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PANDEMIA: CUARENTENA O ECONOMÍA. AISLARSE O NO AISLARSE. ESE ES EL DILEMA.

Elio Prieto González*

 Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

La pantalla del televisor es desde hace años una parte importante de la extensión del mundo que habitamos. Otras pantallas, como la del celular o la PC, se han convertido en el espacio donde momentáneamente vivimos. Hay canales de televisión que ofrecen 30 segundos de calma en los que se ven los paisajes del mundo de ayer. Al inicio de una sesión o al comenzar el día de clases, encuentro faros en total soledad, prístinas cascadas, bosque de bambúes cubiertos de un rocío que parece mojar mis dedos.

En la televisión la gente se arremolina en corrientes intensas, que demuestran que el hombre es un animal tozudo, que no se detiene ante un virus, aunque este sea mortífero y en este momento de la historia reciente la gente vuelve por sus fueros a desafiar la muerte y a morir y a matar. La pantalla devuelve una imagen irreal, superpuesta sobre ciudades vacías, multitudes movidas por un reclamo, grupos que revindican su derecho a morir si así lo desean, mientras otros que reivindican el derecho de todos a vivir.

Al cambiar de canal los gases lacrimógenos mutan en indóciles economistas que exponen los signos de un apocalipsis, mientras médicos, virólogos, y epidemiólogos (palabra casi desconocida hace tres meses) explican curvas modélicas que muy poco se entienden. Expresan los hechos en números, las muertes y el sufrimiento en tendencias, las acciones en más o menos bolsas para cadáveres. Se debaten las medidas que deberían adoptar los que toman decisiones. Se dice que la muerte puede ser menos letal que la pérdida de la producción y se amenaza con el hambre, la inflación, la desesperación, lo que cual hace resonar en la memoria, las imágenes de una catástrofe viral, serializada.

Los zombis están muertos y sedientos de sangre, no conocen ni tienen un alma tras los ojos, han sido víctimas del virus. Los hambrientos no conocen, están casi muertos, pueden o no haber sido víctimas del virus, pero sí serían las víctimas de la parálisis de todo un país. Economistas que entienden de curvas, deciden obviar las de los epidemiólogos, y la realidad se divide en dos: vida o economía. Los argumentos y los gritos de los que salen a la calle a vociferar conspiraciones resurgen como una pesadilla que se abre paso durante el sueño, cuando se baja la guardia y el miedo y la incertidumbre se hacen con la realidad.

En su autismo profesional hay economistas que no ignoran que cada dato positivo, real, cada número, significa una persona diagnosticada, un contagio, una vida, una muerte. Los epidemiólogos, los virólogos, los que desarrollan esta o aquella droga o utilizan alguna otra en uso, para ver si de una vez se logra que las personas, los morituri, “los que van a morir” no mueran. Todo, frente a las limitaciones de una ciencia que desde la última epidemia multiplicó por miles su conocimiento, para revelarse impotente en este primer tramo del enfrentamiento a la quimera, un virus que, pudiera decirse, tiene maldad. Sin embargo, sabemos que los virus, no pueden tenerla, porque para ello es necesario pensar y los virus no piensan.

En las pantallas los médicos explican, los economistas y algunos políticos explican. La realidad explica, es elocuente, porque se manifiesta en la cifra de muertes y en la velocidad con que los sistemas se saturan. El número de camas en terapia intensiva es un denominador que atemoriza como la hoja de una guillotina. Si son menos son más los morituri. Hay historias que se refieren a un hospital de campaña o a una emergencia con victimas múltiples. Se habla de elegir a quién tratar de salvar de acuerdo con las probabilidades y estas deben ser explicadas también. Los médicos han sido conducidos, como ocurre en las guerras, a la categoría de una deidad menor, que decide quien muere, es lo inevitable y quien vive,  que a veces muere por igual, sin remedio

Entonces en medio de las discusiones, se abre paso una intuición emocional teñida de ideas, de un conjunto de certezas previas, de una visión del mundo. Las ideas de algunos economistas coinciden con las de ciertos epidemiólogos que opinan que es mejor que mueran los más débiles, para poder retornar cuanto antes a un mundo en el que la cantidad de inmunizados impida el progreso de la enfermedad. Llegar a este punto significaría un 60% o más de contagios, en un tiempo que sería menor, si se permite que la población transmita el virus libremente. No importa que aún no sepamos si la inmunidad será duradera o temporal, como la de la gripe pero es evidente que sin tratamiento efectivo para la afección o sus complicaciones el número de muertes debe ser muy grande. Esa parte de la narración se transmuta en la referencia a una catástrofe natural. Porque se aduce que las muertes son inevitables, porque detener la economía es inevitable. La primera y la segunda inevitabilidad son el resultado de decisiones y las decisiones pueden ser fruto de los grupos de presión. En la vida virtual de las pantallas y en la calle.

Las opciones llevan casi al mismo resultado, sólo cambia algo que para los economicistas es un muss es sein, (debe ser, en el sentido de un destino) que es la cifra de muertos. Es falso, porque los epidemiólogos y economistas que han visto los resultados parciales de la opción económica, han concluido que si las muertes se disparan por encima de ciertos valores, que yo desconozco y asumo que alguien está trabajando en definir el umbral de inhibición económica por mortalidad. Si se sobrepasa este valor, la economía se hunde, el desempleo se dispara, el PBI se contrae, las compañías quiebran, se agotan por falta de personas, puesto que el efecto combinado de las muertes, los despidos y el temor a salir a la calle, la derrumban. Sea cual sea la opción debe caer. Trampa 22 que le dicen a esa situación sin salida.

En medio de esto, es necesario distinguir entre los que plantean un debate falso y los que optan por no oponer la economía y la vida, que intentan mitigar los contagios mediante el aislamiento y al mismo tiempo limitar los efectos económicos que han sido multiplicados por las inequidades previas a la pandemia, mediante el nada sencillo e inusual expediente de aplicar el conocimiento científico a las decisiones políticas. La opción de aplicar el conocimiento para limitar la propagación y las muertes incluye el freno a los despidos y el otorgamiento de subsidios y prestamos, la ayuda alimentaria. Medidas que son insuficientes según los críticos, pero reales y sostenidas. Incluyen también la flexibilización de las cuarentenas, en función de los comportamientos locales de la pandemia, lo que pretende disminuir en lo posible el colapso económico.

La interacción entre científicos y decisores políticos a nivel nacional, provincial y local es la base de la generación de medidas en la epidemia que no siendo infalibles han mostrado en las cifras resultados beneficiosos. Los guarismos no traducen el sufrimiento, pero pueden ser también sentidos además de interpretados y están mostrando mejores resultados, en comparación con países donde se han priorizado algunos protagonistas de la economía y se ha propiciado la muerte preferencial de los más débiles biológica y socialmente. Las cifras de muertos en las comunidades de menos ingresos, son elocuentes.

Es bueno recordar que en las condiciones europeas, las cifras de contagios y de muertos no fueron impulsadas por las villas o barrios que sí están presentes en América Latina. Las villas pueden tener sobre la pandemia el mismo efecto acelerador de las aguas cálidas sobre la fuerza de los huracanes. No es una especulación, es un hecho.

La necesidad de mantener la cuarentena apunta a la preservación del entramado social básico, esto supone al sostenimiento de los servicios, la producción de energía y alimentos, la educación virtual.

La flexibilización en los términos de la cuarentena, responde al hecho de que al haber menos muertes, las tensiones por salir y por la vuelta a la normalidad afloran al disminuir la percepción del riesgo. Es un efecto contradictorio, atendible en la medida en que se considera por los expertos que los riesgos de aumento del número de contagios, son aceptables. No obstante, sus resultados están caracterizados por probabilidades y es por eso que puede haber marchas y contramarchas.

Los que abogan por mantener el aislamiento lo hacen en la confianza de que es imprescindible ganar tiempo, mientras se logra un tratamiento que disminuya la mortalidad o una vacuna que frene los contagios. Esto expresa la esperanza que puede encontrarse una forma de inactivar al virus, en alguna de las etapas de la infección o moderar la inflamación que destruye los pulmones y trabajar para conocer en detalle la razón de las diferencias de severidad y mortalidad en función de la edad y muchas otras cosas que aún no se saben.

El tiempo es necesario para encontrar la cura o la vacuna, para habitualizar los hábitos, para que las personas comprendan e incorporen a su estructura moral que pueden ser los benefactores de quienes los rodean o sus matadores. La enfermedad puede dejar de ser lo que es. Pero, el tiempo es necesario.

La moral es la herramienta que pueden usar las sociedades para ayudar en esta búsqueda de tiempo. Aunque sepamos que no todos adoptan conductas nacidas en lo ético y que se sostienen en el conocimiento. Lo íntegro es usar un barbijo además de lavarse las manos, porque se concluyó que era lo mejor para frenar una propagación que ocurre principalmente por micro gotas que saltan de nuestras bocas mientras respiramos o hablamos y entonces utilizarlos se convirtió en un hecho esencialmente moral. Es necesario un nuevo código de conducta, basado en la información que nos permita actuar para hacer el bien y allí es donde además de las ideologías en pugna, se expresa con toda la fuerza la solidaridad dentro de la especie y también, por contraste, la capacidad nociva de las informaciones falsas, la letalidad de las acciones que desarman la única protección indudable, dejar al virus a una distancia en que no puede encontrar células para internalizar su ARN y convertir a una persona en un arma cargada.

Informaciones y acciones falsas, deliberadas, originadas en el desconocimiento. Los virus son una realidad de difícil comprensión. Informarse bien o desinformarse bien, desnuda la falta de compasión por los otros o simplemente las malas intenciones. En la pandemia la ignorancia es también el mal.

La necesidad de una nueva forma de actuar en sociedad, la importancia de explicar la realidad compleja y aceptar que la ciencia no es una conspiración, no serán satisfechas fácilmente. La realidad no admite interpretaciones caprichosas, que cuando se apartan de la evidencia científica, se paga en vidas, no es un momento para creer o no creer. No hay opciones. Días y semanas, quizás meses después, los efectos pueden aparecer como resultantes gravísimos de aquellos errores a primera vista imperceptibles en la respuesta frente al virus. Que no es más que una molécula, envuelta en otras y que lo único que hace es entrar a una célula, multiplicarse y destruirla y en el proceso matar a muchos. Es un mecanismo preciso y letal.

El camino hacia la salida está en actuar conforme a las propuestas de los que tienen la autoridad científica para contribuir a la protección de todos. Es la beneficencia informada. Es el imperativo de saber para hacer el bien. Es la moral frente a la infección la que nos debe proteger, pues es la guía para buscar el mayor bien para el mayor número de personas. Un imperativo que nos impide desechar a seres humanos por pobres, viejos o enfermos.

Luego, la especie prevalecerá, pero a diferencia de épocas anteriores con menos pérdidas. Este resultado es biológicamente factible, pero sólo si son socialmente aceptadas y sostenidas las conductas de protección; esas que surgen no de las necesidades impuestas artificialmente, sino de la condición necesaria para que pueda considerase cualquier otra. Sobrevivir. Uno a uno.

* El autor es médico genetista. Investigador en Genética Toxicológica y profesor universitario. Centro de Altos Estudios en Ciencias Humanas y de la Salud (CAECIHS). Universidad Abierta Interamericana.

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LA INTELIGENCIA SANITARIA. UNA INTELIGENCIA SECTORIAL DE LA INTELIGENCIA ESTRATÉGICA.

Marcelo Javier de los Reyes*

Introducción

La actividad de inteligencia debe desarrollarse para anticipar las amenazas, para la adecuada toma de decisiones para la prevención y la resolución de conflictos que pudieran derivar en crisis.

Por su parte, la Inteligencia Estratégica requiere de información de diversas fuentes y su producto contribuirá a la Planificación Estratégica Nacional, la que tiene por propósito el largo plazo, vinculando la información de todas las áreas de inteligencia interior y de inteligencia exterior, así como las provenientes de otras áreas sectoriales de la inteligencia, con el objetivo de poner en manos del gobierno los elementos fundamentales para la toma de decisiones.

Entre esas inteligencias sectoriales que nutren a la Inteligencia Estratégica deben mencionarse la Inteligencia Estratégica Militar, la Inteligencia Criminal y la Inteligencia Competitiva. La Inteligencia Médica se halla dentro de la Inteligencia Militar pero a los efectos de optimizar la Planificación Estratégica —y como consecuencia de la pandemia de coronavirus que se ha expandido por el planeta— la Inteligencia Sanitaria debería ser considerada como parte esencial de la Inteligencia Estratégica.

La Inteligencia Médica

Jonathan D. Clemente, en su artículo Medical Intelligence nos dice que “la intersección de la medicina, la inteligencia y la seguridad nacional data de los primeros días de la Segunda Guerra Mundial”[1].

Ante la inminencia de la guerra, los oficiales médicos estadounidenses de la Subdivisión Quirúrgica de Medicina Preventiva General del Ejército (Army Surgeon General’s Preventive Medicine Subdivision) debieron abocarse a escribir sobre salud pública en los territorios ocupados para su inclusión en un manual de campo del ejército[2]. Estos oficiales también debieron realizar encuestas sanitarias en las bases militares en Terranova, América Central y del Sur y en las Antillas, pues se consideraban esenciales para la defensa del hemisferio occidental[3].

En junio de 1941 el Ejército de los Estados Unidos estableció una “Inteligencia Médica” separada de la mencionada Subdivisión[4], si bien cuando los Estados Unidos ingresaron a la guerra, en diciembre de 1941, la Inteligencia Médica aún no estaba preparada para realizar eficazmente su labor. Era importante contar con una extensa lista de las principales enfermedades que podían aquejar a los militares así como de aquellas de menor importancia que podían afectar a las tropas y, en segundo lugar, a la población civil.

Este fue el origen del National Center for Medical Intelligence (NCMI), un componente de la Defense Intelligence Agency (DIA).

La Segunda Guerra Mundial fue la primera guerra en la historia de los Estados Unidos, en la que el número de los heridos en combate superó a los de aquellos con enfermedades y lesiones contraídas fuera del campo de batalla[5].

La evolución de la guerra fue incrementando el desarrollo de la Inteligencia Médica y la captura de un equipo médico enemigo y sus drogas se constituían en una fuente de información valiosa. Así fue como la antecesora de la CIA, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) fue recabando información sobre los planes militares del adversario, sus capacidades para desarrollar una guerra biológica así como los propios conocimientos en medicina del enemigo. En verdad, la separación de las líneas de defensa entre los adversarios no significaba un obstáculo para la propagación de las enfermedades, entre las que se pueden mencionar el tifus y las ocasionadas por el piojo[6].

Creada la CIA, ya en 1947 comenzó a producir informes de inteligencia médica focalizados en el bloque comunista y durante la guerra de Corea (1950-1953), la comunidad de inteligencia reestructuró sus actividades dedicadas a la inteligencia científica y técnica para delimitar responsabilidades y evitar duplicaciones innecesarias.

La Inteligencia Médica se ha desarrollado, entonces, en el marco de la Inteligencia Militar y no es de interés de este artículo considerar sus vaivenes históricos sino ponderarla en función de las actuales circunstancias en las que la humanidad se encuentra enfrentando la pandemia de coronavirus que ha condenado a buena parte de la población, según las modalidades implementadas por cada país, a la supresión total o parcial, por tiempo no siempre determinado, de actividades sociales, laborales, etc.

Esa unidad de Inteligencia del Ejército —que examina enormes volúmenes de información en busca de pistas sobre acontecimientos globales de salud, ubicada en la base de Fort Derrick, en Frederick, Maryland— fue la que a finales de febrero hizo sonar la alarma mientras el presidente Donald Trump exhortaba a los estadounidenses a no atemorizarse por el nuevo coronavirus. Los miembros de esa unidad, profesionales de inteligencia, ciencia y medicina, son quienes monitorean y siguen las amenazas globales de salud que pudieran poner en peligro a los estadounidenses[7].

El 25 de febrero —quince días antes que la Organización Mundial de Salud definiera al brote como una pandemia global—, cuando aún había pocos casos en Estados Unidos, la unidad de Inteligencia Médica elevó su nivel de alerta, considerando que el coronavirus podía convertirse en una pandemia en 30 días[8]. Por su parte, el presidente Trump tuiteaba desde Nueva Delhi que “El coronavirus está bajo control en Estados Unidos”.

La unidad, generalmente, envía sus apreciaciones a las autoridades de Defensa y de Salud pero se desconoce si el presidente u otros funcionarios del gobierno tomaron conocimiento de las mismas[9]. Para elaborar sus consideraciones se nutre tanto de fuentes públicas (Open Source Information Intelligence, OSINT) como de fuentes cerradas. De este modo, la Inteligencia Médica procede a procesar la información médica, biocientífica, epidemiológica, ambiental, relacionadas tanto con la salud humana como con la salud animal, con énfasis en la actividad militar.

La Inteligencia Sanitaria

Una Inteligencia Médica, confinada a una estructura militar para realizar inteligencia sobre enfermedades infecciosas o traumas derivados de la guerra parecería que hoy, ante los numerosos desafíos que afectan al mundo, resulta insuficiente; aunque en realidad ya lo era si se tiene en cuenta la amenaza de las armas biológicas y que las guerras no se libran en campos sino que son principalmente urbanas.

Sus funciones deberían ser ampliadas para convertirse en una inteligencia sectorial que suministre información a la Inteligencia Estratégica. La Inteligencia Sanitaria, como toda inteligencia, recoge información, la evalúa y procede a elaborar informes que permitan tomar decisiones con el objetivo de optimizar la salud de los pacientes y de la sociedad.

Dados los mencionados desafíos, la Inteligencia Sanitaria debe poner la mira en numerosos retos que afectan a las sociedades actuales y trabajar conformando un equipo multidisciplinario de profesionales.

Cabe aquí considerar algunos de esos retos: con motivo de la disolución de la Unión Soviética y de la expansión de la globalización sobre sus espacios, a partir de la década de 1990 se incrementaron las migraciones, lo que llevó consigo una creciente preocupación respecto de la propagación de enfermedades infecciosas, de enfermedades que hasta ese momento eran endémicas. La actual pandemia de COVID-19 ha demostrado cómo, debido a la interconexión global, una enfermedad se puede propagar con rapidez, ocasionando una saturación de los servicios de salud, provocando serias dificultades tanto para los estados afectados como para las empresas de transporte y las sociedades en general.

El cambio climático y la interconexión mundial también han provocado la migración de los agentes portadores de enfermedades. Así por ejemplo, puede mencionarse que en Nueva York, en el verano de 1999, se detectó por primera vez el virus del Nilo Occidental —que es transmitido por un mosquito—, enfermedad identificada en Uganda en 1937. Desde ese verano, la enfermedad se ha propagado a lo largo de los Estados Unidos.

En 2016, también en Nueva York, se ha documentado el primer caso de transmisión sexual de mujer a hombre del virus de Zika, lo cual aumenta las posibilidades de que la enfermedad pueda extenderse mucho más allá de los países en los que ya es endémica y donde los mosquitos son la fuente de contagio más importante[10].

En resumen, la propagación de las enfermedades infecciosas se ha facilitado por una mayor resistencia de los organismos a los medicamentos, por la degradación ambiental, por una infraestructura de salud insuficiente en áreas en desarrollo y por la mayor facilidad de los viajes internacionales.

La actual situación de la pandemia de coronavirus, como los ataques con ántrax en septiembre de 2001, también han despertado las sospechas de que estas enfermedades pueden ser producto de creaciones de laboratorios, con lo cual deben ser objeto de análisis más minuciosos de la inteligencia.

En este sentido, un ejemplo y un avance lo constituye, en el ámbito agropecuario, la definición de las bases del sistema de inteligencia sanitaria y fitosanitaria conjunta por parte de Argentina y Chile[11]. En función de ello, representantes del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) y del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de Chile se reunieron en junio de 2019 en Mendoza, Argentina, a los efectos de definir conceptos y objetivos, así como también de identificar herramientas y trazar líneas de trabajo iniciales. El propósito es optimizar “la vigilancia fitosanitaria a través del desarrollo de tecnologías, la elaboración de reportes sobre amenazas internacionales y la generación de modelos epidemiológicos para plagas de interés”[12]. Las autoridades intervinientes del encuentro manifestaron que estas definiciones son esenciales “para contar con un sistema que permita alertar sobre las amenazas fitosanitarias, priorizarlas para su atención y brindar alternativas para su abordaje”, es decir que son fundamentales para la toma de decisiones[13].

Como los alcances de una Inteligencia Sanitaria como la que se propone son amplios, en el sentido de salvaguardar la salud pública tanto de una región como del territorio nacional, deberían incluirse cuestiones de fundamental importancia como el acceso al agua o una educación sanitaria que les permita a los ciudadanos adquirir conocimientos, aptitudes e información acerca de opciones saludables. Del mismo modo, que contemple qué elementos debe producir el país para estar preparado ante situaciones dramáticas pero previsibles. 

Algunas consideraciones finales

Quizás la Inteligencia Sanitaria podría ser considerada como excesiva pero debe verse como una inversión necesaria para evitar costos mayores. La pandemia de coronavirus ha expuesto la insuficiencia de los servicios de salud en numerosos países y la falta de producción de elementos imprescindibles para la protección no solo del personal de la salud sino también de la población en general. Eso ha llevado a compras de elementos que, en numerosos casos, no respondieron a las necesidades sanitarias, ocasionando un dispendio innecesario de recursos.

La pandemia ha demostrado que puede hacer estragos en determinados sectores de la población con mayor virulencia: las personas mayores y los pobres. Una de las recomendaciones es lavarse las manos, pero en muchas zonas las personas carecen de acceso al agua. ¿Servirá esta triste experiencia para que los tomadores de decisión asuman qué significa “inversión” en estos casos? Porque las enfermedades, los lisiados y las muertes implican un costo para el Estado. Esto bien vale para aquellos que están involucrados en el debate “economía o vida”.

Es en estos casos en que se debe aprender de las experiencias y cambiar el rumbo. Nuevamente el costo de la prevención puede resultar menor que el de intentar dar soluciones cuando ya es tarde. Precisamente, la Inteligencia trabaja en la prevención, en la anticipación de los problemas o de las crisis y para reducir la incertidumbre.

Dicho esto y a partir de esta coyuntura, entonces, se hace necesario repensar en que es necesario desarrollar una Inteligencia Sanitaria abarcativa. Sólo se precisa de un equipo reducido de personal multidisciplinario, que participe de una comunidad ampliada de Inteligencia que se vincule con numerosas oficinas gubernamentales (municipales, provinciales y nacionales), con empresas privadas como así también con asociaciones científicas.

La información recabada a partir de esa comunidad coadyuvaría en la Planificación Estratégica regional y nacional, es decir, en la adopción de una correcta política sanitaria y en la toma de decisiones —el curso de acción a seguir— ante situaciones de emergencia.

Se trata de ponderar lo que se denomina el capital humano de la Nación, recurso tan importante como los naturales.

Por todo lo expresado, la Inteligencia Sanitaria debería sumarse a las otras inteligencias sectoriales que nutren a la Inteligencia Estratégica para favorecer y aportar a la toma de decisiones políticas. 

 

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, AIU, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] Jonathan D. Clemente. “Medical Intelligence”. The Intelligencer Journal of U.S. Intelligence Studies, volumen 20, number 2, Fall/Winter 2013, Association of Former Intelligence Officers (AFIO), [consulta: 13/08/2015].

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] “EEUU: Unidad de inteligencia médica advirtió de coronavirus”. Infobae, 17/04/2020, <https://www.infobae.com/america/agencias/2020/04/17/eeuu-unidad-de-inteligencia-medica-advirtio-de-coronavirus/>. [consulta: 20/04/2020].

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] Marc Santora. “Twist in Zika Outbreak: New York Case Shows Women Can Spread It to Men”. The New York Times, 15/07/2016,<https://www.nytimes.com/2016/07/16/nyregion/zika-virus-female-to-male-sexual-transmission.html>, [consulta: 12/06/2020].

[11] “Agropecuario. Argentina y Chile definen las bases de sistemas de inteligencia sanitaria conjunta”. Grupo de Noticias La Provincia, 25/06/2019, <https://www.grupolaprovincia.com/agropecuario/argentina-y-chile-definen-las-bases-de-sistemas-de-inteligencia-sanitaria-conjunta-315871>, [consulta: 22/06/2020].

[12] Ídem.

[13] Ídem.

 

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XI JINPING: SOLIDARIDAD, COOPERACIÓN Y COMUNIDAD GLOBAL DE SALUD

Agustín Saavedra Weise*

Por su importancia glosaremos el discurso de Xi Jinping, presidente de la República Popular China (RPC), emitido el pasado 18 de mayo durante la inauguración de la Asamblea de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sus palabras representan un hito insoslayable en la actual coyuntura.

El mandatario expresó su condolencia ante esta peste del coronavirus, que ya cuenta mundialmente con más de 300.000 muertos; este virus no sabe de fronteras ni razas. Luego explicó que —tras arduos esfuerzos— la RPC pudo revertir internamente la situación. Agregó que Beijing compartió informaciones con la OMS y otros países, siempre tratando de ayudar. 

Xi Jinping presentó propuestas concretas. En primer lugar, maximizar esfuerzos para el control y tratamiento del Covid-19 como prioridad, movilizando trabajadores médicos e insumos para tomar efectivas medidas de protección, cuarentena, detección, tratamiento y rastreo, con el fin de frenar la propagación. Se debe potenciar el intercambio de experiencias y seguir apoyando la investigación para aclarar por completo el origen y las vías de transmisión del virus. 

En segundo lugar, el mandatario considera que debe reconocerse el liderazgo de la OMS en la lucha contra la pandemia. En esta fase de esfuerzo conjunto, pidió que se aumente el apoyo político y financiero a la OMS para ganar esta guerra contra la enfermedad. 

Lo tercero consiste en proseguir colaborando con los países africanos. 46 equipos médicos de la RPC están ahora en ese continente.

En cuarto lugar, expresó que debe reforzarse la gobernanza global de la salud pública. Ante las insuficiencias expuestas por el problema del Covid-19, dicha gobernanza deberá mejorarse a nivel planetario. China es partidaria de un minucioso examen sobre la respuesta global al virus; una vez el mal esté bajo control, cabrá resumir experiencias y subsanar debilidades.

La quinta propuesta consiste en reestimular el desarrollo socioeconómico. Los países podrán retornar progresivamente a sus actividades normales, pero sin aflojar controles. Además, deberá reforzarse la coordinación en materia de políticas macroeconómicas en aras de la plena recuperación de la economía mundial.

Por último y en sexto lugar, es necesario fortalecer la cooperación internacional puesto que la humanidad tiene un futuro compartido. China se adhiere a esa visión y asume la responsabilidad no sólo de proteger vida, seguridad y salud de sus habitantes; también apoyará la causa de la salud universal. En ese contexto, China ofrecerá durante dos años una asistencia de dos mil millones de dólares para apoyar a países emergentes en el combate contra el virus y en la recuperación socio-económica; China también cooperará con la ONU para construir un centro de respuesta humanitaria que garantice el abastecimiento de insumos anti epidémicos básicos. Las vacunas chinas —una vez probada su eficacia— serán bienes públicos mundiales. La RPC propiciará además —junto con miembros del G20— la suspensión del servicio de la deuda en favor de los estados más pobres y apoyará a quienes sufren impactos financieros para que superen sus dificultades.

Concluyó Xi Jinping reiterando que la Tierra es el hogar de la humanidad y por eso debe construirse una comunidad global de salud. En la próxima se-mana comentaré todas las expresiones y propuestas del primer mandatario chino.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/181600_xi-jinping-solidaridad-cooperacion-y-comunidad-global-de-salud