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CASTILLOS DE NAIPES

F. Javier Blasco*

Se dice que no hay una cosa más inestable que un castillo montado con naipes; de hecho, es precisamente su elevado grado de dificultad para mantenerlos en equilibrio lo que les hace más atractivos a aquellos que tratan de establecerlos y conservarlos erguidos en pie durante un largo periodo de tiempo, mientras siguen pudiendo agregar nuevos elementos al mismo. Inestabilidad, que como es lógico, aumenta a medida que el castillo va adquiriendo mayor altura y se agranda por ensanchamiento con la consiguiente la complejidad para mantener el balance en sus diferentes estadíos.

Silogismo que viene a cuento para comparar el mundo en su estado actual y el empeoramiento de su estabilidad, a medida que los problemas se ensanchan, agravan y aparecen nuevos o más agresivos protagonistas o amenazas que producen movimientos telúricos y situaciones equivalentes a auténticos vendavales, quienes incrementan la posibilidad de echar por tierra todo el trabajo y el esmerado esfuerzo que nos llevó a construirlo hasta adoptar dimensiones más que respetables.

Todo apuntaba a que, tras las dos grandes guerras mundiales del pasado siglo, la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, el mundo salvo honrosas, aunque graves excepciones, fácilmente se libraba de graves espantos y de fuertes amenazas, capaces de poner en peligro su continuidad, estabilidad y progreso.

Vivía volcado hacia un espacio y ambiente mucho más sano, menos perjudicial para la salud humana y obsesionado con el cuidado de la naturaleza, los amplios tintes democráticos y enfocado a una seria y fuerte cooperación internacional. Todo ello, unido a otros factores de aparente «buena voluntad» apoyaba la estabilidad política y económica mundial a base de unos, en principio, serios y férreos controles y contrapesos que, convenientemente y casi de forma automática, se aplicaban para evitar caer en errores pretéritos, ya conocidos, bien definidos, estudiados y enmarcados.

El falso, aunque efectivo equilibrio bipolar, mantenido durante casi toda la guerra fría, parecía haber funcionado a la perfección. Nadie osaba asomar su patita al mundo externo y menos a irrumpir en la arena internacional de forma abrupta, con ganas de bulla o creando dificultades que pusieran en peligro la estabilidad, aparentemente ideada y acordada por los principales protagonistas internacionales (los vencedores de la II GM), quienes directa e indirectamente, vigilaban celosos que aquello no ocurriera.

Los EEUU habían tomado el testigo de la egida mundial, marcaban los tiempos a todos e incluso imponían sus sanciones de diverso tipo a los que osaban descarriarse, amparados en una especie de acuerdo y área de confort que la Comunidad Internacional (CI) se había marcado, creado —mediante leyes, usos, costumbres, reglamentos, tratados y convenciones marcados y legislados por los mencionados protagonistas principales y aceptados por el resto sin rechistar— y repartido para vivir en paz y a gusto. Gracias, sobre todo, a un desarrollo sectorial y regional que, empleando todos los medios y condiciones posibles, daba paso de forma «controlada» a nuevos actores al escenario mundial.

Un escenario que, por momentos, comenzaba a tomar una excesiva forma y altura; y por ello, empezaba a estar demasiado recargado para sobrevivir con aquella «acordada paz y armonía» sin que nadie le pisara los cayos al vecino con el que compartía espacio, aspiraciones y necesidades.

Pero aquello no podía durar para siempre, tal y como ocurre con todo lo que es complejo y hecho por la mano o la voluntad del hombre tiende a empeorar hasta llegar a desaparecer. Cada vez era más grande y voluminoso en peso y contenidos a soportar; pronto comenzaron las fricciones de baja intensidad, las aspiraciones refrenadas durante muchos años y las ganas de aparentar en muy marcados personalismos; tanto, que se llegó a un momento en el que cualquier amenaza interna o influencia externa podría poner en peligro la prometida y falsamente esperada, deseada e inquebrantable estabilidad.

Podemos decir que la inestabilidad que actualmente se cierne y acosa a la paz y al desarrollo mundial no se debe a un solo factor o actor, sino a la suma de varios de ellos, que, de forma sucesiva o simultánea, han ido apareciendo en escena y entrando en acción sin que la propia CI se diera cuenta; o si lo hacía, por falta de voluntad o por no contar con las herramientas y actores necesarios para una situación tan compleja, no puso sobre la mesa los precisos remedios y cortafuegos para remediarlo.

Diversos personajes, aparentemente inofensivos y no tanto, fueron adquiriendo un protagonismo mayor. Las pocas o ninguna reacción de la CI para impedírselo les hicieron sentirse más seguros, confortables y convencidos de que su protagonismo no tendría límite a nivel local, para pasar al regional y hasta lograr el mundial.

En algunos casos, se ha ido permitiendo emerger —con total impunidad— a varios países claramente amenazantes debido a la ideología de sus dirigentes, a sus capacidades económicas y militares alcanzadas y varios de ellos, por basarlas en las posibilidades de sus actuales o potenciales armas nucleares, aún a pesar de todo lo legislado en contra de que eso fuera factible.

Hoy en día se han convertido en irrefrenables las ansias de poder de demasiados alocados dirigentes, así como su necesidad de expansión para ocupar los espacios que reclaman como suyos, por necesidades propias o por haber pertenecido a sus ancestros más o menos recientes, junto con las capacidades de destrucción que les otorga el armamento sofisticado y fundamentalmente el nuclear.

Aunque parezca una exageración, creo firmemente que la CI es claramente inconsciente de lo que se nos viene encima y me da la sensación que pretendemos seguir viviendo mirando para otro lado, como si no sucediera nada en nuestro entorno, político, regional, militar y económico.

El 11-S marcó un claro punto de inflexión en la política internacional por el quebranto directo del área de confort de una sociedad civil demasiado acomodada a vivir bien, ajena a los peligros y que había dejado en manos de voluntarios y cuasi mercenarios su propia seguridad.

Dichos atentados arrastraron a la CI en su conjunto a Afganistán, en una guerra de capacidades y medios nunca vista, para luchar contra una ideología y un terreno que ya repetidas veces nos ha mostrado su hostilidad y posibilidad real de doblegar las voluntades de ejércitos poderosos que, tras años de sangrientas y costosas luchas, se vieron forzados a salir de allí con el rabo entre las piernas; y esta vez, tras muchos años de encarnizadas luchas volvería a ocurrir, a pesar de la magnitud de las fuerzas desplegadas y el número de países implicados en las coaliciones que se formaron para luchar allí.

De nuevo y de forma más vergonzosa todavía que lo que recientemente había ocurrido en Irak, hace un año, tuvimos que salir de forma ignominiosa y execrable de Afganistán, dejando atrás un elevado número y casi indefinido de toneladas de material militar, miles de bajas propias previas para nada y cientos de miles de colaboradores que creyeron en nosotros y que aún continúan siendo perseguidos por los talibanes por su apertura y servilismo a países y civilizaciones alejadas del islam y de sus leyes derivadas.

Deshonrosa salida que constantemente ha sido precedida por los terribles mazazos dados por el terrorismo yihadista en todos los continentes, sin excepción. Mazazos ocurridos gracias a su recuperación actual, por haberles dejado el suficiente espacio y los medios para hacerlo y por la manía que tienen los presidentes norteamericanos de lavar sus propias culpas asesinando a sus máximos dirigentes, aún a sabiendas, que los sucesores de los asesinados tardan horas en hacerse con el poder y el control del movimiento y suelen ser más sanguinarios que los que les precedieron, por lo que seguirán amenazando al «mundo civilizado».

Los nuevos líderes mundiales, aquellos que dirigen los resortes de la CI, se encuentran cientos de millas alejados de lo que debe ser un líder con capacidad de mandar y por supuesto, no están preparados para llevar a sus pueblos y organizaciones en las que se encuadran, a buen puerto. Al mismo tiempo, y como consecuencia de sus distracciones personales y pretensiones internas, permiten de forma ignominiosa, que tiranos como Putin, Xi Jinping, Kim Jong un, Erdogan, numerosos pececillos sátrapas comunistas a los mandos en países del Centro y Sudamérica, así como gran parte de África, Asia y de entre muchos países árabes mantengan en vilo a la propia CI y sin capacidad de reaccionar para mantenerlos a raya.

Un claro ejemplo de lo dicho en el párrafo anterior, es la increíble guerra de Ucrania, en la que un auténtico y enfermizo sátrapa está llevando a un pueblo a su ruina u muerte; y a su territorio a ser dejado como un solar, ante los ojos y la pasividad perversa e inhumana de unos dirigentes y organizaciones que solo piensan en cómo mantenerse en sus cómodos sillones y, a lo sumo, en hacer frente a las crisis económicas y energéticas que se avecinan, que en cuestión de semanas dejaran paralizada a Europa y muy tocados a los Estados Unidos.

Una CI incapaz de doblegar a Putin, que ofrece al pueblo ucranio «ropas de abrigo» en pleno verano, en lugar de las armas que precisa y que nada más que lleguen los primeros fríos este otoño, con mucha probabilidad, forzaran a Ucrania a firmar una más que vergonzosa paz, a cambio de que los flujos de los carburantes vuelvan a fluir con toda normalidad hacia Europa.

Pienso que el futuro de este castillo de naipes, descrito lo más brevemente posible, no es nada halagüeño; no solo lo hemos construido demasiado enorme y endeble; además, no le hemos dotado de las herramientas y apoyos que realmente necesita para hacerse valer de verdad y, finalmente, la política —falsamente atribuida al avestruz de esconder la cabeza frente al peligro— es practicada a diario por demasiados dirigentes que en franca descomposición y hasta algunos se encuentran de vacaciones a costa del erario público, mientras todo a su alrededor —interna y externamente— se desmorona.

Hemos llegado muy adelante, demasiado; la situación no se arreglará con Decretos Leyes como denominamos en España a las auténticas alcaldadas de los gobernantes, ni con Órdenes Ejecutivas al más puro estilo «USA», sacadas todas ellas de la chistera y firmadas con tan solo unos pocos o ningún minuto de reflexión. Mucho me temo, que esta vez no serán suficientes y lo pasaremos muy mal.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

 

 

LA GUERRA EN UCRANIA, ¿QUÉ GUERRA?

F. Javier Blasco Robledo*

Tan solo han trascurrido, casi 120 días desde el comienzo de la invasión de Ucrania por las fuerzas rusas y para muchos países y la mayoría de los ciudadanos del resto del mundo, este conflicto, como previamente sucedió con otros muchos más, está ya casi olvidado o en proceso de ello.

Paradójicamente, en dicho provocado olvido y que obedece a varias y variopintas razones, de entre ellas destacan las ganas de que finalice realmente para poderlo olvidar de forma definitiva, por los muchos efectos negativos que a todos ha podido acarrear.

Creo que estaría aún más olvidado, si no fuera por las grandes y graves repercusiones económicas, alimenticias y energéticas que se siguen sucediendo en el mundo entero y porque, como suele ocurrir en cualquier conflicto de relevancia, tras ciertos malabares, del día a la mañana, se convierte en el chivo expiatorio de todos los males que asolan la humanidad.

Ciertamente, en lugar de prever, atajar y anular las nefastas consecuencias del anquilosamiento o retraso de las políticas económicas, industriales y sociales, es la presencia y los efectos de un conflicto o cualquier tipo de crisis importante lo que, descaradamente, se usa para tapar los errores y las deficiencias estructurales no realizadas en tiempo y forma y, con ello, contentamos al respetable y acallamos las conciencias públicamente, de forma especial.

Ahora resulta que el petróleo sube porque, al parecer, no se han mejorado ni aumentado las capacidades de refino a nivel mundial por culpa de la pandemia y de esta misma guerra. Suelo ser abierto al análisis de las cosas, de sus causas y consecuencias, pero reconozco que estas dos razones, me parecen totalmente fuera del contexto, inventadas y de poca honestidad.

Las economías no levantan cabeza por culpa de la guerra en Ucrania, pero resulta que llevábamos años viviendo la «dolce vita», sin que los bancos centrales más importantes, ni los nacionales, hicieran nada para cortar tales despilfarros y ahora, a toda prisa, es Putin y su maldita «Operación especial» la culpable de la inflación y de que todos los indicadores se encuentren desbocados. Tampoco lo entiendo por mucho que me ponga a cavilar.

Asistimos machacona y masivamente, con pavor y en directo (efecto CNN) a los combates, bombardeos, asesinatos y movimientos de miles de refugiados y desplazados; pero hoy, tras apenas cien días, solo van quedando pequeñas referencias al tema en los telediarios y en las páginas interiores de los diarios. Y esto sucede, a pesar, de que Ucrania está quedando hecha un erial y de que es ahora cuando se juegan las batallas cruciales para su futuro y más que probable división en sangrientos gajos que no se recuperarán jamás.

Si atendemos a lo que pregonan muchas encuestas, indicadores y declaraciones políticas sostenidas en países occidentales, cada vez con más claridad y en una acuciante inquietud y unidad de criterios, dichos territorios totalmente ocupados, pronto serán reconocidos como moneda de cambio para sentar a las partes a la mesa de negociación, para desde ahí, como punto de partida, no bajar.

Hace dos días en esa visita forzada o empujada por Biden de los tres más importantes mandatarios de la UE, acompañados por un vecino de Ucrania, el mismo Macron, tuvo que desdecirse, a medias, de sus palabras, cuando pocos días antes pregonaba sin ambages, que la única solución viable al conflicto, era ceder terreno nacional a los rusos y sobre esa base, sentarse a negociar.

Hasta hace poco, todos los países, en una especie de carrera sin freno y por no quedarse atrás, se aprestaban a mandar materiales, munición y cierto tipo de armamento a los pobres y bravos luchadores ucranianos para que pudieran defenderse y, al mismo tiempo, con la velada pretensión de que se convirtieran en nuestro escudo o «buffer zone», sobre el que se estrellase un prepotente, pero no tan bien preparado ejército ruso, que tenía más de fama que de realidad. Ahora, desde hace tres días, sabemos que el arsenal ucranio está en las últimas y a punto de cerrar sus depósitos por falta de material.

Recuerdo que muchos se planteaban la posibilidad de que fueran aquellas tierras y su población en horas reconvertida en soldados dispuestos a matar, quienes, con un mínimo de apoyo por nuestra parte, nos salvaran de la amenaza roja y de un hombre que quiere recuperar el extinto imperio ruso, para mayor gloria de su mandato y forma de gobernar.

Ilusiones aquellas las de Occidente, que pronto se dieron de bruces con la realidad. Por muy mal preparadas que estén las fuerzas rusas, sus sistemas de mando y control, la logística y el sistema de reemplazos. Al final, el grande suele acabar tragándose al chico si no le importa seguir luchando a pesar de la elevada cuenta a pagar.

Los países suministradores de apoyos militares, salvo EEUU, pronto han mostrado que sus reservas de material en buen estado o en surplus, no eran tan grandes como se esperaban o imaginaban; el material obsoleto no servía de nada y que esta guerra, cada día que continua se convierte en un gasto muy grande y un alto riesgo, hasta para los que miramos los toros desde la barrera.

Como mencioné previamente, ha tenido que ser Biden quien levantara la voz de alarma y forzase esa reciente visita conjunta de los mandatarios de los países de la UE para recordar a los europeos y a los británicos —tras la segunda visita de Johnson a Kiev—, que el conflicto aún sigue ahí fuera con toda su crudeza, muy cerca o en nuestras mismas fronteras comunitarias, que siguen muriendo cientos y miles de personas, que los refugiados y desplazados en todas direcciones siguen sus marchas y desesperaciones y que las reiteradas peticiones de socorro de Zelenski pidiendo material de guerra y llamando a las puertas de la Unión son veraces y sinceras.

Ayer supimos que la Unión, en su lento y tradicional caminar, ha dicho que sí, ha accedido a la adhesión de Ucrania al club económico; pero, aunque aún debe ser ratificado por los miembros sin excepción, lo ha hecho con tantas condiciones que ya veremos que sucede finalmente. No creo que se alcance algo realmente positivo hasta que no pasen diez años, por lo menos.

Nos apresuramos a otorgarles el triunfo del pasado festival de Eurovisión en un solemne y sonado pucherazo, para contentar a aquellos hermanos que, entre canción y canción, siguen luchando hasta con los dientes. Pero, tras la algarabía inicial, ha llegado la hora de la verdad y la organización del festival, como no se fían de ellos, de la evolución de la situación ni de su inmediata capacidad organizativa, han decidido por unanimidad, que no sea Ucrania quien albergue la gala del próximo año y lo sea el Reino Unido en su lugar. Otro golpe bajo, que anula todo lo hecho en este sentido al concederles un inmerecido premio.

Permanecemos impasibles ante las noticias e imágenes de niños deportados masivamente a Rusia, una forma más, junto a los refugiados —que no volverán cuando descubran que en otras tierras se vive mejor, o al menos sin tantos sustos y contratiempos— de vaciar un país y dejarlo sin futuro por la desaparición de sus auténticas raíces. Fenómeno al que se une el de los miles de niños, que con las prisas de los primeros momentos, fueron evacuados como refugiados, en franca desbandada a países occidentales por manos de deslamados y ahora, no aparecen por ningún lado.

Una vez más, y tal y como algunos anunciábamos desde los primeros días de la guerra, en los países europeos han disminuido tanto, que casi han desaparecido, aquellas acogidas en masa en los puntos de llegada y las carreras públicas y privadas para ir hasta allí a traerse refugiados sin orden ni concierto, solo por buena voluntad.

De nuevo y como ocurrió con los refugiados de Siria y de Afganistán entre otros, han pasado solo tres meses y ya no queremos hablar ni escuchar nada de ellos; molestan en nuestro entorno y pueden llegar a ser un problema grave para nuestra sociedad, tanto de por sí o porque los estados y sus gobiernos, de nuevo, lo han dejado aparcado y sin solucionar de verdad.

La guerra de Ucrania, como todas las guerras son horribles y es normal que el ser humano no quiera que suceda ni una más; pero no se puede ser tan hipócrita, alborotar nuestro estado de ánimo, las pasiones humanitarias, poner en marcha a nuestros políticos para que se saquen una foto más, recoger a unos cuantos desgraciados y dar unas pocas limosnas, para en algo más de tres meses, mirar para otro lado y ponernos a buscar otra excusa o suceso al que poderle culpar de todo nuestro mal.

Somos muy pobres de espíritu, personas que verdaderamente se mueven bajo ciertas condiciones y presiones, pero nuestra mente y no por olvidadiza, sino por mal preparada y muchas veces perversa, nos lleva a apagar la luz del teatro para que dejemos de ver la función que, al fondo, en el escenario se desarrolla con toda su crudeza y realidad.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

©2022-saeeg®

FOTÓGRAFOS DE GUERRA

Revista Tiempo GNA*

El poderoso efecto que logran las fotos, quedó una vez más demostrado cuando Margaret Thatcher vio la foto donde un grupo de soldados ingleses con las manos en alto, que caminaban bajo las indicaciones de un buzo táctico de la Armada Argentina. No dudó y furiosa decidió que debía recuperar las islas Malvinas para lavar esa afrenta. 

Lo que viajan a los infiernos

Son muy pocos los fotógrafos capaces de trabajar en medio de un combate donde fluye la adrenalina y se huele a deflagración de pólvora. A veces camina por un lugar que parece tranquilo, de pronto escucha un silbido y no tiene ni tiempo de arrojarte al suelo porque el proyectil ya ha explotado; una nube de polvo se le metió en los ojos y le cae encima una lluvia de piedrecillas. Tuvo suerte, está sordo pero ileso, a pocos metros, hay cuerpos destrozados.

Ser fotógrafo de guerra es un estilo de vida, se debe tener coraje y mucha pasión. Existen hombres y también mujeres que realizan este trabajo peligroso, saben que deben estar psicológicamente preparados para enfrentarse a sus pasiones, sus miedos y documentar lo que nadie cuenta. El estrés es tan grande que hacen terapia previa y posterior a una guerra. Actualmente compiten con los miles de soldados que también llevan un teléfono celular y registran hechos de importancia. La única diferencia es que el militar debe ocupar sus manos llevando el fusil, combatir y pensar en sobrevivir; en cambio el fotógrafo de guerra es un profesional que sólo lleva una o dos cámaras. Sabe que debe acercarse a límites peligrosos para que la foto pueda valer muchos dólares (algunos murieron por eso) por lo que un teleobjetivo es muy necesario. A los fotógrafos de guerra les suelen disparar al tratar de tomar imágenes durante un combate, en especial por guerrilleros y en menor grado por soldados del otro bando. La Resolución 1738 del Consejo de Seguridad de la ONU exige a los Estados que garanticen la seguridad de los periodistas en situaciones de conflicto y reclama a los medios de comunicación su neutralidad. Por ello, los corresponsales de guerra jamás deben vestir el uniforme de ningún bando en conflicto. Si van a una zona de guerra debe conocer como desenvolverse con los militares y como proceder en un combate. Tendrá que hacerlo con un equipo básico de chaleco antibalas y casco, en el que se vea claramente que se trata de un fotógrafo civil. Exhibir todo el tiempo credenciales de periodista o fotógrafo puede significar que no lo maten ni lo secuestren. Durante la guerra los políticos afirman cosas mientras que los fotógrafos suelen mostrar una realidad totalmente diferente.

Los militares siempre tratarán de interferir con las informaciones que recogen los periodistas. Pero la censura nunca funcionó en ninguna de las guerras: tarde o temprano se sabe la verdad.

Hoy la tecnología miniaturizada ayuda a romper el aislamiento. En el conflicto Irak-Afganistán, los periodistas ocultaban los teléfonos satelitales en cualquier hueco para que no les sean confiscados. Hay una gran diferencia entre un fotógrafo “freelance” con otro que trabaja para una agencia periodística muy importante. Éstas equipan a sus fotógrafos con teléfonos con conexión a internet de alta velocidad, cuentan con dinero para el transporte, tienen contactos locales y traductores, incluso seguro médico y de vida.

Son pocos los fotógrafos independientes que pueden competir con ellos.

Mujeres fotógrafas de guerra

Las mujeres también se sumaron a esta profesión, como la francesa Catherine Leroy (21), quien cubrió gran parte de la guerra de Vietnam. Fue paracaidista y con la 173˚ División Aerotransportada tuvo saltos de combate obteniendo buenas fotos. Cuando fue capturada, los jefes militares de Vietnam del Norte se sorprendieron con esta joven rubia de 50 kilos, porque no coincidía con el perfil masculino de un corresponsal de guerra, la liberaron y le devolvieron sus cámaras.

Más adelante cubrió otros escenarios bélicos como Afganistán, Somalia, Irán, Líbano e Iraq y murió de muerte natural.

Dickey Chapelle fue una pionera mujer estadounidense fotógrafa de guerra. Su joven presencia en la IIGM causó sorpresa porque no era una profesión para mujeres, vestía uniforme militar y usaba grandes aretes con perlas para que no la confundan con un soldado.

Con gran temple documentó las sangrientas batallas de Iwo Jima y Okinawa. En 1965 desembarcó en Vietnam con una unidad de infantería de marina de los EE.UU. y murió cuando un proyectil le atravesó el cuello. Chapelle fue la primera periodista estadounidense que fue muerta mientras cubría una guerra.

Consejos para principiantes

Aquellos que han pasado muchos años de su vida registrando impactantes imágenes de conflictos armados en todo el mundo aconsejan que se debe tener temple de acero y algo de conocimientos militares.

Ud. debe saber que sólo la guerra en Siria se ha cobrado a la fecha, la vida de 25 periodistas. Si aún tiene decisión tomada, debe iniciar una carrera periodística enfocada a la fotografía. En todos los casos es preferible trabajar para un buen periódico o agencia que tenga el servicio de un satélite para enviar el material y tener muchos contactos útiles. Las cámaras deben poder tolerar el polvo, arena y humedad. Debe saber que una vez que se inicia un combate, no hay vuelta atrás y hasta puede ser peligroso alejarse. Nunca se debe intentar revisar las fotos obtenidas en medio de un tiroteo porque es muy peligroso. Se supone que un cronista debe enviar fotografías con una buena composición de alta calidad, pero en un combate donde los proyectiles silban cerca de la cabeza, no suele ser posible y una foto de acción algo tenue, tendrá igual o más valor que una artística. Las agencias solicitan que se les envíe cada 24 horas el contenido de la memoria de la cámara y es algo que se debe hacer, haya o no temas bélicos. Algunos fotógrafos con teleobjetivos superiores a los 400 mm los pintan de rosa para evitar que lo confundan con un lanza misiles. José Couso Permuy, era un periodista español que el 8 de abril del 2003 en Bagdad, estaba tomando fotos desde el piso elevado de un hotel, con un gran teleobjetivo. Presumiblemente su cámara fue confundida con un lanza misiles y desde un blindado norteamericano le dispararon, muriendo en el acto.

Debe conocer la cultura y el idioma de la zona. Nunca debe llevar armas, es necesario que tenga conocimientos de supervivencia y de primeros auxilios. Tendrá que saber conducir un vehículo y tener la habilidad de descubrir un campo minado le puede salvar la vida. No deberá correr riesgos innecesarios, un cronista muerto no le sirve a nadie. En los lugares de acción se camina mucho y tener buenas piernas es imperioso. Siempre debe vestir de civil, llevar credenciales y dinero. En un bolso-mochila deberá llevar un mini botiquín de primeros auxilios y nada comprometedor.

Si el reportero es veraz y ético, todos sus informes serán creíbles y estarán en los diarios; es la única forma para que los hechos no queden en el olvido. Si Ud. hace buen uso de su sentido común y tiene algo de suerte, los consejos leídos podrán hacerlo regresar salvo a casa.

La experiencia indica que éste es un trabajo donde la vida de la persona está en riesgo las 24 hs. y es muy traumatizante. Son testigos del horror, no es para personas sensibles y si uno tiene consideración por la vida humana, los recuerdos vividos lo perseguirán hasta el último de sus días.

Las fotos del incidente armado de Lago del Desierto, el 6 de noviembre de 1965 entre Chile y Argentina, fue documentado de manera muy profesional por un corresponsal de guerra de la revista argentina “Gente y la actualidad” que acompañó a los efectivos de la GNA. Fue una acertada decisión de la superioridad.

 

Más información sobre fotografía amateur en revista TIEMPO GNA Nº 06. 

* Artículo publicado en la Revista Tiempo GNA nº 69, abril de 2022.