LA GUERRA EN UCRANIA: LOS REALISTAS, EL ILUSIONISTA Y EL DILETANTE

Alberto Hutschenreuter*

Imagen: Lola4556677 en Pixabay.

Los hechos que tienen lugar en torno a Estados Unidos, Rusia y la guerra (reuniones entre Washington y Moscú, reacción de Kiev, confusión en Europa, etc.) no sólo produjeron un impacto en la política internacional sino que, de súbito, crearon un despeje de la niebla suspendida hace ya tres años sobre la guerra y las intenciones de sus participantes, los directos y los indirectos.

En relación con Estados Unidos, aquí el presidente Donald Trump se ha manifestado como un líder realista, pues se refirió a la necesidad de terminar la guerra, pero lo sostuvo con el llamado a un encuentro entre «los que cuentan», es decir, entre los dos poderes preeminentes: la gran potencia estadounidense y el gran poder ruso.

Ello no quiere decir que hasta entonces no hubo realismo en la política exterior estadounidense frente a Rusia, solo que se trató de un realismo que dejó de lado algunos códigos estratégicos y geopolíticos en política internacional.

En efecto, la política de ampliación de la OTAN no sólo se limitó a proporcionar seguridad a los mayores demandantes de ella, principalmente Polonia, sino que se propuso contener, vigilar y encerrar a Rusia (un actor irremediablemente expansionista y disruptivo desde dicho enfoque, particularmente demócrata) desde sus mismas fronteras.

La política echaba por tierra con el concepto de seguridad indivisible y dejaba a Rusia, una vez más, ante el despliegue de una «estrategia contraofensiva de defensa» (como la denominan en el propio país).

Pero, acaso lo más importante, dicha política dejaba de lado la necesidad del principio de sostenimiento de la «cultura estratégica» entre poderes mayores del mundo, o dicho de otro modo, entre «actores selectivos de orden internacional», es decir, aquellos pocos que pueden sentarse para conversar sobre cómo estructurar un orden o sistema estratégico de convivencia entre Estados.

Con su anuncio de llevar adelante reuniones con Rusia, Trump dio un giro de 180° al curso de la política externa de Estados Unidos frente a la guerra. El nuevo mandatario recentró la relación entre los poderes mayores (sobre los que tradicionalmente recayó la gestión de cuestiones de seguridad de escala mundial, como el armamento atómico), dejando de lado preferencias estratégicas que se habían depositado en actores importantes pero no centrales, concretamente, Ucrania.

En cuanto al otro realista, Rusia, su reacción militar ante un desafío externo en su zona territorial sensible no es algo extraño. Como bien dice el analista George Friedman, Rusia siempre reaccionará del mismo modo cada vez que una fuerza extranjera hostil se aproxime a sus fronteras.

Rusia es un actor terrestre nato que, en palabras de Henry Kissinger, aprendió geopolítica «en la dura escuela de la estepa, donde una variedad de hordas nómadas peleaban por los recursos en un territorio abierto con pocas fronteras fijas».

En esta trágica saga, Ucrania creyó que había llegado el momento de desafiar a Rusia marcándole cuál sería su preferencia estratégica irrevocable: la OTAN. Y la Alianza Atlántica, por su parte, nunca dejó de anunciar (durante más de dos décadas) que el país de Europa del este sería acogido en su seno.

Además, Kiev consideró que la asistencia externa sería eterna; y si consideró que en algún momento podría llegar a prescindir de ella en función de recursos suficientes y gestión autónoma casi total de ellos, cometió un grueso error.

Finalmente, el diletante: Europa, que desde su confortable confort estratégico proporcionado por Estados Unidos por décadas jamás (ni antes ni después del 24 de febrero de 2022) hizo valer su gran activo público internacional, que debería ser «único» por tratarse de una gran potencia normativa (por cierto, estatus nunca antes registrado en la política internacional).

Tratándose de un conflicto en su continente, Europa debió haber hecho todo por evitar la catástrofe. Era el momento de plantar una estrategia y una geopolítica propia, pero continúo repitiendo el libreto estratégico atlántico, es decir, siguió siendo pensada por otro.

El hecho de no haber desarrollado un enfoque propio con base en sus intereses lleva a que Europa sea un actor que juega en una liga interestatal inferior; y hasta que no supere «complejos de guerra», su dependencia geopolítica-estratégica y deje asimismo de creer que el mundo será un día un sereno jardín frondoso en instituciones como se autopercibe, difícilmente ascenderá al círculo de «los que cuentan».

En breve, la guerra innecesaria en Ucrania se funda, en gran medida, en estas condiciones desplegadas por los cuatro actores en liza.

Quizá predomine finalmente un curso realista que no sólo ponga fin a dicha guerra, sino que restablezca patrones de política internacional basados en el equilibrio de preferencias estratégicas entre los centros preeminentes y en la preservación de la cultura estratégica entre ellos.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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UCRANIA Y EL «NUEVO ORDEN MUNDIAL». UNA RETROSPECTIVA EN ESTE INQUIETANTE 2025

Roberto Mansilla Blanco*

Este artículo lo escribí el 24 de febrero de 2022, horas después de que las tropas rusas invadieran Ucrania. En ese momento advertí de algunas bases de ese «nuevo orden mundial» de la «post-postguerra fría» que anunciaban el retorno del militarismo, de la geopolítica «pura y dura» y de los intereses de poder.

Entonces muchos pensaban que Ucrania sería «el cementerio de Putin» y que Zelenski se encaminaba a ser un «nuevo Churchill». El panorama hoy, en este volátil e inquietante 2025, es radicalmente distinto. Putin parece convertirse en el «mainstream» de la guerra y de la paz en Ucrania con el beneplácito de un Trump que rompe completamente con décadas de enfoque exterior de Washington, particularmente en lo relativo sus relaciones con Rusia.

Muchas cosas han cambiado en vísperas del tercer aniversario de la guerra en Ucrania cuando EEUU y Rusia negocian una paz a espaldas de Europa y de la OTAN. Y, como viene siendo costumbre, China en plan expectante, observando con discreción pero no menos atención cómo se encaminan los acontecimientos, sabedora de que el pulso de la gran geopolítica global se juega en Asia Pacífico, en esa confrontación entre EEUU y China con sus respectivos aliados, y ya no tanto en el Atlántico.

En estos tres años también hemos observado los «eternos retornos» (Mircea Eliade dixit) en la política global. Un Donald Trump de regreso a la Casa Blanca que mezcla las bases del poder imperial de EEUU bajo expectativas de aislamiento táctico en determinados aspectos. Un Benjamín Netanyahu que regresa por enésima vez al poder en Israel con dos guerras (Gaza y Líbano) brevemente paralizadas por sendas treguas que amenazan con saltar por los aires en cualquier momento pero sin perder de vista el proyecto mesiánico del «Gran Israel», por cierto no muy diferente del «Make America Great Again» de Trump. Y si hablamos de retornos, los fascismos barnizados en una imagen «post-fascista», más edulcorada y modernizada, vuelven a crecer políticamente ya no solo en Europa sino también en la ribera transatlántica, saludos fascistas mediante (Elon Musk y Steven Bannon). Este 23 de febrero, la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), un aliado de Rusia, China y del «trumpismo», consiguió un resultado histórico en las elecciones generales alemanas, convirtiéndose en el principal partido de la oposición a un gobierno conservador que deberá gestionar coaliciones para poder gobernar.

Lo cierto es que, tres años después del comienzo de la guerra ucraniana, la propia Ucrania se sumerge en sus dilemas existenciales sin saber si tendrá capacidad real para superar este envite de negociación entre EEUU y Rusia. Un tema serio cuando el propio Trump llamó la Zelenski «dictador» espetándole incluso que «Ucrania puede algún día volver a ser rusa». Europa vuelve a hacer gala de su irrelevancia en la política de poder global; EEUU y Rusia vuelven a canalizar mecanismos propios de la «guerra fría»; la OTAN, en su momento (2022) revitalizada con la guerra ucraniana tras una inesperada ampliación (Finlandia y Suecia, abandonando su tradicional neutralidad) pero observando cómo Trump erosiona por dentro casi ocho décadas de «atlantismo», y China, el «Reino del Medio», la esperada futura superpotencia que sigue a paso firme, fortaleciendo un eje euroasiático con Rusia e Irán (y con menos intensidad Turquía e India) que tiene dimensión en otros ámbitos (BRICS principalmente) Pero que sabe que la colisión con Occidente será la gran tónica geopolítica para este siglo XXI.

La guerra ucraniana, así como la de Gaza y un Oriente Medio convulsionado, anuncian que el mundo unipolar en manos de EEUU tras la disolución de la URSS se vino abajo dando paso a un concierto internacional mucho más similar al mundo de la primera preguerra mundial, esa balanza de poder entre varios actores que definió la política europea y mundial entre 1880 y 1914. Como comenté en este artículo que reproduzco íntegro a continuación, para reflexión de nuestros lectores, «vuelven la geopolítica y el militarismo, con sus espurios intereses». 

(…)

Galicia, 24 de febrero de 2022

 

Decía el filósofo Slavoj Žižek que en Ucrania «está ocurriendo algo aún más loco: no una guerra fría sino una paz caliente». En perspectiva, estamos observando un «nuevo orden mundial», la reconfiguración geopolítica a nivel global entre las principales potencias, EEUU, Rusia y China. La OTAN y la Unión Europea son meros actores secundarios que gravitan en torno a este embudo geopolítico. Y la ONU, un actor caduco sin capacidad de maniobra.

Existen razones para considerar el potencial geopolítico global trazado por la crisis ucraniana. Durante su intervención en la reciente Conferencia Seguridad de Múnich, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski aseguró que su país es «la puerta de defensa de Europa frente a la amenaza rusa». Cabe destacar que en este mismo foro de Múnich, en 2007, el presidente ruso Vladímir Putin dio un «golpe en la mesa» exigiendo una nueva arquitectura del poder global de carácter multipolar que acabe con la hegemonía estadounidense.

Esos pasos hacia una nueva arquitectura global los fue dando Putin de forma calculada: en 2008 en la breve guerra entre Rusia y Georgia, que dio paso al reconocimiento ruso de las independencias de facto de Abjasia y Osetia del Sur. En 2014 anexionando la península de Crimea, en manos ucranianas desde 1954. Y ahora en 2022 reconociendo la independencia de facto de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, mejor conocidas como el Donbás, y quien sabe si ocupando gran parte del territorio ucraniano hasta el estratégico puerto de Odessa. De este modo, Moscú crea «entidades-tapón» en sus fronteras ex soviéticas como «colchón de seguridad» ante la previsible expansión de la OTAN.

Pero el factor más desequilibrante de esta crisis ucraniana, y que anuncia claramente esta reconfiguración del poder global, es la sintonía estratégica de intereses geopolíticos entre Rusia y China. De Ucrania a Taiwán, el presidente chino Xi Jinping y Putin trazaron líneas rojas de actuación común, apuntando claramente de manera disuasoria contra Washington. La sintonía Xi-Putin inaugura una nueva configuración de poder euroasiática sino-rusa contraria al «atlantismo» vía OTAN manejado por Washington, con sus aliados europeos. Y no es solo en Ucrania donde se juega esta partida sino también en Asia Oriental, con el pacto AUKUS suscrito en septiembre pasado entre EEUU, Gran Bretaña y Australia. El eje Xi-Putin ya denunció también este pacto geopolítico claramente dirigido contra China.

Con todo, la agresión militar rusa vía Donbás hacia un país soberano como Ucrania deja otro aspecto en la mesa: la inoperancia de la ONU como actor de resolución de conflictos y la preponderancia de los intereses geopolíticos por encima del respeto al Derecho Internacional. Esta alteración del equilibrio mundial ya fue inaugurado por la OTAN en la guerra de Kosovo (1999), continuado con su invasión a Libia (2011). Pero este desequilibrio principalmente fue trazado por EEUU en la guerra de Irak (2003), pasando por encima de la ONU, caso contrario de lo ocurrido en la guerra de Afganistán (2001).

¿Pasará factura esta guerra ucraniana a Putin y Biden? ¿Sacará provecho China de esta crisis principalmente trazada entre Moscú y Washington? Son interrogantes pertinentes porque definen también los trazos de la geopolítica global de esta crisis ucraniana. Putin reforzará su posición gracias a la difusión del nacionalismo ruso por encima de las consecuencias económicas que para Rusia tendrán las sanciones internacionales. La crisis ucraniana ya está provocando el consecuente «terror bursátil» con las caídas de las principales Bolsas de Valores y la subida imparable del precio del petróleo (superior a los US$ 100). En este último apartado, Putin sale en ganancia porque la sintonía con China le permitirá acceder a ese gran mercado energético chino. Hay que tomar en cuenta que el giro asiático de Putin hacia China con la finalidad de contener las sanciones occidentales ya comenzó con la anexión rusa de Crimea en 2014.

Por su parte, Biden se muestra en una situación complicada, al igual que Zelenski. Tras el fiasco de la retirada estadounidense de Afganistán el año pasado y el retorno de los talibanes al poder, Biden se ve contrariado en esta crisis ucraniana, sin capacidad de llevar la iniciativa, a diferencia de Putin. Un aspecto inquietante para él en un 2022 electoral en EEUU, donde se prevé el retorno de los republicanos en noviembre próximo con el control del Congreso. Incluso, vuelve a asomar la figura del ex presidente Donald Trump, quien ya públicamente mostró su apoyo a Putin.

Por su parte, Zelenski corre el riesgo de implosionar su gobierno si no logra el apoyo inmediato y urgente de la OTAN ante la agresión militar rusa. Los sectores nacionalistas extremistas ucranianos pueden ahora ocupar un protagonismo mayor, dando así argumentos a Putin para justificar su intervención militar en Ucrania por el hecho de denunciar un posible «genocidio» contra las comunidades ruso parlantes en el Donbás.

Europa se ve igualmente dividida y contrariada en esta crisis, a pesar de la audaz iniciativa diplomática del presidente francés Emmanuel Macron con Putin y Zelenski. Esto coloca el tema de la seguridad europea como una asignatura pendiente para Bruselas pero que, en el contexto actual, más bien terminará por definir la incapacidad europea para dotarse de un marco común de seguridad, supeditado cada vez más al “atlantismo” de la OTAN.

En perspectiva, en Ucrania tenemos las bases de configuración de un nuevo «orden mundial» del mundo de la «posguerra fría inaugurado en 1991, precisamente con la desintegración de la URSS. En ese momento, el presidente George W. Bush presentó ese «nuevo orden mundial» donde el liberalismo político, económico y cultural ganaba la partida con el famoso «fin de la historia» anunciado también por el politólogo Francis Fukuyama.

Pero en 2022, Putin anuncia otro «orden mundial» completamente diferente. Vuelve la geopolítica, con sus espurios intereses político-militares sin los matices ideológicos que observamos durante la «guerra fría» entre EEUU y la URSS (1947-1991). La arquitectura global de la «posguerra fría» definida por el liberalismo estadounidense se ve seriamente contestada y desafiada. Esa perspectiva de cambio en el orden mundial también predomina en Beijing, donde sus élites están avanzando calculadamente en la legitimación de sus intereses para trazar un siglo XXI definido por el «mundo chino» Por tanto, puede que sí estemos ingresando, como bien decía Žižek, en el caótico mundo de la «paz caliente».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo publicado en lengua gallega en Novas do Eixo Atlántico, https://www.novasdoeixoatlantico.com/ucraina-e-a-nova-orde-mundial-unha-retrospectiva-neste-inquietante-2025-roberto-mansilla-blanco/

MÚNICH 2025

Roberto Mansilla Blanco*

Putin pronunciando su discurso durante la Conferencia de Seguridad de Múnich.

 

Mucho se ha comparado en los medios de comunicación, principalmente españoles, que la conversación telefónica entre Putin y Trump para iniciar negociaciones de paz en Ucrania, previo a la Conferencia de Seguridad que cada mes de febrero se realiza en la localidad alemana de Múnich, tiene paralelismos con la política de apaciguamiento que Francia y Gran Bretaña tuvieron en 1938 con Hitler y que terminaron en el infame Pacto de Múnich en el que el dictador alemán terminó anexionando por completo a Checoslovaquia.

Esta narrativa mediática intenta sostener que el mismo destino de Checoslovaquia podría tenerlo Ucrania si Trump finalmente logra concretar con Putin esa negociación que, cuando menos temporalmente, ponga en la mesa un alto al fuego en una guerra cada vez más estéril para un Occidente atenazado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica y estratégica de Putin. No debemos olvidar que fue precisamente en la Conferencia de Múnich de 2007 cuando Putin dio un «golpe en la mesa» y puso fin a la etapa de complacencia de la Rusia post-soviética con Occidente, adelantando las directrices de la nueva reorientación geopolítica rusa.

En 2025 no le hizo falta a Putin realizar algún tipo de discurso reivindicativo: la realpolitik se ha encargado de terminar dictando su sentencia, cuando menos temporal, sobre la validez de los intereses geopolíticos rusos y la necesidad del Kremlin de mantener el control sobre sus esferas de influencia, Ucrania obviamente incluida.

Múnich vuelve este 2025 pero el contexto es bastante más complejo que esas referencias de 1938 y 2007. Mientras el vicepresidente estadounidense J. D. Vance se reunió en esa ciudad con el presidente ucraniano Volodymir Zelenski (muy probablemente para anunciarle que Washington no cuenta con Kiev para esta negociación con Rusia), la conferencia de seguridad ocurre en vísperas de unas elecciones generales alemanas donde la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), considerado un aliado del Kremlin, cabalga con fuerza para eventualmente formar gobierno.

Por otro lado, este 17 de febrero, el presidente francés Emmanuel Macron convocó en París a una cumbre urgente de seguridad para intentar fijar (al final infructuosamente) una posición común europea ante el «pacto Trump-Putin». Desplazadas de la atención de Washington y de Moscú, la UE y Ucrania se ven prácticamente incapacitadas para reconducir una negociación en la que los mandatarios de EEUU y de Rusia tienen muchos intereses comunes.

Zelenski pide ahora la creación de un «ejército europeo» para mantener viva la lucha en Ucrania (lo que puede interpretarse como una especie de «canto de sirena» a la desesperada), Macron se comunicó telefónicamente con Trump previo a la cumbre de París, lo que traduce que el anfitrión francés ni siquiera tiene muy claro el guion que debe asumir: si seguir siendo dependiente de las decisiones de Washington o dar el «golpe de timón» con una iniciativa europea propia ante las pretensiones estadounidenses y rusas de apartar a Europa y Ucrania de estas negociaciones.

Pero Europa aparentemente se ve decidida a seguir manteniendo el pulso con Moscú. Estonia, Finlandia y Dinamarca advierten de una Rusia militarmente más fortalecida a mediano plazo y con capacidad para expandir sus fronteras más allá de lo territorialmente ganado en Ucrania. Las repúblicas bálticas, miembros de la OTAN y de la UE, anunciaron a «bombo y platillo» y con la complacencia de Bruselas, su desconexión energética de Rusia. Ahora bien, la nueva factura de la luz, obviamente encarecida, ¿quién la terminará pagando?

EEUU y Rusia enviaron delegaciones a Arabia Saudí este 18 de febrero en previsión de una negociación unilateral Trump-Putin. Ambos mandatarios enviaron como jefes de delegación al Secretario de Estado Marco Rubio y al ministro de Exteriores Serguéi Lavrov. No es poca cosa, obviamente, como tampoco lo es el hecho de que las conversaciones se realizaran en la capital saudita, Riad. Esto fortalece las pretensiones geopolíticas sauditas de jugar fuerte en el tablero internacional, aspiraciones reforzadas a nivel regional tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria y la influencia de Riad en las nuevas autoridades en Damasco.

Paralelamente, Zelenski se reunía en Ankara con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, otra cumbre a tomar en cuenta porque confirma el papel de Turquía como mediador de importante nivel en estas negociaciones a varias bandas entre Trump y Putin. Como en el caso de Irán para Rusia, Turquía ha sido un prolífico suministrador de drones para Ucrania, toda vez que mantiene equilibrios estratégicos en torno a Rusia, la OTAN, EEUU, China e incluso en la nueva Siria donde tiene una influencia importante en el nuevo gobierno post-Asad.

Tres años después del comienzo de la guerra en Ucrania ya se habla abiertamente de negociación y de paz. Zelenski y Putin están desgastados en un conflicto militar en el que Occidente y la OTAN observaron su incapacidad para doblegar a una Rusia muy probablemente más fortalecida y que avanza en un reordenamiento «patriótico» que presagia una nueva política de seguridad y de defensa, menos condescendiente con Occidente y más orientada a fortalecer los históricos imperativos de seguridad rusos.

Zelenski está sufriendo en carne propia los efectos duros de la realpolitik. En su momento prometió que nunca se sentaría a negociar con Putin los territorios conquistados por Rusia. Pero el contexto 2025 dicta otra sentencia: Trump anuncia la imposibilidad de ingreso de la OTAN y de retorno a las fronteras de 2014 (Crimea fue anexionada por Rusia ese año) mientras especula con que Ucrania «probablemente terminará también siendo rusa».

Así que debemos preguntarnos: ¿Game over en Ucrania ante la realpolitik pura y dura? No está muy claro el panorama pero lo único perceptible es que el principal ganador es Putin, quien llevó a cabo una guerra en la que finalmente está dictando las pautas de la paz básicamente bajo sus condiciones: mantener lo territorialmente conquistado en Ucrania como esferas de influencia irrenunciables; y evitando que Kiev ingrese en la OTAN.

Por su parte, Trump, desinteresado por el futuro de Ucrania, estaría dispuesto a atender estas demandas de Putin probablemente bajo la perspectiva (quizás ingenua) de intentar alejar a Rusia del eje euroasiático con China, el «dolor de cabeza» de Trump. Esta perspectiva es importante tomando en cuenta que Trump está cortejando a India y Japón como nuevos ejes geopolíticos de influencia para contrarrestar el poder chino. No obstante, India y Rusia tienen a China como un socio estratégico (más importante en el caso ruso) vía BRICS y otros foros multipolares orientados a disminuir la hegemonía occidental y «atlantista».

Por cierto, China también observa con atención estos movimientos. Beijing siempre ha defendido el diálogo como mecanismo de solución de controversias y la participación de todos los actores en la negociación, una paz en Ucrania supone un bálsamo que le permita neutralizar el esfuerzo bélico de su aliado ruso mientras se prepara para la cada vez más indisimulada confrontación geopolítica y geoeconómica por parte de EEUU.

De ser este el caso, Beijing precisará cuando menos del apoyo irrestricto por parte de su aliado ruso, hasta ahora beneficiado por la neutralidad china en el conflicto ucraniano. Un quid pro quo, un factor de reciprocidad de alto nivel geopolítico que pondrá a prueba la alianza sino-rusa ante los embates del «terremoto Trump».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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