VISIONES GEOPOLÍTICAS CONTRAPUESTAS. UN SIGLO DE PÉRDIDA DE INICIATIVA EUROPEA. (SEGUNDA PARTE)

Marcelo Javier de los Reyes*

El 1º de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. 1944, escombros del Castillo Real de Varsovia. Foto: El Castillo Real de Varsovia, Arx Regia Casa Editorial del Castillo Real en Varsovia, 1997.

El Castillo Real de Varsovia fue reconstruido entre los años 1971 y 1984 conforme a la voluntad de la nación polaca. Foto: El Castillo Real de Varsovia, Arx Regia Casa Editorial del Castillo Real en Varsovia, 1997.
De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra Fría

Durante el período de entreguerras, se combinaron una serie de factores políticos, ideológicos, económicos y sociales que fueron creando un clima de tensión que, finalmente, desembocó en una nueva guerra de alcance global.

La puja entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo estuvo marcada por los espacios de poder. La humillación de Alemania por parte de Francia mediante la firma del Tratado de Versalles en 1919 —en venganza por la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871— y el incumplimiento de lo pactado por las potencias occidentales con Italia, fueron algunos de los tantos motivos que llevaron a la guerra que comenzó el 1º de septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de las tropas de la Alemania nazi.

El desarrollo de los acontecimientos fue llevando a que cada vez más naciones se involucraran en la guerra, a partir del respaldo retórico que los gobiernos de Francia y el Reino Unido le brindaron a Polonia. Las “democracias occidentales” parecían no haber querido tomar conocimiento de que unos pocos días antes Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi, fue recibido en el aeropuerto de Moscú “engalanado de esvásticas y una banda de música que lo recibió al son de Deutschland, Deutschland über Alles[1]. Esas esvásticas que adornaban de extremo a extremo el aeropuerto eran utilizados en los filmes soviéticos antinazis y luego fueron llevados a la antigua Legación austríaca, donde se alojaría la comitiva alemana[2].

El 23 de agosto de 1939, Ribbentrop y su par soviético, Viacheslav Mólotov, firmaron el Pacto Germano-Soviético en presencia de Stalin, que consistía en un acuerdo para estrechar los vínculos de amistad y de cooperación política y comercial pero que contenía un protocolo secreto por el cual se repartían “el noroeste de Europa en dos esferas de influencia y concedía a ambos signatarios vía libre para devorar a sus vecinos más inconvenientes (de acuerdo a sus intereses defensivos)”[3].

23 de agosto de 1939. De derecha a izquierda: Joachim von Ribbentrop, Viacheslav Mólotov y Iósif Stalin.

Antes de esto, Stalin ya había procedido a una gran purga a través del “Gran Terror”, que ocasionó la muerte de millones de ciudadanos soviéticos, incluyendo a la mitad de los altos oficiales del Ejército Rojo, los que fueron asesinados o enviados a los gulags entre 1938 y 1939.

El 17 de septiembre de 1939, pocos días después de la invasión alemana, la Unión Soviética inició la propia en la zona polaca que se había repartido previamente con los nazis. El 22 de septiembre alemanes y soviéticos se encontraban en la localidad polaca Brześć Litewski (hoy Brest-Litovsk, en la actual Belarús), donde ese día las tropas de ambos bandos hicieron un desfile conjunto para celebrar su victoria.

El 30 de noviembre la Unión Soviética, sin previa declaración de guerra, invadió Finlandia. Luego de tres meses y medio de combate y de una fuerte resistencia por parte de unas fuerzas finesas en inferioridad de condiciones, el 12 de marzo de 1940 fue firmado el Tratado de paz de Moscú por el que Finlandia traspasó partes de su territorio a la Unión Soviética pero logró conservar su independencia.

Con su Lebensraum Hitler nuevamente se dirigió hacia el este. El 22 de junio de 1941 Alemania dio inicio a la “Operación Barbarroja”, nombre en clave dado por Adolf Hitler al plan de invasión a la Unión Soviética, que habría dado lugar al mayor exceso de violencia de la historia bélica moderna. Lo que pareció una exitosa operación relámpago terminó en una larga y cruenta confrontación para ambos países. Los alemanes no pudieron llegar a Moscú y los soviéticos comenzaron su camino hacia Berlín.

Las democracias occidentales se mantuvieron en silencio cuando la Unión Soviética invadió Polonia, pues no deseaban confrontar con Stalin, el asesino de masas que luego sería uno de los aliados.

Con respecto al escenario del Asia-Pacífico, cabe recordar que en mayo de 1941, debido a la apropiación de combustible estadounidense en Hai Phong, actual Vietnam, el gobierno estadounidense frenó las exportaciones de materias primas de Filipinas a Japón para que obstaculizar su avance en China. Como respuesta a la ocupación japonesa de la Indochina francesa, el presidente Franklin D. Roosevelt “en forma creciente presionó diplomática y económicamente al Japón, hasta llegar a una prolongada crisis que culminó a partir del 25 de julio de 1941, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda suspendieron su comercio con Japón y sometieron a este país a un cerco económico casi completo”[4]. Los tres países también procedieron a congelar los bienes japoneses y suspendieron todo intercambio comercial con el Imperio japonés. Del mismo modo, en Terranova, en agosto de 1941, se comprometió mutuamente con el primer ministro del Reino Unido “a prestarse ayuda recíproca en el caso de que Estados Unidos, Gran Bretaña o un tercer país que aún no estuviese en guerra, fuese atacado por Japón en el Pacífico”[5].

El presidente Roosevelt asimismo había establecido un embargo de las exportaciones de petróleo.

Se puede afirmar que el ataque a Pearl Harbor, a todas luces no fue una “sorpresa estratégica”. El capitán de navío Mitsuo Fuchida, quien condujo el ataque a Pearl Harbor, afirmó que luego de analizar la propuesta de Estados Unidos del 26 de noviembre de 1941 —entregada por el Secretario de Estado Cordell Hull a los representantes del Imperio japonés en Washington y redactada en duros términos—, el gobierno y el Alto Mando de Japón llegaron a la conclusión “de que la propuesta era un ultimátum tendiente a subyugar al Japón y hacer inevitable la guerra”[6]. La fuerza de tareas japonesa ya estaba rumbo hacia Pearl Harbor y el ataque quedaba supeditado a la mencionada propuesta estadounidense pero el gobierno japonés había decidido continuar con los esfuerzos de paz “hasta el último momento”[7]. Otro dato de interés que proporciona el capitán Fushida es que la decisión de atacar un domingo obedecía a que tenían información de que “la Flota de los Estados Unidos volvía a Pearl Harbor los fines de semana después de los períodos de instrucción en el mar”[8]. Luego agrega que informes de inteligencia sobre las actividades de la Flota del Pacífico retransmitidas desde Tokio, informaban que el día 5 de diciembre el USS Lexington había dejado el puerto y que se estimaba que el USS Enterprise también estaba operando en el mar[9]. Ambas naves eran los portaviones estadounidenses, las dos naves más importantes en Pearl Harbor, las cuales habrían sido sacadas a alta mar debido al conocimiento del ataque japonés.

PEARL HARBOR. POSICIÓN APROXIMADA DE BUQUES DE ESTADOS UNIDOS.
ACORAZADOS 8
CRUCEROS 9
DESTRUCTORES 20
SUBMARINOS 5
BUQUE HOSPITAL 1
más buques de abastecimiento y taller, cañoneros, petroleros, remolcadores, etc. En total 86 buques de combate y de servicio, sin contar embarcaciones menores y buques auxiliares.
Los acorazados llevan nombres de Estados: Arizona, Nevada, Tennesse, Maryland, Oklahoma, West-Virginia, California y Pensylvania (en dique seco).
Los cruceros llevan nombres de ciudades: Raleigh, Honolulu, Helena, St. Louis.
Vestal –buque taller–, Oglala –minador–, Neosho (petrolero), Shaw (destructor, estaba en dique seco flotante nº 2), Downes y Cassin (destructores, estaban en un dique seco junto al acorazado Pensylvania), Curtiss (buque madre para hidroaviones), Utah (acorazado radiado, servía como blanco).
Fuente: Robert A. Theobald. El secreto final de Pearl Harbor

El mayor testimonio de que el ataque japonés no fue una “sorpresa estratégica” es el libro del contraalmirante estadounidense Robert A. Theobald, titulado The final secret of Pearl Harbor. The Washington contribution to the Japanese attack, publicado en abril de 1954[10]. En su libro el contraalmirante Theobald acusó a la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt de no alertar a los comandantes de Pearl Harbor —ocultando la información de inteligencia— sobre el ataque con la intención de llevar a los Estados Unidos a la guerra. En el prólogo de su libro, el contraalmirante Husband E. Kimmel —comandante de la Flota del Pacífico y comandante en Jefe de la Base Naval de Pearl Harbor, quien fue destituido de su cargo y degradado—, expresa:

Los estudios realizados por el Contraalmirante Theobald lo han llevado a la conclusión que estuvimos desprevenidos en Pearl Harbor debido a que los planes del Presidente Roosevelt requerían que no se enviara aviso alguno que alertara la Flota del Pacífico.[11]

De ese modo, los Estados Unidos, país que tuvo varios empresarios y empresas que apoyaron al gobierno de Hitler durante el período de entreguerras, como Henry Ford —condecorado en 1938 con la Gran Cruz del Águila por parte de Alemania—, Prescott Bush (padre y abuelo de los presidentes estadounidenses), IBM, General Motors —que había adquirido la empresa Opel—, entre otros, presionaron a Japón procurando el pretexto para ingresar a la guerra. El 8 de diciembre de 1941, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra al Imperio de Japón y el día 11 a Alemania, inmediatamente después que lo hubiera hecho el gobierno de Berlín.

Un hecho más, entre los tantos que se podrían destacar, es que en plena guerra, en 1943, el presidente “Roosevelt declaró que Arabia Saudí era ‘vital para la defensa de los Estados Unidos’, y el reino saudí se pudo beneficiar de generosos préstamos, a la vez que declaraba la guerra al Eje”[12]. En 1944 se formó ARAMCO, la Arabian American Oil Company, como subsidiaria de la Standard Oil de California, SOCAL, que ya en 1933 había firmado un acuerdo con el monarca saudí para realizar prospecciones petrolíferas en su territorio[13]. Los intereses en función de la geopolítica del petróleo implementada por el Reino Unido y los Estados Unidos se fueron afianzando. Arabia Saudí ingresaría en 1945 como miembro pleno cuando, al año siguiente, se creara la Organización de las Naciones Unidas.

Hacia el final del conflicto, cuando las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón) fueron derrotadas, la Polonia que las “democracias occidentales” pretendieron salvar de la Alemania nazi —y la excusa por la cual ingresaron a la guerra tras sostener durante años la “política de apaciguamiento”— fue entregada sin más a la Unión Soviética… al igual que Europa Central y Oriental. La guerra terminó pero las ilusiones de “democracia” y de “libertad” no se concretaron para las poblaciones de esos países. Las democracias occidentales redujeron la extensión de la “Europa libre” con su alianza con el asesino de masas Stalin, lo que no exime a Hitler de sus pecados pero hay que tener en cuenta que los de las potencias occidentales no fueron menores.

Nuevos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la FAO, organización dedicada a la alimentación y la agricultura, fueron creados a partir de esta guerra, los cuales se convirtieron en actores protagonistas en el decurso mundial desde 1945.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa perdió aún mayor poder de iniciativa en el contexto internacional. Para levantarse de sus ruinas debió contar con el apoyo económico de los Estados Unidos mediante el Plan Marshall. De este modo, la gran potencia del norte aparecía como la que —junto al maltrecho Imperio británico— había derrotado “al mal”. Sin embargo, era natural que media Europa quedara en manos de la que llevó el mayor esfuerzo de guerra, la Unión Soviética, que con su poder terrestre y con 27 millones de muertos llegó a Berlín antes que las fuerzas británicas y estadounidenses. A decir verdad, el peso de la guerra en víctimas humanas recayó sobre Alemania y la Unión Soviética.

De este modo, Europa Occidental quedó sujeta al “nuevo orden europeo” impuesto desde Washington pero creado durante la guerra a través de los acuerdos celebrados por los “Tres Grandes” (Roosevelt, Churchill y Stalin) en las conferencias en las que, finalmente, se dividieron las zonas de influencia. Como resultado de ello, Alemania fue dividida en dos, dando luego lugar a la República Federal Alemana (RFA) y a la República Democrática Alemana (RDA), y la ciudad de Berlín también fue sujeta a una partición.

La alianza se quebró, como era natural y como lo había previsto Churchill, y prontamente se inició el conflicto que pasó a la historia como Guerra Fría. El mundo quedó a merced de dos bloques: el capitalista, liderado por Washington, y el comunista, liderado por Moscú. Ambas fuerzas intentaron imponer sus voluntades sobre el resto del mundo y con motivo de ese forcejeo las viejas potencias coloniales europeas debieron aceptar el proceso de descolonización para dar nacimiento a nuevos países.

En el marco de este nuevo conflicto y siguiendo la promesa hecha a través de la Declaración de Balfour, en 1947 se aprobó el Plan de la ONU para la partición de Palestina, mediante una resolución que contemplaba la formación de dos Estados —Israel y Palestina— sobre el mandato británico. Esta partición fue rechazada por los países árabes y por la dirigencia palestina que le declararon la guerra al nuevo Estado judío, dando origen a la guerra árabe-israelí de 1948, que finalizó con la victoria de Israel, que logró ampliar militarmente su territorio más allá del plan original de la ONU.

En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos impulsó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), fundada por doce países, signatarios del Tratado de Washington: Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, el Reino Unido y Portugal. Posteriormente se incorporaron Grecia y Turquía, en 1952; la República Federal de Alemania, en 1955 y en la actualidad está integrada por 29 países[14].


Washington, 4 de abril de 1949. Firma del Tratado del Atlántico Norte.

Como contrapartida, en 1955, los países del bloque socialista crearon el Pacto de Varsovia, su propia organización militar para enfrentar los desafíos del bloque occidental.

A pesar de ser el aliado más confiable de Washington, el Reino Unido también encontró sus limitaciones. Ejemplo de ello fue la crisis del Canal de Suez, cuando el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser —quien derrocó al rey Faruq I mediante un golpe de Estado, proclamó la república y estableció el “nacionalismo socialista árabe”— procedió a nacionalizar el canal en detrimento de los intereses británicos y franceses. Nasser había fortalecido sus fuerzas armadas con material proveniente de los países socialistas, en particular, Checoslovaquia, y su gobierno reconoció a la República Popular China.

El Reino Unido, Francia e Israel formaron una alianza en contra de Egipto, país que contó con el respaldo de los países árabes. El triunfo militar de estos aliados fue acompañado de una gran decepción cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética, diplomáticamente, le impusieron a Francia, el Reino Unido e Israel retirar sus ejércitos. Por su parte, Egipto debía detener el envío de armamento a las guerrillas que luchaban contra Israel. Las Naciones Unidas desplegaron un cuerpo especial (UNEF) en la península del Sinaí, para mantener aisladas las fuerzas israelíes y egipcias.

Un segundo caso fue el visto bueno que los Estados Unidos le dieron al Reino Unido para llevar adelante su campaña al Conflicto del Atlántico Sur, para lo cual le cedieron la base aeronaval de la isla Ascensión y se arbitraron las medidas para reemplazar en Europa las operaciones británicas en el marco de la OTAN.

Nuevos organismos fueron abroquelando a los países europeos. En París, en abril de 1951 fue creada la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), por parte de los países del BENELUX (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo), Alemania, Francia e Italia, cuyo tratado entró en vigor en 1952 y es la base sobre el que se firmó el Tratado de Roma, en 1957, que fue el origen de la Comunidad Económica Europea, a la que progresivamente se fueron incorporando otros países y que en noviembre de 1993 pasó a ser la actual Unión Europea. Desde la CECA las instituciones sucesoras fueron incrementando el poder supranacional en detrimento de las decisiones de los gobiernos de los países miembro. En este punto cabe citar a Hans-Peter Martin y Harald Schumann:

El que este proceso haya avanzado tanto, a pesar de todos los retrocesos, se lo debe Europa en gran medida al canciller federal alemán en el cargo desde 1982. El mayor logro de Helmut Kohl no es la realización de la unidad alemana, sino su inconmovible insistencia en la europeización de la política nacional. Kohl solo demostró lo en serio que se tomaba esto en diciembre de 1991, cuando redactó en la neerlandesa Masstricht los párrafos del Tratado que debía convertir en una Unión la vieja Comunidad Europea. Contra la masiva resistencia del Bundesbank, de su propio partido y de gran parte de la élite conservadora, puso entonces, en alianza con Francia, el viejo sueño de la moneda común en el orden del día europeo. Con seguro instinto de poder, Kohl y su entonces interlocutor François Mitterand advirtieron la importancia de este paso mucho antes que sus electores e incluso que la mayoría de sus asesores: El dinero común podía ser la clave de la unificación política del continente y abrir paso a la liberación del dominio americano. Porque la unión monetaria, aunque no entre en vigor hasta el año 2001, dará a Europa la posibilidad de recuperar una parte importante de soberanía estatal en el ámbito de la política monetaria, financiera y tributaria. Entonces los tipos de interés y de cambio europeo dependerán mucho menos que hoy del mercado norteamericano.[15]

Sin embargo, la comunidad europea ya desde 1973 tenía el “Caballo de Troya” dentro de sí: el Reino Unido. En noviembre de 1962, el presidente francés, Charles de Gaulle recibió al primer ministro británico, Harold Macmillan —con la intención de obtener la aprobación de De Gaulle para que su país pudiera ingresar a la CEE—, durante su retiro de verano en el castillo de Rambouillet, a las afueras de París. De Gaulle le expresó que si quería unirse a Europa debía abandonar su “relación especial” con los Estados Unidos. En 1963, el general francés declaró “que Francia abriga dudas sobre la voluntad política del Reino Unido de ingresar en la Comunidad”, con lo cual se suspendieron las negociaciones de adhesión de todos los países candidatos[16]. De Gaulle se manifestó en contra del ingreso británico en una conferencia de prensa celebrada el 14 de enero de 1963. El 27 de noviembre de 1967 volvió a negarse en otra conferencia de prensa.

El presidente francés, general Charles de Gaulle, diciembre de 1962. Fotografía: AFP / Getty Images

Como había previsto sagazmente el general De Gaulle, el Reino Unido jugaría para sí y para los Estados Unidos. Tras lograr ingresar a la CEE y continuar dentro de su sucesora la Unión Europea, gozó de beneficios especiales, como no adherir al Tratado de Schengen (1985) ni adoptar el euro, cuya entrada en vigor fue en 2002.

La implosión soviética y la supuesta “postguerra fría”

Antes de abordar la implosión soviética es justo recordar algunos antecedentes que llevan a la comprensión del radicalismo islámico para lo cual es necesario referirse escuetamente a la guerra en Afganistán, en donde se había producido el “Gran Juego” entre británicos y rusos en el siglo XIX. Este “nuevo juego” se produce durante el gobierno iraní de Mehdi Bazargan, quien lo encabezó de forma interina tras la Revolución Islámica, gobierno con el que Estados Unidos mantenía contactos.

Además del triunfo de la mencionada revolución en 1979, el 4 de noviembre se llevó a cabo el asalto de la embajada de los Estados Unidos y el secuestro de los diplomáticos. A finales del mes de diciembre el Ejército Rojo ingresó a Afganistán.

Arabia Saudí y las monarquías del golfo, wahabitas y sunitas, no estaban dispuestos a perder el control religioso en favor de los chiítas iraníes por lo que se aliaron a los muyahidín afganos, que solo contaban con algunas facciones de filiación wahabita y con los partidarios de la yihad armada[17]. En el noroeste de Pakistán, en torno a Peshawar, en donde existían bases y campos de entrenamiento, había tres millones de refugiados, “el caldo de cultivo para el islámico internacional”[18]. Con financiamiento saudí, armamento estadounidense, tráfico de heroína y colaboración de los servicios de inteligencia paquistaní y estadounidense, el ISI (Inter-Services Intelligence) y la CIA, además del componente religioso de las grandes organizaciones paquistaníes, principalmente Jami’at-e islami fundada por Abul Ala Mawdadi (Aurangabad, India, 1903 – Búfalo, Estados Unidos, 1979), periodista y teólogo musulmán fundamentalista que desempeñó un papel importante en la política paquistaní y la red de madrasas deobandis[19].

Este movimiento, apadrinado por los Estados Unidos, Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Pakistán, desempeñó un papel clave en la derrota que sufrieron las tropas soviéticas en 1989 y que llevó a la evacuación del país. Pero allí también está el semillero que dio origen al terrorismo de sesgo islámico.

En abril de 1992 Kabul y Afganistán cayeron en manos de los muyahidín. En 1994 aparecieron los talibán, quienes durante ese año se apoderaron de Kandahar y de las provincias meridionales de Lashkargah y Helmand. Los talibán gobernaron la casi totalidad de Afganistán entre 1996 y 2001 y la empresa petrolera argentina Bridas de Carlos Bulgheroni obtuvo un contrato para la construcción de un gasoducto de 1.492 kilómetros desde Turkmenistán hasta Pakistán con el visto bueno de los talibán. Bien pronto, con el avance de los Estados Unidos en el espacio postsoviético, la empresa argentina fue perdiendo todos sus negocios en favor de las estadounidenses, principalmente con Unocal[20].

Estos datos son relevantes para comprender los motivos que fueron llevando a la implosión soviética y a la expansión de los Estados Unidos en el espacio postsoviético. La globalización propuesta por Washington estaba en marcha en un esquema que los propios estadounidenses y algunos analistas internacionales consideraron como “unipolar”.

Hans-Peter Martin y Harald Schumann proporcionan una definición de lo que se debe entender por globalización:

La globalización, entendida como la liberación de las fuerzas del mercado mundial y la pérdida de poder económico de los Estados, es para la mayoría de las naciones un proceso impuesto, al que no pueden sustraerse. Para América, era y es un proceso que su élite política y económica ha puesto en marcha y mantiene voluntariamente. Sólo Estados Unidos pudo mover al Gobierno de Japón a abrir el mercado interior japonés a las importaciones. Sólo el Gobierno de Washington puede obligar al régimen chino a cerrar 30 fábricas de video y CD, que ganaban miles de millones con el robo de derechos de propiedad intelectual y la piratería de productos. Por último, sólo el Gobierno Clinton pudo arrancar a los rusos el consentimiento a la intervención militar en Bosnia, que puso fin a la carnicería en los Balcanes. El crédito de diez mil millones de dólares del FMI, concedido justo a tiempo para la campaña electoral de Boris Yeltsin, fue la recompensa, en el verano de 1996.[21]

Rusia se había debilitado. La crisis económica produjo la escasez de productos básicos y la oxidación del material de guerra.

El profesor Daniel Añorve Añorve, en un artículo de su autoría, cita un trabajo de Ana Teresa Gutiérrez del Cid, titulado Fénix de Oriente, en el que “ilustra el período de confrontación entre algunos magnates, que o bien actuaban al margen de la ley o actuaban dentro de ésta, pero sirviendo a intereses extranjeros por un lado, y a un grupo de hombres de Estado, nacionalista y relativamente conservador, los siloviki, aliados centrales de Vladimir Putin”[22]. Efectivamente, con la asunción de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia en 1999 comenzó a revertirse el estado de anarquía que imperaba en el país y a recuperar no solo la economía sino también sus fuerzas armadas.

Sólo poco tiempo después de la llegada de Putin al poder, se produjeron los atentados del 11-S de los que se responsabilizó a varios ciudadanos saudíes. Respecto de este ataque ya se ha hablado y se ha escrito mucho pero le otorgó un rol protagónico al terrorismo de sesgo islámico, cuya principal organización era Al-Qaeda, la que tuvo sus orígenes a fines de la década de 1980, como ya se explicó ut supra, en los muyahidín que enfrentaban la ocupación soviética en Afganistán. Su líder, Osama Bin Laden habría abandonado Afganistán en 1989, para retornar en 1996 con el objetivo de dirigir los campos de entrenamiento y proceder al ataque los militares y civiles estadounidenses. Se le atribuyeron los atentados del 7 de agosto de 1998 de las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia en África.

Lo que resultó más insólito es que los atacantes eran saudíes pero el gobierno estadounidense decidió llevar la guerra a Afganistán.

La política exterior y de defensa estadounidense dio un giro geopolítico y puso la mira en Medio Oriente y Asia Central, procurando arrastrar a los países europeos en su guerra. Alemania y Francia fijaron su posición respecto a estos cambios y tomaron una actitud más dura en oportunidad de la invasión a Iraq en 2003 bajo el pretexto de las armas de destrucción masiva… que finalmente no se encontraron. Algunos países europeos acompañaron la campaña estadounidense, Reino Unido y España, además de algunos que antes integraban el espacio soviético.

En un artículo escrito por el coronel de artillería español José Luis Pontijas Calderón, pone en evidencia ese cambio de la política estadounidense y su alejamiento con respecto a sus aliados europeos. Del mismo modo, también menciona como el Reino Unido frenó numerosas iniciativas europeas, en favor de los Estados Unidos y en función de los cambios geopolíticos que implementaron los diferentes gobiernos estadounidenses en las últimas décadas. Para ello analiza la política exterior de Washington, los cambios mencionados y la actitud de los gobierno británicos[23] [24]. Pontijas Calderón, respecto del Reino Unido, expresa:

Sus objetivos principales del período post-Guerra Fría fueron:

      • Mantener el vínculo transatlántico con EE. UU., garante de sus dos ejes geoestratégicos tradicionales.
      • Impulsar y contribuir a la expansión geopolítica global occidental.

Para ello, Londres estuvo a la vanguardia de la expansión de la OTAN y de la UE hacia el Este, así como cooperó militar y diplomáticamente con los esfuerzos estadounidenses en Irak, Afganistán y otros teatros. También promovió numerosas iniciativas de cooperación en el seno de la Alianza (Partenariado por la Paz, Diálogo Euro-Mediterráneo, etc.) y abogó por la expansión de esta como gestor de crisis en el ámbito global durante la cumbre de Washington de 1999.

Por otro lado, para neutralizar cualquier intento de desarrollar una capacidad europea de defensa autónoma, Londres promovió el desarrollo de la Identidad de Defensa y Seguridad Europea (EDI, por sus siglas en inglés). La idea era fortalecer la vos de los europeos en el seno de la Alianza, a la vez que ofrecía una forma de planear y conducir operaciones de la Unión Europea Occidental (UEO) a través de los acuerdos “Berlín +” OTAN-UEO.[25]

El Reino Unido cumplió su misión tal como lo había previsto Charles De Gaulle y dado el distanciamiento de los Estados Unidos de Europa —en el marco de un nuevo período global en el que el gobierno estadounidense ya no puede pedirle a China que cierre sus fábricas de video y CD, ni torcer la política de la Federación de Rusia a cambio de un crédito del FMI— en 2016, el gobierno de Londres llamó a un referéndum para que su población decidiera si deseaba continuar dentro de la Unión Europea o no. Como se sabe, esa votación fue manipulada a través de la consultora Cambridge Analytica. Asimismo, debe recordarse que el presidente Donald Trump contribuyó al distanciamiento con su guerra de aranceles a las importaciones.

La decisión de los gobiernos de Francia y Alemania de impulsar un ejército fue percibida por Trump como un insulto. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, justificó esa iniciativa porque “Europa necesita reducir su dependencia de los demás”. Aún fue más allá al expresar: “Tenemos que protegernos de China, de Rusia e incluso de Estados Unidos”[26].

Pareciera que la partida del Reino Unido, le brindó el espacio a Emmanuel Macron y Angela Merkel para avanzar en la creación de un Ejército europeo[27] e, incluso, una suerte de “consejo de seguridad” de la Unión Europea, similar al de la ONU, el cual “podría emitir una posición europea sobre los conflictos internacionales”[28].

Por su parte, Donald Trump había calificado a la OTAN de “obsoleta” en oportunidad de su visita al nuevo cuartel general de la Alianza en Bruselas y les pidió a sus miembros que pusieran más dinero: “Veintitrés de los 28 países miembros siguen sin pagar lo que deberían y lo que supone que deben pagar por su defensa”[29].

Cuando se cumplía el 70º aniversario de la creación de la OTAN, Donald Trump manifestaba su intención de retirar a su país de la Alianza. Macron, por su parte, llegó a expresar que “lo que estamos experimentando actualmente es la muerte cerebral de la OTAN”[30], haciendo referencia a la imprevisibilidad estadounidense bajo la presidencia de Donald Trump, declaración que no fue compartida por Angela Merkel.

2019. El Palacio de Buckingham fue el escenario donde la OTAN celebró el 70º aniversario de su fundación.

Ya antes de esas expresiones sobre la OTAN, en marzo de 2019, Macron convocó a una cumbre a los responsables de una treintena de servicios europeos con el objetivo de construir una cultura estratégica común y “poner en marcha un colegio o foro común que sirva para intercambiar experiencias y alentar la reflexión sobre los retos a los que se enfrentan los servicios de inteligencia europeos, desde el yihadismo a la creciente agresividad del Kremlin o el ascenso imparable de China”[31].

Del mismo modo, por iniciativa del gobierno francés, a finales de febrero de 2020, veintitrés países europeos crearon una nueva cooperación de inteligencia: el Intelligence College in Europe, Colegio de Inteligencia en Europa (ICE, por sus siglas en inglés). El ICE se fundó oficialmente en París en mayo de 2019 pero respondió a una iniciativa del presidente Macron, cuando, en septiembre de 2017, en un discurso en la Universidad de la Sorbona en París propuso una nueva cooperación entre los servicios de inteligencia europeos con el objetivo de lograr una Inteligencia europea más independientes de la información y del conocimiento de las grandes potencias, como Estados Unidos, China o Rusia[32].

A modo de conclusión

La llegada de los turcos en el siglo XIV, la caída del Imperio Bizantino y la instalación del Imperio Otomano significó la ruptura de las comunicaciones terrestres entre Europa y Asia. Eso obligó a las potencias de la época, más precisamente España y Portugal, a buscar nuevas rutas para llegar al Lejano Oriente.

El Imperio ruso, a lo largo de varios siglos, con su extensión hacia el este, se encontraba conectando ambos continentes nuevamente, lo que significó una amenaza para el Imperio británico, con el cual tuvo que lidiar en Afganistán en lo que se denominó el “Gran Juego”. La construcción del Transiberiano y su inauguración en 1904 representaron otra alarma para Londres ya que amenazaba sus mercados asiáticos.

La carrera armamentística estaba en marcha entre las potencias europeas y nuevos actores se involucraban en el escenario internacional.

Cabe recordar que durante el siglo XIX el Imperio británico se expandió por el mundo y colonizó islas y pasos vitales para el control de los mares y pasos estratégicos del mundo.

Previo a la Primera Guerra Mundial, los británicos percibieron que la expansión hacia el este del Imperio alemán ponía en riesgo sus posesiones, su dominio comercial y el control de los pozos petrolíferos de Medio Oriente a través del espacio terrestre. Durante el transcurso de la misma, recurrió a tratados y acuerdos secretos para repartirse el Imperio otomano y establecer una cuña en Medio Oriente para evitar el avance alemán y la construcción de su ferrocarril que podía alcanzar los puertos del golfo Pérsico.

La Revolución Bolchevique contó con el apoyo de dos países de dos bandos enfrentados en la guerra, Estados Unidos y Alemania, pero había algo en común: fue respaldada por capitalistas que deseaban vengarse del zar por sus políticas consideradas racistas. La revolución rusa sirvió para tabicar a las potencias centrales en su camino hacia el este y puso los caminos y los ferrocarriles —como el Transiberiano— bajo control del gobierno comunista. Eso forzaba a que las telurocracias se vieran obligadas a utilizar los mares para alcanzar el Lejano Oriente o cualquier punto de Asia y, como ya se ha mencionado, el control marítimo estaba en manos del Reino Unido y de la, entonces, nueva talasocracia: los Estados Unidos. El comercio europeo quedaba íntimamente ligado a estas dos potencias capitalistas.

La Gran Guerra fue el hito fundamental para poner a Europa en una posición subordinada respecto de los Estados Unidos y del Imperio británico.

Los resentimientos de la Primera Guerra Mundial se incrementaron durante el período de entreguerras y las ideologías se enfrentaron tanto al interior de algunos países como en buena parte de Europa. El estallido de la Segunda Guerra era inminente y, una vez más, los que serían los dos polos ideológicos se unieron para enfrentar a los países centrales: Alemania y sus aliados europeos.

La nueva derrota de Alemania y el avance de la Unión Soviética hasta Berlín llevaron el límite del bloque comunista hasta esa ciudad. La postguerra giró en torno al “enemigo comunista” y los Estados Unidos forjaron el “nuevo orden europeo”, restringiendo aún más cualquier iniciativa europea. Para consolidar su poder propuso la creación de la OTAN y unos años después de la creación de la CEE, el Reino Unido ingresó al bloque para paralizar desde adentro a la “Europa libre”. Luego del Brexit (2016), varios artículos recordaron la advertencia de Charles De Gaulle.

Cuando los soviéticos se expandían por Afganistán, la región del “Gran Juego”, los estadounidenses se valieron de sus aliados saudíes y paquistaníes para apoyar militar y económicamente a los muyahidín, los que serían el germen del futuro terrorismo de sesgo islámico que los gobiernos de Estados Unidos utilizaron para reemplazar al “enemigo comunista” luego de la implosión de la Unión Soviética y con más razón tras la llegada de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia.

Con respecto a los intereses hidrocarburíferos, los Estados Unidos se abocaron a boicotear los ductos que favorecieran a Rusia así como llevaron adelante la “guerra contra el terrorismo global” ocupando Afganistán, provocando la caída de Saddam Hussein en Iraq y luego, junto a otros socios europeos, procedió no sólo a establecer centros clandestinos de detención sino que también respaldó a los rebeldes sirios que dieron lugar a la creación del autodenominado Estado Islámico en su enfrentamiento con el gobierno de Siria.

En todas estas campañas, el Reino Unido fue su gran aliado, alineándose automáticamente a la política expansionista diseñada por Washington.

El fortalecimiento de Rusia y el desafiante crecimiento de China alejaron aún más a Estados Unidos de Europa, la que durante décadas acompañó la política estadounidense aun en contra de sus propios intereses al enfrentarse con Rusia, su proveedor energético natural.

La OTAN fue convertida más claramente en el brazo militar de las ambiciones estadounidenses, lo que encontró un freno ante la posición asumida por Francia y Alemania en vísperas del ataque a Iraq.

Este distanciamiento se incrementó y el “Caballo de Troya” debía dejar la Unión Europea para, con mayor libertad, poder acompañar a los Estados Unidos. Asimismo, se liberó de los controles financieros del bloque europeo, lo que no es un hecho poco importante para Londres, la “city” que controla la mayoría de los paraísos fiscales a lo largo y a lo ancho del mundo.

El Brexit parecería haber devuelto la conciencia y la identidad a Europa, la que ahora propone crear su propio sistema de defensa independiente de los lineamientos dictados desde Washington. Con respecto a la Inteligencia, la convocatoria del presidente francés para crear el colegio europeo, contó con la participación de dos miembros no comunitarios: Noruega y el Reino Unido.

A pesar de estas decisiones, la pregunta aún queda sin responder: ¿Serán capaces los europeos de crear su propia alianza militar al margen de la OTAN? Solo el tiempo podrá responderla.

Para finalizar, es pertinente recordar que en 1982, en oportunidad de su visita a Santiago de Compostela, el papa Juan Pablo II se refirió a la consolidación de la Europa unida expresando una frase que repetiría en otra visita a España en 2006: “Europa, vuelve a encontrarte, sé tú misma, aviva tus raíces”.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Norman Davies. Europa en guerra. 1939-1945. ¿Quién ganó realmente la segunda guerra mundial? Buenos Aires: Planeta, 2008, p. 209.

[2] Michael Bloc. Ribbentrop. Buenos Aires: Javier Vergara Editores, 1994, p. 255.

[3] Ibíd., p. 210.

[4] Robert A. Theobald. El secreto final de Pearl Harbor (La contribución de Washington al ataque japonés). Buenos Aires: Círculo Militar (Biblioteca del Oficial), julio de 1954, p. 59.

[5] Ídem.

[6] Mitsuo Fushida. “Yo conduje el ataque sobre Pearl Harbor”. En: Robert A. Theobald. Op. cit., p. 306.

[7] Ídem.

[8] Ibíd., p. 307.

[9] Ídem.

[10] Robert A. Theobald. Op. cit., 202 p.

[11] Ibíd., p. 15.

[12] Alejandro Salamanca Rodríguez. “Arabia Saudí V: petróleo con sabor americano (1938-1953)”. Desvelando Oriente, 07/12/2016, <https://desvelandooriente.com/2016/12/07/arabia-saudi-5/>, [consulta: 20/10/2020].

[13] Ídem.

[14] Los demás países miembros son: España (1982); Hungría, Polonia y la República Checa (1999), que fueron los primeros países ex comunistas en entrar en la OTAN. Poco después, en la Cumbre de Praga, en 2002, denominada “cumbre de la transformación”, la OTAN invitó a siete países (Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania) a adherirse, y en marzo de 2004, los siete ingresaron en la Alianza. En 2009 fue el turno de Albania y Croacia y, finalmente, el último Estado en convertirse en Aliado hasta la fecha ha sido Montenegro, en 2017. La OTAN mantiene una política de puertas abiertas “a cualquier otro Estado europeo que esté en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte” (artículo 10 del Tratado de Washington)”. Fuente: Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (España).

[15] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar. Madrid: Taurus, 1998, p. 270-271.

[16] “La Historia de la Unión Europea – 1963”. Sitio web de la Unión Europea, <https://europa.eu/european-union/about-eu/history/1960-1969/1963_es>.

[17] Gilles Kepel. La yihad. Expansión y declive del islamismo. Barcelona: Península, 2001, p. 207.

[18] Ídem.

[19] Los deobandis son uno de los grupos de los musulmanes. Está íntimamente relacionado con la Universidad de Deoband, en India (Dar al-‘Ulum, “Casa del Conocimiento”. En sus orígenes en la India ya expresaba un fuerte rechazo contra el avance de Occidente y su civilización materialista laica en el subcontinente indio. Sus objetivos eran preservar las enseñanzas del Islam, su fuerza y sus rituales, resistir a las destructivas actividades misioneras del invasor británico y su cultura y difundir el Islam y su cultura.

[20] Ahmed Rashid. Los talibán. El Islam, el petróleo y el nuevo “Gran Juego” en Asia Central. Barcelona: Península, 2001, 375 p.

[21] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. Op. cit., p. 270-271.

[22] Daniel Añorve Añorve. “El juego geopolítico de la Rusia postsoviética: su comprensión a través de cinco círculos”. Revista Mexicana de Política Exterior, nº 115, enero-abril de 2019, p. 45-67.

[23] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (I)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 16/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA29_2019JOSPON_EEUU.pdf>.

[24] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (II)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 30/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA30_2019JOSPON_Europa.pdf>.

[25] Ídem.

[26] Ídem.

[27] La creación del Eurocuerpo se originó a partir del Tratado del Elíseo firmado entre el Presidente francés Charles de Gaulle y el Canciller alemán Konrad Adenauer el 22 de enero de 1963. Su objetivo era intensificar la cooperación franco-alemana en materia de defensa. En 1987 el presidente François Mitterand y el canciller Helmut Kohl anunciaron la puesta en marcha del Consejo de Seguridad y Defensa franco-alemán que iba a permitir la creación de la Brigada franco-alemana en 1989, la que entró en operatividad en 1991. El 14 de octubre del mismo año, ambos Jefes de Estado enviaron una carta conjunta al Presidente del Consejo Europeo en la que le informaban su decisión de intensificar aún más su cooperación militar, sentando así las bases de un Cuerpo de Ejército en el cual podrán participar también otros Estados miembros de la Unión Europea Occidental (UEO). El 22 de mayo de 1992, durante la Cumbre de La Rochelle, Mitterand y Kohl crearon oficialmente el Eurocuerpo con la adopción del informe común de los ministros de Defensa francés y alemán. El 1º de julio de 1992, un Estado Mayor provisional se estableció en Estrasburgo para crear las bases del Cuartel General del Eurocuerpo.

[28] Bernardo de Miguel. “Merkel secunda la propuesta francesa de crear un Ejército europeo”. El País, 13/11/2018, <https://elpais.com/internacional/2018/11/13/actualidad/1542120243_022296.html>, [consulta: 14/11/2018].

[29] “Trump, la OTAN y la UE: amor y desamor en 2018”. Euronews, 26/12/2018, <https://es.euronews.com/2018/12/26/trump-la-otan-y-la-ue-amor-y-desamor-en-2018>, [consulta: 27/12/2018].

[30] “Emmanuel Macron warns Europe: NATO is becoming brain-dead”. The Economist, 07/11/2019, <https://www.economist.com/europe/2019/11/07/emmanuel-macron-warns-europe-nato-is-becoming-brain-dead>, [consulta: 27/12/2018].

[31] Miguel González, Marc Bassets. “Macron reúne en París a los jefes de los servicios de espionaje europeos”. El País, 04/03/2019, <https://elpais.com/internacional/2019/03/04/actualidad/1551726724_825535.html>, [consulta: 06/03/2019].

[32] Christopher Nehring. “Colegio de Inteligencia en Europa: nueva plataforma conecta al servicio europeo de inteligencia”. Deutsche Welle, 08/04/2020, <https://www.dw.com/es/colegio-de-inteligencia-en-europa-nueva-plataforma-conecta-al-servicio-europeo-de-inteligencia/a-53068415>, [consulta: 08/04/2020].

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VISIONES GEOPOLÍTICAS CONTRAPUESTAS. UN SIGLO DE PÉRDIDA DE INICIATIVA EUROPEA. (PRIMERA PARTE)

Marcelo Javier de los Reyes*

«Britons wants you». Afiche con la imagen de Horacio Kitchener: “¡Únete al ejército de tu país! Dios salve al rey”, 1914.
Introducción

Los países de Europa dominaron buena parte del mundo hasta comienzos del siglo XX. Se utiliza el concepto de “la paz armada” para denominar la carrera armamentística y el desarrollo de la industria militar —por parte de las potencias europeas— que se llevó a cabo entre el fin de la guerra franco-prusiana (1871) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). A comienzos del siglo, la competencia entre las potencias por los espacios desencadenó cuatro crisis internacionales que obraron como precedentes de la guerra que se iniciaría en 1914: la primera crisis marroquí, 1905-1906, que involucró a Francia, España y Alemania; la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina, 1908; el incidente de Agadir en Marruecos, 1911, que también tuvo como escenarios Marruecos y como protagonistas a Alemania y a Francia; y las guerras balcánicas, 1912-1913.

Estas guerras provocaron los siguientes cambios en la región:

    • el imperio turco quedó reducido en los Balcanes a la región en torno a Estambul,
    • Serbia, aliada de Rusia y protectora de los derechos de los ciudadanos eslavos en el seno de Austria-Hungría, se consolidó como el principal Estado de la región;
    • el imperio austrohúngaro, alarmado por el poder que adquiría Serbia, contempló la necesidad de emprender una guerra preventiva como forma de impedir que Serbia provocara un levantamiento general de los eslavos en sus dominios. Para los Habsburgo estaba claro que si ello ocurría, Serbia contaba con el apoyo de Rusia.
    • Alemania estaba dispuesta a acudir en respaldo de Austria-Hungría.
    • lo propio haría Rusia a favor de Serbia y, a su vez, Francia respaldaría a Rusia.

De este modo, estas cuatro crisis permitían comprender como se alinearían las fuerzas de cara a un conflicto y cómo se tensaban las relaciones entre las potencias haciendo casi imposible que la guerra pudiera evitarse.

La emergencia de nuevos actores, como Estados Unidos y Japón, comenzó a revelar que el poderío europeo tenía sus limitaciones. En el caso del Japón, el hecho palpable se aprecia en la guerra con Rusia (1904-1905), a la cual derrotó. Su poder se mantuvo durante la década del 30 y hasta la mitad del 40, y ello se constata en la invasión a las colonias europeas en Asia cuando se produjo la expansión japonesa.

Con respecto a Estados Unidos, su peso y presión sobre la política exterior y sobre la defensa europea se aprecian ya desde el curso de la Primera Guerra Mundial y se mantiene hasta el presente, asfixiando la geopolítica de los países de la Unión Europea y de la de cada uno de los países europeos, aun los que no integran ese bloque.

En los últimos años la dirigencia europea está percibiendo las limitaciones que ello le ha ocasionado y ha tomado conciencia que, de continuar por ese camino, sus decisiones permanecerán bajo la subordinación de los Estados Unidos, o en el futuro de Rusia o de China. Angela Merkel y Emmanuel Macron procuran torcer ese destino.

Mar y Tierra. La mirada puesta en el este.

Carl Schmitt en su libro Mar y Tierra[1], obra editada en 1942, se refiere a las dos bestias de la Biblia, a Leviatán y a Behemot —la del mar y la de la tierra—, para ejemplificar la puja entre el poder naval y el poder terrestre. El dominio de los mares se encontraba hacia fines del siglo XIX en poder del Reino Unido pero la guerra que los Estados Unidos le impusieron a España en 1898, mediante la cual no sólo perdió sus colonias de Filipinas, Guam, Cuba y Puerto Rico sino también su flota de guerra, posicionó a la potencia americana como un nuevo poder naval. Esta conquista coincidía con la geopolítica diseñada por el almirante Alfred Thayer Mahan (1840-1914) en la última década del siglo XIX, quien ponderó el poder naval. Cabe destacar que por esa época el poder naval requería del apoyo de bases estratégicas en tierra como puntos de apoyo para que los buques pudieran abastecerse así como realizar sus actividades específicas, fueran estas militares o comerciales. Estos puntos de apoyo eran cruciales más aun teniendo en cuenta que el combustible utilizado era el carbón. De este modo, se ponía fin al mayor imperio que existió en la historia y los Estados Unidos pasaban a ser una potencia global. Sin embargo, a pesar de que algunos se refieren al “aislacionismo estadounidense” —tema quizás para otro trabajo— debe recordarse la batalla de Derma (1805), en Trípoli, actual Libia, de la que participaron sus marines.

Por esos años el poder naval británico comenzaba a tener un competidor emergente, Alemania, cuya política exterior había cambiado a partir del káiser Guillermo II, imponiendo la Weltpolitik en reemplazo de la Realpolitik desarrollada hasta ese momento por el Canciller Otto von Bismarck con su antecesor, Guillermo I.

Un dato no menor es que tanto el Reino Unido como Alemania tenían grandes reservas de carbón, aunque la segunda no contaba con las mismas bases de apoyo que los británicos supieron conquistar expandiendo su imperio a escala global.

En cuanto a Rusia, su política de expansión hacia el este se inició con la asunción al trono de Pedro el Grande (1672-1725) en 1689[2]. El zar le arrebató a los turcos la zona del mar de Azov, en la desembocadura del río Don, y estableció alianzas con los estados europeos para, precisamente, contrarrestar el poder de los turcos. Del mismo modo, esclareció los límites con Suecia y Polonia en el oeste, lo propio hizo en el sur de sus dominios sobre el río Dnieper y hacia el sudeste, en el Cáucaso, sobre el río Ural, la desembocadura del Volga en Astrakhan y el río Terek[3]. Hacia el este expandió sus dominios sobre Siberia hasta llegar a la península de Kamchatka en 1697. En el plano militar Pedro es considerado el responsable de la modernización del ejército y de la marina de Rusia. Para su organización siguió el modelo europeo y mandó construir una pequeña armada que luego enfrentó a los suecos en el Báltico y a los turcos en el mar Negro en 1696.

La expansión del Imperio ruso también tuvo como protagonista a Catalina la Grande, cuyo gobierno se extendió de 1762 a 1796. La zarina llevó a cabo campañas militares que se dirigieron contra el Imperio otomano, con el objetivo de apropiarse de los puertos cálidos del mar Negro, indispensables para la actividad comercial rusa. En la Guerra Turco-rusa de 1768 a 1774, Rusia conquistó Crimea, anexionada al imperio en 1783. Entre 1787 y 1792 se hizo con todos los territorios ubicados al oeste del río Dniéster, incluido el puerto Ochakov, sobre el mar Negro.

La política imperial de expansión continuó con los sucesores de Catalina la Grande. Hacia Occidente, gracias a las tres particiones de Polonia de 1772, 1793 y 1795, el Imperio ruso obtuvo 468.000 km2 de tierra e incorporó 6 millones de habitantes. Rusia le arrebató a Suecia las islas Åland y toda Finlandia (guerra de 1808 y 1809), a Turquía le ocupó Besarabia (guerra de 1806 a 1812) y en Asia se anexionó Georgia en 1801 y en 1813 ocupó Daguestán y otras áreas. La alianza que las potencias conservadoras realizaron en Europa le permitió a Rusia su expansión hacia en tres direcciones: al suroeste, hacia el Mediterráneo, interfiriendo en las provincias balcánicas de Turquía; al sur, hacia el Cáucaso y Asia central, y al este hacia el Pacífico. La expansión no iría por entonces más allá de las costas del Pacífico y de Alaska, la cual fue vendida a los Estados Unidos en 1867, principalmente debido a las dificultades que implicaban la administración y el aprovisionamiento.

El zar Nicolás I instaló sus tropas en Dardanelos, lo que llevó a las otras potencias europeas a percibir la amenaza de Rusia en Oriente Próximo y en los Balcanes. En 1853, tras la invasión rusa de los principados del Danubio —Moldavia y Valaquia—, Turquía le declaró la guerra a Rusia. En la guerra de Crimea (1853-1856), Rusia se enfrentó a una coalición formada por Turquía, el Reino Unido, Piamonte y Francia, sufriendo un duro revés.

A pesar de que el zar Alejandro II debió firmar la paz de París en 1856 —por lo que Rusia fue obligada a abandonar Kars y parte de Besarabia y su posición en el mar Negro quedó neutralizada y el protectorado ruso sobre los principados del Danubio fue suprimido—, Rusia mantuvo el avance en el Pacífico y en el golfo Pérsico. En 1850 se estableció un asentamiento ruso en el estuario del río Amur y la mitad norte de la isla de Sajalín fue ocupada en 1855. Tres años más tarde, toda la región del Amur y el área meridional (donde se fundó en 1860 la ciudad de Vladivostok) quedaron totalmente anexionadas. En la región de Asia central, Rusia extendió sus dominios hasta alcanzar prácticamente la frontera con la India británica, con la anexión de Tashkent (1865), Bujara (1866), Samarcanda (1868), Jiva (1873) y Jojand (1876); Merv fue anexionada en 1884, tres años después de la muerte de Alejandro.

Su política paneslavista la llevó a involucrarse en los problemas internos del Imperio otomano pero las potencias europeas, principalmente el Reino Unido, siempre temerosas de la dominación rusa de los Dardanelos, convocaron al Congreso de Berlín (1878) para revisar el tratado de San Stefano que había resultado de la guerra ruso-turca de 1877–1878. El equilibrio de poder entre las potencias estaba vigente pero la puja por el poder en Medio Oriente, el Cáucaso y Asia Central estaba tomando fuerza.

Años más tarde, en julio de 1890, el gobierno ruso recibió una alarmante noticia: China había comenzado a construir un ferrocarril hasta la periferia del Extremo Oriente ruso con la ayuda de ingenieros británicos[4]. Hasta ese momento el ferrocarril ruso acababa en los Urales, desde donde se podía continuar a través de un camino de postas que se extendía a lo largo de Siberia[5]. Desde el lago Baikal se podía llegar a Vladivostok en barco a través de los ríos Shilka y Amur, pero dependiendo de las estaciones del año, la comunicación regular podía interrumpirse. Este viaje podía demandar al menos 11 meses[6]. La alternativa era por mar, rodeando India, China, Corea y Japón —unos seis meses de travesía— pero cualquier posible conflicto entre Rusia y el Reino Unido, China o Japón dejaría incomunicado el Extremo Oriente con la Rusia Europea[7].

En agosto de 1890, Nikolái Girs, ministro de Asuntos Exteriores del Imperio ruso, declaró que la construcción del ferrocarril Transiberiano era algo “de vital importancia”[8]. La geopolítica se imponía. La construcción de la “Gran Ruta Siberiana”, como fuera denominado oportunamente el Transiberiano, comenzó el 31 de mayo de 1891 y se inauguró en 1904, lo que permitió conectar Moscú con Vladivostok (9.288 kilómetros) e impulsó un gran desarrollo económico y militar durante el imperio y durante el régimen soviético.

La inauguración del Transiberiano causó alarma en otra potencia: el Reino Unido. Cabe aquí recordar el denominado “Gran Juego”, que durante el siglo XIX enfrentó al Reino Unido y al Imperio ruso por el control de Asia Central, el cual estuvo a punto de derivar en un conflicto armado.

Tras el Congreso de Berlín, Chipre pasó a ser colonia del Imperio británico, el cual controlaba las entradas al Mediterráneo, Gibraltar, y el canal de Suez, inaugurado en 1869, además de la isla Malta.

En 1870 el gobierno persa firmó un acuerdo con el barón Julius de Reuter (1816-1899) —nacido en Kassel, Alemania con el nombre de Israel Beer Josaphat, cambiándolo cuando se estableció en Londres en 1845—, fundador de la agencia de noticias Reuter—, por el que le concedía la explotación de las minas petroleras del país durante setenta años. En 1902, otro acuerdo fue suscrito por el entonces gobierno persa con el británico William Knox D’Arcy, al que le otorgó por sesenta años la concesión, explotación y comercialización del petróleo iraní en todo el país, excepto en cinco partes del norte[9].

El descubrimiento de petróleo en Persia en 1908, de la mano de los intereses y del gobierno británico, dio origen a la inmediata fundación de la Anglo-Persian Oil, que en 1954 pasaría a llamarse British Petroleum, y de la cual un gran porcentaje era de la corona británica.

El mencionado incidente de Agadir de 1911 llevó a que Winston Churchill comprendiera que el Imperio alemán estaba dispuesto a disputar la hegemonía en los mares. Poco después fue nombrado primer lord del Almirantazgo, cargo desde el que llevó adelante una audaz transformación de la armada británica: decidió reemplazar el carbón por el petróleo para propulsar los buques, lo cual les proporcionaba una mayor energía y se liberaban de la función de los fogoneros[10].

Pocos días antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico había otorgado a la Anglo-Persian Oil Company el contrato de suministro de petróleo para la Royal Navy.

Otra decisión del Imperio alemán hubo de encender las alarmas en el gobierno británico y, sin duda, fue otro de los verdaderos detonantes de la declaración de guerra del Reino Unido: el proyecto del ferrocarril Berlín – Bagdad. Nuevamente la expansión hacia el este y la competencia entre una talasocracia y una telurocracia, Leviatán y Behemot.

Algunas fuentes consideran que la construcción del ferrocarril habría sido el principal motivo del inicio de la guerra. Bagdad, por entonces, era parte del Imperio otomano. El ferrocarril conectaría Alemania con Medio Oriente, evitando el Mediterráneo y el canal de Suez, ambos bajo control británico. La línea férrea debía extenderse a Basora —hoy la segunda ciudad en importancia de Iraq— lo cual permitiría el acceso de Alemania al golfo Pérsico pero su trazado significaría una amenaza comercial para el Cáucaso, controlado por Rusia, y una amenaza militar para la India, la joya del Imperio británico. Del mismo modo, el ferrocarril permitiría el transporte del crudo hacia Alemania, con lo cual podía obtener combustible para su esfuerzo bélico.

Demoras por cuestiones técnicas y diplomáticas llevaron a que en 1915 el ferrocarril se encontrara a 480 km de su finalización.

Durante la guerra los británicos ocuparon Bagdad y las guerrillas del militar británico Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, atacaron la línea ferroviaria del Hiyaz que entre 1908 y 1916 unió las ciudades de Damasco y Medina, a través de la región del Hiyaz, en Arabia Saudí, con un ramal hacia Haifa, en las costas del mar Mediterráneo. El proyecto original contemplaba conectar Kadıköy con La Meca pero la revuelta árabe, impulsada por los británicos no logró que fuera más allá de Medina.

Dos hechos que contribuyeron con la Revolución Bolchevique

Durante el año de 1917 dos hechos promovidos desde dos diferentes actores estatales contribuyeron al desenlace del conflicto social que afectaba a Rusia desde fines del siglo XIX y que había derivado en acciones terroristas, como la que ocasionó la muerte del zar Alejandro II, el 13 de marzo de 1881, por parte del grupo terrorista Naródnaya Volia (Наро́дная во́ля “Voluntad del Pueblo”).

La ideología marxista acechaba tanto al Imperio alemán como al ruso desde antes del inicio de la guerra. Cabe recordar que el primer intento revolucionario en Rusia tuvo lugar en 1905.

En 1917, dos de los líderes marxistas rusos se encontraban fuera del país. Lev Davídovich Bronstein (1879-1940), más conocido como Trotsky, distanciado ideológica y personalmente de Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), Lenin, se estableció en Nueva York entre enero y marzo de ese año. El propio Trotsky comentaba acerca de su estadía en esa ciudad:

Mi única profesión en Nueva York fue la de socialista revolucionario. Fue antes de la guerra por la “libertad” y la “democracia”, y en aquellos días, la mía era una profesión tan deplorable como la de un contrabandista. Escribí artículos, edité un periódico e hice discursos en reuniones de trabajadores. Estuve hasta el cuello en el trabajo, y por lo tanto en ningún momento me sentí extranjero”.[11]

Deportado de Francia y de España por sus escritos y actividades contra la guerra, llegó a Estados Unidos como exilado político. Trotsky era conocido como un líder carismático y popular durante la revolución de 1905 y por su oposición a la “guerra imperialista”. Fue recibido por una multitud conformada mayoritariamente por exiliados revolucionarios rusos, inmigrantes judíos, rusos, alemanes y polacos, y la información acerca de su arribo fue publicada en los principales periódicos en inglés, ruso, yiddish y alemán[12].

Una edición de Forward con Trotsky. Cortesía del autor. Fuente: “Trotsky’s New York”. An Interview With Kenneth D. Ackerman, Jacobin, https://www.jacobinmag.com/2016/10/trotsky-new-york-socialist-party-debs-revolution/

Trotsky estaba preocupado por “la actitud del movimiento socialista hacia la guerra y la participación en ésta de Estados Unidos”. El presidente Woodrow Wilson había ganado la elección presidencial de 1916 por haber mantenido a su país fuera de la guerra pero esa habría sido una táctica para la reelección y una conveniencia económica ya que los Estados Unidos estaban involucrados en la guerra abasteciendo a los aliados y obteniendo enormes ganancias. Trotsky escribe en Mi Vida:

[…] las cifras del crecimiento de las exportaciones estadounidenses durante la guerra me asombraron; eran, de hecho, una completa revelación. Y fueron esas mismas cifras las que no sólo predeterminaban la intervención de Estados Unidos en la guerra, sino también el rol decisivo que Estados Unidos jugaría en el mundo después de la guerra.[13]

El 3 de febrero de 1917 el presidente Wilson rompía relaciones diplomáticas con Alemania y Trotsky mantenía su posición contraria a que los Estados Unidos ingresaran a la guerra.

La estadía de Trotsky fue exitosa a pesar de las discrepancias que mantuvo con algunos sectores socialistas. Al tomar conocimiento de la revolución de febrero decidió retornar a Rusia. A finales de marzo partió rumbo a Rusia vía Halifax y la noche anterior fue despedido por unos 800 simpatizantes. Sin embargo, en su regreso fue detenido por los británicos e internado durante un mes en un campo de concentración en Canadá.

Sin embargo, Trotsky no sólo vivió de las conferencias que brindaba en Nueva York sino que fue el recaudador del oro capitalista —aportado por Jacob Schiff (titular de la firma Kuhn, Loeb and Company, quien financió al Japón en su guerra contra Rusia de 1904-1905 porque estaba “enfurecido con los pogromos y políticas antisemitas del zar”[14]) y Felix Warburg (figura clave en la élite judía alemana y de la comunidad judía estadounidense de principios del siglo XX, quien participó en organizaciones como la Agencia Judía, el Comité de Distribución Conjunta Judía Estadounidense y el Comité Judío Estadounidense[15]), entre otros— que permitiría llevar a cabo la revolución.

Trotsky obtuvo en un país capitalista los recursos necesarios para la creación del Ejército Rojo que enfrentaría y derrotaría a los restos de las fuerzas zaristas que aún se mantenían resistiendo.

Poco después de su partida, el 6 de abril, el Congreso de Estados Unidos dio su aprobación para entrar en la guerra.

La mencionada revolución de febrero dejó al imperio en manos de un gobierno provisional integrado por liberales y socialistas con el consentimiento de los bolcheviques. El 15 de marzo el zar Nicolás II debió abdicar. No obstante y a pesar que las tropas alemanas habían tomado buena parte de la Rusia europea, el nuevo gobierno continuaba la guerra. Era imprescindible que Lenin volviera a Rusia.

Desde su exilio en Suiza seguía los acontecimientos de su país y su retorno fue una operación alemana en su búsqueda de forzar la salida de la guerra de Rusia. Sin embargo, el plan fue ideado por el socialista revolucionario ruso Alexander Israel Lazarevich Gelfand (o Helphand; en ruso, Израиль Лазаревич Гельфанд, nacido en Bielorrusia en 1867 fallecido en 1924), más conocido por su seudónimo Alexander Parvus, o simplemente Parvus[16].

La operación se llevó a cabo en lo que se denominó el “tren blindado” o “tren sellado”.

Itinerario del viaje de Lenin en el “tren sellado”. Foto: Michael Pearson, Lenin’s mistress.

El 9 de abril de 1917 Lenin y otros 31 revolucionarios partieron en tren desde la estación de Zúrich en dirección a la frontera alemana. El destino era San Petersburgo, adonde llegó el 16 de abril tras atravesar Alemania, Suecia y Finlandia. No bien llegó a destino, Lenin llamó a la revolución mundial: “Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa”[17].

Como puede apreciarse, los “piratas imperialistas” —o capitalistas— desde Estados Unidos y desde otros países como Alemania financiaron la revolución en Rusia.

La cuña en Medio Oriente

Durante el transcurso de la guerra, hubo un acuerdo secreto y una declaración que no solo fijaban las condiciones que habrían de imperar durante la postguerra: sellaron la situación de Medio Oriente desde ese momento. Uno fue el Tratado secreto de Londres, en 1915, mediante el cual Italia ingresó al conflicto del lado de los aliados luego de que le fueran prometidos por Francia y el Reino Unido los siguientes territorios: Trentino, Alto Adigio, Istria, gran parte de Dalmacia, Libia, Eritrea, Somalia y concesiones en Asia Menor (Anatolia turca). Otro fue el Acuerdo Sykes-Picot, en 1916, por el cual y en base al Tratado de Londres, las potencias hicieron sus proyecciones con respecto al reparto de territorios al finalizar el conflicto. Francia y el Reino Unido acordaron el reparto de los territorios del denominado “enfermo de Europa”, el Imperio Otomano, el cual quedaría reducido prácticamente a la región de Anatolia. Finalmente se produjo la Declaración Balfour, en 1917, por la cual el Reino Unido le prometió a las organizaciones sionistas la cesión de parte de Palestina. Este acuerdo no solo fue una traición al esfuerzo de guerra y a la promesa que el gobierno británico les hizo a los árabes que luchaban codo a codo con Thomas Edward Lawrence (1888-1935), “Lawrence de Arabia” sino que también constituye el eje de los actuales conflictos que enfrentan a árabes y palestinos con israelíes.

El plan para el reparto de Medio Oriente entre británicos y franceses tras la derrota del Imperio otomano, según el Acuerdo Sykes-Picot. Fuente: https://recortesdeorientemedio.com/the-sykes-picot-agreement-1916-2/
La postguerra y el período de entreguerras

Francia se impuso con su posición más dura en la mesa de negociaciones, lo que tuvo serias consecuencias en la postguerra y produjo un fuerte resentimiento en los vencidos, fundamentalmente en Alemania. Una vez finalizadas las negociaciones en la conferencia se le presentaron los acuerdos como un hecho consumado a los vencidos. Los alemanes, quienes representaron a la recién fundada República de Weimar, firmaron el 28 de junio de 1919 luego de ser amenazados con una invasión total de su país.

La reconfiguración territorial en Europa, Medio Oriente y Asia Central fue el punto de partida para futuros conflictos. Con el fin de la guerra desaparecieron los imperios austro-húngaro, otomano y alemán, los que se sumaron al ya desaparecido Imperio ruso.

El marxismo no solo avanzaba por Rusia sino también por Europa, particularmente en Alemania. El 9 de noviembre de 1918, tras difundirse que el emperador Guillermo II de Prusia había dimitido —sin que el propio káiser fuera consultado— los comunistas proclamarían la república. Ante este rumor, ese mismo día, el diputado socialdemócrata Philipp Scheidemann se adelantó al Partido Comunista alemán (KPD) y desde el balcón del Reichstag, en Berlín, proclamó la república. Aun sin contar con el apoyo pleno del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), pues varios miembros no estaban de su lado. En la tarde, una gran multitud se reunió ante el Palacio Imperial de Berlín y el líder de la Liga Espartaquista, Karl Liebknecht también proclamó la república y llamó a la creación de una “República libre y socialista de Alemania” y a partir de entonces ondearía “la bandera roja de la República libre de Alemania”[18].

La sociedad alemana se polarizó de manera irreconciliable e izquierda y derecha formaron grupos armados que se enfrentaban en las calles. La extrema derecha sumó a muchos soldados que retornaban del frente de batalla.

El levantamiento espartaquista estuvo al borde de provocar la guerra civil y entre el 8 y el 10 de enero de 1919 se produjo en Berlín una tentativa de insurrección. El levantamiento fue sofocado y “los grupos paramilitares ‘limpiaron’ la ciudad, asesinando a cientos de revolucionarios, entre ellos a los dos íconos del Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Karl Liebknecht, arrojando sus cuerpos al canal de Landwehr”[19].

La humillación que sufrió Alemania con su derrota llevó a Karl Haushofer (1869-1946) a desarrollar su teoría del Lebensraum o del “espacio vital” para albergar y alimentar a la —entonces— creciente población alemana. Se trataba de una concepción imperialista que ponía fin a la idea de las fronteras como líneas rígidas para concebirlas como “organismos vivos que se extienden y se contraen, del mismo modo que la piel y otros órganos protectores del cuerpo humano”[20].

Cabe mencionar que Rudolf Hess y Adolf Hitler fueron encarcelados en la Fortaleza de Landsberg durante un año y medio por su participación en el putsch de la cervecería del 8 de noviembre de 1923, a donde Haushofer los visitó en varias oportunidades. Durante el período de entreguerras se fue gestando una amistad entre Rudolf Hess, Adolf Hitler y Karl Haushofer —quien fue oficial del Estado Mayor—, un “extraño triunvirato” como lo denomina el escritor británico Martin Allen, quien se refiere a esta relación en una de sus obras[21]. A principios de la década de 1930, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) creó el Arbeitsgemeinschaft für Geopolitik con sede en Heidelberg, “con la finalidad de desarrollar las ideas geopolíticas haushoferianas y asesorar al partido nazi en la toma de decisiones políticas”[22]. Antes de ascender al poder, Adolf Hitler recurrió varias veces al concepto de Lebensraum y ya en el gobierno se constituyó en uno de los pilares de la política del III Reich pero le dio un sesgo ideológico y racial a la definición de la Geopolítica[23].

Mientras las potencias centrales y Europa en general quedaban geopolíticamente encerradas por la Rusia bolchevique y las potencias atlantistas, las corrientes ideológicas se radicalizaron. El comunismo se expandía por Europa a la vez que surgía el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en la República de Weimar —en una Alemania que no había perdido la guerra— y en España emergió el falangismo. Estas ideologías llevaron a la guerra civil española entre 1936 y 1939, en la que se enfrentaron y de la que participaron varios países europeos.

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Carl Schmitt. Tierra y mar. Una reflexión sobre la historia universal. Madrid: Trotta, 2007, 112 p.

[2] En realidad Pedro el Grande, quien nació en 1672, había asumido el trono a la edad de diez años compartiéndolo con su hermanastro Iván V y bajo la regencia de su hermana Sofía (de 1682 a 1689). Iván padecía de una discapacidad mental y Pedro, a los diecisiete años, junto a un grupo de conspiradores, se hicieron con el gobierno y encerraron a Sofía en un convento, la única que podía disputarle el reinado. Por tal motivo, se toma formalmente el año 1689 como la asunción al trono por parte de Pedro. Iván murió en 1696 y hasta ese año fue co-zar de Pedro.

[3] Eduardo A. Zalduendo. Las seis Rusias. Sociedad, política y economía. Buenos Aires: Editorial de la Universidad Católica Argentina, 2000, p. 159-160.

[4] Alexéi Volynets. “Por qué Rusia construyó el ferrocarril Transiberiano”. Russia Beyond, 21/01/2017, <https://es.rbth.com/cultura/historia/2017/01/21/por-que-rusia-construyo-el-ferrocarril-transiberiano_685766>, [consulta: 28/10/2020].

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] “Especial ‘29 de Estand’, día de la nacionalización de la industria petrolera”. Pars Today (Irán), 19/03/2020, <https://parstoday.com/es/radio/iran-i63167-especial_29_de_estand_día_de_la_nacionalización_de_la_industria_petrolera>, [consulta: 28/10/2020].

[10] Diego Durán y Joaquín Armada. “La Gran Guerra y el petróleo”. En: Historia y Vida, 02/12/2013.

[11] Linda Tenenbaum. “Trotsky en Nueva York, 1917: Un radical en la víspera de la Revolución, por Kenneth D. Ackerman”. World Socialist Web Site, 17/10/2016, [consulta: 20/10/2016].

[12] Ídem.

[13] Ídem.

[14] “Jacob Henry Schiff”. Jewish Virtual Library, <https://www.jewishvirtuallibrary.org/jacob-henry-schiff>, [consulta: 12/10/2020].

[15] “Felix M. Warburg Papers”. Jacob Rader Marcus Center of the American Jewish Archives, <http://collections.americanjewisharchives.org/ms/ms0457/ms0457.html>, [consulta: 12/10/2020].

[16] “Alexander Parvus (1867 – 1924)”. Marxists Internet Archive, <https://www.marxists.org/espanol/parvus/index.htm>, [consulta: 15/10/2020]

[17] Joaquín Armada. “El tren de la revolución”. En: Historia y Vida, nº 588, 2017.

[18] Matthias von Hellfeld. “¡Que viva la República!”. Deutsche Welle, 02/06/2009, <http://www.dw-3d.de/dw/article/0,,4280165,00.html>, [consulta 10/06/2009].

[19] Ídem.

[20] Ratzel, Kjellen, Mackinder, Haushofer, Hillon, Weigert, Spykman. Antología geopolítica. Buenos Aires: Pleamar, 1975, p. 92.

[21] Martín Allen El enigma Hess. El último secreto de la segunda guerra mundial al descubierto. Barcelona: Planeta, 2005, 397 p.

[22] Rubén Cuéllar Laureano. “Geopolítica. Origen del concepto y su evolución”. Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, nº 113, mayo-agosto de 2012, p. 65-66.

[23] Ídem.

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LA GLOBALIZACIÓN, CONCEPTUALIZACIÓN DEL FENÓMENO Y SUS EFECTOS EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Héctor Martínez*

Imagen de Pete Linforth en Pixabay 
Introducción

La “globalización” concepto que está en boca de todos desde hace dos décadas, es interpretado por algunos como un fetiche mágico que da solución a todos los problemas, indispensable para la felicidad presente y futura, y para otros la causa de la infelicidad que padecen. Es evidente que este fenómeno, que sí tiene una característica compartida por casi todos, su irreversibilidad, posee una profundidad que no se visualiza a simple vista.

La globalización, divide en la misma medida que une, según Zygmunt Bauman[1]. En su estudio de las consecuencias humanas de la globalización, sostiene que ésta pone en marcha un proceso “localizador” de fijación de espacios. Esos procesos, sostiene, producen una tajante línea divisoria, entre las condiciones existentes de poblaciones enteras, por un lado y diversos segmentos de cada una de ellas por otro. Para unos aparece como globalización, para otros como localización. Para unos una nueva libertad, para otros un destino cruel e inesperado. Algunos son “globales”, otros quedan detenidos en su “localidad”, una situación poco agradable, donde los “globales” imponen las reglas. Ser “local” es un signo de penuria y degradación social.

En este proceso de globalización, los centros de producción de “significados y valores”, son extraterritoriales, están emancipados de las restricciones locales. Son muchas las dimensiones que este nuevo orden abarca y las polaridades que aborda: ricos y pobres; nómades y sedentarios; lo normal y lo anormal; lo que está fuera o dentro de la ley, constituyen estas nuevas dimensiones de la polaridad, siendo éste, otro de los factores que afecta la globalización.

Es evidente que en las últimas décadas, las transformaciones globalizadoras se puede enfocar con la siguiente dualidad: para bien, cuando se enfoca desde la integración del mundo en algunos campos, sobre todo en el comunicacional, para mal, si se enfoca en el ahondamiento de las desigualdades e inseguridades y la fragmentación.

La globalización y la revolución informática también pasó a ser la palabra de moda, la idea símbolo para explicar muchas políticas impopulares de los gobiernos, la articulación de protestas por motivo de nacionalismos, disputas sociales, étnicas o religiosas.

Este fenómeno, la globalización, o la nueva globalización, para los que creen que existe desde hace mucho tiempo, ha tomado más protagonismo en las últimas décadas del siglo XX, en el contexto de los grandes cambios producidos a partir de la crisis capitalista de los años 70, el derrumbe del socialismo estatista, la emergencia ecológica mundial y el enorme desorden mundial que siguió al orden bipolar y por último, la Guerra del Golfo, el atentado a las torres gemelas y las operaciones iniciadas por EEUU y algunos de sus aliados en el marco de la guerra contra el terrorismo. Fueron los hechos que marcaron el avance y la consolidación de esta nueva globalización, con nuevas características que se introdujeron a la sociedad mundial, donde además de la consolidación del capitalismo, ha creado un nuevo antagonismo dentro de ese bloque, han florecido muchas tensiones que estaban controladas durante la guerra fría.

La globalización, como fenómeno central de esta época, se puede definir como el menos complejo y delimitado de los temas actuales. Para algunos autores la globalización es una tendencia actual, un fenómeno futuro, un proyecto hegemónico, un mito, una etapa histórica concreta, varias cosas juntas. Para las ciencias sociales, globalización es más una noción (conocimiento elemental) que un concepto (científico), cuya consecuencia es la novedad y la complejidad del fenómeno.

Esta dificultad para conceptualizar el fenómeno, ha hecho que la interpretación de distintos autores, si es un fenómeno nuevo o viejo o las características sobre el alcance y efectos del fenómeno, sea muy diverso y contradictorio, más aún cuando el mismo no está cerrado, tiene todavía un final abierto.

Existe un lenguaje metafórico para denominar este fenómeno: aldea global, sociedad amébica (en continuo movimiento), tercera ola, nuevo Babel, shopping center global, nuevo imperio, etc.

El objetivo de este trabajo es tratar de indagar los enfoques que distintos autores dan sobre el fenómeno de la globalización en desarrollo, los efectos del mismo y los impactos, y tratar de ver similitudes y diferencias con los sistemas de dominación que se conocieron históricamente, como el imperio, el imperialismo y el neocolonialismo.

Precondiciones históricas de la globalización

Para analizar este tema, partiré de la idea que la globalización más allá de ser un fenómeno nuevo o viejo, en las últimas décadas del siglo XX y en lo que hemos transitado del XXI, ha adquirido características particulares que lo hacen diferente y a esto podría denominarse nueva globalización.

La crisis del capitalismo en la década del 70, la caída del muro de Berlín, el derrumbe de los socialismos, la crisis ecológica mundial, el fin del orden bipolar, fueron los hechos que marcaron los cambios y dieron inicio a las crisis que se enmarcan en este nuevo fenómeno. En estas décadas se ve con mayor nitidez como confluyen procesos viejos y nuevos. Alejandro Dabat[2] señala que los procesos viejos son el desarrollo de la tecnología electrónica de comunicaciones que Dabat relaciona al progreso en la microelectrónica (fenómeno tecnológico) enmarcado en una nueva revolución productiva[3]. Esta transformación se dio luego del agotamiento del patrón fordista – keynesiano de acumulación, dando vía libre a la automatización flexible de los procesos productivos, con la introducción de las computadoras y de las redes, la revolución de las comunicaciones y la llamada economía del conocimiento, que no es otra cosa que la aplicación de la informática tanto a la producción como a las comunicaciones.

El impacto de la informatización y la revolución de las comunicaciones impactaron más allá de la esfera de lo económico, impacto sobre las relaciones sociales y sobre los patrones culturales.

Esta situación produjo cambios en dos dimensiones, uno de tipo cuantitativo, el referido a la extensión mundial del capitalismo, el cual  penetró con fuerza en lo que se denominaba 2º y 3º Mundo. Otro podría considerarse la expansión de las redes de comunicación y transporte. La unificación tecno-económica tiende a la unificación política y ejerce fuerzas tendientes a la homogenización social cultural, con sus consecuencias contradictorias y de profunda desigualdad. El otro es el aspecto cualitativo que da lugar a tres grandes procesos de transformación: revolución informática de las comunicaciones, avances tecnológicos que fueron puntos de inflexión que transformaron fuerzas productivas y modos de vida, como patrones de consumo o aspectos económicos, modificación de lógicas de acumulación. También produjo alteraciones sociales culturales y geopolíticas, como la descomposición de la ex URSS con sus conocidas consecuencias, la ampliación de la brecha tecnológica o la precarización del trabajo etc.

Otro proceso, fue lo que se dio a llamar reestructuración posfordista y de mercado del capitalismo. En lo que hace a la primera, debemos recordar que la misma se basaba en una automatización rígida, en una especialización del trabajo en torno a la cadena de montaje, con un control burocrático. Los cambios se dan por una automatización más flexible y de gestión computarizada, la nueva organización del trabajo se da a partir de círculos de autocontrol de calidad y el fraccionamiento de los procesos productivos que posibilita la relocalización parcial de parte de los mismos. Se producen aceleraciones en el flujo de información que permiten un control a distancia, se sustituyen grandes series estandarizadas por pequeñas series reprogramables que facilitan la descentralización.

La empresa capitalista, con las nuevas condiciones de la competencia global, el nuevo sistema financiero y la nueva división internacional del trabajo, ha cambiado en su organización y funcionamiento. De la corporación multinacional verticalmente integrada, se ha pasado a la empresa trasnacional versátil y mundialmente omnipresente (empresa red de alcance global) instalada con distintos segmentos productivos donde cuente con mejores ventajas competitivas. Se extienden mundialmente con una red de filiales, empresas asociadas, contratistas, distribuidores o franquiciatarios, distintas alianzas estratégicas temporales con empresas competidoras, todo esto afectando a la pequeña y mediana empresa que quedará cada vez mas incluida en esas redes ínter empresariales de carácter mundial.

En lo que se refiere a la segunda, es decir la reestructuración del mercado de capitalismo, una de las características del cambio efectuado es el pasaje del crédito bancario a la emisión de bonos y acciones, a la informatización de las operaciones, la creación de nuevos instrumentos para la intermediación como son los fondos mutuales y de protección, sociedades y bancas de inversión, fondos de pensión, compañías de seguros, etc. Todo esto con la consiguiente laxidad de los controles por parte de los organismos del Estado, la desregulación, parte integrante de lo que se dio en llamar “Globalización financiera”. Este sistema se impuso sobre el anterior que consistía en créditos bancarios fuertemente regulados por la banca central, con bajo costo financiero y agilidad operativa, dando lugar a éste nuevo, altamente volátil y relativamente desvinculado de la esfera productiva.

Todos estos aspectos dieron lugar a la conformación de un nuevo patrón de acumulación, basado en la producción de bienes y servicios intensivos en conocimientos, liderados por el sector electrónico informático y el sector científico educativo; paralelamente se desarrolló una esfera crediticia transformada por la tecnología informática. Pero estos cambios requerirán siempre de marcos regulatorios y pactos sociales que den sustentabilidad política y social al sistema. Este es el principal problema que no ha sido resuelto en su totalidad, creando las divergencias y antagonismos que conocemos.

Estas transformaciones que he descrito y las consecuencias que las mismas han incorporado a la situación política y social del mundo, son variadas y se producen en distintos campos, siendo en el campo del desarrollo donde más se notan las características excluyentes, en los países preindustriales, también vemos exclusión en territorios subnacionales y a diario una fragmentación hasta en las propias ciudades, creando el concepto de ciudades duales[4]. Estas reflexiones nos llevan a plantear la importancia que en este mundo globalizado adquiere el territorio, aquel que muchos autores se apresuraron en declararle su muerte. Sergio Boisier[5] lo describe en uno de sus escritos y además afirma que con la globalización el concepto de territorio se revaloriza. Señala que el hombre es ante todo un “animal territorial” y luego es un “animal político” y agrega que “la globalización lleva la amenaza de romper los lazos de identidad territorial, pasando a un mundo corporativo funcional, donde sería más importante ser ciudadano de la Coca Cola, que chileno o argentino, no obstante esto jamás ocurrirá. La globalización genera una dialéctica de identidad, cuando mayor es el peligro de alineación, mayor es la tendencia de las personas a reforzar la dimensión territorial”.

Hasta aquí algunas precisiones y conceptos sobre las precondiciones e impactos de la globalización en el período actual, como vemos la misma influye sobre todos los campos de la interacción de los países, regiones y hasta en el desarrollo de cada individuo, esto hace que la visión sobre este fenómeno sea disímil, entre distintos pensadores e investigadores, trataremos a continuación de analizar someramente las principales posturas.

Diferentes interpretaciones sobre la globalización

Para iniciar este tema, lo haré analizando los principales conceptos vistos en la cátedra, es decir sobre la base de las opiniones de Michael Hardt y Antonio Negri, en su obra “Imperio”[6].

Estos autores desarrollan la hipótesis que la globalización ha transformado la soberanía en algo nuevo, dominada por organismos nacionales y supra nacionales unidos por una lógica de dominio, a esta nueva forma global de soberanía le llaman “imperio”. Consideran a este imperio como un nuevo sujeto político que regula los intercambios globales, son el nuevo poder que gobierna el mundo. Esto trae como consecuencia la decadencia de la soberanía política y una mayor autonomía del mercado, también se produce un cierre de canales para la participación de ciudadanos y trabajadores.

Sostienen en principio que lo que hoy entendemos por imperio es algo diferente al imperialismo. En la era moderna, en Europa, la soberanía de los Estado Nación fueron la piedra angular de los imperialismos, estos fueron una extensión de esa soberanía más allá de sus propias fronteras.

La declinación de la soberanía de los Estados Nación y su incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales, muestran, según señalan los autores, uno de los síntomas de ese “imperio” que comienza a emerger. El imperio comienza a florecer a partir del ocaso de la soberanía moderna. Los autores entienden por soberanía moderna a la soberanía capitalista, una forma de mandato que sobredetermina la relación entre la individualidad y la universalidad como una función del desarrollo del capital. En virtud de las labores de la maquinaria de la soberanía, la multitud[7], nuevo sujeto de la política, se convierte permanentemente en una totalidad ordenada. También señalan que la soberanía es un poder de policía, un poder que debe tender permanentemente a incluir las singularidades en la totalidad, es decir tender a la homogeneidad.

Haciendo un análisis de la dislocación de la dinámica organizacional del Estado, del pasaje de la jerarquía medieval al de la disciplina moderna y de la transformación del paradigma de la soberanía, basado inicialmente en la trascendencia del punto único de mando situado por encima del campo social, Negri y Hardt conciben el cambio como un tránsito dentro de la noción de soberanía. Afirman también que esta soberanía moderna da nacimiento al biopoder[8].

A medida que la modernidad declina, aparece una nueva etapa, donde se ve nuevamente la dramática antítesis que ya estaba en la base de la modernidad. La síntesis entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de dominación, que tan bien había teorizado Weber, aparece con una relación precaria e improbable. Los deseos de las multitudes y su antagonismo respecto de toda forma de dominación las llevan a desligarse una vez más de los procesos de legitimación que respaldan al poder soberano.

Desarrollados los principales conceptos, sobre la globalización, enfocada como un nuevo poder del imperio, los autores penetran en la articulación de la naturaleza de la soberanía imperial. Lo hacen analizando el impacto que la revolución estadounidense y la aparición de una nueva “ciencia política”, proclamadas por los autores de “The Federalist”, aplicaron sobre la tradición existente en la soberanía moderna. Mientras antes el trascendentalismo de la soberanía era presentado con las formas enunciadas en las teorías de Hobbes o Rousseau, lo que surge en EEUU la transforma en una nueva soberanía, que surge de la formación constitucional, donde fijan límites y contrapesos, frenos y equilibrios que, además de constituir el poder central, contiene el poder de las multitudes, se da una suerte de interacción democrática de las fuerzas, vinculadas entre sí en redes.

Sostienen estos autores que después de la guerra fría y del debilitamiento y decadencia de las viejas potencias, surgió la iniciativa estadounidense de constituir un orden imperial. Este proyecto imperial, hegemónico, es un proyecto de poder en red, que define una nueva fase de la historia constitucional de EEUU. De ella surge la responsabilidad de ejercer un poder de policía internacional que recayó en este Estado y que se vio en la “Guerra del Golfo” inicialmente y luego en Irak. En ella se vio claramente cómo se presentó a EEUU como la única potencia capaz de aplicar la justicia internacional en nombre del derecho global. La fuerza policíaca mundial de los EEUU obra, no con un interés imperialista, sino con un interés imperial.

No obstante, la legitimación del orden imperial no puede basarse solamente en la mera efectividad de la sanción legal ni en el poderío militar. Debe apoyarse además en normas legales internacionales. Para esto se crearon una serie de organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas (ONU), que constituyeron una autoridad central, un motor supranacional legítimo de acción jurídica. Terminada la Guerra Fría, EEUU fue llamado a ser el garante de todo este derecho supranacional. Los autores equiparan esto a lo ocurrido en el siglo I de la era cristiana cuando, por el bien público, los senadores romanos le pidieron al emperador Augusto que asumiera los poderes imperiales de la administración.

Esta obligatoriedad en responder a las demandas de paz y de orden, quizás sea una de las características esenciales del imperio, su desarrollo se basa en un contexto mundial que permanentemente reclama su existencia.

Otro aspecto que analizan los autores, es el relativo a la Constitución de Estados Unidos, a la misma la tipifican como imperial y no como imperialista. “Esta Constitución se construyó sobre el modelo que procura rearticular un espacio abierto y reinventar incesantemente relaciones diversas y singulares en red a lo largo y a lo ancho de un territorio sin fronteras”. Este proyecto constitucional y la expansión global del mismo dan forma a la idea contemporánea de imperio. Señalan: “Estamos viviendo una primera etapa de la transformación de la frontera global en un espacio abierto de soberanía imperial”.

Finalmente podemos resumir que estos autores interpretan la globalización como el fin del imperialismo, la crisis de soberanía del Estado Nación, la consolidación globalizada del trabajo inmaterial, el ocaso de la dialéctica, el surgimiento de un imperio sin territorio y sin centro pero que está en todas partes, la aparición del biopoder y el surgimiento de la multitud como sujeto político que enfrentará al imperio.

Otro autor que analiza el fenómeno de la globalización es Aldo Ferrer, quien lo hace en varias de sus obras[9]. No considera este fenómeno como algo nuevo aunque lo divide en varias etapas de lo que llama el orden mundial. Describe la primera etapa a partir del siglo XV, con el descubrimiento de América, etapa que la viabiliza con la superioridad naval de las potencias atlánticas, que posibilita ampliar el comercio por todo el mundo. Esta etapa es legitimada en lo material por un acendrado mercantilismo y en lo espiritual por una fuerte acción del catolicismo.

La segunda etapa la ubica entre el 1800 hasta 1914, es coincidente con la revolución industrial y la consolidación de los imperialismos, especialmente el inglés, que fue la potencia que más desarrolló este tipo de dominación. Los avances tecnológicos contribuyeron a consolidar esta etapa que se caracterizó por la necesidad de materias primas para satisfacer las demandas de los países industrializados, el libre comercio fue el paradigma económico de esta etapa.

Durante los años de 1920 a 1935, se dio una especie de desglobalización, como consecuencia de las crisis financiera mundial y la II Guerra Mundial.

Luego de esta conflagración, surgió nuevamente otra etapa de la globalización, un nuevo orden mundial, caracterizado por la nueva relación de fuerzas y el bipolarismo, la aparición de nuevas tecnologías que acortaron los espacios y transformaron el comercio y las finanzas, en los últimos años la informatización aceleró estos procesos.

Dice Ferrer que la globalización plantea interrogantes fundamentales de cuya resolución depende el desarrollo e integración de Latinoamérica. Hay buenas respuestas como podría ser la conformación de bloques, que dan más fuerza a los países que lo integran, o respuestas malas que solo traen desintegración y miseria a las regiones. También expresa que hay que distinguir entre hechos reales y ficciones de la globalización.

El ya mencionado Alejandro Dabat[10] sostiene que la globalización no es más que una nueva configuración espacial de la economía y sociedad mundial, bajo las condiciones del nuevo capitalismo informático global. Este autor analiza la nueva configuración espacial del mundo globalizado desde varios planos. El primero es el alcance territorial (extensión) del sistema capitalista en relación a otros; sostiene que el capitalismo transitó varias etapas, el capitalismo liberal del siglo XIX, el capitalismo monopolista – financiero de las últimas décadas del siglo XIX, el capitalismo fordista mixto, hasta llegar actualmente al capitalismo informático global. Es en esta etapa donde adquiere su carácter mundial en relación con su extensión territorial, con características como su movilidad, su papel integrador de los segmentos más avanzados de la producción, su papel trascendente en la toma de decisiones y regulador de las transacciones en el mercado. El segundo plano es el de los niveles de articulación tecnológicos, tecno-económico, socio económico, social, cultural o demográfico. El tercer plano es el de los niveles de integración territorial, comprenden las instituciones propiamente espaciales del capitalismo, ciudad, región, Estado nacional, orden mundial. Por último las articulaciones en torno a la síntesis histórica sistémica.

Es interesante para interpretar la hipótesis que sostiene este autor, ver la conceptualización que hace de varios términos, como por ejemplo: Internacionalización, como una extensión absoluta y relativa de las relaciones entre el Estado, entidades e individuos de distintas naciones. Transnacionalización, o extensión a través de las naciones de actividades funcionalmente integradas, no necesariamente dependientes de alguna nación particular. Se incluirían en esto, redes de comunicación, nuevo tipo de empresas transnacionales, etc. Mundialización, alcance mundial de las relaciones internacionales, transnacionales o supranacionales. Supranacionalización, creación y extensión de instituciones multinacionales o mundiales que implican, cesión formal de soberanía de los Estados, participantes de una entidad superior, por ejemplo Unión Europea.

Por último, este autor que interpreta la globalización con un enfoque espacial, comparte con otros como Sergio Boisier[11], que este fenómeno ha llevado a la conformación simultánea de un espacio único y múltiples territorios. Ellos diferencian espacio de territorio en que en el primero, más ligado a la globalidad, se tiende a una homogeneidad, mientras que en el segundo se dirige a la heterogeneidad, es un lugar con significado, valores e historia.

Con un criterio diferente analiza la globalización Octavio Ianni[12]. Para él este fenómeno no fortifica las particularidades del territorio. En la “Sociedad Global”, donde prioriza una sociedad supranacional, consecuencia de que las naciones se vieron demasiadas pequeñas como unidades de comercio y demasiado grandes como unidades de administración. Ianni no desestima el Estado Nación pero afirma que cualquier proyecto nacional será factible si se adecua o está en consonancia con la plataforma de los movimientos que hegemonizan la sociedad global. Por otra parte esa sociedad global, influye en las condiciones de vida, trabajo, sentir, etc. de individuos, grupos, minorías, clases sociales y continentes. Este autor muestra a la sociedad global como una verdadera estructura de enajenación. Por último podemos decir que interpreta a lo nacional como un eslabón para la cadena global y al Estado Nación como una institución que debe, en todas las dimensiones, compartir y tensionar sus políticas con otros actores.

También con criterio diferente ha analizado la globalización Ohmae Kenichi[13], que fue más allá de lo analizado por Ianni, y pronosticó la desaparición del Estado Nación. En su análisis sostiene que la función de intermediación del Estado Nación ha cesado y los mercados mundiales funcionan por su cuenta. Que aquellos en la actualidad solo estorban el funcionamiento de la economía global y propone la conformación de “Estados Región”, los cuales desconocerían las fronteras, las soberanías nacionales, constituyendo verdaderas unidades operativas de las economías mundiales. En definitiva, su teoría sostiene que el Estado Nación, obstruye la uniformidad que requiere la actual globalización y por lo tanto hay que eliminarlo.

Con respecto a su propuesta de Estados región, define a éstos como verdaderas unidades operativas en la economía mundial actual. No los define la ubicación de sus fronteras políticas sino su tamaño y la escala adecuada. En este mundo sin fronteras que menciona el autor, serían Estados región, las unidades geográficas como el norte de Italia; el alto Rin (Baden-Wütemberg); Gales, Hong Kong en China meridional; Silicon Valley en San Francisco California; la región Ródano-Alpes de Francia centrada en Lyon, con estrechos lazos mercantiles y culturales con Italia; la región de Languedoc- Rosellón centrada en Toulouse, que tiene estrechos vínculos con Cataluña; el nuevo “Gran Triangulo del Crecimiento”, presentado en 1992, en el estrecho de Malaca, que conecta Penang, Medan (ciudad indonesia de Sumatra) y Phuket en Tailandia. Estas unidades operativas que constituyen Estados región como vemos, pueden o no encontrarse dentro de una nación determinada, dice Ohmae. En términos prácticos no tiene ninguna importancia. Lo importante es que tengan capacidad autónoma para aprovechar las cuatro “íes” de la economía mundial: la capacidad de inversión, no sometida a limitaciones geográficas o políticas; la industria sería la segunda “i”, no condicionada por razones de Estado, sino por la necesidad de atender mercados atractivos allá donde se encuentren; la tercera “i” es la tecnología de la información, que permite que las alianzas estratégicas transfronterizas se hayan reducido; ya no es necesario trasladar a un ejército de expertos ni un ejército de trabajadores, la capacidad está en la red y puede estar a disposición en cualquier lugar y cuando haga falta y la última “i” son los individuos consumidores. Finalmente, los Estados región serían puntos de entrada eficaces para la economía mundial, porque las características que los define están conformadas por las exigencias de esa economía.

Comparaciones de las distintas interpretaciones sobre el fenómeno de globalización y conclusiones finales.

Hemos visto hasta ahora varias interpretaciones del fenómeno de globalización, que se podrían agrupar en aquellas que analizan al mismo con mayor énfasis en lo político, sin descartar otras esferas; las que enfatizan en lo espacial y las que lo enfocan desde el punto de vista del mercado exclusivamente. Desde ya, estos enfoques al dar prioridad a un componente, no descartan ni dejan de analizar los otros, es así que el que enfoca el fenómeno, desde el punto de vista político, poniendo el énfasis en las relaciones de poder, como lo hace la obra de Hardt y de Negri, quienes también consideran los aspectos económicos y espaciales del fenómeno. El análisis de Ferrer, además de lo político y económico le agrega su interpretación de globalización como un viejo fenómeno que se adecuó en etapas a la realidad de la época. El enfoque espacial visto en este trabajo, en la postura de Dabat y Boisier tampoco deja de considerar que la nueva configuración espacial abarca lo económico y social y por lo tanto analiza las incidencias que esta nueva configuración espacial ejerce sobre las esferas política, social y económica. El último enfoque que analizamos, el que se centra en aspectos del mercado —como el de Ianni y Ohmae—,en su visión economicista de la globalización no dejan de subordinar aspectos políticos y sociales a los objetivos del mercado.

A estos diferentes conceptos de la globalización, sus autores también proponen ideas de cómo contrarrestarlos o apoyarlos. En el caso de Hardt y Negri, que consideran a la globalización como el nuevo proyecto de dominación del imperio, proponen un fuerte accionar desde lo que ellos llaman “multitud”, nuevo sujeto político, que intentará separarse del axioma de orden que impone la soberanía moderna y tratará de crear un contra imperio con una nueva democracia, donde se elimine el concepto de soberanía.

No son pocos los que criticaron la teoría sustentada en “Imperio” y luego en “Multitud”; uno fue el politólogo Atilio Borón[14], quien comienza marcando el desacuerdo en el tema. Lo que critica Borón es que Negri trate a los que se inclinan por la opción nacional, como reaccionarios. Según Borón esta lucha se debe dar combinando ambas opciones. Tampoco concuerda con el “globalismo abstracto” que plantean los autores de “Imperio”. Otro punto de crítica es el tema de la defunción del Estado Nación que plantean los autores y la escasa importancia que le asignan a cualquier lucha planteada y resuelta a través de la toma del poder en ese ámbito.

Otro de los críticos a las teorías de Hardt y Negri es James Petras[15], que los acusa de no entender la historia de los EEUU y anunciar el epitafio del imperialismo mientras este país libra varias guerras coloniales: EEUU es un imperio que se basa en el imperialismo. Por otra parte también critica el intento de disolver la estructura y los movimientos de clase en una “multitud” amorfa, mientras en varios lugares del mundo y en especial en Latinoamérica se producen levantamientos de clase.

También afirma que casi el 75% de las quinientas empresas multinacionales más grandes son de propiedad y tienen sede en EEUU y Europa, donde el Estado lucha para abrir mercados e impone condiciones favorables para la inversión y toma las decisiones estratégicas sobre ubicación, tecnología e investigación. Es por eso que no comparte la idea de un mundo de empresas multinacionales sin Estado. Además por medio de la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el FMI, etc. los gobiernos estadounidense y europeos formulan todas las formas posibles, las reglas y las estructuras que favorecen la posición de sus multinacionales.

Con respecto a la postura de la nueva configuración espacial de la globalización, sostenida por Boisier y Dabat, la misma se basa en los conceptos de espacio y territorio, homogeneidad y heterogeneidad, entre otros. No desecha el Estado Nación, solamente sostiene que el nuevo Estado sufre una serie de cambios que lo adaptan a la nueva realidad, alejada del concepto estadocéntrico que imperaba en épocas pasadas, para pasar a interactuar con organizaciones supranacionales y subnacionales, hablan de un Estado que debe compartir poder, sin perder su rol de coordinador principal de todos los intereses en juego y defensor de los intereses generales de sus representados.

Con respecto a la homogeneidad, es decir la uniformidad, principio que sostienen Ianni y Ohmae, el primero cuando dice que la uniformidad lleva a la desterritorialización, y el segundo cuando manifiesta que el Estado obstruye la uniformidad y por lo tanto hay que destruirlo. Otro que también parte de la uniformidad que impone el imperio es Negri. Hay otros como Dabat y Boisier, que rescatan la heterogeneidad que surge a partir de la revalorización del territorio y la proyectan hacia un aprovechamiento positivo del fenómeno de globalización. Ellos hablan de espacio único y múltiples territorios. También desechan la idea de la desaparición del Estado Nación pero, por el contrario, sostienen que el Estado se revaloriza con otras características diferentes a las que conocíamos hasta la aceleración de este nuevo fenómeno de globalización, es decir un Estado que debe ampliar el alcance de la política ya que ésta no es patrimonio exclusivo del Estado Nación. Sostienen que nosotros no solo somos ciudadanos de un Estado nación, sino que fundamentalmente somos ciudadanos de una ciudad, de una región, etc. por lo tanto no hay desarrollo nacional sin desarrollo subnacional y supranacional.

Por último, mi conclusión personal sobre el fenómeno y la interpretación que los diferentes autores tratados hacen sobre el tema es que, este fenómeno que vivimos en la actualidad y que hasta el presente tiene un final abierto, posee aspectos importantes de los enfoques tratados, los enfoques político, espacial y económico. Como todos los fenómenos anteriores, el imperio, el imperialismo o el neocolonialismo, el actual, la globalización es un nuevo intento de dominación de los más poderosos hacia los más débiles.

Si bien es cierto que tiene algunas semejanzas con el concepto de Imperio, que en la actualidad se podría comparar a los conceptos que se tratan de imponer con el “eje del mal” o las “guerras preventivas” inscriptas en la estrategia norteamericana. Pero también visualizo una falta de homogeneidad que profundiza la brecha en Occidente, brecha que amenaza la unidad del mundo occidental.

Pienso que el fin de la guerra fría, profundizó las diferencias entre EEUU y Europa. Por un lado el primero abandonó su estrategia de contención y el segundo dejó de depender de la protección del “paraguas atómico” norteamericano. Pero además la diferencia que se profundiza es la de valores. Hay dos visiones diferentes de Estado, sociedad y del mundo. En el mundo bipolar de la guerra fría, nunca el mundo occidental cuestionó las acciones e intervenciones directas o indirectas de EEUU, los miembros de la Alianza Atlántica nunca cuestionaron la legitimidad de esa hegemonía norteamericana dentro de Occidente que derivaba de la estructura bipolar del mundo. Actualmente Europa y en particular Francia y Alemania cuestionan la política internacional de EEUU[16]. Estos Estados de la Unión Europea, se opusieron a la invasión a Irak y son principales referentes de esa Unión. En definitiva parecería que el escenario que actualmente presenta la globalización está alejándose de la hegemonía de un poder único; visualizo una fuerte lucha por quebrar esa hegemonía americana, no solo por parte de Europa, sino también por algunas potencias asiáticas.

Con respecto a cómo enfrentar este fenómeno, posiblemente las grandes potencias lo harán con estrategias proactivas y los más débiles con estrategias reactivas. Creo que lo interesante es determinar si la globalización es impuesta desde afuera o es aceptada y aprovechada con decisión propia. Con este último criterio me inclino por la postura sostenida por los autores que interpretan el fenómeno desde la nueva configuración espacial, especialmente cuando revalorizan el territorio como un elemento diferenciador de la homogeneización que impone la globalización.

También rescato la fortificación y adaptación del Estado Nación, como elemento esencial del territorio en este nuevo mundo globalizado.

* Profesor de Grado Universitario y Licenciado en Ciencia Política graduado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Coronel (R) del Ejército Argentino.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Zygmunt Bauman. La globalización: consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1999.

[2] Dabat, A. Globalización: Capitalismo Informático- Global y Nueva Configuración espacial del mundo. Mimeo 2000, Universidad Nacional Autónoma de México.

[3] El autor utiliza el concepto de Revolución Productiva, en el sentido de revolución “industrial” de Marx, diferente al concepto de revolución tecnológica, ya que involucra la transformación de la producción y la vida social.

[4] Jordi, Borja y Manuel Castells. Lo Local y Global. La Gestión de Las Ciudades en la Era de la Informatización. México: Taurus, 1997, p. 59. “El aspecto relativamente nuevo es que los procesos de exclusión social más profundos se manifiestan en una dualidad intrametropolitana, particularmente en las grandes ciudades de casi todos los países, siendo así que en distintos espacios del mismo sistema metropolitano existen sin articularse y a veces sin verse, las funciones más valorizadas y las más degradadas, los grupos sociales productores de información y detentadores  de riqueza en contraste con los grupos sociales excluidos y las personas en condiciones de marginación”.

[5] Boisier, Sergio. “Globalización, Geografía Política y Fronteras”, Documento Preparado para el Congreso Nacional de Ciencia Política (“Entre la Soberanía y la Globalización: La Ciencia Política Frente al Milenio”), Santiago de Chile, mayo del 2002.

[6] Hardt Michael, Negri Antonio. Imperio. Buenos Aires: Paidós, 2002.

[7] Hardt, Michael y Negri, T.- Multitud, Guerra y Democracia en la Era del Imperio, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2004. Los autores piensan la “Multitud” como un lugar donde conviven armoniosamente todas las diferencias, ellos hablan de hacer multitud, es decir construir un momento, un dispositivo, un proyecto que comprenda todos los aspectos, minorías del mundo y singularidades.

[8] Estos autores en su libro “Multitud, Guerra y Democracia en la Era del Imperio” definen el biopoder como un poder casi absoluto, que amenaza no solo a un Estado, sino a la humanidad misma,  como consecuencia de las armas de destrucción masiva. Señalan que este tipo de armas, rompió con la lógica que la guerra tenía durante la modernidad. Esta era tomada como una dialéctica, donde existía un momento negativo y un momento positivo, que era la reconstrucción y modificación de la sociedad afectada por el hecho bélico.

La aparición de las armas de destrucción masiva, corto con esta lógica, con esta dialéctica que persistió durante tanto tiempo y aparece el tema del biopoder, es decir el poder que da la posibilidad de acabar con la raza humana.

[9] Ferrer, Aldo. Historia de la Globalización. Tomo 1 y2. México: Fondo de Cultura Económica, 1996 y 2000.

[10] Dabat, Alejandro. Op. cit.

[11] Boisier, Sergio. La globalización: una emergencia sistémica. Santiago de Chile: Universidad Complutense, 1996.

[12] Ianni, Octavio. La Sociedad Global. Buenos Aires: Siglo XXI, 1998.

[13] Ohmae, Kenichi. El Despliegue de las Economías Regionales. Bilbao: Ed. Deusto, 1995.

[14] Borón, Atilio. Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. Buenos Aires: CLACSO, 2000.

[15] James Petras, Sociólogo Doctorado en la Universidad de California Berkeley, ex asesor de S. Allende, el MST Brasilero, columnista de la “La Jornada” México. Autor de El nuevo Orden criminal.

[16] Juan Archivaldo, en un artículo del diario La Nación de fecha 27/4/2005, expresa: “Lo que los europeos temen, no es que los EEUU, quieran controlarlos, sino que han perdido el control de los EEUU y en consecuencia la dirección de los asuntos mundiales. Europa en definitiva vive un sistema que rechaza la fuerza. La regla de derecho reemplaza el juego de poder y la moral sostenida por EEUU. Europa es laica, la visión del presidente Busch es religiosa.”

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