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OCEANOPOLÍTICA: SU IMPORTANCIA PARA UN PAÍS “PENINSULAR”

Marcelo Javier de los Reyes*

Algunos conceptos

En 1942 fue editado el libro Mar y Tierra[1] del politólogo, jurista y filósofo político alemán Carl Schmitt (1888 – 1985), en el que se refiere a las dos bestias de la Biblia, a Leviatán y a Behemot —la del mar y la de la tierra—, para ejemplificar la puja entre el poder naval y el poder terrestre, denominados respectivamente talasocracia y telurocracia.

Thalassa (θάλασα) proviene del griego y significa “mar”. Como bien explica el profesor Luis Dallanegra Pedraza,

Cuando uno utiliza el término “política”, se está haciendo referencia a la “toma de decisiones”. “Talasopolítica” tiene que ver, no sólo con el estudio sobre el mar, sino y fundamentalmente, con las decisiones que se toman respecto de él, sus recursos, su ámbito como medio de comunicación, como espacio vital.[2]

Agrega que la Talasopolítica es una rama de la Geopolítica, pero se trata de una disciplina de gran relevancia ya que tiene por objeto de estudio los océanos, que abarcan más de las dos terceras partes del planeta.

El almirante chileno Jorge Martínez Busch (1936 – 2011), quien fue Comandante en jefe de la Armada de Chile entre 1990 y 1997 y, senador institucional, entre los años 1998 y 2006, en 1990 introdujo el término “Oceanopolítica” en ocasión de la inauguración del ciclo del Mes del Mar, al desarrollar el tema “Ocupación efectiva de nuestro Mar. La tarea de esta generación”[3]. El propio almirante Martínez Busch explica:

En aquella oportunidad sostuve que la respuesta nacional al desafío oceánico debía surgir de una apreciación de este orden, fundada en la necesidad de establecer qué acciones pueden ser efectuadas para que el espacio oceánico que está frente a nuestras costas constituya un ámbito de desarrollo y crecimiento para el Estado.[4]

Es de destacar en este párrafo que le compete al Estado la responsabilidad de llevar adelante esas acciones que permitan convertir ese espacio en un “ámbito de desarrollo y crecimiento”.

El marino estadounidense Alfred Thayler Mahan (1840 – 1914), autor de Influencia del Poder Naval en la Historia (1660-1783)”[5] —obra publicada en 1890—, es quien vislumbró la importancia del mar para su país y trazó los objetivos políticos que llevaron a los Estados Unidos a lanzarse al dominio de los mares, que hasta ese momento se encontraba en poder del Reino Unido.

Hacia fines del siglo XIX, el poder naval se constituía el medio más importante para controlar el destino de las actividades de una nación, del mismo modo que para ejercer el control de sus rivales de ultramar.

A partir de lo expuesto por Mahan, cabe tener en cuenta ciertos conceptos como el de “Poder Marítimo”, “Intereses Marítimos” y “Poder Naval”.

El oficial de la Armada de Chile, Jorge Terzago Cuadros, sintetiza estos conceptos de la siguiente manera:

El “Poder Marítimo” es la capacidad de crear, desarrollar, explotar y defender los Intereses Marítimos de un país tanto en la paz como en conflicto. En síntesis, consiste en la facultad que tiene un Estado para usar el mar en su beneficio. El Poder Marítimo está integrado por dos elementos de distinta naturaleza pero complementarios: Los Intereses Marítimos, los cuales le otorgan la sustancia y el Poder Naval que los defienden.[6]

Los “Intereses Marítimos” comprenden el conjunto de beneficios de carácter político, económico, social y militar que obtiene una nación de todas las actividades relacionadas con el uso del mar. Estas labores son llevadas a cabo tanto por el Estado como por los privados en la alta mar, aguas jurisdiccionales, fondos marinos y litoral con la finalidad de aprovechar sus facilidades y explotar los recursos contenidos en ellos[7]. En síntesis, los “Intereses Marítimos” comprenden los valores económicos y sociales de una nación, que concurren en su desarrollo. El “Poder Naval”, por su parte, se refiere a los valores políticos y militares, es decir, a las cuestiones de seguridad, y para ello se requiere de la implementación de Políticas de Estado y de la enunciación y ejecución de los “Intereses Nacionales”.

Avances y retrocesos en la Argentina

Se han cumplido quinientos años de la llegada de la expedición de Fernando de Magallanes a la Patagonia. Entre finales de marzo y principios de abril de 1520, arribó al paraje que denominó Puerto de San Julián con el objetivo de pasar el invierno, aunque las condiciones climáticas y el agotamiento de los bastimentos provocó un malestar en su tripulación, tras proceder a racionalizar los alimentos. Magallanes debió enfrentar un motín, para lo cual dio muestra de su severidad. Tras casi cinco meses de haber tocado tierra, la expedición continuó la travesía.

Cuando los españoles ya se habían establecido en el territorio de la actual Argentina, en 1768, durante la gestión del gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarelli, la ciudad de Buenos Aires estaba rodeada de unos pocos fuertes que formaban como una línea de circunvalación para protegerla de los malones de los aborígenes.

Es a partir del virreinato de Juan José de Vértiz y Salcedo (1719-1799) —quien se desempeñó como gobernador y capitán general del Río de la Plata entre 1770 y 1776 y como virrey del Río de la Plata entre 1778 y 1783— que se comienza a avanzar sobre la frontera sur, pues la orden era dominar el río Salado, en ese entonces en poder de los aborígenes.

La corona española intentó avanzar hacia el sur con el propósito de llegar al río Negro y llevar a cabo estudios para fundar establecimientos en la costa patagónica, con el objetivo de defenderse de la política británica[8].

En 1778 la corona española ordenó el establecimiento de fuertes y poblaciones en la costa del Río de la Plata hasta el estrecho de Magallanes, más aún en vista de las ambiciones británicas sobre la región. Esta fue la empresa que debió llevar adelante Francisco de Biedma por instrucciones de la corona impartidas al virrey Vértiz. Fue así como se procedió a la fundación de Carmen de Patagones. En esa oportunidad también el alférez de la Real Armada, Basilio Villarino, el piloto al frente de la expedición exploratoria del río Negro, sugirió ocupar Choele-Choel y la confluencia de los ríos Neuquén y Negro. De ese modo la corona española comienza a mostrar su preocupación por la Patagonia y a planificar su defensa y ocupación.

El 9 de julio de 1816 las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia del Reino de España y prontamente procedieron a tomar posesión de las islas Malvinas como herederas de las posesiones españolas. El 6 de noviembre de 1820, el marino y corsario estadounidense David Jewett, al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tomó posesión de las islas Malvinas al mando de la fragata Heroína y procedió al izamiento de la Bandera Nacional en las Malvinas[9].

El “problema del indio” y la expansión de Chile —ambas en buena medida asociadas, habida cuenta que, por un lado, la aparición de los araucanos de este lado de la cordillera de los Andes ocurrió tanto por presiones internas de ese país y, en otras oportunidades, con la ayuda de milicianos chilenos y, por el otro, porque el robo de las miles de cabezas de ganado que llevaban a cabo los malones sobre Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Cuyo, tenía por finalidad su venta en Chile— motivó la efectiva ocupación de ese espacio geográfico durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880) y cuya empresa militar fue llevada a cabo por el general Julio Argentino Roca.

La expedición de Luis Py a la Patagonia, enviada por el Ministro de Guerra Julio Argentino Roca a finales de 1878, tuvo como misión sostener los derechos que reclamaba la Argentina en el extremo sur del continente y defender ese territorio de la política expansionista de Chile, en momentos en que se avizoraba una guerra entre ambos países. Esta expedición es considerada la primera operación de una división naval de mar de la República Argentina, lo que motivó a que el 1º de diciembre fuera instituido como el Día de la Flota de Mar Argentina.

Un hecho que demuestra el interés que tenía el Estado argentino de proyectar su dominio sobre el Atlántico lo demuestra la adquisición de las instalaciones que había dejado la expedición del Scotia, comandada por el escocés William Speirs Bruce, quien procedió a realizar una cartografía de las islas y estableció una estación meteorológica (la Omond House). El comandante escocés, cuando logró zafar la inmovilidad de su navío apresado con los hielos, navegó hacia Buenos Aires para reaprovisionarse, a la que llegó en diciembre de 1903. Bruce ofreció en venta por $ 5000 las instalaciones al gobierno argentino. El presidente argentino, general Julio Argentino Roca, por decreto del 2 de enero de 1904 aceptó el ofrecimiento de las instalaciones, en cuya negociación prestó su conformidad el embajador británico en Buenos Aires. La base argentina de las islas Orcadas es el establecimiento humano permanente más antiguo de la Antártida.

Inmediatamente fue destinada una delegación argentina que, el 22 de febrero de 1904, izó la Bandera Nacional en la isla Laurie y procedió al establecimiento de personal para proseguir con sus actividades. Esa fecha motivó que se instituyera el 22 de febrero para conmemorar el día de la Antártida Argentina.

Es oportuno recordar la expedición de rescate llevada a cabo por la Corbeta “Uruguay”, que fue acondicionada convenientemente y puesta al mando del Teniente de Navío de la Armada Argentina Julián Irizar, con el objetivo de auxiliar a la expedición del doctor Otto Nordenskjöld en la Antártida, de la que participó el alférez de fragata de la Armada Argentina José María Sobral. La nave zarpó el 8 de octubre de 1903 y cumplió exitosamente su misión, demostrando la capacidad de búsqueda y rescate en aguas antárticas por parte de la Argentina. La proeza de la Corbeta “Uruguay” dio origen a la presencia permanente e ininterrumpida de la República Argentina en la Antártida.

Pocos años después, siguiendo los lineamientos planteados por Mahan, otro tucumano —que se suma a los presidentes Avellaneda y Roca—, el Almirante Segundo Storni (1876 – 1954) planteó la necesidad de considerar las cuestiones del mar y de la actividad naviera como Políticas de Estado. Lo hizo a través de sus obras “Proyecto de Régimen de Mar Territorial” en 1911 y “El Mar Territorial” en 1926, en las que abordó la temática del régimen jurídico en el mar de nuestro país. Las obras en cuestión fueron consideradas en la Conferencia de Codificación del Derecho Internacional —que en 1930 se reunió en La Haya— y, posteriormente, en la Primera, Segunda y Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.

No obstante, el trabajo de mayor relevancia del almirante Storni en “Intereses Argentinos en el Mar”, de 1916, el cual reúne una serie de conferencias dictadas en el Centro Naval. En esta obra ofrece una visión integral los intereses marítimos argentinos que incluyen el aprovechamiento del mar, al cual apreciaba como el motor del desarrollo nacional, los intereses sobre las islas Malvinas, la Antártida Argentina, el mar argentino y las pesquerías, la plataforma continental, la Defensa Nacional, el derecho del mar, la explotación sustentable de los recursos naturales, el desarrollo de la industria naval y el establecimiento de la marina mercante nacional.

Sus ideas cobraron fuerza en el seno de la Armada Argentina favoreciendo la toma de conciencia marítima no sólo por parte de esa fuerza sino también por parte de la sociedad argentina. Cabe destacar que los diversos gobiernos, hasta la llegada de la democracia, continuaron con las ideas propuestas por Storni, protegiendo los intereses marítimos argentinos a través de su poder naval, la Armada Argentina, y exportando los productos nacionales a bordo de los buques de la empresa ELMA.

Es menester recordar al almirante Segundo Storni con esta frase de su autoría:

La política naval es, ante todo, una acción de gobierno; pero es indispensable, para que tenga nervio y continuidad, que sus objetivos se arraiguen en la Nación entera, que sean una idea clara, un convencimiento de las clases dirigentes, y una inspiración constante de todo el pueblo argentino.

Storni consideraba que la población argentina miraba más a la tierra que al mar, por lo que estimaba que la actividad marítima no arraigaría en nuestra sociedad. Del mismo modo, el poder naval y la marina mercante tenían como misión favorecer la exportación de los productos argentinos en un contexto de una Argentina productora de materias primas, tal como la había concebido la generación del ochenta.

Con respecto a la geografía del país, observaba a la Argentina desvinculada de la región, como si se tratase de una isla.

Frente a la visión de la Argentina “insular”, basada en el análisis de la situación geográfica del país desarrollada por Storni, el general Guglialmelli considera que la Argentina “tiene ‘carácter peninsular’, en la más amplia acepción geopolítica del término. Mantiene en este sentido su condición marítima pero asume, también el rol continental”.

En efecto. Su territorio, al norte de la línea Cabo San Antonio-San Rafael (Mendoza) se articula con la masa terrestre continental “introduciéndose” en ella. Al sur de aquel linde, se prolonga hacia el sur como una cuña entre los grandes océanos. En su extremo austral, esta región incluye los sectores insular y antártico. Debido a esta conformación, nuestro país recibe la influencia del Pacífico (Chile por medio) y del Atlántico, en particular este último, sobre parte de cuyas aguas, plataforma y subsuelo, extiende su soberanía. Teniendo en cuenta, por último la situación de la América del Sur y de la Argentina dentro de ésta, resalta, como lo señaló Storni, su posición periférica y marítima respecto a las masas continentales del Hemisferio Norte.

Todo el espacio argentino se articula con los países vecinos a través de los aspectos geoambientales fronterizos incluidos los medios de integración física (caminos, ferrocarriles, vías fluviales).[10]

En este concepto geopolítico de la Argentina “peninsular” debe considerarse “al mercado interno, apoyado sobre un aparato productivo integrado en lo espacial y sectorial”[11]. El desarrollo de las diversas regiones, cada una aportando sus riquezas a la producción —alimentos, minería, energía, etc.— debe contar con “un sistema de comunicaciones que vincule, además de los puertos, con preferencia a las distintas regiones y sus grandes polos”, lo que permitirá concretar una “estructura económica integrada, independiente y autosostenida, base indispensable para un destino de gran potencia”[12].

En este concepto de la Argentina “peninsular” le otorga gran importancia a los intereses marítimos, lo que lleva a valorar los recursos del mar y el desarrollo —al igual que proponía el vicealmirante Storni— de una Marina Mercante, “con sus beneficios de trabajo e ingreso por fletes y seguros”[13].

Para el general Guglialmelli, la Argentina, en términos geopolíticos es, entonces, “peninsular”: es continental, bimarítima y antártica. Agrega a esto:

Esta conceptuación significa no sólo una situación geográfica, sino también y fundamentalmente, una economía integrada e independiente, un mercado interno en permanente expansión y una irrenunciable vertebración cultural con los países de América del Sur en particular los vecinos y el Perú”[14].

Era consciente de que las grandes potencias y las corporaciones internacionales, o la combinación de éstas con las primeras, procuran mantener la dependencia del mundo periférico, fomentando integraciones regionales en desmedro de la Soberanía Nacional. Como ejemplo de esas integraciones regionales cita la Cuenca del Plata como una prioridad que puede relegar al resto del país.

En la visión del general Gulialmelli debe repararse en esa visión de una Argentina “peninsular”, para lo cual vale aquí la definición de “península” que proporciona el diccionario de la Real Academia Española: “Tierra cercada por el agua, y que solo por una parte relativamente estrecha está unida y tiene comunicación con otra tierra de extensión mayor”.

A su juicio, la Argentina peninsular comienza al sur de la línea San Rafael-Mar del Plata y distingue “un área de transición que cubre hasta la línea imaginaria que une San Antonio Oeste-Neuquén-Ruta 22. Esta región también tiene una zona de frontera. Su gran polo de desarrollo es el alto valle de Río Negro-Zapala. Pero su característica principal es que constituye la sutura con el área patagónica propiamente dicha”[15].

 


Ruta Nacional 22. Atraviesa las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Neuquén y Río Negro.

Se trata de una “península” compartida con Chile, país que ha sabido interpretar su proyección marítima mientras que la Argentina ha perdido su “conciencia marítima”.

¿Qué ha pasado en la Argentina para que ello haya ocurrido?

El quiebre podría fijarse en el Conflicto del Atlántico Sur de 1982, cuando la Armada Argentina, tras el ataque y hundimiento del crucero ARA “General Belgrano”, la Flota de Mar retornó al continente para refugiarse. Ese repliegue constituiría el inicio del proceso de extinción de la Armada Argentina.

Desde entonces, los gobiernos democráticos —en particular desde 1990— dejaron de considerar la proyección oceánica de la Argentina. Durante el gobierno del presidente Carlos Saúl Menem, se procedió a la liquidación de la empresa ELMA, uno de los pivotes del desarrollo que había trazado el almirante Storni. Las empresas pesadas y los astilleros fueron vendidos o sometidos a su extinción.

La política de “desmalvinización” que siguió al conflicto contribuyó en el abandono de la “conciencia marítima”, lo cual fue acompañado por una serie de tratados, acuerdos y declaraciones que los diversos gobiernos democráticos firmaron en detrimento de los “Intereses Argentinos en el Mar”.

Con respecto a las Fuerzas Armadas, debe considerarse que no fueron subordinadas a los gobiernos democráticos sino que fueron humilladas por estos, al punto de poner a la Nación en un estado de indefensión.

 

A modo de conclusión

Si acordamos con el general Guglialmelli de que nuestro país es “peninsular”, y en verdad una gran parte del territorio se proyecta como una península, debemos mirar hacia el mar y poner manos a la obra para reconsiderar nuestros “Intereses Argentinos en el Mar”.

Para revertir esta situación se hace necesaria una serie de condiciones que deberán ser llevadas a cabo por un gobierno que desarrolle una fuerte estrategia en pos de lograr una vertebración del territorio nacional, logrando una armonía entre el continente y el mar.

Del mismo modo, deberá proponerse la recuperación de la “conciencia nacional” a través de acciones más que de declamaciones. Es positivo que en diciembre de 2003, mediante la Ley N°25.860, el Congreso Nacional instituyera el “Día de los Intereses Marítimos”, el 16 de julio “para homenajear y conmemorar el nacimiento de Segundo Storni en Tucumán, en reconocimiento a los valiosos aportes en la materia que realizó el Vicealmirante”. De nada sirve si no se fortalece la presencia de la Argentina sobre el Atlántico a través de su Armada, de las flotas pesqueras, si no se procede a una verdadera protección de sus riquezas contra la depredación que llevan a cabo los pesqueros extranjeros.

Deberán denunciarse acuerdos, tratados y declaraciones que obran en contra de los intereses argentinos.

Deberá procederse a un cambio cultural que promueva nuevamente la proyección oceánica y antártica de la Argentina, para lo cual se requiere poner a funcionar a pleno los astilleros para la construcción de buques comerciales, militares y pesqueros, fundar nuevamente una marina mercante del Estado e instruir en los diversos niveles educativos la importancia de la oceanopolítica.

Finalmente, debe imitarse a otros países y procederse a la creación del Ministerio del Mar. 

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Carl Schmitt. Tierra y mar. Una reflexión sobre la historia universal. Madrid: Trotta, 2007, 112 p.

[2] Luis Dallanegra Pedraza. “Talasopolítica: el aislacionismo marítimo de América Latina”. Trabajo expuesto entre el 2 y el 6 de septiembre de 2013 en el Curso sobre Teoría y Metodología de la Geopolítica de la UNAM.

[3] Jorge Martínez Busch. “La Oceanopolítica en el desarrollo de Chile”. Revista de Marina, 3/1993, <https://revistamarina.cl/revistas/1993/3/martinez1.pdf>, [consulta: 18/12/2020].

[4] Ídem.

[5] Alfred Thayler Mahan. Influencia del Poder Naval en la Historia (1660-1783)”. Valparaíso: Biblioteca del Oficial de Marina, Academia de Guerra Naval, 2000.

[6] Jorge Terzago Cuadros. “Alfred Thayer Mahan (1840-1914), Contraalmirante U.S. Navy, Su contribución como historiador, estratega y  geopolítico”. Revista de Marina (Chile), 01/02/2006, <https://revistamarina.cl/revistas/2006/1/terzago.pdf>, [consulta: 17/12/2020].

[7] Ídem.

[8] Estanislao Zeballos. Op. cit., p. 22.

[9] Marcelo Javier de los Reyes. “A doscientos años de la toma de posesión de las Malvinas por las Provincias Unidas. Ayer y hoy”. Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 04/04/2020, <https://saeeg.org/index.php/2020/04/04/doscientos-anos-de-la-toma-de-posesion-de-las-malvinas-por-las-provincias-unidas-ayer-hoy/>.

[10] Juan Enrique Guglialmelli. Geopolítica del cono sur. Buenos Aires: El Cid Editor, p. 78.

[11] Ibíd., p. 79.

[12] Ibíd., p. 80.

[13] Ídem.

[14] Ídem.

[15] Ibíd., p. 267.

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EL ESPACIO GEOGRÁFICO CONDICIONA A LA ESTRATEGIA

Agustín Saavedra Weise*

Las ideas estratégicas han variado en función del énfasis que se le ha dado a alguna de las particularidades geográficas. En este sentido, son clásicas las distinciones entre poder terrestre, aéreo y marítimo en la relación entre estrategia y geografía, sobre todo cuando esta se realiza a escala política y militar, a nivel de ‘gran estrategia’. Justamente John M. Collins, en su libro La gran estrategia (Círculo Militar, Buenos Aires, Argentina), señala: “Tanto los hombres vestidos de civil como los uniformados encarnan hoy asuntos estratégicos a nivel nacional”.

A continuación expresa: “La estrategia nacional emplea reunidos todos los poderes de la nación, tanto en la paz como en la guerra, para alcanzar los intereses y objetivos nacionales. Dentro de ese contexto, existe una gran estrategia política que comprende los principales temas internacionales e internos; una estrategia económica tanto interna como externa; una estrategia militar nacional y varias otras”. La suma de todas conforma la ‘gran estrategia’, que satisface la salvaguardia de la seguridad del Estado y el cumplimiento de las metas trazadas.

En todos los importantes enunciados de Collins subyace la geografía, ya sea en relación directa con la estrategia (‘geoestrategia’) o en términos de geopolítica: la vinculación entre el asentamiento geográfico y el poder político, el correlato entre decisiones políticas y medioambiente. Tres voceros visionarios —Mahan, Mackinder y Seversky— adelantaron conceptos estratégicos ligados a la geografía y que hasta hoy, y con las variantes que la tecnología ha impuesto, siguen teniendo cierta vigencia. Alfred T. Mahan centró su atención en los mares, en las aguas saladas que cubren tres cuartas partes del globo terráqueo; sostuvo que el dominio de los océanos era esencial para controlar la riqueza del mundo y dominar la Tierra. Halford J. Mackinder, a principios del siglo XX y poco después de Mahan, enfatizó la importancia estratégica de la masa terrestre en oposición a los mares.

Son clásicas ya en el pensamiento geopolítico las definiciones de Mackinder sobre ‘isla mundial’, área pivote o ‘heartland’, y sus conceptos sobre crecientes interiores y exteriores, aspectos sobre los cuales me explayé años atrás al cumplirse el centenario del célebre discurso de Mackinder ante la Royal Geographic Society. El advenimiento del poder aéreo insertó una tercera dimensión. Alexander Seversky propuso la teoría de que la supremacía aérea integral es posible y necesaria. Su libro fue escrito antes de la existencia de los cohetes balísticos intercontinentales; pronosticaba que “el destino manifiesto de EEUU está en los cielos”.

El tiempo probó que el dominio aéreo —importante como es— no resulta condición necesaria y suficiente. Estados Unidos dominó los cielos en Vietnam y aun así fue derrotado… Contemporáneamente, se ha hecho necesario integrar estas dimensiones en un enfoque estratégico interrelacionado, ya que la situación actual impone amplia flexibilidad en los tres dominios. Asimismo, hay combinaciones novedosas como las de los satélites, que son aéreos pero con conexión hacia servicios terrestres más los ya citados cohetes y misiles, ultramodernos y sofisticadísimos, que pueden ser lanzados por aire, mar y tierra. Agreguemos las ya inminentes naves espaciales y los submarinos nucleares, estos con capacidad devastadora de ataque y sorpresa desde el fondo del mar hacia la superficie y el espacio aéreo, y tenemos otra dimensión combinada de las tres ponencias tradicionales.

Lo que importa destacar es que mientras más avanza la tecnología y a medida que la imaginación estratégica también se hace más compleja, la geografía, el espacio interior y exterior que alberga a la humanidad, sigue siendo el término básico de referencia. Sin espacio no hay nada, sin espacio nada es posible.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/el-espacio-geografico-condiciona-a-la-estrategia_212864

 

QUO USQUE TANDEM TAYYIP RECEP? ¿CUÁNTA PACIENCIA MÁS…PARA ERDOGAN?

Giancarlo Elia Valori*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

En la noche del 2 de noviembre, en un día dedicado en todo el mundo a la conmemoración de los muertos, el centro de Viena quedó conmocionado por un ataque terrorista que dejó 4 muertos y 17 heridos. Cerca de la sinagoga de la capital austriaca dos hombres armados con rifles y pistolas dispararon contra la gente que abarrotaba las calles y cervecerías en la última noche “libre” antes del encierro y toque de queda impuesto por la propagación de la pandemia de Covid 19.

Uno de los atacantes fue asesinado por las fuerzas de seguridad, mientras que el otro es buscado activamente, junto con posibles cómplices, por una gran fuerza policial. La acción no ha sido reclamada, pero las autoridades están seguras de que se trata de otro ataque islamista, a raíz de las tensiones que estallaron en Francia tras la decapitación del profesor Samuel Paty y la posterior masacre en Niza.

El 16 de octubre del año pasado, el profesor francés, de 74 años, fue atacado en la calle en un pequeño pueblo a 35 kilómetros al norte de París por un joven de origen checheno, francés naturalizado, Abdoullah Anzorov, que con una fuerte puñalada lo decapitó con la profesionalidad de un asesino.

El profesor era “culpable” de exhibir en clase caricaturas de Mahoma publicadas por la revista satírica Charlie Hebdo, a finales de 2014, y que por esto había visto a muchos de sus editores caer bajo las ametralladoras de yihadistas el 7 de enero de 2015. El profesor Paty quería mostrar las caricaturas a sus alumnos, para explicar que “Libertad” en Francia también significa libertad de sátira.

La iniciativa provocó la reacción de los estudiantes musulmanes y sus padres, con protestas en facebook que atrajeron la atención del franco-checheno Anzorov, gracias también a un joven “Judas” (quizás un estudiante del profesor Paty) que por 300 euros (el nuevo “treinta denarios”) accedió a indicar al profesor mientras caminaba a casa después de las lecciones.

El incidente con razón indignó y conmocionó a toda Francia. Aunque distraído por la pandemia, el presidente Macron no dudó en condenar no sólo el brutal asesinato, sino también aquellos que, a la sombra de Mahoma, en Francia están soplando en el fuego del islamismo radical para encender los corazones de los jóvenes musulmanes que piensan en convertir la ira de la marginación social y económica en lucha religiosa. Las palabras fueron seguidas por hechos: las fuerzas de seguridad francesas llevaron a cabo investigaciones y búsquedas en todos los círculos salafistas en Francia, en los que trescientos imanes de Turquía dictan la ley.

Las palabras y reacciones de Macron y de las fuerzas de seguridad francesas desataron la ira del presidente turco Tayyp Recep Erdogan, quien no dudó en llamar a su colega francés “un tonto” y acusar a París de tratar a los musulmanes en Francia como los judíos fueron tratados en la Alemania de Hitler.

Si hubiéramos permanecido dentro de los límites de las palabras —aunque fuera de los límites de la corrección institucional— la disputa Macron-Erdogan podría haberse resuelto con una pelea diplomática, pero las palabras de Erdogan hicieron más que irritar al Presidente francés. Han encendido y legitimado las reacciones extremistas y yihadistas en toda Europa, con otras repercusiones muy graves.

El 29 de octubre en Niza, en la Catedral de Notre Dame, un joven tunecino de Italia, que había desembarcado clandestinamente en la costa siciliana durante unas semanas, mató a tres personas al grito de “Allah akhbar”.

Es evidente que la masacre en Niza, así como la de Viena, se debe a una forma de “terrorismo inducido”, un fenómeno que siempre ha visto a individuos o pequeños grupos transformarse en terroristas “por inducción”, sobre la base, de tensiones coyunturales o llamamientos a la movilización, interpretados como invitaciones a la acción.

¿Cómo no podemos ver en Erdogan al instigador moral de las masacres en Niza y Viena?

El portavoz del presidente turco, después de que París llamara a su embajador en Turquía en respuesta a los insultos y amenazas de Erdogan, emitió una nota oficial en la que defendía a los “musulmanes en Europa» con estas palabras: “Los musulmanes no se irán por tu culpa. No vamos a girar la otra mejilla cuando nos insultes. Nos defenderemos a nosotros mismos y a nuestros hermanos a toda costa”. Palabras que no aparecieron en las redes sociales islamistas, sino que fueron difundidas en un comunicado oficial de la Presidencia de la República Turca.

Tras la masacre en Niza, el Ministerio de Asuntos Exteriores turco emitió un comunicado en el que condenaba el ataque y mostraba su solidaridad con Francia.

De Erdogan, ni una palabra.

Sin embargo, el Presidente turco es muy consciente del valor de las palabras. En los albores de su deslumbrante carrera política, como primer alcalde islamista de Estambul, inmediatamente se distinguió por prohibir la venta de alcohol en todos los lugares públicos de la ciudad.

Para subrayar, en lo que entonces todavía era la república parlamentaria turca secular, el entonces alcalde de Estambul publicó un poema en el que se podían leer las siguientes palabras: “Las mezquitas son nuestros cuarteles. Las cúpulas son nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes son nuestros soldados”.

Estas palabras le costaron caro a Erdogan: acusado de violar las leyes sobre el laicismo del Estado e incitar a la violencia religiosa, se vio obligado a renunciar como alcalde de la capital, se le prohibió ejercer un cargo público y fue condenado cuatro meses de prisión (sin libertad condicional).

Como puede verse, las autoridades de la Turquía secular e iluminada construidas por Kemal Ataturk, después de la disolución del Imperio Otomano, fueron capaces de reaccionar con dureza a los impulsos islamistas de una figura pública.

Un personaje que siempre logró levantarse de nuevo hasta que obtuvo una victoria aplastante en las elecciones generales de 2002 con el AKP, el “Partido de la Justicia y el Desarrollo”, que fundó en 2001, con el objetivo de devolver a Turquía al camino correcto de una República Islámica, abandonando el laicismo kemalista que, entre otras cosas, había visto a Turquía ser el primer (y , durante muchos años, el único) Estado de mayoría musulmana en reconocer al Estado de Israel desde 1949.

Primer Ministro durante tres mandatos consecutivos, Erdogan se ha destacado por su actitud cada vez más autoritaria y su inescrupuloso activismo de política exterior.

Al comienzo del levantamiento en Siria y la posterior guerra civil en 2011, Erdogan jugó sin escrúpulos con las desgracias del gobierno de Damasco, financiando y reabasteciendo tanto a los grupos del “Ejército de Liberación Sirio” como a las milicias del Califato. Sólo la intervención de la Rusia de Putin en 2013 evitó la victoria de ISIS y de las milicias islamistas contra las fuerzas de Assad y frustró el sueño de Erdogan de convertirse en el señor de ese escenario conflictivo.

El sueño aún perdura.

Después de haber escapado, en 2016, de un golpe torpe y desorganizado, inmediatamente lo aprovechó para lanzar contra la corriente a cientos de opositores políticos y periodistas a prisión y para promover una reforma constitucional que ha transformado la república parlamentaria turca en una república presidencial con una fuerte impronta autoritaria y gobernada por reglas adaptadas a su medida que le garantizan la posibilidad de permanecer en el poder durante los próximos quince años.

Desde que decidió intervenir en Siria, con el pretexto de contener a las milicias kurdas que solo luchaban valientemente contra el Estado Islámico, el activismo internacional de Erdogan ya no ha tenido límites.

Incluso si la aventura siria no ha tenido éxito, Turquía debe estar contenta de mantener el control de una zona de amortiguación en la frontera.

 

Erdogan ha puesto en marcha una serie de iniciativas inescrupulosas y potencialmente peligrosas para la estabilidad internacional.

Ha intentado enviar armas a palestinos de Hamas en la Franja de Gaza; ha mantenido contacto con los islamistas del Ejército de Liberación Sirio y los sobrevivientes de ISIS que ocupan, con ayuda turca, el enclave sirio de Idlib, reclutando a cientos de milicianos mercenarios para ser enviados a puntos calientes de su interés geopolítico y estratégico; intervino fuertemente en Libia en apoyo del débil gobierno de Trípoli y de las milicias abiertamente islamistas de Misrata, abiertamente islamistas, en oposición al general Haftar y al gobierno de Tobruk, apoyados por Francia, Egipto y Rusia; ha reavivado, sin razón aparente, el conflicto en Nagorno Karabagh, convenciendo a los musulmanes azerbaiyanos de atacar —en septiembre pasado— a los cristianos armenios en la región, apoyados por los rusos y Occidente. Envía barcos militares frente a la costa de Chipre, reclamando la posesión gracias a la micro república turca local, y reclama el control de la plataforma continental e islas griegas, potencialmente ricas en gas.

Todo esto, cabe destacar, son iniciativas de un Estado miembro de la Alianza Atlántica.

Si bien la OTAN ha perdido visiblemente su vigor e importancia en los últimos años, en él actúa el «Comité Especial OTAN», un órgano silencioso y eficiente al que se adhieren los servicios secretos de todos los países miembros de la alianza, que opera como centro de intercambio y difusión de información sensible en el campo del contraespionaje y el terrorismo.

El MIT, el servicio secreto turco, es un miembro histórico y eficiente del “Comité Especial” y recibe automáticamente todas las noticias e información compartidas por los servicios de los Estados miembros. Esto es a pesar de que el gobierno turco ha probado y conocido vínculos con los yihadistas de ISIS y Jabhat Al Nusra, la formación más peligrosa del Ejército de Liberación sirio.

¿Cuánta información de la OTAN termina hoy, a través del MIT, con los yihadistas?

¿Estamos hoy seguros del acierto de mantener relaciones tan delicadas con el Servicio de un país que, empujado por su líder, parece presa de una deriva islamista imparable?

¿El valor obsoleto de la base aérea de Incirlik justifica el cumplimiento de Occidente frente a los movimientos cada vez más inescrupulosos y agresivos de Erdogan?

Parecen preguntas retóricas, cuya respuesta debería ser una serie perentoria de “No”.

Sin embargo, la OTAN y Europa (sin mencionar a Italia, silenciosa y ausente) quizás distraídos por la pandemia no parecen dispuestos a oponerse a un hombre a quien el entonces presidente turco Demirel definió como «capaz de cualquier cosa».

El presidente Macron reclamó al embajador de Ankara después de las imprudentes palabras de Erdogan sobre la “persecución” de los musulmanes en Francia.

Ni un susurro de Europa, OTAN e Italia.

Por supuesto, los tiempos de Fanfani, Mattei, Andreotti y otros gigantes de la política y de los negocios en Europa están muy atrás, cuando con una eficiente “back bench diplomacy” nuestro país jugaba con inteligencia en todos los tableros de ajedrez del Mediterráneo.

Hoy parecen tiempos de silencio embarazoso.

Mientras Erdogan fortalece sus debilidades.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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