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LOS DILEMAS DE UCRANIA TRAS LA CRISIS SIRIA

Roberto Mansilla Blanco*

Como sucede con todo acontecimiento que genera efectos tectónicos en la política internacional, la crisis siria derivada de la caída del régimen de Bashar al Asad y que abre el compás de una incierta transición deja en el tablero geopolítico la posición de determinados actores que, indirecta y colateralmente, se ven de alguna manera afectados.

Son múltiples los intereses geopolíticos creados en torno a un país como Siria, epicentro de los principales conflictos que atañen a Oriente Próximo. Pero observando con mayor detenimiento el prisma de la actualidad geopolítica, lo que sucede en Siria afecta también a otros escenarios estratégicos para la seguridad internacional.

Uno de esos escenarios es Ucrania, cada vez más sumida en un conflicto a gran escala entre Rusia y la OTAN en la que, aparentemente, mantiene escasa capacidad para influir en el devenir de los acontecimientos. La clave que une colateralmente a Ucrania y Siria lleva inevitablemente a Rusia, el país agresor en el primer caso tras la invasión militar de 2022, y que, en el caso del segundo, ayudó militarmente en su momento al defenestrado Bashar al Asad a ganar posiciones en la guerra interna que vive desde 2011 el país árabe.

Mientras mantiene en pie el esfuerzo bélico en Ucrania sin aparentemente negarse a llevar a cabo una negociación que contemple respetar sus condiciones, resumidas en asegurarse los territorios ganados en Ucrania durante la invasión militar, causa cierta perplejidad la posición rusa de aceptar, con discreción y bajo perfil, el hecho de perder un peón estratégico dentro de sus imperativos geopolíticos como es el caso de Siria. La inesperada caída de su aliado Bashar al Asad y su inmediato refugio en Moscú genera todo tipo de suspicacias, interpretaciones y expectativas.

En el caso de Ucrania, y a pesar de las promesas de ayuda occidental vía OTAN que se materializaron en el despliegue de misiles ATACMS, la caída de al Asad ha estado precedido de un ambiente de cierto derrotismo ante una ofensiva rusa que ha estancado el frente bélico. Una palabra comienza a generar un matriz de opinión en la guerra ruso-ucraniana: la negociación.

El presidente ucraniano Volodymir Zelenski ha llegado a proponer una «paz justa» que intensifica las expectativas sobre qué sucederá con la guerra ruso-ucraniana en vísperas de la asunción presidencial de Donald Trump, prevista para el 20 de enero de 2025.

El pasado 7 de diciembre, la reinauguración de la Catedral de Notre Dame en París se convirtió en una pasarela de las negociaciones de la alta política internacional. Allí, un día antes de la huida de Bashar al Asad de Damasco, Zelenski se reunía con su atribulado anfitrión, el presidente francés Emmanuel Macron (quien tres días antes venía de observar la caída de su primer ministro Michel Barnier y la apertura de una situación política incierta y hasta caótica en Francia) y un exultante Trump que prepara «sin prisa pero sin pausa» lo que será su nueva y próxima presidencia en la Casa Blanca.

En París, Zelenski midió el ambiente en torno a qué sucederá en la guerra con Rusia y, principalmente, si es viable una negociación en pleno invierno, donde la aviación rusa ha destruido buena parte de la infraestructura energética ucraniana. Ese clima lo percibió el propio Trump, quien al día siguiente (mientras los al Asad huían de Damasco) escribió en red social Truth Social que «a Zelenski y a Ucrania les gustaría llegar a un acuerdo y acabar con la locura. Han perdido de manera ridícula la cifra de 400.000 soldados y muchos más civiles. Debería haber un alto el fuego inmediato y comenzar las negociaciones». Más claro no parecía el mensaje.

Desde entonces, la agencia oficial ucraniana Ukrinform ha venido informando, con un claro sentido subliminal, como Occidente, mientras asegura su compromiso de armar a Ucrania para que luche «hasta el último ucraniano» (Biden dixit), tantea al mismo tiempo la posibilidad de una negociación con Rusia que comienza a cobrar forma y peso, si es que los tan inesperados como inevitables «cisnes negros» no aparecen y dictan otra sentencia.

Desde entonces, Zelenski se ha reunido con el nuevo secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y con el líder de la oposición alemana y candidato al cargo de canciller del bloque conservador CDU/CSU, Friedrich Merz, en este último caso una toma de contacto estratégica tomando en cuenta el adelanto de las elecciones generales alemanas para febrero de 2025 y la posibilidad de que una coalición de derechas llegue al gobierno en Berlín, con la presencia de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), señalada de ser un partido pro-Kremlin y detractora con la ayuda alemana a Ucrania.

En esas reuniones salieron declaraciones públicas de Zelenski y sus interlocutores que parecen resultar reveladoras: «garantizar el establecimiento de una paz duradera y confiable mediante la toma de decisiones que funcionen a largo plazo» y la creación de un «Grupo de Contacto de cuatro países europeos que permita desarrollar una posición común sobre el fin de la guerra desatada en Ucrania».

Declaraciones con evidente tono tendiente a propiciar el marco de negociación necesario para «acabar con esta locura» (Trump dixit) Pero sin descuidar que aún estamos en una guerra: Zelenski advirtió que «Ucrania necesita entre 10 y 12 sistemas Patriot adicionales para garantizar la vida y hacer que la guerra carezca de sentido para Putin».

Consciente de que carece de efectivos suficientes para mantener el esfuerzo bélico contra Rusia, Zelenski juega contra reloj con la mira en la asunción presidencial de Trump. Sabe que sin el apoyo de la OTAN le resulta imposible sostener la guerra contra un Putin que, tras la caída de Bashar al Asad, muy probablemente estará desviando hacia el frente ucraniano los efectivos militares rusos asentados desde 2015 en Siria sin que ello signifique abandonar sus imperativos geopolíticos en el país árabe. Todo ello sin descartar la posibilidad de utilizar esos 12.000 norcoreanos que, según medios occidentales, estarían adiestrándose en academias militares rusas para ser enviados al combate.

La propuesta de Zelenski de «paz justa» para dar curso a una negociación para una tregua aceptando incluso la cesión de territorios a Rusia es una variable cada vez más aceptada en Occidente, toda vez que la OTAN volvió a asegurar que Ucrania no entrará en la Alianza Atlántica. El desinterés de Trump por la guerra ruso-ucraniana aceleraría esas expectativas de negociación. Cada bando quiere llegar a la mesa de negociaciones con garantías geopolíticas suficientes para negociar con cierto margen de ventaja.

Pero en París, Zelenski no se las vio únicamente con Macron, Trump y Rutte. Otro actor colateral en todo este escenario tan volátil como impredecible entra en escena: Georgia. En Notre Dame, Zelenski se reunió con la presidenta georgiana Salomé Zurabishvili (de talante europeísta) en un crítico momento para el país caucásico que vive jornadas de protestas tras la decisión del gobierno de Sueño Georgiano presidido por el primer ministro Bidzina Ivanishvili, de suspender temporalmente las negociaciones de admisión georgiana en la UE, abiertas a finales de 2023.

En Tbilisi, la capital georgiana, parece recrearse una especie de «Maidán II» similar al que se vivió en Kiev en el invierno de 2013-2014 y que propició (con apoyo occidental) la caída del prorruso Viktor Yanúkovich. Esto llevó a la posterior anexión rusa de Crimea y el conflicto en el Donbás, acontecimientos todos ellos predecesores de la actual guerra ruso-ucraniana. No se debe olvidar que la breve guerra ruso-georgiana de agosto de 2008 propició la secesión de facto de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, enclaves estratégicos reconocidos de iure por Moscú para mantener sus intereses en esferas de influencia como Georgia y el Cáucaso.

Notre Dame es una de las catedrales góticas más antiguas del mundo. Sus torres ofrecen unas de las mejores vistas de París. En este escenario repleto de historia y belleza arquitectónica, Zelenski se dio un baño de realidad horas antes de que su homólogo sirio, persuadido por la realpolitik de su aliado ruso, debiera abandonar Damasco tras cinco décadas de poder del clan al Asad y refugiarse en Moscú.

Más que «debilidad rusa», como proclaman sin cesar los mass media occidentales tras la pérdida de un aliado como el ex presidente sirio, el Kremlin calcula discreta y estratégicamente cuáles serán sus próximos pasos dentro de su prioridad geopolítica absoluta: Ucrania. Preparado para la continuidad de la guerra pero, al mismo tiempo, dispuesto a iniciar negociaciones de paz en condiciones de ventaja en el plano militar. Todo ello obviamente sin perder de vista que, para Kiev, Moscú y Bruselas, entre otros, el regreso de Trump augura otro efecto tectónico en la política internacional.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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BIDEN, ACTO FINAL

Roberto Mansilla Blanco*

«Morir matando». Así calificó el presidente de la Duma rusa, Viacheslav Volodin, la información filtrada por The Washington Post sobre la presunta aprobación del presidente Joseph Biden de proveer a Ucrania de misiles estadounidenses de largo alcance (ATACMS) para atacar territorio ruso. Esta información fue confirmada por el representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, quien informó que EEUU permitirá a Ucrania atacar objetivos hasta 300 kilómetros dentro de territorio ruso.

El ataque no se hizo esperar. Este 19 de noviembre, Moscú aseguró que Ucrania ya había lanzado sus primeros misiles ATACMS contra territorio ruso en la provincia fronteriza de Briansk gracias a la asistencia estadounidense.

«Una nueva fase». Así interpretó el presidente ruso Vladimir Putin esta información que evidentemente abre un compás, quizás inesperado, dentro de la guerra en Ucrania. Un compás determinado por el bajo perfil, casi limitando con la insignificancia, que viene observando el presidente ucraniano Volodymir Zelenski, atenazado ante una previsible ofensiva general rusa con presunto apoyo de soldados norcoreanos, unos 10.000 según medios estadounidenses. No olvidemos que el frente ucraniano ha sido prolífico en cuanto a la presencia de mercenarios (y en otros casos efectivos presuntamente reclutados bajo manipulación) de diversas nacionalidades.

Este escenario implica que, vía Biden, la OTAN se involucraría definitivamente en el futuro de la guerra ruso-ucraniana. La ofensiva rusa en marcha tiene prácticamente neutralizado el sistema eléctrico y energético ucraniano ante el crudo invierno que está a la vuelta de la esquina. Una ofensiva que en los últimos días se tiene concentrado en puntos clave como el puerto de Odesa en el mar Negro, un enclave estratégico tan importante como lo es Jarkóv en el centro ucraniano y que serán los «puntos calientes» de esa «nueva fase» en la que ingresa el conflicto ucraniano con vistas al final de la «era Biden» y con una nueva presidencia a las puertas en la Casa Blanca.

No es casualidad que la filtración del Washington Post venga después del primer encuentro entre Biden y el futuro presidente Donald Trump en la que aseguraron una «transición tranquila», con el evidente interés de despejar parcialmente las inquietudes que se ciernen con el retorno de Trump a la Casa Blanca. Pero tampoco es casualidad que el ataque ucraniano con ATACMS venga tras la inesperada llamada telefónica a Putin por parte del canciller Olaf Schölz en la que se habló de una negociación y alto al fuego en Ucrania. El hecho es significativo tomando en cuenta que Schölz está políticamente contra la pared tras la ruptura de su gobierno tripartito y el adelanto de elecciones generales en Alemania para comienzos de 2025. Con intermitencias, Berlín ha tenido una política de cierto distanciamiento con los imperativos geopolíticos de Biden y de la OTAN en Ucrania.

Más allá de la sintonía que pueda tener con Putin, Trump asume la realpolitik como política inalterable para garantizar los intereses estadounidenses. Y esto lo sabe Biden, razón por la que intenta «atar» a Trump con esos compromisos de la OTAN para garantizar que Ucrania (con o sin Zelenski en el poder) siga bajo su área de influencia. Esta obsesión de Biden por mantener el compromiso con Ucrania con Trump en la Casa Blanca supone igualmente un problema estratégico para el próximo presidente estadounidense, lo cual le obligará a implicarse aún más en este conflicto que no está aparentemente entre sus prioridades de política exterior y de seguridad.

La designación del cubano-estadounidense Marco Rubio como nuevo Secretario de Estado es una clave a tener en cuenta. Los aliados hemisféricos de Rusia y China, principalmente Venezuela, Cuba y Nicaragua, tendrán las cosas más difíciles con el retorno de Trump a la Casa Blanca. «No sobrevivirán cuatro años con Trump en la presidencia», informaron fuentes próximas al próximo presidente estadounidense.

Está por verse hasta qué punto esta filtración del Washington Post tendrá una incidencia decisiva en la política de Washington con respecto al conflicto ruso-ucraniano con Trump de retorno con un poder prácticamente absoluto, controlando el Congreso, el Senado y el poder judicial. Por lo pronto, el ataque ucraniano con ATACMS verifica la certeza de estas informaciones del diario estadounidense y de que esta decisión muy probablemente ya había sido tomada de antemano por Biden.

Por otro lado, Trump no tiene una especial atención prioritaria hacia la guerra en Ucrania ni tampoco con los compromisos que Biden trazó con la OTAN para garantizar la ayuda a Kiev y el mantenimiento de Zelenski en el poder. El rompecabezas geopolítico de Trump se llama China, no Rusia. Trump ya ha declarado su intención de impulsar una solución negociada en Ucrania que implique aceptar el statu quo político, militar y territorial (y esto implica aceptar las ganancias territoriales rusas), algo que Biden y Zelenski no aceptarán. De allí que los ATACMS entren ahora súbitamente en escena.

A escasas semanas de la «transición tranquila» que se pretende (o pretendía) en la Casa Blanca, Biden intenta asegurar un legado que se presume caótico y visiblemente contraproducente para sus intereses. La reciente cumbre de los BRICS en Kazán certificó que Putin tiene bien trazado el camino: fortalecer un eje euroasiático sino-ruso que amplíe sus perspectivas multipolares hacia un Sur que comienza a contrariar sus alianzas con Occidente, preparando el escenario para un nuevo orden mundial y el regreso de un «Trump II» que advierte cambios vertiginosos en la geopolítica global.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/biden-acto-final-roberto-mansilla-blanco/

EUROPA ANTE EL ESPEJO DE LA GEOPOLÍTICA

Alberto Hutschenreuter*

La victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos aceleró la cuestión relativa con la continuidad o no de la asistencia financiera y militar a Ucrania, es decir, la misma suerte de este país en su confrontación con Rusia.

En el estado actual, muy comprometido de Kiev, resulta impensable que el país pueda sostener la guerra sin la ayuda estadounidense, ya sea para aguantar una estrategia defensiva o, ni hablar, para intentar una gran ofensiva el próximo año.

Es posible que por un tiempo Trump continúe con la asistencia, pero no será por mucho tiempo. Entonces la responsabilidad quedará para Europa, donde no hay un compromiso integral sobre la ayuda y donde hace tiempo aumenta la fatiga.

Entonces, si finalmente Europa queda sola frente a la guerra, deberá invertir más dinero para continuar la asistencia. Y no sólo eso, deberá ocuparse de las tareas de inteligencia, las que hasta hoy las realiza mayormente el primus inter pares. Es decir, física y psicológicamente los países de Europa deberán hacer un esfuerzo enorme para mantener a flote a Ucrania.

Europa ya ha fracasado en relación con no haber hecho pesar su activo mayor como «potencia institucional»: la diplomacia. Ahora podría afrontar el fracaso militar, pues hoy Europa no se halla en condiciones de «hacerse cargo» de Ucrania.

Como bien advierte el experto George Friedman, «el tiempo pasa. Europa es ahora próspera, densamente poblada y, en teoría, plenamente capaz de defenderse a sí misma. Sin embargo, los países europeos no han reconstruido sus ejércitos, colectiva o individualmente para llevar a cabo esa tarea y Estados Unidos sigue soportando el peso financiero de la defensa del continente. Este es el quid del argumento de Trump: en pocas palabras, cree que Europa está actuando de mala fe. No es del todo nuevo, los republicanos han hecho tales afirmaciones durante años y el propio Trump lo señaló en su primera presidencia, pero no carece de mérito».

De manera que, si finalmente el escenario es el retiro de la ayuda de Washington, el tiempo se acelerará y posiblemente favorecerá a una Rusia que tampoco cuenta con recursos infinitos ni con una economía que crece a tasas chinas, pero que afrontó las rondas de sanciones y controla firmemente casi el 20 por ciento del territorio ucraniano. El país dispone de efectivos, pero también se requiere de un periodo de preparación.

Sí consideramos que Europa ya ha sufrido una categórica derrota energética en esta guerra, particularmente Alemania (donde hay elecciones en marzo, dato que hay que considerar), un escenario de derrota de Ucrania sería también una derrota de Occidente.

En cualquier caso, Europa tendrá que abandonar definitivamente el «jardín» sereno donde se refugió bajo el sol estadounidense durante las últimas siete décadas y volver su mirada al espejo de la geopolítica, la que seguro no solo le hará ver a sus jóvenes líderes institucionalistas el error de no haber asumido su propia condición estratégica y militar cuando debió haberlo hecho, sino también que las relaciones internacionales son, ante todo, relaciones de poder, intereses e intenciones ocultas.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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