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EL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA PLANIFICA EL FUTURO DE CHINA

Agustín Saavedra Weise*

La 5ª Sesión Plenaria del XIX Comité Central del Partido Comunista Chino tuvo lugar en Beijing, capital de la República Popular China (RPC) entre el 26 y 29 de octubre pasado. Poca repercusión ha tenido este evento en medios occidentales y es una pena que así sea. Una potencia en ascenso como sin duda lo es la RPC, no debe ni puede ser ignorada. Lo dispuesto por el partido único que gobierna China desde 1949 puede ser determinante en muchos aspectos para el mundo entero. Veamos algunas pautas acordadas que pueden repercutir a nivel planetario.

Entre los documentos aprobados se encuentra nada menos que la formulación del XIV Plan Quinquenal de Desarrollo Económico y Social (2021-2025) y los objetivos a largo plazo para 2035. Lo que se haga o no se haga en ese contexto, sin duda influirá en el mundo entero y hasta en Bolivia, dada la magnitud de la economía china y su actual alcance global. El Partido Comunista de China (PCCh) ha trazado el rumbo del dragón del oriente para los próximos 15 años, con el fin de guiar la marcha del país hacia una plena modernización.

Los detalles del plan fueron dados a conocer en un comunicado emitido tras concluir la citada quinta sesión plenaria. Para fortalecer el crecimiento de China se destacaron los roles de la innovación, un mercado interno fuerte, la vigorización de las zonas rurales y el desarrollo verde. El hombre fuerte de la RPC Xi Jinping, secretario general del Comité́ Central del PCCh, pronunció un discurso en la sesión y entregó un informe de trabajo del Buró Político, el que fue plenamente reconocido.

El comunicado final agregó que el progreso económico de China ha superado las expectativas y la situación general de la sociedad se ha mantenido estable en el último año, mostrando varios otros indicadores positivos. El comunicado también señala que el desarrollo de China aún se encuentra en un período estratégico importante en el presente y mucho más importante para el futuro cercano, tanto en oportunidades como en desafíos. Agrega que para 2035 se incrementarán considerablemente la fuerza económica y tecnológica de China. Expresa también que la RPC se convertirá en un líder global en innovación, alcanzando grandes avances en tecnologías fundamentales. Esto último es un llamado de atención para EEUU, Japón y la Unión Europea. China ya no será mera productora de bienes copiados baratos; tendrá su propio desarrollo tecnológico con bienes de punta. El Grupo Huawei es un ejemplo directo de esta nueva política de innovación con alta calidad.

El comunicado concluye expresando que la RPC enarbolará a nivel mundial la bandera de la paz, de la cooperación y del beneficio mutuo; asimismo, hará esfuerzos para crear un ambiente exterior favorable con el fin de promover la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales y una comunidad de futuro compartido para toda la humanidad.

En otras palabras y más allá de la pandemia, es un hecho que el desarrollo chino es imparable y seguirá su curso positivo como superpotencia global. Confiemos en que también se incrementen sus inversiones y mecanismos de cooperación con las economías emergentes, Bolivia entre ellas.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/el-comite-central-del-partido-comunista-planifica-el-futuro-de-china_212019

NI GUERRA NI PAZ EN EL MUNDO DEL SIGLO XXI

Alberto Hutschenreuter*

Alberto Hutschenreuter. Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 400 p.

Si tenemos que definir el actual estado del mundo en pocas palabras, “inquietud estratégica” serían sin duda las más apropiadas y pertinentes.

Hace ya un largo tiempo que el escenario internacional dejó de enviar señales que hicieran posible pensar “perfiles” o “imágenes” sobre un rumbo favorable de las relaciones entre los Estados en particular y, en un sentido más abarcador, de las relaciones internacionales en general.

Si hacemos un mínimo ejercicio de comparación entre el clima internacional que existía cuando finalizó la Guerra Fría, hace casi treinta años, y el que predomina hoy, las diferencias son notables. Entonces, el solo hecho relativo con un balance entre las conjeturas optimistas y las pesimistas decía por aquellos años que las posibilidades de cooperación entre Estados contaban con realidades suficientes como para considerar un nuevo orden “en puerta”.

En efecto, sin rivalidad bipolar, sin pugnas ideológicas ni geopolíticas, con sanción militar para aquel que desafiaba los principios del derecho internacional y con una centralizadora globalización que repartía oportunidades para el crecimiento e incluso el rápido desarrollo, el mundo parecía contar con robustas chances para afianzar un patrón de concordia.

Y, aunque había sombras que cubrían parte del clima esperanzador, la lógica pro-orden internacional se mantuvo; hasta que los sucesos ocurridos el 11-S-2001 pusieron fin al ciclo de la globalización e iniciaron una etapa de hegemonía militar estadounidense que absolutizó la soberanía de Estados Unidos y relativizó la de aquellos que opusieran reparos a la lucha contra el terrorismo global.

El crecimiento de China, el reordenamiento interno de Rusia, la convergencia de ambos con Estados Unidos en su lucha central por entonces, los buenos precios de las materias primas, el “arrastre” de la globalización, etc., implicaron el mantenimiento de una esperanza precaria. Pero el clima de los primeros años de los noventa ya había desaparecido.

A partir de la crisis financiera de 2008 el mundo comenzó a tomar una dirección que acabaría por extraviarlo. Desapareció cualquier posibilidad de volver a “anclar” las relaciones internacionales a una versión “2.0” de la globalización y la lógica de rivalidad entre Estados fue el patrón que se restableció. Aunque nunca había dejado de estar en el núcleo de la política entre Estados, algunos expertos, por caso, Sergei Karaganov o Walter Russell Mead, comenzaron a hablar del “retorno de la geopolítica”, sobre todo a partir de los sucesos de Ucrania-Crimea, un hecho que profundizó el estado de hostilidad entre Occidente y Rusia.

La relación entre esos dos actores se tensó, al igual que las relaciones entre China y Estados Unidos. En Oriente Medio, los sucesos en Siria dejaron ver un conflicto con múltiples anillos en los que estaban involucrados todos, los poderes locales, los regionales y los globales. Una verdadera “caja estratégica” en la que pugnaban régimen contra oposición, Estados contra actores no estatales, insurgentes contra insurgentes, Estados contra Estados.

Para fines de 2019, a las puertas de una pandemia de alcance global entonces insospechada, todas las placas geopolíticas principales del mundo se encontraban bajo estado de tensión o de ni guerra ni paz; el gasto militar en el mundo era el más elevado de la década; el multilateralismo experimentaba un estado de declinación sin precedentes; un extraño estado de “desglobalización” se había extendido, al tiempo que se reafirmaban posiciones estato-nacional-soberanas; el nacionalismo (incluso en su versión “biológica” en algunos casos) se ensanchaba aun en el territorio de la Unión Europea; Estados Unidos, Rusia, China, más una larga lista de potencias medias de reciente ascenso desarrollaban planes de contingencia militar; cayeron tratados clave en materia de armamentos estratégicos entre Estados Unidos y Rusia; una nueva “revolución en los asuntos militares” se había desplegado en los poderes preeminentes y algunos poderes medios…

Por entonces, las “imágenes” internacionales estaban dominadas por el pesimismo. No había lugar ni siquiera para una que anticipara un curso relativo o vagamente favorable. Desde las analogías con el período internacional pre-1914 y post-1929 hasta escenarios de cooperación declinante entre Estados Unidos y China y de casi ruptura entre Occidente y Rusia, pasando por proyecciones relativas con un mundo sin control sobre los robots, todas implicaban contextos de disrupción internacional.

En ese contexto, la pandemia, el primer virus global, provocó una especia de interrupción de las relaciones internacionales. Mientras pocos consideran que cuando la situación se modere, los países, conmocionados como sucedió tras la guerra de 1914-1918, dejarán de lado los intereses y se volcarán a la cooperación, otros muchos sostienen que poco cambiará en el mundo.

Aquí advertimos que no solo nada cambiará, sino que la pandemia fungirá como el hecho para que muchas de las realidades deletéreas continúen de modo más rápido, incluso aquellas situaciones donde predomina la hostilidad podrían experimentar un agravamiento como resultado del incremento de suspicacias. Por caso, es posible que las relaciones entre China y Estados Unidos, que se resintieron bastante antes de la llegada de la pandemia, se mantengan riesgosamente por debajo de la línea de mínima cooperación, según recientes análisis.

La situación es crítica, pues no existen siquiera indicios sobre una posible configuración internacional que implique estabilidad a partir de ciertas pautas pactadas y acatadas. Peor aún, aquellos poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de impulsar un orden o principio se encuentran en una situación de rivalidad e incluso hostilidad. Y más todavía, la rivalidad es prácticamente integral, es decir, todos los segmentos de sus relaciones están atravesados por conflictos.

En este entorno, resulta cada vez más difícil dar lugar a aquellos enfoques que tienden a considerar que la “Paz Larga” que existe desde 1945, es decir, la ausencia de una guerra entre potencias, está destinada a convertirse en una “regularidad”.

En un trabajo publicado en la entrega de noviembre de 2020 de la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs, denominado “Coming Storms.The Return of Great Power”, su autor, Christopher Layne, nos advierte que “la historia demuestra que las limitaciones de guerra entre grandes potencias son más débiles de lo que suelen parecer”. Para este autor, la competencia que existe entre Estados Unidos y China tiene un alarmante paralelo con la que mantenían antes de 1914 Reino Unido y Alemania.

Así como Raymond Aron encontraba en la Gran Guerra el equivalente a la Guerra del Peloponeso, es decir, el temor de los poderes occidentales al poder de Alemania fue el que llevó a la confrontación (como el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas los arrastró a la guerra), Layne considera que el crecimiento de China en el siglo XXI plantea un desafío al poder estadounidense (como el que Alemania planteó al del Reino Unido). Un desafío que se funda en la necesidad china de ser reconocida por Estados Unidos como su igual. No sabemos cuál podría ser el desenlace.

Las referencias anteriores son por demás importantes, no solamente por la reputación de los autores, sino porque debemos pensar en un mundo posible, es decir, un mundo sobre la base de las realidades y las experiencias, no sobre las pretensiones y creencias. En las relaciones entre los Estados, la esperanza con base en las creencias construidas desde aspiraciones jamás será una alternativa ante la prudencia con base en certidumbres sustentadas en la experiencia.

Y la realidad nos dice que la anarquía entre las unidades políticas continúa siendo, más allá de las interdependencias y la conectividad internacional, la principal característica de las relaciones interestatales e internacionales. No implica caos la anarquía, pero sí descentralización, es decir, ausencia de un gobierno central.

Asimismo, los Estados continúan siendo los sujetos centrales en esas relaciones, y la defensa (y a veces promoción y proyección) de sus intereses y la autoayuda continúan prevaleciendo sobre cualquier otra situación, aun considerando el más extenso alcance que puedan llegar a lograr las compañías multinacionales, las organizaciones intergubernamentales y todo ascendente del multilateralismo.

Por su parte, la experiencia nos dice que los tiempos internacionales desprovistos de configuración u orden alguno se vuelven cada vez más inestables, pues los Estados afirman su autopercepción nacional como consecuencia del aumento de la desconfianza o de la incertidumbre de las intenciones frente a los demás.

La gran incertidumbre del siglo XXI se encuentra en el hecho relativo con que no podemos saber si llegaremos a una nueva configuración internacional de un modo “suave”, esto es, a través de crecientes niveles de cooperación entre los poderes preeminentes, que necesariamente implicarán pactos realistas, es decir, nada que se parezca al Pacto Kellog-Briand (firmado en 1928, por el que sus 15 signatarios se comprometían a no usar la guerra como mecanismo para resolver sus disputas), por tomar un caso categórico, al que apropiadamente el polemólogo Gaston Bouthoul calificó como un “pacto de renuncia a las enfermedades”; o si lo haremos a través de un acontecimiento “acelerador de la historia”, es decir, una nueva prueba de fuerza interestatal.

Si es por medio de la cooperación, la que necesariamente deberá fundarse en determinados propósitos comunes por parte de los actores mayores, por vez primera los Estados habrán logrado pasar, sin descender a la violencia, de un creciente desorden internacional a un estado de concordia como posible umbral de un orden que proporcione estabilidad. Si es por medio de la violencia, se habrá repetido una conocida regularidad interestatal, aunque casi absolutamente desconocido será el grado de una nueva barbarie entre Estados como así sus secuelas.

También ello implicará otra regularidad en las relaciones entre Estados: la relativa con que la última guerra siempre es la próxima guerra.

El mundo es lo que hacen de él, suelen señalar aquellos enfoques no basados en el realismo. En rigor, el mundo es (y seguirá siendo) lo que siempre han hecho de él.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

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GRUPOS MILITARES AUTÓNOMOS EN LIBIA

Giancarlo Elia Valori*

Para comprender hoy lo que sucede en la relación crítica entre los grupos militares libios, es necesario, en primer lugar, analizar el papel de los Emiratos Árabes Unidos.

En Yemen, por ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos, que son los principales actores en todo el contexto árabe de las “revoluciones democráticas” posteriores, o más bien de las “revoluciones de color” elaboradas por un modelo estadounidense nacido en los Balcanes, han colocado a las Fuerzas Especiales de la Guardia Presidencial y el apoyo tradicional a las milicias locales anti-Houthi en el terreno.

Los Emiratos Árabes Unidos operan también en Yemen, desde la base de Assab, luego con la reconquista de Mukhallah, otra base muy importante, en 2016, y finalmente desde la reanudación de Al Mokha, también en 2016.

En Libia, la estrategia emiratí, que sigue siendo esencial para comprender lo que está sucediendo allí, ha sido diferente: apoyo neto a Khalifa Haftar, por supuesto, pero también acciones directas de las fuerzas de los EAU a favor de las Fuerzas del Acuerdo Nacional de Bengasi en Libia: solo en el año comprendido entre abril de 2019 y de 2020 hubo hasta 850 lanzamientos de drones y ataques aéreos con aviones avanzados, en el GNA Tripolitanio, probablemente con pilotos también de Emiratos.

Los Emiratos Árabes Unidos parten hacia Trípoli, en lo que respecta a los ataques aéreos, desde la base que ellos mismos han renovado de Al-Khadim, a 105 kilómetros al este de Bengasi, y es de esta base que también llegaron suministros para Haftar, enviados desde Al-Sweihan, en Abu Dhabi y también de Assab, desde Eritrea, la base marítima desde la que se inició la colonización italiana del Cuerno de África en el siglo XIX. Lo que hoy sería muy útil.

En cuanto a las operaciones en Libia, la mediación entre los Emiratos y las tribus locales combatientes a menudo es mediada en el lugar por Egipto, con un fuerte apoyo financiero, tecnológico y de información, como ya sucedió en las operaciones de 2017 hacia Trípoli por Arabia Saudita.

Entonces, ¿a quiénes apoyan los EAU en Libia? Los salafistas, que a menudo tienen como objetivo principal luchar contra los Hermanos Musulmanes, luego muchos de los excombatientes de la “Fuerza de Resistencia Nacional” de Saleh, también la antigua Guardia Republicana, o la “Brigada de Gigantes”, un grupo salafista.

Recordemos que en 2013 fueron delegados al gobierno de Misrata, la “ciudad mártir” y el centro de muchas de los katibe “revolucionarios”. El gobierno de la ciudad era prerrogativa de Ansar Al Sharia, una formación afiliada a Al Qaeda, y fundada en dentro e la Brigada de los Martires 17 de febrero, de la que hablaremos más adelante

Tantas facciones y “brigadas revolucionarias”, tanto la inmovilidad real y la inmutabilidad de la situación libia, donde nadie puede vencer al otro, debido a los “katibe” y a las facciones en el gobierno. Esto puede pensarse como una “garantía” para los estúpidos o perezosos occidentales, que piensan en estabilizar Libia simplemente dejándola en su ahora muy evidente papel de Estado fallido.

A los Emiratos les gustaría, en su corazón, un cambio autoritario al estilo de Al-Sisi, pero en Libia también están las fuerzas sudanesas, que apoyan a Haftar y colaboran estrechamente con las de los Emiratos. Ya hemos hablado del papel de Turquía en Tripolitania y en otros lugares.

Pero veamos cómo nacieron las numerosas facciones militarizadas que operan en Libia y por qué.

La culpa de todo esto es, por supuesto, de quienes predicaron tontamente la guerra “contra el tirano” pensando que la cultura política libia o magrebí debía ser la del centro de Boston o de los clubes londinenses. O la de algún mitómano francés ignorante que, en el 68, apoyó a esos puros criminales de los jemeres rojos.

Una estrategia global de los salones de mujeres insatisfechas, una política exterior de los predicadores mormones que tienen la Biblia “clavada en la cabeza”, como solía decir Voltaire.

Occidente se mira solo a sí mismo, solo puede pensar en sus categorías tontas, por lo tanto ya no puede comprender al otro y, por lo tanto, ni siquiera se comprende a sí mismo.

El levantamiento de 2011 en Cyrenaica, organizado principalmente por operadores de inteligencia franceses, nació allí debido a la marginación histórica de la zona libia del este en el período de Gadafi; y la persistente presencia ideológica y organizativa de la red senusita, que siempre ha tenido una excelente relación con los Hermanos Musulmanes y con otros grupos de tradición salafista.

Una tradición esotérica y en ocasiones heterodoxa, la de la secta sanusí, que a lo largo de los años se acerca al radicalismo wahabí y al sectarismo literalista de algunas tradiciones islámicas sauditas y egipcias. Un caso, hablo como amante de la sabiduría ancestral, para ser estudiado con detenimiento.

De ahí que una mezcla de élites locales de Cirenaica, agentes extranjeros superficiales, pero a menudo de origen local, así como desertores de los aparatos de Gadafi, organizaron rápidamente un Consejo Nacional de Transición (NTC) con barcos franceses a pocas millas de la costa y submarinos franceses aún más cercanos, así como las armas avanzadas que les suministraron los Servicios de Inteligencia franceses.

El NTC hace principalmente política exterior, sobre todo en Estados Unidos, en la UE y sobre todo contra Italia, ya que el sueño de Sarkozy es que Total compre ENI, con su soborno presidencial, pero no le importa organizar varios grupos “revolucionarios” que surgen como hongos. Los occidentales pagan bien y el “material”, como lo llamaba Maquiavelo, estaba a disposición de los más violentos.

También podemos ver, muy claramente, una campaña occidental de difamación, simple y cruda, contra el “tirano” Gadafi y de apoyo militar progresivo, especialmente en términos de protección aérea, para favorecer a los “rebeldes”, todos convertidos en “demócratas”, con la magia de la aburrida propaganda occidental antes mencionada.

Los italianos, obligados por una serie de sutiles pero muy claras amenazas, se ven obligados a participar en la operación anti-Gadafi, y marcarán su progresiva salida del Mediterráneo con esta estúpida elección.

Entonces, ¿qué pasa con Mohammed bin Salman? ¿Y Al Sisi? Y el Rey de Jordania, un estadista muy grande e ilustrado, ¿acaso son “demócratas” sólo porque son del agrado de los occidentales descuidados y superficiales, que en el Medio Oriente se mueven como el clásico elefante en una cristalería? ¿Era sólo Gadafi el “villano” de esta película B del oeste, o también estaban los otros?

Así que olvidemos las tonterías de la propaganda a menudo orquestadas, como es el caso de Francia, por enfantsgâtés que fueron entrenados, como dije anteriormente, entre los adoradores de Pol Pot. Después de 1968, un camino de los enemigos de De Gaulle a los hombres de propaganda estadounidenses. Un camino lineal, pero los manifestantes de 1968 no lo sabían.

La autodenominada revolución islámica en Libia, aunque apoyada por occidentales, termina, como es bien sabido, en agosto de 2011, cuando los “demócratas” salafistas y sus hermanos islámicos toman Sirte y Bani Walid, las últimas zonas bajo control de Gadafi.

El GNA de Trípoli, el Gobierno de Acuerdo Nacional, durante algún tiempo, ha tenido un apoyo interno limitado, a pesar de ser apoyado, con toda la pompa innecesaria, a nivel internacional.

Nadie conocerá jamás la fórmula del hechizo que unió al GNA de Trípoli con la llamada “legitimidad internacional”.

El Consejo Presidencial reside en Trípoli desde el 30 de marzo de 2016. Dirigido por Fayez al-Serraj, ex miembro del Parlamento de Tobruk, donde representó a Trípoli, nació de un Acuerdo Político Libio apoyado por la ONU y firmado el 17 de diciembre de 2015. El acuerdo de Shkirat, que fue un pacto entre las dos principales facciones para llegar a un gobierno unitario y nacional entre el GNA de Trípoli y la Cámara de Tobruk. 90 diputados de Tobruk firmaron los acuerdos escritos en el “Centro Mohammed VI” de la ciudad marroquí, al igual que los 27 diputados de Trípoli, que sin embargo contaban con la “delegación” de otros 42 diputados residentes en la capital y que no se movieron. El Comité Presidencial, entonces, estuvo conformado por 6 personalidades todas designadas por la ONU. Posteriormente se agregaron otros 3 políticos, dos en representación de Fezzan y uno en representación de Cyrenaica. Fue ese Comité Presidencial el que elaboró la lista de Ministros del gobierno unitario. Sabemos cómo terminó. El hecho jurídico-político es que el Parlamento de Tobruk aceptó el acuerdo de 2015, pero se negó a firmar el artículo 8 del texto de Shkirat, que obligaría al gobierno de Trípoli a controlar las fuerzas autónomas de Cyrenaica.

Además, Tobruk no aceptó en ese momento los nombres propuestos para el futuro, pero imposible, gobierno nacional libio. Un gran y definitivo caos.

Pero entonces, ¿quién es Fayez al-Serraj? Graduado en Arquitectura y Urbanismo en 1982 en la Universidad de Trípoli, tuvo roles secundarios pero no despreciables en el régimen de Gadafi, y luego se unió inevitablemente a la “revolución”.

Sin embargo, recordemos que es el Consejo de la Presidencia el verdadero “jefe de Estado” libio.

Pero, ¿por qué el Consejo de Seguridad votó por unanimidad el Acuerdo Político de diciembre de 2015? De hecho, el mencionado acuerdo Shkirat de 2015 se definió principalmente para resolver la disputa entre la Cámara de Representantes elegida regularmente que opera en Tobruk-Al Bayda, el Congreso Nacional General de Trípoli y las otras fuerzas centrípetas que ya se habían formado. Este último ganó la lucha contra dos gobiernos débiles que dependían de “las armas de otros”.

En el pacto de Shkirat la idea era abstractamente buena, pero al no decidir a quién se debería confiar la “soberanía”, las disputas estaban destinadas a durar indefinidamente.

Nació el Consejo Presidencial de Trípoli, actualmente presidido por al-Serraj —cuando, como recordarán, el actual líder de Tripolitania tuvo que llegar por mar porque sabía que, si llegaba al aeropuerto de Mitiga, lo matarían—, nació, sin embargo, para crear un gobierno unitario con todos los «parlamentos» en Libia, no para operar solo.

Resultado curioso, la ONU y todos los tímidos estados de la UE continúan ignorándolo y tratando al gobierno de GNA como el único “legítimo”. Por arrastre, se diría. Este es el legado de las malas experiencias occidentales en Irak, pero el cerebro está hecho para ser utilizado. No para proyectar los propios prejuicios pequeñoburgueses en el mundo árabe, que es mucho más complejo de lo que se podría pensar.

Estados Unidos siempre ha apoyado totalmente al Gobierno de Acuerdo Nacional, pero los egipcios, los Emiratos, Rusia y también, indirectamente, China argumentan que, sobre todo, necesitamos un “ejército nacional y unitario libio” y, por lo tanto, apoyamos a Khalifa Haftar en primer lugar especialmente en una función anti-islamista y anti-yihadista.

Luego, volviendo a las estructuras oficiales de la ahora inevitablemente dividida Libia, justo cuando la necesitábamos bien unida, también está el gobierno de Khalifa Gwell, que se basa en la ahora remota autoridad de un Congreso Nacional General, que tuvo su momento de gloria durante las elecciones parlamentarias de 2012.

El “Parlamento de Trípoli”, que no tiene nada que ver con Al-Serraj, se ha trasladado en gran medida al Consejo de Estado, que era un organismo presidido por el líder de Misrata, Abdul Rahman Swehli, pero luego el parlamento de Tobruk comenzó a apoyar al gobierno de Abdullah Al-Thinni, que opera directamente desde Al-Bayda.

Todos los grupos revolucionarios que participaron en la rebelión fácil contra Gadafi, los thuwar, como se les llama genéricamente en Libia, no quisieron, desde el principio, la continuidad de las Fuerzas Armadas y la policía libia. Todo lo contrario, refutaron enérgicamente esa suposición.

Todos ellos habían desarrollado el vago concepto de “legitimidad revolucionaria” y fue precisamente el primer gobierno ajeno a Gadafi, encabezado por Abd Al Rahim al Kib (que duró desde noviembre de 2011 a noviembre de 2012) el que efectivamente nombró “guerrilleros” de Zintan y Misrata, así como salafistas y muchos yihadistas, en puestos ministeriales, al menos para reequilibrar la distribución de presencias en la “revolución” entre los antiguos leales al coronel y los nuevos “revolucionarios islámicos”.

Como era obvio, estos yihadistas, la mayoría de los thuwar, salafistas y otros, no aceptan la presencia de los viejos del régimen de Gadafi en otras áreas del gobierno libio y su “legitimidad revolucionaria” les permite, según ellos, un derecho de control y expulsión, muchas veces “inmediata”, de los antiguos elementos del “régimen” del coronel de Sirte.

Otro elemento que no debe pasarse por alto, en el análisis de la crisis estructural libia, es la escasa conceptualización y regulación oficial del poder militar y la seguridad.

Algunos roles en los Servicios de Inteligencia fueron abolidos por la revolución anti-Gadafi, con el argumento, que conocemos en Italia pero que todavía es estúpido, que ciertas calificaciones recordaban momentos tristes (pero solo para ellos).

Incluso el Ministerio de Defensa fue abolido y las nuevas leyes de inteligencia hicieron del proceso de inteligencia una función semiprivada, por así decirlo.

Las leyes aprobadas por el CNT y el Congreso Nacional General siempre fueron ambiguas y mal elaboradas, como las italianas, por lo que cada actor político podía favorecer a su propia facción militar en detrimento de las demás.

Entonces, en primer lugar, la falta de reglas claras e inequívocas, y la ambigüedad deseada de las leyes de seguridad, ha favorecido sobre todo la autodenominada “legitimidad revolucionaria” de los thuwar contra el profesionalismo del ex-Gadafi o incluso de los hombres que Occidente, siempre imprudentemente, eligió para liderar la “nueva Libia”.

El objetivo final de la insurgencia era la destrucción de la familia de Gadafi, que razonaba por clanes y tribus. Eso fue cierto para todos los thuwar, aunque no tenían nada en común.

De esto se deduce que todos ellos y sus katibe no podían controlar seriamente el territorio libio y ni siquiera existía, por ahora, el concepto de poder estatal y control unitario del territorio. Podríamos definirlo como un “federalismo de guerra civil”.

Los pequeños katibe, los “batallones” del thuwar estaban, en un 95%, compuestos por menos de 1.000 elementos, poco más que familias extendidas, como las bandas mafiosas del sur de Italia, y en el oeste libio se organizaban principalmente a través de “consejos militares”, mientras que en el este de Cirenaica formaban coaliciones bastante flexibles de “grupos combatientes”.

Por selección darwiniana, pronto emergen dos grandes organizaciones de referencia para todos los pequeños katibe: la “Coalición 17 de febrero” y la “Colección de Organizaciones Revolucionarias”.

La “17 de febrero” pronto se separó en otras dos secciones.

La primera se denominó “Aparato de Seguridad Preventiva”, que desempeña sobre todo funciones de contraespionaje y control de fronteras, también para contrarrestar a los elementos nada despreciables aún vinculados a Gadafi.

La segunda facción, el “Escudo Libio”, está formada por pequeños grupos que habían operado principalmente en Brega y que operaban principalmente en la Tripolitania, productora de petróleo.

La brigada dirigida por un desertor de las fuerzas de Gadafi, Salim Joha, se formó entonces en Misrata, pero estaba formada por grupos de civiles entrenados, que iban desde 1.000 hombres hasta incluso 10-20 elementos, pero que pronto alcanzaron el tamaño de 236 katibe.

Casi todos eran batallones especializados en una sola función. Y la mayoría de ellos se inscribieron, por así decirlo, en la “Unión de los Revolucionarios de Misrata” o incluso en el “Consejo Militar de Misrata”.

En 2011, en noviembre, en el apogeo de su esplendor, la Unión contaba con 40.000 milicianos.

En Occidente, en la zona genéricamente llamada Tripolitania, existía una clara diferenciación entre los referentes de los países que habían llevado a cabo el (ilegítimo) ataque a Gadafi, diferenciación que se refería a grupos militares, líneas políticas, incluso áreas de influencia.

En Zintan había 6.000 “revolucionarios” divididos en ocho brigadas, en Nalut había 5.000, en seis brigadas.

Los katibe de Jadu, Zawiya, Zuwara y otros pequeños pueblos estaban vinculados sobre todo a las Fuerzas Fronterizas, o a las del control de los pozos petroleros, o incluso a las de las instalaciones vitales.

Además, se establecieron 17 “consejos revolucionarios” en Trípoli, alimentados sobre todo por los 16.000 delincuentes comunes que Gadafi había liberado poco antes de su caída. Ninguno de los grupos era completamente autónomo ni podía controlar partes aceptables del territorio. Muchos se dedicaban al tráfico de drogas, robaban de los depósitos del aparato de seguridad u operaban en el “mercado negro” o en protección privada.

También hubo grupos “revolucionarios” que se formaron, pero con un retraso marcado, en las áreas donde el poder de Gadafi había durado más tiempo: en Bani Walid, en Tarhouna, en el área de Warshafana.

Estos grupos eran combinaciones de viejos gadafianos, ahora huérfanos de su líder, pero siempre y absolutamente parte de la misma tribu, y también de nuevos “revolucionarios” que imitaban las hazañas de los katibe que operaban en los grandes centros.

Estos grupos también, en gran parte, luego volvieron a entrar en las filas de los Oil Guards que pagaban mejor que otros.

La culpa de este caos era, sin embargo, también de Gadafi: había creado una estructura de seguridad del Estado que no se refería única y directamente al Jefe de Estado Mayor, sino a dos órganos diferentes y claramente separados: la “Comisión General Temporal de la Defensa” (inicialmente encabezada por Abu Bakr Yunis Jabr) y luego el “Comité Permanente de Defensa”, dirigido por diversas personalidades pero, de hecho, por el propio Gadafi.

La red de seguridad del coronel del régimen de Sirte también era muy compleja: existía la “Brigada 32”, comandada por Khamis Gadafi, luego Mohammed al Maqariaf, Sahban, Fadhil Abu Omar, también operaban brigadas Faris Hamza, Suqur, Abu Minyar, finalmente el Maghawir.

Las otras fuerzas militares también se dividieron en dos, en la organización de seguridad del Estado de Gadafi. Solo las unidades del Este desertaron de inmediato, las demás permanecieron leales al coronel.

Una parte del batallón Saeqa se unió a los “revolucionarios” de Cirenaica Oriental para formar la “Brigada de los Mártires Zawiya” pero, a medida que avanzaba el avance de los yihadistas y occidentales del Este, muchos oficiales, pero menos de los que se cree, también comenzaron a desertar en Tripolitania.

Pero muchas de las unidades militares estacionadas en el sur y el oeste se mantuvieron leales a Gadafi casi hasta el final.

Luego de la muerte del coronel del Sirte, las unidades del occidente y del sur se reunieron con los “consejos revolucionarios” en las áreas donde estaban las Fuerzas Armadas. Los regulares eran fuertes y en cambio los revolucionarios katibe débiles, y esto sucedió sobre todo en Gharyan, Khums, Sabha, Surman y Tarhouna, la ciudad donde nació un ex director de nuestros servicios “externos”. Una hibridación de las fuerzas político-militares que nos hace pensar y es muy característica de la revuelta libia anti-Gadafi.

La inestabilidad obviamente crece, mientras que los occidentales, que tontamente la causaron, se lavan las manos, quizás esperando el Espíritu Santo de alguna elección, invariablemente amañada.

Algunas instituciones también están fortalecidas pero ya están muy fragmentadas dentro de ellas: las “Fuerzas del Escudo Libio”, el “Aparato de Seguridad Preventiva”, la “Guardia Nacional”, una estructura inicialmente creada por Khalid al Sharif, ya en jefe del Libyan Islamic Fighting Group, una red nacida a raíz de la revuelta de 2011.

Ubi occidentalia, ibi jihadismus, y perdóname por los inevitables errores del latín.

Luego hay incluso otras organizaciones del estado de Gadafi que absorben elementos de los katibe para mantenerse en el poder y tener alguna base de operaciones. Para sobrevivir y hacer negocios, o simplemente mantenerse con vida. La crisis económica provocada por la caída del régimen en 2011 mordió de inmediato.

El petróleo era el 97% de los ingresos de Trípoli en la época del coronel. El petróleo libio es procesado y exportado por ENI, la francesa Total, la alemana Wintershall, la rusa Gazprom y la española Repsol. Con muchos gerentes italianos adentro. Por supuesto, los occidentales esperaban que se moviera el capital de la Autoridad de Inversiones de Libia (67 mil millones a fines de 2012), pero las cuestiones políticas derivadas del fraccionalismo de los katibe y de los gobiernos son infinitas, como era fácil de predecir. Luego está GECOL, Compañía General de Electricidad de Libia, LISCO, o la Compañía de Hierro y Acero de Libia, el ESDF, o el Fondo de Desarrollo Económico y Social, el ODAC, la Oficina de Desarrollo o Complejo Administrativo, la zona del puerto libre de Misrata. Desde la época de Gadafi, una economía que, antes de la insurgencia de 2011, ya había sido privatizada en gran parte pero que los “revolucionarios” no podían interpretar ni controlar.

Luego, las instituciones, que caen en el caos, a menudo aplican modelos occidentalistas a una situación muy diferente: el título de “jefe supremo de las Fuerzas Armadas” permanece legalmente poco claro durante años, pero fluctúa, sujeto a luchas de poder, dentro del GNC y a menudo es duramente impugnado por los muchos capetti” del katibe.

Antes de que los gobiernos se dividieran en dos, también había un conflicto en curso, a menudo amargo, entre el Ministerio de Defensa y el del Interior y del propio gobierno, que condujo, incluso a raíz de una gestión incierta y siempre personalista de las transacciones petroleras, a un bloque administrativo, social y político. Lo que ha llevado a un suplemento de pobreza masiva.

Añádase a esto la estructura barroca de las instituciones, hecha casi exclusivamente para eludir el mando y la responsabilidad: el Comité Supremo de Defensa, que ya hemos mencionado, en Trípoli (donde, sin embargo, las influencias salafistas y yihadistas eran más evidentes que en otros lugares) y también dividida en toda Libia en 54 sectores regionales, tenía hasta 16.000 guerrilleros disponibles, y esto solo en la antigua capital de Gadafi.

Luego, nuevamente a nivel postnacional libio, hubo, como dijimos, 54 sectores locales del Comité Supremo de Defensa, luego 23 comités contra el crimen, 45 empresas de apoyo a las actividades de defensa, luego la fuerza de élite y la Fuerza Especial de Disuasión.

Cabe señalar, entonces, que las Fuerzas que habían buscado, a menudo con éxito, el apoyo de las diversas facciones del Comité Supremo de Defensa, incluso incluían katibe pro-Gadafi o incluso simples criminales comunes, así como elementos ya clasificables como yihadistas Qaedistas.

En Ben Ashur, por ejemplo, los miembros de las brigadas contra el crimen eran todos ex convictos.

Esto ocurrió hasta la disolución del Comité Supremo de Defensa, el mecanismo de la “seguridad” libia posterior a Gadafi. Hablaremos de este asunto nuevamente en otros artículos.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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