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FE Y CIENCIA. REFLEXIONES Y ESPIRITUALIDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA.

Marcelo Javier de los Reyes* 

 

Loado seas mi Señor, por nuestra hermana,

la madre tierra,

la cual nos sustenta y gobierna,

y produce diversos frutos con coloridas flores

y hierbas.

Cántico de las Criaturas

Escritos de San Francisco.

 

Albert Einstein y Georges Lamaître en Pasadena, California, en 1933

Suele decirse que la fe y la razón serían incompatibles o, al menos, inconciliables. Eso nos lleva a pensar que la ciencia tampoco se lía bien con la fe. En este sentido, es justo mencionar que el Papa Juan Pablo II inicia su encíclica Fides et ratio (1988) expresando: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

En su mayoría, los hombres de ciencia consideran que la Creación es un hecho natural del cual no ha participado Dios. Entonces eso de que “Al principio Dios creó el cielo y la tierra…” (Gn 1:1) sería algo que queda reducido a la fe. Aquí vale una aclaración: ¿qué entendemos por fe? La fe es la creencia en las realidades invisibles. Esto entonces la alejaría aún más de la ciencia pero la verdad es que la Biblia no es un libro que hable de arqueología ni es un libro científico. El autor del libro del Génesis nos dice en forma poética que el universo tuvo un inicio y que Dios fue su creador. En realidad, el libro del Génesis es un relato teológico acerca de la creación del universo (Gn 1:1-2; 2:4-6) y sobre la creación de las plantas y de los animales acuáticos (Gn 1:3-19), sobre la creación de los animales terrestres (Gn 1:24-25) y sobre el ser humano (Gn 1:26-31, 2:7).

En consecuencia, desde un punto de vista teológico, Dios es el creador de la fe y de la razón humana, por tanto, éstas no pueden oponerse entre sí. No obstante, la discusión entre fe y ciencia encuentra un hito significativo a partir del momento en que Nicolás Copérnico (1473 – 1543) formula la teoría heliocéntrica en su obra De revolutionibus orbium coelestium, en oposición a la teoría geocéntrica, vigente en su época, que consideraba que los cuerpos celestes orbitaban alrededor de la Tierra.

Encuentros de la fe y la ciencia en una persona

Nicolás Copérnico fue un científico que pasó a la historia por sus conocimientos en el campo de la Astronomía pero cursó estudios de Derecho y Medicina y también escribió tratados de Economía. Dominaba cuatro idiomas y además era un monje católico[1].

Todos en la escuela estudiamos en Botánica las leyes de Mendel, en homenaje a Johann Mendel (1822 – 1884), cuyos experimentos llevaron al descubrimiento y desarrollo de la herencia genética en las plantas. Sus leyes constituyeron el punto de partida de la genética, una rama esencial de la biología moderna. En 1843 Johann Mendel ingresó en el monasterio agustino de Königskloster, cercano a Brünn —actual Brno, República Checa—, donde tomó el nombre de padre Gregor con el que también pasaría a ser conocido en la historia. Gregor Mendel, considerado el padre de la genética, fue ordenado sacerdote en 1847.

Al principio de este escrito hice referencia a la Creación, la cual se ha constituido uno de los temas de debate entre los hombres de ciencias y los hombres de fe. Al respecto me permito citar al filósofo austríaco Paul Karl Feyerabend (1924 – 1994), quien en su libro Adiós a la razón se refiere a la discusión sobre la Creación, así como de otras cuestiones en la que los científicos han acallado otras voces:

La “victoria” de la evolución, la sustitución de la autoridad de la iglesia por la autoridad de los científicos, educadores, intelectuales del montón, la expulsión del alma en psicología, la eliminación de la medicina tribal de la praxis médica en el siglo XIX, la decisión de los teólogos de no seguir interfiriendo en los debates sobre la estructura del universo material sino de dejar dichas materias a los científicos, todo esto han sido victorias políticas en el sentido descrito.[2]

Una de las teorías que fortificó la posición de los científicos en torno a la Creación fue la del Big Bang, la cual se basa en la expansión del universo a partir de un punto, en contra de la idea establecida en su época de que el universo era estático. La que luego fue denominada Ley de Hubble (1929) —en homenaje a Edwin Powell Hubble (1889-1953)— fue primeramente expresada por el físico y matemático belga de la Universidad de Lovaina Georges Lemaître (1894 – 1966), quien lo hizo en 1927. Sin embargo, el científico belga nunca intentó reclamar el derecho de primer descubrimiento sobre la teoría del Big Bang.

A fines de 1932, Lemaître fue al CALTECH (Instituto de Tecnología de California) en Pasadena, cerca de Los Ángeles, invitado por el ganador del Premio Nobel Robert Millikan, quien estaba profundamente interesado en la naturaleza y las propiedades de los rayos cósmicos[3]. En enero de 1933, Einstein fue a Pasadena y luego de una conferencia que Lemaître dictó allí, en la que explicó su cosmología atómica primitiva, el autor de la teoría de la relatividad expresó: “¡Esta es la explicación más hermosa y satisfactoria de la creación que he escuchado!”[4]

En 1934 Lemaitre recibió el premio científico más alto de Bélgica, el Premio Francqui, dos años después el Premio de Astrónomo Francés Prix Jules-Janssen y desde 1960 hasta su muerte fue presidente de la Academia Pontificia de Ciencias.

El padre Lemaître expresó:

Estaba interesado en la verdad desde el punto de vista de la salvación tanto como estaba interesado en la verdad desde el punto de vista de la certeza científica. Me pareció que había dos caminos que conducían a la verdad, y decidí seguirlos a ambos. Nada en mi vida profesional, nada de lo que he aprendido en ciencia y religión me ha hecho cambiar de opinión.[5]

El ingeniero de Telecomunicaciones Ignacio del Villar, en su libro Sacerdotes y Científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître, también cita al monje Marin Mersenne (1588 – 1648) —a quien se considera el creador del concepto de “comunidad científica”—, al geólogo, anatomista y biomecánico Nicolás Steno (1638 – 1686)—quien, entre otros aportes científicos enunció las cuatro leyes fundamentales de la estratigrafía—, sacerdote danés que fue obispo y vicario apostólico en los países nórdicos, al jesuita Ruđer Bošković (1711 – 1787) quien elaboró la primera teoría atómica con un cierto fundamento y al sacerdote francés René Just Haüy —considerado el padre de la cristalografía—, quien Propuso la teoría de que los cristales minerales están hechos de bloques de construcción de tamaño molecular.

Es justo también mencionar al sacerdote italiano Giuseppe Mercalli (1850 -1914) —inventor de una escala alternativa a la de Richter para medir la intensidad de los terremotos— y al sacerdote benedictino húngaro Stanley L. Jaki (1924 – 2009), doctor en física y autor de varios escritos sobre la relación entre ciencia y fe.

El hombre, administrador de la Creación

Desde la teología se argumenta que Dios le encomendó al hombre la administración de su Creación. Le pidió que ejerciera su “señorío” sobre lo que Él había creado: “le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal 8), escribió el salmista.

Bien, algún agnóstico o algún ateo podrán disentir con esto y en tal sentido podemos dejar de lado, al menos momentáneamente, el tema de la fe. Más allá de esta visión desde la fe, podemos acordar que el ser humano es el ser superior de la naturaleza y que es quien ejerce el dominio sobre la Tierra. Ahora bien, debemos preguntarnos, el hombre ¿es buen administrador de la Tierra? Por mi parte, mi respuesta es NO y sin duda que los ecologistas y muchos más coincidirán conmigo.

El comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, expresó “Homo homini lupus”, “El hombre es un lobo para el hombre” —expresión luego repetida por Bacon y Hobbes—, idea con la que expresa que el hombre es para su semejante peor que las fieras. El hombre se muestra como el mayor depredador de la Naturaleza: depreda los bosques, las selvas y los mares; contamina los ríos, los océanos y la atmósfera; es el único animal que caza por deporte… Podría extenderme sobre estas cuestiones pero ya se ha escrito mucho sobre ello.

Su osadía mayor es jugar a ser Dios, manipulando genéticamente las semillas, clonando animales, creando peligrosamente una Inteligencia Artificial sin medir las consecuencias o manipulando virus, ora para encontrar la cura de alguna enfermedad, ora para crear armas biológicas. No sabemos fidedignamente si esta pandemia de COVID-19 es algo natural u obedece a una acción humana. Lo que sí está claro es que está entre nosotros por un acto humano, deliberado o no, y afirmaría que poco tiene que ver con la sopa de murciélago.

Como corolario

La pandemia de coronavirus ha paralizado al mundo. La mayoría de las actividades humanas han debido ser suspendidas. Muchos han observado que la que siguió trabajando fue la Naturaleza: diversos animales se animaron a ingresar en áreas urbanas mientras sus residentes estaban encerrados, los árboles dejaron de ser talados y hasta las aguas de una fantasmal Venecia se tornaron claras. Indudablemente, la Naturaleza comenzó a reparar lo que el hombre destroza.

Por otro lado, esta “prueba”, si bien puso el foco en ciertos sectores de la sociedad —las personas mayores y los pobres— se presentó para todos. Alcanzó a gobernantes como Boris Johnson y al descreído Jair Bolsonaro.

Las implicaciones sobre la democracia y el control social serían para otro artículo.

Esta dramática realidad que estamos viviendo debería alertarnos sobre lo que es capaz de causar el hombre cuando traspasa los límites de la ética. Del mismo modo, debería —y espero que así sea y a pesar que los templos están cerrados— despertar nuevamente la espiritualidad perdida. Porque el hombre tiene naturalmente tres dimensiones: la física, la intelectual y la espiritual. Desde el Renacimiento, cierta intelectualidad opera para neutralizar la dimensión espiritual del hombre o, en el peor de los casos, para reemplazar la fe o la religión por la ideología.

El conocimiento, en muchos casos ha sido mal empleado. Nuevamente recurro al filósofo Paul Feyerabend quien dijo que el ser humano debería utilizar el conocimiento

para resolver los dos problemas pendientes en la actualidad, el problema de la supervivencia y el problema de la paz; por un lado, la paz entre los humanos y, por otro, la paz entre los humanos y todo el conjunto de la Naturaleza.[6]

Sería deseable que esta triste experiencia que ha segado y continuará segando muchas vidas, sirva para un renacer de la dimensión espiritual del hombre y para que ejerza con responsabilidad su “señorío” sobre la Tierra.

 

* Maestro catequista. Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires, Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Ignacio del Villar. Sacerdotes y Científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître. España: Digital Reasons, 2019 (Colección Argumentos para el s. XXI).

[2] Paul Feyerabend. Adiós a la razón. Madrid: Tecnos, 1992, p. 110-111.

[3] Dominique Lambert. “Einstein and Lemaître: two friends, two cosmologies…”. Interdisciplinary Documentation on Religion and Science (Pontificia Università della Santa Croce), <http://inters.org/einstein-lemaitre>.

[4] Ídem.

[5] “Quoi de neuf? #1: Georges Lemaître, le maître du Big Bang”. Louvainfo (Bélgica), <https://louvainfo.be>.

[6] Paul Feyerabend. Op. cit., p. 17.

 

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LACALLE POU: UN PRESIDENTE DIFERENTE

Williams Herrera Áñez (El Deber*)

Presidente de la República Oriental del Uruguay, Luis Lacalle Pou. Foto: Presidencia del Uruguay

El 1° de marzo asumió como presidente de la República Oriental del Uruguay Luis Lacalle Pou, en lugar de Tabaré Vázquez del Frente Amplio, coalición que gobernó los últimos 15 años. El joven presidente (52 años) no invitó a su posesión a los mandatarios del denominado socialismo del siglo XXI, rompió con Unasur, busca fortalecer Mercosur e imponer una “diplomacia comercial”, que significa no acercarse a EEUU y alejarse de China o acercarse a China y alejarse de EEUU, sino llegar directo a los dos países.

Ni bien tomó posesión y apenas había terminado de conformar su gobierno, invadía la pandemia del covid-19 y tuvo que tomar decisiones claras y rápidas. Y comenzó a predicar con el ejemplo, dispuso en este sentido que el 20% de los sueldos de los principales servidores públicos, comenzando por el presidente, vayan a un fondo común para apoyar la emergencia sanitaria.

En contra de las medidas que tomaron la mayoría de los países afectados, el presidente apostó por la libertad con responsabilidad y no impuso ninguna cuarentena estricta. Y ha tenido una respuesta excepcional del pueblo con un resultado de unos 30 fallecidos en total, de modo que Uruguay se ha convertido en un ejemplo en el mundo en relación con el coronavirus. Y para contrarrestar sus efectos económicos perversos, aprobó una serie de incentivos a los emprendedores y a subsidiar el trabajo; hay que apoyar al motor de la economía y por eso ha descartado cualquier idea de aumentar impuestos.

El presidente uruguayo, que se define como un liberal, apuesta por una economía abierta y facilita los grandes emprendimientos en su país. Sin embargo, no quiere que la gente vaya solo a invertir, sino también a vivir y reconoce que tiene una densidad demográfica muy baja (tres millones y medio de habitantes) y, por tanto, ofrece una serie de oportunidades para captar capitales extranjeros que permitan seguir aportando en beneficio de todos los uruguayos.

Antes de asumir el gobierno, el 1 de noviembre ya tenía listo el documento Compromiso por el País, compuesto de 13 “grandes líneas estratégicas”, a saber: un gobierno con las cuentas en orden; un Estado inteligente y transparente; empresas públicas al servicio de la gente; impulso al crecimiento: desarrollo productivo y mejora de la competitividad; inserción internacional: abrir mercados y hacer alianzas; una Policía respetada, una sociedad pacífica; una política de defensa adecuada al siglo XXI; transformar la educación; proteger a los más débiles; agenda de derechos; proteger el mundo del trabajo; cuidar la salud de los uruguayos; y medio ambiente y bienestar animal.

Al margen de tener una agenda muy definida y ser consciente que tiene que honrarla porque después de cinco años que dura el período presidencial, quiere salir a la calle y mirar a los ojos a la gente, Lacalle Pou se proyecta como un presidente diferente, que tiene un apellido que cuidar, directo, sin poses ni acartonamientos. Y está convencido de que la transparencia en lo privado y público, genera confianza y cualquier gesto suyo tiene efectos en la población. Se trata de un consumado deportista (practica varias disciplinas), y ha soltado haber consumido drogas de adolescente, reconocimiento poco común en una personalidad pública.

En estos pocos meses que tiene como presidente, Lacalle Pou ha mostrado una serie de cualidades como gobernante, que devuelven la confianza en la política como el arte de lo posible (muy degradada y prostituida en nuestro entorno). El gobernante uruguayo se proyecta como un estadista y un líder del siglo XXI, que transmite aire fresco, austero, comunicación simple y directa, pisa sobre la tierra, con una agenda muy concreta, determinación y vocación democrática. Un espécimen diferente a toda la manada que hemos tenido en la región en los últimos 20 años.

Nota original de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia https://eldeber.com.bo/opinion/lacalle-pou-un-presidente-diferente_191715  

VIDAS O ECONOMÍA. ¿ES ESA LA CUESTIÓN?

Elio Prieto González*

 

Imagen de zhugher en Pixabay

Para encontrar un grado de conmoción similar al que esta pandemia ha causado a escala global, es común hacer referencia a las guerras mundiales. La primera que terminó en el curso de la llamada Gripe española y la segunda en la que prácticamente no hubo una región del planeta que escapara a sus efectos.

Esta pandemia tiene muchos puntos de analogía con una guerra, pero es bien distinta porque la guerra como epidemia de traumas mata por decenas de millones y destruye los bienes materiales y el hábitat en muchas regiones, pero no en todo el planeta.

Pero, ahora, a diferencia de lo que ha ocurrido en las guerras mundiales, o guerras globales los efectos negativos sobre las economías se producen sobre prácticamente todas. Es un fenómeno que afecta la producción de bienes, el comercio, las industrias de servicios y el empleo, en absolutamente todo el mundo. Países productores de bienes de alto valor, otros con economías primarizadas. La parada ha sido general. Un ejemplo es la merma global de la industria turística que podría alcanzar hasta un 80% en el curso del presente año, según datos de la Organización Internacional del Turismo. 

Pandemia (cuarentena) o caída económica. No existe tal dilema

El daño a las economías al margen de las distintas posibilidades de recuperación, es global, es vertical y es profundo. En un documento del Banco Mundial, se lee que la economía puede caer un 5.2% en 2020, siendo el mayor descenso desde la II GM. El número de economías en las que el PBI per cápita ha descendido no es tan grande desde 1870[1]. Los pronósticos para América Latina son devastadores en especial por el crecimiento de la pobreza.

La economía está siendo afectada, pero ¿alguien puede afirmar que con decenas de miles de muertes no ocurrirá lo mismo? En tal caso la indignación de los que consideran la cuarentena dictatorial podría ser sustituida por el pánico. Porque en los procesos autorregulados, no hay otra lógica que la de la teoría de probabilidades y es sabido que no hay probabilidades hacia atrás. Una vez tomado un camino, corregir el rumbo se hace más difícil. Las vidas no pueden reponerse, la economía sí.

Las propuestas y demandas económicas deben ser atendidas, porque son perentorias, pero deben serlo en la medida en que la situación lo permita y es lo que está ocurriendo, a mi entender. Los equipos de trabajo a diferentes niveles desarrollan un monitoreo permanente, para poder informarse de lo que ocurre en los territorios, aportar la información y responder con decisiones políticas con base científica. Esto a veces implica marchas y contramarchas. Requiere ajustarse a los cambios de situación en el país y a las evidencias obtenidas sobre las peculiaridades de esta enfermedad, en una de las mayores carreras por la información científica que puedan recordarse.

En países como China, Corea del Sur y Nueva Zelanda entre otros, ha sido necesario retroceder hacia la cuarentena por rebrotes de la enfermedad. La cinética de los contagios, la dinámica de los aerosoles, la carga viral, la respuesta inmune, son algunas de las variables de este enorme rompecabezas y la conducta humana, no es la menos impredecible.

Nuevos tratamientos se prueban, se aceptan o desechan a un ritmo que es más lento que lo que la urgencia reclama. Las vías de contagio son discutidas y reanalizadas, trascienden los probables mecanismos por los que el virus mata. El público se enfrenta a modos de pensar la realidad que solamente han sido familiares para los que se dedican a la investigación científica. La necesidad de verificar, de confirmar y volver a hacerlo para poder afirmar que un medicamento cura. Eso genera una gran tensión. Las consecuencias en este mundo interconectado y vibrante de desinformación, no habilitan los pronósticos tranquilizadores a plazo fijo y si la incertidumbre.

La pobreza aumenta y la vulnerabilidad al contagio se dispara por las dificultades para mantener el aislamiento social cuando las personas salen a buscar o realizar algún trabajo.

En respuesta a esto, las acciones para disminuir el ritmo de propagación, incorporan dentro de paquetes de medidas, la ayuda económica y alimentaria, tal como ocurre en la Argentina. Cierto es que no a todos puede llegar y que no es un sistema perfecto. No existe tal, pero los resultados de una política orientada a la disminución del número de contagios han sido evidentes. La cuarentena ha logrado que el incremento de casos diarios se mantuviera por semanas en límites aceptables para la capacidad de atención del sistema de salud, que por otra parte, ha experimentado una expansión notable en poco tiempo. El curso de las acciones de la dirigencia, gobierno y buena parte de la oposición ha sido correcto. Ha logrado achatar la curva, lo que significa que se ha ganado tiempo y ahorrado vidas humanas. En la Argentina han ocurrido 31,7 muertes por millón de habitantes. Brasil y Chile se sitúan por encima de 200. El lenguaje de los dirigentes políticos, en esos países, así como el de economistas y comunicadores que les siguen, parece anclado en una visión de los procesos socioeconómicos que se piensan casi como fenómenos naturales. En este discurso se alega que habrá más muertos por el hambre que por la virosis y la actividad económica se propone como enajenada de la vida.

La falsedad de este discurso, es evidente, porque no se toman en cuenta las acciones del Estado tendientes a mitigar los efectos económicos. En muchos medios locales se pretende ignorar que organismos internacionales y medios de prensa de alcance global, mencionan a la Argentina como uno de los países que mejor está gestionando las crisis. Un ejemplo, la OPS ha declarado que la cooperación con Argentina ha permitido que “el país se mantenga por delante de la curva en su capacidad de prueba para rastrear efectivamente la transmisión y tomar medidas”. Hace unos días el New York Times publicó una columna en la que se afirma que “Uruguay, Paraguay y Argentina son los países latinoamericanos que obtuvieron las mejores calificaciones por su respuesta al coronavirus, según una encuesta realizada en la región…, mientras que Brasil fue etiquetado como el de peor desempeño”. Una difusión equilibrada de los errores y aciertos es imprescindible para el ejercicio de la democracia.

Es una función de los gobiernos defender a sus pueblos. La eficacia de las medidas es variable y necesariamente debe ser mejorable. Pero el panorama hay que mostrarlo en la mayor extensión posible. La realidad indica lo contrario, el manejo mediático es hipercrítico y en este juego los perdedores son los que al oponerse en bloque a lo que propone el gobierno, puesto en el rol de villano antidemocrático, se protegen menos, aumentan sus riesgos y el de las personas con quienes se relacionan. El sesgo informativo es muy peligroso para la vida en la pandemia.

Estamos mejor que otros, pero las situaciones pueden cambiar

En la Argentina no se ha erradicado el virus, no puede lograrse en este lapso y sólo se puede con el aislamiento. Abandonarlo antes de tiempo puede disparar el número de casos y de muertes. Escuché a un manifestante increpar al gobierno porque está esperando que aparezca la cura o la vacuna. En el inventario de teorías, algo nuevo. Se critica al gobierno por hacer lo único que se debe hacer. Esperar todo lo que se pueda soportar con la menor cantidad de muertes.

Entre todos los científicos que opinan sobre la efectividad de las medidas de aislamiento, son seleccionados para ser entrevistados los que están en contra de las cuarentenas, se enfatiza en la parte de sus discursos en los que dicen, pongamos por caso, que al final se sabrá si los resultados serán mejores entre los países que la adoptaron temprano o aquellos que optaron por continuar “apostando a la economía”. La selección de los países a mencionar excluye a los que lograron disminuir las muertes, si se mencionan Alemania, Noruega o Nueva Zelanda es como de pasada. Porque muchos medios relativizan los criterios del éxito del aislamiento. El número de muertes, “no incluye la multi dimensionalidad de los daños producidos por la pandemia”, “ese número no es lo único que hay que evaluar” proponen algún epidemiólogo y muchos economistas convenientemente citados.

Nadie pretende que sea este indicador, el único. Pero nadie debería discutir que es el indicador de éxito más importante. Lo asombroso es que en muchos comentarios de las “redes de arrastre” sociales, muchos que no se autoperciben como desechables, adoptan ese punto de vista.

Las muertes son aceptables. Porque hay que activar la economía. Las medias verdades anulan la relación entre las medidas de reconexión económica y las consecuencias en el número de contagios. No se habla de la marcha atrás. Se privilegia la idea de la nueva normalidad, de la vuelta al tiempo pre pandemia. Los deseos se asimilan a los hechos. Se insiste en aquellos lugares que abrieron cafés y paseos. Detrás de estas aldeas potemkinianas virtuales, hay fotos que se eluden y estadísticas que muestran el resultado fatal de ciertas prisas. En la dinámica de lo posible y lo deseable, empujar en función de lo último es lícito. Educar al público, para sostener la posibilidad de estas aperturas es imperativo. Informar los resultados de las marchas y contramarchas es ético. 

Abrir los cafés y correr es hermoso, pero ¿cuándo?

Ocurre que se pretende disminuir los controles, al punto de que el aislamiento social no constituya un impedimento para la deseada reactivación de la economía. En una situación como la que se ha vivido en regiones con altísimo desarrollo, lo que puede esperarse es la explosión de contagios y de muertes, por el virus y por otras afecciones que serían intratables. La economía no podría recuperarse así. No ha ocurrido en los países donde el golpe de hoz de la pandemia ha sesgado no solo vidas sino, productores y consumidores. Bajo este criterio las sociedades deberían esperar la destrucción de parte de su base funcional y de sectores de la población (en especial los mayores improductivos y menos consumidores) en un rebrote del darwinismo social.

Solo aquellas personas que puedan retirarse de las zonas de alta circulación viral estarían a reguardo en alguna medida. Sin embargo con la propagación del virus y la aparición de olas sucesivas de contagios. ¿Cuántos de los no protegidos deberán morir antes de que la enfermedad se auto limite por el agotamiento de los susceptibles?

En nuestro país, aumenta el número de casos y de muertes en la capital y el Conurbano. Paradójicamente es en este momento en que se agudiza la oposición a la única medida de contención comprobada. Hay reclamos que surgen de la necesidad, los que buscan adaptar los protocolos para trabajar e incorporar actividades que se presumen pueden controlarse mejor. Otros son inconducentes y politizan la cuarentena. Para los primeros hay respuestas, pero las demandas crecen y requieren más, no todos resultan satisfechos y no todos pueden serlo, ni al mismo tiempo.

Terminar la cuarentena antes de tiempo es igual a no haberla tenido

Si planteáramos dos escenarios contrapuestos. En el primero se levanta la cuarentena, se abren los negocios y las fábricas, se libera el transporte en la zona del AMBA, donde es mayor la velocidad de contagios y el número de casos. Por otro lado, a los que no creen, en la pandemia, se les exime de la obligación de distanciarse y usar barbijos.

La consecuencia que debe esperarse es el aumento de los casos, algo que ya ocurrió después de una relajación leve del rigor del aislamiento.

La severidad de las medidas deberá corresponder a la severidad de la pandemia, porque al menguar el control, la tendencia alcista debe resultar en mayor ocupación de camas en salas generales y de terapia intensiva, el aumento de la cifra de prestadores sanitarios enfermos y muertos, como se ha visto en Europa y EU. Esto desemboca en la reducción de la capacidad del sistema de salud para tratar los enfermos de Covid y los de otras afecciones, como las respiratorias que siempre son más frecuentes en invierno. Los cánceres, infartos, úlceras sangrantes, cirrosis descompensadas y traumas no podrían ser tratados.

La inmunidad de rebaño es un camino abandonado para esta etapa de la pandemia. Los casos más llamativos son los de Inglaterra y Suecia donde ha sido considerado un error por quienes lo recomendaron. La proporción de aproximadamente 60% de infectados, que se considera necesaria para alcanzarla, sólo en la región del AMBA implicaría 8,8 millones contagios. A partir de una población de 14,8 millones de habitantes (www.buenosaires.gob.ar ›gobierno›que-es-amba). Si consideramos una conservadora tasa de letalidad general, entre 0.5 y 1%[2].  Los muertos probables hasta que, (en caso de alcanzarse) la inmunidad de rebaño pudiera frenar la propagación, podrían ser entre 44.400 y 88.800.

La única certeza continua siendo el aislamiento, alternado con el distanciamiento, cuantas veces sea necesario, hasta el momento en el que se logre una terapia eficaz, o una vacuna. La economía quedara muy dañada en los dos casos. Es un hecho. Los que optaron por la economía, no lograron rescatarla. La diferencia objetiva está en el número de muertes.

Hasta mediados de julio se ha vuelto a un aislamiento más severo. Según palabras del ministro Ginés Gonzalez García “Hemos vuelto a tener la responsabilidad que tuvimos. Mucho más que una medida del Gobierno, es una medida de la sociedad para proteger”.

El virus no va a desaparecer. Pero los tratamientos van a mejorar, ya está ocurriendo. Es cierto que la economía se resiente. Es cierto que hay que actuar para que aquellas regiones donde se pueda reabrir se continúen haciéndolo, mientras que en las que no sea posible, hay que ayudar para que las necesidades sean satisfechas. Es una situación excepcional, requiere una mentalidad y acciones inéditas. Puede parecer ingenuo, pero no hay otra salida.

Las oposiciones  a la cuarentena, al barbijo, al distanciamiento…, las conspiraciones

Existe una oposición a las medidas anti contagio que cuando se expresa muchas veces, muestra su origen absurdo. Descansa en una ignorancia que asombra cuando no molesta. Hay reclamos egoístas, dónde se trastocan las escalas y es lo mismo correr que mantener una familia. Hay protestantes del llano y hay irresponsables que no pueden explicar la raíz de su disgusto porque disfrazan de oposición a las medidas del gobierno la oposición al gobierno.

En ese grupo heterogéneo hay quienes se oponen a las cuarentenas, a las vacunas, a flexibilizar, a no flexibilizar, a las radiaciones, al nuevo orden mundial y a cuánto monstruo esté dando vueltas en las redes. Es bueno para la salud pública que la comunicación sea responsable. Los formadores de opinión, deben serlo, porque las interpretaciones erróneas y los bulos, inducen a conductas nocivas para el conjunto de la sociedad. .

Sin pretensiones de psicoanálisis pareciera que junto a las motivaciones políticas, de algunos anti cuarentena, existe la tentación de buscar certezas fabricando enemigos visibles, sobre todo porque los virus para muchas personas son solo una palabra con un significado simbólico, pero no saben en realidad que son.

Aceptar que un virus ha detenido el mundo, es más difícil que enfrentar una cantidad infinita de enemigos creados al efecto de poner en la otra esquina un contrincante merecido. Digamos uno a la altura. Pareciera que este enemigo no puede ser un virus, que no es más que una molécula de ácido nucleico con unos pocos bits de información, encapsulada dentro de otras y que ni siquiera está viva, aunque se reproduzca en nuestras células.

* El autor es médico genetista. Investigador en Genética Toxicológica y profesor universitario. Centro de Altos Estudios en Ciencias Humanas y de la Salud (CAECIHS). Universidad Abierta Interamericana.

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Referencias

[1] Banco Mundial. Coronavirus: La respuesta del Grupo Banco Mundial ante la emergencia mundial de hacer frente a la pandemia. https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2020/06/08/covid-19-to-plunge-global-economy-into-worst-recession-since-world-war-ii

[2] Nature News. Smriti Mallapaty. How deadly is the coronavirus? Scientist are close to an answer. https://www.nature.com/articles/d41586-020-01738-2