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LAS INVASIONES

F. Javier Blasco*

Cuando se habla de invasiones, a una gran mayoría se nos viene a la cabeza aquellas llevadas a cabo a lo largo de la historia por pueblos bárbaros nórdicos en búsqueda de mejores tierras y climas cálidos hacia el sur, las famosas invasiones griegas, fenicias o de Roma con idea de ocupar todo el territorio conocido, cercano y no tanto a sus confines originales, las realizadas por los pueblos musulmanes en sus pretensiones de expandirse al norte de África, los muchos imperios en Europa y en Asia que en su afán de expandirse y anexionarse las llamadas colonias, han llegado a dominar el mundo, como el propio imperio español y, algo más recientemente, las hazañas de Napoleón y las dos grandes guerras mundiales.

Pero ya entrados en el siglo XXI, muchos incautos pensábamos que dicho término, idea y estrategia quedaban para la historia y el recuerdo de épocas que ni por asomo, volverían a ocurrir.

Los afanes de anexionismo como tal, con ocupación presencial de terrenos donde poder echar raíces, establecerse, sembrar y edificar una ideología política, religiosa o cultural y procrear nuevas generaciones, al menos en lo que conocemos como el mundo occidental, quedaban muy atrás. La globalización, las nuevas tecnologías o la rápida intercomunicación entre los territorios y las personas hacían inviable pensar que los pueblos de nuestro entorno, por diversas razones o necesidades, se vieran avocados a recurrir o sufrir cualquier tipo cruento o incruento de invasión.

Pensamiento que, a la vista de los acontecimientos actuales, es claramente erróneo y nos da la opción de pararnos un poco y ponernos a pensar. Estamos siendo testigos mudos y casi impávidos de una cruenta y despiadada invasión de un Goliat, aunque un  poco disminuido y falto de fuerzas, sobre un David cada día más crecido, que a cambio de migajas, palmaditas en la espalda, confusas promesas y algo de variopinto armamento se ha convertido en él, de facto, ‘salvador’ de occidente frente a una Rusia alocada en manos de un demente, al parecer bastante enfermo de otros males mayores, que pretende despedirse de este mundo terrenal a lo grande, evocando las glorias y dominios de una Gran Rusia, que no lo volverá a ser jamás.

Vemos que si las invasiones, en su día, cambiaban el mundo geopolítico y los confines de los territorios o dominios de los estados y movían el equilibrio de la balanza o el yugo de un lado a otro en función de los éxitos y logros obtenidos. Hoy en día, la actual invasión de Ucrania —para muchos poco o nada relevante y hasta lejana— se ha convertido en un terremoto para la economía y las relaciones de todo tipo a nivel mundial, por haber incidido directamente sobre el fulcro o punto de apoyo sobre el que descansaba gran parte del equilibrio y satisfacción económica, energética y hasta ser unos de los mayores graneros para alimentar a los países circundantes y hasta los del denominado tercer mundo, que se tambalean por perder su esfera de confort los unos y para los otros, uno de los mayores flujos sobre los que se sustentaba la escuálida y deficiente alimentación y subsistencia de su gran y paupérrima población.

Las consecuencias iniciales de esta, aparentemente poco importante invasión, son cada vez mayores tanto inicialmente como a medio y a largo plazo. Aparte de los millones de refugiados que éste, como todos los conflictos bélicos propician, las economías mundiales, apenas salientes a trancas y barrancas de una gran crisis económica, sanitaria y de identidad política y social, han recibido un mazazo como ese gancho, a veces definitivo, que recibe un boxeador casi noqueado y tambaleante sobre el ring, que le lleva de bruces a la lona, desde donde tardará en levantarse o para ello necesitará bastante tiempo y la ayuda de los demás.

Vemos entonces que una invasión, aunque sea muy regional y focalizada, en los tiempos actuales, en función de sus actores puede traer consigo implicaciones importantes a nivel mundial y que las consecuencias de todo tipo para salir de ellas, por lo general serán muy duras y costosas; e incluso, para algunos de los directamente implicados, las cicatrices dejadas puede que tarden muchos años en sanar.  

Pero, en estos mismos momentos y desde unos cuantos años atrás, el mundo civilizado y próspero y por lo tanto muy acomodado, está sufriendo otro tipo de invasiones, que podríamos calificar como lentas, progresivas, incruentas y silenciosas. Me refiero claro está, a la incorporación a nuestra sociedad de inmigrantes venidos desde todas las latitudes —al margen de los mencionados refugiados que provocan las guerras y las persecuciones en todos los continentes— influidos por diversas y múltiples circunstancias, diferentes clases de efectos de llamada y muchos tipos de necesidad.

Llevamos lustros viendo como las ciudades en Europa, EEUU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y algunos países más se van haciendo mucho más multiculturales. Es cada vez más frecuente ver copados la mayor parte de los puestos de trabajo de cara o en contacto con el público por personas de diferente raza, cultura y origen social.

La falta de personal aborigen y un desorbitado e imprudente cambio cultural, nos está llevando a que nuestra sociedad rechace puestos de trabajo, hasta ahora considerados normales para nosotros, que aspiremos a otros de mayor cualificación y que prefiramos quedarnos en el paro o, emigrar, a su vez, a países cercanos o no tanto en busca de trabajos, aparente o realmente mejor remunerados y no pensemos en volver a nuestro país de origen en un tiempo prudencial.

La mayor parte de la atención al público, salud y el cuidado de nuestros, mayores e hijos está en un alto porcentaje en manos de estas personas que emigran de sus países buscando prosperidad. Vemos que muchos de los que llegan, se ven forzados a renunciar a su preparación universitaria o dedicación profesional para ejercer otro tipo de trabajo o profesión por ser lo único que, inicialmente se les ofrece, si es que quieren trabajar. 

El trasvase de personas de un país a otro, ya no queda relegado a aquellos habitantes de países lejanos, donde su cultura, exceso de población, hambrunas o problemática social, les obliga a emigrar; no, ahora y cada vez más, hay un trasvase de personas, cerebros y profesionales de verdad que, poco a poco, van abandonando sus países de origen para establecerse en otros con lo que cada vez en los países receptores es mayor el mix social, racial, cultural, político, religioso y social.

Hoy nadie se extraña al ver grandes directivos, gobiernos, alcaldes de grandes ciudades, gobernadores y políticos de diferente raza o cultura a la nacional. Es más, debido a la creciente y peligrosa tendencia a disminuir la natalidad y al citado aumento de la emigración; pronto llegará un día, en que los no aborígenes -más tendentes a la procreación- superen con creces a la población de larga tradición y origen nacional.

Debido a todo lo anterior, pienso firmemente que los gobiernos actuales deben tomarse más en serio sus políticas para evitar la emigración masiva de lugareños, lo que evitará la afluencia cada vez mayor de inmigrantes hacia los territorios donde, al quedar vacíos de mano de obra, les es más fácil encontrar un trabajo inicial y un asiento a la lumbre, a cuyo entorno poder reunir a esos familiares, que dejaron atrás, allí desde donde ellos saltaron a la aventura.

Las consecuencias de estas invasiones silenciosas, no sé sí serán buenas, mejores o peores de lo que cabría esperar de seguir con nuestra forma de vida y tradición; pero lo que sí está claro, es que los movimientos migratorios, ya no son de carácter temporal como antaño; son definitivos, se hacen para siempre y la presencia de tanto extraño al lugar, sin suda cambiará las formas, costumbres y normas de vida de la nación y por ello, hasta se puede afirmar, que muchos países están sufriendo una autentica invasión silenciosa y no se dan cuenta de que esto va cada día a más, basta con utilizar el transporte público y darse cuenta de esta realidad.                       

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

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LA DOCTRINA MONROE ENTRE ESTADOS UNIDOS Y ASIA

Giancarlo Elia Valori*

Las recientes discusiones sobre la Doctrina Monroe en los círculos académicos europeos y estadounidenses y en los medios de comunicación se han centrado principalmente en las administraciones de George W. Bush y Trump.

Aunque ambas administraciones fueron gobernadas por el Partido Republicano, la política exterior a menudo entraba en conflicto. En el mundo de habla inglesa la mayoría de las discusiones sobre la Doctrina Monroe durante la era de estos dos presidentes están relacionadas con América Latina. Los conceptos de política exterior de los ex presidentes Bush y Trump eran muy diferentes: el primero se caracterizaba por el “globalismo” y quería exportar el sistema político y la ideología de los Estados Unidos a todas partes por cualquier medio. En sus políticas hacia América Latina, sin embargo, ambos la consideraron como su esfera exclusiva de influencia: la Administración Bush apoyó a la oposición venezolana para lanzar un golpe de Estado para derrocar al presidente Chávez y librar la guerra contra el terrorismo en América Latina contra los países que se oponían a la hegemonía estadounidense. La Administración Trump lo hizo aún más al hacer alarde de la Doctrina Monroe; alentar a la oposición en Venezuela y Bolivia; presionando por un cambio de régimen en Cuba; restringiendo el derecho de México al libre comercio, etc. Lo mismo ocurre para la actual administración del Partido Democrático.

Retrocedamos en el tiempo: en 1933, ante el creciente sentimiento antiestadounidense en América Latina, el presidente Franklin Delano Roosevelt anunció una “buena política de vecindad” para contrarrestar la influencia de Alemania e Italia. Sin embargo, esto no significó renunciar a la intervención en América Latina, sino restringirla a métodos no militares y atraer a más aliados regionales en la acción de infiltración pacífica.

Del mismo modo, el ascenso de la Administración Obama al poder en 2009 buscó socavar el “unilateralismo” de Bush. En 2013, el secretario de Estado del presidente Obama, John Kerry, declaró que la era de la Doctrina Monroe había terminado pero, frente a una serie de regímenes de izquierda en América Latina, Estados Unidos simplemente reemplazó los medios subversivos obvios por otros más sutiles: financiar ONG; comprar a la oposición y manipular las redes sociales, todo esto para librar una guerra de información, contratar mercenarios y llevar a cabo eliminaciones específicas a través de la acción “anticorrupción” manipulada por la oposición antes mencionada, etc. E incluso continuar con las sanciones económicas contra Cuba.

Durante la campaña electoral, incluso la actual Administración Biden dijo que quería seguir el camino del “unilateralismo” del presidente saliente, pero las restricciones políticas internas han limitado los raros movimientos políticos que realmente intentaron hacerlo al menos con un ejercicio cosmético. Estados Unidos sigue imponiendo sanciones a Cuba y aún apoya a la oposición venezolana y restringe los derechos de libre comercio en México.

La mencionada dualidad de la Doctrina Monroe en los Estados Unidos puede vincularse a la crítica de Carl Schmitt sobre el doble estándar seguido por los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Con este fin, los Estados Unidos reclutaron a los nuevos cómplices de la Guerra Fría, es decir, los antiguos enemigos, Alemania y Japón, para construir el Siglo Americano en una función antisoviética. Y los antiguos enemigos funcionaron bien.

La nueva doctrina para tratar con los antiguos enemigos no era más que una transposición de la Doctrina Monroe ampliada y giraba en torno al “derecho” de apropiación de las materias primas del mundo, particularmente la energía, a través de guerras convencionales de agresión, apoyadas por el público estadounidense que tradicionalmente era reacio a intervenir en las guerras por supuestos derechos humanos disfrazando un deseo de hegemonía.

No es por nada que algunos estudiosos afirman que en la Guerra Fría Alemania y Japón pueden clasificarse como la nueva Doctrina Monroe del universalismo estadounidense, es decir, un cambio hacia el oeste de la OTAN, hasta las fronteras del Pacto de Varsovia y hacia el este, siendo así una muralla anti-sino-soviética en el Lejano Oriente. De ahí la relación entre el desarrollo capitalista y la expansión de la Doctrina Monroe en el intervencionismo global.

En Der Begriff des Politischen (El concepto de lo político, 1932) Schmitt señaló que la “política” no está relacionada con los campos de la sociedad, la economía y la cultura. Es un “yo” paralelo que, alcanzando un cierto grado de intensidad, determina la distinción entre amigos y enemigos, independientemente de la similitud de los valores éticos, religiosos o económicos. Schmitt no busca reflexionar fundamentalmente sobre la lógica del capitalismo en sí, sino que critica su manifestación política que se desarrolló hasta la etapa del imperialismo independientemente del contexto cultural en el que nació.

Al analizar la política asiática de la Doctrina Monroe de Japón antes de la Segunda Guerra Mundial, podemos inferir el proceso que cambia las percepciones japonesas de la Doctrina Monroe entre las diversas élites políticas y culturales en China. Al comienzo de la historia contemporánea, generalmente establecida a partir de 1900, el imperio chino se convirtió en una semicolonia dominada por Japón y las potencias occidentales. Desde finales de la dinastía Qing hasta la República de China, desde el almirante Li Hongzhang, desde el ministro de Relaciones Exteriores y primer ministro in pectore, Wu Tingfang, y desde el general Jiang Jieshi [Chiang Kai-shek] en adelante, la conciencia básica de muchas élites políticas era que la integridad territorial de China dependía del equilibrio de poder

Después de la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895), muchos chinos esperaban, o más bien se engañaron a sí mismos, que Japón desempeñaría el papel de contener a las potencias europeas. Por el contrario, especialmente a partir de 1897, la agresión de las potencias europeas en el este de Asia se intensificó repentinamente. Rusia ocupó Lushunkuo [Port Arthur, 1898; a Japón de 1904 a 1945]; Alemania Qingdao [Tsingtao, 1914], el Reino Unido Weihaiwei [1898-1930] y Estados Unidos ya había ampliado su Doctrina Monroe creando la Guerra Hispano-Americana desde cero (1898) y ocupando Filipinas como ventana a China.

De 1904 a 1905, la guerra ruso-japonesa se libró en suelo chino y un gran número de las élites intelectuales de China se regocijaron por la victoria japonesa. Fue en esa situación internacional que la vulgata del “asianismo” de Japón —“Asia para los asiáticos”, haciéndose eco de la Doctrina Monroe— proporcionó una aparente identidad colectiva temporal entre los dos gigantes asiáticos.

Esa situación cambió ya que la razón principal fue el desequilibrio gradual en el equilibrio de poder de China. Especialmente durante la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas, distraídas por los acontecimientos que se desarrollaban, redujeron su inversión de recursos y, por lo tanto, de intereses vitales, en China. Como resultado, la influencia de Japón aumentó repentinamente y en enero de 1915 Japón impuso las conocidas Veintiuna Demandas a China. Fueron un conjunto de reclamos hechos por el gobierno japonés a privilegios especiales durante la Primera Guerra Mundial y expandirían en gran medida el control japonés de China. Japón conservaría las antiguas áreas que Alemania había conquistado al comienzo de la guerra en 1914. Se fortalecería en Manchuria y Mongolia meridional y desempeñaría un papel más importante en los ferrocarriles.

Las demandas más extremas darían a Japón una voz decisiva en los asuntos financieros, policiales y gubernamentales. La última parte de ellos convertiría a China en un protectorado del Sol Naciente, reduciendo así la influencia occidental. Gran Bretaña y Japón habían tenido una alianza militar desde 1902 y en 1914 el primero pidió a Japón que entrara en la guerra. China publicó las demandas secretas y apeló a Estados Unidos y Gran Bretaña. En el acuerdo final de 1916, Japón renunció a su solicitud de un protectorado, pero la situación china seguía siendo muy grave.

El “Movimiento del Cuatro de Mayo” de 1919 fue, hasta cierto punto, un esfuerzo antiimperialista conjunto realizado por varias facciones en China. Surgió de las protestas estudiantiles en Beijing ese día. Los estudiantes se reunieron en la Plaza de Tiananmen para protestar contra la débil respuesta del gobierno chino a la decisión del Tratado de Versalles de permitir que Japón retuviera territorios en Shandong que habían sido entregados a Alemania después del asedio de Qingdao en 1914. Las manifestaciones provocaron protestas en todo el país y estimularon un aumento en el nacionalismo chino, un cambio hacia la movilización política lejos de las élites intelectuales y políticas tradicionales.

Por lo tanto, el cambio en la actitud de las élites chinas está relacionado principalmente con el crecimiento del poder japonés en China. Japón era anteriormente débil; hablaba de una identidad “asiática” y se oponía a la partición de China por las potencias europeas. Pero más tarde se fortaleció y su comportamiento dejó claro que no era fundamentalmente diferente de las potencias europeas. Era la esencia de la “Doctrina Monroe asiática” de Japón.

Fue el escritor, periodista y filósofo Liang Qichao (1873-1929) quien dio a conocer la Doctrina Monroe a los chinos, además de la visibilidad de la narración traída por la propaganda estadounidense en el público chino durante la Primera Guerra Mundial. Después del lanzamiento de la cooperación CPC-Guomindang, la Doctrina Monroe se convirtió, en la mayoría de los casos, en un término con una connotación negativa, lo que significaba participar en un círculo cerrado y no centrarse en la situación general. En el PCCh, la Doctrina Monroe fue más bien estudiada y discutida para ilustrar los asuntos internacionales, y no fue tratada dentro del PCCh.

Después de todo, la guerra de guerrillas y móviles a través de las fronteras llevada a cabo por el PCCh y el Ejército de Liberación Nacional fue en sí misma una forma de superar la Doctrina Monroe, que era típica de los señores de la guerra en sus propios territorios y áreas de influencia.

El 6 de octubre de 1958, el presidente Mao redactó la Carta a los compatriotas taiwaneses (entonces firmada por el Ministro de Defensa, Peng Dehuai), atacando la presencia militar estadounidense en el Pacífico Occidental [desde la perspectiva geográfica de China, es decir, el océano Pacífico que enfrenta la República Popular China]:

“¿Por qué un país del Pacífico Oriental llegó al Pacífico Occidental? El Pacífico Occidental es el Pacífico Occidental de los pueblos del Pacífico Occidental, al igual que el Pacífico Oriental es el Pacífico Oriental de los pueblos del Pacífico Oriental; esto es solo sentido común, y los Estados Unidos deberían entenderlo. No hay guerra entre la República Popular China y los Estados Unidos; por lo que no existe el llamado alto el fuego. Hablar de un alto el fuego donde no hay fuego, ¿no es una simple tontería?”

En la declaración se hacía hincapié únicamente en la autonomía regional de la República Popular China en el Pacífico occidental y se indicaba que los Estados Unidos no debían interferir en los asuntos de ese mar. Sin embargo, no declaró que la República Popular China desempeñara, o debería desempeñar, un papel importante en ese mar en todo momento.

Después de todo, ya en la primera cooperación entre el PCCh y el Guomindang, el Presidente Mao sólo utilizó el término Doctrina Monroe a nivel “supranacional”.

En 1940, en su informe The Current Situation and Party Policy, comentó: “Estados Unidos es la Doctrina Monroe más el cosmopolitismo: ‘Lo mío es mío, lo tuyo es mío’. Estados Unidos no está dispuesto a renunciar a sus intereses en el Atlántico y el Pacífico”.

Dado que Estados Unidos estaba demasiado fuera de la no intervención, era fácil ofender a otras potencias. Por lo tanto, en ese momento, la República Popular de China podía aprovechar las contradicciones entre los países imperialistas y la Teoría de los Tres Mundos se estaba preparando para viajar en esa dirección, es decir, como el último y máximo oponente de la Doctrina Monroe.

Hoy los contrastes entre la República Popular China y los Estados Unidos en esas aguas no son nada nuevo, sino que deben interpretarse en la historia como choques de visiones geopolíticas opuestas, donde la primera apela al derecho internacional, mientras que la segunda intenta derribarla después de la caída del katechon paulino, es decir, la Unión Soviética.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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ARGENTINA Y CHINA: DIPLOMACIA OLÍMPICA

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen: China Plus (official English website of China Radio International),  http://chinaplus.cri.cn/recommended/1661/553620

El pasado 1º de febrero el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, partió desde el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini rumbo a Moscú en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, dando inicio a la gira que realizó por Rusia, China y Barbados y en la que se reunió con sus pares Vladimir Putin y Xi Jinping y con la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, con el propósito de fortalecer las relaciones entre Argentina y esas naciones.

La visita a China coincidió con la realización de los Juegos Olímpicos de Invierno Beijing 2022, boicoteados por los Estados Unidos debido a “las flagrantes violaciones de los derechos humanos y las atrocidades de China en Sinkiang”, según informó la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki. Como es habitual, los gobiernos estadounidenses abordan los temas de los derechos humanos con un doble rasero pues, basta con mencionar Guantánamo o el uso de drones armados en su guerra contra el “terrorismo global”, que han provocado numerosos muertos entre la población civil en la zona de frontera entre Afganistán y Pakistán.

En esta edición XXIV de los Juegos Olímpicos de Invierno participaron seis deportistas argentinos aunque, cabe destacar, estos juegos no despiertan prácticamente interés en el público argentino.

A la ceremonia de apertura asistieron los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Ecuador, Guillermo Lasso. También estuvieron presentes Vladimir Putin, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, y el Director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Una vez más en la historia de la diplomacia, las actividades deportivas sirven como excusa para llevar adelante otros acuerdos políticos y económicos. A modo de ejemplo, cabe recordar la “diplomacia del ping pong” a la que dieron origen —sin proponérselo— los jugadores Glenn Cowan de Estados Unidos y Zhuang Zedong de China en oportunidad de celebrarse el campeonato mundial de tenis de mesa de Nagoya (Japón). Todo se originó en 1971 cuando Glenn Cowan perdió su autobús que le llevaba de vuelta al hotel y fue invitado a subir al de la delegación china. En síntesis, ese sencillo hecho dio origen a lo que se denominó la “diplomacia del ping pong” que llevó a que, en 1972, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon realizara su histórica visita a Beijing, la que llevó al establecimiento de relaciones diplomáticas en 1979.

Salvando las distancias de ese hecho histórico, estos juegos de invierno fueron el marco de la firma de una serie de acuerdos entre los gobiernos de China y de la Argentina. En oportunidad de esta visita, Argentina se sumó a la iniciativa china de las Nuevas Rutas de la Seda, a la iniciativa global de la Franja y la Ruta, la cual procura fomentar el flujo del comercio e inversiones. Ambos países firmaron un contrato para la construcción de una cuarta central nucleoeléctrica en Argentina —la central Atucha III— con una inversión de US$ 8.000 millones, la que será instalada en Lima, donde ya se encuentran Atucha I y II, a 100 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires. Atucha III será una central tipo HPR-100, de 1.200 megavatios eléctricos (MWe) de potencia bruta y una vida útil de 60 años. El reactor utilizará uranio enriquecido como combustible y agua liviana como refrigerante. China proveerá la ingeniería, construcción, adquisición, puesta en marcha y entrega de Atucha III[1].

Con respecto a la energía nuclear, cabe destacar que Argentina ha sido un país adelantado en la región ya que la Central Nuclear Atucha I inició su construcción en junio de 1968 y se convirtió en la primera central nuclear de potencia de América Latina. Fue conectada al Sistema Eléctrico Nacional el 19 de marzo de 1974 y comenzó su producción comercial el 24 de junio de ese mismo año[2].

Los acuerdos incluyen el intercambio de monedas o swap, lo que posibilita que se trabaje en pesos y yuanes, sin necesidad de recurrir al dólar. Se ha estimado que la inversión china alcanza los US$ 23.700 millones.

En el marco de los acuerdos comerciales, Argentina autorizó el uso de emergencia de la vacuna de Sinopharm, de la que se adquirirán un millón de dosis.

Con anterioridad al viaje del presidente Alberto Fernández a China, ya se había acordado que el país asiático financiaría mejoras a la red eléctrica de Argentina. Por su parte, Argentina le abre a China la posibilidad de acceder a sus recursos naturales.

Los políticos argentinos procuran solucionar el déficit con créditos de los que se desconoce la letra chica. Ya existen en el mundo antecedentes de préstamos que no han podido ser pagados a China, como el caso de Sri Lanka con el puerto de Hambantota o el de Macedonia con la construcción de una autopista que aún debe pagar. En 2021, un estudio del centro internacional de investigación AidData —un laboratorio de investigación e innovación del William & Mary College que busca hacer que el financiamiento para el desarrollo sea más transparente, responsable y efectivo— revela que “el colosal programa chino de infraestructura internacional dejó a numerosos países en desarrollo con una ‘deuda oculta’ de 385.000 millones de dólares”[3]. Esto ha llevado a que países pobres que iban a sumarse a la iniciativa Franja y Ruta hayan desistido de hacerlo. China puede quedarse con la infraestructura o exigir recursos naturales o tierras como compensación.

La “diplomacia olímpica” del gobierno de Alberto Fernández implica un riesgo considerable para la Argentina. China es actualmente el segundo socio comercial de la Argentina detrás de Brasil y el intercambio tiende a crecer pero en detrimento de la Argentina. La apertura comercial a otros países siempre es importante pero debe ser equilibrada. Por otro lado, las inversiones chinas significan endeudamiento y debe recordarse que la Argentina está endeudada con el FMI y que se encuentra en una situación de fragilidad económica y con una alta inflación que tiende a incrementar la pobreza.

Los políticos argentinos deben comprender que la Argentina no solucionará sus serios problemas estructurales aplicando las recetas que ya han fracasado. El endeudamiento creciente solo incrementará los problemas. La Argentina solo saldrá adelante reduciendo el gasto y poniendo en marcha la producción del sector agropecuario con valor agregado, a la vez de establecer un plan nacional de reindustrialización y de reconstrucción de la infraestructura aplicada a todo tipo de transporte.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] “Argentina y China firman contrato para construir una central nuclear”. Deutsche Welle, 06/02/2022, https://www.dw.com/es/argentina-se-suma-a-la-iniciativa-china-de-las-nuevas-rutas-de-la-seda/a-60677598, [consulta: 15/02/2022].

[2] “Atucha I”. Nucleoeléctrica Argentina S.A., https://www.na-sa.com.ar/es/centrales-nucleares/atucha-1 [consulta: 15/02/2022].

[3] “Plan chino de infraestructura deja a países pobres con ‘deuda oculta’, según estudio”. France24, 29/09/2021, https://www.france24.com/es/minuto-a-minuto/20210929-plan-chino-de-infraestructura-deja-a-países-pobres-con-deuda-oculta-según-estudio, [consulta: 15/02/2022].

 

Artículo publicado por el IGADI (Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional) en idioma gallego, https://www.igadi.gal/web/analiseopinion/arxentina-e-china-diplomacia-olimpica

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