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TRAVIATA

Juan Martín Perkins

El pueblo se come todos los amagues.

En un video de los años 80/90 que circuló por las redes durante esta semana, el periodista Bernardo Neustadt entrevista al líder montonero Mario Firmenich y cuando hablan sobre el asesinato del ex presidente Aramburu después de su secuestro y etapa de cautiverio, Firmenich interrumpe al periodista y lo corrige: “No fue un asesinato, fue un ajusticiamiento”.

Tuvo su correspondiente juicio, se lo declaró culpable y fue ejecutado por decisión del pueblo que lo sentenció”.

La cámara toma un primer plano de la cara de Firmenich expresando su descargo y endosando al pueblo toda la responsabilidad. Lo hace con total frialdad y control de la situación, ante el periodista más avezado y atrevido de la época, que no repregunta.

Reflexionando después de ver a Firmenich y atento a todo lo que ha venido pasando desde antes del “operativo independencia”, ¿se podría seguir justificando las aberraciones responsabilizando alegremente al pueblo?

No me cae nada simpático Firmenich, es más, me indigna que se pasee impunemente siendo un asesino, pero gracias al relato, el curro de los DDHH y la indiferencia del pueblo, Firmenich se ha quedado con el monopolio de la razón y la justicia.

El pueblo hoy, sigue dictando sus “ajusticiamientos” cuando convalida con el voto al socialismo por el que Firmenich ponía bombas matando inocentes, cuando vota por candidatos que adscriben exclusivamente al relato de Firmenich, Verbitsky, madres, abuelas, maestros, intelectuales, medios de comunicación, etc…

El pueblo se come todos los amagues, especialmente la clase media acomodada que entregó sin chistar sus hijos al relato, sirviéndolos a un sistema educativo que los adoctrina y les mata el espíritu crítico.

Un querido amigo me cuenta que su hija tiene que obtener una nota alta en el colegio (privado) para calificar e ingresar en determinada universidad. La profesora que dicta la materia y toma la prueba es kirchnerista y el tema es “la dictadura”, por lo tanto, la llave para obtener un 9/10 es tener respuestas fieles y acordes al relato kirchnerista… ¿y qué querés? Lo que importa es pasar… y disimularte dentro de la post verdad.

Viene de años y años en los que nadie cuestiona nada. ¿Para qué? Nadie sabe ni pregunta sobre los bombardeos a Plaza de Mayo… ni los peronistas saben cuántas víctimas hubo ni por qué murieron…

No interesa porque ardieron las Iglesias, quién se robó el cadáver de Eva, quién cortó las manos de Perón, quien asesinó al padre Mujica, quien dejó a Ignacio Rucci como una Traviata… ¿A quién le puede importar si hay 2.000 viejos presos políticos sin condena pudriéndose en los calabozos con el alma seca?

Un amigo, de esos que no fallan, dice que nadie combatió en el monte tucumano, y que el ejército dispuso efectivos en la puerta de los cabarets de Tucumán para reducir a los terroristas que bajaban del cerro a buscar putas. Lo dice y no se le mueve un pelo porque cree que todos compartimos la idea de que el operativo independencia fue una joda para showmatch.

Nadie sabe quién fue el Capitán Cáceres y nunca oyeron hablar del “Aquí no se rinde nadie, carajo” del soldado Hermindo Luna.

No es falta de memoria. Es peor, mucho peor. Es nuestro gran y siniestro pecado capital que nos mantendrá en el fracaso y la frustración hasta que entendamos que tenemos que redimirnos de él. No tendremos destino como sociedad hasta que no haya verdad.

Mientras tanto, es justo reconocer que el Malevo Ferreyra hizo bien en volarse la cabeza sentado en la torre del tanque de agua de su finca en Tucumán. Su suerte estaba echada, el curro de la justicia y la orga de DDHH venía por la industria del juicio y las indemnizaciones.

En un punto se juntan el Malevo y Firmenich, tienen razón en que el pueblo ajusticia y condena de forma implacable.

Se come todos los amagues… eso no es gratis.

 

Publicado por Restaurar.org el 28/11/2021, http://restaurarg.blogspot.com/2021/11/traviata.html

ALFA Y OMEGA

Juan José Santander*

África, una vez más.

Aparte del aspecto de cráneo de perfil mirando a Oriente que siempre me evocó la silueta del continente y, según se sabe y parece, cuna de siete remotas madres de toda la humanidad, ha sido solar de algunas de las culturas más antiguas que conocemos y se reclaman de ella influencias tales como el jazz además de sus indudables huellas en ciertas músicas iberoamericanas, y el cubismo en la pintura europea, por citar algunas que marcan nuestra cultura globalizada de hoy.

También su población ha sido objeto del tráfico de esclavos en el que participaron los jefes tribales que seleccionaban la mercancía, los traficantes árabes que los conducían a los puertos y las potencias europeas que los embarcaban y conducían a sus lugares de destino, para ser una vez más vendidos y puestos a trabajar.

En el Congreso de Viena (1815) no se habló sólo de Napoleón y su familia sino también —a impulso de Gran Bretaña principalmente— del final de la trata de negros (sic), según relata Talleyrand en sus admirables memorias. Aunque pasadas ya las dos grandes guerras y la descolonización, la esclavitud se declaró ilegal en Mauritania en 1979 sin que eso haya implicado su desaparición efectiva. Es decir que esta historia duró fácilmente cuatro siglos, como empresa global conducida para su beneficio por los países internacionalmente más poderosos de ese momento.

Sin embargo, esta acción deliberada y mantenida en el tiempo no es reconocida internacionalmente como lo son algunas masacres sistemáticas de ciertos grupos, quizá porque su dimensión resulta tan apabullante que su reconocimiento por parte de los Estados responsables se les torna insoportable, además de incongruente con los altos principios que dicen sustentar y promover, y haber sustentado y promovido.

Pero el hecho está ahí. Y dura varios siglos. Y fue tan sistemático como se pueda serlo.

Quizá como consecuencia de algo que empezó a acabarse hace escasos doscientos años y la historia más reciente desde entonces, los países del África Subsahariana —que, para esto, seamos honestos, cabe más llamar, sin ningún desmedro étnico o fenotípico, África Negra— se hallan, a pesar o tal vez a causa de sus recursos sobre todo minerales, en situaciones de pobreza o en el mejor de los casos, de desarrollo incipiente, con las consecuencias que tales circunstancias fuerzan a prever: déficits de alimentación y de atención sanitaria.

Así pues, no es para asombrarse que nuevas cepas de la pandemia que aqueja al conjunto de la humanidad surjan de ahí, como las siete madres originarias y, como ellas, se distribuyan por todo el planeta.

La elección de ómicron para identificar este nuevo brote me recordó a su hermana omega, más larga y sonora, y que para Occidente tiene un aire conclusivo de final si se aparea al alfa del inicio.

Y como a aquellas madres africanas originarias invoco a la Gran Madre, desde las Venus esteatopígicas pasando por Cibeles, Isis y las Diosas Madres del hinduismo, la Madre de Misericordia china, las figuras femeninas prominentes del judaísmo y del Islam, la Coatlicue y tantas otras, en la figura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ícono bizantino del siglo X cuya veneración superó y supera el Cisma Cristiano de Oriente habiendo sido llevado a Roma desde Creta donde fue hallado en el siglo XV.

Y en el fondo de cuya imagen de la Madre y el Niño —algo que abarca a toda la humanidad— están inscriptas, singularmente, Alfa y Omega.

Que su protección o su inspiración nos hermanen. Porque el virus ya lo hace.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG. 

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REIVINDICACIÓN DE LOS CIPAYOS

Juan José Santander*

Comencemos por la ortografía, disciplina que desgraciada y generalizadamente por el estado de la educación tiende a su viceversa, que el decoro me impide graficar: cipayo viene de la palabra ‘sepoy’ que los británicos tomaron del portugués ‘sipae’, quienes lo habían tomado del urdu —lengua oficial del imperio mogul de la India— ‘sipahi’ y viene del persa con el significado de soldado de caballería.

Durante los siglos XVIII y XIX eran los soldados indios que integraban las fuerzas armadas al servicio de la East India Company con regimientos y batallones propios en Bengala, Madrás (actual Chennai) y Mumbai (Bombay) al mando de un ‘subedar’, grado máximo para un militar indio, siempre bajo comando superior británico. El sipayo —quién sabe por qué se inicialó con ’c’ en castellano, quizá por imitación del francés, que también lo hace aunque fonéticamente es idéntico en esa lengua— era el soldado raso.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX la Compañía incrementó su poder a través del comercio con el apoyo del gobierno de SM Británica quien además iba disponiendo que los estados y territorios de gobernantes locales que murieran sin herederos pasaban a dominio británico, prohibiendo a esos gobernantes adoptar a un sucesor.

En 1857, con la introducción del rifle Enfield, los soldados debían activar las municiones mordiéndolas; se corrió entre la tropa la versión, aparentemente verificada en los hechos, de que estos cartuchos estaban lubricados con una grasa animal mezcla de cerdo y vaca, con lo cual su contacto contaminaba tanto a musulmanes como a hindús que formaban los contingentes indios cuyos integrantes se negaron a ello terminantemente, por razones obvias y para ellos insalvables.

Mangal Pandey, sipayo del 34º Regimiento de Bengala mata en un incidente derivado de esta situación a un oficial británico y estalla una rebelión a la que se suman tanto el pueblo llano como varios de sus notables, singularmente el último mogul, cuya autoridad los sublevados invocan y acepta, y acabará sus días en el exilio, ya vencido por las fuerzas británicas mucho más poderosas. Los indios llaman a este episodio “La Gran Rebelión” y lo consideran su primer intento de independencia, que conseguirán antes de pasado un siglo. Podría sugerirse que la aparición de asuntos indios en algunas de las leyendas de Bécquer se deba a la difusión que tuvo y la conmoción que provocó ese levantamiento que le llevó al Imperio británico más de un año sofocar.

Hay historias de un heroísmo singular y admirable en las conductas de rebeldes de toda condición y rango, conservadas en la memoria colectiva hasta hoy en la India merecidamente.

Y así como los españoles nos metieron esa incongruente ‘c’, los británicos, no conformes con denostar a esos luchadores por la libertad como salvajes, nos han dejado en nuestro ‘europeo’, que diría Borges, Río de la Plata, la denostación póstuma de evocarlos no por su rebelión y arrojo, sino por su condición de empleados de un poder incontestable hasta que sobrepasó e invadió las lindes de su propia identidad, cuando nadie pensaba ni mucho menos hablaba, esgrimía o pregonaba inventadas singularidades étnicas, culturales o antropológicas de presuntos pueblos originarios; ¿no lo somos todos, de algún lado?.

Y así, con ‘c’ o con ‘s’ quiero reivindicar ese nombre, que no merece el baldón que se le cuelga por haberse rebelado en defensa de sí mismo contra la entonces potencia más poderosa e influyente del planeta, la pérfida Albión, que se ganó el mote a puro mérito y no sólo en la India.

Mientras tanto traidor o traidora genuinos se ensalzan como salvadores de la Patria. La nuestra y la de muchos.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG.

 

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