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MÚNICH 2025

Roberto Mansilla Blanco*

Putin pronunciando su discurso durante la Conferencia de Seguridad de Múnich.

 

Mucho se ha comparado en los medios de comunicación, principalmente españoles, que la conversación telefónica entre Putin y Trump para iniciar negociaciones de paz en Ucrania, previo a la Conferencia de Seguridad que cada mes de febrero se realiza en la localidad alemana de Múnich, tiene paralelismos con la política de apaciguamiento que Francia y Gran Bretaña tuvieron en 1938 con Hitler y que terminaron en el infame Pacto de Múnich en el que el dictador alemán terminó anexionando por completo a Checoslovaquia.

Esta narrativa mediática intenta sostener que el mismo destino de Checoslovaquia podría tenerlo Ucrania si Trump finalmente logra concretar con Putin esa negociación que, cuando menos temporalmente, ponga en la mesa un alto al fuego en una guerra cada vez más estéril para un Occidente atenazado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica y estratégica de Putin. No debemos olvidar que fue precisamente en la Conferencia de Múnich de 2007 cuando Putin dio un «golpe en la mesa» y puso fin a la etapa de complacencia de la Rusia post-soviética con Occidente, adelantando las directrices de la nueva reorientación geopolítica rusa.

En 2025 no le hizo falta a Putin realizar algún tipo de discurso reivindicativo: la realpolitik se ha encargado de terminar dictando su sentencia, cuando menos temporal, sobre la validez de los intereses geopolíticos rusos y la necesidad del Kremlin de mantener el control sobre sus esferas de influencia, Ucrania obviamente incluida.

Múnich vuelve este 2025 pero el contexto es bastante más complejo que esas referencias de 1938 y 2007. Mientras el vicepresidente estadounidense J. D. Vance se reunió en esa ciudad con el presidente ucraniano Volodymir Zelenski (muy probablemente para anunciarle que Washington no cuenta con Kiev para esta negociación con Rusia), la conferencia de seguridad ocurre en vísperas de unas elecciones generales alemanas donde la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), considerado un aliado del Kremlin, cabalga con fuerza para eventualmente formar gobierno.

Por otro lado, este 17 de febrero, el presidente francés Emmanuel Macron convocó en París a una cumbre urgente de seguridad para intentar fijar (al final infructuosamente) una posición común europea ante el «pacto Trump-Putin». Desplazadas de la atención de Washington y de Moscú, la UE y Ucrania se ven prácticamente incapacitadas para reconducir una negociación en la que los mandatarios de EEUU y de Rusia tienen muchos intereses comunes.

Zelenski pide ahora la creación de un «ejército europeo» para mantener viva la lucha en Ucrania (lo que puede interpretarse como una especie de «canto de sirena» a la desesperada), Macron se comunicó telefónicamente con Trump previo a la cumbre de París, lo que traduce que el anfitrión francés ni siquiera tiene muy claro el guion que debe asumir: si seguir siendo dependiente de las decisiones de Washington o dar el «golpe de timón» con una iniciativa europea propia ante las pretensiones estadounidenses y rusas de apartar a Europa y Ucrania de estas negociaciones.

Pero Europa aparentemente se ve decidida a seguir manteniendo el pulso con Moscú. Estonia, Finlandia y Dinamarca advierten de una Rusia militarmente más fortalecida a mediano plazo y con capacidad para expandir sus fronteras más allá de lo territorialmente ganado en Ucrania. Las repúblicas bálticas, miembros de la OTAN y de la UE, anunciaron a «bombo y platillo» y con la complacencia de Bruselas, su desconexión energética de Rusia. Ahora bien, la nueva factura de la luz, obviamente encarecida, ¿quién la terminará pagando?

EEUU y Rusia enviaron delegaciones a Arabia Saudí este 18 de febrero en previsión de una negociación unilateral Trump-Putin. Ambos mandatarios enviaron como jefes de delegación al Secretario de Estado Marco Rubio y al ministro de Exteriores Serguéi Lavrov. No es poca cosa, obviamente, como tampoco lo es el hecho de que las conversaciones se realizaran en la capital saudita, Riad. Esto fortalece las pretensiones geopolíticas sauditas de jugar fuerte en el tablero internacional, aspiraciones reforzadas a nivel regional tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria y la influencia de Riad en las nuevas autoridades en Damasco.

Paralelamente, Zelenski se reunía en Ankara con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, otra cumbre a tomar en cuenta porque confirma el papel de Turquía como mediador de importante nivel en estas negociaciones a varias bandas entre Trump y Putin. Como en el caso de Irán para Rusia, Turquía ha sido un prolífico suministrador de drones para Ucrania, toda vez que mantiene equilibrios estratégicos en torno a Rusia, la OTAN, EEUU, China e incluso en la nueva Siria donde tiene una influencia importante en el nuevo gobierno post-Asad.

Tres años después del comienzo de la guerra en Ucrania ya se habla abiertamente de negociación y de paz. Zelenski y Putin están desgastados en un conflicto militar en el que Occidente y la OTAN observaron su incapacidad para doblegar a una Rusia muy probablemente más fortalecida y que avanza en un reordenamiento «patriótico» que presagia una nueva política de seguridad y de defensa, menos condescendiente con Occidente y más orientada a fortalecer los históricos imperativos de seguridad rusos.

Zelenski está sufriendo en carne propia los efectos duros de la realpolitik. En su momento prometió que nunca se sentaría a negociar con Putin los territorios conquistados por Rusia. Pero el contexto 2025 dicta otra sentencia: Trump anuncia la imposibilidad de ingreso de la OTAN y de retorno a las fronteras de 2014 (Crimea fue anexionada por Rusia ese año) mientras especula con que Ucrania «probablemente terminará también siendo rusa».

Así que debemos preguntarnos: ¿Game over en Ucrania ante la realpolitik pura y dura? No está muy claro el panorama pero lo único perceptible es que el principal ganador es Putin, quien llevó a cabo una guerra en la que finalmente está dictando las pautas de la paz básicamente bajo sus condiciones: mantener lo territorialmente conquistado en Ucrania como esferas de influencia irrenunciables; y evitando que Kiev ingrese en la OTAN.

Por su parte, Trump, desinteresado por el futuro de Ucrania, estaría dispuesto a atender estas demandas de Putin probablemente bajo la perspectiva (quizás ingenua) de intentar alejar a Rusia del eje euroasiático con China, el «dolor de cabeza» de Trump. Esta perspectiva es importante tomando en cuenta que Trump está cortejando a India y Japón como nuevos ejes geopolíticos de influencia para contrarrestar el poder chino. No obstante, India y Rusia tienen a China como un socio estratégico (más importante en el caso ruso) vía BRICS y otros foros multipolares orientados a disminuir la hegemonía occidental y «atlantista».

Por cierto, China también observa con atención estos movimientos. Beijing siempre ha defendido el diálogo como mecanismo de solución de controversias y la participación de todos los actores en la negociación, una paz en Ucrania supone un bálsamo que le permita neutralizar el esfuerzo bélico de su aliado ruso mientras se prepara para la cada vez más indisimulada confrontación geopolítica y geoeconómica por parte de EEUU.

De ser este el caso, Beijing precisará cuando menos del apoyo irrestricto por parte de su aliado ruso, hasta ahora beneficiado por la neutralidad china en el conflicto ucraniano. Un quid pro quo, un factor de reciprocidad de alto nivel geopolítico que pondrá a prueba la alianza sino-rusa ante los embates del «terremoto Trump».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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UCRANIA: LA «GUERRA Y PAZ» DE PUTIN

Roberto Mansilla Blanco*

Donald Trump, Vladimir Putin, Volodimir Zelensky, Björn Höcke (líder de AfD), Martin Sellner (líder de la Neue Rechte de Austria) y el intelectual conservador Götz Kubitschek.

 

«No es realista el ingreso de Ucrania a la OTAN ni tampoco el retorno a las fronteras de 2014». Esto no lo dijo Vladimir Putin sino el nuevo Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, en su visita a la sede de la OTAN en Bruselas. La puesta en escena no podía ser más estratégica y relevante. Con ello, la administración de Donald Trump lanzaba un contundente mensaje precisamente en el centro de operaciones del «atlantismo», rompiendo así por completo tres años de apoyo irrestricto por parte de Washington al presidente ucraniano Volodymir Zelenski.

«Hagámoslo». Fue la respuesta de un Zelenski acorralado pero que intenta salvar su imagen tras acusar el golpe tectónico asestado por los 90 minutos de conversación telefónica entre Trump y Putin que dan paso al inicio de negociaciones (sin su participación) para finalizar la guerra en Ucrania o, al menos, generar un cese al fuego. ¿Recuerdan cuando Trump llegó a decir que solucionaría la guerra en Ucrania con un par de llamadas? Pues así fue. Una conversación Trump-Putin en la que Zelenski no participó pero de la que fue informado a posteriori demuestra su irrelevancia e intrascendencia, tan similar al trato que Trump y Putin han dado a la Unión Europea y la propia OTAN.

Así, Zelenski pasó de ser en su momento (2022) el «personaje del año» y el «paladín de la libertad» contra la «barbarie rusa» a prácticamente no jugar ningún papel relevante en una guerra en la que han invadido su país. Y la UE y la OTAN han pasado a ser meras comparsas en los planes de Washington y Moscú, sin descartar que Beijing mira con atención y tradicional discreción cómo evolucionan los acontecimientos.

En vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra en Ucrania, el contexto geopolítico determinado por el «terremoto Trump» y la paciencia táctica de Putin daba a entender que algo estaba negociándose entre Washington y Moscú. El tono tolstoniano expresado en el titular de este análisis interpreta que el mandatario ruso, haciendo gala de la proverbial «paciencia rusa», ha sido el auténtico artífice y maestro de ceremonias de este acuerdo aún en ciernes y en fase de toma de contactos, obteniendo prácticamente todas las demandas que tenía precisamente guardadas para la mesa de negociación.

Ya desde comienzos de 2024 y durante la campaña electoral, Trump dio muestras de querer poner fin al tema Ucrania. A grosso modo, el excéntrico mandatario estadounidense no engañó a nadie: Ucrania no le interesa más allá de sus «tierras raras», una buena parte de ellas precisamente bajo el control del Kremlin tras la «operación militar especial» iniciada en febrero de 2022.

Trump quiere desembarazarse de la pesada carga económica, militar y geopolítica que supone Ucrania para concentrar sus objetivos en su principal rival: China. Y en ello le van ciertos imperativos geopolíticos; mientras negocia la paz en Ucrania y busca con ello retomar los canales de relación con Putin para eventualmente alejarlo (probablemente de manera infructuosa) de su alianza estratégica con China, el mandatario estadounidense amenaza a Canadá, Panamá, México y hasta Gaza con anexarlos o «borrarlos del mapa» si no se atienen a sus intereses. Sus prioridades son otras. Y entre ellas no está Zelenski.

El imparable ocaso de Zelenski

La indiferencia de Trump con Ucrania y los compromisos de la OTAN son patentes. Llegó a decirle a Zelenski que Ucrania «podría llegar a ser rusa algún día». A diferencia de la complacencia que tenía con la administración Biden y consciente de su debilidad y escaso margen de maniobra, Zelenski recomendó un «acuerdo ventajoso con Washington», lo que es igual a decir que abre la veda para la explotación de tierras raras, las reformas y privatización económica y ventajas en la reconstrucción post-bélica a cambio de seguridad.

Incapaz de revertir militarmente la situación en el frente y desconociendo la realpolitik, Zelenski, quien siempre juró que no se sentaría a negociar una paz sin antes asegurar el control de los territorios ucranianos previos a la invasión rusa, ahora se ve en la obligación de ceder e incluso acepta que ese ingreso en la OTAN es prácticamente inalcanzable, tal y como advirtió Hegseth en Bruselas.

Queda por ver cómo quedará la posición de Zelenski especialmente a nivel interno y cómo le «vende» este acuerdo a una sociedad ucraniana cansada de la guerra pero que aún es incierto conocer si es favorable a conceder territorios. Así, ¿es posible una reproducción de un «Maidán» en Kiev pero al revés, ya no contra un presidente prorruso como Viktor Yanúkovich sino contra un presidente que ha cedido ante el enemigo ruso? Esta interrogante coloca en el centro de atención a una extrema derecha nacionalista ucraniana que ha ganado peso político y popularidad con su resistencia al invasor ruso.

Visto en perspectiva comparativa, y al igual que a la oposición venezolana con respecto al poder de Nicolás Maduro, a Zelenski le está pasando factura el cambio de poder en la Casa Blanca y la imparable maquinaria de los intereses geopolíticos. Trump sólo atiende a aquellos que realmente tienen poder en sus manos, desde Putin hasta Maduro.

En el caso venezolano, cuya diáspora en EEUU votó mayoritariamente a Trump (más del 90%), ahora cae de bruces con la misma realpolitik que está desgastando a Zelenski. Las órdenes de deportación de Trump de inmigrantes ilegales y la cancelación del TPS afectan a 600.000 venezolanos en EEUU.

Maduro recogió el guante y le aseguró en Caracas al enviado de Trump, Richard Greeling, que está dispuesto a colaborar con Trump en ese sentido: recibir a esos inmigrantes venezolanos ilegales. Por otro lado, el cierre de USAID por parte de Trump deja a la oposición venezolana y a Zelenski sin una fuente de ingresos y de apoyo político «humanitario» que ahora la Casa Blanca amenaza con destapar en sus entrañas, especialmente en cuanto al uso de esos recursos.

En definitiva, Putin, con el fait accompli de Trump, terminó geopolíticamente ganando este pulso en Ucrania (y también en Venezuela) mientras avanza en el frente bélico (Adviika y Provosk) Ha logrado imponer su voluntad de negociar directamente con Trump sin intermediarios ni interferencias. Lo que no queda claro es si lo que viene para Ucrania es el «punto final» del conflicto o más bien un «punto y aparte».

Países miembros de la OTAN geográficamente muy próximos a Rusia, como Estonia, Finlandia, Dinamarca y Polonia, advierten sobre las intenciones futuras del Kremlin de querer avanzar sus fronteras con nuevos ataques militares, preparándose a mediano plazo para una guerra que aparentemente ven como inevitable, aunque no existen certezas claras al respecto.

Putin reordena una Rusia más «patriótica»

Si bien obviamente lo ha aceptado, el plan de Trump en Ucrania ha transferido un prudente silencio en Moscú, muy similar al que existió tras la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria. Este perfil del Kremlin puede evidenciar la confirmación de una especie de quid pro quo con Washington: dejar caer una pieza estratégica como Siria (y con ello otorgar asilo a al Asad) a cambio de ventajas geopolíticas en Ucrania, la prioridad para un Putin que es consciente de que no lo es para Trump.

A la espera de cuándo y cómo se darán esas negociaciones en Ucrania, este prudente perfil ruso apunta a otra perspectiva: trazar definitivamente sus «líneas rojas» con Occidente y asegurar compromisos tangibles para su seguridad (abortar cualquier expansión occidental y de la OTAN hacia sus esferas de influencia) que pongan fin a décadas de desencuentros tras una «posguerra fría post-soviética» que vuelve a observar los cánones del sistema de balanza de poder imperante en Europa en el siglo XIX pero con las variables de la tripolaridad EEUU-China-Rusia de un siglo XXI cada vez más multipolar.

El mensaje de Putin es claro: no queremos volver a las promesas vacías occidentales de 1991 tras la desintegración de la URSS sobre la expansión de la OTAN hacia el Este europeo y el espacio ex (o post) soviético. Ucrania es la pieza clave pero también Georgia, cuyo «Maidán» fue recientemente neutralizado por Moscú con un gobierno afecto toda vez que Armenia comienza a salir de ese esquema pidiendo su ingreso en la OTAN y la UE y saliendo de la OTSC. Los acuerdos de Rusia con Corea del Norte e Irán refuerzan esa perspectiva del Kremlin de asegurar sus posiciones defensivas vía nuevos aliados militares y económicos.

Putin y la nueva nomenklatura imperante en el Kremlin están curtidos en estos asuntos. Asumieron a duras penas la desintegración de la URSS y la ausencia de un poder central efectivo para asegurar sus fronteras pero están convencidos de la imperiosa necesidad de no repetir ese escenario con la nueva Rusia que emerge en el tablero geopolítico global. Para Putin, ese acuerdo en Ucrania implicará bases firmes para fortalecer compromisos con EEUU y la OTAN de no interferir en las esferas de influencia rusas vía «revoluciones de colores» o «Maidanes». Ahora bien, ¿aceptará la «línea dura» de la OTAN esa perspectiva rusa? ¿Implicará este acuerdo en Ucrania el divorcio de Trump con la OTAN?

Para fortalecer en casa esta perspectiva de una Rusia «patriótica» que vuelve a pisar fuerte en el escenario global, el Kremlin avanza en una decidida agenda de revisionismo histórico y nueva narrativa nacionalista con elevados visos de popularidad interna.

El Kremlin potencia el revisionismo historiográfico como herramienta efectiva de poder dentro de la sociedad rusa a la hora de configurar una nueva narrativa nacionalista, fortalecida por los avances militares y la adquisición de nuevos territorios en Ucrania, la permanente confrontación con Occidente, especialmente EEUU y la OTAN, y la capacidad rusa de resistir este pulso, lo que implica cambios en la orientación geopolítica y estratégica rusas incluso vía nuevas doctrina militar de seguridad y nuclear.

Con la posibilidad cada vez más real de una negociación en Ucrania que confirme las ganancias territoriales rusas, el Kremlin se esfuerza para preparar ideológicamente a la sociedad hacia una nueva narrativa que justifique e incluso glorifique el esfuerzo militar en Ucrania como atenuante ante la permanente hostilidad occidental. Así, evitar el ingreso ucraniano en la OTAN es interpretado (con obvia certeza) como un triunfo geopolítico ruso logrado en el campo de batalla. Las reminiscencias de la «Gran Guerra Patriótica», la victoria contra el nazismo y el fascismo en la II Guerra Mundial, completa este cuadro de revisionismo histórico «patriótico» tendiente a recuperar el orgullo y la identidad rusa.

Un caso significativo de revisionismo histórico ocurrió en diciembre pasado con motivo de la defensa de una tesis por parte del metropolitano Tikhon Shevkunov, proveniente de Simferopol, la capital de Crimea, quien se ha convertido en una especie de intelectual nacionalista ruso conveniente para los intereses del Kremlin de propiciar un relato histórico «patriótico», con especial presencia en redes sociales. Miembros de la comunidad universitaria en Rusia criticaron la disertación de Shevkunov (que explicaba el colapso del Imperio ruso y cómo el poder eclesiástico terminó salvando a la monarquía zarista) como «escasamente científica», especulando con intereses políticos detrás de la misma.

Igualmente debe observarse el impacto mediático como el canal ultraconservador Tsargrad, propiedad del oligarca Konstantin Malofeev, incluido en la lista de sancionados por Occidente; y del medio de entretenimiento como Star Media, prolífico en cuanto a la producción de series de contenido histórico vinculadas a la Gran Guerra Patriótica, y que definen ese viraje conservador y nacionalista que el Kremlin imprime dentro de la sociedad rusa.

Otra clave dentro de esta estrategia narrativa es la recuperación de la idea del Mundo Ruso (Novy Mir) tanto hacia la diáspora rusa como ante el retorno a la «Madre Patria rusa» de aquellos compatriotas étnicos y rusoparlantes en los territorios conquistados en Ucrania (Donbás, Zaporiyie, Mariúpol, además de Crimea) donde el Kremlin ha invertido importantes cantidades en reconstrucción de infraestructuras bajo un proceso acelerado de «rusificación» de esos territorios.

Esta perspectiva entronca con aquellas afirmaciones de Putin sobre la desintegración de la URSS como el «mayor desastre geopolítico del siglo XX» así como de la necesidad de defender a los «25 millones de rusos» que quedaron desamparados y sin protección por parte de Moscú en las repúblicas ex soviéticas a partir de 1991.

Este proceso está reordenando las piezas políticas en Moscú bajo nuevas elites «patrióticas» emergentes que desplazan del centro de poder y de popularidad a aquellos oligarcas rusos que desde el exterior han terminado denunciando la guerra en Ucrania. Este proceso de nueva geometría de poder en Rusia podría incluso arrojar claves sobre la permanencia del sistema de poder instaurado por Putin una vez finalice su actual mandato en 2030, arrojando incluso posibles claves sucesorias en caso de desistir de una nueva reelección.

Alternativa por Alemania (AfD): la otra clave del acuerdo Trump-Putin

Pero este anuncio de negociación Trump-Putin sobre Ucrania no acontece únicamente en vísperas del tercer aniversario del inicio de la guerra sino también previo a unas elecciones generales alemanas (23 de febrero) donde el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD), considerado aliado del Kremlin, aparentemente sube en las encuestas y lo coloca con la capacidad suficiente para ganar esos comicios y liderar el otrora considerado «motor de la UE».

Independientemente si llega al poder, AfD se encamina a convertirse en el principal partido «antisistema» en Alemania y con posibilidades de ejercer influencia en Bruselas.

Tanto como el directo apoyo mostrado a AfD por parte de Elon Musk están también sus aliados europeos. Entre el 8 y 9 de febrero se celebró en Madrid un Congreso de «Patriotas por Europa» organizado por VOX que reunió a lo que ya se puede considerar como la derecha trumpista europea: además del anfitrión Santiago Abascal estuvieron el italiano Matteo Salvini (junto a Abascal señalado como aliado del mencionado oligarca ruso Malofeev), el presidente húngaro Viktor Orbán (aliado de Rusia y China), la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, entre otros.

El objetivo del congreso era unir estrategias para criticar a las elites europeístas, fomentar la alianza transatlántica del «trumpismo» y ascender al poder por la vía electoral en futuros comicios como el de Alemania o las presidenciales en Francia de 2027.

A AfD se le ha considerado como «el peón del eje euroasiático ruso-chino en la UE». La agrupación ha criticado la ayuda a Ucrania por parte del gobierno de Olaf Schölz mientras ha pedido resetear las relaciones de Berlín con Moscú bajo imperativos principalmente energéticos. El temor en Bruselas a un gobierno de AfD en Berlín con posible alianza con los conservadores de la CDU y los liberales podría haber persuadido a la vecina Austria a torpedear la posibilidad de un gobierno de coalición entre los conservadores y la extrema derecha del FPÖ, un aliado de AfD.

La política exterior de AfD defiende el principio de la no inherencia en asuntos de otros Estados. Mantiene la neutralidad en torno a las crisis de Ucrania y Taiwán mientras pide estrechar lazos con Rusia y China. También ha pedido que Alemania ingrese como miembro observador en la Unión Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghai así como ampliar la cooperación con China vía Rutas de la Seda. También ha mostrado sus recelos a la hora de mantener los compromisos con la OTAN, la UE y EEUU.

En su manifiesto electoral, el AfD pide la soberanía monetaria, defiende el proteccionismo económico, considera a la UE como un «proyecto fracasado» mientras impulsa la idea de la Europa de Naciones. En perspectiva, aborda ideas muy similares a las que llevó a cabo Nigel Farage (otro aliado de Trump y de Musk) en Gran Bretaña con respecto al Brexit en 2016. AfD no descarta una especie de «Dexit», la salida de Alemania de la UE, mientras defiende la cooperación económica con China y energética con Rusia.

Para confirmar estas ideas vale la pena reproducir algunas declaraciones realizadas por los principales líderes de AfD así como del gobierno ruso que confirman esa sintonía entre la ultraderecha alemana y el Kremlin.

El candidato de AfD para la jefatura de gobierno alemana, Björn Höcke, declaró que «si fuera Canciller… mi primer viaje al extranjero me llevaría a Moscú». El ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov replicó llamando a AfD como «una fuerza importante». En una conferencia estatal en Arnstadt ante 300 personas, Höcke declaró que «Rusia se ve a sí misma como una contrapropuesta a la hegemonía universalista de la potencia mundial no europea, EEUU. La paz en Europa depende de las buenas relaciones entre Alemania y Europa con Rusia».

Según el profesor Matthias Quent, experto en extrema derecha por la Universidad de Magdeburgo-Stendal: «La AfD y el gobierno ruso tienen una asociación estratégica informal de confirmación y legitimación mutuas. La AfD y el régimen ruso comparten la lucha contra el Occidente liberal y sus valores. Ésta es exactamente la lucha que pide el asesor ultranacionalista del Kremlin ruso, Alexander Dugin».

Según el politólogo Georg Restle: «Ganar con Putin, por un nuevo orden mundial dominado por Rusia. No, eso no tiene nada que ver con una campaña contra AfD, de eso se trata exactamente el partido».

AfD se nutre mediáticamente de las aportaciones de Götz Kubitschek, ideólogo de las extremas derechas europeas partidario de las deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, principalmente de refugiados sirios. En 2015, la canciller alemana Ángela Merkel acogió casi un millón de refugiados sirios. Desde entonces, AfD ha ido creciendo exponencialmente a nivel electoral.

Otros inspiradores mediáticos de AfD son el influencer austríaco Martin Sellner (estuvo presente en Madrid en el Congreso organizado por VOX) y la también ‘influencer’ alemana Naomi Seibt, identificada en plataformas de nacionalismo xenófobo como una joven promesa. Ambos mantienen activa la red fascista global en su país.

Algunas fuentes han revelado reuniones secretas entre el AfD, la CDU y el propio Sellner para trazar estrategias de deportación masiva de inmigrantes. Incluso se utilizó, casi sarcásticamente, la referencia histórica de la Conferencia de Wansee de 1942 que tipificó la «Solución final» contra los judíos y otras minorías.

De acuerdo con fuentes informativas existen en Alemania unos 35.000 activistas de extrema derecha, 15.000 de ellos considerados como violentos fichados por los organismos de inteligencia. Desde 2015 se han verificado 1.104 de ataques violentos por parte de estos grupos.

Höcke proviene de las filas de Der Flügel (El Ala) una organización de extrema derecha muy vinculada a White Power en EEUU. Ha venido defendiendo el denominado «Proyecto Remigración. El Gran Reemplazo» que incluye reformas a los derechos de asilo, recuperación de las fronteras europeas, policías fronterizas, vallas y campos de migrantes fuera de Europa, muy similares a las ideas de la primer ministro italiana Giorgia Meloni y del húngaro Orban.

Según algunas fuentes este discurso convence a 1 de cada 5 alemanes. Es de prever que los decretos de Trump sobre deportaciones masivas de inmigrantes ilegales en EEUU sirvan de referencia para AfD y sus partidos aliados o simpatizantes tanto en Alemania como en Europa para instaurar medidas punitivas similares. Pero de cara a las elecciones del 23 de febrero, el pulso político y electoral en Alemania está mediatizado por las consecuencias colaterales de lo que se negocie por Ucrania y los pulsos geopolíticos entre Rusia y Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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LAS AMBICIONES DE TRUMP-MUSK NO SON TAN «RARAS»

Roberto Mansilla Blanco*

«Tierras raras». Este parece ser un concepto clave en esta segunda presidencia de Donald Trump en la que se van perfilando sus verdaderos intereses. Desde Groenlandia hasta Ucrania, el excéntrico mandatario estadounidense que no para diariamente de gobernar a golpe de decretazos para desmantelar el statu quo tiene en mente una ambición: controlar la explotación y el negocio de estas superficies ricas en minerales estratégicos para acicalar el «nuevo orden mundial» que anuncia junto a su gurú Elon Musk que ya actúa casi como un «Gran Hermano» orwelliano.

Veamos el mapamundi y la geopolítica detrás de las «tierras raras». EEUU, Brasil, Rusia, India, China y Australia lideran el ranking de países con reservas de «tierras raras». Groenlandia también tiene reservas, tal y como verificó Musk. Pero a pesar de las amenazas, invadirlo no sería tan sencillo. Por eso hay que buscar alternativas así sea necesario provocar una crisis dentro de la OTAN. Así, el caso de Groenlandia implica provocar a un país, Dinamarca, que quizás solo sería noticia por el fútbol y que ahora comienza a tomarse en serio una hipotética invasión a su ex territorio o «esfera de influencia». Sí, esta vez el que invadiría no sería Rusia sino EEUU. Sería una invasión «dentro de la OTAN» y no de un enemigo exterior.

Ya que hablamos de Rusia vayamos a Ucrania. En medio de una posible cumbre Trump-Putin, el estadounidense ya advirtió al mandatario ucraniano Volodymir Zelenksi que le abra el mapa de las «tierras raras» en Ucrania como condición para seguir manteniendo este tinglado de ayudas económicas y militares con una OTAN cada vez más perpleja. No vaya ser ahora que el Kremlin, que tiene bastantes reservas de esas «tierras raras», sea ahora el que domine esos minerales en los territorios anexionados por la guerra. Ucrania es considerado uno de los principales proveedores mundiales de materias primas críticas esenciales como son las «tierras raras», importantes para la industria de la defensa, alta tecnología, aeroespacial y energía verde, en particular coches eléctricos. De allí el posible interés de Musk vía Tesla.

La disputa por el control de estas «tierras raras» provoca una fuerte guerra entre EEUU y China por las cadenas de suministro. Pero no son solo las «tierras raras», que de tanto mencionarlas ya no nos parecen tan raras. Otras riquezas minerales entran también en juego. Hablemos específicamente del litio. Aquí hay mucho en África y América Latina, espacios aparentemente de poco interés para Trump salvo que los intereses de la noticia «tecno-oligarquía» que domina la Casa Blanca termine por enfocarlos cómo prioritarios.

Veamos algún casos: República Centroafricana y Bolivia, por ejemplo. En el país andino irán a elecciones presidenciales en agosto. El asunto está complicado, con divisiones políticas y crisis económica que pueden incentivar el malestar social. Caldo de cultivo más que suficiente para que Washington intervenga pero ya no vía USAID (o quizás con una nueva versión), esa plataforma de apoyos a los aliados de la Casa Blanca y que Trump quiere cerrar para seguramente montar otra. En 2024 Bolivia, país rico en gas natural y estaño, vivió un enigmático intento de golpe de estado contra un gobierno izquierdista que tiene como aliados a Venezuela, Cuba, Rusia (cooperación militar y energética), Irán (cooperación nuclear) y China (principal socio comercial).

Y seguimos. Pasemos a la política comercial. Aquí Trump está siendo intenso. Aranceles draconianos contra Canadá, México y China. El primer ministro canadiense Justin Trudeau (que renunció en enero pasado) y la nueva presidenta mexicana Claudia Sheinbaum reaccionaron rápido manteniendo sendas conversaciones telefónicas con Trump como efecto disuasivo. ¿Resultado? Aranceles «congelados» durante un mes. Pero el aviso de Trump es claro: no me gusta el NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Y para eso hay que desmantelarlo a punta de presión comercial.

El «Make America Great Again» precisa controlar territorios apetecidos históricamente. Por eso las amenazas de anexionar Canadá y cambiar el mapa del Golfo de México por Golfo de América. Pura retórica matona para amedrentar. Pero no es así con China, que no pica en el chantaje trumpista. Beijing ya preparó sus propios aranceles contra EEUU en esta «guerra fría» comercial mientras potencia su propia Inteligencia Artificial y se prepara para posibles escenarios de guerra.

Si hablamos de guerras no sabemos si seguirá para Rusia en la post-Ucrania o de Israel en Gaza. Trump recibió a su amigo eterno, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, asegurando que los palestinos «desearían marcharse de Gaza». Previamente advirtió de expulsar palestinos a Jordania y Egipto. Cuando fue la invasión israelí del norte de Gaza (octubre de 2023) empresarios inmobiliarios israelíes aseguraron que el terreno «limpio de palestinos» servirá para hacer «el mayor parque temático de atracciones en Oriente Medio». Con Trump y Musk en la Casa Blanca, habrá «luz verde» por lo visto. Trump habla de hacer de Gaza la «Riviera de Oriente Medio».

Queda Ucrania, rica en «tierras raras» y miserias políticas, para desgracia de un pueblo ucraniano que ya no quiere más guerras. Kiev sabe que no puede aguantar sin efectivos y con la previsible caída en desgracia de Zelenski por parte de Trump. Putin no se desespera; sabe que tiene un «caballo ganador» tanto en el terreno militar cómo en la negociación. La tregua será probablemente bajo las condiciones de la Casa Blanca y del Kremlin. Un este ucraniano ya completamente rusificado y con la promesa de que Ucrania no ingrese en la OTAN. Pero también surgen informaciones de presuntos problemas de reclutamiento en Rusia. Escenario complejo pero queda claro que con Trump todo es posible. Las incertidumbres muchas veces se convierten en certezas.

Queda una interrogante a futuro: ¿habrá guerra de la OTAN contra Rusia? ¿Y en Taiwán contra China? Especulaciones de todo tipo pero que van cobrando forma. Por cierto, Trump ya amenazó a Taiwán con esas mismas sanciones aplicadas a China pero con el foco en la industria de los chips. Palo y zanahoria de lado y lado, por si acaso. Pero para el eje Trump-Musk, mientras aguante, las rarezas muchas veces son certezas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/as-ambicions-de-trump-musk-non-son-tan-raras-roberto-mansilla-blanco/