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PUTIN: ¿HORA DE CANTAR VICTORIA?

Roberto Mansilla Blanco*

«La tarea es la victoria». Inusualmente vestido con atuendo militar, el presidente ruso Vladimir Putin lanzó esta proclama durante una inesperada visita a Kursk, un bastión prácticamente recuperado por las fuerzas rusas tras expulsar a las «invasoras» tropas ucranianas que tomaron esta localidad en el verano pasado, en una blitzkrieg bendecida por Occidente pero cuyas consecuencias confirmaron la incapacidad de Kiev para mantenerla en pie. Con esta declaración, Putin dejaba claro que permanecen intactos los objetivos iniciales de la denominada «Operación Militar Especial» iniciada en febrero de 2022.

La escenografía «militarista» de Putin con su alto mando en Kursk tiene obvias implicaciones en cuanto a la simbología de poder y del contexto que se está abriendo en la guerra en Ucrania. Rusia avanza en el frente desalojando a las tropas ucranianas del Donbás, con la mente puesta en ganar posiciones territoriales que le permita mantener sus cartas ganadoras en la mano ante la probabilidad de sentarse a la mesa de negociaciones, sea este un armisticio, tregua o paz directa con Ucrania. En este avance militar, el Kremlin tiene en la mira la toma de la estratégica Járkov, vital para cortar en dos la logística militar ucraniana y despejar el camino hacia Kiev.

«Una propuesta positiva». Mientras lanzaba sobre Moscú y otras localidades rusas la mayor ofensiva de drones desde el comienzo de la guerra, cortesía del recién renovado apoyo militar francés y británico, en Arabia Saudita el presidente ucraniano Volodymir Zelenski aceptaba la propuesta estadounidense de un alto al fuego con Rusia por 30 días. Es la primera concesión firme por parte de Kiev hacia Moscú desde que comenzó la guerra en 2022.

«Optimismo cauteloso». Así calificó el Kremlin esta propuesta durante la reunión en Moscú con el enviado de Trump, Steve Witkoff. En Washington, el presidente de EEUU aseguró que se abre una «gran oportunidad» para poner fin al conflicto de Ucrania.

«La pelota está ahora en el tejado ruso» comentaban los principales líderes y medios de comunicación europeos toda vez que desde el Kremlin evitaban expresamente realizar una declaración oficial y definitiva sobre esta tregua mientras aseguraba que cualquier negociación sobre Ucrania «debía decidirse en Rusia». Moscú traza así sus «líneas rojas» condicionantes para eventualmente alcanzar un acuerdo.

Este 18 de marzo, Trump y Putin volvieron a conversar directamente con la intención de sentar bases firmes de negociación en Ucrania. El Kremlin anunció haber aceptado una tregua de 30 días en cuanto a ataques en la infraestructura energética ucraniana a cambio de cesar la ayuda militar y de inteligencia occidental para Kiev. Mientras que rechazó la propuesta europea de despliegue de soldados de mantenimiento de paz en Ucrania, Moscú estudia la creación de «zonas búfer» en el noreste del país, en las fronteras de Bryansk y Belgorod, así como una «zona desmilitarizada» en las regiones ucranianas del sur, cerca de Crimea, incluyendo Odesa.

En este nuevo contexto, Putin quiere poner a prueba la unidad de la OTAN mientras Trump pulsa el clima para conocer hasta dónde es capaz de llegar el Kremlin. A diferencia de su homólogo ucraniano, el presidente ruso no parece tener urgencia en abordar una negociación sin que antes las posiciones militares rusas refuercen su superioridad en el frente.

Putin interpreta con asertividad el difícil momento por el que atraviesan las relaciones transatlánticas. La nueva realidad implica la tramitación de consensos para, cuando menos, negociar de facto un acuerdo de pacificación que le resulte beneficioso en cuanto a atender sus condiciones y demandas: evitar el ingreso de Ucrania en la OTAN, asegurar las conquistas territoriales rusas y sostener un nuevo acuerdo de seguridad con Occidente.

Todo ello sin perder de vista que, lejos del aislamiento motivado por las sanciones occidentales, Moscú ha logrado ampliar sus alianzas estratégicas con actores emergentes como India. En el contexto ucraniano, Bielorrusia se erige prácticamente como un actor estratégico prioritario para Moscú, incluso como peón nuclear ruso.

Pero no es sólo el área euroasiática: Rusia busca atar sus esferas de influencia en el hemisferio occidental. Putin vía telemática confirmó su apoyo a Nicolás Maduro renovando la alianza estratégica ruso-venezolana. En un momento en que aumentan las expectativas de posible intervención militar directa estadounidense en el Canal de Panamá, el Kremlin quiere tener «atada y bien atada» su capacidad de influencia precisamente en el área de influencia estadounidense, América Latina, vía Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Una paz incierta sobre un nuevo «Telón de Acero»

No dejemos pasar por alto algunos aspectos colaterales que pueden arrojar claves sobre porqué el contexto actual del conflicto ucraniano y las relaciones ruso-occidentales están adquiriendo una dinámica determinada por la posibilidad de poner fin a un conflicto militarmente estéril y estancado. No obstante aumentan las expectativas de que esta «nueva realidad» implique la tramitación de un nuevo «Telón de Acero» entre Occidente y Rusia, desde Finlandia y el Ártico hasta el Mediterráneo.

Mientras el mundo esperaba con cierta ansiedad la respuesta rusa a la tregua acordada por Kiev, Armenia y Azerbaiyán ponían fin a 30 años de guerra a través de un acuerdo de pacificación que estabiliza el flanco sur ruso, el Cáucaso, apetecido por Occidente para intentar atraerla y alejarla de la esfera de influencia rusa. El acuerdo implica la retirada de las fuerzas de paz de la UE en Nagorno Karabaj.

Para Moscú resulta esencial no sólo garantizar esa estabilidad sino alejar a Occidente de sus esferas de influencia euroasiáticas. No olvidemos que Georgia y Armenia han tanteado unirse a la UE y la OTAN. En el caso georgiano esta posibilidad está momentáneamente suspendida y congelada, tal y como se vio con las recientes elecciones legislativas de octubre pasado y la neutralización de las protestas pro-occidentales en Tbilisi.

Otro aspecto a tener en cuenta es el peso que Arabia Saudita está teniendo en esta controversia geopolítica entre EEUU, Rusia y Europa en torno a la guerra ucraniana. La «petromonarquía» ya acogió la primera reunión entre emisarios de Washington y Moscú para tratar una negociación en Ucrania (la segunda fue en Estambul) Recibiendo a Zelenski en la primera reunión con representantes estadounidenses tras el escándalo de la bronca con Trump en el Despacho Oval, Washington busca erigir a Arabia Saudí como un interlocutor clave mirando también el panorama en Oriente Medio.

Pero Rusia también tiene aquí sus intereses. Riad puede ser igualmente un actor decisivo en la negociación a tres bandas entre EEUU y Rusia con Irán a causa de su programa nuclear así como en la estabilidad siria, que este mes de marzo volvió a observar el retorno del conflicto con los choques entre fuerzas oficialistas y la minoría alauita y milicias del extinto régimen de Bashar al Asad que dejaron un millar de muertos. Mientras se negocia por Ucrania, Siria vuelve a sumergirse en la violencia sectaria y política con estos enfrentamientos en las provincias de Latakia y Tartús, donde Rusia tiene una base militar. Miles de cristianos y alauitas se han refugiado en estas bases militares rusas.

Mientras Trump y Putin mantenían línea directa, Israel rompió el alto al fuego en Gaza este 18 de marzo, con ataques contra posiciones de Hamás provocando más de 400 muertos. Visto en perspectiva y ante la posibilidad de observar una resolución unilateral del conflicto ucraniano, Benjamín Netanyahu muy probablemente utiliza esta ruptura como instrumento disuasivo para retrotraer la atención hacia las prioridades geopolíticas israelíes, contando con el aval de Trump.

Toda vez que Francia y Gran Bretaña intentan mantener en pie el esfuerzo bélico en Ucrania con su pretensión de ser actores relevantes en la negociación del conflicto, Trump y Putin parecen calcular estratégicamente desde la distancia una especie de reparto de Ucrania en esferas de influencia muy similar a los históricamente famosos repartos de Polonia acaecidos por las potencias europeas entre 1772 y 1939.

China, el convidado de piedra en esta ecuación del nuevo equilibrio de poder global, mira con atención desde la distancia apostando, como siempre ha venido sosteniendo desde el inicio de la guerra, por la negociación e intentando mantener a una Europa políticamente dividida como un actor relevante en este proceso de diálogo y de consensos entre diversos actores implicados, a pesar del desprecio de Trump y Putin por esta fórmula.

En Beijing calculan con atención si este «reseteo» en las relaciones ruso-occidentales, tendientes a un clima de mayor sintonía, implique una bisagra por parte de Trump con la intención de desgajar la alianza estratégica sino-rusa.

Con o sin paz en Ucrania este nuevo «Telón de Acero» fortalece la imparable carrera armamentística a nivel mundial y el nuevo reparto de mercados que esperan pactar las grandes potencias. Un reciente informe del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), publicado el pasado 10 de marzo, explica que la transferencia de material de defensa en el periodo 2020-2024 se mantiene en un nivel similar al que ya se registraba hace una década, aunque apunta hacia un crecimiento sostenido. EEUU, Francia y Rusia lideran este ránking de exportadores de armas seguidos de India, China y Kazajistán. En 2024, Ucrania se convirtió en el mayor importador de armas con EEUU, Alemania y Polonia como principales socios.

¿Ganó Rusia esta guerra?

Mirando en perspectiva los acontecimientos actuales entra en colación una interrogante inevitable: ¿ganó Rusia esta guerra? Las principales variables conducen a intuir afirmativamente, incluso si las negociaciones llegaran a estancarse y el conflicto en Ucrania vuelve a la escena, aunque ahora con una prioridad más degradada y menos prioritaria para las grandes potencias. Tendríamos, por tanto, una especie de reproducción de un «modelo coreano» de congelamiento permanente del conflicto con la posibilidad de no alcanzarse un acuerdo de paz.

En los mass media comienza a aflorar un sentimiento de resignación ante lo que se prevé como una victoria geopolítica de Moscú, más visible en este caso que en el plano militar. Ucrania será repartida entre Trump y Putin con un acuerdo de seguridad que implicará a toda Europa. Más allá de los intereses en las «tierras raras», el futuro de Ucrania se sumerge en la indiferencia. Independientemente de cuáles serán las condiciones para el alto al fuego y la negociación, las consecuencias sociales de esta guerra se perciben igualmente dramáticas, como por lo general sucede en cualquier escenario postconflicto.

Esta perspectiva de posible degradación en la atención del conflicto ucraniano ha motivado al inesperado proceso de «Rearm Europe» con expectativas claramente definidas en la reproducción de un clima de «guerra fría» con Rusia. Como ensayo al nuevo gobierno tripartito que está por constituirse en Berlín entre los conservadores del CDU del presumible nuevo canciller Friedrich Merz, los socialistas del SPD y Los Verdes, el Bundestag, Parlamento alemán, aprobó una reforma constitucional que ampara el rearme impulsado desde la UE y la adopción de una estrategia de economía de guerra.

El plan de rearme europeo no sólo responde a la guerra en Ucrania, sino también a la reconfiguración del orden internacional, en especial ante el vertiginoso vuelco geopolítico global impulsado por la administración Trump. Toda vez sus capacidades reales disuasorias contra Rusia son notoriamente limitadas, Europa necesita blandir la «amenaza rusa» como atenuante para impulsar una agenda de seguridad propia, menos dependiente de Washington.

Las sinergias de Trump con Putin, sus ataques a la OTAN y su antagonismo con Kiev, agudizado en las últimas semanas, han llevado a la UE a tomar por fin en serio su propia seguridad. El plan busca fortalecer áreas clave como la defensa aérea y antimisiles, la producción de municiones y la movilidad militar dentro del territorio europeo. Además, se pretende fomentar el desarrollo de una base industrial de defensa propia, reduciendo la dependencia de proveedores externos, especialmente de EEUU.

El próximo 9 de mayo se conmemora el 80º aniversario del que en Rusia se denomina la Gran Guerra Patriótica contra el fascismo con un fastuoso desfile militar para reverdecer las glorias históricas rusas. Este 2025 Putin celebrará en la Plaza Roja una nueva victoria, si cabe geopolítica, diplomática, militar, moral y psicológica.

Consciente de su superioridad en recursos y sostenido por una calculada paciencia estratégica para sortear los momentos más difíciles, Rusia se esfuerza en regresar en condición de actor de poder dentro del nuevo escenario internacional fortaleciendo su imagen ante una narrativa “patriótica” que le legitima ante su sociedad expresando una victoria de facto contra la OTAN en Ucrania y con un EEUU, antaño el principal defensor de Zelenski, aceptando las condiciones rusas. El Kremlin muy hábilmente sacará provecho de este contexto divulgando su triunfo con efectos propagandísticos toda vez adecúa su economía y a la sociedad hacia una militarización y la necesidad de securitización derivada de las presiones desde Occidente.

Por su parte, Ucrania, destruida a la espera de la jugosa reconstrucción mientras observa casi inerte cómo EEUU y Rusia esperan repartirse esferas de influencia, sin menoscabar los intereses geopolíticos de Polonia y los países bálticos, será solo un cementerio de rencores e interrogantes sobre para que sirvió esta guerra. En el fondo, Kiev se muestra contrariada y traicionada por un Occidente tan dividido como de candidez indolente.

El ex presidente Biden pedía luchar «hasta el último ucraniano». El «temido» Trump razona con otras variables: es mejor parar esta sangría inexplicable «para que no mueran más personas». Y un hábil y paciente Putin se erige ahora ya no sólo como el «señor de la guerra» sino también con expectativas de ser el «líder de la paz».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL «REARME» (O NUEVO RAPTO) DE EUROPA

Roberto Mansilla Blanco*

La presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, viene de anunciar un plan de «rearme de Europa» con un fondo previsto de hasta 800.000 millones de euros para los próximos años. Prevé igualmente un aumento hasta el 1,5% del PIB global europeo para gastos militares en aras de alcanzar la autonomía estratégica en materia defensiva.

Esta parece ser la reacción europea al impasse en la Casa Blanca entre Donald Trump y Volodímir Zelenski la semana pasada, complementados con el posterior anuncio de Trump de suspender la ayuda militar a Ucrania mientras impulsa las negociaciones con Vladimir Putin para eventualmente finalizar la guerra. Este seísmo geopolítico también está afectando a Kiev: por primera vez Zelenski propuso a Putin una tregua para detener los ataques aéreos y marítimos, propuesta que evidencia la debilidad militar ucraniana y la orfandad en la que se somete con la desconexión de la ayuda militar y de inteligencia desde Washington.

Tras su regreso del rifirrafe de Washington, Zelenski recibió el apoyo unánime de la UE en una cumbre en Londres donde el anfitrión, el primer ministro Keir Starmer, busca también reposicionar cierto nivel de poderío militar británico, principalmente dentro de la OTAN, en apoyo a Ucrania. Pero la realpolitik siempre marca su sello. En Londres, Starmer y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, persuadieron a Zelenski de «recomponer la relación con Trump», lo que equivale a decir que se someta a sus imperativos porque «no tiene las cartas a su favor». El mismo día que Washington suspendía la ayuda militar a Ucrania, Zelenski anunciaba el reseteo de la relación con Trump, superando la bochornosa humillación recibida en la Casa Blanca.

Precisamente, y durante su visita a Washington, Starmer también recibió su «recado» por parte de un irónico Trump: «sin nuestra ayuda, ¿podrían enfrentarse en solitario contra Rusia?». Risas nerviosas de Starmer para deleite de las redes sociales.

Francia también pisa el acelerador en materia de rearme. Hace un año, el presidente Emmanuel Macron abordó la posibilidad de enviar unidades de combate para ayudar a las tropas ucranianas contra el invasor ruso toda vez tanto Macron como von der Leyen lanzaban en ese momento a Estrategia Industrial de Defensa de Europa. Esta semana, Macron confirmó ese compromiso de ayuda militar a Ucrania incluso enviando efectivos de sus fuerzas armadas, lo que provocó una inmediata respuesta desde Moscú en boca de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, quien consideró que si Francia envía tropas a Ucrania «estaría ingresando directamente en la guerra contra Rusia».

En el momento más difícil para las relaciones transatlánticas en las que Washington sopesa distanciarse de la OTAN y que Europa pague sus costos de defensa , Úrsula von der Leyen da un paso adelante, si bien decidido pero no menos imprevisible tomando en cuenta las capacidades reales de defensa europea, muy dependientes de la OTAN y, por lo tanto, de EEUU.

Con todo hay cierta preocupación en Bruselas sobre el excesivo poder que está teniendo von der Leyen dentro de la UE. Sabe muy bien que una atribulada y fragmentada UE precisa de un «liderazgo fuerte». La reciente victoria de su partido CDU en las elecciones generales alemanas refuerza igualmente este poder de von der Leyen en Bruselas, aunque la ultraderecha de AfD puede sacar provecho del peor momento de Zelenski (y el mejor de Putin) para afianzar sus expectativas de reconducir las relaciones ruso-europeas (sin olvidar a China)

No obstante la autonomía estratégica en defensa aborda serios retos para una Europa con crecimiento económico bajo (sobre el 1%) que ameritará reconducir fondos para garantizar el gasto militar. Aquí se especula con reducciones de los fondos de cohesión de la UE. Toda vez, la UE sabe muy bien que es un enano político y militar a nivel global, si lo comparamos con EEUU, China y Rusia. El desprecio de la administración Trump a la reciente visita a Washington de la comisaria de Política Exterior y de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, quien no fue recibida por su contraparte, el secretario de Estado Marco Rojizo, revela esa intranscendencia europea, así percibida desde Washington y Moscú.

Con todo, el tradicional pragmatismo chino, curtido en siglos de realpolitik en Asia y Europa, entró en escena: Beijing apoya la presencia europea en las negociaciones Trump-Putin sobre Ucrania. Por otra parte, Rusia, el previsible contrincante para esta Europa que busca rearmarse, mantiene un nivel económico sólido pese a las sanciones europeas mientras reconduce un modelo económico plenamente militarista. El Kremlin prevé incrementar un 13,2% su gasto militar afirmando que tiene capacidad para resistir en esta carrera armamentista. Lanza así un aviso para von der Leyen: Europa puede «rearmarse» pero Rusia está de sobra preparada para este eventual envite.

Ante la indiferencia de Washington y el pulso de Moscú, la UE busca alternativas con otros socios como China y la India, este último recientemente visitado por von der Leyen. Esto implica una estrategia híbrida de pragmatismo geopolítico que, si bien puede ser asertiva, también determina retos. India y China son socios de Rusia (BRICS; alianzas estratégicas bilaterales) toda vez que EEUU busca crear brechas en ese eje euroasiático sino-ruso que amenaza claramente sus imperativos geopolíticos, por muy aislacionistas y unilaterales que se observan en este retorno de Trump.

Con el anuncio de «rearme» por parte de Úrsula von der Leyen, Europa entra en otra etapa, más incierta aún, tomando en cuenta el declive en las relaciones transatlánticas y el potencial del eje sino-ruso.

Escasamente experimentadas en combate, más acostumbradas a ser fuerzas de pacificación para la resolución de conflictos previamente «solucionados» por las grandes potencias, las fuerzas armadas europeas buscarán también actualizarse en un marco de reconversión industrial y tecnológico (IA; robótica) ante los retos que anuncia esta era de «remilitarización» desde Washington hasta Tokio.

En el fondo, dentro del «rearme» anunciado por von der Leyen hay una clave estratégica: las élites militaristas y los «halcones» de la industria militar-industrial europea también quieren participar en ese reparto del apetecible pastel de fondos e inversiones que se abre ahora con esta militarización a ultranza a nivel global.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

LA UNILATERALIDAD DESBOCADA

Roberto Mansilla Blanco*

Mucho se ha hablado de que el pacto entre Trump y Putin por Ucrania sepultaba el orden mundial instaurado en la Conferencia de Yalta de 1945 entre los vencedores de la II Guerra Mundial. Germen de la bipolaridad entre EEUU y la URSS, esa conferencia sirvió también para configurar un sistema internacional basado en reglas, en el poder de los consensos y de la institucionalidad y de los organismos internacionales como actores de resolución de conflictos. La ONU fue el resultado de ese sistema diseñado como el reflejo de esas aspiraciones sostenidas en lo que en la teoría de las relaciones internacionales se denomina como el «idealismo».

No obstante, Trump y Putin no inauguran nada nuevo. En tiempos de eso que fue denominado como la globalización neoliberal y el sistema de «posguerra fría», fue la guerra de Kosovo (1999) con la unilateral intervención de la OTAN bombardeando Yugoslavia en tiempos de la presidencia de Bill Clinton en la Casa Blanca el punto de partida de esa unilateralidad que anunciaba el retorno de la realpolitik de los poderosos. Esos pretendidos consensos institucionales comenzaban a erosionarse.

La ilegal e ilegítima guerra de Irak (2003) lanzada por Bush II no hizo sino confirmar esta tendencia. Tanto en Kosovo como en Irak (no así en Afganistán en 2001) se desestimó el recurso de discusión de estos conflictos donde el sistema de reglas así lo establecía: en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La intervención de la OTAN en Libia en 2011, si bien inicialmente aprobada por la ONU, aumentó esta tendencia a la unilateralidad de Washington entonces gobernada por Barack Obama. Contó con el apoyo del Consejo de Seguridad para crear una zona de exclusión aérea frente a las costas libias; no obstante la Alianza Atlántica decidió también penetrar en territorio libio. Así, los intereses estadounidenses no tiene color político: dos presidentes demócratas (Clinton y Obama) y otro republicano (Bush) confirmaron esa perspectiva unilateral.

No obstante, la invasión rusa de Ucrania en 2022 abre otro compás: ya no es únicamente EEUU quien aplica esta dinámica unilateral. La mayor potencia nuclear del planeta, Rusia, tiene capacidad para hacerlo, desafiando así esos imperativos hegemónicos de Washington. Por tanto, Trump interpreta que la mejor opción para poner fin al conflicto ucraniano es negociar con el agresor, Putin, cuya capacidad efectiva para alcanzar ese «consenso» es mucho mayor que el de la ONU, una UE fragmentada e inerte y obviamente una Ucrania desangrada y sin capacidad militar para revertir la situación.

Ahora bien, ¿cómo interpretar el surrealista show mediático que generó la bronca entre Trump y Zelenski este 28 de febrero en el Despacho Oval de la Casa Blanca? En un breve instante, Trump mostró su capacidad para desarticular esa orden global de Yalta aún vigente en algunos aspectos. Trump y Putin razonan en términos de negociación entre contrapartes de poder. Ni Zelenski, ni la UE ni mucho menos una ONU ausente e irrelevante aparecen como actores que puedan reconducir la situación.

Por otra parte, es pertinente destacar el excesivo protagonismo del vicepresidente J. D. Vance en la disputa verbal entre Trump y Zelenski. Vance, quien lideró la delegación estadounidense que se reunió en Riad con su homóloga rusa para abordar el fin de la guerra en Ucrania, refuerza su peso político en esta era Trump II, aumentando las expectativas que lo señalan como el futuro baluarte del «trumpismo».

Humillado en vivo y directo en la Casa Blanca, Zelenski llegó a Londres para una cumbre europea donde recibió un apoyo unánime. Esto coloca a Gran Bretaña, tras EEUU el principal poder político y militar dentro de la OTAN, como el posible benefactor de Zelenski ante el desprecio de Trump. Vía apoyo político, asistencia militar e incluso labor de los servicios de inteligencia, Londres ha venido tejiendo una importante presencia en Ucrania en estos tres años de guerra contra Rusia; un aspecto pocas veces abordado en los medios.

Por otra parte, en Kiev se abre la veda electoral. Señalado por Trump como «dictador» por no convocar elecciones presidenciales en 2024 (haciéndose eco de la narrativa putiniana), Zelenski lo tiene aún más complicado en casa. Incapacitado para recuperar el territorio conquistado por Rusia, con escasez de efectivos de combate, el atribulado presidente ucraniano ve cómo sube en la intención de voto el ex general Valéry Zaluzhny, curiosamente embajador ucraniano en Londres. Por cierto, Zaluzhny, muy popular por su capacidad para resistir la invasión rusa, viene de declarar que «la paz no es necesaria». Pero el Kremlin también juega sus cartas (esas mismas que Trump le espetó la Zelenski que no las tiene consigo) en este contexto electoral. Rusia comienza a tentar al ex presidente Petro Poroshenko como «su candidato».

Mientras, la UE se sumerge en las reyertas internas sobre qué hacer con Zelenski y Ucrania. No hay consensos mientras la onda de la ultraderecha también está dividida entre sus apoyos a Kiev y Moscú.

Pero volvamos al inicio. Este panorama de unilateralidad con tintes de agresividad disuasiva abre varias interrogantes: ¿qué sistema internacional se está configurando a partir de ahora, en esta etapa que se podría mencionar como «post-Ucrania»? ¿Un sistema unilateral en manos de superpotencias? ¿Una balanza de poder similar a la europea entre 1880 y 1914, previo a la I Guerra Mundial? ¿Una tríada de poder entre EEUU, China y Rusia? ¿Un atlantismo remodelado por Trump frente a un eurasianismo sino-ruso? El pacto Trump-Putin, ¿alejará a Rusia de China? ¿Se normalizarán las relaciones ruso-occidentales?

Son varias interrogantes que, como otras tantas, ni la UE ni Zelenski parecen cuando menos tener capacidad de interpretar o entender. Y así se lo hizo saber Trump en el esperpéntico rifirrafe del Despacho Oval. Mientras tanto, en el Kremlin, Putin seguramente debe estar regocijándose de este surrealista espectáculo occidental, sabedor de que esas «cartas» que tanto le espetó en la cara Trump a Zelenski porque no las tiene, quien sí las tiene es un Putin con cara de póker vencedor.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.