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TRUMP QUIERE HACER LAS «PACES»

Roberto Mansilla Blanco*

«Trump ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un insulto para EEUU».

 

La «carrera contra reloj», con tintes cada vez más obsesivos, de Donald Trump por alcanzar el Premio Nobel de la Paz tiene ahora un nuevo reto: Gaza. Tras haberlo intentado en Alaska en la cumbre con su homólogo ruso Vladimir Putin sin alcanzar cuando menos una tregua o la posibilidad de una «paz armada» en Ucrania, la impaciencia de Trump por convertirse en el «hombre de la paz» comienza a convertirse en un síntoma patológico.

Caso contrario al de Trump, a quien le sobra paciencia y cálculo estratégico es precisamente al presidente ruso, quien no aspira al Nobel de la Paz pero sí a trazar sus imperativos geopolíticos con Occidente, que no pasan precisamente por alcanzar una paz a cualquier precio en Ucrania. Putin ha entrado igualmente en una fase de escalada militar contra objetivos estratégicos en Ucrania toda vez ha estado probando vía aérea la solidez unitaria y defensiva de la OTAN a través del envío de drones y aviones de reconocimiento ingresando en los espacios aéreos de Polonia, Rumanía y países bálticos.

Poco deseoso de apoyar a la OTAN en su escalada de tensiones con Rusia, Trump ha optado en Ucrania por un giro disuasivo hacia el Kremlin: alentar al otrora despreciado presidente ucraniano Volodymir Zelenski a recuperar el territorio perdido a manos de los rusos e «incluso ir más allá», lo cual ha dejado entrever posibles apoyos a incursiones en territorio ruso.

Por otro lado, el reciente asesinato del influencer «trumpista» Charlie Kirk ha reforzado la agenda «securitista» de Trump a límites hasta ahora desconocidos en la política estadounidense. Para concentrarse en los cada vez más inquietos asuntos domésticos, Trump parece persuadido a solucionar, cuando menos temporalmente, los frentes abiertos en el exterior.

Gaza como salvavidas para Netanyahu

Atascada la situación en Ucrania, la impaciencia de Trump por ser el «hombre de la paz» ha motivado a enfocar en otro escenario: Gaza. Así, vía propuesta de paz, el mandatario estadounidense ha lanzado un súbito «salvavidas» de última hora al cada vez más contestado y aislado primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Este plan «trumpista» ocurre en un contexto delicado que pone a prueba la alianza entre EEUU e Israel. La crisis humanitaria y el genocidio de Gaza iniciado por Israel con su invasión a la Franja a finales de 2023 han desacreditado no sólo al primer ministro israelí sino también a su país. Indiferente ante esta situación, en su reciente alocución en la Asamblea General de la ONU, Netanyahu dejó a las claras su verdadero objetivo: «no habrá Estado palestino», sin ofrecer ningún gesto de mea culpa por los más de 80.000 palestinos asesinados en Gaza, aunado ahora a las razzias en Cisjordania que impliquen avanzar en la colonización de esos territorios y hacer así definitivamente inviable cualquier tipo de Estado palestino.

Unos 157 de los 193 países de la ONU, entre ellos potencias como Gran Bretaña y Francia, han reconocido la legitimidad del Estado de Palestina, la mayor parte de la comunidad internacional aprovechó oportunamente la reciente cumbre de la ONU para mostrar su oprobio por lo que sucede en Gaza, responsabilizando con ello a Israel. Esto llevó al humillante desaire realizado a Netanyahu por parte de la mayoría de los representantes nacionales en la reciente Asamblea General de la ONU en Nueva York.

Si bien el plan de paz de Trump para Gaza beneficia claramente a Israel, la «huida hacia adelante» de Netanyahu comienza a resultar incómoda para un Trump que, en su ansiada pretensión por el Premio Nobel, ha llegado incluso a asegurar que no obtener ese galardón sería un «insulto para EEUU».

Al ego de Trump se le une la obstinación de un Netanyahu que comienza a sentir presión interna, incluso dentro del establishment militar, y un malestar social en vísperas del segundo aniversario de la invasión a Gaza. Hamás, si bien desarticulado en su cúpula dirigente, está lejos de ser doblegado política y militarmente. Tiene en sus manos todavía a decenas de rehenes israelíes, millares de militantes armados y muy probablemente una nueva dirigencia política.

El descrédito y la maltrecha imagen internacional de Israel también pasan factura a los «halcones» instalados en las altas esferas del poder en Tel Aviv y Jerusalén. El propio Trump ya ha advertido ante sus socios árabes que no consentirá una invasión y anexión de Cisjordania. Con ello busca ralentizar, o bien contemporizar, el objetivo supremacista del «Gran Israel» de Netanyahu y los «halcones».

En lo concerniente a los 20 puntos de la propuesta de paz, el texto abunda en aspectos más técnicos que estructurales. Trump maneja una versión maltrecha de los Acuerdos de Oslo (1994) en la que la solución de los «dos Estados» pasa a estar supeditada a una especie de transición tecnocrática y apolítica con un Hamás al que se le exige la desmilitarización, apenas exigiendo a Israel una contraprestación, lo cual mantiene el desequilibrio de fuerzas. Por otro lado, Gaza se convertirá en un carrusel de negocios dominado por los intereses conjuntos entre EEUU e Israel, aunque Trump intente llevar la iniciativa.

Esta caída en desgracia de Netanyahu ante los ojos del mundo ofreció un inusual gesto durante la cumbre en Washington con Trump: el premier israelí pidió perdón por los ataques en Qatar en las que buscó, infructuosamente, asesinar a líderes de Hamas. El contexto actual, con un atasco militar en Gaza y crisis humanitaria al que no se debe olvidar la breve confrontación directa entre Israel e Irán en julio pasado, han dejado entrever que Israel no es tan invencible militarmente y es mucho más vulnerable y dependiente de la ayuda estadounidense de lo que se creía.

Un actor clave: Arabia Saudita

A buena cuenta, Trump ha tomado cálculo de esta ecuación. Trump maneja nuevos equilibrios en Oriente Próximo que no le aten necesariamente a esa alianza estratégica con Israel. Necesita tener a su favor a Arabia Saudita y los emiratos petroleros toda vez el mundo árabe e islámico, visiblemente liderado por Arabia Saudita, ha comenzado a mover fichas contra Israel, trazando un revival de unidad incluso en el plano militar contra un enemigo común, el Estado israelí.

Un aspecto que inquieta a Trump tomando en cuenta que su aliado israelí ya ha atacado militarmente en lo que va de año no solamente a Palestina sino también al Líbano, Siria, Qatar, Irán y Yemen.

En este contexto debe interpretarse el «lavado de imagen» vía discurso en la ONU por parte del ex terrorista yihadista (Washington llegó a ofrecer una recompensa de US$ 10 millones por su captura o eliminación que ahora ha sido convenientemente retirada) ahora reconvertido en presidente interino sirio, Ahmed al Shar’a. La apertura de Trump hacia la «nueva Siria post-Asad» podría interpretarse como una condición expresada por el cada vez más poderoso príncipe saudita Mohammed Bin Salmán; una petición que Trump no ha dudado en atender.

Precisamente, Riad ha sido el principal interlocutor del mundo árabe a la hora de recibir con beneplácito la propuesta de paz de Trump para Gaza. Tradicionalmente desunidos en el plano político, la crisis de Gaza ha reactivado ciertos vínculos de unidad en el mundo árabe, muy probablemente determinados por evitar que el drama palestino active el malestar social contra el estatus quo de poder.

De este modo, sin abandonar la alianza estratégica con Israel, Trump comienza a jugar otras cartas buscando atraer a otros actores de peso como Arabia Saudita, cuyas esferas de influencia regionales incluyen ahora la Siria de al-Shar’a, visiblemente ya fuera del alcance de la histórica influencia iraní, el principal aliado del extinto régimen de los Asad. De este modo, Riad parece haber sustituido a Teherán como el principal actor de influencia en la «nueva Siria» y sus implicaciones tienen peso decisivo a la hora de negociar con Washington esferas de influencia geopolítica a nivel regional.

No debemos olvidar que en octubre ser realizarán elecciones legislativas en Siria, los primeros comicios tras la caída del régimen de Bashar al Asad en diciembre pasado. Estas elecciones son vitales para calibrar el incierto futuro sirio y cuál será su orientación geopolítica en este contexto de tensiones y conflictos permanentes in crescendo.

El panorama así se observa inquietante, donde un nuevo Parlamento deberá legislar un país fragmentado, con un proceso electoral que genera críticas por la exclusión de ciertas áreas y la falta de participación política plena, con partidos políticos prohibidos y desafíos a la seguridad. La eventualidad de una «balcanización» de Siria, que podría reproducir un contexto similar al observado en la vecina Líbano durante su prolongada guerra civil (1975-1990), es una posibilidad real ante el inflamado contexto regional.

Contando con un inmediato pero expectante apoyo internacional básicamente focalizado en intentar evitar que se amplíe el horror que se vive en Gaza con otra ofensiva militar israelí, es posible que la propuesta de paz de Trump tenga algún margen de efectividad, cuando menos temporal, toda vez las horripilantes imágenes que en los últimos meses se ha observado con el genocidio en Gaza, a la que la ONU oficialmente también ha catalogado de «hambruna», indicarían otros derroteros que propicien su inviabilidad.

Pero la pax de Trump navega igualmente por aguas inciertas. A falta de lo que responda Hamas, cuyo ultimátum enviado por Trump fue de tres a cuatro días, algunos movimientos políticos palestinos ya han oficializado su desacuerdo con la propuesta de Trump.

Por mucho que el propio Netanyahu lo haya propuesto meses atrás durante una de sus visitas a Washington, el primer ministro israelí sería un aval incómodo para un Trump obsesionado con el Nobel de la Paz. No obstante, incluso en la masacrada Gaza, destruida por la agresividad del Estado de Israel, cualquier paz se impone ahora como urgente.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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UN SISTEMA INTERNACIONAL CONVULSO QUE CONFIGURA NUEVOS EQUILIBRIOS

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Vilkasss en Pixabay

 

El asesinato del activista Charlie Kirk ocurre en momentos en que la tensión internacional se incrementa en diversos ámbitos, principalmente en Oriente Próximo, así como entre Rusia y la OTAN, generando un clima de convulsión que anuncia cambios significativos en los equilibrios de poder.

Este contexto está propiciando cambios que redibujan el mapa geopolítico especialmente en Oriente Próximo, con perspectivas que dificultan los intereses del eje EEUU-Israel a pesar de la aparentemente inquebrantable alianza, confirmada con la visita a Netanyahu por parte del secretario de Estado Marco Rubio.

Mientras Israel activaba la invasión militar a la Ciudad de Gaza e incluso se preparaba para la eventual anexión de Cisjordania, Reino Unido, Portugal, Canadá y Australia reconocieron el 21 de septiembre de 2025 al Estado de Palestina, abogando por la solución de «dos Estados». Francia, que observa una aguda crisis política tras la caída del gobierno de Bayrou, hizo lo mismo un día después en el marco de la 79º Asamblea General de la ONU.

El reconocimiento británico a Palestina coincidió con una visita a Londres por parte de Trump, quien mostró su contrariedad por esta decisión ante el primer ministro británico Keir Starmer. Durante la sesión de la Asamblea General de la ONU, Trump reprodujo la visión de Netanyahu de que reconocer Palestina como Estado es «una victoria para Hamás». La intervención del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en la reciente Asamblea General de la ONU, donde fue boicoteado por una inmensa mayoría de las delegaciones presentes hasta prácticamente dejarlo en solitario, evidencia el clima de aislamiento y de pérdida de apoyos internacionales para Israel.

Estas declaraciones de apoyo al Estado palestino, principalmente por parte de dos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN como son Gran Bretaña y Francia, tradicionalmente aliados de Israel, rompen la baraja de equilibrios geopolíticos hasta ahora favorable al eje EEUU-Israel. Días antes de estos reconocimientos, una comisión de investigación de la ONU concluyó que Israel había cometido genocidio contra los palestinos en Gaza.

¿Hacia una «OTAN islámica»?

Un clima de pre-guerra regional se percibe en Oriente Próximo, lo que está acelerando la concreción de inéditas alianzas militares. A mediados de septiembre, Pakistán (único país musulmán potencia nuclear) y Arabia Saudita (uno de los principales vendedores de armas a nivel mundial) firmaron un inédito acuerdo estratégico de defensa. El acuerdo es histórico ya que no sólo determina asistencia mutua defensiva, sino que también aparentemente condiciona las respectivas implicaciones de ambos países en los complejos acontecimientos de Oriente Próximo, el Índico, sureste asiático y Asia Central.

El objetivo a priori de este acuerdo parece más bien simbólico y disuasivo dirigido principalmente hacia Israel, en particular tras los ataques israelíes contra Qatar que buscaron infructuosamente eliminar a líderes de Hamas establecidos en Doha. No olvidemos que, en diciembre de 2024, Rusia e Irán ya firmaran un acuerdo similar que se ampliará a la cooperación nuclear durante una cumbre en Moscú a finales de este mes. Pero el pacto entre Islamabad y Riad también es seguido con atención por parte de India, otra potencia nuclear que rivaliza con Pakistán además de mantener litigios soberanistas y reclamaciones territoriales (Cachemira).

Por otro lado, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (que reconoce a Israel tras los Acuerdos de Abraham de 2020) anunciaron medidas punitivas contra ciudadanos israelíes, toda vez que Egipto aparentemente estaría dispuesto a ir a una guerra contra Israel si la invasión a la Ciudad de Gaza provoca una crisis humanitaria sin precedentes en el fronterizo paso de Rafah.

A su vez, Turquía se erige como la principal voz de los palestinos ante la ONU y los foros internacionales, lo que aumenta las tensiones entre Turquía e Israel. En Turquía existe malestar ante el proyecto del gobierno de Netanyahu del «Gran Israel» que también abarca regiones turcas. Tras ser el primer país musulmán en reconocer a Israel (1949) y mantener durante décadas un tácito equilibrio geopolítico común, la guerra en Gaza ha exacerbado las tensiones turco-israelíes.

Turquía observa ahora a Israel como un rival. En este contexto de tensiones con Israel, Turquía y Egipto avanzaron en sus primeros ejercicios navales conjuntos en trece años, un claro mensaje disuasivo a Netanyahu.

Trump se ha esforzado en propiciar una apertura con la Siria gobernada por el yihadista reconvertido en presidente Ahmed al Shara’a, buscando incluso que las nuevas autoridades en Damasco inicien un proceso de reconocimiento y normalización de relaciones con Israel. No obstante, el inflamado contexto actualmente existente en Oriente Próximo, derivado de los conflictos de Israel en Gaza, Líbano, Qatar, Yemen e Irán, dificulta esta posibilidad.

Por ello, Trump intenta dar un «golpe de timón» geopolítico observando con mayor atención que, ante la constante agresividad israelí que podría terminar incomodando los intereses regionales estadounidenses, Arabia Saudita podría convertirse en el nuevo y principal interlocutor para Washington. Este hipotético escenario propiciaría un cambio de equilibrios militares y geopolíticos que eventualmente condicionen lo estipulado en los Acuerdos de Abraham (2020), cuyo principal objetivo se centraba en alcanzar un histórico reconocimiento oficial entre Arabia Saudita e Israel.

La agresiva política de Israel en Oriente Próximo ha provocado una mayor concreción de políticas defensivas dentro del mundo árabe contra Israel, fomentando la noción de una especie de «OTAN árabe».

En el Sahel africano también se ha dado un movimiento geopolítico relevante. Los tres gobiernos que forman parte de la Alianza de Estados de Sahel, siendo estos Burkina Faso, Mali y Níger, anunciaron su salida de la Corte Penal Internacional por considerarla un «instrumento del colonialismo occidental».

Rusia y la OTAN: ¿en rumbo de colisión?

Fuera del escenario de Oriente Próximo, Rusia y Bielorrusia realizaron en septiembre los ejercicios militares ZAPAD en localidades muy próximas a la frontera con Polonia, país que junto con Rumanía y Estonia han denunciado la presencia de drones y cazas rusos en labores que podrían explicarse de reconocimiento e inteligencia. En estos ejercicios también participaron como observadores altos cargos militares estadounidenses.

Este contexto ha provocado el aumento de las tensiones entre Rusia y la OTAN. Mientras Francia reconocía a Palestina en la Asamblea General de la ONU, Putin advirtió ante el Consejo de Seguridad ruso con aplicar «medidas militares» ante el futuro escudo antimisiles espacial que Trump quiere diseñar. El presidente ruso indicó que este escudo altera el «status quo» de las armas de destrucción masiva, presionando a EEUU para renovar el Tratado de No Proliferación Nuclear.

De acuerdo con el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), citado por el canal ruso RT, Putin habría supervisado el reclutamiento de 299.000 nuevos soldados que han firmado nuevos contratos con el Ministerio de Defensa ruso entre enero y septiembre de 2025 con la finalidad de conformar una nueva fuerza estratégica de defensa.

Este escenario plantea la expectativa de que Moscú podría estar preparándose para un futuro conflicto con la OTAN, tomando en cuenta el riesgo de escalada de tensiones que se observa en la actualidad, donde drones y aviones tanto rusos como de la OTAN sobrevuelan sus respectivos espacios aéreos. Algunos analistas especulan que los ejercicios ZAPAD tradicionalmente suponen la puesta en marcha de preparativos de carácter bélico por parte de Rusia y sus aliados, citando precedentes como la guerra de agosto de 2008 con Georgia y a la invasión de febrero de 2022 en Ucrania.

Trump también ha tomado posición en cuanto a las recientes tensiones ruso-occidentales. Desde la ONU advirtió con dar un giro copernicano al conflicto en Ucrania otorgando un mayor apoyo militar para Kiev. En lo que puede ser una declaración intimidatoria y disuasiva hacia Putin, Trump ha adoptado un tono más agresivo, sugiriendo que Ucrania podría reclamar todo su territorio perdido si el apoyo de la OTAN continúa, toda vez ha comentado que Rusia comienza a observar «grandes problemas económicos».

Las tensiones ruso-occidentales también gravitan en las elecciones legislativas previstas para este 28 de septiembre en Moldavia, donde vuelven a aparecer denuncias en medios occidentales sobre presuntas inherencias electorales por parte del Kremlin tendientes a favorecer la opción electoral liderada por Igor Dodon, considerado un prorruso.

Una China expectante que también fortalece sus imperativos

Por otro lado, China celebró el Foro Xiangshan, una conferencia anual de defensa en la que estableció una política de disuasión ante EEUU, ya anteriormente configurada tras la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin y la posterior exhibición de poderío militar con el desfile en Beijing del 2 de septiembre, celebrando el 80º aniversario de la victoria en la II Guerra Mundial, en presencia de los líderes de Rusia y Corea del Norte.

Romper el eje euroasiático sino-ruso ha sido siempre una obsesión para Trump. La definitiva retirada estadounidense de Afganistán de 2021, cuando los Talibanes volvieron al poder tras ser desalojados por Washington y sus aliados en 2001, ha sido siempre una crítica constante de Trump contra la presidencia de su predecesor Joe Biden.

Mientras se preparaba el funeral de Kirk, Trump advirtió sobre la posibilidad de recuperar el control de la base militar de Bagram en Afganistán, provocando el rechazo absoluto por parte de las autoridades talibanas. El objetivo de Trump por recuperar Bagram se intuye en la necesidad de tener una cabeza de puente estratégico para monitorear de cerca el nuevo eje euroasiático conformado por China, Rusia e India tras la cumbre de la OCS en Tianjin. El Kremlin ya ha advertido que no permitirá esta pretensión geopolítica de Trump en Afganistán.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL ASESINATO DE CHARLIE KIRK EN TIEMPOS DE «TRUMP II»: ¿SE DESLIZA EEUU HACIA UNA DICTADURA «2.0» O HACIA UNA «GUERRA CIVIL» DE BAJA INTENSIDAD?

Roberto Mansilla Blanco*

El asesinato del activista conservador Charlie Kirk el pasado 10 de septiembre en un campus universitario en Utah ha desatado todo tipo de escenarios prospectivos sobre la posibilidad de que EEUU estaría políticamente entrando en una fase de radicalización sociopolítica y de autoritarismo que eventualmente conlleve un espiral de violencia política.

El crimen ocurre en un momento en que la administración de Donald Trump ha entrado en una fase de «securitización» de la política estadounidense, colocando a la seguridad nacional y el control de los organismos de seguridad estatales como una prioridad de su gestión. El despliegue de la Guardia Nacional (GN) y efectivos militares en Los Ángeles y Washington DC, alegando una supuesta ‘crisis delictiva’, ha sido el primer paso de un plan más amplio de militarización que amenaza con extenderse a Chicago, Baltimore, Nueva York y otras ciudades y estados gobernados por el Partido Demócrata.

Pero no es sólo el contexto interno sino también regional el que podría estar aprovechando Trump para afianzar su agenda «securitista». En este sentido también se puede incluir la operación antinarcóticos que Washington lleva a cabo en aguas caribeñas, que ha propiciado una mayor presión hacia el gobierno venezolano incluso con expectativas de derrocamiento y transición del poder en Caracas.

Tomando en cuenta otros precedentes, este episodio de violencia política contra Kirk no es aislado y acontece igualmente en un contexto determinado por la segunda presidencia de Trump, cuyas expectativas se focalizan en consolidar al «trumpismo» como un eje hegemónico del sistema político estadounidense. En esta coyuntura, el debate político en EEUU se ha trasladado claramente a las redes sociales bajo un clima de intensa polarización y radicalización, condicionando en algunos casos la labor que asumen las instituciones estatales en materia de conciliación y de resolución de conflictos.

Las reacciones al asesinato de Kirk por parte de altos cargos del gobierno estadounidense, especialmente del vicepresidente D.J. Vance, intensifican los temores en cuanto a la radicalización política. Vance no dudó en acusar a sectores de extrema izquierda como los presuntos perpetradores de este atentado.

Poco después, las autoridades detuvieron a Tyler Robinson (22 años) acusado de ser el presunto asesino de Kirk. La Fiscalía estadounidense pidió la «pena de muerte» contra Robinson, en clara concordancia con las expectativas del presidente Trump.

La violencia política como espectáculo: Kirk, un mártir para el «trumpismo»

Kirk, de 31 años y cristiano devoto, fue el fundador en 2012 del movimiento activista Turning Point USA, un foro de militancia política a favor del «trumpismo» y del movimiento MAGA (Make America Great Again) Esta iniciativa tiene especial atención en propiciar la militancia hacia las nuevas generaciones. Tras el asesinato, su viuda Erika Kirk (36 años) asumió este rol como CEO de este movimiento social y político estrechamente ligado al «trumpismo».

El movimiento tiene presencia en aproximadamente 3.500 campus de bachillerato y universidades en EEUU, expandiendo una ideología de liberalismo económico, reducción del papel del gobierno y del sector público y una retórica anti-musulmana y sexista, congeniando plenamente con las ideas conservadores que ha monopolizado el «trumpismo». Una encuesta de la Universidad de Harvard asegura que la franja etaria entre 18 y 24 años ha girado sus preferencias políticas hacia la derecha. Por tanto, Charlie Kirk parecía encaminado a dirigir a una nueva generación de jóvenes «trumpistas». Y sus ideas comenzaban a tener impacto en el exterior.

El funeral de Kirk celebrado en Arizona este 21 de septiembre se convirtió en una puesta en escena estratégica en clave política para movilizar socialmente al «trumpismo» en un momento donde se está registrando descontento con la gestión presidencial. Enardeciendo la emotividad como móvil político, el propio Trump catalogó a Kirk como un «mártir» toda vez clamaba que «sin Dios no hay EEUU». El objetivo era claramente «sacralizar» su lucha política en aras de preservar el patriotismo y los valores tradicionales como ejes fundamentales de la sociedad estadounidense.

Observando con detenimiento estas palabras, esta simbiosis entre religión y política así como las constantes referencias a Dios determinan igualmente la voluntad de la Administración Trump por focalizar en la educación para moldear una nueva cultura política entre la opinión pública que contrarreste la ideología progresista y de la denominada «izquierda woke» en las aulas y movimientos sociales. Con ello pretende movilizar al ascendente nacionalismo cristiano afiliado a su idea de MAGA, vital para su apoyo político y electoral, probablemente marcando la agenda de cara a las elecciones legislativas del «mid-term» previstas para noviembre de 2026.

Con ello, el «trumpismo» da el pistoletazo de salida para iniciar lo que las nuevas fuerzas conservadoras, reaccionarias y liberales han denominado como «la batalla cultural» contra las corrientes progresistas, concordando igualmente con los apoyos de grupos religiosos que apoyan a Trump.

Dos datos para tomar en cuenta que explican el porqué de la movilización de las fuerzas «trumpistas» y sus implicaciones dentro del contexto de polarización y radicalización política en EEUU. El primero, el rechazo a la inmigración ilegal, aspecto que fortalece las políticas antiinmigración que impulsa Trump bajo el argumento de que afectan la seguridad y la identidad nacional estadounidenses.

El segundo, la proliferación de armas entre la población civil. Según la organización independiente Small Arms Survey, actualmente existen en EEUU unas 400 millones de armas en manos civiles. La ratio indica que es un arma por cada habitante, lo cual hace de EEUU el país con más armas de fuego per cápita del mundo, con más de 120 armas por cada 100 habitantes. 

Trump resucita el «macartismo» para el asalto al poder total

Si bien estamos aún lejos de observar en EEUU una situación de crisis y disolución que lleve a la quiebra institucional y a la conformación de bandos armados con control territorial que propicien una eventual guerra civil, esta perspectiva no deja de ser mediáticamente atractiva tomando en cuenta el escenario de constante convulsión a nivel mundial que, súbitamente, estaría llegando precisamente hacia la principal potencia del planeta.

Por tanto, el clima derivado en EEUU del asesinato de Kirk merece una reflexión más profunda sin perder de vista si este horizonte de confrontación política radical y eventual guerra civil es posible o no.

La perspectiva de que EEUU podría estar transitando hacia una guerra civil comienza a tener repercusión en el mundo intelectual y editorial. En 2019 los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explicaron los peligros del populismo «trumpista» y sus tendencias autoritarias en tiempos de crisis política en su clásico How Democracies Die. What History Reveals about Our Future.

Tras este estudio destaca el libro de la académica Bárbara Walter, How Civil War Starts and How to Stop It (2025) Catedrática de Asuntos Internacionales en la Universidad de California, Walter es una de las principales expertas mundiales en guerras civiles, violencia política y terrorismo. Siendo una voz autorizada conviene por tanto reproducir algunas ideas que Walter expone en su libro y que puede ayudar a comprender la dinámica de polarización y radicalización que vive EEUU desde aproximadamente la década de 1990 pero que se ha exacerbado con la llegada de Trump a la presidencia en 2017.

Apoyándose en un informe de la CIA, Walter identifica «la evolución del extremismo en EEUU» cuya fase previa se encamina a la «insurgencia manifiesta». Según Walter, esos pasos «son el señalamiento, por parte de un grupo, de agravios comunes y la construcción de una identidad colectiva, el reclutamiento de miembros, algunos de los cuales reciben entrenamiento militar, el acopio de armas y provisiones, las acciones violentas de baja intensidad». Actualmente, «el país es una anocracia dividida en facciones que se aproxima rápidamente a la fase de insurgencia manifiesta, lo cual significa que está más cerca de la guerra civil de lo que ninguno de sus ciudadanos creería. El asalto al Capitolio ha impedido al Gobierno restar importancia a la amenaza que las organizaciones de ultraderecha suponen para EEUU y su democracia. […] De hecho, el asalto al Capitolio podría ser perfectamente el primero de una serie de atentados organizados en una fase de insurgencia manifiesta: se dirigió contra infraestructuras, había planes de asesinar a ciertos políticos e intentos de coordinar las acciones, y, además, implicó a un gran número de milicianos, algunos de ellos con experiencia en combate».

Por otro lado, un medio de tendencia progresista, Spanish Revolution, identifica una serie de claves que definen la concreción de un régimen autoritario y dictatorial en los EEUU de Trump. Señala aquí la concentración de poder; la ausencia y separación de poderes; las restricciones a derechos y libertades; manipulación electoral; control de medios de comunicación; uso sistemático de la violencia y del miedo; culto a la personalidad («trumpismo»); ausencia de garantías jurídicas; supresión de la sociedad civil; y narrativa única e imposición ideológica. Según esta publicación, de estos diez parámetros, EEUU ya cumple con siete.

La tendencia a propiciar escenarios de espectacularidad política vía puesta en escena como el funeral de Kirk se ha convertido en una estrategia para Trump y un «trumpismo» que está reconstituyéndose en cuanto a piezas políticas e ideológicas. Más allá de la gravedad de la situación determinada por el asesinato de Kirk, este hecho no deja de implicar una situación de oportunismo político para un Trump cada vez más enfocado en otorgarle prioridad a la seguridad pública, con vestigios de dar curso a un escenario de «securitización» e incluso militarización del debate político. Un aspecto importante que se pudo observar en este funeral fue la escenificación de la eventual «reconciliación» entre Trump y el magnate Elon Musk tras meses de desencuentros.

Ya en julio de 2024, con el atentado en su contra en Pennsylvania durante un mitin político, Trump logró vertebrar a su favor este suceso en momentos previos a las elecciones presidenciales de noviembre pasado. No se debe olvidar el asalto al Capitolio en enero de 2021 por parte de simpatizantes trumpistas atendiendo al llamado de su líder días antes de la toma de posesión de Joseph Biden. Toda vez ha enfrentado casos judiciales en este sentido, Trump sigue argumentando sin pruebas concluyentes que las elecciones de 2020 fueron un robo. Mientras tanto, en Brasil, su aliado político Jair Bolsonaro acaba de ser sentenciado a 27 años de prisión por una situación similar ocurrida en enero de 2023. Fiel a su estilo intimidatorio que revela sus intenciones políticas, Trump ha amenazado con sanciones comerciales a Brasil por este juicio contra Bolsonaro.

En el foco de atención está observar cómo Trump rentabilizará políticamente el crimen de Kirk. Recientemente hemos observado su decisión de imponer un mayor control sobre la policía, la Guardia Nacional y otros mecanismos de seguridad. Se especula con que el asesinato de Kirk sirva de excusa para desatar una sutil represión política y de ideas disidentes.

Para ello precisa reconvertir como eje del debate político la tesis de la lucha entre los «patriotas MAGA» contra los «globalistas» y el supuesto «Estado Profundo» apoyado por la «ideología woke» y los «liberal-globalistas» presentes en el establishment de lo que se ha denominado como «el Estado Profundo». Uno de los blancos preferidos de Trump y sus simpatizantes es apuntar contra el magnate George Soros como supuesto mecenas de estas ideologías «antipatriotas». El propio Kirk llegó a acusar a judíos-estadounidenses de presuntamente financiar la izquierda woke y el denominado «marxismo cultural».

Si bien Kirk defendía públicamente a Israel, días previos a su asesinato comenzó también a criticar el genocidio en Gaza. No obstante, fuentes israelíes se concentraron en enfocar su asesinato argumentando una especie de conspiración por parte de la izquierda woke e incluso de elementos yihadistas. No obstante, el propio gobierno de Netanyahu ha intentado disminuir esos argumentos con la intención de evitar cualquier implicación israelí detrás del suceso, alejando las expectativas conspirativas ante el hecho de que Kirk tomara distancia sobre los planes israelíes en Gaza.

Viendo en perspectiva histórica, los EEUU de Trump podrían retrotraer los mecanismos de la cacería macartista de la década de 1950 contra los comunistas, ahora reconvertidos en los «progresistas, globalistas y woke». Las reacciones de Trump tras el asesinato de Kirk podrían arrojar algunas claves sobre esta posible cacería ideológica, especialmente en los medios de comunicación y en un poder judicial donde el «trumpismo» y los sectores ultraconservadores tienen una fuerte presencia.

Trump ha amenazado con retirar las licencias a medios y grandes cadenas informativas que consideran críticos con su gestión. También ha señalado a periodistas y reporteros de ser eco de voces izquierdistas que influyen en la opinión pública. La suspensión por parte de la cadena ABC del programa del comentarista Jimmy Kimmel por un comentario sobre el asesino de Kirk implica observar cómo la polarización en los medios ya acoge medidas punitivas. Son cada vez mayores las denuncias de las intenciones de Trump de amordazar la libertad de expresión y de información silenciando voces críticas.

En un gesto claramente reaccionario e incluso provisto de teatralidad, Trump ordenó vía redes sociales a su fiscal general Pam Bondi que persiga «ya» a «los enemigos del presidente de EE.UU», lo cual confirma un inédito acto de injerencia en las labores del Departamento de Justicia. El 22 de septiembre, Trump declaró como «organización terrorista» al movimiento Antifa, progresista, antifascista y antirracista que tuvo una presencia importante durante las protestas tras el asesinato de Floyd en 2020 y la creación de la protesta «BlackLiveMatters».

Las redes sociales: el campo de batalla de la «guerra civil 2.0»

Volviendo al caso Kirk, en redes sociales, e incluso algunos miembros de la clase política, hubo reacciones de todo tipo. Un comentarista político influyente como el conservador Tucker Carlson (conocido por su mediática entrevista al presidente ruso Vladimir Putin en febrero de 2024) fustigaba contra el odio y reclamaba por la necesidad de «orden en el país», destacando el «carácter cristiano y moralista de Kirk».

Como un émulo del discurso «trumpista», las palabras de Carlson exponen la perspectiva de «necesidad de regeneración espiritual» de los EEUU instigando a dar curso a una agenda ultraconservadora.

Por otro lado, el analista Daniel Estulín, quien ya advirtió hace años sobre la aparente «inevitabilidad de una guerra civil en EEUU», realizó una comparativa del asesinato de Kirk con el realizado contra Daria Dugina, hija del ideólogo eurasianista ruso Aleksander Dugin, en agosto de 2022. Dugin, considerado quizás de manera exagerada como el «ideólogo de Putin», es un conocido simpatizante de Trump, cuyas ideas de «regeneración espiritual» y de «recuperación del papel civilizatorio de Rusia» coinciden con las visiones patrióticas y antiglobalistas de MAGA, teniendo un notable impacto mediático dentro y fuera del país.

Estulín, de origen lituano nacido en la URSS y a quien se le ha tildado de propiciar «teorías conspiratorias», consideró que Kirk fue víctima del denominado «Estado Profundo» y las «fuerzas invisibles» (un objetivo preferido para el «trumpismo» y MAGA) Indicó que Kirk que criticaba constantemente al presidente ucraniano Volodymir Zelenski mientras defendía una política de distensión por parte de EEUU con Rusia. Esto provocó, según Estulín, que diversos ucranianos en redes sociales festejaran el asesinato de Kirk.

Vistas las reacciones en diversos medios, el asesinato de Kirk podría así estar creando un caldo de cultivo para una radicalización política en EEUU. En este apartado se menciona también el papel de la denominada «Generación Z», los nacidos en la década de 1990 imbuidos en la cultura digital cuya capacidad política se ha visto confirmada con los recientes acontecimientos en Nepal, echando violentamente del poder al establishment.

De este modo, el «trumpismo» y sus detractores han convertido las redes sociales en el campo principal del debate político en EEUU, alterando así los canales tradicionales de discusión mientras marca una tendencia cada vez mayor hacia la radicalización como una especie de solución política.

Un análisis del LISA Analysis Unit augura un clima de «guerra política de baja intensidad» en EEUU argumentando que «si bien la probabilidad de una guerra civil clásica es muy baja, el escenario de una ‘guerra política de baja intensidad’ (con violencia localizada, atentados selectivos, crisis de gobernabilidad y periodos de confrontación social intensa) es cada vez más plausible. Este riesgo no es teórico: los datos recientes sobre asesinatos de figuras públicas, amenazas a jueces y funcionarios, protestas masivas y picos de desinformación confirman que la tensión ya se está manifestando».

En un mensaje póstumo, Erika Kirk, viuda de Kirk, se dirigió a «los malhechores» detrás del asesinato de su esposo que «no saben lo que han hecho ni lo que han desatado en todo este país. Mataron a Charlie porque predicaba un mensaje de patriotismo, fe y amor por un Dios misericordioso». Habló de la familia y del «amor de Kirk por Trump». Con un tono calculadamente emotivo enfatizó en el carácter «heroico» de quienes asistieron a su esposo en sus últimos minutos de vida. Insistió en el mensaje de su esposo por «crear familias y tener fe en Dios. Es lo más importante de todo».

Lo que puede ser considerado como una puesta en escena en clave política sobre el futuro no sólo de EEUU sino de sus intereses a nivel mundial puede tener otros mensajes que no se deben pasar por alto. Erika Kirk podría estar lanzando un llamado a la lucha en un momento de crisis, en clave existencial y espiritual. Y Trump, maestro de la escenografía, del show y del espectáculo, lo ha recogido oportunamente en un momento clave, en un «Turning Point» de una presidencia que parece estar convencida de que éste es el momento propicio para instaurar la visión «trumpista» definida en el «ideario MAGA», con todas sus consecuencias.

 

* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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