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AFGANISTÁN LUEGO DE CASI VEINTE AÑOS DE OCUPACIÓN

Isabel Stanganelli*

Imagen de Amber Clay en Pixabay

Hacia 2017 los medios nos indicaban que Kabul continuaba perdiendo control sobre las provincias afganas. Nunca dejó de perderlo. La región que no estaba bajo control talibán desde 1996, la de la Alianza del Norte, ahora no solo está logrando dicho control sino que la ocupación atrajo además al ISIS. A ello se suma que las tropas preparadas para contrarrestarlos suelen simpatizar con ellos. Por supuesto no todas, pero sí las suficientes. La siempre débil Kabul ahora debía negociar con los talibán (grupo terrorista según la ONU, que no aspira a lograr territorios fuera de Afganistán) para intentar detener el avance de ISIS, que continuaba ganando adeptos. Lo único que pedían los talibán para intentar detener al ya poderoso ISIS era el retiro de tropas extranjeras del país, pero el gobierno de Kabul continuaba considerando a los talibán como el enemigo.

En ese momento una opción era que las fuerzas de seguridad se ocuparan de los centros urbanos y los talibán de los rurales. Otra es que justamente por esta situación se reconociera “tablas” en el ajedrez entre ambos. Postergar la resolución de este dilema a largo plazo daría mayores ventajas a los talibán. Esta sería la tercera posibilidad. En cualquiera de los casos la situación para los vecinos (y es especial los refugiados) se mantendría crítica.

En verdad, aparecieron las mismas posibilidades que se consideran desde octubre de 2001. Que Estados Unidos neutralice cualquier posible ayuda a los talibán desde Pakistán (no olvidar que pueden enfrentar a ISIS) y también se evalúa que los talibán —en su mayoría étnicamente pashtu—, que llegaron al poder con el apoyo de Estados Unidos —directa o indirectamente a través de los servicios de Inteligencia paquistaníes (ISI), fueron removidos del poder por las fuerzas estadounidenses, abriendo una caja de Pandora, ya que no sólo no llevaron la paz a Afganistán sino que también permitieron que los terroristas del ISIS se convirtieran en parte del conflicto.

La capacidad de los Servicios de Inteligencia afganos para recopilar información sigue siendo definitivamente escasa y proviene principalmente de las principales ciudades[1].

Además, los países de la OTAN que aún participan en operaciones militares en Afganistán tienen ideas muy diferentes sobre su rol en el país[2]. “En resumen, la variada presencia de la OTAN y de las coaliciones iniciales de los dispuestos en la Guerra contra el Terror no tenía ideas claras y probablemente ni siquiera sabía dónde realmente estaban”.

Hubo una retirada del territorio afgano en diciembre de 2016 que dejó operacionales a unos 8.400 efectivos y costaba a los Estados Unidos 3.200 millones de dólares/año.

Hacia septiembre de 2020, luego de 19 años de lucha, se seguían sosteniendo conversaciones para lograr un cese del fuego. Mientras, se debatía en ellas si se definía a la guerra como yihad, el intercambio de prisioneros, sobre qué sistema de escuelas perduraría en el país, reconstrucción, etc., el Covid estaba tan presente como la continuación de las batallas y masacres y como la ausencia de líderes reconocidos en las negociaciones.

En noviembre de 2020 Trump impulsó el retiro de tropas tanto de Afganistán como del Medio Oriente, basándose en el compromiso y en la acción común. En realidad esa era la intención de Trump desde que inició su mandato. La cuestión quedó para Biden que redujo el contingente en Afganistán a 4.500 hombres con la condición de reducción de la violencia y cambiando la agenda mientras trascendía la existencia de conversaciones entre el gobierno afgano y los talibán. Esto hizo pensar que tal vez el retiro era precipitado… también de Irak.

Actualmente el debate se centra en si quedarse es seguir invirtiendo en corrupción, producción de heroína en Afganistán y continuar guerras sin fin.

En resumen, no menos de 4.500 efectivos hasta que se tengan garantías de que el accionar de Al-Qaeda se haya detenido. Tampoco desean dejar armamento que pueda caer en manos erróneas.

El hecho es que el costo de la guerra en Afganistán ya superó los 2.260 billones de dólares y no deja de incrementarse mientras ya a fines de abril de 2021 el Reino Unido y la OTAN amenazan con retornar si reaparece alguna amenaza para el “mundo libre”. Pero aunque retiren a su último efectivo —la nueva fecha sería el 11 de septiembre, fecha en que se cumplirán 20 años del atentado contra el World Trade Center y el Pentágono—, los costos seguirían sumándose: gastos de contingencia para operaciones en el exterior (OCO), los intereses de los préstamos incurridos durante estas casi dos décadas —530.000 millones de dólares—. Si la situación empeora, la intención de Londres sería retornar a Afganistán con la OTAN, por lo que el Reino Unido debe permanecer preparado, aunque por el momento tiene solo 750 efectivos y su función es de entrenamiento.

O sea: Estados Unidos no cumplirá la fecha establecida como límite por Trump: 1° de mayo, pero sí la OTAN. De tal manera que se retiraría el 11 de septiembre

A todo esto, los talibán festejan haber vencido a Estados Unidos. Manifestaron que quieren un Estado Islámico regido por la sharia y que continuarán la yihad. Posiblemente sea una expresión de deseo, pero evidentemente no querrán una democracia al estilo “occidental” sino una república islámica purificada de la influencia occidental y no un emirato islámico. De todos modos Washington elige creer que la modalidad talibán sería más moderada que en el pasado y que en Estados vecinos (Pakistán). Prefieren ignorar que ahora el ISIS está presente en Afganistán, junto con Al-Qaeda, y otros grupos militantes.

No solo podrían desestabilizar a Afganistán sino dispersarse a China, Pakistán e Irán. De todos modos Rusia, China e Irán estarían más interesados en velar por la gestión talibán que los Estados Unidos.

 

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.

 

Referencias

[1] Véase en esta página el artículo de Giancarlo Elia Valori, “Los Servicios de Inteligencia afganos”. Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 08/11/2020, https://saeeg.org/index.php/2020/11/08/los-servicios-de-inteligencia-afganos/ .

[2] Ídem.

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LA REUNIÓN DE INFORMACIÓN EN INTELIGENCIA

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

La buena inteligencia es el preludio de la victoria.

Sun Zi

 

La inteligencia se vale de diversas técnicas y herramientas para la reunión de información. Puede clasificarse a partir de las fuentes o de los medios de obtención.

A partir de las fuentes de información pueden clasificarse en públicas o abiertas y cerradas. Las públicas o abiertas, también conocidas con la sigla OSINT ―por su nombre en inglés Open Source Information Intelligence― son las que se obtienen a partir de los medios de comunicación social como diarios, revistas, libros y otro tipo de publicaciones, televisión, radio, Internet, medios alternativos de comunicación, estadísticas, etc., así como a partir de la concurrencia a congresos y seminarios académicos.

Las fuentes abiertas “están ahí”, son de fácil acceso, están al alcance de cualquier ciudadano pero pueden proporcionar indicios que lleven a la profundización de una determinada información por medios propios de la inteligencia, a la confección de un requerimiento a otros organismos, etc. Se estimaba que durante la época de la Guerra Fría las fuentes abiertas proporcionaban el 90% de la información que utiliza una agencia de inteligencia pero en el presente es muy probable que ese porcentaje sea aún mayor, sobre todo teniendo en cuenta el volumen de información que circula por medios impresos y electrónicos. Esta abundancia de información deriva en una mayor dificultad para procesarla y en lo que también se ha dado en llamar infoxicación.

La información abierta requiere de una cuidadosa lectura e interpretación, de una confrontación o “triangulación” con otras informaciones.

Markus Wolf, quien durante treinta y dos años se desempeñó como jefe del Ministerium für Staatssicherheit de la República Democrática de Alemania —más conocido como Stasi— se refiere a su colega Robert Korb de la siguiente manera:

Era un analista brillante, que me enseñó a considerar con escepticismo los informes provenientes del trabajo de campo, y así pronto llegamos a la conclusión de que una lectura cuidadosa de la prensa a menudo ofrecía resultados muy superiores a los informes secretos de los agentes, y de que nuestros propios analistas debían extraer conclusiones independientes de distintas fuentes, con el fin de evaluar el material de inteligencia en bruto. He continuado adhiriéndome a este concepto desde entonces.[1]

En este sentido, también es oportuno citar a Raúl Sohr:

Aunque cueste creerlo, 90 por ciento de la información que nutre a los servicios proviene de fuentes abiertas: documentos de gobierno, balances de empresa, organizaciones políticas, estudios académicos, compendios estadísticos y, por supuesto, la prensa. Cada día se acumulan cientos de toneladas, por cuantificar de alguna forma, de antecedentes e informes. ¿Cuáles son los relevantes y cuáles no? He aquí el dilema. Todo depende de lo que se busca y de la evaluación de las fuentes.[2]

En contraposición a la abierta, la información cerrada obedece —en general— a la forma de obtención que se realiza a través de medios humanos o de medios técnicos.

Estos medios de obtención se agrupan en lo que se denominan disciplinas de la inteligencia conocidas en inglés como intelligence collection disciplines. Esto permite entonces, hablar de otro tipo de clasificación que distingue entre medios humanos o medios técnicos.

La forma “tradicional” de obtención de información, la más antigua, es la que se produce a través de medios humanos y aquí vale mencionar las fuentes históricas de la Biblia y del Arte de la guerra de Sun Zi[3] —más conocido como Sun Tzu—, textos que nos brindan claros ejemplos de la obtención de información por esos medios ―espionaje― en la antigüedad.

A esta fuente se la conoce como inteligencia humana y se la denomina por su sigla en inglés: HUMINT (Human Intelligence). Se encuadran dentro de esta forma la fuente primaria de la actividad de inteligencia, es decir el espionaje que abarca el reconocimiento directo, la observación, la utilización de informantes, las operaciones basadas en la actividad de dobles agentes, operaciones realizadas con cobertura y el análisis de la información obtenida tanto por medios humanos como técnicos.

De esa manera se puede obtener documentación, información que puede aportar pruebas de actividades de sabotaje, de insurgencia, de terrorismo o, incluso, poner en evidencia las fortalezas y/o vulnerabilidades de un Estado o de una empresa o de una persona.

La inteligencia humana si bien supera en muchos aspectos a la inteligencia obtenida por medios técnicos presenta algunas limitaciones derivadas de los tiempos de obtención, de verificación y de análisis. Del mismo modo, por tratarse de información humana entra en juego la subjetividad, lo cual lleva a los diferentes grados de confiabilidad que se le puede otorgar.

Cuando se utilizan medios técnicos se la puede agrupar en TECHINT, inteligencia tecnológica, la cual puede agrupar, de un modo sintético, a la IMINT, inteligencia de imágenes, la SIGINT, inteligencia de señales (comunicaciones, electrónica y telemetría), a la RADINT, inteligencia de radar (proporciona señales enviadas o recibidas por radar) y a la MASINT, inteligencia obtenida del análisis cualitativo y cuantitativo de datos y parámetros de medida (mediciones e identificaciones).

Dentro de esta clasificación, a su vez, cada grupo cuenta con otras técnicas que no ameritan ser mencionadas a los efectos de esta investigación.

Las ventajas de la información obtenida por medios técnicos residen en su rapidez y en su confiabilidad pero siempre está supeditada a una interpretación humana.

En numerosos casos actúa como una información complementaria a la obtenida a través de medios humanos.

Sin embargo, toda esta “aparatología” tan eficiente puesta al servicio de la inteligencia requiere recordar ciertos principios básicos:

    • la tecnología por sí sola no elabora conocimiento;
    • el análisis humano, aun hoy, sigue siendo el principal elemento en la producción de inteligencia;
    • el análisis humano posee una flexibilidad en los procesos de la que carecen los medios técnicos.

Debe tenerse presente que desde los orígenes de la inteligencia los avances técnicos la han ido acompañando y, en las últimas décadas, la tecnología ha sido de una gran utilidad, al punto que les ha permitido a determinadas agencias una vigilancia omnipresente, una vigilancia masiva.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Markus Wolf. El hombre sin rostro. La autobiografía del gran maestro del espionaje comunista. Buenos Aires: Javier Vergara, 1997, p. 65.

[2] Raúl Sohr. Claves para entender la guerra. Barcelona: Mondadori, 2003, p. 218.

[3] Zi corresponde a una fórmula de respeto o título de nobleza para algunas personas distinguidas y no es un nombre propio. Tal es el caso, también, de Kong Fu Zi, es decir, Confucio.

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JOE BIDEN Y SUS PRIMEROS MOVIMIENTOS CONTRADICTORIOS DE POLÍTICA EXTERIOR

Giancarlo Elia Valori*

Joe Biden, presidente de los Estados Unidos. Foto: The White House.

Aquellos que pensaban que el anciano presidente estadounidense, ex vicepresidente de Barack Obama, entraría en el centro de atención internacional como el sabio y moderado estadista que había sido durante la campaña electoral han tenido que revisar su juicio.

Apenas unas semanas después de asumir el cargo, Joe Biden llevó abruptamente a Estados Unidos de vuelta a los escenarios de Medio Oriente con una doble maniobra político-militar que ha despertado una considerable perplejidad y protestas en los Estados Unidos y en el extranjero.

Como señaló el portavoz del Pentágono, John Kirby, la primera medida sorpresa decidida directamente por el presidente fue ordenar un bombardeo aéreo contra dos bases de milicianos que se cree están cerca de Hezbolá e Irán, ubicadas en Siria cerca de la frontera con Irak.

Se informa que entre 22 y 27 personas, ya sean milicianos o civiles, murieron en el ataque, que tuvo lugar durante la noche del 25 de febrero.

La orden de atacar a las milicias pro-iraníes estuvo motivada por la necesidad de Biden de reaccionar a un ataque en Erbil, en el Kurdistán iraquí, a principios de febrero contra una base logística del ejército estadounidense, que resultó en la muerte de un empleado filipino de la base.

Al comentar sobre el incidente, el portavoz del Pentágono Kirby dijo: “Los ataques aéreos han destruido almacenes y edificios utilizados en la frontera por las milicias pro-iraníes Kathaib Hezbollah y Kataib Sayyid al Shuhaba y han transmitido el mensaje inequívoco de que el presidente Biden siempre actuará para proteger al personal estadounidense. Al mismo tiempo, la acción tiene por objeto perseguir deliberadamente el objetivo de desescalar la tensión tanto en el este de Siria como en Irak”.

Aparte del hecho de que suena ambiguo justificar un ataque sorpresa en el territorio de un Estado soberano (todavía) como Siria con la necesidad de “reducir la tensión” en la región, la iniciativa del presidente Biden no ha despertado pocas perplejidades también en Estados Unidos, además de las protestas obvias del gobierno en Damasco.

Mientras que muchos senadores republicanos y congresistas han aprobado las acciones de Biden porque, como ha argumentado el senador republicano Pat Toomey, “Biden tiene derecho a responder con armas a los recientes ataques apoyados por Irán contra intereses estadounidenses”, los miembros de su propio partido no han ocultado sus críticas y perplejidad porque supuestamente el presidente no respetó las prerrogativas exclusivas del Congreso en términos de «acciones de guerra».

El senador demócrata Tim Kane fue muy duro y explícito: “una acción militar ofensiva sin la aprobación del Congreso es inconstitucional”.

Su colega del mismo partido, Chris Murphy, dijo a CNN que “los ataques militares requieren la autorización del Congreso. Debemos exigir que esta Administración se adhiera a las mismas normas de comportamiento que hemos exigido a las administraciones anteriores…

Exigimos que siempre haya justificación legal para todas las iniciativas militares estadounidenses, especialmente en un teatro como Siria, donde el Congreso no ha autorizado ninguna iniciativa militar”.

Con el fin de subrayar la inconsistencia de la justificación de la Casa Blanca de que los ataques iban a “reducir la tensión” en la región, el congresista demócrata Ro Khana intensificó públicamente las críticas diciendo: “Tenemos que salir de Medio Oriente. Me pronuncié en contra de la interminable guerra de Trump y no me callaré ahora que tenemos un presidente demócrata”.

Como podemos ver, las críticas al presidente Biden han sido duras y muy explícitas, marcando así el final prematuro de la “luna de miel” entre la Presidencia y el Congreso que, según la tradición estadounidense, marca los primeros cien días de cada nueva Administración.

La demostración militar de fuerza del presidente Biden parece estar marcada no sólo por las dudas sobre la constitucionalidad planteadas por los principales miembros de su propio partido, sino también por la naturaleza contradictoria de las motivaciones y justificaciones.

Según la Casa Blanca, en vista de la reducción de la tensión en Siria, es necesario enviar bombarderos, sin perjuicio de la necesidad de «transmitir una señal amenazante» a Irán, en el mismo momento en que el propio presidente está declarando que quiere reabrir el «acuerdo nuclear» con Irán, es decir el diálogo sobre la cuestión nuclear abruptamente interrumpido por su predecesor.

En resumen, los movimientos iniciales del nuevo Presidente en la región de Medio Oriente no parecen diferir demasiado de los de sus predecesores que, como él, pensaban que la acción militar —incluso sangrienta y brutal— siempre podría considerarse una opción útil como sustituto de la diplomacia.

Esta acción militar, sin embargo, apenas parece justificable en sus motivaciones si es cierto que el presidente Biden tiene la intención de reducir la tensión en las relaciones con Irán, que se han vuelto cada vez más tensas debido a iniciativas como las de su predecesor, Donald Trump, quien a principios del año pasado ordenó el asesinato del miembro de más alto rango de la jerarquía militar iraní, Qassem Suleimani, que fue tiroteado por un dron cerca de Bagdad.

La otra medida del presidente Biden en un teatro delicado y sensible como el Cercano Oriente, parece al menos inoportuna: fue autorizar a la CIA a desclasificar el informe sobre el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, asesinado en 2018 en las instalaciones del consulado saudí en Turquía.

El informe de la CIA acusa sin rodeos al príncipe heredero Mohammed Bin Salman de ordenar el asesinato del periodista disidente. Su publicación, autorizada por el presidente Biden, ha desatado una tormenta de controversia dentro y fuera de Estados Unidos, poniendo así en duda la relación estratégica entre Estados Unidos y Arabia Saudí, que a lo largo de los años se ha construido minuciosamente con el doble objetivo de contrarrestar la presencia e influencia de Irán en el Líbano, Siria e Irak, así como controlar los impulsos extremistas de socios regionales ricos y peligrosos como Qatar.

El príncipe Bin Salman, ahora firmemente establecido como único heredero al trono saudí, es una contraparte obligatoria de los Estados Unidos.

En vano (e imprudentemente), el presidente Biden ha declarado públicamente su preferencia por un diálogo directo con el rey Salman. 

El Rey, de 85 años, sin embargo, no sólo se encuentra en malas condiciones de salud, sino que también ha dicho claramente a los estadounidenses que tiene la máxima confianza en “su único y legítimo heredero” a quien ya ha delegado realmente la gestión de los asuntos del Reino.

La Administración del presidente Biden, y su nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, nunca han ocultado que prefieren a otro príncipe heredero como posible homólogo, a saber, Mohammed Bin Nayef, que es muy cercano a la CIA gracias a los buenos oficios del ex jefe de los servicios de inteligencia saudíes, Saad Al Jabry. Sin embargo, en el complicado mundo de la Corte Saudí, las cosas no siempre avanzan de la manera simple y directa preferida por los estadounidenses.

Mohammed Bin Najef está actualmente en prisión por cargos de corrupción y por lo tanto está definitivamente fuera de la carrera por el trono, mientras que su enlace con la CIA, Al Jabry, se ha autoexiliado en Canadá para escapar de la “persecución” que cree que ha sido orquestada por los cortesanos saudíes.

Si los Estados Unidos quieren seguir desempeñando un papel en Medio Oriente y posiblemente ejerciendo una función estabilizadora en una región que fue muy desestabilizada por la desafortunada aventura iraquí de George W. Bush, que efectivamente entregó a Irak a los chiítas cercanos a sus “hermanos” iraníes y le dio a Irán las claves para controlar el golfo Pérsico, el Presidente y su Secretario de Estado tendrán que confiar en una buena dosis de realismo político, dejando fuera del diálogo con Arabia Saudí las consideraciones éticas que, aunque justificadas, no parecen apropiadas, también porque Estados Unidos nunca ha parecido haber tenido muchos escrúpulos a la hora de eliminar físicamente a sus “adversarios” con métodos muy apresurados, ya sea un general iraní, dos docenas de milicianos sirios no identificados o sus familiares.

En resumen, las primeras etapas de la Presidencia de Biden no parecen muy prometedoras. Tanto los aliados como los adversarios están esperando que Estados Unidos vuelva al terreno en las zonas más sensibles con pragmatismo y realismo, dos factores que parecen bastante escasos en las medidas preliminares de política exterior de Joe Biden.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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