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LA ÚLTIMA BATALLA DE VO NGUYEN GIAP

Agustín Saavedra Weise*

General Vo Nguyen Giap. Foto: vtv.vn

El presente artículo fue publicado el 13/10/2013 y procedemos a publicarlo nuevamente en homenaje a quien fuera un relevante miembro del CEID y de la SAEEG, el gran Agustín Saavedra Weise  (1943-2021).

 

Al recordar los 100 años de vida del legendario Vo Nguyen Giap, publiqué una nota en septiembre de 2011. Nacido el 25 de agosto de 1911, el célebre general perdió una última batalla contra la irremediable muerte el pasado 5 de octubre a sus 102 años de edad. Rendiré un postrer homenaje a este maestro estratega ubicado en la historia entre los mejores. La diferencia fundamental es que Giap sólo luchó por la libertad de su pueblo, al revés de otros grandes estrategas que se embarcaron en conquistas más allá de la defensa de lo propio.

Vo Nguyen Giap fue vencedor de Francia y de los Estados Unidos en los largos conflictos post coloniales e ideológicos sufridos por Vietnam el siglo pasado. Su campaña culminó espectacularmente el 30 de abril de 1975 con la toma de Saigón ―capital del entonces Vietnam del Sur― por el Ejército de Liberación Nacional (Vietcong). Ese mismo día se reunificó Vietnam y se rebautizó a Saigón como ciudad Ho Chi Min, en homenaje al líder fallecido que políticamente articuló las pautas de la larga lucha.

Von Nguyen Giap sabía que en una guerra convencional jamás podía vencer al ejército estadounidense. En paralelo con el hábil uso de la guerrilla ―al estilo de George Washington contra los ingleses durante la lucha por la independencia y que sus generales contemporáneos olvidaron―, Giap utilizó al máximo en contra de su poderoso rival la dimensión social de la estrategia.

Giap tenía que concretar algo impactante que llegue al corazón mismo del pueblo norteamericano y lo ponga en contra de una intervención militar de por sí poco popular. Ante la sorpresa mundial y la de sus oponentes, Vo Nguyen Giap lanzó en 1968 a lo largo del Vietnam la fuerte ofensiva del Tet. Ese crucial momento marcó un punto de inflexión clave: la moral colectiva estadounidense giró decisivamente.

La guerra estaba perdida, nadie puede librar combates exitosos sin apoyo popular. La opinión pública se volcó contra un conflicto que llevaba diariamente por la TV a los hogares sus terribles imágenes y exigió que se termine el drama.

En 1972 Le Duc Tho y Henry Kissinger firmaron los acuerdos de paz en París. La contienda siguió hasta 1975, cuando el gobierno títere del sur colapsó.

Si algo mostró el general Giap a lo largo de sus campañas fue que las 4 clásicas dimensiones de la estrategia (operacional, logística, tecnológica y social) dosificadas sabiamente eran imbatibles.

En los niveles operacionales superó a sus rivales de West Point. En la dimensión logística Giap fue magistral pese a su enorme inferioridad de recursos. Tecnológicamente pudo hacerle frente en esa misma dimensión a los EEUU más allá de la abrumadora mayoría de medios y del dominio aéreo norteamericano. Ese dominio del aire lo neutralizó Giap mediante túneles utilizados para abastecimiento y movimiento de tropas, lo que hizo casi inocuos los bombardeos desde el punto de vista militar, generando al mismo tiempo resentimientos contra EEUU por parte de la perjudicada población local.

Finalmente, en lo social, Vo Nguyen Giap fue acompañado por su pueblo, al revés de lo ocurrido en Estados Unidos donde la gente se opuso a la contienda. Honor y gloria al gran Vo Nguyen Giap.

 

*Natural de Santa Cruz de la Sierra (1943). Fue Embajador y Diplomático de Carrera del Servicio Exterior de la Nación de Bolivia. Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. Falleció el 26/12/2021.

SAN MARTÍN NUEVAMENTE NO DESEMBARCARÍA

Marcelo Javier de los Reyes*

El mejor gobierno, no es el más liberal en sus principios sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a este fin.

José de San Martín

Las denominadas Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 introdujeron al Río de la Plata en el conflicto mundial de ese momento, el que enfrentaba al Reino Unido con la Francia imperial y sus aliados. Hasta ese momento el Virreinato del Río de la Plata llevaba una vida normal dentro del Imperio español y no había ningún movimiento independentista ni nada que pudiera ocasionar sobresaltos en su población. Sin embargo, las invasiones de los británicos llevaron a la formación de las unidades militares para defender el virreinato y también despertó en los criollos la necesidad de abogar por el libre comercio, aunque la introducción de los productos británicos ponían en riesgo las industrias regionales.

Buenos Aires era una aldea de unos pocos miles de habitantes, llegando a unos 45.000 en 1810, pero también era el puerto más importante vinculado al Atlántico Sur.

Mientras esto ocurría en el sur de América, en Europa la guerra se propagaba por el continente, los reyes españoles Carlos IV y Fernando VII eran prisioneros de Napoleón, las tropas españolas libraban enconados combates contra el francés y se aliaban a su tradicional enemigo: el Reino Unido.

Por esos años también el oficial José de San Martín, nacido en Yapeyú ―en el Virreinato del Río de la Plata, actual Provincia de Corrientes― el 25 de febrero de 1778, desarrollaba su carrera militar en España. Su familia se estableció en Cádiz en 1784, cuando él contaba con seis años de edad. Bajo el pabellón del Imperio español combatió en el norte de África, luego contra las fuerzas de Napoleón, destacándose en las batallas de Bailén y La Albuera. En esta última, que tuvo lugar en 1812, las fuerzas españolas ―paradójicamente― estaban bajo el comando del brigadier general William Carr Beresford, el mismo que en 1806 se rindió ante Santiago de Liniers tras el fracaso de la primera Invasión Inglesa.

San Martín es una figura polifacética que de ninguna manera puede ser reducida a la escena militar. Además de un gran estratega era un hombre de una considerable cultura, un buen administrador como lo ha demostrado en su paso por la gobernación de Cuyo y no puede soslayarse que fue un gran pilar en lo que se refiere a la educación, como lo demuestra su primer testamento de 1818, en el que incluyó la donación de sus libros para la biblioteca de Mendoza, la creación de la biblioteca de Santiago de Chile y la fundación de la Biblioteca Nacional del Perú, la que creó mediante el Decreto firmado el 28 de agosto de 1821. San Martín llegó a expresar: «Las bibliotecas, destinadas a la educación universal son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia». Quizás ésta sea una frase que nuestros dirigentes actuales debieran leer y releer.

Su cruce de la Cordillera al comando del Ejército de los Andes, la independencia de Chile junto a Bernardo O’Higgins, la proclamación de la Independencia del Perú y su encuentro con Simón Bolívar en Guayaquil, ya se encuentran bien registrados en sus diversas biografías y libros de historia.

Del mismo modo son conocidos otros hechos pero siempre es bueno recurrir a la historia, maestra de la vida, para reflexionar sobre ella desde la actualidad.

San Martín se negó dos veces a involucrar sus tropas en la guerra civil, cuando así se lo requirieron Juan Martín de Pueyrredón y luego José Rondeau, quien no es recordado como se merecería por sus leales servicios a la Patria. Desobedeció las órdenes y continuó con su objetivo, que no era el de empuñar las armas en contra de la propia sangre americana. En ese sentido debemos recordar que en una carta expresó: «Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón».

En el mismo sentido cabe mencionar otra célebre frase de San Martín: «Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas». Y fue coherente en palabras y en obras como lo demostró al negarse a desembarcar en Buenos Aires luego de haberse anoticiado en Río de Janeiro de la revolución llevada a cabo por Juan Lavalle, del derrocamiento de Dorrego y luego de su fusilamiento y del caos en el que se encontraba su patria.

Otra muestra de esa coherencia fue el rechazar la presidencia del naciente Estado Oriental cuando se encontraba en Montevideo en 1829. En esa oportunidad, algunos militares orientales como Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera le ofrecieron la presidencia de la nueva república pues deseaban un presidente neutral en un contexto de convulsión política, pero San Martín rechazó el ofrecimiento dado que no deseaba involucrarse en los conflictos políticos que afectaban a las nuevas naciones.

De ese modo, retornó a Europa para ya no volver. Falleció en Francia el 17 de agosto de 1850.

En su testamento, San Martín dispuso que su sable corvo ―de origen árabe y adquirido en Londres en 1811― le fuera «entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla…».

Así Rosas recibió el sable que el Libertador se negó a desenvainar por opiniones políticas.

La imaginación me lleva a pensar que si San Martín llegara en barco nuevamente a Buenos Aires se negaría, una vez más, a desembarcar. Los argentinos parece que tenemos en nuestra genética esa anarquía que se remonta a los primeros momentos del nacimiento de nuestra Patria, la cual parece haberse transmitido de generación en generación, la que nos impide hoy alcanzar la unidad que el general desearía para esta población. En sus objetivos siempre estuvo el «bien y la felicidad», algo que no hemos alcanzado. Lo expresó claramente y en más de una oportunidad:

Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024). Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB). Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

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12 DE AGOSTO CONMEMORACIÓN DE LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES

Marcelo Javier de los Reyes*

 

12 de agosto de 1806. Rendición del brigadier general William Carr Beresford ante Santiago de Liniers.

En 1806 y en 1807 la ciudad de Buenos Aires sufrió sendas invasiones por parte de las fuerzas británicas, las que han pasado a la historia como las «Invasiones Inglesas» que, cabe aclarar, no fueron las únicas en nuestra historia.

No se trató de un hecho imprevisto ya que durante la Gobernación de Buenos Aires y, posteriormente, durante el Virreinato del Río de la Plata las autoridades españolas habían tenido que actuar contra los británicos que merodeaban en la región, quienes junto a los portugueses llevaron a cabo el ataque a Colonia del Sacramento en enero de 1763 pero fracasaron en el intento. Las fuerzas del gobernador Cevallos obtuvieron la victoria. Las autoridades españolas también tuvieron que desalojar a los británicos de las islas Malvinas, las que ocuparon en 1765.

Del mismo modo, las autoridades de Buenos Aires temían que los británicos desembarcaran en la Patagonia, por entonces desértica, por lo que intentaron avanzar hacia el sur con el propósito de llegar al río Negro y llevar a cabo estudios para fundar establecimientos en la costa patagónica, para defenderse de la política expansionista británica.

The Attack of Nova Colonia in the River Plate in 1763, bajo el comando del capitán John Macnamara. Óleo sobre lienzo (1791) de William Elliott.

Como bien narra el historiador Tulio Halperin Donghi, son «las dos incursiones llevadas a cabo por fuerzas británicas en 1806 y 1807 las que introducen bruscamente al Río de la Plata en el conflicto mundial», el conflicto que el Reino Unido mantenía con la Francia imperial y sus aliados[1]. El 21 de octubre de 1805 tuvo lugar la batalla de Trafalgar en la que la marina británica se impuso sobre las flotas de Francia y España, ocasionándole a la segunda una pérdida de control de las provincias americanas, además de debilitar su poder comercial y militar. Las comunicaciones entre América y España quedaron de esa manera expuestas al ataque de los británicos y el Reino Unido ya no estaba forzado a mantener sus principales fuerzas en las costas europeas lo que le permitió aventurarse en otros territorios pertenecientes a los aliados de Napoleón Bonaparte[2].

La Marina Real despachó una flota a África del Sur para apoderarse de la Ciudad del Cabo que pertenecía a los aliados holandeses de Napoleón. Mediante un ardid atrajeron al puerto de esa ciudad a un barco francés cargado de prisioneros de guerra británicos por lo que sumaron más hombres al contingente militar, habida cuenta de que la operación en el sur de África fue rápida y sencilla[3]. Sin embargo se vieron afectados por la escasez de víveres. En función de ello, el comodoro Sir Home Popham decidió dirigirse a las costas de América del Sur para abastecerse de harina y de otros víveres.

El historiador canadiense Ferns describe a Popham como

uno de los jefes más capaces, más imaginativos y más exitosos de la Armada. Sus hazañas de navegación, sus aportes al mejoramiento de las señales y su dominio de las operaciones conjuntas justificaban tanto su ascenso a su alto grado como su incorporación a la Real Sociedad. Pero era además un político y un diplomático. […] Había realizado negociaciones con príncipes árabes y con el zar de Rusia, y estaba vinculado con el gabinete británico y con los círculos comerciales londinenses.[4]

Popham convenció al comandante de las fuerzas terrestres de Ciudad del Cabo de que le facilitara el 71° Regimiento de Infantería, alguno de artillería y dragones desmontados para emprender su aventura americana. Al llegar a la isla de Santa Elena sumó más hombres y se lanzó al Río de la Plata.

Mientras tanto, en América había una escasez de fuerzas españolas, unos dos mil hombres para custodiar unos millones de kilómetros cuadrados[5]. El virrey, el marqués de Sobremonte, estaba alertado de una amenaza británica a su territorio pero esperaba la invasión en Montevideo. Los británicos sabían que desde Buenos Aires partía la plata y el oro de Perú hacia la metrópoli.

El 8 de junio de 1806 la flota se apareció en el Río de la Plata y luego dejar de lado Montevideo se lanzó hacia Buenos Aires y el 25 de junio las tropas al mando del brigadier general William Carr Beresford desembarcaron en Quilmes.

El virrey improvisó una resistencia con blandengues y milicianos urbanos. Las fuerzas resultaron escasas e ineficaces y se vieron sorprendidas por las explosiones de las granadas, armas que a las que nunca se habían enfrentado. La línea de resistencia establecida en el Riachuelo se quiebra y Beresford ingresa a Buenos Aires. El virrey se había ido con buena parte de los fondos y desde el 27 de julio se había establecido en Luján a la espera de refuerzos. Las corporaciones urbanas prestan rápida adhesión al nuevo orden y le piden al virrey que entregue los fondos públicos a los británicos a los efectos de salvaguardar sus bienes privados, ya que Beresford había amenazado con que les confiscaría sus fortunas.

Halperin Donghi destaca el papel de Manuel Belgrano, a la sazón secretario del consulado, quien se indignó «ante el poco decoroso espectáculo brindado por ese cuerpo, hasta entonces fortaleza de la más intransigente lealtad castellana»[6].

Pronto, la aparente adhesión de los residentes creó en el invasor una sensación de seguridad. Beresford aseguró la propiedad privada, mantuvo a los magistrados en sus cargos, confirmó que los esclavos se debían a sus amos y el 4 de agosto implantó el libre comercio con bajas tasas aduaneras.

Debe recordarse que por más que Beresford solicitó obediencia al rey Jorge III la invasión de Buenos Aires fue una iniciativa personal que hasta ese momento no contaba con la anuencia de la corona británica.

Mientras tanto, la resistencia se encontraba operando para doblegar al invasor. Encabezada por el alcalde Martín de Álzaga, quien puso a disposición de ese objetivo su fortuna personal, se rodeó de otros conspiradores como Anselmo Sáenz Valiente y Juan Martín de Pueyrredón, poderosos comerciantes como él.

Bien pronto comenzaron a excavar túneles y construir un sistema de galerías debajo del centro de la ciudad y el propio alcalde se ocupó de conseguir armas ―mediante el contrabando― debido a que Beresford ordenó el secuestro de las armas que poseía la población. Del mismo modo, estableció talleres para la reparación de aquellas que estuvieran deterioradas.

Tal como cuenta el historiador Ferns, Santiago de Liniers, Martín de Álzaga y Juan Martín de Pueyrredón

en aquel momento actuaron con autonomía, sin órdenes del virrey, o contrariándolas, y procedieron a movilizar a toda la comunidad para la lucha. Su actividad dirigente sólo tiene parangón en el celo e inventiva de la población. Por ejemplo, un catalán, José Fornaguera, propuso el día siguiente de la capitulación organizar una banda secreta de hombres diestros en el manejo del cuchillo que diesen muerte a los ingleses dondequiera que los encontrasen. Se puso en práctica un plan para traer refuerzos de Montevideo en barcos pequeños capaces de navegar por el río fuera del alcance de los buques ingleses de gran calado. Se movilizó a los gauchos y a los indios para que colaborasen, y así las cosas se hicieron con presteza, a menudo desordenada pero siempre enérgicamente.[7]

La organización contra los invasores estuvo a cargo del capitán francés Santiago de Liniers y Bremond, quien se encontraba al servicio de España desde 1775 y en noviembre de 1776 se embarcó en Cádiz en la expedición comandada por Pedro de Cevallos, participó en la toma de la isla portuguesa de Santa Catarina y en la rendición de la Colonia de Sacramento el 5 de junio de 1777. En agosto de 1778 Santiago se encontraba nuevamente en Cádiz y entre 1779 y 1782 participó en la guerra contra Inglaterra[8]. En 1788 fue destinado nuevamente al Río de la Plata, al apostadero de Montevideo, a donde arribó en diciembre de ese año.

Al momento de la invasión era comandante de puerto en Ensenada y gran conocedor del Río de la Plata por haberlo navegado por unos veinte años. Se trasladó a Colonia y de ahí a Montevideo para organizar la reconquista. Luego de convencer al gobernador militar español de que le confiara tropas con experiencia que habían sido enviada a esa ciudad por el virrey, el 3 de agosto se embarcó en Colonia con quinientos cincuenta soldados y cuatrocientos cincuenta milicianos. Entretanto, los hombres de Pueyrredón habían sido dispersados en las chacras de Perdriel. En la ciudad se improvisaron milicias y se creó el regimiento de Patricios.

El 10 de agosto, tras la toma de los corrales de Miserere y del Retiro, las fuerzas de Liniers controlaban los accesos de la ciudad por el oeste y por el norte. Los temporales de invierno mantenían a los buques británicos inmovilizados en el Río de la Plata y las lluvias y el barro anegaban las calles de Buenos Aires, en las cuales se combatía el día 12 contra los invasores, quienes también eran atacados desde los techos de las casas con piedras y tizones ardientes provocándoles bajas considerables. Ese mismo día de 1806, Beresford capituló mientras que una multitud rodeaba el fuerte de Buenos Aires. La bandera de España volvió a ser izada en el fuerte.

Ese 12 de agosto de 1806 ocurrió otro hecho relevante que merece ser destacado: el joven cadete del Fijo de Caballería, Martín Miguel de Güemes, al mando de un grupo de jinetes, tomó la fragata de bandera inglesa Justine, la que había quedado varada en el Río de la Plata como consecuencia de la bajante de las aguas. La toma de un buque militar por parte de la caballería constituye un hecho inédito en la historia militar.

El virrey Sobremonte fue la primera víctima tras la reconquista y el héroe fue Santiago de Liniers, a quien se le encargó el comando de las tropas porque la ciudad comenzó a preparar su defensa ante otra probable invasión británica.

Y así fue en 1807, en 1833, en 1845 y en 1982 luego de la recuperación de los archipiélagos del Atlántico Sur por las Fuerzas Armadas Argentinas.

El Reino Unido siempre ha sido un enemigo de España y de la Argentina y lo seguirá siendo como lo demuestra cotidianamente. Como he dicho otras veces, la guerra no terminó el 14 de junio de 1982 porque los británicos han continuado la guerra, avanzando sobre nuestro mar territorial, ambicionando nuestro sector antártico, otorgando ilegalmente licencias de pesca y derecho a explotar el petróleo como se lo han concedido a la empresa israelí Navitas Petroleum.

A eso sumemos el poder blando, la guerra cognitiva que ejerce sobre nuestra población a través de ONGs y fundaciones que dicen defender los derechos humanos, el indigenismo, el aborto y otros temas que conspiran contra nuestra integridad como Nación. A eso hay que sumarle la intromisión en otros países de la región para operar en contra de la Argentina y la propia dirigencia política y económica de nuestro país, en su mayoría verdaderos responsables de la entrega de la Patria.

Nos lo advirtió el coronel Mohamed Alí Seineldin: «Lo que aspira el imperialismo angloamericano es que paguemos la deuda con los territorios del paralelo 40 para abajo».

Aún estamos a tiempo de revertir la situación.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] Tulio Halperin Donghi. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, p. 22.

[2] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Sudamericana, p. 51.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Tulio Halperin Donghi. Op. cit., p. 22.

[6] Ibíd., p. 24.

[7] H. S. Ferns. Op. cit., p. 55-56.

[8] «Santiago de Liniers y Bremond». Real Academia de Historia, https://dbe.rah.es/biografias/12075/santiago-de-liniers-y-bremond, [consulta: 01/08/2024].

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