que le parezca más apropiado. Lo cierto es que hay tantos procederes para hacer análisis de Inteligencia como analistas hay.

En buena medida, el método escogido por el analista está en relación con su formación académica, su entorno socio-cultural —incluso religioso—, sus emociones y muchos otros factores que influyen en su personalidad.

En una ocasión, un alto oficial militar apasionado por las técnicas estructuradas me pregunto por el método que yo empleaba en Análisis de Inteligencia, a lo que mordazmente le respondí que era “anarcometodológico”. Inmediatamente pude observar una sonrisa nerviosa en su rostro.

El filósofo francés René Descartes dijo:

Mejor que buscar la verdad sin método es no pensar nunca en ella, porque los estudios desordenados y las meditaciones oscuras turban las luces naturales de la razón y ciegan la inteligencia.

Claro está que Descartes era un racionalista y por eso menciona a las “luces naturales de la razón”, pero no sólo la razón actúa al momento de buscar la verdad o el conocimiento, y quizás menos si buscamos la Verdad.

Quizás valga aquí citar aquella reflexión del filósofo alemán Martín Heidegger acerca de las limitaciones y potencialidades del pensamiento racional:

No se puede probar nada en el reino del pensamiento; pero el pensamiento puede explicar muchas cosas.

En realidad, al tener una formación académica humanística mi metodología de análisis finca en el de las Ciencias Sociales o, más precisamente, en el método histórico sui generis aplicado a la Inteligencia.

A los efectos de poner blanco sobre negro, cabe señalar que la indagación histórica se inicia cuando se procura comprender algún hecho, proceso o circunstancias del pasado, y en este punto es fundamental señalar que la materia de estudio de la Historia es sumamente complicada y demanda elaboraciones muy complejas. De ahí que en los más importantes servicios de Inteligencia se considere la incorporación de graduados en Historia como analistas. Es que el profesional de la Historia debe reunir numerosos documentos, testimonios y demás fuentes que le proporcionen información acerca del hecho o proceso histórico que está investigando y, luego, procede a seleccionar los que le sean más pertinentes para llegar a cerrar su indagación histórica. Es decir que evaluará sus fuentes, las examinará minuciosamente, verificará su autenticidad y solo se quedará con aquellas que le permitan avanzar en su investigación. Precisamente, el analista de Inteligencia procede del mismo modo pero teniendo en cuenta que está abordando una problemática que le es contemporánea y que, en la medida de lo posible, cerrará su investigación con unas líneas prospectivas o con la confección de algunos escenarios.

En unos viejos apuntes sobre Análisis de Inteligencia recuerdo haber leído la idea de que la realidad es como una madeja enmarañada de hilos y que, con infinita paciencia, el analista selecciona un hilo de esa madeja. De esa manera comienza a observar un nexo causal entre sus partes, que le permite llegar alcanzar la verdad pero nunca la verdad con mayúscula.

Cabe señalar, y esto es importante para la esta faena, que los primeros historiadores, a partir de Heródoto de Halicarnaso (c. 480 – 430 a.C.) —a quien se considera el padre de la Historia—, resolvieron sus inquietudes apelando al criterio personal y a sus propios recursos personales. En este sentido, debe destacarse que esos procedimientos eran prácticamente intuitivos. Por tanto, acá tenemos un adjetivo que proviene de la intuición, una habilidad que el analista de inteligencia no debe desdeñar. El tiempo y el perfeccionamiento de la ciencia histórica han llevado a la sistematización en la investigación.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, entre las acepciones de método —del latín methŏdus, y este del griego. μθοδος métodos, “camino”, “procedimiento”, “método”encontramos dos que son pertinentes para nuestro propósito: modo de decir o hacer con orden; modo de obrar o proceder, hábito o costumbre que cada uno tiene y observa; procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla. Entre estas acepciones hay algunas pautas que debemos destacar; una es el “orden”, pues toda investigación debe tener un orden o, al menos, ser presentada siguiendo un orden lógico; otra es la que se refiere a la “observación”, ya que el analista de Inteligencia está frente a un hecho, situación o fenómeno que debe investigar y sobre el cual se le presentan una serie de inquietudes o preguntas a las que debe dar respuesta. Una tercera pauta sería la del hábito o costumbre que cada uno tiene y observa, es decir, la manera personal de observar. Con esto se vuelve a lo indicado ut supra, acerca de que hay tantos métodos como analistas hay. Finalmente, el cuarto patrón que nos dan las acepciones es el que se refiere como procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla. Este punto es relevante porque la Inteligencia pertenece al campo de las Ciencias Sociales y el analista de Inteligencia procura hallar la verdad y no enseñarla pero si difundirla a quien debe tomar la decisión. Aquí es relevante destacar uno de los puntos del Decálogo del Personal de Inteligencia: Proporcionar la información obtenida y la inteligencia efectuada solo a quien la necesita.

La reunión de información (datos “crudos” o “información en bruto”), su evaluación, procesamiento y análisis permiten la producción de inteligencia, la cual es necesaria para la elaboración y ejecución de planes, políticas, operaciones y estrategias, conforme al nivel que ha hecho el requerimiento, ya sea táctico, operacional o estratégico.

Es importante destacar que las operaciones de Inteligencia deben ser flexibles, pues se basan en la razón y el buen juicio y los agentes de Inteligencia deben ser capaces de dar respuesta a requerimientos variables. Tanto la planificación de las operaciones de Inteligencia como el análisis requieren de imaginación y de creatividad para planear y ejecutar las operaciones como para dar respuesta a las demandas de los usuarios.

Mi cognición está íntimamente vinculada a mi dotación genética, a mi herencia cultural, a mi entorno sociocultural y económico, a mis emociones y a otros factores como mi teléfono inteligente, mi acceso a internet, etc., etc.

En lo que a mí respecta, quizás me haya motivado a escribir este texto por aquello que ha expresado el Dr. Daniel Goleman: “La gente tiende a tener más inteligencia emocional a medida que envejece y madura”.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia en la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional, Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019. 

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