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LA OBSESIÓN OCCIDENTAL POR EL «CAMBIO DE RÉGIMEN» EN IRÁN

Roberto Mansilla Blanco*

En medio de la guerra directa con Irán, Israel y EEUU vienen instigando a un cambio de régimen en el país persa. En una inédita aparición el hijo del defenestrado Shah de Persia, Reza Pahlavi, transmitió un video pidiendo a los iraníes alzarse contra el régimen teocrático asegurando tener en sus manos un proyecto de transición democrática. Desde Tel Aviv, el primer ministro Benjamín Netanyahu habla abiertamente de «eliminar» al Guía Supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei. En Washington, el presidente estadounidense Donald Trump parece secundar esta pretensión israelí al instar a un cambio de régimen en el país persa.

La respuesta iraní no se hizo esperar. En Teherán, el ayatolá Jamenei rechazó categóricamente cualquier posibilidad de cambio de régimen mientras los iraníes, simpatizantes y detractores de la teocracia islamista, parecen unir fuerzas ante el enemigo agresor común, Israel y su aliado estadounidense. No obstante surgen informaciones sobre el repentino ascenso de su hijo Mojtaba Jamenei como eventual sucesor en caso de materializarse un atentado contra su progenitor.

Este excesivo foco mediático sobre las secuelas que para el gobierno iraní causan los bombardeos israelíes parecen intentar ocultar otra realidad: son aparentemente escasas las expectativas de que este conflicto termine generando un cambio de régimen en Irán, al menos si la pretensión de Israel y de EEUU es generar un levantamiento popular en medio de una agresión exterior.

Por otro lado, el permanente bombardeo iraní sobre ciudades israelíes desmonta un mito aún presente en el imaginario colectivo: el de la presunta invencibilidad israelí. Su joya defensiva, la Cúpula de Hierro, se ha visto superada ante un constante acoso diario de cientos de misiles iraníes, algunos de ellos con capacidad hipersónica, un aspecto que puede revelar la posibilidad de una cooperación militar rusa. A pesar de las dificultades generadas por los bombardeos israelíes, esta capacidad de respuesta militar iraní parece presagiar un reforzamiento del nacionalismo en el país persa.

Así mismo, la destrucción de infraestructuras militares, financieras y hasta del cuartel general del mítico Mossad en Tel Aviv parecen estar ejerciendo confusión y posible malestar entre los ciudadanos israelíes, hartos de una prolongada guerra en Gaza que aparentemente no ha terminado de fructificar en cuanto a los objetivos iniciales (eliminar a Hamas y recuperar a los rehenes) a pesar de la retórica triunfalista del gobierno de Netanyahu mientras la imagen internacional de Israel se ha visto severamente dañada y deteriorada, a diferencia del apoyo mundial hacia Palestina, cuando menos a nivel social.

La estructura de poder en Irán

La constante difusión mediática occidental de epítetos degradantes hacia la naturaleza del poder en Irán, destacando aquí el de «régimen teocrático», intenta procrear la matriz de opinión orientado a difundir la percepción de que el sistema de poder imperante en el país persa tras la revolución de 1979 carece de legitimidad y de popularidad.

La óptica sobre la realidad iraní obliga a enfocar otra mirada. La estructura del poder en Irán define un sistema básicamente rígido y jerárquico donde predomina el poder del Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei. En un renglón más secundario están el presidente de la República Islámica, actualmente Masoud Pezeshkian; el Poder Judicial; el Consejo de Guardianes, un órgano asesor y electivo que controla el Parlamento; las Fuerzas Armadas, que tienen bajo su mando al Ejército, la Policía (que también controla la denominada Policía de la Moral designada para preservar en las calles los preceptos constitucionales islámicos); y la Guardia Revolucionaria Islámica, un órgano militar y empresarial que tiene bajo su control las poderosas milicias Basij y cuyo peso se acrecienta ante el hecho de  controlar el programa nuclear iraní.

El país persa realiza frecuentes elecciones presidenciales y parlamentarias. No obstante, el Consejo de Guardianes tiene la potestad de depurar las respectivas candidaturas aduciendo su compatibilidad con los preceptos estatales, un factor que obviamente limita la libertad y transparencia de nominación de ciertas candidaturas. De acuerdo con el investigador Luciano Zaccara, experto en asuntos iraníes, «Irán no es un Estado gobernado por un partido único, por una cúpula militar o por una dinastía, sino que está controlado por una élite político-clerical con diversos individuos y grupos que se disputan el control político del sistema y cuyas alianzas internas son flexibles en función de los intereses de cada grupo. El juego político es muy intenso aunque las reglas establecidas por la élite sean muy restrictivas para aquellos grupos o personajes periféricos a la misma».

Si bien diferente al sistema multipartidista occidental, en Irán coexisten partidos y movimientos políticos que básicamente se definen en torno a dos grupos principales: los conservadores defensores del status quo; y los reformistas que buscan ampliar las libertades civiles y políticas mediante cambios graduales.

Esta división genérica no oculta la existencia de formaciones como el Movimiento de Liberación de Irán; el Frente Nacional: de carácter nacionalista; el Partido Tudeh, que es el Partido Comunista de Irán; el Partido Democrático del Kurdistán de Irán, defensor de los derechos de la minoría kurda y la autonomía regional; el Partido de la República Islámica; el Movimiento Reformista Iraní; los Muyahidines del Pueblo (MEK) y los Fedayines del Pueblo, éstas últimas organizaciones armadas opuestas al gobierno iraní.

No obstante, cabe destacar que, si bien Irán ha observado diversas manifestaciones populares, como las acaecidas en 1999, 2009 y 2022 (esta última tras la muerte de la activista Masha Amini) que han llevado a una fuerte represión por parte de las autoridades, resulta escasamente perceptible que el contexto actual pueda generar una nueva explosión de descontento social, especialmente tomando en cuenta que el país está siendo agredido por sus dos principales enemigos, Israel y EEUU.

Desde hace varios años y especialmente tras la caída del régimen de Saddam Hussein en Irak (2003), EEUU e Israel han intentado por diversos medios acosar a la República Islámica de Irán con la finalidad de propiciar un quiebre de poder en Teherán. La invasión a Irak de 2003 ha sido un ejemplo clave que, infructuosamente para los intereses occidentales e israelíes, más bien lo que ha propiciado una mayor influencia iraní en la política iraquí vía la mayoritaria comunidad chiita en ese país, calculada en un 60% de la población iraquí.

Por otro lado, Washington y Tel Aviv han avivado organizaciones opositoras como el Consejo Nacional de Resistencia de Irán (pro-monárquico aunque también acusado de ser una tapadera del anteriormente mencionado MEK y de otros grupos integristas) así como inéditos grupos armados de carácter secesionista aparentemente afiliados al Ejército de Liberación de Baluchistán, que opera entre Pakistán, Irán y Afganistán.

El contexto regional: ¿puede contar Irán con sus aliados?

Debe igualmente acotarse que el actual enfrentamiento con Irán es el primero que Israel realiza militarmente contra un país de la región desde la guerra de Yom Kippur de 1973. Ya no son Egipto, Siria, Líbano o Jordania; ahora es Irán, un rival de mayor peso militar, geográfico, demográfico (82 millones de habitantes), con importantes recursos naturales (petróleo y gas natural) e industriales y con esferas de influencia regionales (Hizbulá, hutíes del Yemen, el propio Hamás, chiítas de Irak) y otros aliados con capacidad nuclear (Pakistán), sin menoscabar potencias globales (Rusia y China) que han mostrado su solidaridad con Teherán en caso de intervención directa de Israel y EEUU.

Con intermitentes momentos de alianza y rivalidad con Teherán, Turquía también se ha erigido como un actor importante a la hora de condenar la agresión israelí contra Irán, lo cual implica un importante giro geopolítico tomando en cuenta que Turquía es un país miembro de la OTAN.

No obstante, está por ver si movimientos como Hizbulá y Hamás, diezmadas sus cúpulas dirigentes a través de asesinatos selectivos por parte de Israel, tendrán capacidad efectiva para asistir a su aliado iraní a través de ataques directos contra Israel, tal y como han demostrado en anteriores ocasiones. El jefe de Hizbulá, Naim Qassem, anunció este 20 de junio su «apoyo total» a Irán pero resulta una incógnita si el movimiento islamista realizará ataques directos contra Israel desde sus bases en el sur del Líbano.

En este sentido, Israel se enfrenta a un rival de entidad como Irán, capacitado para aguantar el equilibrio militar, y no contra grupos armados y poblaciones civiles como han sido los casos de palestinos, libaneses y sirios. El eje regional iraní, si bien aparentemente distante ante el contexto actual del conflicto, se erige como el único capacitado para contrarrestar ese mito perenne y mediático de la invencibilidad militar israelí.

Independientemente de las razones que le han llevado a atacar Irán, Netanyahu puede volver a enfrentarse al malestar interno vía protestas sociales toda vez los partidos de extrema derecha sionista y la línea dura presentes en el establishment político y militar que apoyan su gobierno podrían recrear fisuras en la coalición gubernamental ante la escasa materialización de los objetivos trazados, en este caso el eventual colapso del régimen iraní

El contexto internacional también se observa fragmentado. La UE, atrapada en la discusión sobre 5% de gasto militar del PIB que exige Washington a cada país miembro de la OTAN, ha mostrado de momento una leve condescendencia a favor de la legítima defensa israelí, en gran medida mediatizada por los acuerdos comerciales y los negocios en la venta de armas.

Otros países árabes como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Siria y Bahréin mantienen distancia ante un conflicto donde pretenden ganar peso geopolítico ante el posible debilitamiento de su rival iraní.

Mediación en medio de misiles

Por otro lado, Trump ha pasado de lanzar amenazas directas de derrocar a Jamenei como medida de presión sobre el programa nuclear iraní (no queda claro quién se levantó primero de la mesa en las conversaciones que se llevaban a cabo en Omán antes del ataque israelí pero diversas fuentes acusan a Washington de torpedear la posibilidad de un acuerdo) a anunciar, tras abandonar súbitamente la Cumbre del G7, un espacio de meditación de dos semanas sobre si decide intervenir militarmente en el conflicto probablemente con la intención de ganar tiempo para su aliado israelí y ver si tiene éxito algún tipo de mediación que implique una tregua.

El ministro iraní de Exteriores, Abbas Araghchi, declaró que Teherán evalúa las opciones diplomáticas una vez Israel suspenda sus ataques. Con ello, la diplomacia iraní intenta arrojar la pelota en el tejado de un Netanyahu más próximo a prolongar la escalada del conflicto, a la espera de la respuesta definitiva de Trump.

En este apartado de la mediación destaca la posición del presidente ruso Vladimir Putin, quien ya ha declarado su intención de ser el artífice de esta posible negociación tras hablar precisamente con Trump y el presidente chino Xi Jinping. Francia, Gran Bretaña y Alemania también manejan escenarios de negociación con Irán tras encuentros informales en Ginebra.

Viendo el contexto sólo Putin y Xi se anuncian como los únicos líderes capacitados para acabar con este enfrentamiento anunciándose como interlocutores para negociar con Irán e Israel una tregua, la misma que podría darse en Ucrania pero ahora bajo las condiciones de Putin. Por otro lado, confiando en su capacidad de mediación ante la posibilidad de observar un desgaste en el conflicto entre Tel Aviv y Teherán, el presidente ruso toma distancia en cuanto a la posibilidad de asistir militarmente a su aliado iraní toda vez observa que la confrontación con Israel podría limitar el suministro iraní de drones Shahed para las tropas rusas en Ucrania.

La promesa de meditación de Trump revela otro factor que confirma el cambio geopolítico que estamos viviendo: EEUU ya no se observa como el único interlocutor capacitado para solucionar conflictos, salvo que esa «solución» se materialice mediante amenazas de intervención militar directa. Incapaz de articular una solución diplomática que hoy sí pueden hacer Rusia y China, EEUU corre el riesgo de convertirse más en el problema que en la solución.

En este escenario, un Netanyahu contrariado por los efectos de su huida hacia adelante contra Irán puede verse igualmente atrapado en un laberinto sin salida, sólo determinado por una fuerza militar que hoy ha encontrado en Irán a un rival de peso. Obsesionado por la caída de Jamenei y del régimen teocrático que a priori se observa sumamente difícil, Netanyahu también corre el riesgo de ver erosionado su poder, propiciando un escenario que anuncie su eventual eclipse y caída política.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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EL MINISTERIO DE SEGURIDAD TOLERA LA PESCA ILEGAL Y AYUDA A LOS BUQUES CHINOS QUE LA PRACTICAN

César Augusto Lerena*

«Pesqueros chinos que depredan el borde del Mar Argentino pidieron refugio en la Zona Económica Exclusiva (ZEE) a la Prefectura Argentina debido a las condiciones tormentas en el Atlántico Sur, sumándose este evento a una serie de permisos similares de los últimos años» (Infobae, 19/05/2025).

Lo insólito es que la Prefectura Naval Argentina (PNA), bajo la Dirección del Ministerio de Seguridad una vez ingresadas las embarcaciones a la ZEE no habría efectuado una serie de controles a esos buques que pescan las especies migratorias originarias de la ZEE Argentina y/o asociadas y/o son capturadas con redes de fondo en la plataforma continental argentina extendida, más allá de las 200 millas (Leyes 23.968; 24.543; 24.922 y 27.557).

Refiere el medio citado que «la Prefectura fue motivada por las adversas condiciones meteorológicas previstas en la región marítima argentina emitidas por el Servicio Meteorológico Nacional, que alertaba sobre vientos de hasta 45 nudos y olas de cinco metros de altura y bajo estas circunstancias, se aplicó el Procedimiento de actuación ante solicitud de la flota pesquera extranjera para ingresar a la Zona Económica Exclusiva Argentina en busca de resguardo por condiciones meteorológicas desfavorables, previsto en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR) lo que implicó la prohibición absoluta para los buques de realizar actividades de pesca, investigación o exploración en las aguas argentinas (y entre las) claras directivas establecidas para los buques que ingresaron se destacaron la necesidad de mantener apagadas las luces propias de operaciones de pesca, asegurar que las artes de pesca permanecieran a bordo, sobre cubierta y debidamente trincadas, y la obligación de tener sus equipos de posicionamiento y comunicaciones AIS continuamente encendidos». Nada referido a la identificación de los buques, la revisión de los partes de pesca y las bodegas, el tipo de redes utilizadas, las especies y origen de las capturas y talla de éstas. Además de la eventual presencia de drogas prohibidas y/o trabajo esclavo por parte de los tripulantes, etc. Entendemos, por lo tanto, que el Ministerio de Seguridad no ha dirigido correctamente las operaciones de la PNA y perdió una excelente oportunidad para denunciar la pesca ilegal ante el Estado de Bandera y los Organismos internacionales e iniciar el proceso de erradicación de esta práctica de apropiación y depredación de los recursos argentinos en el Atlántico Suroccidental.

En primer lugar, habría que preguntarse de qué medios dispone la Prefectura Naval Argentina para controlar en forma simultánea en 3.146.345 Km2 de Zona Económica Exclusiva a 459 buques extranjeros que pescan ilegalmente en alta mar y Malvinas (Redes, Nº223, 2023) de los cuales unos 314 son chinos, que todos los años capturan 1.615.000 toneladas (incluidos 30% de descartes) de recursos pesqueros argentinos por un valor FOB de U$S 5.900 millones y un valor comercial final del orden de los U$S 29.940 millones.

En segundo lugar, los funcionarios de este organismo, miran alta mar como si no fuera de su competencia y contradictoriamente, por un lado, aplican erróneamente la idea de que «la pesca en alta mar es legal» y por otro, indican que los pesqueros chinos «depredan el borde del mar argentino», es decir, en el límite exterior o más allá de las doscientas millas marinas, en alta mar. Si «depredan» es, porque, al contrario: la pesca que realizan en alta mar es ilegal, dañando la sostenibilidad de los recursos, el medio marino y el ecosistema, por las razones que reiteradamente explicamos.     

Según el artículo 87º de la CONVEMAR la pesca en alta mar «está abierta» ―no libre como generalmente refieren funcionarios y medios―; y, además, en las condiciones que se viene realizando ES ILEGAL, porque: «La Argentina no podría considerar legal la captura en alta mar de sus recursos migratorios originarios del mar territorial y la Zona Económica Exclusiva, y los asociados que intervienen en la cadena trófica, en principio, porque sería desconocer los derechos que reivindica como propios en toda su legislación vigente: el artículo 5º de la ley 23.968 de espacios marítimos y líneas de base; el artículo 2º inc. c de la Ley 24.543 de ratificación de la CONVEMAR  y los artículos 4º, 5d, 21e, 22 y 23b de la Ley 24.922 Federal de Pesca. Además de ello, si bien hay más de 40 razones para considerar esta captura en alta mar como «Pesca Ilegal»; tres hechos son suficientes para tipificarla así: primero, cuando los buques no tienen control de sus Estados de pabellón o de los países de origen (artículos 87º, 92º, 94º de la CONVEMAR), cuestión que ocurre con los buques que pesca a distancia en el Atlántico Suroccidental; segundo, cuando no se realizan estudios de investigación para determinar la «Captura Máxima Sostenible» (artículos 117º a 119º de la CONVEMAR) que tampoco efectúan y, tercero, si se capturan especies migratorias originarias de la ZEE en alta mar sin acuerdo con el Estado ribereño por afectar sus intereses (artículos 27º; 61º a 64º, 116º a 119º de la CONVEMAR). Por supuesto, a esto se agrega la pesca con redes de arrastre de fondo cuando se pesca sobre la plataforma continental extendida argentina (artículo 77º de la CONVEMAR) más allá de las 200 millas sin habilitación nacional” (César Lerena “Plan Nacional de Pesca. Cien Acciones. Ley Nacional de Pesca, 2023).

Cuando la CONVEMAR refiere a que «está abierta la pesca en alta mar» está indicando que «todos los buques de cualquier Estado pueden pescar; pero, en determinadas condiciones».

Hecha esta aclaración, corresponde decir, que un buque extranjero puede realizar libre navegación en la ZEE Argentina sin realizar operaciones de captura u otras, no siendo necesario contar con permiso previo (salvo los de y desde Malvinas donde rige el Decreto 256/10); es decir, que no se requiere solicitar refugio al Estado ribereño para ingresar a su ZEE en caso de tormenta. No obstante, hay una obligación ―que no es absoluta― de que el Estado preste asistencia, debido a los Convenios internacionales SOLAS (Safety of Life at Sea), SAR (Search and Rescue) y el Artículo 98º de la Convención del Mar (CONVEMAR) que indica: «2. Todo Estado ribereño fomentará la creación, el funcionamiento y el mantenimiento de un servicio de búsqueda y salvamento adecuado y eficaz para garantizar la seguridad marítima y aérea…».

Ello no obsta, que por aplicación de los artículos 21º; 58º; 61º a 64º, 73º y 77º de la CONVEMAR y la legislación nacional citada precedentemente, la Argentina ejerza control sobre los buques y las especies migratorias originadas en la ZEE capturadas en alta mar y/o asociadas a las de la ZEE, y las que se hayan capturado en la plataforma continental extendida argentina, donde se requeriría, incluso, habilitación y demás cuestiones indicadas, ya que el Estado ribereño tiene un interés y derechos sobre las especies sedentarias, migratorias y/o asociadas para asegurar la sostenibilidad de los recursos en la ZEE, la referida plataforma y, preservar el medio marino y el ecosistema.

Del mismo modo debió intervenir la Aduana; desconocemos si se han cobrado los servicios de asistencia; control o multas de algún tipo y/o verificado el estado de los buques que pudieran provocar algún accidente dentro de la ZEE y/o disponían de los pertinentes seguros.

El Ministerio de Seguridad junto a la Armada Argentina deberían establecer un plan para erradicar este flagelo que impide el desarrollo de las provincias del litoral marítimo argentino, impide la sostenibilidad de los recursos pesqueros y debilita la soberanía nacional.  

 

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente de la Fundación Agustina Lerena. Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana (CESPEL). www.cesarlerena.com.ar

… Y PARIÓ LA ABUELA

F. Javier Blasco*

Cada vez se hace más perceptible que un nuevo orden mundial está cobrando forma. No sabemos con exactitud cuál será su carácter sistémico pero muy probablemente se podrá interpretar que sus equilibrios de poder y sus conflictos condicionarán la realidad internacional a corto y mediano plazo.

Lo que sí se observa con mayor nitidez es que, sin menoscabar la incertidumbre en torno a qué nuevo sistema está alumbrando, la estructura de balanzas y equilibrios de poder vía consensos heredera del legado liberal plasmada después de 1945 está llegando a su fin.

Este sistema procreó organizaciones globales, normativas y reglas que, a pesar de las tensiones de la «guerra fría» y las incógnitas de la «posguerra fría», logró mantener un equilibrio de poderes vía consensos institucionales. Desplazada por la realpolitik y la visión personalista que imprimen los principales líderes mundiales, la naturaleza de la actual realidad del poder a menudo gira hacia la verticalidad, la deriva autoritaria, el desprecio por los consensos institucionales, su cooptación y neutralización, la noción de «libertad sin democracia» y el predominio de los intereses de elites «oligocráticas» cada vez más globalizadas.

La pretensión de la administración de Donald Trump por desmantelar el sistema económico internacional imperante desde hace ocho décadas implica repensar en qué quedó ese legado del liberalismo clásico que, compatibilizado con la socialdemocracia, ha estado vigente desde entonces. Sin ánimo de realizar analogías históricas que suelen interpretarse como recurso de atracción mediática, el momento que vive actualmente la democracia «social-liberal» es ligeramente similar al que experimentó el comunismo y buena parte de la izquierda mundial en su particular “travesía por el desierto” tras la desaparición de la URSS y del bloque socialista en Europa del Este entre 1989 y 1991.

En ese momento se exhortaba la tesis del «fin de la historia» proclamada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y que exclamaba el triunfo definitivo del liberalismo sobre los totalitarismos. Hoy la realidad es, a grandes rasgos, distinta. Los liberales de hoy se ven aturdidos ante el afán proteccionista y «patriotero» de un empresario ícono del capitalismo global como Trump, quien en dos ocasiones ha logrado convertirse en presidente de EEUU, precisamente el centro de ese «imperio liberal».

El vuelco es significativo. El personalismo y la tendencia «trumpista» parece dar curso a una democracia de carácter delegativo que gana terreno por encima del sistema de reglas y de instituciones internacionales hasta ahora vigente. No es un modelo nuevo: ya lo instauró Hugo Chávez en Venezuela en 1999, aunque obviamente con otras perspectivas ideológicas muy diferentes a las que pregona Trump. No obstante, lo que estamos observando en este sistema internacional de 2025 aprecia otras expectativas: opciones de carácter más efectistas y cortoplacistas, que no requieran de las complicadas negociaciones propias del sistema de contrapesos de poder.

Esto no significa necesariamente que los liberales observen hoy una especie de «caída de Roma», el final de su predominio ideológico y de su imaginario colectivo. El fenómeno sigue encarnado (Javier Milei en Argentina) pero reconstruido en torno a una plataforma neoconservadora, reaccionaria y fuertemente nacionalista y proteccionista que gana terreno en EEUU, Europa y América Latina. Sea vía preservación de la seguridad (Nayib Bukele en El Salvador) o para contrarrestar la «agenda progresista e izquierdista», se está conformando lo que podríamos denominar mediáticamente como una «Internacional trumpiana», una plataforma que cobra cuerpo bajo un «cadáver» liberal cuyo «ethos» es invocado a conveniencia, aunque muchas veces con escasa convicción, sea para preservar una realpolitik que beneficia a unas determinadas elites.

Conviene igualmente reflexionar sobre la naturaleza de ese liberalismo que pregonan algunos de sus propulsores: ¿es realmente tan liberal un Milei que ha llegado a impulsar el gasto en seguridad del Estado, probablemente persuadido por mantener el apoyo de un estamento militar fuertemente asentado en diversos círculos de poder? Las opciones electorales derechistas de Kast y Káiser en Chile y la reciente victoria electoral de Noboa en Ecuador ¿implica catalogarlos de liberales clásicos o serán más bien la continuidad de este fenómeno trumpista?

 

La crisis del liberalismo en los tiempos «post-normales»

En el mundo de la prospectiva estratégica es común utilizar la teoría de los «tiempos post-normales» como mecanismo para explicar la realidad que actualmente domina la geopolítica. Acuñado por el investigador Ziauddin Sardar, director del Centro para Política Post-Normal y Estudios del Futuro, esta teoría ofrece un marco de reflexión a través de una serie de características que definen los nuevos tiempos que corren: imprevisibilidad, necesidad de entender mejor la complejidad y la teoría del caos, escenarios no lineales alejados del equilibrio, dificultad para la anticipación y prevalencia de contradicciones.

Se exponen así cuatro claves para entender en qué se basan los «tiempos post-normales»:

  1. Hechos inciertos;
  2. Valores en disputa y en crisis. Lo nuevo no acaba de surgir («ya no más»; «lo viejo se agota pero no termina de irse»; «no sabemos qué viene»; «lo nuevo no termina por venir»);
  3. Apuestas altas;
  4. Decisiones urgentes. El tiempo apremia, lo que establece un clima de presión sobre los analistas. Cambios muy rápidos y de alcance global; efectos multimodales y no lineales; réplicas simultáneas.

Mirando con lupa estas claves, la realidad actual aborda varias interrogantes sobre la crisis del «socio-liberalismo»: ¿estamos asistiendo al final del liberalismo clásico como ideología y modelo imperante?; ¿tiene cabida la socialdemocracia?; ¿por qué avanza en el mundo este modelo populista trumpiano?; ¿tiene pretensiones sistémicas o más bien corresponde a una simple política reaccionaria ante los inevitables (e imprevisibles) cambios que la hegemonía occidental está observando ante el ascenso de competidores como China?; la democracia liberal, los contrapesos de poder, ¿están cediendo definitivamente ante una nueva ola autoritaria y «oligocrática» que busca imponer su agenda? En tiempos «post-normales», ¿estamos observando la asunción de una era «post-liberal»?

Más allá del creciente éxito de liderazgos de talante autoritario que crecen precisamente en el seno de sistemas democráticos liberales cobra especial significado el papel de la nueva «oligocracia» tecnócrata global, cuyos máximos exponentes en la actualidad son Elon Musk, Bill Gates, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg. Todos ellos también se han visto beneficiados por la expansión del capitalismo liberal a nivel global a tal punto de conforman un oligopolio donde el conocimiento científico vía nuevas tecnologías (informática, redes sociales, Inteligencia Artificial, robótica) adquiere un valor primordial. Más allá de los cortocircuitos que puedan existir entre ellos mismos así como con la administración Trump, queda claro que su protagonismo anuncia una nueva era de poder «oligocrática» que desafía claramente los cimientos de la democracia «social-liberal».

La reveladora investigación del sociólogo Peter Phillips (2019) sobre las elites que dominan el mundo adopta un concepto clave: la «Clase Capitalista Transnacional» (CCT) que, como si se tratase de un émulo de la «clase trabajadora», actúa «con conciencia de clase» en la que están integrados «ejecutivos corporativos, burócratas, líderes políticos, profesionales y élites consumistas globalizadoras» bajo la creencia compartida de que «el crecimiento continuado a través del consumismo impulsado por los beneficios acabará solucionando por sí mismo la pobreza mundial, las desigualdades y el derrumbe medioambiental».

De acuerdo con Phillips y otros investigadores como David Rothkopff, esta CCT «representa los intereses del 1% del top de la elite más rica a nivel mundial». Sus características son igualmente notorias: «un 94% son hombres, de raza blanca, predominantemente estadounidenses y europeos» cuya capacidad de influencia les permite manejar las agendas de organismos de poder como el G7, el G20, la OTAN, la OMC, el FMI y el Club Bildenberg, entre otros.

Vista esta concentración de poder claramente occidental y «atlantista», y ante la nueva realidad de cambio de poder que se anuncia, ¿aceptarían estas elites el ascenso inevitable de nuevos ricos y hombres de poder no occidentales, principalmente asiáticos como China, India e incluso Rusia?; ¿cómo lograrán equilibrar los contrapesos de poder en este reparto geopolítico y geoeconómico cada vez más «post-liberal»?; sus ideas ¿pueden convertirse en referencias en otras latitudes? Aquí partimos de un dato a tomar en cuenta. El modelo del ministerio de la Eficiencia Gubernamental de Musk ya gana adeptos en el exterior: en Portugal, que irá próximamente a elecciones generales, este modelo es defendido por la candidatura de Chega!, tildado de ser el «VOX luso» y, por tanto, un entusiasta simpatizante de esa «internacional trumpista».

 

China, la «nueva URSS» del «trumpismo»

Todas estas interrogantes abordan un debate estructural sobre el futuro de una democracia liberal aprisionada por los embates de la geopolítica y de la realpolitik. Huyendo de los simplismos y de la necesidad existente en diversos círculos de poder por aprovisionarse de un «enemigo conveniente», resulta perceptible que, para las elites occidentales que están concentrando el poder, ese papel de «enemigo conveniente» lo ocupa China.

Así, China se erige como el rival emergente que contrarresta esa hegemonía de la «oligocracia» occidental que, sin necesariamente diluirse en las expectativas de un declive histórico, sí que observa una fuerte contestación de otro polo de poder, en este caso asiático, con importantes alianzas estratégicas a nivel mundial.

La obsesión china persigue a Trump y a la elite «oligocrática». En las primarias republicanas de 2016, Trump ganó en 89 de 100 condados precisamente afectados por la competitividad económica china. Este cambio de ciclo hegemónico y de la hasta ahora supremacía tecnológica occidental se ha visto superada por la desindustrialización en EEUU y en Europa como consecuencia de la vertiginosa industrialización de China y de su capacidad competitiva en materia tecnológica y laboral.

Como indica un estudio de los economistas David Autor y Gordon Hanson, la competitividad de las exportaciones chinas fueron responsables entre 1999 y 2014 de la pérdida de 2,4 millones de puestos de trabajo industriales en EEUU. Por tanto, la actual «guerra comercial de aranceles» lanzada por Trump supone un imperativo de carácter disuasivo con la finalidad de asestar un agresivo viraje geoeconómico estratégico, aunque sus consecuencias son bastante imprevisibles y puede que terminen siendo contraproducentes para los intereses de Trump y sus elites.

En este envite, tal y como hemos visto recientemente, China ya ha dado muestras de tener capacidad suficiente de respuesta para contrarrestar los aranceles de Trump precisamente aplicando mayores medidas proteccionistas mientras avanza en negociaciones con otros actores (Europa, África, América Latina) con la finalidad de mantener la cooperación económica y la interconexión del comercio global. China esperaba crecer un 5% este 2025 pero con la guerra arancelaria de Trump, estas expectativas se reducen a un 3,5%, un índice aún óptimo pero que no esconde las dificultades que estas medidas proteccionistas desde Washington afectan no sólo a la economía china sino también a la economía global.

Afianzado en su naturaleza de economía netamente exportadora, con importantes recursos laborales, alianzas geoeconómicas (BRICS, OCS, África, América Latina, sureste asiático, Europa) y la certificación de su capacidad tecnológica para afrontar los nuevos retos (Inteligencia artificial DeepSeek), Beijing, donde no olvidemos el poder está en manos del Partido Comunista en calidad de Partido-Estado, parece apostar más por la globalización que precisamente Washington. El efecto contraproducente de las tarifas arancelarias de Trump muy probablemente acelerará la cooperación económica entre China y el sureste asiático, reforzando así las expectativas de Beijing de conservar sus esferas de influencia regionales.

El impacto tecnológico de China ya comienza a generar irritación en las elites occidentales. En las últimas semanas, las empresas chinas han lanzado más de una decena de nuevos modelos o actualizaciones de Inteligencia Artificial. Baidu presentó Ernie X1, un sistema de conversación ideado para competir con ChatGPT. Este nuevo modelo desarrolla las respuestas más personalizadas e incorpora tratamiento de imágenes, una innovación clave para incorporarla a su buscador, el más importante de China y competidor global de Google.

El gigante tecnológico Tencent también ha anunciado que está desarrollando varios modelos de Inteligencia Artificial para incorporar a diferentes negocios como videojuegos. Alibaba tiene su modelo Tongyi Qianwen, una IA generativa que también procesa imágenes o vídeos. La empresa ha incorporado este sistema para mejorar el proceso de compra en sus plataformas, ofreciendo recomendaciones personalizadas para cada usuario. Por ejemplo, el sistema permite mantener una conversación con la IA para afinar la búsqueda que permiten al comprador conocer productos nuevos.

 

«Tambores de guerra» y el declive liberal

Las «expectativas de conflicto» y la recuperación de la noción del «enemigo conveniente» propia de los tiempos de la «guerra fría» contra la URSS y el bloque socialista son otros factores que anuncian el advenimiento de estos tiempos «post-liberales», donde los derechos sociales que tanto esfuerzo han costado en las últimas décadas corren un riesgo importante de verse degradados y suplantados en aras de la «seguridad nacional» o «colectiva».

Si observamos los titulares, declaraciones e imágenes diarias en diversos medios de comunicación en Europa parecieran persuadir de que es inevitable una especie de apocalipsis bélico, en este caso colocando de nuevo a Rusia como enemigo. A tal magnitud ha llegado este nivel de inquietud que Bruselas ha anunciado un «kit de supervivencia» de 72 horas que le permita a la ciudadanía sobrevivir ante un «desastre natural, una guerra nuclear o una pandemia».

En el Kremlin observan expectantes las secuelas del «terremoto» geoestratégico impulsado por Trump tanto a la hora de degradar su apoyo a Ucrania como en la guerra comercial de aranceles contra casi todo el mundo. EEUU y la UE están en el peor momento de su relación transatlántica toda vez Europa va preparando el camino para una «expectativa de guerra» contra Rusia, cuyo desenlace es tan imprevisible como las medidas (y contramedidas) que viene aplicando Trump con sus sanciones.

 

Mientras intenta recuperar el consenso comunitario ante la agresiva política arancelaria de Trump, la reacción europea ante este divorcio trumpiano parece más bien apostar por el rearme ante la presunta «amenaza rusa» como motor de desarrollo para el complejo militar-industrial que encarne una «nueva Unión Europea» absolutamente diferente a la instaurada a partir de 1951 con la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), germen institucional que ha propiciado la creación de la actual UE. En Europa ya se habla abiertamente de retomar el servicio militar obligatorio.

Observando a Rusia como su «eterno rival-enemigo conveniente», en la UE comienzan a tantear a China como un socio económico alternativo ante la guerra comercial arancelaria de Trump. Si bien este viraje europeo hacia China es igualmente impredecible, su expresión trastoca la naturaleza de la tradicional relación transatlántica con EEUU vigente desde 1941 en plena II Guerra Mundial.

Más allá de las circunstancias propiciadas por la arbitraria guerra arancelaria de Trump, Europa se ve atrapada en el pulso hegemónico de poder entre EEUU, China y Rusia, buscando recuperar margen de maniobra ante los vertiginosos cambios que se anuncian en el equilibrio geopolítico global. No obstante, acercarse a China a consecuencia de la guerra arancelaria de Trump mientras acelera el rearma contra Rusia, socio estratégico de Beijing, puede anunciar contextos aún más complejos y dilemáticos para Europa. Y aquí, el lobby “atlantista” siempre activo en la UE y la OTAN intenta cobrar protagonismo con la intención de abortar cualquier acercamiento europeo hacia un eje euroasiático sino-ruso que derrumbe los imperativos «atlantistas» vigentes desde la II Guerra Mundial.

El clima de «neo-guerra fría» entre la UE y Rusia es cada vez más latente: la vicepresidenta y Alta Representante europea para Asuntos Exteriores, la ex primera ministra estonia Kaja Kallas, advirtió a varios países de no asistir a la invitación de Putin a participar en Moscú el próximo 9 de mayo en la celebración del 80º aniversario del Día de la Victoria contra el fascismo en lo que en Rusia se conmemora como la Gran Guerra Patriótica.

Pero las fisuras en el seno de la UE también son notorias en este aspecto. El presidente eslovaco Robert Fico ya anunció que asistirá a esta invitación. Un candidato a la admisión en la UE como Serbia, el presidente Aleksandr Vučic, también confirmó su asistencia. Al desfile en Moscú también asistirán los mandatarios de China, Cuba, Brasil y Venezuela.

Por mucho que Trump intente alterarlos, los nudos transatlánticos son difíciles de desenredar. EEUU es un mercado clave para la UE, con una relación comercial que alcanza intercambios diarios de bienes y servicios por más de 4.200 millones de euros. Europa también se enfrenta a una situación delicada en términos políticos y estratégicos: tras romper su dependencia del gas ruso por la invasión de Ucrania, la UE depende ahora en gran medida del gas natural licuado estadounidense, lo que limita su capacidad para aplicar represalias en ese sector.

Los aranceles de Trump para Europa tienen más variables, como la posibilidad de que los mismos redirijan las exportaciones de China hacia el mercado europeo, inundándolo con productos baratos y generando nuevas presiones económicas. Esto podría obligar a Bruselas a tomar medidas proteccionistas adicionales, elevando aún más las tensiones comerciales internacionales. En perspectiva, proteccionismo sobre el libre comercio.

Como elemento irónico, las sanciones occidentales impuestas a Rusia desde 2022 con la invasión de Ucrania le permiten a Moscú, por el momento, ser uno de los pocos países inmune a la ofensiva arancelaria de Trump. Mientras la inquietud y la incertidumbre domina la relación transatlántica, el equipo negociador de EEUU y Rusia sigue reuniéndose en Arabia Saudita y Turquía con la finalidad de normalizar la relación diplomática y avanzar en la resolución ad hoc de conflictos como el de Ucrania.

Por cierto, en lo que en Moscú califican como la «nueva realidad» determinada por el regreso de Trump, poco se habla del eventual alto al fuego en Ucrania. Putin anunció que no negociará si no se toman en cuenta las demandas rusas, cuyos intereses en Ucrania permanecen intactos mientras la población asume como improbable el final del conflicto a corto plazo.

Por otro lado, desde 2023 crecen las denuncias sobre el autoritarismo del presidente ucraniano Volodymir Zelensky quien, con la excusa de la guerra, ya suspendió en mayo de 2024 las elecciones presidenciales en su país. En este contexto, poco atendido por los mass media internacionales entre los que destacan la matriz de opinión de la «oligocracia», y más allá de los compromisos militares y geopolíticos con Kiev, el irrestricto apoyo europeo y de la OTAN a Zelensky también pone en entredicho la calidad democrática de los líderes de la UE.

Pero no es sólo Ucrania, si cabe, el único centro de atención geopolítico y militar. El conflicto en Yemen llama también la atención por su ubicación geoestratégica en el Mar Rojo, lo cual confirma la deriva belicista que se está observando en Occidente. Por allí transita el 12% del comercio marítimo mundial y el 30% del petróleo crudo.

Yemen vuelve a escenificar un conflicto regional con repercusiones globales. Los hutíes, un grupo insurgente, son respaldados por Irán y luchan contra un gobierno central apoyado por Arabia Saudita. En solidaridad con los palestinos de Gaza, los hutíes han lanzado ataques de misiles contra Israel. En represalia, Trump ha prometido «exterminar a los hutíes» como un émulo de la limpieza étnica que Netanyahu, su aliado irrestricto, realiza contra los palestinos en Gaza y Cisjordania.

Así mismo, Trump ha amenazado a Irán con represalias militares si la milicia hutí Ansar Allah no deja de atacar territorio israelí y a los buques que surcan el Mar Rojo y el estrecho de Bab el Mandeb, próximo a los estratégicos Cuerno de África y el Golfo de Adén. Como respuesta inmediata, el jefe de los pasdarán, Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, Hosein Salami, ha advertido que si EEUU se atreve a dar ese paso la respuesta será «dura, decisiva y devastadora». Si bien Washington ha asestado golpes tácticos contra Ansar Allah, ha evitado realizarlos directamente contra Irán, a pesar de la insistencia de su aliado israelí, el primer ministro Benjamin Netanyahu.

En este contexto dominado por la realpolitik, el pragmatismo táctico parece imponer también su ritmo: bajo el argumento de la amenazada del programa nuclear iraní y la tensión regional, emisarios estadounidenses e iraníes negocian directamente en Omán muy probablemente sin dejar de mirar a Yemen como un foco de convulsión geoeconómica. Los negociadores iraníes también se han dirigido a Moscú para coordinar acciones conjuntas (Rusia e Irán firmaron en diciembre pasado un acuerdo de cooperación estratégica por 20 años) antes de afrontar la nueva ronda de negociaciones con EEUU a celebrarse en Roma este 19 de abril. Dejando Oriente Medio, y para mantener en pie sus intereses en esferas de influencia como Asia Central, Rusia acelera los preparativos para reconocer la legitimidad del régimen Talibán en Afganistán.

Más allá de estas tensiones geopolíticas y el nuevo reacomodo mundial, el desprecio por la legalidad internacional incentiva la impunidad, otra variable que degrada esa herencia «social-liberal» hoy cuestionada por líderes políticos cada vez más autoritarios.

Tras recibir en Budapest a Netanyahu, el presidente húngaro Viktor Orbán ha anunciado el retiro de Hungría de la Corte Penal Internacional (CPI). Netanyahu tiene una orden de arresto internacional por crímenes de guerra en Gaza. La Hungría de Orbán, como otros países europeos, ha sido prolífica en denuncias de violaciones de derechos humanos contra refugiados sirios y de otros países durante la crisis migratoria de 2015.

Fuera de estas fronteras, el gobierno nacionalista hindú de Narendra Modi en India también ha iniciado políticas coactivas hacia las minorías religiosas, especialmente musulmanas, otro aspecto que socava los principios liberales de respeto a la diversidad religiosa y comunitaria.

Trump, Orbán, Xi, Netanyahu, Putin, Musk, Modi. Nombres propios que parecen anunciar la pretensión por enterrar el orden «social-liberal» que hasta ahora ha definido la realidad internacional. El mundo entra en una nueva era donde los populismos «iliberales» buscan reorganizar el mundo y los equilibrios de poder en este nuevo siglo.

Volviendo a las analogías históricas tan controvertidas, el historiador inglés Timothy Snyder comparó los tiempos actuales «con la Europa de la década de 1930», una época condicionada por la depresión económica de 1929 y el auge de los totalitarismos que presagió la II Guerra Mundial. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces pero el orden «post-liberal» aún en ciernes anuncia una colisión y repartición de poder entre la troika de grandes potencias (EEUU, China, Rusia) y elites «oligocráticas» por mantener y ampliar sus esferas de influencia geopolíticas y geoeconómicas, donde el pulso por el control de los avances tecnológicos (IA, robótica) adquirirán un peso cada vez más preponderante incluso por encima de las tensiones políticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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