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DESDE LA REVOLUCIÓN CHINA DE 1911 HASTA LA EXCLUSIÓN DE LA ONU (1949-1971)

Giancarlo Elia Valori*

1949. Mao Zedong proclamando la República Popular.

El despertar chino fue uno de los eventos centrales en la historia de la historia del siglo XX. En la penúltima década del siglo XIX, el capitalismo occidental penetró en China: los productos industriales baratos dañaron las artesanías e industrias locales. La decadencia social y el aumento de la pobreza se vieron agravados por la hambruna y las inundaciones en las zonas rurales muy pobladas. En las ciudades portuarias en expansión, se formaron un proletariado revolucionario y una inteligencia. El trabajo de traductores como Yan Fu (1854-1921) puso en contacto a los intelectuales chinos con el pensamiento occidental moderno y contemporáneo.

Estadistas como Kang Youwei (1858-1927) y Liang Qichao (1873-1929) influyeron en el emperador Guangxu (emperador de 1875 a 1908). Sus reformas fueron contrarrestadas por un golpe de estado reaccionario el 21 de septiembre de 1898 por la emperatriz viuda Cixi (regente de 1861 a 1908), tía del emperador, que puso fin a la Reforma de los Cien Días. El emperador fue puesto bajo arresto domiciliario; los reformadores fueron ejecutados y el movimiento xenófobo Bóxer fue alentado.

La presión extranjera y la impotencia política interna condujeron en 1905 a la abolición del antiguo sistema basado en los exámenes estatales para la admisión al Servicio Civil y a la renovación y modernización de la defensa dirigida por el general Yuan Shikai (1859-1916). Las potencias occidentales, incluida Italia, intervinieron en los asuntos internos chinos.

El 20 de agosto de 1905, el doctor Sun Zhongshan (Sun Yat-sen, 1866-1925) fundó —en Tokio— la Alianza Revolucionaria China (Tongmenghui), un movimiento que en su programa preveía los tres principios del pueblo: unidad del pueblo (nacionalismo); los derechos del pueblo (democracia); bienestar del pueblo (socialismo). Fue difundido por los chinos de ultramar, por estudiantes y escuelas misioneras, y se extendió por toda la patria. El 10 de octubre de 1911, el conjunto correcto de condiciones convirtió una revuelta en Wuchang en la Revolución China. Para compensar las pérdidas, la corte Qing respondió positivamente a una serie de demandas para convertir el gobierno imperial autoritario en una monarquía constitucional. Yuan Shikai fue nombrado como el nuevo Primer Ministro, pero antes de que pudiera recuperar las áreas conquistadas por los revolucionarios, las provincias comenzaron a declarar su lealtad a la ARC. En el momento del levantamiento, Sun Zhongshan estaba en los Estados en un viaje de recaudación de fondos. Fue primero a Londres y luego a París para asegurarse que ningún país financiara o sostuviera militarmente al gobierno manchuriano de la dinastía Qing (1644-1912). Sun Zhongshan retornó a China shortly poco después. Mientras los revolucionarios conquistaron Nanking, la antigua capital de la dinastía china Ming (1368-1644).

Delegados de diecisiete provincias llegaron para la primera Asamblea Nacional, que eligió a Sun Zhongshan como presidente provisional el 29 de noviembre de 1911. El 1º de enero de 1912 proclamó la República de China. El cielo había retirado el mandato de los Qing.

La reacción internacional a la revolución fue cautelosa. Durante el levantamiento, los países con inversiones en China se mantuvieron neutrales, aunque ansiosos por proteger los derechos de los tratados injustos logrados con los Qing a través de la Primera y Segunda Guerra del Opio. Los Estados Unidos, sin embargo, apoyaron en gran medida el proyecto republicano, y en 1913 Washington fue una de las primeras capitales en establecer relaciones diplomáticas plenas con la nueva República. El Reino Unido, los imperios japonés y ruso, etc. siguieron su ejemplo.

Sun telegrafió a Yuan Shikai, prometiendo que si aceptaba el establecimiento de la República, sería nombrado Presidente. Esto se hizo para ganar el apoyo de los militares para la causa de la unidad nacional. Yuan Shikai aceptó, lo que obligó a la corte a darle la autoridad para formar un gobierno republicano. El 12 de febrero de 1912 reconoció la abdicación del emperador de seis años Pu Yi (más tarde emperador del estado títere projaponés de Manchukuo de 1934 a 1945). Veremos más adelante por qué Yuan necesitaba el llamado “permiso continuo”.

Mientras tanto, Mongolia Exterior (el Estado actual) había declarado su independencia (julio de 1911) —y también el Tíbet (1912)— reconocido a través de la inicua Convención de Simla (3 de julio de 1914). Aunque el nuevo gobierno creó la República, no unificó el país bajo su control. La retirada de los Qing llevó a un vacío de poder en algunas regiones. El 25 de agosto de 1912 Sun Zhongshan y Song Jiaoren (nacidos en 1882) fundaron el Guomindang (GMD), el Partido Nacionalista Chino derivado de la ARC. En las elecciones de diciembre de 1912-enero de 1913 (en las que votó el 5% de la población china) el GMD ganó el 45,06% de los escaños en la Asamblea Nacional.

Yuan Shikai probablemente hizo asesinar a Song Jiaoren el 22 de marzo de 1913. Más tarde, confiando en 223 miembros de la AN de 870 (que habían creado el Partido Progresista, Jinbudang), despidió a los gobernadores provinciales de GMD o los obligó a jurar lealtad. Esto fue seguido por la Segunda Revolución (julio-septiembre de 1913), que fue suprimida por el gobierno.

El 20 de noviembre de 1915 se declaró el fin de la República de China y el regreso del Imperio. El 12 de diciembre de 1915, Yuan se proclamó emperador con el nombre de Hongxian. Ya el 25 de diciembre de 1915, se expresó la desaprobación pública y la aversión de la gente a la monarquía. Japón retiró su apoyo al príncipe Yuan. Algunas provincias, bajo el liderazgo del gobernador de Yunnan, Cai E (1882-1916), se rebelaron contra el nuevo emperador, que renunció a la ceremonia de juramentación y renunció a su título el 22 de marzo de 1916. Murió el 6 de junio de 1916.

China entró en la Primera Guerra Mundial el 14 de agosto de 1917, declarando la guerra a Alemania, e inmediatamente ocupó Qingdao, la mayor base naval alemana en el extranjero, ubicada en la península de Shandong. La muerte de Yuan Shikai empeoró la crisis china, continuando el proceso de fragmentación territorial. La cuestión de que los gobernadores provinciales fueran militares y controlaran directamente sus propios ejércitos sentó las bases para el período de los señores de la guerra. Tales “señores feudales” a menudo administraban sus territorios sin reconocer al gobierno en funciones. Los numerosos generales del ejército del norte trataron de poner al gobierno de Beijing bajo su égida. Por otro lado, la injerencia de los Estados —que tenían las finanzas del gobierno en sus propias manos, recaudando directamente los derechos de aduana y otorgándolos gradualmente al gobierno “legítimo” reconocido después de deducir las asignaciones y los intereses— empeoró los sangrientos conflictos internos. Cada potencia deseaba imponer su autoridad a China en detrimento de otros extranjeros y por esa razón sostenían a uno u otro de los diferentes señores de la Guerra.

Cuando la Conferencia de Versalles (18 de enero de 1919 – 21 de enero de 1920) asignó las bases alemanas de Shandong a Japón, con el aval del gobierno de Beijing, las corrientes intelectuales, literarias y políticas del 4 de mayo de 1919 lanzaron una serie de protestas, a los que también se sumaron propietarios de pequeñas y medianas empresas, así como trabajadores. Los organizadores se refirieron al Movimiento de la Nueva Cultura, que se había originado en 1915 y se había desarrollado en la Universidad de Beijing, donde se ensalzaba la importancia de la ciencia y la democracia, rechazando así la cultura tradicional de China. Según la historiografía china, el Movimiento del Cuatro de Mayo marcó el comienzo de la historia contemporánea. Los acontecimientos se sucedieron rápidamente. Sun Zhongshan estableció el gobierno militar en Guangzhou (Cantón, 1921-25). Después de su muerte, el gobierno nacional se trasladó más tarde a Wuhan (1925-27), bajo el liderazgo de la estrella en ascenso Jiang Jieshi (Chiang Kai-shek, 1887-1975).

El Partido Comunista de China (PCCh) fue fundado el 1º de julio de 1921. En 1924 las buenas relaciones entre la Unión Soviética y el GMD llevaron al PCCh a crear un frente unido con el GMD. En 1926 Jiang Jieshi lanzó una exitosa expedición contra los señores de la guerra del norte. En 1927 trasladó su gobierno a Nanking, rompió la alianza con el PCCh y reprimió sangrientamente a los comunistas con la masacre de Shanghai y las revueltas campesinas de Guangzhou. En 1928 reunificó la mayor parte del país. Jiang Jieshi centralizó los cinco poderes (ejecutivo, legislativo, judicial, de investigación y control) en un Consejo de Estado bajo su liderazgo. El 1º de agosto de 1927, el PCCh fundó el Ejército Rojo como una forma de defensa contra los ataques del GMD.

En 1931 se produjo el período del llamado “gobierno formativo”: con el apoyo anglo-estadounidense, se recuperaron las concesiones extranjeras; se abolieron los privilegios de extraterritorialidad y se eliminaron las tareas domésticas; se mantuvieron las concesiones extranjeras en Shanghai y el control extranjero de los derechos portuarios. El gobierno se convirtió en una dictadura militar.

El 19 de septiembre de 1931 Japón atacó Manchuria. El 7 de noviembre del mismo año el PCCh estableció la República Soviética China en Jiangxi, con Mao Zedong (1893-1976) como Primer Ministro. En diciembre de 1930 la guerra civil había comenzado. Cinco campañas de aniquilación contra los comunistas bajo Jiang Jieshi terminaron en octubre de 1933 con los rojos siendo aplastados. Desde octubre de 1934 hasta el mismo mes del año siguiente, los Rojos lanzaron la legendaria Larga Marcha de los Diez Mil Li (Changzheng) para pasar del entonces indefendible Jiangxi a Shaanxi. Doce mil kilómetros impermeables cubiertos por el Ejército Rojo (más tarde el Ejército Popular de Liberación). Cien mil se fueron contra 400.000 y solo 20.000 llegaron a su destino.

En 1936 Jiang Jieshi alcanzó la cima de su poder, controlando 11 de las 18 provincias de China. Pero el 7 de julio los japoneses atacaron China. En 1937 hubo un nuevo acuerdo entre comunistas y nacionalistas para combatir a Japón, el Sol Naciente. El gobierno de GMD se mudó de Nanking a Chongqing. Más tarde, una vez que había caído en manos de los japoneses, el gobierno colaboracionista de Wang Jingwei (1883-1944), un ex miembro de GMD, cobró vida allí. En 1941, Jiang Jieshi, seguro de la derrota de Japón debido a la entrada de sus aliados estadounidenses en la guerra, una vez más rompió el acuerdo con los comunistas. En China hubo tres guerras al mismo tiempo: el GMD contra el PCCh, y ambos por separado contra los ocupantes y el gobierno títere. Japón se rindió y capituló el 9 de septiembre de 1945.

Después del final de la ocupación japonesa, la economía china estaba en muy mal estado. Con el apoyo de Estados Unidos, las tropas del GMD ocuparon las grandes ciudades, pero no pudieron mantener el orden. El 14 de agosto de 1945 se firmó un tratado de amistad y alianza con la Unión Soviética, que retuvo, entre otros, Lushunko (Port Arthur, que estuvo bajo administración soviético-japonesa hasta 1953 y más tarde regresó a la República Popular de China). Las negociaciones entre nacionalistas y comunistas para un gobierno de coalición fracasaron. Hubo una lucha renovada entre las dos facciones. En 1947 la guerra civil se intensificó. Con la ayuda de Estados Unidos, los nacionalistas mantuvieron el poder en vastos territorios, pero las tropas comunistas lograron nuevos éxitos.

En la víspera del 1º de mayo de 1948, el Comité Central del PCCh hizo un llamamiento para convocar una nueva conferencia después del fracaso de la anterior. De hecho, el 10 de octubre de 1945, después de la derrota de Japón, Mao Zedong y Jiang Jieshi se reunieron y acordaron la reconstrucción del país y la convocatoria de una conferencia política consultiva. Se inauguró el 10 de enero de 1946 y contó con la participación de siete delegados del PCCh, nueve del GMD, nueve de la Liga Democrática, cinco del Partido de la Juventud y nueve independientes.

Después de alcanzar el acuerdo del 25 de febrero de 1946, la Conferencia se estancó en julio cuando Jiang Jieshi lanzó una ofensiva a gran escala contra los territorios comunistas con 218 brigadas: el verdadero comienzo de una nueva guerra civil. En diciembre de 1947, sin embargo, Mao anunció que 640.000 soldados nacionalistas habían sido asesinados o heridos y más de un millón habían depuesto las armas.

El llamamiento del 30 de abril de 1948 fue apreciado e inmediatamente repetido por los partidos democráticos, las organizaciones populares, las personalidades no pertenecientes al movimiento y los chinos de ultramar.

El 5 de mayo, hubo saludos de líderes de varios partidos democráticos, incluidos Li Jishen (1885-1959) y He Xiangning (1879-1972) del Comité Revolucionario del GMD, un movimiento distinto del GMD como tal (el primero era su Presidente). Luego Shen Junru (1875-1963) y Zhang Bojun (1895-1969) de la dirección de la Liga Democrática; Ma Xulun (1885-1970) y Wang Shaoao (1888-1970) de la Asociación China para la Promoción de la Democracia; Chen Qiyou (1892-1970) del Partido de la Justicia; Peng Zemin (1877-1956) del Partido Democrático De Campesinos y Trabajadores de China; Li Zhangda (1890-1953) de la Asociación de Salvación Nacional; Cai Tingkai (1892-1968) del Comité de Promoción de la Democracia del GMD, y Tan Pingshan (1886-1956) de la Federación de Camaradas de Sanminzhuyi (los Tres Principios del Pueblo).

También Guo Moruo (1892-1978), una persona sin afiliación partidista, envió un telegrama conjunto desde Xianggang (Hong Kong) al Comité Central del PCCh, Mao Zedong y toda la nación apoyando el llamado de los comunistas.

Mientras tanto, la Asociación para la Promoción de la Democracia y la Sociedad Jiu San (3 de septiembre), que habían establecido su sede en áreas bajo la regla GMD, celebraron reuniones secretas de sus comités centrales para dar la bienvenida al documento del PCCh.

Mao Dun (1896-1981), Hu Yuzhi (1896-1986), Liu Yazi (1887-1958), Zhu Yunshan (1887-1981) y 120 demócratas emitieron un comunicado conjunto expresando su acuerdo con la posición del PCCh.

Además, 55 líderes de los partidos democráticos y personas de fuera del partido emitieron comentarios conjuntos sobre la situación política de China, declarando: “[…] durante la Guerra Popular de Liberación, estamos dispuestos a contribuir y cooperar en el diseño de programas bajo el liderazgo del PCCh, esperando promover el rápido éxito de la Revolución Democrática Popular China para la próxima fundación de una Nueva China independiente, libre, pacífica y feliz”.

La Conferencia celebró su primera sesión plenaria en Beijing del 21 al 30 de septiembre de 1949. Asistieron un total de 622 representantes. Fueron enviados por el PCCh, por partidos democráticos, personalidades independientes; organizaciones de masas y regionales, el Ejército Popular de Liberación, minorías étnicas, chinos de ultramar, demócratas patrióticos y grupos religiosos.

La primera sesión ejerció las funciones de una Asamblea parlamentaria, legislativa y constitucional de pleno derecho del naciente Estado hasta 1954, cuando se eligió la primera Asamblea Popular Nacional. El Comité Central del PCCh aprobó la Constitución Provisional (programa común del CCPCC), la Ley Orgánica del CCPCC y la Ley Orgánica del Gobierno Popular Central. Eligió Beijing como la capital del país. Estableció la bandera roja de cinco estrellas (Wu Xing Hong Qi) como la bandera nacional: el rojo representaba la revolución; la gran estrella representaba al PCCh; las otras estrellas representaban a las clases sociales: obreros, campesinos, clase media baja y capitalistas (clase media nacional). Adoptó la Marcha de los Voluntarios (Yiyongjun Jinxingqu) como himno nacional y optó por el calendario gregoriano. En la sesión se eligió al Comité Nacional del CCPCC y al Consejo Central de Gobierno Popular del Estado. El 1º de octubre, a través de Mao, el presidente de NC, proclamó la República Popular de China.

El gobierno y el ejército de GMD huyeron a Taiwán. Jiang Jieshi fue derrotado precisamente porque no pudo ofrecer a su país un futuro de independencia de las potencias imperialistas a las que estaba vinculado, comenzando por los Estados Unidos.

Cuando el Cielo retiró el mandato también de la República burguesa, fue un cambio cíclico en la historia universal, comparable sólo a 1789 y 1917. Las maniobras de los enemigos de la República Popular excluyeron más tarde a ochocientos cuarenta y un millón de chinos de las Naciones Unidas hasta 1971.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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ARGENTINA Y CHINA: DIPLOMACIA OLÍMPICA

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen: China Plus (official English website of China Radio International),  http://chinaplus.cri.cn/recommended/1661/553620

El pasado 1º de febrero el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, partió desde el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini rumbo a Moscú en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, dando inicio a la gira que realizó por Rusia, China y Barbados y en la que se reunió con sus pares Vladimir Putin y Xi Jinping y con la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, con el propósito de fortalecer las relaciones entre Argentina y esas naciones.

La visita a China coincidió con la realización de los Juegos Olímpicos de Invierno Beijing 2022, boicoteados por los Estados Unidos debido a “las flagrantes violaciones de los derechos humanos y las atrocidades de China en Sinkiang”, según informó la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki. Como es habitual, los gobiernos estadounidenses abordan los temas de los derechos humanos con un doble rasero pues, basta con mencionar Guantánamo o el uso de drones armados en su guerra contra el “terrorismo global”, que han provocado numerosos muertos entre la población civil en la zona de frontera entre Afganistán y Pakistán.

En esta edición XXIV de los Juegos Olímpicos de Invierno participaron seis deportistas argentinos aunque, cabe destacar, estos juegos no despiertan prácticamente interés en el público argentino.

A la ceremonia de apertura asistieron los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Ecuador, Guillermo Lasso. También estuvieron presentes Vladimir Putin, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, y el Director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Una vez más en la historia de la diplomacia, las actividades deportivas sirven como excusa para llevar adelante otros acuerdos políticos y económicos. A modo de ejemplo, cabe recordar la “diplomacia del ping pong” a la que dieron origen —sin proponérselo— los jugadores Glenn Cowan de Estados Unidos y Zhuang Zedong de China en oportunidad de celebrarse el campeonato mundial de tenis de mesa de Nagoya (Japón). Todo se originó en 1971 cuando Glenn Cowan perdió su autobús que le llevaba de vuelta al hotel y fue invitado a subir al de la delegación china. En síntesis, ese sencillo hecho dio origen a lo que se denominó la “diplomacia del ping pong” que llevó a que, en 1972, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon realizara su histórica visita a Beijing, la que llevó al establecimiento de relaciones diplomáticas en 1979.

Salvando las distancias de ese hecho histórico, estos juegos de invierno fueron el marco de la firma de una serie de acuerdos entre los gobiernos de China y de la Argentina. En oportunidad de esta visita, Argentina se sumó a la iniciativa china de las Nuevas Rutas de la Seda, a la iniciativa global de la Franja y la Ruta, la cual procura fomentar el flujo del comercio e inversiones. Ambos países firmaron un contrato para la construcción de una cuarta central nucleoeléctrica en Argentina —la central Atucha III— con una inversión de US$ 8.000 millones, la que será instalada en Lima, donde ya se encuentran Atucha I y II, a 100 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires. Atucha III será una central tipo HPR-100, de 1.200 megavatios eléctricos (MWe) de potencia bruta y una vida útil de 60 años. El reactor utilizará uranio enriquecido como combustible y agua liviana como refrigerante. China proveerá la ingeniería, construcción, adquisición, puesta en marcha y entrega de Atucha III[1].

Con respecto a la energía nuclear, cabe destacar que Argentina ha sido un país adelantado en la región ya que la Central Nuclear Atucha I inició su construcción en junio de 1968 y se convirtió en la primera central nuclear de potencia de América Latina. Fue conectada al Sistema Eléctrico Nacional el 19 de marzo de 1974 y comenzó su producción comercial el 24 de junio de ese mismo año[2].

Los acuerdos incluyen el intercambio de monedas o swap, lo que posibilita que se trabaje en pesos y yuanes, sin necesidad de recurrir al dólar. Se ha estimado que la inversión china alcanza los US$ 23.700 millones.

En el marco de los acuerdos comerciales, Argentina autorizó el uso de emergencia de la vacuna de Sinopharm, de la que se adquirirán un millón de dosis.

Con anterioridad al viaje del presidente Alberto Fernández a China, ya se había acordado que el país asiático financiaría mejoras a la red eléctrica de Argentina. Por su parte, Argentina le abre a China la posibilidad de acceder a sus recursos naturales.

Los políticos argentinos procuran solucionar el déficit con créditos de los que se desconoce la letra chica. Ya existen en el mundo antecedentes de préstamos que no han podido ser pagados a China, como el caso de Sri Lanka con el puerto de Hambantota o el de Macedonia con la construcción de una autopista que aún debe pagar. En 2021, un estudio del centro internacional de investigación AidData —un laboratorio de investigación e innovación del William & Mary College que busca hacer que el financiamiento para el desarrollo sea más transparente, responsable y efectivo— revela que “el colosal programa chino de infraestructura internacional dejó a numerosos países en desarrollo con una ‘deuda oculta’ de 385.000 millones de dólares”[3]. Esto ha llevado a que países pobres que iban a sumarse a la iniciativa Franja y Ruta hayan desistido de hacerlo. China puede quedarse con la infraestructura o exigir recursos naturales o tierras como compensación.

La “diplomacia olímpica” del gobierno de Alberto Fernández implica un riesgo considerable para la Argentina. China es actualmente el segundo socio comercial de la Argentina detrás de Brasil y el intercambio tiende a crecer pero en detrimento de la Argentina. La apertura comercial a otros países siempre es importante pero debe ser equilibrada. Por otro lado, las inversiones chinas significan endeudamiento y debe recordarse que la Argentina está endeudada con el FMI y que se encuentra en una situación de fragilidad económica y con una alta inflación que tiende a incrementar la pobreza.

Los políticos argentinos deben comprender que la Argentina no solucionará sus serios problemas estructurales aplicando las recetas que ya han fracasado. El endeudamiento creciente solo incrementará los problemas. La Argentina solo saldrá adelante reduciendo el gasto y poniendo en marcha la producción del sector agropecuario con valor agregado, a la vez de establecer un plan nacional de reindustrialización y de reconstrucción de la infraestructura aplicada a todo tipo de transporte.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] “Argentina y China firman contrato para construir una central nuclear”. Deutsche Welle, 06/02/2022, https://www.dw.com/es/argentina-se-suma-a-la-iniciativa-china-de-las-nuevas-rutas-de-la-seda/a-60677598, [consulta: 15/02/2022].

[2] “Atucha I”. Nucleoeléctrica Argentina S.A., https://www.na-sa.com.ar/es/centrales-nucleares/atucha-1 [consulta: 15/02/2022].

[3] “Plan chino de infraestructura deja a países pobres con ‘deuda oculta’, según estudio”. France24, 29/09/2021, https://www.france24.com/es/minuto-a-minuto/20210929-plan-chino-de-infraestructura-deja-a-países-pobres-con-deuda-oculta-según-estudio, [consulta: 15/02/2022].

 

Artículo publicado por el IGADI (Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional) en idioma gallego, https://www.igadi.gal/web/analiseopinion/arxentina-e-china-diplomacia-olimpica

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PENSAR EN CLAVE GEOPOLITICA

Nicolás Lewkowicz*

Foto de Aksonsat Uanthoeng en Pexels

La era de la globalización aboga que una normativa universal única puede ser un instrumento para crear progreso para todos los países.

Desde la caída de la Unión Soviética, las relaciones internacionales buscaron fomentar los intereses de la potencia ganadora de la Guerra Fría, los Estados Unidos, a través de un mayor intercambio de bienes y servicios a nivel global. Desde la década del ‘90 hasta la llegada al poder de Donald Trump, la evolución del sistema de estados tuvo como piedra basal la idea de que la erosión de la soberanía era un prerrequisito para dotar al ser humano de una idea de progreso material sostenido.

Hubo algo de utópico en la idea del “fin de la historia”, promovida desde las usinas de pensamiento de alcance global. Pero más allá de eso, la idea de una ley universal homogeneizada y puesta en práctica por instituciones supranacionales servía, en definitiva, para promover los intereses de la potencia hegemónica (los Estados Unidos) en un mundo decididamente unipolar.

El concepto de nomos universal homogeneizado se empieza a desdibujar debido a que a la potencia hegemónica ya no le reditúa tanto proyectarse a través de la globalización, la cual termina siendo mucho más útil a las unidades dominantes, aglutinadas en torno al capital transnacional, que operan con una lógica propia y que sirven a sus propios intereses.

Este fenómeno debilita tanto a los países periféricos como a los centrales, ya que ninguno de estos termina protegiendo a su población en la manera en que otrora lo hacía un estado-nación. Este fenómeno tiene un resultado que está a la vista de todos: el marco teórico y práctico de las relaciones internacionales sirve cada vez menos para poder entender lo que pasa y para crear perspectivas de progreso para las naciones.

En un mundo cada vez más volátil, resulta mucho más útil ver lo que acontece desde una perspectiva geopolítica. La geopolítica tiene mucho de parecido al cuento de Hans Andersen en el cual, a partir de un acto de inocencia pueril, la gente se da cuenta de que el emperador está desnudo.

La geopolítica obliga a los países a verse tan cual son y a darse cuenta de aquello que pone obstáculos a su capacidad de acción. El énfasis en las relaciones internacionales tiene una perspectiva economicista que, a la larga, termina ahondando la debilidad relativa del estado-nación. La geopolítica enfatiza la necesidad de acumular y conservar poder, ya que esta es la única forma de asegurar la estabilidad interna de una nación y su supervivencia a largo plazo. Poner el énfasis en el estudio de las relaciones internacionales siempre termina llevándonos a imaginar a un mundo que solo existe en nuestra imaginación. Pensar lo que ocurre desde la geopolítica nos hace, inevitablemente, ver al mundo tal cual es.

Los países que no detentan poder suelen examinar lo que ocurre en el mundo a través de categorías interpretativas emanadas de los grandes centros de poder. Desde la óptica de las relaciones internacionales, esas categorías interpretativas suelen responder a la (cada vez más falsa) dicotomía entre realismo y liberalismo, las cuales resultan ser dos caras de una misma moneda. En efecto, las nociones de conflicto y cooperación están de última destinadas a servir intereses que no son los de los países que no detentan poder. 

¿Qué hacer?

Hay mucho de profético, y por lo tanto de liberador, en la perspectiva geopolítica. El momento de revelación suprema que propone la óptica geopolítica tiene lugar cuando un país determinado empieza a percibir su debilidad relativa frente a las unidades dominantes.

La geopolítica propone, tanto en su formulación clásica como crítica, la configuración de un esquema conceptual que sirva para crear espacios de autonomía y para tomar decisiones estratégicas de muy largo plazo

En las próximas décadas veremos una atomización cada vez más pronunciada del orden global. Esto significa que el foco de atención virará cada vez más hacia la geopolítica.

En este contexto, será cada vez más relevante para nuestro país pensar en las causas que explican el proceso de erosión interna en el cual se encuentra e identificar los factores que determinan por qué tiene tan poco señorío sobre sí mismo.

Le tocará entonces a una emergente clase técnica convencer a la próxima generación de políticos de que ninguna situación geopolítica adversa es irreversible. Esta clase técnica deberá necesariamente emerger en forma paralela a la que está manejando el destino del país.

Esta Segunda Guerra Fría está creando una situación de tripolaridad entre Estados Unidos, China y Rusia; esta última como árbitro entre los intereses de Washington y Pekín. La particularidad más notoria de esta contienda híbrida, de baja intensidad y de larguísimo plazo es que ninguno de estos pivotes detenta una situación de fortaleza. La Primera Guerra Fría tuvo a los Estados Unidos y a la Unión Soviética en el ápice de su poder militar, económico y político. En esta Segunda Guerra Fría los principales ejes parten de una situación de debilidad relativa, debido a la erosión del estado-nación como ente ordenador de las acciones en política exterior.

Nuestro país debería concentrarse en crear espacios de autonomía que no ocasionen demasiados costos económicos. En primer lugar, hay que asegurarse que hacia el fin de este siglo la Argentina esté lo suficientemente poblada para defenderse bien y para crear un mercado interno de importancia. Aquí no valen las consideraciones economicistas. Alzar los niveles de fecundidad requerirá un esfuerzo económico de gran importancia, cuyos beneficios verán solamente las próximas generaciones.

Luego, hay que reforzar el patrimonio valórico del país. Esto significa crear una pedagogía autóctona, basada en el legado cultural y religioso legado de nuestros mayores. Dentro de esa pedagogía, no debe haber nada ni nadie que quede afuera. Las “grietas” que aquejan a nuestro sistema político son configuradas por usinas de pensamiento que responden a intereses que están fuera del espectro nacional. Hay una correlación directa entre la capacidad de reforzar valores propios y (1) obtener bienestar; y (2) asegurar la defensa del país.

Por último, la geopolítica está íntimamente ligada a una concepción teológica de la nación. Separar Estado de religión es abrir las puertas a ideas que van necesariamente en contra de los intereses nacionales. El espacio público debe estar informado por valores trascendentes que emanen de nuestra fe fundante, el catolicismo de impronta criolla. La Europa del siglo XX es testimonio de las barbaridades que pueden llegar a cometerse en una situación en la cual el Estado deja de identificarse con un esquema teológico definido.

Argentina es un país receptor de gente de diversos credos y herencias culturales. Esta receptividad es parte de nuestro ADN nacional. En este sentido, la concepción teológica de la nación no afecta de ninguna manera la convivencia entre los distintos sectores de la sociedad civil. Al contrario, sirve para aunar esfuerzos mancomunados para recobrar la prosperidad y cohesión social que alguna vez tuvimos. Una teología geopolítica une pasado y futuro, nos hace pensar en las grandes cuestiones que afectan al país y ayuda a navegar los grandes desafíos que tendremos que afrontar en las próximas décadas.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020.

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