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GUERRAS CIVILES Y TERRORISMO: ALGUNOS COMENTARIOS PRELIMINARES

Daniel Dory*

Una imagen de las protestas en París en marzo de 2023. Foto: EFE.

Los recientes disturbios ocurridos en Francia entre finales de junio y la primera semana de julio de 2023 suscitaron un interés, tal vez sin precedentes, a raíz de la cuestión de la guerra civil. Una vez concluida la secuencia de violencia urbana y plasmados los comentarios mediáticos de los expertos habituales, el sistema político y mediático se apresuró a pasar a temas aparentemente menos preocupantes.

Sin embargo, con la necesaria retrospectiva, es necesario reflexionar seriamente sobre la cuestión de la guerra civil. Tanto más cuanto un país como Francia (pero no es el único) experimenta también desde hace más de una década una secuencia de actos terroristas cuya naturaleza aún no se comprende del todo[1], pero cuyo carácter etnopolítico es indiscutible.

Con el fin de abrir este campo de investigación, el presente documento ofrecerá en primer lugar un breve panorama de la literatura especializada sobre las guerras civiles en general, y su relación con el terrorismo en particular. A continuación, se propondrán los elementos preliminares de un marco analítico basado en una lógica secuencial en pos de situar el terrorismo dentro de una dinámica insurreccional. Por último, se esbozarán algunas consideraciones destinadas a fundamentar futuras hipótesis de trabajo.

  1. La relación entre guerras civiles y terrorismo: logros y límites de la investigación

Este breve repaso de una serie de publicaciones plantea ofrecer una primera idea del estado actual de la investigación sobre la relación entre guerras civiles y terrorismo. No pretende ser exhaustiva, sobre todo en lo que se refiere a los trabajos específicamente dedicados a las guerras civiles, que han dado lugar a una subdisciplina casi autónoma dentro del campo de los estudios sobre la violencia política[2].

Entre los textos que han influido en el pensamiento contemporáneo se encuentra un artículo de Kalyvas[3], que aborda la cuestión de si el final de la Guerra Fría ha dado lugar a «nuevas» guerras civiles. Esta pregunta hace eco a un debate que ha movilizado a gran parte de la comunidad investigadora sobre el terrorismo durante la última década[4]. En ambos casos, los argumentos más contundentes están a favor de insistir en las invariantes de cada categoría de fenómenos, cuyos elementos principales persisten a pesar de las evidentes influencias de las cambiantes situaciones geopolíticas. Esto, a su vez, significa prestar mucha atención a los datos contextuales que definen las condiciones concretas de los espacios y tiempos en los que se manifiestan los conflictos. Esta exigencia también ha sido útilmente reiterada en un artículo reciente, en el que se pide una saludable dosis de cautela ante los estudios cuantitativos de tipo del «Big N»[5], y se pone de manifiesto que los factores que contribuyen al colapso de los Estados son variables explicativas que se tienen demasiado poco en cuenta.

También en la primera mitad de la década de 2000 hubo tres publicaciones que aún merecen una lectura atenta. La primera[6] se basa en un enfoque económico de las motivaciones que subyacen al estallido y la persistencia de las guerras civiles. Partiendo de la alternativa entre codicia (por una variedad de recompensas no exclusivamente económicas) y agravio (incluido el deseo de venganza), los autores examinan una serie (bastante heterogénea) de casos, remitiéndose en última instancia a un enfoque monográfico para consolidar las hipótesis. El artículo de Sambanis[7] nos remite de nuevo al debate sobre los criterios de definición de las guerras civiles, que también recuerda al debate que desde hace tiempo asola la investigación sobre el terrorismo. Sin embargo, la cuestión no es irrisoria, ya que, como señala acertadamente el autor, la calidad de las bases de datos utilizadas para la investigación depende (también en este caso) de la precisión de la definición. Por todo ello, este esfuerzo conceptual, a pesar de sus limitaciones, sigue mereciendo ser consultado. Por último, la necesidad de tener en cuenta los efectos de escala en el análisis de las guerras civiles se destaca muy acertadamente en el buen artículo de Buhaug y Lujala[8], que abre interesantes perspectivas para el estudio geográfico de este tipo de conflictos.

Aunque algo decepcionante desde el punto de vista teórico, el artículo de Boulden[9] tiene el mérito de explorar las consecuencias intelectuales y prácticas de la distinción, a menudo arbitraria, entre terrorismo y guerras civiles, sobre todo en el contexto de la ONU. Pero aquí es necesaria una aclaración importante para evitar confusiones inaceptables. Es vital distinguir los distintos órdenes de la realidad a los que se refieren ambos términos. El terrorismo es esencialmente una técnica de comunicación violenta a disposición de los involucrados en un conflicto, siempre que decidan utilizarla por razones tácticas y/o estratégicas. La guerra civil, por su parte, se refiere a un tipo específico de enfrentamiento violento, caracterizado principalmente por el hecho de que los actores involucrados pertenecen (al menos formalmente) a la misma comunidad nacional y/o estatal.

Sólo integrando esta distinción fundamental es posible proceder a una lectura tan provechosa como crítica del importante artículo de Findley y Young[10], que abre interesantes perspectivas teóricas, a pesar de su imprecisión conceptual. El artículo de Crenshaw[11] también plantea la cuestión del uso del terrorismo en la guerra civil, pero aquí con referencia al yihadismo. Además de algunas consideraciones útiles, este trabajo también muestra la dificultad que tienen muchos investigadores especializados en los estudios sobre terrorismo a la hora de captar la dinámica insurreccional susceptible de desembocar en una guerra civil.

Por último, para concluir esta breve panorámica de la literatura en lengua inglesa, cabe destacar la reciente revisión de Stanton[12] que ofrece una bibliografía actualizada y muestra lo mucho que nos queda por recorrer antes de disponer de un conjunto sólido de hipótesis sobre la relación entre terrorismo y guerras civiles.

Además de estas referencias exclusivamente anglosajonas, podemos citar dos artículos que se refieren a grandes rasgos al estado de la reflexión en Francia sobre el tema que nos ocupa. El primero trata principalmente de las formas específicas en que se entiende la noción de «guerra civil» en Francia, sin abordar no obstante su relación con el terrorismo[13]. El segundo, en cambio, aborda directamente esta cuestión, planteada a raíz de la obra de Galula en un contexto insurreccional[14]. El autor, que también está vinculado con el Ministerio de Defensa, ofrece un rápido resumen de las principales cuestiones teóricas, sin aclarar explícitamente las bases conceptuales de su enfoque ni mencionar la bibliografía especializada (en este caso, principalmente en inglés)…

  1. Terrorismo, insurrección y guerra civil: hacia un enfoque secuencial

De los diversos enfoques considerados hasta la fecha para analizar la relación entre terrorismo y guerra civil, el basado en una concepción secuencial de la posible dinámica de un conflicto que incluya violencia armada es sin duda uno de los más fructíferos.

A grandes rasgos, se puede presentar mediante el siguiente gráfico[15]. Para limitarnos a los elementos esenciales, vale la pena explicar tres puntos específicos.

Fig. 1: El lugar del terrorismo en la posible dinámica de un conflicto armado.

En primer lugar, en todos los casos, es esencial que las dinámicas de anomia (que consiste en transgredir la legalidad vigente) y/o de subversión (que pretende sustituir la legalidad vigente por otra) experimenten un proceso de politización organizada. Esto implica, por un lado, la designación de un enemigo[16] y, por otro, la construcción (y/o instrumentalización) de herramientas de movilización (movimientos, partidos, asociaciones, mecanismos mediáticos, etc.). Es también durante esta fase cuando se consolida una contraélite que contribuye a la polarización de la sociedad, lo que (a veces) puede desembocar en una guerra civil.

En segundo lugar, los actores que surgen del proceso de politización disponen de un abanico de acciones más o menos amplio. Esto depende de muchos factores, como el apoyo o la hostilidad de la población afectada, la naturaleza de los recursos y, en particular, las armas disponibles, el número y las habilidades de los insurgentes y los leales, las normas culturales de los campos antagonistas, etc. Es fundamental comprender que un buen número de actores no recurren a la violencia armada, prefiriendo la propaganda, la guerra informativa e ideológica, la desobediencia civil o incluso la modificación más o menos rápida de la composición etnocultural de la población. En particular, con el fin de influir en los futuros resultados electorales y generar enclaves en los que se instaure progresivamente una legalidad alternativa (tal como la sharia musulmana). Por otra parte, las entidades que optan por utilizar la violencia armada generalmente lo hacen al tiempo que desarrollan actividades no violentas (propaganda, delincuencia económica, trabajo social, etc.). Y también tienen que elegir entre diversas técnicas de uso de la violencia (y por tanto los objetivos que persiguen), que van desde el terrorismo hasta los enfrentamientos «regulares» pasando por la guerra de guerrillas o incluso una combinación de estas opciones en función de la evolución de la situación geopolítica. Y para complicar aún más las cosas, las organizaciones que forman parte de un complejo terrorista[17] tienen que elegir entre diversos modos de operación (bombas, toma de rehenes, atentados suicidas, etc.) según los consideren más o menos eficaces para alcanzar sus objetivos. En consecuencia, hablar de «organizaciones terroristas» sólo es realmente pertinente si nos mantenemos en el campo polémico de las definiciones (que permiten designar a un enemigo absoluto), pero tiene poca validez en el ámbito científico. En cambio, una expresión como «organización que recurre al terrorismo» es mucho más satisfactoria y abre la vía a la investigación sobre las razones y las condiciones de este tipo de actos.

En tercer lugar, al situar la guerra civil en el horizonte de una dinámica insurreccional, este gráfico ilustra otro hecho crucial. Se trata de la importancia decisiva de la calidad de las élites para las partes enfrentadas. Es evidente que las aptitudes políticas, tácticas y estratégicas de los dirigentes que tienen que librar una guerra civil son a menudo un factor importante para explicar el resultado del conflicto. Pero más allá de esta observación más bien trivial, la capacidad de cada élite implicada en el enfrentamiento para entender la naturaleza exacta de la guerra real en la que está inmersa es un criterio discriminatorio, aunque casi inexplorado en la literatura especializada. Por ejemplo, la tendencia habitual a centrar la atención únicamente en las acciones terroristas (que son objeto de una condena moral ritual) en detrimento de la consideración de la dinámica insurreccional subyacente tiene consecuencias potencialmente catastróficas. Lo que está en juego aquí resulta especialmente claro cuando analizamos las múltiples formas en que las guerras civiles se manifiestan en la práctica.

  1. La guerra civil también es un camaleón…

Es evidente que la famosa fórmula clausewitziana también se aplica a las guerras civiles. Pero es necesario aprehender lo que esto significa en la práctica. Para ello, dos series de observaciones, conduciendo a distintas hipótesis de trabajo, merecen ser consideradas con carácter preliminar.

En primer lugar, es necesario aceptar que las guerras civiles contemporáneas participan, de diversas maneras, en las transformaciones actuales de la guerra. A estas alturas de la investigación, poco importa si este fenómeno se denomine «guerra de 4ª generación»[18], «guerra de 5ª generación»[19], o GIAT (Guerra Irregular, Asimétrica y Total)[20], ya que existe un relativo consenso sobre los hechos más importantes. En particular, se refiere a la erosión gradual de las distinciones esenciales que (en principio) caracterizan a la guerra regular. Las más significativas son la división civil/militar, la temporalidad (el estado de guerra y el de paz ya no están claramente separados) y la espacialidad (ausencia de frente y omnipresencia del combate molecular, a veces de carácter parcialmente criminal).

En consecuencia, las guerras civiles actuales se diferencian de las anteriores (y en particular de la guerra civil española que sirve a menudo de referencia implícita para muchos investigadores europeos) en el sentido en que hacen enfrentar a diversas entidades, generalmente sobre una base étnica, sin que se formen verdaderos ejércitos insurrectos. Del mismo modo, la difusión de la violencia (política y/o criminal) suscita en la población afectada un sentimiento de miedo (o incluso de sumisión), tanto más intenso cuanto que las instituciones encargadas de protegerla (policía, ejército, justicia) se ven progresivamente impedidas de ejercer sus funciones. Esta guerra civil latente puede, según las circunstancias, alcanzar picos de gran intensidad en forma de atentados terroristas y disturbios violentos, cuya dinámica global debe interpretarse con cuidado.

Este último punto es crucial, porque el resultado final de la confrontación depende en gran medida de la capacidad de los distintos actores implicados (con mayor o menor voluntad) en el conflicto para comprender su verdadera naturaleza. Esto empieza, repetimos, por dejar de considerar los distintos actos de violencia (ciertas formas de delincuencia, actos terroristas, disturbios, etc.) como categorías a priori aisladas de la situación geopolítica subyacente. En efecto, y esto nos remite al gráfico presentado anteriormente, mientras que el marco intelectual que estructura la lógica secuencial permite comprender las dinámicas insurreccionales capaces de desembocar en una guerra civil, todas las técnicas de recurso a la violencia (anómicas y subversivas) tienden a manifestarse simultáneamente en la realidad del conflicto. Con lo cual centrar la atención (y posiblemente la acción) únicamente en sus expresiones más espectaculares, es decir, el terrorismo, contribuye a una ceguera potencialmente desastrosa. Por otra parte, desde un punto de vista científico, comenzar el análisis de la dinámica de los conflictos estudiando los complejos terroristas, allí donde existan, es sin duda la mejor manera de evaluar la posibilidad y las condiciones de desarrollo de una guerra civil.

Abordar la relación entre terrorismo y guerra civil requiere entonces la movilización de un amplio abanico de conocimientos y métodos. La dificultad de tal tarea es inseparable de sus retos teóricos y prácticos. Pero forjar las herramientas conceptuales que permitan elaborar hipótesis operativas sobre un tema tan decisivo para el futuro de muchas sociedades (próximas y lejanas) es una exigencia que se debe satisfacer cuanto antes.

 

* Doctor en Geografía, especializado en análisis geopolítico del terrorismo. Miembro del comité científico de la revista Conflits.

 

Referencias

[1] Véase Daniel Dory, «Terrorisme et antiterrorisme : revisiter le laboratoire français», Sécurité Globale, nº 35, 2023, 91-103.

[2] Prueba de ello es la publicación de la revista Civil Wars desde 1998.

[3]Stathis Kalyvas, «Guerras civiles «nuevas» y «antiguas». A Valid Distinction ?», World Politics, Vol. 54, N° 1, 2001, 99-118.

[4] Véase por ejemplo la buena caracterización de : Isabelle Duyvesteyn, «How New Is the New Terrorism?», Studies in Conflict and Terrorism, Vol. 27, nº 5, 2004, 439-454. El tema también se aborda en Daniel Dory, «L’Histoire du terrorisme : un état des connaissances et des débats», Sécurité Globale, n.º 25, 2021, 109-123.

[5] William Reno, « The Importance of Context When Comparing Civil Wars », Civil Wars, Vol. 21, N° 4.

[6] Paul Collier; Anke Hoeffler, «Greed and grief in civil war», Oxford Economic Papers, Vol. 56, 2004, 563-595.

[7] Nicholas Sambanis, «What Is Civil War ? Conceptual and empirical complexities of an operational définition», Journal of Conflict Resolution, Vol. 48, N°6, 2004, 814- 858.

[8] Halvard Buhaug ; Päivi Lujala, «Accounting for scale: Measuring geography in quantitative studies of civil war», Political Geography, Vol. 24, 2005, 399-418.

[9] Jane Boulden, «Terrorism and Civil Wars», Civil Wars, Vol. 11, N° 1, 2009, 5-21.

[10] Michael G. Findley; Joseph K. Young, «Terrorism and Civil War : A Spatial and Temporal Approach to a Conceptual Problem», Perspectives on Politics, Vol. 10, N° 2, 2012, 285-305.

[11] Martha Crenshaw, «Transnational Jihadism & Civil Wars», Daedalus, Vol. 146, N° 4, 2017, 59-70.

[12] Jessica A. Stanton, «Terrorism, Civil War, and Insurgency», in: Erica Chenoweth et Al. (Eds.), The Oxford Handbook of Terrorism, Oxford University Press, Oxford, 2019, 348-365.

[13] Jean-Claude Caron, «Indépassable fraticide. Reflexions sur la guerre civile en France et ailleurs», Cités, N° 50, 2012, 39-47.

[14] Édouard Jolly, «Du terrorisme à la guerre civile ? Notes sur David Galula et sa pensée de la contre-insurrection», Le Philosophoire, N° 48, 2017, 187-199.

[15] Este gráfico se publicó originalmente en: Daniel Dory, «L’analyse géopolitique du terrorisme: conditions théoriques et conceptuelles», L’Espace Politique, n.º 33, 2017. https://journals.openedition.org/espacepolitique/4482.

[16] Aquí retomamos la concepción schmittiana de la política. Véase Carl Schmitt, La noción de política/Teoria del partisano: Carl Schmitt, La notion de politique/Théorie du partisan, Calmann-Lévy, París, 1972, (hay ediciones posteriores).

[17] Sobre esta noción, así como sobre los estratos de definición del terrorismo y la identidad vectorial (destinada a transmitir mensajes) de sus víctimas, véase: Daniel Dory; Jean-Baptiste Noé, (Dirs.), Le Complexe Terroriste, VA Éditions, Versailles, 2022, 7-27.

[18] Véase también: Bernard Wicht, Les loups et l’agneau-citoyen, Éditions Astrée, París, 2019. A pesar de su estilo a veces desconcertante, este autor aporta una contribución decisiva a nuestra comprensión del conflicto contemporáneo. Merece la pena leer los tres libros siguientes: Bernard Wicht, L’Europe Mad Max demain? Favre, Lausana, 2013; Bernard Wicht; Alain Baeriswyl, Citoyen soldat 2.0, Éditions Astrée, 2017, y sobre todo: Bernard Wicht, Vers l’autodéfense, le défi des guerres internes, Jean-Cyrille Godefroi, París, 2021.

[19] Véase el artículo fundamental de Donald J. Reed, «Beyond the War on Terror: Into the Fifth Generation of War and Conflict», Studies in Conflict & Terrorism, Vol. 31, No. 8, 2008, 684-722..

[20] Daniel Dory, «Le terrorisme et les transformations de la guerre», Guerres Mondiales et Conflits Contemporains, nº285, 2022, 41-57.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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LA PROPUESTA DE PATRICIA BULLRICH QUE ES NECESARIO PROFUNDIZAR

Ariel Corbat

Hay clima de fin de época. Algo como lo que latía cada vez más fuerte en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus países satélites tras la caída del infame Muro de Berlín. Una percepción generalizada respecto a que lo que fue ya no será y lo que será se intuye distinto.

El régimen kirchnerista, proyecto totalitario de corrupción estructural, se impuso en Argentina aprovechando el pánico que dejó la crisis del 2001, cuando la sociedad convalidó autoritarismo a cambio de la ilusión de un nuevo orden económico que resultó ser “soja y suerte”, desperdiciando otra oportunidad de contexto internacional. El giro a la izquierda fue notorio desde el abrazo de Néstor Kirchner con el dictador Fidel Castro al asumir la presidencia.

Y ese abrazo con el comandante de las organizaciones terroristas que Cuba dirigió contra la Nación Argentina, para exportar su “revolución” (tiranía) por la vía de la violencia armada, no tuvo nada de casual.

Kirchner, con la prédica de atribuir todos los males de la Argentina al “neoliberalismo” de los 90’s, asociado a su antaño admirado Carlos Menem, se sirvió del odio para construir poder. Y fogoneando el odio para su propio provecho desandó el camino de la pacificación nacional que había iniciado el riojano. Muchos cosas negativas pueden atribuirse a Ménem, pero si hay algo que nunca hizo fue fomentar el odio entre los argentinos. En ese afán dictó indultos a militares y terroristas buscando superar el pasado. Y al margen de minorías hiperactivas, que quedaron a contramano del mundo y del interés de los argentinos, lo estaba logrando.

Y en aquel entonces, 1989, los jefes montoneros como Fernando Vaca Narvaja celebraban los indultos que beneficiaban a ellos y a los militares por considerar que “el indulto es una medida que resuelve 15 años de enfrentamiento en la Argentina y el presidente Ménem ha tomado la responsabilidad de terminar con un siglo y medio de guerras civiles intermitentes”. En esos días los jefe montoneros declaraban abiertamente su adhesión, “sin ambigüedades” a la reconciliación nacional que impulsaba el Presidente Menem.

Un Presidente que tenía autoridad moral para reclamar el fin de los rencores porque habiendo estado preso ―no unas horas como Kirchner y en calidad de invitado― sino durante años en Las Lomitas por disposición del gobierno militar, jamás demostró conservar rencores.

A Menem se lo podía criticar sin que diera trato de enemigos a sus críticos, con Kirchner todo el que lo cuestionara pasó a ser enemigo, antidemocrático, genocida, golpista, facho, y un largo etcétera de lindeces por el estilo. Y Kirchner en sus afanes de poder, y lo de “afanes” dicho en toda la dimensión de la palabra, retomó la mentira de los 30.000 desaparecidos con el relato infantil de militares malos masacrando “jóvenes idealistas”, se negó la existencia de la guerra que como tal reconocían los “partes de guerra” de las organizaciones armadas y promovió la anulación de leyes e indultos; para volver a juzgar solamente militares. No tuvo aquello ni una pizca de pureza ideológica sino para dedicarse al éxtasis de asaltar cajas fuertes, pues como bien supo sintetizar Jorge Asís, adquirió así la franquicia de los derechos humanos para que la izquierda se contentara con el “roban pero encarcelan”.

Nunca se trató de hacer justicia, sino de terminar con la República y el imperio de la Constitución Nacional, el resultado fue una cobardía intelectual pavorosa que se plasmó en el prevaricato más escandaloso de la historia judicial argentina, con políticos que temerosos de no ser tildados de “procesistas” dejaron que el Congreso Nacional se convierta en una escribanía del Poder Ejecutivo.

Y mientras el kirchnerismo robaba tanto como para terminar revoleando bolsos cargados de dólares por no saber dónde guardarlos, los militares fueron apresados, procesados, condenados, expuestos en condiciones de escarnio y dejados morir en nombre de los “derechos humanos” y sin ninguna constitucionalidad. Los jueces dejaron de ser jueces de la República, para ser agentes revolucionarios de la revancha terrorista, cuando eligieron el prevaricato dócil al régimen kirchnerista ignorando cuestiones tan elementales como la irretroactividad de la ley penal. Con los militares presos en esas condiciones, los jueces hirieron de muerte a la República.

Mientras escribo esto leo la noticia de hoy que indica el hallazgo casual, durante la irrupción de bomberos a un departamento que se incendiaba, de un arsenal con armas que pertenecieron a Montoneros, incluyendo granadas de la propia fábrica de la organización. Como para subrayar que la guerra existió y no puede negarse.

Sobre este contexto, Javier Milei cometió el tremendo error de decir previo a las PASO que los militares deben cumplir sus condenas, y esa fue la razón por la que decidí votar nulo en esa grande y cara encuesta.

No hay sustento legal para que nadie siga privado de su libertad por delitos cometidos durante los años de plomo. Lo están por un prevaricato del que son partícipes la Corte Suprema de Justicia de la Nación y los jueces federales. Y esa es la dificultad para ponerle fin al prevaricato, que no es un caso aislado sino una complicidad corporativa.

Tal como he señalado en otros artículos, en las presidenciales sí voy a votar por la fórmula de La Libertad Avanza, que integran Javier Milei y Victoria Villarruel, porque no me es indistinto quién sea el próximo presidente más allá de muchos reparos. Lo ideal no está disponible y eso hay que entenderlo.

Ahora bien, hay una creciente conciencia respecto a la existencia de un prevaricato descomunal para mantener presos a los vencedores del terrorismo castrista. Se conocen ya demasiados absurdos que ocurren en esos juicios para que cualquiera medianamente informado pueda argumentar que tienen alguna validez. Poner presos por causa de una guerra anterior a veteranos de la Guerra de Malvinas es una de las cosas que más indignan, porque un país que condena implacablemente y sin perdón a sus defensores le entrega su futuro al enemigo. Entonces vuelvo a recordar la presencia de Fidel Castro en la asunción de Kirchner para que se comprenda cabalmente toda la decadencia que vino después.

Así como critiqué y critico a Milei siendo el candidato al que votaré, debo elogiar en este punto a Patricia Bullrich aunque no le confiera mi voto.

A través de una “Carta Compromiso” dirigida a los integrantes de las Fuerzas Armadas, Patricia Bullrich afirma lo siguiente:

“Conozco, sin embargo, el trato inequitativo y en ocasiones inhumano que han recibido muchos oficiales y suboficiales retirados, a consecuencia de una herida histórica que no termina de cicatrizar, pero que debemos curar de una vez, mediante una salida justa, si queremos comenzar un camino hacia la construcción de un futuro de paz y concordia”.

 

Ciertamente no propone una solución concreta, pero plantea el tema y la necesidad de encontrarle solución. Que la candidata presidencial de una alianza política con mucho, demasiado a mi gusto, componente progre, escriba ese párrafo en una carta de campaña como compromiso político, es claramente otra señal de fin de época.

Un fin de época que se respira hoy pero viene evolucionando desde hace años. Cuando Cambiemos estaba en el poder con la presidencia de Mauricio Macri, esta cuestión estaba presente. Elisa Carrió, quien impulsando la ley de anulación de las leyes de obediencia debida y punto final facilitó tanto la instalación del relato kirchnerista como el inicio del prevaricato, advirtió en el 2017 que había militares condenados sin pruebas y reclamó revisar los juicios. Luego, en 2019, Carrió volvió a referirse a la cuestión: “Me gustaría una ley que pueda habilitar la revisión de muchos juicios injustos, sin debido proceso legal, contra militares que no tuvieron nada que ver”.

Carrió proponía entonces una solución parcial, Bullrich propone hoy algo que va en la misma dirección.

Espero y brego porque La Libertad Avanza profundice la cuestión, tomando esas iniciativas de Carrió y Bullrich como un punto de referencia para buscar el definitivo cierre de toda esa injusticia con una propuesta propia: volver a ponerle la venda de la imparcialidad a esa “Justicia” que hoy lleva parche. Es imprescindible avanzar en esa dirección porque es un combate clave en la batalla cultural que, inexorablemente, hay que dar para liberar al país del régimen kirchnerista.

 

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía. 

 

Artículo publicado el 14/09/2023 en La Pluma de Derecha.

 

UN PRESIDENTE QUE EJERZA EL COMANDO DE LAS FUERZAS ARMADAS

Ariel Corbat

Argentina necesita con urgencia muchas cosas y en distintos órdenes para detener su acelerado declive y salir del rumbo miserable al que se ha precipitado.

Una de esas tantas cosas es la de contar con Presidente que se asuma Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, tal como ordena la Constitución Nacional que debe ser. En lo que va del Siglo XXI ningún presidente argentino supo comandar nuestras fuerzas militares.

No lo hizo Néstor Kirchner con sus bravatas ridículas y la decisión de estigmatizar a los militares como «genocidas» sirviéndose de un generalito, sin los atributos que se esperan de un General del Ejército Argentino, que con vocación de ordenanza subió a un banquito para descolgar el cuadro de un dictador que había dejado de serlo y ostentar cualquier poder hacía más de veinte años. «No les tengo miedo» vociferaba sin ton ni son Kirchner ante militares ensuciando actos oficiales como si le estuviera hablando a la Junta Militar el mismísimo 24 de Marzo de 1976 (cuando se quedó bien guardado y calladito).  No había ninguna razón para clamar que no les tenía miedo cuando esos militares a los que hablaba habían dado ya sobradas muestras de obediencia al poder civil. Y mucho menos decirlo en el Colegio Militar, cuyos cadetes eran nacidos en democracia.

No fue Kirchner Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas como no lo fue Cristina Fernández, quien con Milani de por medio intentó desviar las FFAA, y al Ejército en particular, para ponerlo al servicio de su proyecto político de facción al modo chavista; algo que no prosperó porque más allá de generales blandos (por decirlo suavemente), a pesar de todo, el militar argentino conserva su idiosincrasia.

Tampoco supo ser un pleno Comandante en Jefe Mauricio Macri, quien si bien mostró un perfil mucho más amigable que sus antecesores, con gestos tendientes a recomponer la estima del personal castrense, sus vacilaciones en Defensa comenzaron ya electo antes de asumir la presidencia, cuando claudicó de implementar lo que tenía proyectado para no confrontar con sectores de la progresía política. Cierto es que Macri obró con mayor civismo, educación y humanidad que sus dos antecesores, pero si bien enseña Sun Tzu lo que siempre aplicó San Martín, que un comandante debe obrar con humanidad lo esencial es que comande. Y eso Macri tampoco lo hizo.

No voy a perder tiempo explicando las razones por las que Alberto de la Fernández, el peor presidente de la historia argentina que en verdad nunca fue presidente, tampoco fue Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Sobran las palabras ante la bruta evidencia.

Para quebrar la continuidad denigrante del kirchnerismo, el próximo Presidente de la Nación Argentina, sea Patricia Bullrich o Javier Milei, debe asumirse desde el primer día de su mandato Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Por honrar la Constitución Nacional y porque es preciso un cambio cultural para que el país deje de estar empantanado de pasado.

En tal sentido es claro que habrá dificultades económicas para, como es necesario, reequipar a las Fuerzas recuperando capacidades perdidas, y ello no es posible hacerlo de un día para el otro. Pero sí es posible que el primer día de su mandato demuestre el Presidente su determinación de ser el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas tomando dos medidas concretas para elevar la moral de la tropa. La moral, autoestima y motivación de la tropa, es en definitiva lo que le da sentido a la disposición de los elementos materiales. Las Fuerzas Armadas no son tales por tener tales o cuales armas, sino por lo que representan para una Nación. y entonces la pregunta es ¿qué se quiere que representen nuestras Fuerzas Armadas?

Esa pregunta debería resultarnos innecesaria, sin embargo y por lo que veremos a continuación es la pregunta a responder.

Recientemente, como en tantas otras dependencias militares, se instaló en el histórico Regimiento de Infantería 1 Patricios un cartel de grandes dimensiones que dice: «Aquí funcionó un centro clandestino de detención y se planificaron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado».

La proliferación de estos carteles es resultado de la Ley 26.691, del año 2011, por la cual se declaran «sitios de memoria del terrorismo de Estado, a los lugares que funcionaron como centros clandestinos de represión ilegal».

Dicha ley designa autoridad de aplicación a la Secretaría de Derechos Humanos, dependiente del Ministerio de Justicia, otorgándole facultades sobre la disposición de distintos inmuebles del Estado, incluyendo instalaciones militares.

Tras una década de vigencia de esa ley, a todas luces es la Secretaría de Derechos Humanos un ente ideologizado, que tanto mira al pasado con la visión sesgada de la izquierda como ignoró durante la pandemia las flagrantes violaciones a los derechos humanos cometidas desde el Estado por el gobierno nacional y gobiernos provinciales.

Esa Secretaría, hoy a cargo del fanático kirchnerista Horacio Pietragalla Corti, inequívocamente alineada con la reivindicación de organizaciones terroristas como Montoneros y ERP, con su desempeño servil al poder ha profundizado el hartazgo de la sociedad por la sobreactuación parcializada de los derechos humanos.

Resulta notorio que esta ya no es aquella sociedad a la que el kirchnerismo pudo imponerle su relato y que callaba ante la mentira de los 30.000 desaparecidos. Hoy se cuestiona esa mentira tanto como el olvido de los crímenes cometidos por el terrorismo.

Cabe preguntarse si la finalidad que cumplen esos muy grandes y vistosos carteles emplazados en unidades militares es preservar la memoria para librar al futuro de repetir los hechos trágicos del pasado o simplemente afirmar un relato parcial y falseado de la historia estigmatizando a las Fuerzas Armadas como si fueran poco menos que fuerzas de ocupación nazi.

No resulta razonable que con más de 200 años de historia militar lo primero que se vea en el ingreso a cualquier cuartel es que allí se cometieron delitos de lesa humanidad. Hay demasiada gloria en nuestra historia militar para que lo más destacable sean los desaciertos de una guerra no convencional contra organizaciones terroristas dirigidas desde la dictadura cubana. Una guerra que además se ganó.

No resulta razonable que se hable de mantener la memoria al mismo tiempo que se prohíbe a las Fuerzas Armadas recordar a sus muertos en el combate contra la subversión.

No resulta razonable, al respecto, que se haya ordenado al Ejército Argentino borrar un tuit que recordaba a dos de nuestros caídos en Tucumán, durante el Operativo Independencia, cuando se combatió al ERP y Montoneros en defensa de la integridad territorial de la Nación y del gobierno constitucional.

No resulta razonable olvidar que un ejército que no honra a sus caídos en combate deja de ser un Ejército.

No resulta razonable que un país condene con saña a sus defensores para entregar su futuro al enemigo impune.  

No resulta razonable dar continuidad al reproche y estigmatización de las Fuerzas Armadas por lo obrado en la lucha antisubversiva cuando ya no hay en sus filas quien haya participado de las acciones.

No resulta razonable seguir dando satisfacción al deseo de venganza de las minorías hiperactivas que demonizan a los uniformados cuando, según se percibe en la sociedad y reflejan encuestas, a 40 años del retorno de la democracia, las Fuerzas Armadas son las instituciones que más alta imagen positiva tienen en la sociedad argentina.

No resulta razonable seguir cargando sobre los hombros de los jóvenes que cumplen con su vocación militar el peso crímenes cometidos en una lucha fratricida que no fue responsabilidad exclusiva de los militares.

Está claro que más allá de la intención demonizante de los activistas de la izquierda camuflados de derechos humanos, la sociedad argentina tiene claro qué es lo que quiere que representen sus Fuerzas Armadas: El brazo armado de la Nación Argentina, con una historia de más de 200 años tan compleja como la propia historia argentina, garante de la soberanía, respaldo de la diplomacia y presencia solidaria cada vez que la defensa civil se vea superada. Ni más ni menos que lo que debe ser.

Es razonable señalar como tarea del próximo Presidente ser Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas poniendo fin al trato humillante y estigmatizante de dos décadas infames.

Y la determinación de ser Comandante en Jefe se debe materializar haciendo prevalecer por sobre la Ley 26.691 las atribuciones que la Constitución Nacional confiere al Poder Ejecutivo en los siguientes, claros y contundentes incisos del Art. 99:

  1. Es el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país.
  2. Es comandante en jefe de todas las Fuerzas Armadas de la Nación.
  3. Provee los empleos militares de la Nación: con acuerdo del Senado, en la concesión de los empleos o grados de oficiales superiores de las Fuerzas Armadas; y por sí solo en el campo de batalla.
  4. Dispone de las Fuerzas Armadas, y corre con su organización y distribución según las necesidades de la Nación.

Con esas atribuciones y en la urgente necesidad de elevar la moral de las Fuerzas Armadas, fortalecer su orgullo y motivarlas hacia los sacrificios que el futuro inmediato demanda, el Presidente de la Nación como Comandante en Jefe de las FFAA está en condiciones de decretar y ordenar el retiro de toda cartelería estigmatizante emplazada en el marco de la Ley 26.691 so pretexto de preservar la memoria del terrorismo de Estado en dependencias militares.

Asimismo, con la misma finalidad, ordenar que en la agenda de homenajes a sus caídos en combate que toda fuerza militar debe cumplir para afirmar su identidad y tradición, se incluya y rinda honores a los caídos en la lucha contra la subversión.

Nadie se supera sumergiéndose en la humillación, ni personas, ni naciones, siempre para superarse hay que apelar al orgullo fundado. Y desde aquella enumeración gloriosa de batallas y combates que Don Vicente López y Planes, el Bardo de la Libertad, escribió en el Oíd Mortales, como letreros eternos que dicen “Aquí el brazo argentino triunfó” el orgullo por las armas argentinas está plenamente justificado.

 

Para servir a la Patria.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía

Artículo publicado el 07/09/2023 en La Pluma de la Derecha, https://plumaderecha.blogspot.com/