Todas las entradas de: Marcelo Javier de los Reyes

FE Y CIENCIA. REFLEXIONES Y ESPIRITUALIDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA.

Marcelo Javier de los Reyes* 

 

Loado seas mi Señor, por nuestra hermana,

la madre tierra,

la cual nos sustenta y gobierna,

y produce diversos frutos con coloridas flores

y hierbas.

Cántico de las Criaturas

Escritos de San Francisco.

 

Albert Einstein y Georges Lamaître en Pasadena, California, en 1933

Suele decirse que la fe y la razón serían incompatibles o, al menos, inconciliables. Eso nos lleva a pensar que la ciencia tampoco se lía bien con la fe. En este sentido, es justo mencionar que el Papa Juan Pablo II inicia su encíclica Fides et ratio (1988) expresando: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

En su mayoría, los hombres de ciencia consideran que la Creación es un hecho natural del cual no ha participado Dios. Entonces eso de que “Al principio Dios creó el cielo y la tierra…” (Gn 1:1) sería algo que queda reducido a la fe. Aquí vale una aclaración: ¿qué entendemos por fe? La fe es la creencia en las realidades invisibles. Esto entonces la alejaría aún más de la ciencia pero la verdad es que la Biblia no es un libro que hable de arqueología ni es un libro científico. El autor del libro del Génesis nos dice en forma poética que el universo tuvo un inicio y que Dios fue su creador. En realidad, el libro del Génesis es un relato teológico acerca de la creación del universo (Gn 1:1-2; 2:4-6) y sobre la creación de las plantas y de los animales acuáticos (Gn 1:3-19), sobre la creación de los animales terrestres (Gn 1:24-25) y sobre el ser humano (Gn 1:26-31, 2:7).

En consecuencia, desde un punto de vista teológico, Dios es el creador de la fe y de la razón humana, por tanto, éstas no pueden oponerse entre sí. No obstante, la discusión entre fe y ciencia encuentra un hito significativo a partir del momento en que Nicolás Copérnico (1473 – 1543) formula la teoría heliocéntrica en su obra De revolutionibus orbium coelestium, en oposición a la teoría geocéntrica, vigente en su época, que consideraba que los cuerpos celestes orbitaban alrededor de la Tierra.

Encuentros de la fe y la ciencia en una persona

Nicolás Copérnico fue un científico que pasó a la historia por sus conocimientos en el campo de la Astronomía pero cursó estudios de Derecho y Medicina y también escribió tratados de Economía. Dominaba cuatro idiomas y además era un monje católico[1].

Todos en la escuela estudiamos en Botánica las leyes de Mendel, en homenaje a Johann Mendel (1822 – 1884), cuyos experimentos llevaron al descubrimiento y desarrollo de la herencia genética en las plantas. Sus leyes constituyeron el punto de partida de la genética, una rama esencial de la biología moderna. En 1843 Johann Mendel ingresó en el monasterio agustino de Königskloster, cercano a Brünn —actual Brno, República Checa—, donde tomó el nombre de padre Gregor con el que también pasaría a ser conocido en la historia. Gregor Mendel, considerado el padre de la genética, fue ordenado sacerdote en 1847.

Al principio de este escrito hice referencia a la Creación, la cual se ha constituido uno de los temas de debate entre los hombres de ciencias y los hombres de fe. Al respecto me permito citar al filósofo austríaco Paul Karl Feyerabend (1924 – 1994), quien en su libro Adiós a la razón se refiere a la discusión sobre la Creación, así como de otras cuestiones en la que los científicos han acallado otras voces:

La “victoria” de la evolución, la sustitución de la autoridad de la iglesia por la autoridad de los científicos, educadores, intelectuales del montón, la expulsión del alma en psicología, la eliminación de la medicina tribal de la praxis médica en el siglo XIX, la decisión de los teólogos de no seguir interfiriendo en los debates sobre la estructura del universo material sino de dejar dichas materias a los científicos, todo esto han sido victorias políticas en el sentido descrito.[2]

Una de las teorías que fortificó la posición de los científicos en torno a la Creación fue la del Big Bang, la cual se basa en la expansión del universo a partir de un punto, en contra de la idea establecida en su época de que el universo era estático. La que luego fue denominada Ley de Hubble (1929) —en homenaje a Edwin Powell Hubble (1889-1953)— fue primeramente expresada por el físico y matemático belga de la Universidad de Lovaina Georges Lemaître (1894 – 1966), quien lo hizo en 1927. Sin embargo, el científico belga nunca intentó reclamar el derecho de primer descubrimiento sobre la teoría del Big Bang.

A fines de 1932, Lemaître fue al CALTECH (Instituto de Tecnología de California) en Pasadena, cerca de Los Ángeles, invitado por el ganador del Premio Nobel Robert Millikan, quien estaba profundamente interesado en la naturaleza y las propiedades de los rayos cósmicos[3]. En enero de 1933, Einstein fue a Pasadena y luego de una conferencia que Lemaître dictó allí, en la que explicó su cosmología atómica primitiva, el autor de la teoría de la relatividad expresó: “¡Esta es la explicación más hermosa y satisfactoria de la creación que he escuchado!”[4]

En 1934 Lemaitre recibió el premio científico más alto de Bélgica, el Premio Francqui, dos años después el Premio de Astrónomo Francés Prix Jules-Janssen y desde 1960 hasta su muerte fue presidente de la Academia Pontificia de Ciencias.

El padre Lemaître expresó:

Estaba interesado en la verdad desde el punto de vista de la salvación tanto como estaba interesado en la verdad desde el punto de vista de la certeza científica. Me pareció que había dos caminos que conducían a la verdad, y decidí seguirlos a ambos. Nada en mi vida profesional, nada de lo que he aprendido en ciencia y religión me ha hecho cambiar de opinión.[5]

El ingeniero de Telecomunicaciones Ignacio del Villar, en su libro Sacerdotes y Científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître, también cita al monje Marin Mersenne (1588 – 1648) —a quien se considera el creador del concepto de “comunidad científica”—, al geólogo, anatomista y biomecánico Nicolás Steno (1638 – 1686)—quien, entre otros aportes científicos enunció las cuatro leyes fundamentales de la estratigrafía—, sacerdote danés que fue obispo y vicario apostólico en los países nórdicos, al jesuita Ruđer Bošković (1711 – 1787) quien elaboró la primera teoría atómica con un cierto fundamento y al sacerdote francés René Just Haüy —considerado el padre de la cristalografía—, quien Propuso la teoría de que los cristales minerales están hechos de bloques de construcción de tamaño molecular.

Es justo también mencionar al sacerdote italiano Giuseppe Mercalli (1850 -1914) —inventor de una escala alternativa a la de Richter para medir la intensidad de los terremotos— y al sacerdote benedictino húngaro Stanley L. Jaki (1924 – 2009), doctor en física y autor de varios escritos sobre la relación entre ciencia y fe.

El hombre, administrador de la Creación

Desde la teología se argumenta que Dios le encomendó al hombre la administración de su Creación. Le pidió que ejerciera su “señorío” sobre lo que Él había creado: “le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal 8), escribió el salmista.

Bien, algún agnóstico o algún ateo podrán disentir con esto y en tal sentido podemos dejar de lado, al menos momentáneamente, el tema de la fe. Más allá de esta visión desde la fe, podemos acordar que el ser humano es el ser superior de la naturaleza y que es quien ejerce el dominio sobre la Tierra. Ahora bien, debemos preguntarnos, el hombre ¿es buen administrador de la Tierra? Por mi parte, mi respuesta es NO y sin duda que los ecologistas y muchos más coincidirán conmigo.

El comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, expresó “Homo homini lupus”, “El hombre es un lobo para el hombre” —expresión luego repetida por Bacon y Hobbes—, idea con la que expresa que el hombre es para su semejante peor que las fieras. El hombre se muestra como el mayor depredador de la Naturaleza: depreda los bosques, las selvas y los mares; contamina los ríos, los océanos y la atmósfera; es el único animal que caza por deporte… Podría extenderme sobre estas cuestiones pero ya se ha escrito mucho sobre ello.

Su osadía mayor es jugar a ser Dios, manipulando genéticamente las semillas, clonando animales, creando peligrosamente una Inteligencia Artificial sin medir las consecuencias o manipulando virus, ora para encontrar la cura de alguna enfermedad, ora para crear armas biológicas. No sabemos fidedignamente si esta pandemia de COVID-19 es algo natural u obedece a una acción humana. Lo que sí está claro es que está entre nosotros por un acto humano, deliberado o no, y afirmaría que poco tiene que ver con la sopa de murciélago.

Como corolario

La pandemia de coronavirus ha paralizado al mundo. La mayoría de las actividades humanas han debido ser suspendidas. Muchos han observado que la que siguió trabajando fue la Naturaleza: diversos animales se animaron a ingresar en áreas urbanas mientras sus residentes estaban encerrados, los árboles dejaron de ser talados y hasta las aguas de una fantasmal Venecia se tornaron claras. Indudablemente, la Naturaleza comenzó a reparar lo que el hombre destroza.

Por otro lado, esta “prueba”, si bien puso el foco en ciertos sectores de la sociedad —las personas mayores y los pobres— se presentó para todos. Alcanzó a gobernantes como Boris Johnson y al descreído Jair Bolsonaro.

Las implicaciones sobre la democracia y el control social serían para otro artículo.

Esta dramática realidad que estamos viviendo debería alertarnos sobre lo que es capaz de causar el hombre cuando traspasa los límites de la ética. Del mismo modo, debería —y espero que así sea y a pesar que los templos están cerrados— despertar nuevamente la espiritualidad perdida. Porque el hombre tiene naturalmente tres dimensiones: la física, la intelectual y la espiritual. Desde el Renacimiento, cierta intelectualidad opera para neutralizar la dimensión espiritual del hombre o, en el peor de los casos, para reemplazar la fe o la religión por la ideología.

El conocimiento, en muchos casos ha sido mal empleado. Nuevamente recurro al filósofo Paul Feyerabend quien dijo que el ser humano debería utilizar el conocimiento

para resolver los dos problemas pendientes en la actualidad, el problema de la supervivencia y el problema de la paz; por un lado, la paz entre los humanos y, por otro, la paz entre los humanos y todo el conjunto de la Naturaleza.[6]

Sería deseable que esta triste experiencia que ha segado y continuará segando muchas vidas, sirva para un renacer de la dimensión espiritual del hombre y para que ejerza con responsabilidad su “señorío” sobre la Tierra.

 

* Maestro catequista. Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Ignacio del Villar. Sacerdotes y Científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître. España: Digital Reasons, 2019 (Colección Argumentos para el s. XXI).

[2] Paul Feyerabend. Adiós a la razón. Madrid: Tecnos, 1992, p. 110-111.

[3] Dominique Lambert. “Einstein and Lemaître: two friends, two cosmologies…”. Interdisciplinary Documentation on Religion and Science (Pontificia Università della Santa Croce), <http://inters.org/einstein-lemaitre>.

[4] Ídem.

[5] “Quoi de neuf? #1: Georges Lemaître, le maître du Big Bang”. Louvainfo (Bélgica), <https://louvainfo.be>.

[6] Paul Feyerabend. Op. cit., p. 17.

 

©2020-saeeg®

LA INTELIGENCIA SANITARIA. UNA INTELIGENCIA SECTORIAL DE LA INTELIGENCIA ESTRATÉGICA.

Marcelo Javier de los Reyes*

Introducción

La actividad de inteligencia debe desarrollarse para anticipar las amenazas, para la adecuada toma de decisiones para la prevención y la resolución de conflictos que pudieran derivar en crisis.

Por su parte, la Inteligencia Estratégica requiere de información de diversas fuentes y su producto contribuirá a la Planificación Estratégica Nacional, la que tiene por propósito el largo plazo, vinculando la información de todas las áreas de inteligencia interior y de inteligencia exterior, así como las provenientes de otras áreas sectoriales de la inteligencia, con el objetivo de poner en manos del gobierno los elementos fundamentales para la toma de decisiones.

Entre esas inteligencias sectoriales que nutren a la Inteligencia Estratégica deben mencionarse la Inteligencia Estratégica Militar, la Inteligencia Criminal y la Inteligencia Competitiva. La Inteligencia Médica se halla dentro de la Inteligencia Militar pero a los efectos de optimizar la Planificación Estratégica —y como consecuencia de la pandemia de coronavirus que se ha expandido por el planeta— la Inteligencia Sanitaria debería ser considerada como parte esencial de la Inteligencia Estratégica.

La Inteligencia Médica

Jonathan D. Clemente, en su artículo Medical Intelligence nos dice que “la intersección de la medicina, la inteligencia y la seguridad nacional data de los primeros días de la Segunda Guerra Mundial”[1].

Ante la inminencia de la guerra, los oficiales médicos estadounidenses de la Subdivisión Quirúrgica de Medicina Preventiva General del Ejército (Army Surgeon General’s Preventive Medicine Subdivision) debieron abocarse a escribir sobre salud pública en los territorios ocupados para su inclusión en un manual de campo del ejército[2]. Estos oficiales también debieron realizar encuestas sanitarias en las bases militares en Terranova, América Central y del Sur y en las Antillas, pues se consideraban esenciales para la defensa del hemisferio occidental[3].

En junio de 1941 el Ejército de los Estados Unidos estableció una “Inteligencia Médica” separada de la mencionada Subdivisión[4], si bien cuando los Estados Unidos ingresaron a la guerra, en diciembre de 1941, la Inteligencia Médica aún no estaba preparada para realizar eficazmente su labor. Era importante contar con una extensa lista de las principales enfermedades que podían aquejar a los militares así como de aquellas de menor importancia que podían afectar a las tropas y, en segundo lugar, a la población civil.

Este fue el origen del National Center for Medical Intelligence (NCMI), un componente de la Defense Intelligence Agency (DIA).

La Segunda Guerra Mundial fue la primera guerra en la historia de los Estados Unidos, en la que el número de los heridos en combate superó a los de aquellos con enfermedades y lesiones contraídas fuera del campo de batalla[5].

La evolución de la guerra fue incrementando el desarrollo de la Inteligencia Médica y la captura de un equipo médico enemigo y sus drogas se constituían en una fuente de información valiosa. Así fue como la antecesora de la CIA, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) fue recabando información sobre los planes militares del adversario, sus capacidades para desarrollar una guerra biológica así como los propios conocimientos en medicina del enemigo. En verdad, la separación de las líneas de defensa entre los adversarios no significaba un obstáculo para la propagación de las enfermedades, entre las que se pueden mencionar el tifus y las ocasionadas por el piojo[6].

Creada la CIA, ya en 1947 comenzó a producir informes de inteligencia médica focalizados en el bloque comunista y durante la guerra de Corea (1950-1953), la comunidad de inteligencia reestructuró sus actividades dedicadas a la inteligencia científica y técnica para delimitar responsabilidades y evitar duplicaciones innecesarias.

La Inteligencia Médica se ha desarrollado, entonces, en el marco de la Inteligencia Militar y no es de interés de este artículo considerar sus vaivenes históricos sino ponderarla en función de las actuales circunstancias en las que la humanidad se encuentra enfrentando la pandemia de coronavirus que ha condenado a buena parte de la población, según las modalidades implementadas por cada país, a la supresión total o parcial, por tiempo no siempre determinado, de actividades sociales, laborales, etc.

Esa unidad de Inteligencia del Ejército —que examina enormes volúmenes de información en busca de pistas sobre acontecimientos globales de salud, ubicada en la base de Fort Derrick, en Frederick, Maryland— fue la que a finales de febrero hizo sonar la alarma mientras el presidente Donald Trump exhortaba a los estadounidenses a no atemorizarse por el nuevo coronavirus. Los miembros de esa unidad, profesionales de inteligencia, ciencia y medicina, son quienes monitorean y siguen las amenazas globales de salud que pudieran poner en peligro a los estadounidenses[7].

El 25 de febrero —quince días antes que la Organización Mundial de Salud definiera al brote como una pandemia global—, cuando aún había pocos casos en Estados Unidos, la unidad de Inteligencia Médica elevó su nivel de alerta, considerando que el coronavirus podía convertirse en una pandemia en 30 días[8]. Por su parte, el presidente Trump tuiteaba desde Nueva Delhi que “El coronavirus está bajo control en Estados Unidos”.

La unidad, generalmente, envía sus apreciaciones a las autoridades de Defensa y de Salud pero se desconoce si el presidente u otros funcionarios del gobierno tomaron conocimiento de las mismas[9]. Para elaborar sus consideraciones se nutre tanto de fuentes públicas (Open Source Information Intelligence, OSINT) como de fuentes cerradas. De este modo, la Inteligencia Médica procede a procesar la información médica, biocientífica, epidemiológica, ambiental, relacionadas tanto con la salud humana como con la salud animal, con énfasis en la actividad militar.

La Inteligencia Sanitaria

Una Inteligencia Médica, confinada a una estructura militar para realizar inteligencia sobre enfermedades infecciosas o traumas derivados de la guerra parecería que hoy, ante los numerosos desafíos que afectan al mundo, resulta insuficiente; aunque en realidad ya lo era si se tiene en cuenta la amenaza de las armas biológicas y que las guerras no se libran en campos sino que son principalmente urbanas.

Sus funciones deberían ser ampliadas para convertirse en una inteligencia sectorial que suministre información a la Inteligencia Estratégica. La Inteligencia Sanitaria, como toda inteligencia, recoge información, la evalúa y procede a elaborar informes que permitan tomar decisiones con el objetivo de optimizar la salud de los pacientes y de la sociedad.

Dados los mencionados desafíos, la Inteligencia Sanitaria debe poner la mira en numerosos retos que afectan a las sociedades actuales y trabajar conformando un equipo multidisciplinario de profesionales.

Cabe aquí considerar algunos de esos retos: con motivo de la disolución de la Unión Soviética y de la expansión de la globalización sobre sus espacios, a partir de la década de 1990 se incrementaron las migraciones, lo que llevó consigo una creciente preocupación respecto de la propagación de enfermedades infecciosas, de enfermedades que hasta ese momento eran endémicas. La actual pandemia de COVID-19 ha demostrado cómo, debido a la interconexión global, una enfermedad se puede propagar con rapidez, ocasionando una saturación de los servicios de salud, provocando serias dificultades tanto para los estados afectados como para las empresas de transporte y las sociedades en general.

El cambio climático y la interconexión mundial también han provocado la migración de los agentes portadores de enfermedades. Así por ejemplo, puede mencionarse que en Nueva York, en el verano de 1999, se detectó por primera vez el virus del Nilo Occidental —que es transmitido por un mosquito—, enfermedad identificada en Uganda en 1937. Desde ese verano, la enfermedad se ha propagado a lo largo de los Estados Unidos.

En 2016, también en Nueva York, se ha documentado el primer caso de transmisión sexual de mujer a hombre del virus de Zika, lo cual aumenta las posibilidades de que la enfermedad pueda extenderse mucho más allá de los países en los que ya es endémica y donde los mosquitos son la fuente de contagio más importante[10].

En resumen, la propagación de las enfermedades infecciosas se ha facilitado por una mayor resistencia de los organismos a los medicamentos, por la degradación ambiental, por una infraestructura de salud insuficiente en áreas en desarrollo y por la mayor facilidad de los viajes internacionales.

La actual situación de la pandemia de coronavirus, como los ataques con ántrax en septiembre de 2001, también han despertado las sospechas de que estas enfermedades pueden ser producto de creaciones de laboratorios, con lo cual deben ser objeto de análisis más minuciosos de la inteligencia.

En este sentido, un ejemplo y un avance lo constituye, en el ámbito agropecuario, la definición de las bases del sistema de inteligencia sanitaria y fitosanitaria conjunta por parte de Argentina y Chile[11]. En función de ello, representantes del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) y del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de Chile se reunieron en junio de 2019 en Mendoza, Argentina, a los efectos de definir conceptos y objetivos, así como también de identificar herramientas y trazar líneas de trabajo iniciales. El propósito es optimizar “la vigilancia fitosanitaria a través del desarrollo de tecnologías, la elaboración de reportes sobre amenazas internacionales y la generación de modelos epidemiológicos para plagas de interés”[12]. Las autoridades intervinientes del encuentro manifestaron que estas definiciones son esenciales “para contar con un sistema que permita alertar sobre las amenazas fitosanitarias, priorizarlas para su atención y brindar alternativas para su abordaje”, es decir que son fundamentales para la toma de decisiones[13].

Como los alcances de una Inteligencia Sanitaria como la que se propone son amplios, en el sentido de salvaguardar la salud pública tanto de una región como del territorio nacional, deberían incluirse cuestiones de fundamental importancia como el acceso al agua o una educación sanitaria que les permita a los ciudadanos adquirir conocimientos, aptitudes e información acerca de opciones saludables. Del mismo modo, que contemple qué elementos debe producir el país para estar preparado ante situaciones dramáticas pero previsibles. 

Algunas consideraciones finales

Quizás la Inteligencia Sanitaria podría ser considerada como excesiva pero debe verse como una inversión necesaria para evitar costos mayores. La pandemia de coronavirus ha expuesto la insuficiencia de los servicios de salud en numerosos países y la falta de producción de elementos imprescindibles para la protección no solo del personal de la salud sino también de la población en general. Eso ha llevado a compras de elementos que, en numerosos casos, no respondieron a las necesidades sanitarias, ocasionando un dispendio innecesario de recursos.

La pandemia ha demostrado que puede hacer estragos en determinados sectores de la población con mayor virulencia: las personas mayores y los pobres. Una de las recomendaciones es lavarse las manos, pero en muchas zonas las personas carecen de acceso al agua. ¿Servirá esta triste experiencia para que los tomadores de decisión asuman qué significa “inversión” en estos casos? Porque las enfermedades, los lisiados y las muertes implican un costo para el Estado. Esto bien vale para aquellos que están involucrados en el debate “economía o vida”.

Es en estos casos en que se debe aprender de las experiencias y cambiar el rumbo. Nuevamente el costo de la prevención puede resultar menor que el de intentar dar soluciones cuando ya es tarde. Precisamente, la Inteligencia trabaja en la prevención, en la anticipación de los problemas o de las crisis y para reducir la incertidumbre.

Dicho esto y a partir de esta coyuntura, entonces, se hace necesario repensar en que es necesario desarrollar una Inteligencia Sanitaria abarcativa. Sólo se precisa de un equipo reducido de personal multidisciplinario, que participe de una comunidad ampliada de Inteligencia que se vincule con numerosas oficinas gubernamentales (municipales, provinciales y nacionales), con empresas privadas como así también con asociaciones científicas.

La información recabada a partir de esa comunidad coadyuvaría en la Planificación Estratégica regional y nacional, es decir, en la adopción de una correcta política sanitaria y en la toma de decisiones —el curso de acción a seguir— ante situaciones de emergencia.

Se trata de ponderar lo que se denomina el capital humano de la Nación, recurso tan importante como los naturales.

Por todo lo expresado, la Inteligencia Sanitaria debería sumarse a las otras inteligencias sectoriales que nutren a la Inteligencia Estratégica para favorecer y aportar a la toma de decisiones políticas. 

 

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, AIU, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] Jonathan D. Clemente. “Medical Intelligence”. The Intelligencer Journal of U.S. Intelligence Studies, volumen 20, number 2, Fall/Winter 2013, Association of Former Intelligence Officers (AFIO), [consulta: 13/08/2015].

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] “EEUU: Unidad de inteligencia médica advirtió de coronavirus”. Infobae, 17/04/2020, <https://www.infobae.com/america/agencias/2020/04/17/eeuu-unidad-de-inteligencia-medica-advirtio-de-coronavirus/>. [consulta: 20/04/2020].

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] Marc Santora. “Twist in Zika Outbreak: New York Case Shows Women Can Spread It to Men”. The New York Times, 15/07/2016,<https://www.nytimes.com/2016/07/16/nyregion/zika-virus-female-to-male-sexual-transmission.html>, [consulta: 12/06/2020].

[11] “Agropecuario. Argentina y Chile definen las bases de sistemas de inteligencia sanitaria conjunta”. Grupo de Noticias La Provincia, 25/06/2019, <https://www.grupolaprovincia.com/agropecuario/argentina-y-chile-definen-las-bases-de-sistemas-de-inteligencia-sanitaria-conjunta-315871>, [consulta: 22/06/2020].

[12] Ídem.

[13] Ídem.

 

©2020-saeeg®

 

9 DE JULIO: UN RECORDATORIO DE UNA ASPIRACIÓN QUE NO FUE

Marcelo Javier de los Reyes*

 

Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán

para remediar sus desgracias. ¡Ay Patria mía!

Manuel Belgrano

Una impensada independencia

El proceso que desencadenó en nuestra independencia respecto del Reino de España tuvo su origen en factores externos a los que se vivían en el Virreinato del Río de la Plata. Entre ellos la Revolución Francesa que con sus ideales contagió a amplios sectores de la dirigencia de América. Sin embargo no se percibía por entonces la emergencia de un movimiento independentista.

Otros factores a mencionar fueron las confrontaciones de las potencias en Europa; en esas idas y venidas de la corona de España, en 1805 la encontró como aliada de Francia. Los británicos, por entonces enemigos, destrozaron las flotas francesa y española en Trafalgar, lo que redujo las comunicaciones de la metrópoli con sus territorios americanos, que quedaron librados a su suerte.

Las invasiones de las fuerzas británicas a Buenos Aires, en 1806 y 1807, forzaron a los habitantes de la ciudad a organizar la defensa que no podía proporcionarle la metrópoli. Los británicos debieron rendirse ante las improvisadas fuerzas criollas. Como bien expresa el historiador, nacido en Canadá en 1913, H. S. Ferns, el comandante británico Sir Home Popham incurrió en un error de apreciación:

La idea de independencia respecto de España ni se hallaba difundida ni era popular. Popham y sus admiradores en Londres se habían inclinado a creer que los criollos anhelaban ser libres, y nada los sorprendió más que el descubrimiento de que la idea —a diferencia de la práctica— de la independencia no tenía importancia para la población rioplatense. La independencia como objetivo político surgió de la reacción a las invasiones inglesas, y no las precedió. Esa reacción fijó también la pauta y la modalidad de la política argentina, pauta y modalidad que pueden discernirse aún en la Argentina moderna.[1]

Ferns afirma que el día que nació la independencia fue cuando el virrey español, el marqués de Sobremonte, huyó de la ciudad de Buenos Aires. Aunque los hombres leales a España, como el comandante francés Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond —Santiago de Liniers para la historia argentina— o el comerciante y alcalde Martín de Álzaga, fueron urgidos por la situación para asumir grandes responsabilidades, en adelante la actividad política pasó a manos de los criollos. Las denominadas “invasiones inglesas” dieron paso a la creación de unidades militares que recuperaron la ciudad.

Un segundo desafío se presentó cuando el emperador Napoléon Bonaparte, en junio de 1807, instaló en el trono de España a su hermano José. Esto influyó profundamente en la política de las provincias americanas pero en Buenos Aires el “hombre fuerte” era francés, el virrey interino Santiago de Liniers. A pesar de haber sido cuidadoso al momento de recibir al enviado del nuevo monarca español —en realidad enviado por el propio Napoleón—, el marqués de Sassenay, las suspicacias por su origen francés pesaron más que su heroísmo ante los británicos. La situación se tensó entre las fuerzas formadas por los peninsulares, al mando de Álzaga y del gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, y las fuerzas criollas —los húsares al mando de Juan Martín de Pueyrredón y los patricios al mando de Cornelio Saavedra— quienes rodeaban a Liniers. Mientras tanto, en España se formó la Junta Central, con sede en Sevilla, para gobernar en nombre de Fernando VII, y Buenos Aires acató a la nueva autoridad y el almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros reemplazó al virrey interino Liniers, quien rechazó lo ordenado por la Real Orden del 13 de abril de trasladarse a la metrópoli y se retiró a Alta Gracia, Córdoba.

Los hechos se precipitaron en la península y el virrey Cisneros llamó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo 1810 —en la que nuevamente terciaron peninsulares y criollos—, que llevó a que el 25 de mayo el virrey cesara en su gobierno y se creara una Junta autorizada por el Cabildo de Buenos Aires para gobernar en nombre de Fernando VII y cuyo presidente elegido fue el coronel Cornelio Saavedra —nacido en Potosí, actual Bolivia—, comandante del Regimiento de Patricios. Estos son los hechos que llevaron a la denominada “Revolución de Mayo”, que le juró fidelidad al rey depuesto. Por su parte Liniers, desde Córdoba, “no creía que el pueblo de estos territorios hubiera alcanzado la madurez para gobernarse”[2]:

Su condición de militar español afortunado, sus principios monárquicos y de fidelidad a lo constituido, el cumplimiento ético de su concepción ya casi arcaica del honor en nuestro país, sus sentimientos contrarios al desorden, a la disgregación y a la anarquía, que Liniers sintetizó siempre en la creación de cualquier Junta de Gobierno local, lo impulsaron irremediablemente a adoptar su decisión romántica lindante, una vez más, con los mayores riesgos que algunas veces estimula la aventura.[3]

Con esa convicción, Liniers comenzó a formar en Córdoba, con otras autoridades españolas, una milicia con el fin de abortar la revolución que se gestaba en la Junta de Buenos Aires. Por su parte, ésta despachó una expedición militar a Córdoba que lo capturó y lo ejecutó, convirtiendo al “conde de Buenos Aires”, en lo que el embajador Mario Corcuera Ibánez considera la “primera víctima de la violencia política argentina”.

El proceso estaba lanzado y el vacío de poder generado en España había depositado el poder en las juntas que se organizaron en América, las que habían formado sus ejércitos e intentaban llevar adelante gestiones diplomáticas ante Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos y la propia España. En esa faena se encontraban Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano en 1815, cuando tentaban a Carlos IV —desterrado por Fernando VII— para sus planes de una monarquía austral[4].

La “revolución” pronta a definirse

Mientras los diferentes enviados seguían con sus gestiones, el 24 de marzo de 1816 se reunió el Congreso de Tucumán enmarcado por el renacimiento del conflicto en el litoral y por una fuerte hostilidad hacia la influencia que ejercía la ciudad de Buenos Aires. A pesar de estas tensiones, el porteño Juan Martín de Pueyrredón fue elegido como Director Supremo el 3 de mayo.

La restauración de Fernando VII implicaba una gran presión tanto para el norte como para Buenos Aires, habida cuenta de la expedición española que acechaba al poder central del Río de la Plata. La “revolución casi autonegada” asumió en ese momento la necesidad de proclamar la independencia para dar lugar al nacimiento de una nueva Nación.

Ante la presión del general José de San Martín, se logró que la independencia fuera votada el 9 de julio, pero ya antes había disidencias en cuanto a la forma de gobierno. El 6 de julio Manuel Belgrano defendía la restauración de la monarquía incaica, lo que traía aparejada una reconciliación con el ámbito americano y una aspiración a lograr un movimiento continental[5]. La propuesta de Belgrano encontró resistencia en el diputado fray Justo Santa María de Oro de San Juan, quien pidió que se consultara a los pueblos. ¿Estaban los pueblos en situación de ser consultados ante la urgencia? Quizás, visto desde hoy, una monarquía hubiera sido más acertada para nuestro país, pero eso es un debate para otra ocasión.

Fuera como fuere, el 9 de julio se proclamó la independencia.

Aquí es el punto en el que se debe evaluar ese camino que arrancó con una “revolución casi autonegada” que le juró fidelidad al rey —lo que se ha dado en llamar la “máscara de Fernando VII”—, una fidelidad de la que Liniers dudó y por dudar pagó con su vida. La “revolución”, como toda revolución, implicaba cambios sociales fundamentales y cambios en la estructura de poder. Entre sus bondades pueden destacarse lo establecido en la Asamblea del año XIII al declarar la “libertad de vientres”, es decir, la libertad de los hijos de esclavos nacidos a partir del 31 de enero de 1813, aunque la abolición de la esclavitud fue definitivamente proclamada en la Constitución Nacional de 1853. No obstante, lo dispuesto por la Asamblea del año XIII fue todo un mensaje respecto a la esclavitud y un marcado contraste con referencia a lo que sucedió en los Estados Unidos que, habiendo proclamado su independencia del Reino Unido en 1776, debió enfrentar una cruenta guerra de Secesión (1861-1865), motivada en la difícil coexistencia de dos modelos de producción, uno de ellos basado en la esclavitud. Es importante destacar que el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln (1808-1865), no tuvo como objetivo luchar contra la esclavitud. Howard Temperley, académico de la Universidad de East Anglia, Norwich, cita que Lincoln le escribió a Horace Greeley, director del New York Tribune, dejando en claro cuál era su objetivo:

Mi objetivo principal en esta lucha es salvar la Unión, y no salvar la esclavitud ni destruirla; si pudiera salvar la Unión al precio de no libertar a un solo esclavo, lo haría; si pudiera salvarla libertando a todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla libertando a unos y abandonando a otros, también lo haría.[6]

Contrariamente a lo que en general se considera, por sobre todas las cosas Lincoln sólo pensaba en la integridad de la Unión. Podrá ser esto debatible pero su decisión también marca una diferencia respecto a lo que consideraba una clase dirigente basada en el caudillaje, como ocurría en las Provincias Unidas del Sur.

La Asamblea del año XIII también sancionó la igualdad ante la ley, suprimió los títulos de nobleza, puso fin a los tributos pagados por los indígenas (encomiendas, mitas y yanaconazgos), eliminó la inquisición y la tortura, adoptó los símbolos patrios y ordenó la acuñación de moneda.

En lo que respecta al aspecto militar, la guerra devastó la economía de lo que fuera el virreinato y en lo político la autoridad central se vio resquebrajada. Los intereses y los personalismos impidieron el avance del proceso iniciado en 1810 y la unidad territorial del ex virreinato se quebrantó en varios territorios dominados por caudillos.

En su famoso libro Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, el historiador Tulio Halperín Donghi nos dice:

En 1820, el espacio sobre el cual la guerra había asegurado el predominio político de los herederos del poder creado por la revolución porteña de 1810 no hacía figura de estado ni apenas de nación; los distintos poderes regionales que se repartían su dominio estaban casi todos ellos marcados de una confesada provisionalidad; el marco institucional, estaba desigualmente —pero en todos los casos incompletamente— esbozado en las distintas provincias[7].

El año 1820 fue el inicio de la anarquía. El 20 de junio de ese año pasó a la historia como el día de los tres gobernadores de Buenos Aires, pero aún más por el fallecimiento de Manuel Belgrano, quien intentó dar unidad a la nueva Nación en torno de un monarca.

¿Qué celebramos el 9 de Julio de 2020?

El 9 de Julio debió ser el punto de partida para un crecimiento ilimitado de la Nación en todos los órdenes. Es cierto que recién en la segunda mitad del siglo XIX, luego de décadas de conflictos internos, la dirigencia logró darle una dirección que pareció muy promisoria pero que bien pronto se mostró inconclusa. Ya avanzado el siglo XX, en la dirigencia argentina nuevamente afloró el caudillismo con un alto costo para la República que constantemente pierde poder, a escala internacional, regional y nacional. ¿Cómo se pierde poder a escala nacional? Descuidando dos áreas que deben ser vertebrales para la Nación, que deben ser consideradas una inversión y no un gasto: la educación y la salud. Más recientemente quedó en evidencia que no son las áreas prioritarias ya que —en la década de 1990— el Ministerio de Educación de la Nación pasó a ser prácticamente un ministerio sin escuelas y el Ministerio de Salud de la Nación prácticamente un ministerio sin hospitales. Para más inri, en 2018 el Ministerio de Salud fue convertido en Secretaría.

En verdad, todo el esfuerzo que haga el Estado para alcanzar la felicidad de su población —que incluye imperiosamente los esfuerzos en materia de Seguridad y Defensa— debería ser considerado una inversión … o una obligación. Frente a ello nos encontramos con alarmantes niveles de deterioro económico y de incremento de la pobreza.

Que un país rico en recursos naturales y en alimentos muestre estos niveles escandalosos de pobreza, resulta preocupante y vergonzoso.

Deberíamos hoy conmemorar con orgullo un nuevo aniversario de nuestra independencia. Sin embargo, la Argentina pareciera festejar un cumpleaños propio de un adolescente, quien aún no ha tomado conciencia del paso del tiempo y que no tiene en claro que quiere hacer con su vida.

Sin definir un destino de gloria, como lo soñaron algunos próceres como Manuel Belgrano y otros visionarios del siglo XX, como Enrique Mosconi o Manuel Savio, los argentinos estamos sometidos a vivir esa “revolución autonegada”, la revolución por un verdadero cambio político, social y económico capaz de poner nuevamente a nuestra bendita Argentina entre los primeros países dentro de la comunidad de naciones.

Vale aquí recordar la frase de José Ingenieros en El hombre mediocre:

Nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal.

 

* Licenciado en Historia egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1991). Doctor en Relaciones Internacionales, School of Social and Human Studies, Atlantic International University (AIU), Honolulu, Hawaii, Estados Unidos. Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

Referencias

[1] H. S. Ferns. La Argentina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1973, p. 54-55.

[2] Mario Corcuera Ibánez. Santiago de Liniers. Primera víctima de la violencia política argentina. Buenos Aires: Librería Histórica, 2006, p. 315.

[3] Ibídem, p. 313.

[4] Tulio Halperin Donghi. Historia Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1980, p. 108.

[5] Ibíd., p, 112-113.

[6] Howard Temperley. “Regionalismo, esclavitud, guerra civil y reincorporación del Sur, 1815-1877”. En: Adams, Willi Paul (comp.). Los Estados Unidos de América. (Historia Universal Siglo XXI, vol. 30). Madrid: Siglo XXI, 1980, p. 99-100.

[7] Tulio Halperín Donghi. Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina Editores, p. 395.

©2020-saeeg®