Archivo de la etiqueta: Pakistán

PUTIN, LOS TALIBANES Y EL MUNDO ISLÁMICO. REEQUILIBRIOS GEOPOLÍTICOS ANTE LAS TENSIONES CON OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco* (Artículo para SAEEG)

Kazán, ciudad del suroeste de Rusia donde se celebrará el foro «Rusia y el mundo islámico». Foto: fotostart en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/templo-religi%C3%B3n-kaz%C3%A1n-iglesia-4981094/.

 

En mayo la ciudad rusa de Kazán, capital de la República de Tartaristán, organizará el foro «Rusia y el mundo islámico» en el que participarán, además de actores relevantes China, Irán, Uzbekistán y Pakistán, una delegación del gobierno Talibán de Afganistán. Esta será la sexta edición de este foro inaugurado en 2017.

El evento resulta clave para Rusia, sin olvidar a China, como toma de contacto para reconfigurar sus esferas de influencia y trazar reequilibrios geopolíticos desde Asia Central y el Cáucaso, especialmente con el foco en crear un marco de estabilidad regional en un momento de tensiones en aumento con Occidente por la guerra en Ucrania, principalmente tras la reciente aprobación en Washington de un nuevo paquete de ayuda para Kiev y el envío secreto por parte de EEUU de misiles de largo alcance para atacar objetivos rusos.

Por otro lado, el foro revela las expectativas de Moscú por mantener fluidas relaciones con los países musulmanes y, especialmente, con los musulmanes rusos. Aproximadamente un 7% de la población rusa profesa la religión islámica. La dinámica histórica entre Rusia y las comunidades musulmanas ha registrado episodios violentos que afectaron la integridad y seguridad estatal rusas. Destacan aquí la invasión soviética a Afganistán (1980), las guerras chechenas (1994-2009) y la intervención militar rusa en Siria (desde 2015) en apoyo al régimen de Bashar al Asad y para luchar contra el Estado Islámico (Daesh)

No obstante, la pax rusa en Chechenia y la guerra en Ucrania han permitido al Kremlin irradiar una imagen de normalidad en las relaciones con los pueblos musulmanes dentro de la Federación rusa así como en la imagen exterior ante el mundo islámico a través de la estratégica relación de poder entre Putin y el presidente checheno Ramzán Kadirov, que le permite también a Moscú mantener intacto su dominio en el Cáucaso ruso.

Un marco de seguridad contra el terrorismo yihadista

La agenda de esta edición está encabezada por la lucha antiterrorista y el narcotráfico, habida cuenta de que Rusia es uno de los destinos claves de las rutas de las drogas desde Afganistán y Asia Central así como uno de los principales objetivos terroristas por parte del yihadismo salafista.

Priorizar en la lucha antiterrorista supone un tema esencial para Rusia, que en marzo pasado fue objeto de un atentado en Moscú con saldo de casi 140 muertos. El Estado Islámico del Jorasán (Daesh-K), una facción del Daesh que lucha también contra los talibanes, se adjudicó la autoría del atentado. La detención por parte de las autoridades rusas de algunos presuntos terroristas de origen tayiko levantó suspicacias, hasta el momento no confirmadas, de posibles incidentes xenófobos y discriminación hacia ciudadanos de esas minorías centroasiáticas, algunos en trámite de obtener la ciudadanía rusa. Crear un marco de normalidad y evitar tensiones interétnicas dentro de la Federación rusa puede, al mismo tiempo, ser uno de los objetivos del Kremlin con el foro de Kazán.

Rusia proscribió a los talibanes en 2003, en medio de la estrategia de la lucha contra el terrorismo impulsada por la entonces Administración de George W. Bush en la Casa Blanca y en un momento álgido de la guerra secesionista en Chechenia y el Cáucaso, donde el yihadismo ha tenido presencia. No obstante, Moscú no ha dejado de estar pendiente de la situación en Afganistán, máxime cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, propiciando la humillante retirada de EEUU dos décadas después de haber desalojado a este régimen del poder en Kabul.

La retirada de Washington supuso un claro triunfo geopolítico para Rusia y China, que con anterioridad venían manteniendo contactos con los talibanes. Los Talibanes han viajado en varias ocasiones a la capital rusa para participar en conferencias sobre la reconstrucción y financiación de Afganistán, un aspecto que certifica los intereses del Kremlin en el país centroasiático. Se especula que en el foro de Kazán, en un gesto diplomático de apertura y normalización de relaciones, Rusia termine sacando a los Talibanes de la lista de organizaciones terroristas.

La realpolitik impone por tanto su ritmo en estas relaciones. Para Moscú, conviene no agitar un pasado marcado por los reveses: como en el caso estadounidense, Afganistán supuso también una humillante derrota militar durante los años de la invasión soviética al país centroasiático (1980-1989), en la que los talibanes, camuflados en torno al movimiento muyahiddin, lucharon contra el invasor soviético.

El foro de Kazán permitirá medir el pulso de las nuevas relaciones centroasiáticas con un panorama internacional repleto de tensiones y volatilidad, desde Ucrania y Oriente Medio hasta Taiwán y el sureste asiático. La presencia de China y Pakistán es significativa tomando en cuenta que Afganistán está en esa área de influencia. Islamabad, potencia nuclear, ha sido un refugio para los talibanes tras su salida del poder de Kabul en 2001.

Por su parte, Beijing también busca equilibrios geopolíticos determinados por la seguridad. Para China, Afganistán es una de las entradas estratégicas de Asia Central para los proyectos de las Rutas de la Seda. Fronteriza con la región autónoma china de Xinjiang, de mayoría uigur, etnia de origen turcomano y religión islámica que cuenta con un movimiento separatista, el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental.

Extirpar la posibilidad de penetración de redes yihadistas y de islamismo radical supone una prioridad de seguridad tanto para las autoridades chinas como rusas. En este sentido, mantener una relación de normalidad y cierta apertura con el talibán se define como una estrategia clave para evitar esa posible penetración. El atentado de Moscú permitió observar el alcance del Daesh-K que coloca a Moscú y Beijing como enemigos por sus contactos con los talibanes. En esa misma ecuación podrían entrar otros países como Pakistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tadyikistán. 

Estabilidad ante un panorama volátil

Por otro lado, existen otros nudos geopolíticos detrás del foro de Kazán. El contexto de tensión con Rusia por la guerra en Ucrania persuade a Washington a volver a jugar sus piezas en el «patio trasero» ruso (y cada vez más chino) en Asia Central, lo cual implica al mismo tiempo crear un corredor estratégico que busque entorpecer los proyectos de integración regional de Beijing y Moscú.

Países como en Kazajstán, Kirguizistán, Tadyikistán, Turkmenistán y Uzbekistán están avanzando en la creación de una zona de libre comercio bajo el formato del proyecto B5+1, amparado por EEUU. El objetivo de Washington es restar la influencia regional de Beijing y Moscú.

Otro punto caliente son las tensiones fronterizas entre China e India, ambos miembros de los BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), organismos igualmente claves para consolidar la visión multipolar de Moscú. Por otro lado, el Cáucaso está pendiente de la normalización de las relaciones, no menos tensas y que pueden volver a romperse, entre Armenia y Azerbaiyán en torno al enclave de Nagorno Karabaj, actualmente bajo soberanía azerí tras la breve ofensiva militar de Bakú a finales de 2023.

Una ofensiva azerí que trastocó el equilibrio regional y permitió fortalecer una especie de eje regional Moscú-Bakú-Ankara toda vez que son patentes las pretensiones prooccidentales del gobierno armenio de Nikol Pashinyan. Recientemente el Kremlin decidió retirar sus 2.000 efectivos militares en Nagorno Karabaj que permanecían allí desde 2021, cuando estalló otra escaramuza bélica entre Bakú y Ereván.

Siguiendo con el Cáucaso, la Unión Europea aceptó en diciembre pasado abrir negociaciones de admisión con Georgia en un momento de tensión política interna en Tbilisi que denota un apéndice de la confrontación geopolítica ruso-occidental. El gobierno georgiano adoptó un proyecto de ley sobre agentes extranjeros muy similar al que lleva adelante Putin.

En Kazán, Rusia y China tendrán la oportunidad de pulsar la situación en Asia Central y el corredor euroasiático así como medir la solidez de esta alianza geopolítica ante las tensiones in crescendo con Occidente. El contexto evidencia las expectativas de Moscú y Beijing por consolidar sus respectivas esferas de influencia en el espacio euroasiático en un momento de tensiones crecientes con Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

©2024-saeeg®

GEOPOLÍTICA: TODOS LOS INGREDIENTES PARA EL DESASTRE

Isabel Stanganelli*

Yevgeny Primakov, a la derecha, conversando con Henry Kissinger durante el Foro Económico celebrado en San Petersburgo el 21 de junio de 2012. Foto AP.

Mientras Occidente permanece en permanente convulsión, la mayoría de los países asiáticos avanzan progresivamente en sus objetivos de pacificación y aproximación.

Uno de los casos más notables es el de la India que, sin perder su fuerte alianza con Rusia y a pesar de los problemas limítrofes que mantiene con China, está estableciendo lazos constructivos con Beijing. Sin descuidar sus relaciones con los Estados Unidos, no se manifiesta contra sus vecinos continentales. Hasta Pakistán, siempre aliada con China y con cuestiones limítrofes con India, se está acercando a Nueva Delhi.

Hubo quien previó este escenario hace algo menos de tres décadas aunque su teoría tardó en difundirse y mucho menos aceptarse en Rusia y parece evidente que a pesar del tiempo transcurrido Occidente no la contempla.

Algo de historia reciente

Cuando Rusia renació de las cenizas de la Unión Soviética y creía que el concierto de las naciones europeas ―por las que había participado en batallas durante siglos y que hasta costó la vida a la totalidad de la familia imperial (si, incluyendo a Anastasia)― le abriría sus puertas y festejaría su retorno de la mano de su «inofensivo» presidente Boris Yeltsin, el mundo parecía girar en otra dirección. Los festejos por el supuesto fin de la Guerra Fría resultaron tan excesivos en su magnitud y duración que hirieron sensibilidades, al punto que hasta la misma Margaret Thatcher mostró su preocupación: «Por favor, tengan cuidado… Con lo que nos costó hacerla caer…» (se refería a la URSS)[1].

La crisis que puso fin a la URSS en 1991 se mantuvo durante una década, la de los «reformistas ultraliberales», representados por Boris Yeltsin. Negocios millonarios se entregaban por monedas, la corrupción se paseaba en automóviles de última gama y los trabajadores rusos de toda una vida pasaban hambre y morían en la miseria: ya no contaban con envejecer sin privaciones, no había atisbos de sistemas previsionales.

En 1997 fue Yevgueni Primakov (1929-2015), ex director de la KGB, veterano experto en Medio Oriente, asesor y luego Primer Ministro de Boris Yeltsin, quien enunció la que se terminó denominando «Doctrina Primakov» atento a la imagen internacional de declive de Rusia.

Primakov favorecía la formación de un triángulo estratégico China – India -Rusia, iniciativa considerada totalmente descabellada y desestimada. Además de las diferencias culturales, étnicas, religiosas, filosóficas, ideológicas, etc., la relación entre Rusia y China desde la década del ’60 del siglo pasado había sido inexistente.

En consecuencia, los líderes de los círculos de poder, defensores del ultra-liberalismo y de la desregulación, consiguieron apartar a Primakov de la jefatura del gobierno. Cuando en 1999 este sector perdió el poder y las iniciativas occidentales fueron más evidentes (etapa de la guerra en Yugoslavia), su propuesta fue reconsiderada.

Primakov observó a lo largo de esa década que Occidente intentaba marginar a Rusia e infiltrarse en su espacio tradicional de influencia. Sostenía que el mayor alejamiento de Rusia del escenario asiático en la última década del siglo XX, la «década atlantista», había incentivado a otros actores a penetrar la región, complicando considerablemente toda su problemática.

En los libros de su autoría El mundo después del 11 de septiembre y La guerra en Iraq, Primakov invitaba a ser prudente con las decisiones adoptadas por Washington, aunque señalaba que Occidente tenía otra cultura pero sostenía que lograr una cooperación limitada y con ventajas mutuas era posible.

Entre 2003 y 2005 su propuesta incluyó modificar en forma más marcada la orientación de la política exterior rusa de Occidente hacia Oriente, los famosos «180 grados», un escenario cada vez más contemplado como el sitio natural de Rusia.

En julio de 2006, en ocasión de la Cumbre del G8 ─en San Petersburgo y presidida por Rusia─, Putin señaló que: «…Occidente tendrá finalmente que aceptar el hecho de que Moscú ha vuelto al escenario mundial…». Pero para entonces la injerencia de Occidente en cuestiones internas de Rusia ya era muy variada en medios y objetivos.

La «doctrina Primakov» continuó evolucionando rectificando su orientación geoestratégica y a partir de 2007 contó con los aportes complementarios del Ministro de Defensa Sergei Ivanov. Fue la etapa en que Putin comenzó a denunciar el «doble discurso» o «doble rasero» occidental. En 2008 anunció el retorno de Rusia como protagonista del contexto internacional y el estreno de su doctrina de orientación multipolar, en la que exhortaba a la construcción de un orden internacional justo, equitativo y respetuoso de las diferencias, al tiempo que hacía votos por la defensa de los valores democráticos. La evolución de la doctrina eurasianista ya fue visible en la Estrategia de Seguridad Nacional de Rusia para el período 2009-2020.

El hecho de que el presidente Putin viajara entonces a China e India dio pie a que se especulara sobre la organización de ese «triángulo estratégico» para balancear la influencia de Estados Unidos en Asia. Pero luego del asombro inicial, pronto el gesto quedó en el olvido[2].

Hemos visto que esta idea eurasianista y de prudencia ante los Estados Unidos había sido pergeñada por el Primer Ministro Yevgeny Primakov en 1997 ─y considerada irrelevante─. Su pensamiento probó continuar vigente, a pesar de que tanto Rusia como China e India continuaron manifestándose amigas de Estados Unidos y hasta aceptaron tácitamente el avance de la OTAN hacia el este en Afganistán, donde permaneció mas de 18 años…. Consideraban ─por experiencia─ que la presencia de Washington no alcanzaría para eliminar el flagelo del terrorismo en la región y que se requerirían estrategias de seguridad multilaterales que también incluyeran a Rusia, China, India y Pakistán.

La estrategia de seguridad nacional de Moscú, ya expuesta por el Ministro de Defensa Sergei Ivanov en un artículo en el Wall Street Journal en enero 2006 («Rusia must be strong» – «Rusia debe ser fuerte»), estuvo directamente relacionada con los intereses estratégicos y económicos rusos en el amplio escenario que abarca el Cáucaso Meridional, el mar Caspio y las Repúblicas Centrales Asiáticas.

El artículo de Ivanov evidenciaba las prioridades estratégicas de Rusia marcadas pragmáticamente de acuerdo con las necesidades de seguridad de Moscú. «Rusia debe ser fuerte» era un título y al mismo tiempo un programa: la seguridad nacional siempre fue crucial para Rusia y en consecuencia su estrategia militar se focalizaba, y lo sigue haciendo, en responder a los desafíos externos, internos y fronterizos. En otras palabras: Rusia intentó ser desde entonces un poder global relevante y estable, vital para la seguridad mundial y dejar atrás la década perdida de los 90.

Es de particular interés el foco que ponía ya desde entonces Ivanov (y también el Kremlin) en estar «preparados para la posibilidad de un asalto violento al orden constitucional de algunos Estados post-soviéticos y la inestabilidad fronteriza que podrían ocasionar». En consecuencia Moscú debía considerar las implicaciones del «factor de incertidumbre» y el alto nivel de amenazas existentes. Ivanov aclaraba que la incertidumbre incluía los conflictos o procesos políticos o político-militares que pudieran devenir en una amenaza directa a la seguridad de Rusia o afectar la realidad geopolítica de una región de interés estratégico para Rusia. «Nuestra máxima preocupación es la situación interna de algunos miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y las regiones que la rodean». Este es un clásico ejemplo de cómo los grandes poderes ―todos ellos― perciben las amenazas potenciales a sus «esferas de influencia». La posibilidad de interferir en la situación interna de pequeños Estados se justifica ―como en el caso de cualquier potencia― en nombre de la seguridad. La doctrina Primakov-Ivanov sostenía que la promoción del dominio militar-estratégico regional también tiene fines políticos y hasta puede modificar el medio político interno de poderes menores para atender los intereses de los grandes poderes.

La doctrina Primakov-Ivanov sugería que cualquier cambio social o político pro-Occidental de inspiración liberal en países de la CEI, como las revoluciones de colores experimentadas por Ucrania, Georgia o Kirguistán en 2004 y 2005 respectivamente, podría ser considerado inaceptable para los intereses de seguridad regional de Rusia.

La Comunidad de Estados Independientes (CEI) siempre ha sido crucial para la seguridad militar de Moscú y para el control sobre los recursos fósiles y al mismo tiempo se encuentran cada vez más marcadas por cuatro conductores fundamentales. Los dos primeros son las orientaciones geopolíticas básicas de las ex repúblicas soviéticas que pueden ser fuerzas opuestas. Una de ellas relaciona a las repúblicas con el «heartland», geoestratégicamente liderado por Rusia y el otro, originado por los objetivos estratégicos de Estados Unidos y los temores nacionales a la hegemonía rusa que los conecta con el imperio marítimo euroatlántico, liderado por Estados Unidos. Esta oposición hacía que la influencia política y el poderío militar fueran el premio geopolítico en la renovada competencia entre Rusia y Estados Unidos en la gran región.

Los otros dos conductores fueron novedosos. Uno fue la aspiración de los países de la CEI a determinar sus propias agendas de política exterior y de gestión energética y el otro fue la creciente influencia de Beijing.

Primakov no estaba errado.

Más de un observador denominó entonces a este contexto como un «Nuevo gran juego». Desde el punto de vista ruso, la inestabilidad política en la región podía constituir tanto una amenaza ―si podía ser instrumentada por los adversarios de Rusia― como una fuente de oportunidades, como en el caso del separatismo abjasio en Georgia, para debilitar a un Estado pro-occidental.

Las relaciones con China en la región también eran complejas. Moscú y Beijing parecían cooperar para asegurarse de que la presencia militar de Washington no fuera permanente (como ocurrió en Uzbekistán en 2005 con la base Karshi-Khanabad, K-2). Ambos poderes incrementaron su colaboración en el contexto de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), ―desde 1996 como Grupo de los Cinco de Shanghai―, con más de 25 años de colaboración. La creación de un marco más integrado de seguridad y económico podía asegurar el ascenso de un partenariato estratégico chino-ruso en Eurasia. Y lo está logrando.

La doctrina de Moscú, ilustrada por Ivanov, nos indicaba que la confrontación entre Rusia y Estados Unidos en Eurasia sería áspera ―a menos que se alcanzara una gran negociación―. A pesar de etapas de gran colaboración, jamás se logró la aproximación a la que estaba dispuesta Moscú.

Mucho se ha escrito en las décadas postsoviéticas sobre ductos de exportación de hidrocarburos y la misma exportación de hidrocarburos, sobre construcción de infraestructura de defensa rusa en Europa, intercambio de programas de investigación y hasta colaboración en la aventura espacial. En todos los casos subyacía mucha suspicacia en términos políticos, que los medios de comunicación se ocupaban de hacer pública a una Rusia «peligrosa». Hubo apoyo occidental a golpes de Estado contra gobiernos democráticos (Ucrania, 2014), presiones, sanciones… Muchas recayeron sobre países asiáticos. Finalmente en 2022 el tercio europeo de Rusia fue rechazado por Europa con la amenazante OTAN en sus fronteras y en cambio bien recibido por gran parte de Asia. ¡Primakov!

A la percepción de la gran mayoría de los países asiáticos que se han visto invadidos, sancionados, ocupados, condicionados, «Ejes del mal», poseedores de armas de destrucción masiva dispuestos a utilizarlas… en el mejor de los casos países utilizados, se suma un elemento geopolítico largamente descuidado por los especialistas: la cantidad de población. En realidad se la tiene en cuenta en relación con la demanda de bienes y servicios, pero no se considera a la población per se.

En abril de 2023 India superó en cantidad de habitantes a China. Tanto una como la otra tienen el mismo porcentaje de población que todo el continente africano: 18%.

La población mundial asciende a unos 8.050 millones de habitantes de los cuales Asia cuenta con el 59% y si le sumamos el 1,4% de rusos europeos resulta que de cada 10 habitantes del planeta más de 6 son asiáticos-rusos. Europa con 747 millones tiene 9,3% de la población. América 1.046 millones, 13% del total de los cuales ―el 4,2% del total― son estadounidenses.

Una guerra que repentinamente costara la vida al 10% de la población de los Estados Unidos o Europa, sin importar que tan rotunda pueda ser la represalia, crearía tal caos social que se verían obligadas a abandonar la batalla. Si ese mismo porcentaje afectara a la población de China, el impacto relativo sería menor y seguiría combatiendo… Sin contar con que ambos tienen aliados, el resultado final no requiere muchos cálculos matemáticos.

Teniendo en cuenta estos cálculos muy básicos, resulta difícil comprender el motivo por el cual la soga se sigue tensando…

* Profesora y Doctora en Geografía/Geopolítica, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales, UNLP. Secretaria Académica de la SAEEG.

Referencias

[1] Ni tanto ni tan poco. Hace un siglo, para la flamante Sociedad de las Naciones, Turquía estaba en el grupo de las naciones «salvajes» en tanto la URSS era considerada una nación «bárbara».

[2] Véase Stanganelli, Isabel. “China y Rusia: dos colosos en busca de nuevos equilibrios”. En Diplomacia. Año 1999, No. 81, ISSN: 0716-193X. Escuela de Derecho, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. https://academiadiplomatica.cl/centro-de-publicaciones/ V Congreso Nacional de Ciencia Política. Academia Diplomática Andrés Bello. Santiago de Chile, noviembre 1999. Expositora con los temas: «Las nuevas relaciones Rusia-China» y «Sistemas de poder Internacional en la posguerra Fría y la política exterior de la Federación de Rusia».

©2023-saeeg®

TENDENCIAS EN ASIA EN VÍSPERAS DE LA CUMBRE PRESIDENCIAL DE LA ORGANIZACIÓN DE COOPERACIÓN DE SHANGHAI (OCS).

Isabel Stanganelli*

Mientras Occidente luce alienado por shocks económicos, guerras y otras calamidades, Asia parece buscar caminos para lograr alguna forma de concordia. Muchos de ellos han exigido tiempo, reuniones y negociaciones, a veces muy arduas y no siempre exitosas. Pero también se vislumbran avances y relaciones novedosas, se están formalizando alianzas otrora improbables y hasta ciertos países usualmente poco interesados en acuerdos o alianzas, están considerando conveniente aproximarse.

La mayor parte de estas novedades resultarán visibles en la Cumbre presidencial anual de la Organización de Cooperación de Shanghai OCS, a realizarse los próximos 3 y 4 de julio y que está preparando India, cuya presidencia ostenta este año[1].

Hechos destacados

1.- Turquía y Siria, con Rusia e Irán como mediadoras, han reiniciado el diálogo suspendido durante décadas y severamente dañado desde 2011, por el momento a través de funcionarios de alto rango de ambos países[2]. Acompaña a estos avances la readmisión de Siria en la Liga Árabe el 7 de mayo, luego de 12 años de ausencia, con la única condición de permitir el acceso irrestricto a quienes requieran ayuda humanitaria, aún en zonas fuera del control de Damasco. Qatar objetó el reingreso de Siria en la Liga Árabe pero no vetó esa decisión.

2.- Tras la adhesión de Irán a la OCS en 2022, India buscó revitalizar la cooperación económica con Teherán en la forma de una asociación a largo plazo, negociada por el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shamkhani, y el asesor de seguridad nacional de India en Teherán, Ajit Doval, para fortalecer la cooperación y comunicación a nivel bilateral, regional y multilateral entre los países de la región. Prestaron especial atención al desarrollo del puerto de Chabahar, modelo de cooperación entre Teherán y Nueva Delhi que también fortalece los esfuerzos conjuntos con Rusia y otras naciones para desarrollo de corredores económicos disponibles para el transporte internacional. La cooperación incluye también cuestiones bancarias bilaterales con las monedas locales, eliminación de sanciones y otros asuntos regionales así como la preocupación por la situación en Afganistán que intenta formar un gobierno inclusivo. Esta aproximación entre India e Irán sumada —como ya veremos— a la distensión entre Irán y Arabia Saudí son cuestiones que incomodan a Washington. A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos, India no necesita su ayuda para promover sus intereses en la región del Golfo.

3.- Bahréin, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos (EAU) además de Arabia Saudí, al ser socios de diálogo de la OCS y estar dispuestos a unirse a los esfuerzos de cooperación de esta Organización refuerzan la presencia de la misma en el golfo Pérsico. Los EAU han preferido mantener sus acuerdos comerciales con China (Huawei) y Francia (cazas Rafale) pese a las presiones de Washington, molesta además por la aproximación de la OCS al Golfo postergada hasta la actualidad por una prensa occidental negativa sobre Irán, que ya está perdiendo eficacia.

4.- La participación de grandes poderes asiáticos, como China e India, en Medio Oriente se incrementa en forma contínua. Con la mediación de China, desde el 10 de marzo de 2023 Arabia Saudí e Irán restauraron sus relaciones diplomáticas y aunque la puesta a punto de los documentos de respaldo llevaría un par de meses, ya firmaron acuerdos referidos al comercio e infraestructura tecnológica. La falta de soporte de Washington a Arabia Saudí en Yemen y sus ambiciosos programas nucleares de uso civil, la respuesta limitada a los ataques con drones de 2019 y 2022 contra los EAU y la misma Arabia Saudí y el intento de los Estados Unidos de presionar a Abu Dhabi y Riad para bajar el precio del petróleo en función de la situación en Ucrania redujeron las comunicaciones telefónicas entre el presidente Biden y sus pares en Riad, hicieron que el Golfo enviara menos petróleo al mercado y que los EAU recibieran al presidente sirio. La política de no interferencia china es válida en el Medio Oriente, pero Beijing requiere recursos… En 2021 firmó un acuerdo petrolero por 25 años con Teherán y celebró su primera cumbre con los EAU en 2022. Con estos ingredientes, que intercediera en las negociaciones de restauración del diálogo entre Irán y Arabia Saudí simplemente simplificaba las realidades geopolíticas regionales preexistentes. China además se opone formalmente a las sanciones internacionales contra Irán, aunque gracias a ellas Beijing prácticamente cuenta con la exclusividad de productos clave iraníes. La influencia de China sobre Irán es notable —y observa muy de cerca los desarrollos nucleares iraníes— pero mantiene su diplomacia de equilibrio entre facciones rivales del Golfo. El mismo mes que el presidente Xi visitó Riad, China abrió su primer consulado en Siria, en Bandar Abbas. Cuando se levanten las sanciones contra Irán (no hay fecha pero invariablemente en algún momento se levantarán y a la milenaria China no le importa esperar), Beijing estará primera en la lista para beneficiarse. Su premisa es: “no tomar partido… no hacer enemigos”. De ahí la base de su política con Rusia.

5.- El realineamiento de la política exterior de Turquía reforzando sus relaciones con los EAU e Israel (además de la ya mencionada normalización de relaciones con Siria y hasta con Arabia Saudí), han mejorado notoriamente desde 2022, con lo que su rol como potencia estabilizadora regional asociada a la OCS resulta cada vez más estratégico. Y ésta fue una gran noticia pues históricamente las relaciones habían sido pésimas. El actual escenario de diplomacia, independientemente del grado de éxito alcanzado, ha permitido acuerdos como los de Abraham, el foro de Negev, I2U2 (India, Israel, EAU y Estados Unidos), entre otros.

6.- Independientemente de las relaciones ya mencionadas entre China, Arabia Saudí e Irán, también se destaca la relación entre China y Turquía. Aunque China cuenta con una base militar —la única en el exterior— en la estratégica Djibouti, la magnitud de la misma es ínfima en relación con el poderío estadounidense. La seguridad regional ha estado tradicionalmente ligada a Estados Unidos y China no parece interesada en competir en ese terreno. Pero ambos actores juegan en Medio Oriente y el campo de batalla tiene que ver con las telecomunicaciones, la Inteligencia Artificial (IA) y el potencial industrial del Golfo —liderado por China— y con efectos en toda Eurasia. Y no se pueden desestimar las relaciones entre China y Turquía (miembro de la OTAN). Es que China, a diferencia de Estados Unidos, sí tiene planes para cambiar la economía regional con infraestructura digital, con infraestructura en medios de comunicación —nuevamente ligada a la IA— y con la capacidad para salvar económicamente a economías en crisis. Beijing triplicó desde 2019 sus exportaciones a Ankara y la ayudó a superar la crisis monetaria de 2022. Huawei y la construcción de redes 5G en la mayoría de los países del Golfo (Proyecto Huawei del Mar Rojo sobre energía solar, 2019) inspira pánico en Washington que considera que esa red puede recopilar inteligencia sobre aviones estadounidenses. Huawei proporciona la mayor parte de la banda ancha de Turquía.

7.- India y Rusia también se encuentran cada vez más próximas. El pragmatismo ideológico del gobierno del Primer ministro de la India, Narendra Modi, lleva al país a ampliar su participación estratégica y de seguridad en este Nuevo Orden multipolar propuesto desde Asia. Subramayam Jaishankar, ministro de Asuntos Exteriores de la India, ha calificado las relaciones con Rusia como una de las más estables en las relaciones globales. Incluso ante las presiones occidentales respecto de Ucrania, el gobierno indio ha respondido que sus decisiones responderán a su propio interés. Y al respecto continúa intensificando sus compromisos económicos: acuerdos de libre comercio, fabricación en India de material estratégico con patentes de Rusia, etc. Washington parece resignada, aunque intenta buscar alguna alternativa atractiva para de alguna manera recuperar a India. Si la propuesta es incrementar el desarrollo de Delhi atribuyendo al país un rol como garante de la seguridad continental: India no requiere este reconocimiento de Washington pues ya es un actor reconocido como potencia en ese continente y en muchos Estados no asiáticos (miembro del G-20, BRICS, Grupo Quad, etc.). India es importante comprador —y revendedor— de hidrocarburos rusos y a cambio coloca manufacturas indias en Rusia y en el mundo, la aceptación de tarjetas Ru-Pay indias y las Mir rusas en sus intercambios, los corredores marítimos entre Vladivostok y Chennai también benefician esta relación… Desde que Rusia decidió dar la espalda a Occidente —o viceversa—, el comercio bilateral con Delhi superó los 50.000 millones de dólares (abril 2022-marzo 2023), meta que Rusia e India esperaban alcanzar hacia 2025. No menos importante: la aproximación entre ambas potencias permite a India acceder a Siberia, al Ártico y al Lejano Oriente ruso y todos sus recursos. India aboga por un orden internacional multipolar democrático y Rusia no tiene reparos al respecto.

8.- Pakistán finalmente inició su aproximación a la OCS. A pesar de haber ingresado —como India— en 2017, Islamabad fue renuente a participar en esta Organización. Pero la sorpresa en la Cumbre ministerial de la OCS en mayo pasado fue la asistencia del Ministro de Relaciones Exteriores de Pakistán, Bilawal Bhutto Zardari, primera presencia nacional en 12 años. Ante las tensas relaciones entre su país e India, su joven presencia (33 años) fue considerada como muy favorable. Celebró dos cumbres bilaterales con sus pares de Rusia y Uzbekistán y asistió a todos los eventos durante la Cumbre. Posteriormente el cálido apretón de manos con su homólogo indio en la cena de gala indicó a los múltiples medios de comunicación presentes que la posibilidad de la presencia física (no virtual) del Primer Ministro Shahbaz Sharif en la Cumbre de julio 2023 es alta. Este dato resulta llamativo: el último enfrentamiento bélico entre ambos países ocurrió entre el 14 de febrero y el 22 de marzo de 2019 y causó cerca de 50 bajas, mayoritariamente indias. Sería deseable considerar a la próxima Cumbre una oportunidad para que ambos países allanaran sus diferencias históricas. Pero hasta el momento, el gesto de ambos dignatarios presentes muestra una tendencia que no puede permanecer ignorada.

9.- Arabia Saudí y Siria —junto con Jordania, Egipto e Iraq— a través de sus ministros de Relaciones Exteriores se pusieron de acuerdo para que Siria regresara a la esfera regional. Solicitaron en mayo en Amman el establecimiento de lazos militares y de seguridad con Damasco para eliminar la interferencia extranjera en Siria, apoyar las instituciones de este país para que pueda controlar todo su territorio e imponer el estado de derecho y principalmente lograr el fin de la ocupación estadounidense. La administración Biden tiene efectivos en el 30% del territorio sirio. El 18 de mayo el presidente sirio al-Assad llegó a la ciudad portuaria saudí de Yeda donde fue recibido por el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Abulgueit y altos cargos sauditas. Riad ha dado un giro a su postura previa para poner fin al conflicto iniciado entre ambos Estados en 2012.

10.- Las relaciones entre China y Rusia son complejas, asombrosas y de público conocimiento. Sin embargo su análisis justifica un tratamiento individual en otro escrito.

Conclusiones

Existen numerosas iniciativas quizás menos notables que las enunciadas, aunque cualquiera de ellas puede transformarse en un movimiento clave. La actual dinámica geopolítica obliga a permanecer en alerta estratégica.

Todas estas tendencias no pasan desapercibidas para Washington. La percepción más generalizada es que los Estados Unidos han perdido credibilidad a lo largo de las últimas décadas, principalmente en el Golfo y en el mundo árabe. Los desarrollos en Iraq, Afganistán, Siria, las Primaveras árabes, con una gestión Biden que continúa su estrategia de “difundir democracia” en el mundo son contradictorios y despiertan el escepticismo regional. Occidente se ha involucrado en diferente grado en conflictos de larga duración en el Medio Oriente, como el árabe-israelí y otros más actuales como los de Iraq, Irán, Líbano, (Libia y Sudán en África), Siria, Yemen…

El último acierto diplomático de Washington fue el acuerdo de Camp David, del que ya transcurrieron 45 años y aún quedan detalles por pulir.

La distensión Arabia Saudí-Irán incomoda a los Estados Unidos, la reducción de su influencia en los países del Golfo, la presión para abandonar Siria, el fracaso del Acuerdo de Abaham[3], la pérdida de mercados, la mayor importancia de India y China en el mundo, Rusia cada vez más cómoda en Asia son solo algunos aspectos que alteran los cálculos de la gestión de Washington.

En general los gobernantes árabes —siempre seducidos por el modo de vida occidental— se aproximan política y estratégicamente más a Rusia, China y el entorno asiático en general: miran más hacia el Este. Cada vez más señales indican que el futuro de la humanidad dependerá del continente asiático y las relaciones que sus potencias establezcan.

 

* Profesora y Doctora en Geografía/Geopolítica, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales, UNLP. Secretaria Académica de la SAEEG.

 

Referencias

[1] Recordemos que los integrantes permanentes de la OCS son China, Rusia, Tadjikistán, Uzbekistán, Kirguizstán, Kazakhstán, Irán (2022), India y Pakistán. Son observadores Mongolia, Afganistán y Belarús mientras que son socios para el diálogo Turquía, Arabia Saudi, Azerbaiján, Armenia, Qatar, Camboya, Nepal, Sri Lanka y Egipto. Los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait Maldivas y Myanmar recibieron el estatus de socios.

[2] Para detalles ver: Stanganelli, Isabel. “Aproximación Siria-Turquía, mediación de Rusia y reacciones de Estados Unidos”. En SAEEG, 09/05/2023, https://saeeg.org/index.php/2023/05/09/aproximacion-siria-turquia-mediacion-de-rusia-y-reacciones-de-estados-unidos/

[3] El “Acuerdo de Abraham”, firmado el 15 de septiembre de 2020 entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin promovió que se abrirían embajadas y promovería la cooperación en el comercio, el turismo, la tecnología, la energía y la seguridad al tiempo que suspendía planes de Israel de anexar partes de Cisjordania. El acuerdo generó controversias y críticas por grupos y países que apoyan la causa palestina y finalmente fracasó.

 

©2023-saeeg®