Según el jurista y filósofo político alemán Carl Schmitt, a las situaciones internacionales de paz y guerra hay que sumar una tercera, la “no guerra”, que no es una situación de paz ni de guerra, sino que implica un contexto que estaría anticipando un estado de guerra; una suerte de “umbral” de una confrontación militar mayor.
La historia está llena de situaciones de “no guerra”, siendo una de las más conocidas el ambiente internacional que se vivía en Europa en los dos años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Pero una situación de “no guerra” no siempre termina en un choque abierto. Puede finalmente imponerse la diplomacia, y aquella situación acaba perdiendo fuerza. Acaso, la inminente guerra entre Argentina y Chile hacia fines de los años setenta es un ejemplo de ello.
Un caso actual en relación con ese contexto singular es el conflicto entre Armenia y Azerbaiján por el territorio de Nagorno Karabaj, un enclave que durante la era soviética se denominó Región Autónoma de Nagorno Karabaj, la que formó parte de la República Soviética de Azerbaiján. Habitada mayoritariamente por armenios, la condición de autonomía proporcionaba un importante margen de independencia cultural a los armenios. Pero, como sostiene la experta Audrey Altstadst, los armenios querían que Nagorno Karabaj fuera parte de Armenia.
Por ello, cuando la Unión Soviética, que había rechazado cambios de status político en la Región Autónoma, despareció, la guerra entre Armenia y Azerbaiján, que se había iniciado en 1988, se intensificó y terminó costando más de 30.000 muertos y un millón de desplazados. Derrotada Azerbaiján, en 1994 se alcanzó una tregua y los armenios del enclave proclamaron la República de Alto Karabaj (la que no fue reconocida por ningún Estado, incluida la misma Armenia, y cuya autodenominación desde 2017 es República de Artsaj).
Casi un cuarto de siglo después, sin que fuera un hecho inesperado, el 27 de septiembre pasado se registraron enfrentamientos militares entre las fuerzas armenias y azeríes a lo largo de la denominada Línea de Contacto, que es la que desde 1994 separa a las fuerzas de Armenia y Azerbaiján en el conflicto por el territorio en cuestión.
Si bien trascendió muy poca información sobre qué parte inició los ataques en las primeras horas de ese día domingo, los choques habrían causado centenares de muertos, la mayoría militares, y significativas pérdidas de medios militares, particularmente drones y vehículos.
La situación no fue una sorpresa, pues desde hace una década ambos países viven un estado de “no guerra”; incluso desde antes, cuando a principios de siglo se abrió una ventana esperanzadora desde la tregua de mediados de los noventa. Pero posteriormente cada parte se fue endureciendo, al punto que prácticamente ningún especialista que seguía la cuestión esperaba otra cosa que no fuera un choque armado, hecho que finalmente sucedió en abril de 2016. Si bien se trató de un breve enfrentamiento, la utilización de nuevos equipos (siempre negado por ambos) corroboró la carrera de armamentos en la que se encontraban los contendientes desde hacía tiempo.
Pero no solo hay una carrera de armamentos que supone una inversión militar anual del 4 por ciento del PBI por parte de cada actor, según datos del SIPRI: el discurso nacionalista-bélico por parte de ambos se ha ido afirmando, la militarización a lo largo de la frontera se incrementó, los encuentros diplomáticos fueron cada vez más frustrantes, las escaramuzas (como las de julio pasado) se sucedían, etc. En suma, todo representaba una situación de “no guerra” o de confrontación latente.
Pero acaso la situación más categórica y más “novedosa” en relación con el conflicto es lo que ha destacado Jeffrey Mankoff en la entrega digital de “Foreign Affairs”, donde sostiene que tanto las autoridades de Ereván como las de Bakú enfrentan cada vez mayores presiones para adoptar medidas duras ante dicho conflicto.
En Armenia, dichas presiones obedecen a una percepción relativa con cierta ambivalencia (e incluso distanciamiento) de Rusia en cuanto a continuar manteniendo una posición de no cambio en el status del enclave. Hay que recordar que el actual primer ministro del país, Nikol Pashinyan, llegó al poder en 2018 en medio de una ola de protestas populares que terminó con el gobierno anterior, algo que no fue bien visto en Rusia, país que mantenía nexos con los dirigentes anteriores, los que hoy enfrentan causas por corrupción. Asimismo, desde adentro podría haber descontentos: en septiembre de 2019 renunció el director del poderoso Servicio de Seguridad Nacional, Artur Vanetsyn, quien criticó al gobierno por “exceso de espontaneidad”.
En Azerbaiján, que mantiene una buena relación con Rusia, de donde ha adquirido importante cantidad de armamento, el problema pasa por la recesión, el descontento social y las inquietantes dudas sobre el producto que ha hecho del país lo que es, pues se considera que, por varias razones, sobre todo por la oferta, el precio del petróleo se mantendrá bajo.
Por tanto, el recurso a posiciones de afirmación nacional y la estimulación del nacionalismo ante el rival por parte de las autoridades de ambos países, serían las principales causas y los disparadores de los enfrentamientos actuales.
Además, si Armenia percibe riesgos en relación con Rusia, que mantiene una base y 5.000 efectivos en su territorio y con el que lo une un acuerdo de defensa y la pertenencia a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (firmado en 1992), Azerbaiján percibe oportunidades en relación con Turquía, país con el que en 2010 firmó el Tratado de Asociación Estratégica y Ayuda Mutua, y que desde el mismo día que estallaron las hostilidades con Armenia, fiel en su búsqueda de un eje geopolítico multivectorial propio, se comprometió como nunca antes con apoyo militar.
Estas posiciones de Armenia y Azerbaiján dificultan sobremanera las posibilidades para la diplomacia del grupo integrado por Estados Unidos, Rusia y Francia en el contexto de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, en relación con la búsqueda de una salida del conflicto.
Pero aún quedan algunas esperanzas para evitar que la situación de “no guerra” pro-activa acabe transformándose en una guerra total. En buena medida, una presión mayor por parte de Rusia, una diplomacia menos “armada” por parte de Turquía y ningún intento del oeste en relación con pretender ganar poder debilitando a aquella y “disciplinando” a ésta, expandirán esas esperanzas en el sur del Cáucaso.
* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.
Ambos países se acusan mutuamente de ataques a la población civil mientras Moscú, la UE y la OTAN piden un alto al fuego inmediato
Las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán y de Armenia intensificaron este domingo los combates en la frontera entre ambos países, enfrentados desde el derrumbe de la URSS por el montañoso enclave del Alto Karabaj. Los enfrentamientos se producen tras duras acusaciones cruzadas de ataques contra la población civil en ambos países en las que se habría producido muertos, aunque no hay ninguna confirmación oficial.
El Ministerio de Defensa de Azerbaiyán lanzó una “contraofensiva” en respuesta a los ataques que, asegura, Armenia efectuó a primera hora de la mañana contra posiciones azeríes. Armenia, por su parte, acusa a Azerbaiyán de haber iniciado las hostilidades y declaró la ley marcial y la movilización militar en su territorio. Moscú, aliado de Armenia, donde tiene una base militar, la UE y la OTAN pidieron un alto el fuego inmediato que permita “comenzar las negociaciones” para calmar la situación. Mientras tanto Turquía ofreció todo su apoyo a Azerbaiyán.
Según Bakú, Armenia violó el débil alto el fuego en la región al lanzar la primera hora de este domingo “provocaciones a gran escala” con bombardeos intensivos contra las posiciones del Ejército azerí a lo largo de todo el frente y contra asentamientos en primera línea de la zona de conflicto. El Ministerio de Defensa aseguró haber causado al país rival severas pérdidas tanto en material bélico como en soldados. Además, Zakir Hasanov, ministro de Defensa azerí, informó de que tomaron el control de seis aldeas y de varios puntos estratégicos. Los armenios lo negaron y sostienen, sin embargo, que consiguieron esquivar “exitosamente” los ataques, según el primer ministro, Nikol Pashinián.
Las fuerzas azeríes, apoyadas por tanques, misiles y artillería, aviación y drones, destruyeron 12 sistemas de misiles antiaéreos de Armenia, según Bakú. Azerbaiyán admitió el derribo de un helicóptero de combate por parte de Armenia, pero afirmó que el piloto logró aterrizar y que no hubo pérdidas humanas. Al mismo tiempo, negó que perdieron varios tanques, como los armenios informaron horas antes.
En un mensaje de su cuenta de Twitter, Pashinián denunció la ofensiva de Azerbaiyán con ataques aéreos y misiles contra Artsaj (nombre armenio del Alto Karabaj), y aseguró que el Ejército haría todo para proteger a su “patria de la invasión azerí”. “Prepárense para defender nuestra patria sagrada”, digo Pashinián a la población en un comunicado citado por la cadena británica BBC.
Ante este aumento de las hostilidades, la OTAN llamó a ambos países a una solución pacífica. “Las partes deben cesar de inmediato las hostilidades que causaron ya víctimas civiles. No hay solución militar a este conflicto. Las partes deben reanudar las negociaciones para lograr una resolución pacífica, indicó la Alianza Atlántica en una declaración oficial atribuida al representante especial para el Cáucaso y Asia Central, James Appathurai.
Turquía, actor clave en este conflicto, respondió ofreciendo su “total apoyo” a Azerbaiyán y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aseguró que la “solidaridad” con Bakú “continuará y se incrementará”. Turquía mantiene como política estatal un apoyo sin fisuras a Azerbaiyán.
Ante esta situación, el mandatario armenio Pashinyan, pidió a la comunidad internacional que se asegure de que Turquía no se involucra en el conflicto de su país con Azerbaiyán por la región del Alto Karabaj, informa Reuters. Pashinyan advirtió de que el comportamiento de Turquía podría tener consecuencias destructivas para el sur del Cáucaso y las regiones vecinas.
Una escalada del conflicto preocupa a los países de la región, porque temen que una nueva guerra pueda arrastrar también a Rusia —aliado de Armenia—, y a Turquía —que el domingo reiteró su apoyo a Bakú—, defendiendo a Azerbaiyán. Moscú, de inmediato, abogó por la calma y el restablecimiento del alto el fuego, mientras que Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, llamó a ambos países a detener las hostilidades y volver a las negociaciones “sin precondiciones”.
El enclave montañoso del Alto Karabaj (o Nagorno Karabaj), controlado por Armenia en suelo de Azerbaiyán, es escenario de uno de los conflictos territoriales que quedó enquistado tras el derrumbe de la Unión Soviética. Da la impresión que, desde la breve guerra de cuatro días que enfrentó a Armenia y Azerbaiyán en 2016, ambos Estados se han ido preparando para nuevos conflictos armados y, de hecho, los combates se repitieron de forma cada vez más frecuente y con mayor intensidad.
Además, no solo circunscritos al enclave del Alto Karabaj, sino a lo largo de la frontera entre ambos países, como ocurrió en julio en la región de Tavush. Aquel fue un choque que dejó una quincena de muertos y que Bakú achaca a un ataque armenio en una zona estratégica de Azerbaiyán, ya que junto a ella discurren varias tuberías clave para el suministro de petróleo y gas del Caspio hacia Europa.
En 1994, Bakú y Ereván alcanzaron un alto el fuego y encauzaron una resolución al conflicto en el marco de diálogo del llamado grupo de Minsk (codirigido por Rusia, EEUU y Francia y bajo el amparo de la OSCE), pero desde entonces se han seguido produciendo incidentes.
Aumento en gasto militar
El gasto en Defensa de ambos países se disparó en la última década y se lleva un parte importante de su presupuesto: en torno al 4 % del PIB, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri). Gracias a la bonanza petrolera que vivió Azerbaiyán desde 2000, Bakú modernizó sus Fuerzas Armadas y cuadriplicó su gasto militar hasta superar los 1.500 millones de dólares anuales, incorporando armamento puntero de origen ruso, israelí y turco.
Armenia trató de hacer lo mismo, pero debido a que su economía es más pequeña, su presupuesto militar es un tercio del de su vecino y rival. Sin embargo, el Gobierno azerí se queja de que, en el último año, Ereván recibió 500 toneladas de material militar ruso y, según algunas informaciones, se trata de armamento de alta tecnología.
“Detectamos envíos por avión y por tierra a través de Kazajistán, Turkmenistán e Irán. Preguntamos a nuestros colegas rusos qué enviaron y por qué, pero no recibimos ninguna respuesta”, lamentó el jefe del Departamento de Asuntos Exteriores de la Presidencia de Azerbaiyán, Hikmet Hajiyev, en un reciente encuentro con periodistas en Estambul.
“Sabemos que no es material de uso civil, sino militar, pero no sabemos en concreto de qué armas se trata. Además, hemos detectado en los últimos meses una concentración inusual de tropas armenias en la frontera”. Pero, Azerbaiyán también reforzó sus posiciones con la llegada de militares turcos y, según denuncian diversos medios, rebeldes sirios como los que Turquía también empleó en la guerra de Libia.
Nota original publicada por El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/mundo/azerbaiyan-y-armenia-intensifican-el-choque-armado-en-torno-al-enclave-en-disputa-del-alto-karabaj_202197
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Junio de 2014
República de Georgia – República de Armenia – República de Azerbaiyán
საქართველოს რესპუბლიკა – ՀայաստանիՀանրապետություն – Azərbaycan Respublikası
Marcelo Javier de los Reyes*
El reino kázaro, jázaro, cázaro o khazaro, tuvo su origen a partir de las oleadas de pueblos asiáticos que se expandieron bien temprano a comienzos de nuestra era.
Del pueblo jázaro poco se conoce y la información que poseemos en la actualidad proviene de la historiografía árabe, judía, armenia y del arte bizantino, de antiguas leyendas de esclavos y, sobre todo, por la gran cantidad de restos arqueológicos que dejaron y que permitió la reconstrucción de su sistema socioeconómico[1].
Respecto de sus orígenes étnicos, existen numerosas teorías pero lo cierto es que se trataba de tribus turcas —que nada tienen que ver con lo que hoy conocemos como “turco”— que, al igual que todas las naciones de ese origen, se dividían socialmente entre “jázaros blancos” o ak-jázaros y jázaros “kázaros negros” o kara-jázaros, sin que el color exprese una cuestión racial. Estas tribus consideraban como “blanco” a la nobleza, a los guerreros y a la clase dirigente y como “negro” a las clases más bajas de la sociedad, es decir, a los artesanos, a los plebeyos y a los burgueses.
Étnicamente se los han vinculado a los hunos o a una mistura de hunos con otras tribus turcas, a los uigur de China, a los búlgaros, pero no se ha podido establecer con precisión su componente. Una de las tesis sobre los orígenes de este pueblo es la de Dunlop, autor del libro The History of the Jewish Khazars (1954), quien vincula a los jázaros, lingüísticamente, con la rama ugrofinesa y con el antiguo búlgaro[2].
La hipótesis más probable, sin embargo, continúa siendo la de un origen turcomano, probablemente mixto, habida cuenta que los turcomanos nunca constituyeron un grupo étnico homogéneo ya que su costumbre era incorporar cada población conquistada. Asimismo, el nombre “khazar” parece derivar de la raíz turca “* qaz”, que significa “errante”, lo que coincidiría con su origen nómada[3].
Se estima que se asentaron en la región septentrional del Cáucaso, entre los mares Negro y Caspio, hacia el siglo V. Entre los años 550 y 620 los jázaros estuvieron bajo el dominio del imperio turco de los kokturks pero luego de una serie de guerras civiles, que terminaron disolviéndolo, lograron su autonomía.
Con posterioridad instauraron el Kaganato de Jazaria[4], cuya existencia se extendió hasta el siglo XI. Los jázaros, bien pronto, comenzaron a cambiar sus hábitos nómadas por los de un pueblo sedentario, sin dejar de lado sus virtudes guerreras típicas de los países asiáticos.
Desde ese lugar llegaron a dominar la península de Crimea, la cuenca de los ríos Dniéper, el Don y el Volga. En su momento de mayor expansión llegaron a controlar una amplia región que abarcaba parte de Kazajstán, sur de Rusia, la parte oriental de Ucrania, todo el Cáucaso Septentrional y los territorios de las actuales Georgia y Azerbaiyán, en el Cáucaso Meridional. Debido al control que ejercieron sobre los mares Aral y Caspio, los árabes y persas los llamaron Bahr-ul-Khazar y Daryaye Khazar, respectivamente.
La consolidación del kaganato se produjo mientras reinaba el emperador bizantino Constante II (641-668) lo que, en un primer momento, pareció una situación amenazante para el imperio porque puso en peligro la política bizantina de estados satélites. Los búlgaros fueron desalojados, en primer lugar, de la estepa rusa meridional del Azov por los kázaros y empujados hacia el sur[5].
El kaganato kázaro estaba emplazado en un área estratégica desde el punto de vista comercial. Las rutas caravaneras cruzaban en sus alrededores por lo que supieron construir su dominio sobre el comercio y la libre circulación de mercancías —maderas, pieles, sal, esclavos, caballos, piedras preciosas, sedas, especias, etc.—, ejerciendo la protección del tránsito de las caravanas mediante el cobro de una moderada tasa del 10%. Para llevar a Europa ciertos productos, como la seda, las especias y los perfumes de la India y del Lejano Oriente, los bizantinos tenían dos puntos de contacto para el tráfico comercial con Asia: Trebisonda, puerto del mar Negro, era el centro del comercio con Persia y Bagdad; Chérson, en el sudoeste de la península de Crimea, era el punto de contacto con el kanato kázaro[6][7].
Las rutas que atravesaban el Cáucaso en camino a Damasco o a Bagdad, así como las que franqueaban los mares Caspio y Aral hacia el Hindu Kush por Samarcanda, pasaban por la capital del kanato, Itil, ubicada junto al Volga inferior.
Los jázaros no fueron un pueblo de comerciantes sino que vivían de los impuestos que gravaban las mercancías en tránsito
Además de Itil, fundaron otras ciudades como Balanjar y Dagestán y, junto al mar Caspio, Samandara.
La conversión
Si bien era un pueblo de las estepas que practicaba una religión chamánica basada en la adoración de Tingri —el dios creador de la naturaleza—, en 740 el rey Bulán se convirtió al judaísmo y con él la dirigencia kázara y la mayor parte de la población. El filósofo y médico judío español Yehudah Ben Samuel Halevi, nacido en Navarra en 1075 y fallecido en Jerusalén en 1141, reconocido como uno de los máximos exponentes de la literatura hispanohebrea, escribió el Libro del Jazar (El Kuzarí), originalmente escrito entre 1130-1140 en árabe bajo el título de Kitab alhuyya wa-l-dalil fi nusr al-din al-dalil, en el que en cinco discursos emprende una defensa de la “religión menospreciada”. En El Kuzarí, Halevi presenta a un rey pagano —el rey de los jázaros— quien desea conocer la verdadera religión y que tras citar a filósofos aristotélicos, a cristianos y a islámicos, sólo encuentra la verdad en las fuentes bíblicas del judaísmo, de las que ya tenía conocimiento pero que sólo un sabio judío ortodoxo desvela en toda su verdad e integridad. El Kuzarí es una verdadera apología del judaísmo y de lo que Halevi llama “la verdadera revelación”. Sin embargo, es evidente que las razones que llevaron al jan Bulán a su conversión también, o más probablemente, fueron políticas y económicas pues adoptando el judaísmo no quedarían dependientes del Imperio Romano de Oriente ni del Califato de Bagdad.
Cabe destacar que pese a que sus dirigentes se convirtieron al judaísmo, en Jazaria existió una tolerancia religiosa y dentro de su territorio pudieron convivir cristianos, islámicos y paganos.
Obadia, nieto de Bulán, consolidó la nueva religión atrayendo a rabinos y construyendo numerosas sinagogas. La conversión favoreció el asentamiento en el territorio, intensificó el proceso de urbanización y fomentó la economía basada en la pesca, la ganadería y la agricultura. Del mismo modo, los kazares recibieron a numerosos emigrantes judíos perseguidos en Grecia[8].
La máxima autoridad era el jan o kagán, el rey, pero existía otra institución de gobierno, un tribunal, que contaba con dos jueces judíos, dos cristianos, dos musulmanes y un bárbaro[9].
Después de 830 el judaísmo se habría convertido en la religión del Estado pues los hallazgos arqueológicos rebelan nombres hebreos en la numismática (Zacarías, Isaac, Josef, Abdías, etc.), que serían los nombres elegidos por cada jan al momento de su coronación.
Jazaria y el Imperio Romano de Oriente
Prácticamente desde su fundación el kaganato kázaro fue un aliado del Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino. En el siglo VII el imperio vivía una situación crítica cuando los persas sasánidas acechaban en Siria, Egipto y Asia Menor. El reino ávaro presionaba desde los Balcanes empujando a los eslavos constantemente hacia el sur y los propios ávaros llegaron hasta las murallas de Constantinopla[10]. Cuando todo parecía perdido para el imperio, en 622 el emperador Heraclio (610-640) en persona inició la contraofensiva bizantina contra los persas, respaldada por un tratado de paz con los ávaros y apoyada por un fuerte fervor religioso en Constantinopla, sólo comparado con el que se vivió en época de las Cruzadas. Heraclio emprendió una peligrosa estrategia ofensiva, estableció su base de operaciones en territorio de Armenia y del Cáucaso[11]. Desde allí se lanzó a atacar el centro del poder persa recuperando no sólo sus antiguas provincias sino también sumando nuevos territorios de Armenia[12].
Los jázaros, entre los años 622 a 628, apoyaron al emperador Heraclio en tres campañas contra los persas, un enemigo común, y tomaron Ctesifonte. Luego regresaron por Harrán, Armenia y Tiflis, llevando consigo a pobladores judíos, rabinos incluidos, quienes tenían en Harrán una comunidad numerosa, a los que establecieron en las ciudades kázaras.
Heraclio culminó su campaña en la Batalla de Nínive —ya no contaba con los kázaros, quienes se habían retirado— en la que los bizantinos vencieron al ejército persa comandado por Rhahzadh. Entonces Heraclio marchó hacia Mesopotamia y el oeste de Persia, saqueando Takht-e Soleiman y el palacio de Dastugerd, donde recibió noticias del asesinato de Cosroes II.
El tratado entre los jázaros y Heraclio, en 626, abrió las puertas a una estrecha colaboración entre las partes que se mantuvo hasta el siglo IX y en la que los jázaros apoyaron la lucha defensiva del imperio contra los árabes mediante ataques en los flancos de la región caucásica y Armenia[13].
Por razones políticas se celebraron dos matrimonios entre princesas jázaras con miembros de la casa imperial bizantina. Una fue esposa de Justiniano II (741), la otra de Constantino V (775)[14]. De esta última unión nació León (León IV), conocido como “León el Jázaro”.
La alianza con los jázaros contra el Islam le aseguró al Imperio Romano de Oriente la frontera oriental de Asia Menor.
Durante el reinado de Teófilo (829-842), a petición del jan jázaro, fueron enviados especialistas y obreros a través del mar Negro, hasta el Don, donde levantaron una fortaleza en Zarkel, la llamada fortaleza de “Los Ladrillos Blancos”, defendida por 500 soldados, que constaba de una ciudadela, cuatro torres y dos puertas además de poseer espacio para albergar caravanas y viajantes, un centro para habitantes, además de haber servido para el asentamiento humano y el desarrollo de industrias a su alrededor debido a la relativa seguridad que brindaba la fortaleza. Esta importante expedición fortaleció la colaboración militar entre jázaros y bizantinos con los árabes[15].
Esta alianza en la que los jázaros impedían el paso de los árabes a través del Cáucaso impidió su invasión a Europa Oriental.
Las relaciones con los árabes y la desaparición del reino jázaro
Entretanto, las hostilidades con el Califato continuaron y se produjeron incursiones a uno y otro lado del Cáucaso. El príncipe Khazar Barjik, al mando de las tropas jázaras, invadió el noroeste de Irán y, en 730, derrotó a las fuerzas omeyas en Ardabil. Siete años más tarde, el príncipe murió cuando las huestes del califa ocuparon brevemente Itil, oportunidad en la que, probablemente, obligaron al jan a convertirse al Islam. La propia inestabilidad de los omeyas impidió mantener la ocupación de la capital jázara por lo que el reino recobró su autonomía. Es luego de este hecho que se adopta el judaísmo por lo que algunos historiadores consideran que la idea de tomar el judaísmo como religión de Estado significó una reafirmación de la independencia del janato.
Si bien los jázaros mantuvieron alejados de Europa del este a los árabes durante varios años, ante la fuerte presión de las tropas enemigas fueron obligados a retirarse al oeste de la región del Cáucaso, una zona limitado por el mar Caspio al este, desde las estepas al norte del Mar Negro y el Dniéper, en el oeste. En ese sitio lograron reconstruir sus fuerzas logrando que los abasíes y los omeyas decidieran poner fin a las hostilidades. En 758 el califa abasí Abduláh al-Mansur ordenó a Yazid ibn Usayd al-Sulami, el gobernador militar abasí de Armenia a desposar a una noble jázara y, de ese modo, sellar la paz. Por razones que se desconocen, probablemente en un parto, la joven princesa murió y sus asistentes retornaron a Itil con la convicción de que alguna facción del califato la había envenenado. Ante esto su padre reaccionó y el general jázaro Ras Tarkán invadió el Noroeste de Irán, saqueando la región durante varios meses. Desde entonces las relaciones entre las partes mejoraron, lo que permitió que Jazaria lograra su mayor apogeo hacia el siglo IX, convirtiendo a los eslavos orientales, magiares, pechenegos y otras tribus en sus tributarios. El país logra un desarrollo y una riqueza de consideración en el mundo de su época. Muchos artefactos jázaros fueron encontrados en todas las áreas de Medio Oriente y en muchos sitios arqueológicos de los Balcanes[16].
En el siglo X se conformó una alianza de pueblos escandinavos y eslavos —que dieron origen al pueblo ruso—, los que en 966, bajo la conducción del príncipe de Kiev Svyatoslav Igorevich, atacaron a los jázaros provocándoles su mayor derrota y la destrucción de la fortaleza de Zarkel. Dos años después cayó Itil y las fuerzas rusas lograron arrinconar a los jázaros en la península de Crimea hasta que, en 1016, una expedición combinada ruso-bizantina puso fin al reino.
A partir de ese momento los jázaros comenzaron a dispersarse por Europa (Polonia, Rusia, Ucrania, Hungría) mientras que los restos del reino desaparecieron en el siglo XIII ante el avance de Genghis Khan.
En el siglo IX, cuando los cruzados se instalaron en Jerusalén, procedieron a la expulsión de los judíos de la comunidad caraíta[17] de Jerusalén. Un número considerable de caraítas se establecieron en Jazaria cuando el rey se convirtió al judaísmo pero esa comunidad tuvo mayor presencia en Crimea, último reducto jázaro, con motivo de esa expulsión de Jerusalén.
Arthur Koestler y la decimotercera tribu
La Biblia nos dice que Isaac, hijo de Abrahán, casado con Rebeca, tuvieron dos hijos: Esaú y Jacob. Este último, astuto y cuyo nombre significa “el impostor” o “el que suplanta”, tuvo doce hijos que se convirtieron en las doce tribus de Israel. Tras su arrepentimiento y conversión Dios le cambió el nombre a Jacob por el de Israel, que significa “el que lucha con Dios” (Gn 32, 29).
El libro del Génesis relata los orígenes del pueblo de Israel. Las doce tribus descienden de los doce hijos de Jacob pero en la región del Cáucaso existió un pueblo que adoptó el judaísmo como su religión y sobre el cual escribió Arthur Koestler en su libro “La decimotercera tribu” (1976).
Arthur Koestler nació en 1905 en Budapest, Hungría, en el seno de una familia de clase media. Hacia la década de 1930 se incorporó al Partido Comunista y en 1932 viajó a Rusia donde escribió Of White Nights and Red Days, libro de propaganda financiado por la Internacional Comunista[18]. Luego del triunfo de Adolf Hitler en Alemania, Koestler se sumó al grupo de alemanes exiliados en París, donde trabajó con Willi Münzenberg (Erfurt, Alemania, 1889, – Saint-Marcellin, Isère, Francia, 1940), activista político comunista, quien fue el primer presidente de la Internacional Comunista de la Juventud en 1919-1920 y luego de ser un destacado propagandista del Partido Comunista Alemán (KPD) durante la República de Weimar, se desencantó de su ideología tras la gran purga de Stalin, llevada a cabo en la década de 1930. En 1936, Koestler viajó a España, probablemente como espía de Munzenberg, donde fue arrestado por sus actividades políticas y liberado luego de la intervención del gobierno británico en ese sentido[19]. En 1938 renunció al Partido Comunista por los mismos motivos que Willi Münzenberg, aunque siguió creyendo en la utopía bolchevique hasta que la bandera nazi fue izada en el aeropuerto de Moscú y la banda del Ejército Rojo ejecutó Horst Wessel Lied en honor del ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, Joachim von Ribbentrop, quien llegaba a la Unión Soviética para firmar el pacto germano-soviético[20]. Durante la guerra fue confinado en Francia, donde escribió su libro El cero y el infinito, en el que denunció los abusos realizados en nombre de la ideología. Liberado de su confinamiento se trasladó al Reino Unido, alistándose en el Pionner Corps. Luego pasó a desempeñarse en el Ministerio de Información para realizar la propaganda antinazi, lo que le permitió obtener la ciudadanía británica[21].
Hacia 1948 dictó varias conferencias en los Estados Unidos, en las que criticaba la política de Stalin y exhortaba a los jóvenes a abandonar su radicalismo de izquierda a la vez que reclamaba un mayor compromiso de los intelectuales progresistas en los destinos de la nación y les solicitaba “que ayudasen a la elite del poder en su misión de gobernar”[22]. En esa oportunidad mantuvo contactos con William Donovan, quien fue el responsable de la Office of Strategies Services (OSS) durante la Segunda Guerra Mundial y de la creación de la CIA. La inteligencia estadounidense mostró su interés por Koestler, al igual que por numerosos intelectuales de izquierda desencantados del comunismo, y lo incorporó a su “campaña cultural”, el “Congreso por la Libertad Cultural”, una tapadera de la CIA destinada a difundir la libertad de expresión como la posesión más preciada de la democracia liberal. Koestler participó de ese espacio junto a otros célebres intelectuales y militantes anticomunistas como Franz Borkenau, Melvin Laski o Arthur Schlesinger[23].
En lo que se refiere al tema de este texto es relevante destacar otra etapa de su apasionante vida. Luego de la caída de la “Comuna húngara”, del derrocamiento del gobierno comunista de Béla Kun, asumió el gobierno el almirante Miklós Horthy, quien desempeñó el cargo de Regente de Hungría desde marzo de 1920 hasta octubre de 1944. Durante esos años encabezó un régimen calificado como “sistema autocrático conservador” con algunos “elementos esenciales del fascismo”. Koestler escapó de Hungría con su madre y se instaló en Viena y entre 1922 y 1929 se integró al sionismo como seguidor de Zeev Jabotinsky. Partió hacia Palestina donde vivió y trabajó en un kibutz. A su regreso a Berlín, ingresó clandestinamente en el Partido Comunista en 1931.
Un biógrafo de Koestler, David Cesarani, lo definió como una “mente sin hogar” que, antes de afiliarse al Partido Comunista, asumió la causa sionista del revisionista Zeev Jabotinsky y trabajó en Palestina, hasta que se desencantó de los pasos que daba la dirigencia israelí[24]
Para cerrar el capítulo de su vida, cabe mencionar que en marzo de 1983 Koestler, a los setenta y siete años, se suicidó en su casa de Londres luego de ingerir una dosis mortal de barbitúricos junto a Cynthia Jefferies, su tercera mujer. Sufría la enfermedad de Parkinson pero una leucemia linfática crónica en fase terminal agravó su cuadro. Durante los últimos años de su vida había defendido la eutanasia a través de la organización Exit, que patrocinaba el derecho a la muerte voluntaria[25].
Koestler, en su obra La decimotercera tribu de Israel, dice que en la misma época en que Carlomagno se hacía coronar emperador de Occidente, “el extremo oriental europeo que va desde el Cáucaso al Volga, se hallaba dominado por un Estado judío, conocido por el nombre de imperio jázaro”[26]. El país de los jázaros que tuvo su período de apogeo entre los siglos VII y X, dice Koestler, era un “pueblo étnicamente turco” que “ocupaba una estratégica posición entre el Caspio y el mar Negro, sobre los extensos caminos de paso en que confluían las potencias orientales de la época”.
Koestler confirma lo que dice la historia acerca de que el reino jázaro servía como un “Estado-tapón” que protegía a Bizancio de las invasiones de las tribus bárbaras septentrionales (búlgaros, magiares, etc.), luego de los vikingos y rusos, así como también de los ataques de los árabes cuando se lanzaron a llevar el Islam a otras tierras luego de la muerte del profeta Muhammad, en 632. Los ejércitos jázaros frenaron el paso de los árabes hacia Europa del este en el Cáucaso del mismo modo que Carlos Martel los detuvo en la batalla de Poitiers en 732.
Koetsler se vale de historiadores como D. M. Dunlop, quien afirma que las guerras entre árabes y jázaros duraron más de cien años. Del mismo modo cita al historiador marxista Antal Bartha, autor del libro A IX-X Szàzadi Magyar Tàrsadalom (1968), quien narra en un párrafo la conversión de los jázaros y agrega que “indudablemente, la aceptación del judaísmo como religión de Estado de un pueblo étnicamente no judío podría ser objeto de interesantes especulaciones”.
Koestler luego dice:
En cambio, lo que sí puede discutirse es la suerte de los kázaros judíos tras la destrucción de su reino, hacia los siglos XII o XIII. En este punto las fuentes muestran una gran debilidad. No obstante, se mencionan distintos establecimientos kázaros, a fines de la Edad Media, en Crimea, Ucrania, Hungría, Polonia y Lituania. De las diferentes referencias fragmentarias podemos obtener una visión de conjunto: la de una migración de tribus y grupos kázaros hacia las regiones de la Europa oriental —principalmente Rusia y Polonia—, exactamente donde habrían de encontrarse, al alba de los tiempos modernos, las mayores concentraciones de judíos. De ahí la hipótesis formulada por varios historiadores, según la cual buena parte, si no la mayoría, de los judíos de Europa oriental —y, en consecuencia, de los judíos del mundo entero— serían de origen kázaro y no semita.
El mismo Koestler se refiere a las “consecuencias de semejante hipótesis” y las “precauciones” de los historiadores respecto a este tema, “cuando no lo evitan deliberadamente”. A esos efectos menciona que en la edición de la Encyclopaedia Judaïca correspondiente al año 1973, el artículo “Kázaros” estaba firmado por Dunlop mientras que el que se refiere a “los judíos kázaros tras la caída del reino” estaba firmado por los editores. En esa sección se afirma que “los karaítas (secta tradicionalista judía), de lengua turca de Crimea, Polonia y otros lugares, han afirmado que estaban emparentados con los kázaros, lo que posiblemente confirmen los testimonios extraídos del folklore y de la antropología, como también de la lengua”.
A través de sus investigaciones y de reiteradas citas de autores que lo precedieron en este estudio, Koestler intenta demostrar que los judíos de los grandes centros de Europa, de Estados Unidos e incluso de Israel descienden de los jázaros. Koestler afirma que “genéticamente estarían más emparentados con los hunos, los magiares, que con la simiente de Abraham, de Isaac, de Jacob”. A continuación asevera que “si esto fuera así, la palabra ‘antisemitismo’ carecería de sentido: únicamente testimoniaría un malentendido compartido a partes iguales por víctimas y verdugos”.
Michael Scammell, autor de una biografía de Koestler, Koestler: The literary and political odyssey of a twentieth-century skeptic, dice que él sufrió mucho a causa del antisemitismo en su juventud y que a pesar de su desencanto en Palestina, la cuestión del Holocausto fue “lo que restauró el interés y la compasión de Koestler por los judíos de Palestina; fue un defensor firme e influyente de un Israel independiente”. Afirma que “nunca fue acrítico en su apoyo a Israel, e irritó a gran cantidad de judíos dentro y fuera de Israel con su teoría de que los judíos de la diáspora debían trasladarse a Israel (cumpliendo la promesa de estar ‘el año que viene en Jerusalén’) o asimilarse, diciendo que era la única forma de acabar con el antisemitismo”[27].
Con su intención de desmantelar el concepto de antisemitismo a partir del origen jázaro, Koestler fastidió a los judíos de la diáspora y su teoría fue utilizada por los líderes árabes y por quienes se oponen a la existencia del Estado de Israel ya que si los actuales judíos no son herederos de los hebreos bíblicos no tienen derecho a ocupar esa tierra.
Como dice Scammell, esa no era lo que pretendía Koestler pero a pesar de haber reafirmado su apoyo a Israel, “reforzó la idea de que el propio Koestler era un antisemita: una ironía amarga”[28].
Nuevas investigaciones
La difusión del libro de Koestler abrió una seria controversia debido a que los judíos askenazi son los descendientes de los jázaros y conforman una considerable mayoría de la actual población judía.
Claramente los sefaradíes son los descendientes de los judíos que llegaron a la península ibérica y al Norte de África a través de siglos de migraciones pero las dudas se ciernen sobre los askenazi.
Max Bery pone en duda la conversión masiva de los jázaros al judaísmo y dice:
La teoría de la conversión en masa quedó vigente hasta los años 90. En 1993, en una de las primeras utilizaciones del marcador del cromosomo – Y -, unos científicos italianos compararon el ADN de Ashkenazim y Sefaradim con no-judíos viviendo en Checoslovaquia, supuestamente representando los posibles descendientes de gentiles de la Europa del Este. Si los judíos eran conversos eslavos las mutaciones tendrían que ser similares. La repuesta fue sorprendente por otros motivos. Por la primera vez había una evidencia poderosa de que los judíos alrededor del mundo compartían un linaje común, procediendo del Medio y Cercano Oriente, prácticamente libre de conversiones. El linaje masculino de los judíos tenía más en común con él de los libaneses que con él de los checos no judíos. Los genetistas estimaron que la contribución de no-judíos masculinos a los genes ashkenazim es muy baja, menos del 1% por generación. Esto fue la primera evidencia genética de que los judíos ashkenazim de hoy día no descienden mayoritariamente de conversos.[29]
Bery no brinda ninguna referencia acerca de esa investigación científica. Sin embargo, nuevas investigaciones abonan la teoría de Koestler.
El historiador israelí Shlomo Sand, profesor de Historia de Europa en la Universidad de Tel Aviv y autor del libro Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío, cuestiona algunos principios de la historia sionista oficial. En una entrevista publicada en Publico.es el profesor Sand dice que la Biblia “no es un libro histórico, es un libro de teología” y que “fueron los protestantes, y luego los judíos, los que convirtieron la Biblia en un libro de historia” por lo que, según él, el pueblo judío es una invención cristiana. Dice que el exilio del pueblo judío tras la destrucción del Templo por los romanos, en el año 70 d.C. no existió ya que “los romanos nunca exiliaron a pueblos, algo que sí hicieron los asirios y los babilonios con algunas elites”[30]. Lo que los romanos no permitieron a los judíos es que vivieran en Jerusalén. A su juicio
la historia sionista tomó un mito cristiano del mártir Justino, que fue el primero que dijo, en el siglo III, que Dios había castigado a los judíos con el exilio porque no aceptaron a Jesús. Esa es la primera vez que afirma que los judíos fueron deportados.[31]
Estas afirmaciones no invalidan que los judíos hayan emigrado por el Mediterráneo pero ponen en duda la hipótesis de la “tribu perdida” que bien podría justificar la genética semítica de los jázaros.
Sand habla de un drástico decrecimiento de la población judía desde la época de Adriano, en el siglo II, porque muchos se convirtieron al cristianismo. Sin embargo, a pesar de negar la deportación de los judíos durante el período romano y su emigración masiva, aporta un hecho relevante al afirmar que “es el judaísmo, y no los judíos, el que se expande”. Es decir que alude a una época en que el judaísmo buscaba expandirse, era proselitista. Esta es la razón por la que los jázaros se convierten al judaísmo. En este sentido, Sand agrega que “es curioso que el sionismo reconoce la importancia de los jázaros hasta 1967, y después deja de ser una tesis legítima”[32]. Añade que los judíos de Polonia y de otros países de Europa oriental “sólo pueden venir de los jázaros”. Esto invalida la teoría de que los judíos de esa parte de Europa provinieran de Alemania porque —afirma— en los siglos XII y XIII apenas había sólo unos cientos de judíos en Alemania.
Aunque reconoce que expresar esto hoy es un escándalo, el profesor Sand menciona que en 1918 Yitzhak ben Zvi —quien fue el segundo presidente de Israel— y David Ben Gurion escribieron juntos un libro en el que afirmaban que los palestinos son los auténticos descendientes de los judíos.
Otra investigación corresponde al genetista molecular e investigador postdoctoral del Departamento de Salud Mental de la Universidad de Johns Hopkins, de origen judío, Eran Elhaik, quien llevó a cabo una investigación que sugiere que no hubo una emigración seminal a Alemania o, al menos, el factor alemán no explicaría el origen de la mayoría de los judíos europeos. Eran Elhaik sostiene que procederían del Cáucaso, más precisamente del imperio jázaro[33].
Su estudio, recientemente publicado en internet por la revista online Genome Biology and Evolution de Oxford, titulado “The missing link of Jewish European Ancestry” (“El eslabón perdido de la ascendencia judía europea”), en el que concluye que el genoma de los judíos europeos es una combinación de poblaciones antiguas que incluyen jázaros judaizados, grecorromanos y judíos de la Mesopotamia y su estructura de población se formó en el Cáucaso y en las orillas del Volga, con raíces que llegan a Canaán y a las orillas del Jordán.
Eran Elhaik basó su conclusión en lo que describe como la “hipótesis de khazar” —la que propuso Koestler— que él acepta como una hipótesis razonable que debe ser comprobada. Para su estudio analizó los datos de 1.287 individuos no relacionados “de 8 poblaciones judías y 74 poblaciones no judías”.
Con esos datos genéticos, Elhaik realizó cinco diferentes análisis y todos le llevaron al origen judeo-jázaro de la mayor parte de los alrededor de 13 millones de judíos del mundo. Utilizó la frecuencia de alelos —alternativas de un mismo gen— diferentes entre distintos grupos poblacionales y, tomando a judíos palestinos y caucásicos (armenios, georgianos o azeríes) actuales como base para establecer el linaje, comprobó que el 70% de los judíos originarios de Europa central y occidental y todos los orientales compartían más con los segundos que con los primeros. Sorprendentemente un 15% de los judíos de Europa central son similares a los drusos y a los chipriotas[34].
Su investigación lleva al doctor Elhaik a señalar que existe una fuerte evidencia que los judíos europeos y las poblaciones de Cáucaso tienen un origen común. Considera que “la conversión religiosa de los jázaros abarcó a todos los ciudadanos del Imperio y a las tribus subordinadas y se prolongó durante los siguientes 400 años … los judeo-jázaros huyeron a Europa del este y más tarde emigraron a Europa Central y se mezclaron con las poblaciones vecinas”[35].
Es importante citar en este debate la explicación que el periodista, historiador y genealogista Narciso Binayán Carmona (1928-2008) —quien se desempeñó por muchos años en el diario La Nación de Buenos Aires— brinda acerca del origen étnico de los armenios:
Por tipo racial, en cambio, son esencialmente caucásicos. Los aportes de otras naciones son varios, pero numéricamente débiles: persas desde el este, georgianos por el norte y muchos otros grupos pequeños del mismo núcleo caucásico. El gran mundo de los semitas casi no participa en esta discreta mezcla salvo en el suroeste de la Armenia histórica y ello a través de los asirios. Es típico de la extrema originalidad armenia que esta pequeña nación asiria, hoy prácticamente reducida a tema de historia antigua, sea la única de origen semita con participación numéricamente significativa en el reducido grupo de pueblos vecinos que dieron parte de su sangre al pueblo armenio. Por el contrario, los árabes o los judíos, naciones semitas mucho más importantes y mucho más grandes, prácticamente no aparecen en la mezcla armenia y tampoco tienen ni tuvieron allí presencia numérica de algún monto. Los judíos que había los llevó a Persia el emperador Shapur en 368. A la vez, aquellos armenios con mezcla semita se encontraban sobre sobre todo en las provincias de Mush y de Bitlis, de las que casi no quedaron sobrevivientes en 1915.[36]
De este modo, al determinar quiénes son los armenios, Narciso Binayán Carmona deja en claro que en Armenia, como prácticamente en todo el Cáucaso, la existencia de miembros de comunidades semitas es bastante escasa. Menciona como un caso excepcional a los asirios y dice que se trata de un “tema de historia antigua” porque además de que esa comunidad —que profesa el cristianismo— se fue reduciendo a lo largo de historia, un considerable número de sus miembros perdió la vida junto con los armenios en ocasión del genocidio llevado a cabo por los turcos, que comenzó a fines del siglo XIX y que se agudizó con la llegada de los Jóvenes Turcos al poder, en 1908, tras derrocar al sultán Abdul Hamid II (1842-1918). Entre 1915 y 1924 se produjo la mayor matanza de armenios, en la que también murieron miembros de esa comunidad asiria. Los Jóvenes Turcos fueron liderados por quien se convirtió en presidente de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, el “padre de los turcos”, quien al igual que varios de esos jóvenes había sido un converso pues pertenecía a la secta secreta dönmeh, sefaradíes conversos al Islam seguidores del profeta Sabbatai Zevi. Pero esta es otra historia y forma parte de otra discusión.
A modo de conclusión
Los jázaros, cuya historia es poco conocida, tuvieron una gran importancia en la región del Cáucaso al punto que controlaron la Ruta de la Seda y, como pudo apreciarse, su territorio constituyó una zona estratégica por las numerosas rutas caravaneras que lo cruzaban.
Como todo pueblo proveniente de las estepas asiáticas estaba inspirado por un espíritu guerrero que quedó demostrado en su enfrentamiento con el imperio persa y contra los árabes que procuraban cruzar a través del Cáucaso.
Ciertamente, de no ser por el reino jázaro la historia de Europa hubiese sido otra y el Imperio Romano de Oriente hubiese sucumbido algunos siglos antes.
La singularidad de los jázaros fue su conversión al judaísmo, lo que pone en evidencia la actitud proselitista de los judíos de esa época, más aún cuando su número se reducía a causa de la expansión del cristianismo y, a partir del siglo VII, del Islam.
Es probable que por esta razón los judíos jázaros se dispersaran por el resto de Europa llevando no sólo su creencia sino también su cultura, pero perdiéndose en medio de las demás pueblos del continente.
Arthur Koestler, a pesar de las críticas que recibió, sacó a la luz un pueblo que sólo se encontraba en las profundas investigaciones llevadas a cabo por un reducido número de académicos y científicos. Su intención de argumentar contra el antisemitismo puso sobre el tapete un tema que parecería ser que debía mantenerse oculto. Sacarlo a la luz significaba desarmar los argumentos de la dirigencia sionista, la cual es la heredera del pueblo jázaro. Es por esto que puede afirmarse que durante la existencia del reino jázaro su poder y su influencia se proyectaron sobre el Cáucaso y fuera de la región pero, ya desaparecido, siguió perviviendo en las comunidades que se fueron consolidando en Europa oriental y central durante siglos. En la actualidad sobrevive en la dirigencia israelí que aspira a conquistar el Gran Israel —Eretz Yisrael Hashlemah—, el territorio que se describe en el pacto de Dios con Abrahán en el libro del Génesis 15,18:21, el que se extiende desde el Nilo al Éufrates. Sin embargo, la sombra del Israel actual se proyecta también sobre el Cáucaso, como un intento de influir en lo que fuera el reino jázaro.
Para finalizar, desde un punto de vista religioso, puede considerarse que, a partir de lo expresado por los estudios que precedieron al libro de Koestler y por los que se han llevado más recientemente —en este caso coincidiendo con lo expresado por el profesor Shlomo Sand—, los judíos actuales constituyen una comunidad espiritual, cultural y política —en el caso de Israel— en la que no existe un fenotipo reconocible.
* Licenciado en Historia (Universidad de Buenos Aires). Postgrado en Política Exterior Argentina (Universidad del Salvador). Profesor de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. Presidente del Centro de Estudios Internacionales para el Desarrollo (CEID).
Referencia
[1] Lawrence M.F. Sudbury. “Khazari. Il popolo dimenticato che difese l’europa”. En: Instoria (Rivista online di storia & informazione), N. 7, julio de 2008 (XXXVIII), <http://www.instoria.it/home/khazari.htm>, [consulta: 20/05/2014].
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] También se utilizan los términos kanato y janato.
[5] Franz Georg Maier. Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII. Madrid: Siglo XXI, p. 302.
[6] Franz Georg Maier. Bizancio. México: Siglo XXI Editores, p. 107.
[7] Jan Dhondt. La alta edad media. Madrid: Siglo XXI, 1978, p. 124.
[8] Ricardo de la Cierva. El tercer Templo: qué es el sionismo en la historia de Israel. Barcelona: Planeta, 1992, p. 77-78.
[9] Idem.
[10] Franz Georg Maier. Bizancio. México: Siglo XXI Editores, p. 70.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
[13] Franz Georg Maier. Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII. Madrid: Siglo XXI, p. 303.
[14] Ídem.
[15] Franz Georg Maier. Bizancio. México: Siglo XXI Editores, p. 121.
[16] Lawrence M.F. Sudbury. Op. cit.
[17] Comunidad antitalmúdica. Sus seguidores reconocen la Tanaj como única máxima autoridad, en oposición a los seguidores de la tradición.
[18] Francés Stonor Saunders. La CIA y la guerra fría cultural. Madrid: Debate, 2001, p. 94.
[19] Ibíd., p. 95.
[20] Ídem.
[21] Ídem.
[22] Ibíd., p. 96.
[23] Sobre este tema ver el mencionado libro de Frances Stonor Saunders.
[24] David Cesarani. The Homeless Mind. Estados Unidos: Heinemann, 1998, 496 p.
[25] Joseba Louzao. “Arthur Koestler: la biografía atípica del siglo XX”. En: Fronterad Revista Digital (12/05/2011), <http://www.fronterad.com/?q=arthur-koestler-biografia-atipica-siglo-xx>, [consulta: 27/05/2014].
[26] Arthur Koestler. La decimotercera tribu de Israel. Santa Fe: Garetto Editor, 2007, 250 p.
[27] Daniel Gascón. “Michael Scammell: Koestler, intelectual en movimiento”. En: Letras libres, noviembre 2011, <http://www.letraslibres.com/revista/entrevista/michael-scammell>, [consulta: 20/05/2014].
[28] Ídem.
[29] Max Bery. “Los Ashkenazim, ¿Conversos o hijos de Abraham?” En: Organización Sionista Argentina Filial Córdoba, 22/05/2012, <http://soysionista.blogspot.com.ar/2012/05/los-ashkenazim-conversos-o-hijos-de.html>, [consulta: 10/05/2014].
[30] “El pueblo judío es una invención”. En: Publico.es, <http://www.publico.es/internacional/121692/el-pueblo-judio-es-una-invencion>, [consulta: 12/05/2014].
[31] Ídem.
[32] Ídem.
[33] Seth J. Frantzman. “Terra Incognita: The return of the Khazar myth”. En: “The Jerusalem Post”, 01/02/2013, <http://www.jpost.com/Opinion/Columnists/Terra-Incognita-The-return-of-the-Khazar-myth>, [consulta: 13/04/2014].
[34] Ídem.
[35] Ídem.
[36] Narciso Binayán Carmona. Entre el pasado y el futuro: los armenios en la Argentina. Buenos Aires, 1996, p. 30.