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APROXIMACIÓN SIRIA-TURQUÍA, MEDIACIÓN DE RUSIA Y REACCIONES DE ESTADOS UNIDOS

Isabel Stanganelli*

Luego de décadas de tensión entre Turquía y Siria, durante 2022 y con la mediación de Rusia, ambos Estados iniciaron un proceso de aproximación que no fue bien recibido por los Estados Unidos.

Las relaciones entre Siria y los Estados Unidos también han sido tensas las últimas décadas y marcadas por las sanciones impuestas sobre Damasco en relación con los derechos humanos y acusaciones de apoyo a grupos terroristas. Y en cuanto a Turquía, primera aliada estratégica de Washington en la OTAN, las relaciones siempre han requerido extrema cautela.

Antecedentes

Durante al menos el último medio siglo, Siria se ha encontrado en el ojo del huracán internacional. Considerada partícipe de la guerra civil en El Líbano, desde 1979 ya estuvo sujeta a sanciones económicas internacionales.

Con posterioridad se incorporó la etapa de dificultades con Turquía. La población de Siria contaba con un grupo minoritario kurdo al que se asociaba con los intentos separatistas de sus pares en Turquía. Esta situación se agravó cuando Damasco ofreció asilo al fundador y líder del principal grupo disidente, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán —PKK—, Abdullah Öcalan. Éste permaneció en Siria desde 1979 hasta 1998 en una base de operaciones en la región montañosa de Qandil, cerca de la frontera entre Turquía, Irak y Siria. Cuando Siria expulsó a Öcalan y al PKK de su territorio, el líder se trasladó a Italia y en 1999 se dirigió a Kenia donde fue capturado por los servicios de inteligencia turcos —también se mencionó la participación del Mossad— y ha estado encarcelado en Turquía desde entonces. De todos modos el PKK aún se mantiene en el norte de Siria en alianza con grupos kurdos locales donde ha establecido la «Administración Autónoma del Norte y Este de Siria» o «Rojava» que no es reconocida como legítima y conserva el status de terrorista.

Entonces Washington apoyó a Turquía en su lucha contra el PKK proporcionándole asistencia militar y de inteligencia e incluyendo a dicho grupo en la lista de organizaciones terroristas extranjeras del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Las relaciones entre ambos países parecieron mejorar en 1998 cuando firmaron un principio de entendimiento: el Acuerdo de Adana del 20 de octubre, entre los presidentes Süleyman Demirel y Hafez al-Assad, padre del actual presidente sirio. Por el mismo Siria no permitiría que el PKK utilizara su territorio como base de operaciones y admitiría la creación de una zona de seguridad de cinco kilómetros de ancho en la frontera turco-siria, donde se prohibía la presencia del PKK y se permitía a Turquía llevar a cabo operaciones militares contra dicha organización. Este acuerdo no logró resolver el conflicto kurdo en Turquía ni poner fin a las actividades del PKK en la región. Con el paso del tiempo las relaciones entre Turquía y Siria fueron empeorando, el conflicto kurdo se mantuvo en la región y el Acuerdo fue perdiendo vigencia. Sin embargo veremos en qué radica su importancia actual.

Desde el año 2000 el presidente de Siria es Bashar al-Assad, quien sucedió a su padre Hafez al-Assad, presidente del país por más de tres décadas.

En marzo 2011 y como parte de la ola de «Primaveras Árabes», el conflicto tuvo lugar en el norte de África y en el Medio Oriente, incluyendo a Siria. A esta «primavera» se la conoció también como «la revolución secuestrada»… Originada como una manifestación de campesinos reclamando ayuda tras una sequía que asoló al país durante los cinco años previos, pronto fueron desplazados por todos los grupos políticos opositores a al-Assad, incluyendo grupos kurdos y hasta el Estado Islámico. La manifestación se transformó en guerra civil y en ella Washington y sus aliados occidentales tomaron partido contra el gobierno de al-Assad, llegando a favorecer a los kurdos y facciones islamistas para debilitar a al-Assad, decisión que preocupó a Turquía.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, presionaba a Turquía para que sostuviera un cambio de régimen en Siria a favor de un islamismo moderado. Ankara se mostraba prudente. El presidente Recep Tayyip Erdogan, buscaba evitar problemas regionales: permaneció en silencio cuando se iniciaron las revueltas en Túnez, solo apoyó la salida de Hosni Mubarak cuando percibió que los Estados Unidos estaban alejándose de Egipto. Pero Siria resultó un verdadero desafío. El director de la CIA, David Petraeus, visitó Turquía en dos ocasiones en 2012 para lograr colaboración y poner fin al gobierno de al-Assad. Pero Erdogan no deseaba ser parte de esta decisión. Posiblemente el juego de fuerzas librado en Siria resultaba más claro para el presidente turco que para Washington.

Desde entonces el gobierno de Bashar al-Assad ha sido acusado por gobiernos occidentales de violaciones a los derechos humanos y se le impusieron nuevas sanciones económicas a partir de 2011. A pesar de esto, el gobierno sirio sigue contando con el apoyo de países como Rusia, China e Irán y ha argumentado que sus acciones son necesarias para combatir el terrorismo y preservar la estabilidad del país en medio de la guerra civil, argumento bastante utilizado a escala planetaria.

En 2013 se produjo un cruento ataque con armas químicas en la ciudad de Ghouta, un suburbio de Damasco. Hubo diferentes versiones sobre el origen de los ataques: que fue represión gubernamental; que había sido un ataque de la oposición o de una facción liderada por el medio hermano de Bashad, Maher al-Assad. Y aunque el gobierno sirio culpó a los grupos rebeldes, la comunidad internacional, encabezada por los Estados Unidos, Reino Unido y Francia, responsabilizó al gobierno. Obama había declarado un año antes que si Siria cruzaba la «delgada línea roja» y utilizaba armas químicas habría «consecuencias graves». En consecuencia el ataque con dichas armas en 2013 elevó el riesgo de una intervención armada. Finalmente Obama optó por no atacar y aceptó que Rusia negociara un acuerdo con Siria para eliminar las armas químicas bajo supervisión internacional. Los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia apoyaron esta decisión, que evitó el accionar de fuerzas militares internacionales. La colaboración entre los Estados Unidos y Rusia en el proceso negociador fue vista como un ejemplo de cómo dos Estados podían trabajar juntos para resolver problemas globales complejos.

Posteriormente se difundió que Rusia no había sido capaz de garantizar la eliminación de todas las armas químicas de Siria. Lo cierto es que como parte de las sanciones a las que fue sometida Rusia por los hechos en Ucrania, se la excluyó del grupo de potencias negociado por Putin, que debía supervisar el retiro de dichas armas.

Para entonces Erdogan ya había percibido que los Estados Unidos preferían actuar encubiertos en Siria y dejar expuesta a Turquía. Un año más tarde anunció que sus relaciones con Obama se habían reducido por la falta de resultados en el conflicto sirio. El Pentágono comenzó a armar a las fuerzas kurdas en Siria y en noviembre de 2015, las fuerzas especiales estadounidenses se desplegaron en ese país. Las relaciones entre Siria y Estados Unidos empeoraron y las sanciones contra Damasco se incrementaron. La intervención de Rusia en este conflicto coincidió con el ingreso de efectivos estadounidenses en Siria.

En 2016 Turquía participó de la operación «Escudo del Éufrates» destinada a expulsar al Estado Islámico y a los kurdos de su frontera. La operación «Ramo de Olivo» de 2018 contra las fuerzas kurdas en el norte de Siria incrementó los conflictos, ahora con los grupos kurdos apoyados por el gobierno de Washington. La situación permaneció volátil y cada vez más compleja. En 2019 las fuerzas estadounidenses se retiraron y fueron sustituidas por fuerzas turcas y Siria denunció esta violación de su soberanía territorial.

Esta situación se mantuvo tensa hasta que se iniciaron reuniones entre Erdogan y Vladimir Putin para comunicarse con al-Assad, llegándose al encuentro del 28 de diciembre de 2022 entre los ministros de defensa y los jefes de inteligencia de Turquía, Siria y Rusia. El presidente turco señaló que su único objetivo era la lucha contra el terrorismo y el respeto a la integridad territorial y la soberanía de todos los vecinos.

La propuesta de Moscú, como el mejor marco conciliador, fue remitirse justamente a lo pactado en el Acuerdo de Adana de 1998. Ankara, Moscú y Damasco comenzaran a trabajar para llevar a cabo misiones conjuntas en Siria. Pero la actividad del ministro de Defensa ruso, Sergey Shoigu, encaminada a lograr la reconciliación de Turquía con Siria profundiza también los lazos estratégicos entre Moscú y Ankara.

Para Erdogan, Siria es también parte de su política para mejorar las relaciones regionales y lograr una mejor posición en vistas del nuevo mandato en las elecciones de mayo 2023. Para Siria, la normalización con Turquía es muy importante: la ocupación del territorio sirio y los refugiados sirios en Turquía (que suman 3,6 millones) afectan a su seguridad. Erdogan busca un acuerdo con Damasco que permita devolver a Siria a los refugiados llegados al país en busca de asilo: sería una carta ganadora ante su empobrecido electorado. Al-Assad anunció que postergará cualquier reunión hasta que Turquía se retire completamente del territorio sirio. Por el momento el ejército turco controla varias provincias sirias en el norte del país.

Mientras, en la mencionada reunión tripartita en Moscú de diciembre 2022, Ankara se comprometió a retirar todas sus fuerzas del territorio sirio, algo que conduciría al debilitamiento de las «Unidades de Protección del Pueblo» (YPG), versión siria del PKK, y también a la presencia militar estadounidense.

Conclusiones

El rol de Moscú muestra que la posición de Rusia en Asia occidental no depende del conflicto de Ucrania: ésta influencia en Siria consolida su propia presencia a largo plazo en el Mediterráneo oriental.

Aunque aún no se han citado los presidentes al-Assad y Erdogan, a principios de abril de 2023 se reunieron en Moscú delegaciones de ambos países —encabezadas por sus respectivos viceministros de Relaciones Exteriores— ante los representantes de Rusia e Irán, dos países aliados de al-Assad.

Esta nueva relación Erdogan-al-Assad con la ayuda de Rusia preocupa a los Estados Unidos que podrían renovar su presencia militar o su alianza con grupos kurdos en Siria, como el mencionado YPG.

El Departamento de Estado de Estados Unidos declaró recientemente que no mejorará sus relaciones diplomáticas con el régimen de al-Assad y tampoco apoyará a los países que mejoren sus relaciones con el mismo.

 

* Profesora y Doctora en Geografía/Geopolítica, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales, UNLP. Secretaria Académica de la SAEEG.

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ENTRE LA JUNGLA Y LA CIUDAD. EL MUNDO EN TIEMPOS DE INSEGURIDAD

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de Prawny en Pixabay

Hace unos meses, el representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad, Josep Borrell, advirtió que la jungla que existía más allá de la UE podría, finalmente, extenderse a este territorio de normas, centralización y cohesión social. Es decir, el lugar donde predomina la lucha por la supervivencia, aquel donde sobrevive el más apto, terminaría invadiendo el sitio de orden posestatal del globo.

El alto funcionario terminó reconociendo que sus palabras no fueron las más convenientes y se disculpó. Seguramente, cuando se refirió a la jungla estaba pensando en Rusia, China, las migraciones, los territorios de fisión, las guerras, las pandemias, el deterioro medioambiental, entre otros. Fue casi como decir, «nosotros y, allá afuera, los bárbaros. Precavamos».

Hay mucho más que podría haber dicho Borrell para traer cierto equilibrio, por ejemplo, que cuatro de los mayores vendedores de armas del mundo pertenecen a esa zona «superada» o «jardín» que es la UE y otros países europeos (Francia, Alemania, Italia y Reino Unido); también podría haber dicho que si la muerte se extiende desde hace más de un año en Ucrania es porque nadie en Europa parece dispuesto a que se imponga un cese de fuego (logrado éste se deberá trabajar por un acuerdo). Esta última observación es pertinente, pues si Europa  se precia de ser la urbanidad moderna en un mundo bajo el imperio del darwinismo, su diplomacia debería ser la más influyente.

En rigor, el mundo no es una jungla, o para decirlo en términos «hobbesianos», un mundo en estado de naturaleza donde todos luchan contra todos para lograr sobrevivir. Es cierto que, a diferencia de lo que sucede en los Estados donde predomina la centralización, es decir, existe un centro o gobierno que establece normas o pautas de convivencia, en la relaciones internacionales predomina la descentralización, esto es, no existe ningún gobierno que, con carácter imperativo, regule o norme dichas relaciones. En términos de Raymond Aron, un pensador desafortunadamente cada vez más olvidado, se trata de «relaciones entre unidades políticas, cada una de las cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a sí misma y de ser la única dueña de la decisión de combatir o de no hacerlo».

Sin embargo, a pesar de esa descentralización (de allí que se hable de anarquía internacional) y esa reivindicación que destaca Aron, los Estados han logrado construir un sistema o modelo basado en el multilateralismo, que tiende a sofrenar los instintos de poder, influencia e intereses de los mismos. Dicho modelo institucional, que es la cara opuesta del denominado modelo relacional o de poder, permite que las relaciones internacionales no sean una jungla ni tampoco una densa urbe sin semáforos, como suelen decir los expertos.

El profesor Fulvio Attinà describe con notable precisión lo relativo con la forma organizativa en la política internacional: «En su conjunto, las reglas o instituciones son los medios para realizar la mediación entre las tendencias situadas en los dos extremos posibles del sistema desigual y paritario de Estados: la tendencia jerárquica que llega hasta el dominio imperial del más poderoso; y la tendencia paritaria del respeto a la autonomía del Estado concreto».

El modelo institucional tiende a reforzarse cuando existe una configuración u orden internacional, que es lo más próximo a lo que habitualmente se conoce como paz. La paz internacional implica la predominancia de un orden internacional.

El problema que afronta el mundo en el siglo XXI es que hace tiempo no hay una configuración internacional, al menos desde 2008 cuando el impacto que produjo la crisis financiera impulsó lo que se considera fue el último esfuerzo de cooperación entre Estados para intentar superar una crisis. A partir de entonces, el multilateralismo fue descendiendo cada vez más y el modelo multipolar o de “Estados primero” volvió a ser la realidad predominante.

Pero, además de la ausencia de un orden, aquellos que deberían diseñarlo se encuentran en discordia, como sucede entre Estados Unidos y China, o bien en situación de confrontación indirecta, como sucede entre Occidente y Rusia, el nivel estratégico de la guerra en Ucrania. Asimismo, las discordias y querellas predominan entre los poderes intermedios, situación que restringe incluso aquello que parece considerar Henry Kissinger: «un concepto de orden dentro de las distintas regiones».

La tendencia del mundo hacia los extremos del modelo relacional lleva a que aumenten la inseguridad entre los Estados, no solo por cuestiones que atañen a retos propios de los Estados, sino en materia de amenazas que no provienen de ellos, por caso, los virus, pues en un mundo donde la concentración en la primacía nacional es cada vez más abrumadora se resiente la necesaria cooperación internacional. 

Es decir, pierden relevancia estratégica los regímenes internacionales, los «semáforos» de la gran urbe internacional. La inseguridad aumenta, los conflictos se disparan, se extienden los territorios desgobernados, se incumplen pactos relativos con el cuidado del planeta, las armas nucleares, etc. En otros términos, se «recarga» la característica central de las relaciones entre Estados: la condición anárquica que reina entre ellos.

En este contexto, que por ahora no presenta salidas, sobre todo considerando lo que puede ocurrir con la guerra en Ucrania, es decir, su posible escalada, pero también sus consecuencias ante un posible (aunque muy difícil) acuerdo, queda una luz encendida: la interdependencia económica, la conectividad, los vínculos transnacionales, etc.

Siempre nos quedará el factor comercio-económico, el que también sufre una serie de realidades disruptivas como consecuencia de la falta de orden, la pandemia y la guerra. En este sentido, dicho factor es un poco un sucedáneo de un orden internacional: solo basta considerar que los lazos económicos entre Estados Unidos y China y entre la UE y este último país ascienden a más de 1,2 billones de dólares.

Pero el factor comercio-económico no implica un orden internacional, es nada más que un «sustituto» para tiempos de incertidumbre e inseguridad. La globalización no supone la superación de la anarquía internacional, es decir, la competencia entre Estados. La experiencia nos dice que los verdaderos órdenes se lograron a partir de los Estados, pues éstos, más allá del avance tecnológico, la digitalización y la inteligencia artificial (nuevas temáticas que podrían implicar nuevas problemáticas), continúan configurando la estructura de las relaciones internacionales.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

Artículo publicado el 29/04/2023 en Abordajes, http://abordajes.blogspot.com/

LA OTAN SE FORTALECE, LA SEGURIDAD INTERNACIONAL SE DEBILITA

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de Marek Studzinski en Pixabay

Recientemente, Finlandia se incorporó a la OTAN como miembro pleno. Ello supone, básicamente, que se produjo una nueva ampliación de la Alianza Atlántica, en este caso en el frente norte de la OTAN; que la longitud de fronteras con Rusia se extendió sensiblemente (2.600 kilómetros en total); que hay una nueva “cortina estratégica” interestatal (ligeramente cóncava) que ya se extiende desde Laponia hasta Ankara, y que el grado de acumulación militar a ambos lados de dicha línea será el mayor del mundo.

¿Significa ello un aumento o una disminución de la seguridad internacional?

Sin duda que para Occidente la seguridad internacional “se refuerza”, pues la OTAN, como consecuencia de su victoria en la Guerra Fría y su compromiso con la defensa y promoción de los bienes públicos internacionales que se construyeron tras la Segunda Guerra Mundial (las organizaciones multilaterales, la democracia liberal, la economía abierta, etc.), sería algo así como el único garante posible. Más aún, la Alianza encarna lo que sería el “bien” en  el mundo, por cierto, una  concepción que tiene su origen en los “Padres Fundadores” de Estados Unidos.

Pero para buena parte del “resto” del mundo, para utilizar el término que usa Fareed Zakaria en su libro The Post American World, principalmente para Rusia y China, la asunción de la OTAN relativa con autopercibirse como faro y pacificador internacional y mundial habilitado despierta inquietud, sobre todo cuando la Alianza ha aprobado concepciones que no sólo extienden sus operaciones militares más allá del artículo 5 del Tratado de Washington de 1949, es decir, el que delimita la geografía de la Alianza ante casos de agresión a Europa y América del Norte, sino que ha extendido su eventual accionar en función de lo que pueda suceder en las múltiples dimensiones de la seguridad internacional, desde la militar hasta la seguridad sanitaria, pasando por la nuclear, la energética, la ambiental, la espacial, etc.

Para “graficarlo” en términos más prácticos, la OTAN, con el fin de fortalecer la seguridad en toda su extensión, puede proyectar capacidades a cualquier parte del mundo donde se pueda estar gestando una agresión (ya lo ha hecho). Asimismo, bien podría hacerlo en caso en que se encontraran amenazadas sus fuentes de energía. Además, sobre todo a partir de la invasión rusa a Ucrania, podría poner en marcha acciones preventivas, por caso, en la zona de proyección “pospatriota” de China, es decir, Mar de la China, pero también en “plazas” que este actor considera propias, Taiwán y Hong Kong.

La decisión que adoptó la OTAN en su reunión de Madrid en junio de 2022 proporciona más certidumbres en relación con el designio de Alianza “justiciera” internacional y mundial, pues allí se puso el acento en el incremento de capacidades, es decir, predominó la “línea polaca”, en referencia al país que pasó a ser el que más defiende el enfoque del primus inter pares, Estados Unidos, el de una OTAN ampliada, reforzada y ofensiva.

La guerra fungió como un hecho funcional para Washington, pues le ha permitido fortalecer la asociación y su ascendente sobre Europa. El presidente Emmanuel Macron puede intentar imitar a Charles de Gaulle, como se vio en su viaje a China, pero la talla del general es muy elevada para cualquiera de los líderes de la potencia institucional europea.

La continuación de la OTAN más allá del propósito para la que fue creada puede ser considerada una anomalía internacional. Pero, como sabemos, la victoria proporciona “derechos”. Sin embargo, hay algo que es mucho más preocupante que esa anomalía internacional: la relativa con intentar conseguir seguridad internacional en detrimento de la misma seguridad internacional, es decir, incrementar la seguridad de una parte menoscabando la seguridad de los demás. En buena medida, ello fue lo que produjo la crisis mayor en Europa del este.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

Artículo publicado el 11/04/2023 en Abordajes, https://abordajes.blogspot.com/2023/04/la-otan-se-fortalece-la-seguridad.html