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LA PELIGROSA SITUACIÓN DE “NO GUERRA” ENTRE ARMENIA Y AZERBAIJÁN

Alberto Hutschenreuter*

 

Según el jurista y filósofo político alemán Carl Schmitt, a las situaciones internacionales de paz y guerra hay que sumar una tercera, la “no guerra”, que no es una situación de paz ni de guerra, sino que implica un contexto que estaría anticipando un estado de guerra; una suerte de “umbral” de una confrontación militar mayor.

La historia está llena de situaciones de “no guerra”, siendo una de las más conocidas el ambiente internacional que se vivía en Europa en los dos años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Pero una situación de “no guerra” no siempre termina en un choque abierto. Puede finalmente imponerse la diplomacia, y aquella situación acaba perdiendo fuerza. Acaso, la inminente guerra entre Argentina y Chile hacia fines de los años setenta es un ejemplo de ello.

Un caso actual en relación con ese contexto singular es el conflicto entre Armenia y Azerbaiján por el territorio de Nagorno Karabaj, un enclave que durante la era soviética se denominó Región Autónoma de Nagorno Karabaj, la que formó parte de la República Soviética de Azerbaiján. Habitada mayoritariamente por armenios, la condición de autonomía proporcionaba un importante margen de independencia cultural a los armenios. Pero, como sostiene la experta Audrey Altstadst, los armenios querían que Nagorno Karabaj fuera parte de Armenia.

Por ello, cuando la Unión Soviética, que había rechazado cambios de status político en la Región Autónoma, despareció, la guerra entre Armenia y Azerbaiján, que se había iniciado en 1988, se intensificó y terminó costando más de 30.000 muertos y un millón de desplazados. Derrotada Azerbaiján, en 1994 se alcanzó una tregua y los armenios del enclave proclamaron la República de Alto Karabaj (la que no fue reconocida por ningún Estado, incluida la misma Armenia, y cuya autodenominación desde 2017 es República de Artsaj).

Casi un cuarto de siglo después, sin que fuera un hecho inesperado, el 27 de septiembre pasado se registraron enfrentamientos militares entre las fuerzas armenias y azeríes a lo largo de la denominada Línea de Contacto, que es la que desde 1994 separa a las fuerzas de Armenia y Azerbaiján en el conflicto por el territorio en cuestión.

Si bien trascendió muy poca información sobre qué parte inició los ataques en las primeras horas de ese día domingo, los choques habrían causado centenares de muertos, la mayoría militares, y significativas pérdidas de medios militares, particularmente drones y vehículos.

La situación no fue una sorpresa, pues desde hace una década ambos países viven un estado de “no guerra”; incluso desde antes, cuando a principios de siglo se abrió una ventana esperanzadora desde la tregua de mediados de los noventa. Pero posteriormente cada parte se fue endureciendo, al punto que prácticamente ningún especialista que seguía la cuestión esperaba otra cosa que no fuera un choque armado, hecho que finalmente sucedió en abril de 2016. Si bien se trató de un breve enfrentamiento, la utilización de nuevos equipos (siempre negado por ambos) corroboró la carrera de armamentos en la que se encontraban los contendientes desde hacía tiempo.

Pero no solo hay una carrera de armamentos que supone una inversión militar anual del 4 por ciento del PBI por parte de cada actor, según datos del SIPRI: el discurso nacionalista-bélico por parte de ambos se ha ido afirmando, la militarización a lo largo de la frontera se incrementó, los encuentros diplomáticos fueron cada vez más frustrantes, las escaramuzas (como las de julio pasado) se sucedían, etc. En suma, todo representaba una situación de “no guerra” o de confrontación latente.

Pero acaso la situación más categórica y más “novedosa” en relación con el conflicto es lo que ha destacado Jeffrey Mankoff en la entrega digital de “Foreign Affairs”, donde sostiene que tanto las autoridades de Ereván como las de Bakú enfrentan cada vez mayores presiones para adoptar medidas duras ante dicho conflicto.

En Armenia, dichas presiones obedecen a una percepción relativa con cierta ambivalencia (e incluso distanciamiento) de Rusia en cuanto a continuar manteniendo una posición de no cambio en el status del enclave. Hay que recordar que el actual primer ministro del país, Nikol Pashinyan, llegó al poder en 2018 en medio de una ola de protestas populares que terminó con el gobierno anterior, algo que no fue bien visto en Rusia, país que mantenía nexos con los dirigentes anteriores, los que hoy enfrentan causas por corrupción. Asimismo, desde adentro podría haber descontentos: en septiembre de 2019 renunció el director del poderoso Servicio de Seguridad Nacional, Artur Vanetsyn, quien criticó al gobierno por “exceso de espontaneidad”.

En Azerbaiján, que mantiene una buena relación con Rusia, de donde ha adquirido importante cantidad de armamento, el problema pasa por la recesión, el descontento social y las inquietantes dudas sobre el producto que ha hecho del país lo que es, pues se considera que, por varias razones, sobre todo por la oferta, el precio del petróleo se mantendrá bajo.

Por tanto, el recurso a posiciones de afirmación nacional y la estimulación del nacionalismo ante el rival por parte de las autoridades de ambos países, serían las principales causas y los disparadores de los enfrentamientos actuales.

Además, si Armenia percibe riesgos en relación con Rusia, que mantiene una base y 5.000 efectivos en su territorio y con el que lo une un acuerdo de defensa y la pertenencia a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (firmado en 1992), Azerbaiján percibe oportunidades en relación con Turquía, país con el que en 2010 firmó el Tratado de Asociación Estratégica y Ayuda Mutua, y que desde el mismo día que estallaron las hostilidades con Armenia, fiel en su búsqueda de un eje geopolítico multivectorial propio, se comprometió como nunca antes con apoyo militar.

Estas posiciones de Armenia y Azerbaiján dificultan sobremanera las posibilidades para la diplomacia del grupo integrado por Estados Unidos, Rusia y Francia en el contexto de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, en relación con la búsqueda de una salida del conflicto.

Pero aún quedan algunas esperanzas para evitar que la situación de “no guerra” pro-activa acabe transformándose en una guerra total. En buena medida, una presión mayor por parte de Rusia, una diplomacia menos “armada” por parte de Turquía y ningún intento del oeste en relación con pretender ganar poder debilitando a aquella y “disciplinando” a ésta, expandirán esas esperanzas en el sur del Cáucaso.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.

 

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ECONOMÍA EN LIBIA

Giancarlo Elia Valori*

 

Parece extraño decirlo pero la economía Libia, que como es bien conocido depende mucho si no exclusivamente de la extracción y venta de petróleo, funcionó muy bien en 2017 incluso en tiempos en que los precios internacionales caían, se ha vuelto más compleja debido a la pandemia de Covid19 que ha llevado a la crisis a numerosos países consumidores.

Cabe recordar que el buen desempeño de 2017 de la economía libia se produjo seis años después de la tonta eliminación del coronel Gaddafi, con un incremento de extracción del 67% en comparación con 2016. En 2018 el aumento se redujo al 17,9%, pero en 2019 el PIB creció un 9,9% y actualmente, a finales de 2020, se espera una caída vertical del PIB del 58,7%.

Obviamente, existe una combinación inextricable de grave inestabilidad política y militar interna, crisis relacionada con la pandemia en los países consumidores, así como una configuración diferente de la lucha por la energía petrolera mundial, especialmente con la llegada del petróleo de esquisto estadounidense.

Básicamente, la extracción y refinación de petróleo en Libia casi se han detenido, excepto en las últimas semanas, cuando se supone que algunos pozos de petróleo (como El Sharara o El Feel, entre los más grandes de Libia) reabrirán “lo antes posible”, como dijo el ministro.

Los dos pozos de petróleo, sin embargo, siguen siendo controlados por las fuerzas de LNA de Khalifa Haftar. Este es el claro vínculo entre la desestabilización político-militar y la crisis económica libia. La producción de petróleo disminuyó en 0,1 millones de barriles por día a partir de abril de 2019, es decir, al comienzo del choque entre el GNA y el LNA, con un déficit público que alcanzó el 28,9% del PIB en 2019, pero con una tasa de inflación del 4,6% solo en 2019, aunque se espera que alcance el 22,3% a finales de 2020.

Se supone que el costo mundial del barril de petróleo seguirá cayendo también en 2021, pero la producción en Libia siguió creciendo, al menos hasta marzo de 2020, que era la fecha de expiración de la moratoria otorgada a Libia por la OPEP. Sin embargo, el nivel específicamente político de las negociaciones entre Libia y la OPEP, que es lo que importa, será mediado principalmente por Arabia Saudí, notoriamente pro-Haftar, y Estados Unidos, a menudo partidario acrítico del régimen de Trípoli. Una mediación compleja. Sin embargo, tanto el LNA del general Haftar como, en muchos sentidos, los diversos katibe vinculados al régimen de Trípoli —a menudo de manera bastante laxa— son grupos empresariales —en su mayoría ilegales— y, como siempre sucede en estos casos, constituyen monopolios ilegales garantizados por el ejercicio monocrático del poder y la fuerza.

Por lo tanto, la “mafia” de la economía es el resultado obvio de un Estado central ausente, sustancialmente ilegal o percibido como tal. El general Haftar ha impuesto su monopolio principalmente a la exportación de chatarra y a la venta de productos petrolíferos refinados. Muchos monopolios, que van desde alimentos hasta la venta de materiales tecnológicos, han sido garantizados más o menos legalmente al LNA de Haftar por la Cámara de Representantes de Tobruk. Las actividades de control y gestión de las rutas de tránsito y envío de migrantes subsaharianos a Italia están conectadas principalmente a las redes paralelas del LNA de Haftar, pero también a las redes de Zawiya de Trípoli y al grupo «Al Nasr Martyrs», que siempre operan en esa ciudad. Pero hay sectores enteros del Ministerio de Defensa, la Guardia Costera libia, la Policía y el Ministerio del Interior que cooperan y contribuyen, directa o indirectamente, al gran sistema bipolar de tráfico ilegal de migrantes y contrabando.

Esta es la segunda fuente de ingresos ilegales, después del contrabando de productos petrolíferos. Esto es lo que sucede cuando se desestabiliza un Estado costero africano, sin ningún otro proyecto que la charla de algún pseudo-intelectual francés sobre los “derechos humanos”. Es la clásica paradoja anti maquiavélica de la política moderna. La heterogénesis de los extremos, como dijo Giovanni Gentile. Pero el LNA de Haftar, en particular, también se financia directamente con los bancos: el Banco Central de Libia en el Este, de hecho, ha respaldado los salarios y el material de las tropas de Haftar durante tres años, con el equivalente local de al menos 6.700 millones de dólares estadounidenses.

Además, con el fin de financiar al Estado y a sus ejércitos, tanto Trípoli como Benghasi utilizaron los créditos concedidos por los bancos comerciales, a menudo manu militari o a través de la corrupción o las conexiones político-militares. Sólo en 2018, el gobierno de Cirenaica recaudó 7.900 millones de dólares estadounidenses en préstamos, mientras que el área de Trípoli alcanzó un presupuesto de más de 8.100 millones de dólares estadounidenses sólo con préstamos de bancos de crédito.

Como se mencionó anteriormente, esta participación incluye el papel de la corrupción, que es enorme e incluso afecta a los funcionarios de la estructura anticorrupción en Trípoli, por un importe de millones de dólares. Obviamente esto se aplica también al Este.

Con unos 70.000 soldados, el LNA de Haftar controla actualmente un territorio más grande que Francia, pero el núcleo de sus operaciones financieras sigue siendo la creación, el 5 de junio de 2017, del “Comité de Inversión Militar y Obras Públicas”, dirigido por el coronel de la Fuerza Aérea al-Madani al-Fakhri, cuyos líderes comenzaron inmediatamente a extorsionar a los empresarios de Cirenaica. En Occidente, los diversos katibe militares de “mártires” compartían el control sobre todas las actividades comerciales y productivas, sector por sector.

Sobre la base de lo que se puede inferir de fuentes locales «abiertas», el GNA ha extorsionado con al menos 5-6 mil millones de dólares a empresarios y comerciantes sólo en 2020.

Aunque la propaganda occidental siempre tiende a ver el LNA de Haftar como la guarida de todos los males, las dos fuerzas son similares en lo que respecta a la economía ilegal. Además, nadie sabe cuántos dinares falsificados se imprimieron en Rusia, posiblemente más de 4.000 millones, con la efigie de Gaddafi, que pasó por Malta, engrasando muchas ruedas. En mayo de 2017, durante el Ramadán, los billetes impresos en Rusia se distribuyeron particularmente a los bancos del Sur y del Este.

La idea, después de todo, no fue mala. Los libios no confían en los bancos, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera cuando hacen retiros. Por lo tanto, cuando se trata de pagar salarios y salarios, los gobernantes de Oriente y Occidente se apresuran a imprimir dinero nuevo, que se intercambia fácilmente con los billetes probablemente impresos en Rusia. Tanto es así que si todo el mundo lo acepta a un valor menor que los dinares normales, se convierte sólo en una moneda devaluada, ya no es dinero falso. Esto está bien, incluso mejor que el dinar oficial, para la economía “gris” y “negra”.

Además, el sistema de petróleo financiero no soporta directamente el LNA de Haftar, ni puede hacerlo. Sólo la estatal National Oil Company (NOC), que es en gran parte responsable ante Occidente, tiene la posibilidad de vender petróleo libio y sólo el Banco Central de Trípoli puede aceptar los pagos relacionados. El hecho es que todos los grupos militares que operan en Libia, en el Este y en Occidente, están vinculados a la economía de guerra e inextricablemente vinculados a la economía paralela para o totalmente ilegal.

La crisis económica, relacionada con la inexistencia de un Estado central fuerte y creíble, perpetúa los incentivos positivos para todos aquellos que se aprovechan de las disfunciones del Estado. Las economías disfuncionales y para criminales siempre se basan en tres pilares: contrabando, extorsión, robo de recursos públicos y patrocinio externo. Este último puede ser de un potentado libio o, más a menudo, de un “jugador externo”: Turquía, Egipto, la Federación de Rusia, Francia, Arabia Saudí, Qatar. Obviamente Italia ha desaparecido de Libia, ya que actualmente su política exterior es poco menos que una broma.

Las operaciones de los servicios de inteligencia de todos estos países son recompensadas en gran medida por los negocios de las empresas vinculadas a dichos servicios, si operan en Libia. Las operaciones de las diversas agencias de inteligencia se financian por sí solas en Libia. Me han dicho que, independientemente del actor externo, las operaciones de los diversos servicios de inteligencia generan ganancias del 20-25%, que están garantizadas por la capacidad de extorsión de los diversos katibe locales a los que se refieren los Estados externos. No hay retorno de una economía criminal que genera un estado fallido y, sobre todo, elimina cualquier opción legal alternativa.

En Cirenaica, ahora existe el monopolio del uso ilegal de la fuerza por Haftar y su LNA. Muestra signos de sobredimensionamiento y algunos viejos aliados están mostrando signos de desilusión. Pero los soldados de Darfur, Chad e incluso Mauritania pronto podrían fortalecer a Haftar y permitir una nueva ofensiva hacia Trípoli, considerando también la presencia de yihadistas sirios en el GNA, enviados por el servicio de inteligencia turco.

En Trípoli se asienta el gobierno de Fajez al-Sarraj, a menudo elogiado y cómicamente aclamado por los occidentales.

En este caso, sin embargo, hay otro factor de debilidad estructural que no es el LNA: el faccionalismo de los diversos katibe y su relación a menudo completamente interesada y siempre parcial con el gobierno de Trípoli.

Por lo tanto, la pareja analítica con la que estudiar las conexiones entre Trípoli y Bengasi es faccionalismo/juego de fuerzas. Aquí está la dialéctica fundamental.

Una vez más utilizando términos muy útiles de la jerga mafiosa, las milicias de Trípoli son un “cartel”, mientras que en el Este existe el monopolio de la fuerza ilegal e ilegítima que, sin embargo, lucha por hacerse creíble.

Además, el faccionalismo es inherente al alma árabe y, sobre todo, beduina: “mi hermano y yo contra nuestro primo, mi primo, mi hermano y yo contra el extraño”.

Pensar en Oriente Medio con la idea típicamente occidental y europea del Estado-Nación es un error que nos llevará a desastres mucho mayores que los causados por el acuerdo Sykes-Picot, narrado en un viejo libro con el ahora famoso título, Una paz para poner fin a todas las paces.

Distribución de bandas locales y pozos de petróleo, actualizado a mayo de 2020.

Entonces está el poderoso “invitado de piedra” de la economía libia que nunca debemos descuidar, China.

Cabe recordar que China se abstuvo en el voto del Consejo de Seguridad de la ONU para autorizar una intervención militar en Libia contra Gaddafi y también criticó la decisión de la OTAN de crear una zona de exclusión aérea. Incluso subrayó la ilegalidad de los ataques aéreos contra las fuerzas legítimas del régimen de Gaddafi. China tenía razón.

Incluso cuando Gaddafi estaba en el poder, China era muy activa en la infraestructura libia, ya que Libia pagaba muy bien. En el momento de la caída de Gaddafi, China tenía hasta 75 empresas que operaban en Libia, con una facturación de 18.800 millones de dólares estadounidenses. Los trabajadores afectados eran principalmente 36.000 chinos, pero también unos 28.000 libios o incluso muchos inmigrantes (egipcios, tunecinos y argelinos).

Hasta 2011 había 50 proyectos chinos en Libia y cabe señalar que Libia sólo producía el 3% de todas las importaciones de petróleo chinas, lo que equivale a 150.000 barriles diarios. En el momento de la máxima manipulación de Occidente contra Gaddafi, China siempre trató de mantener todas sus conexiones comerciales, obviamente rechazando la misión militar de la OTAN en su totalidad.

Además, al igual que la Federación de Rusia, China también rechazó la teoría —típicamente al estilo occidental en su ingenuidad y arrogancia— de Responsabilidad de Proteger, es decir, la regla universal, cosas para los boy scouts o socialistas elegantes, por la que los Estados pueden intervenir directa y militarmente en otros Estados cuando se necesita la protección de los “derechos humanos”.

Sin embargo, ¿quién establece y determina la violación de los derechos humanos? ¿Un pseudo filósofo francés, un antiguo seguidor de Pol Pot, dos artículos en el New York Times o posiblemente las declaraciones de una ONG inventadas en este momento (en este sentido, la historia de las ONG que trabajan para los migrantes de Libia a Siria sería muy interesante) o el lamento de algunos “intelectuales” que ni siquiera saben dónde está Trípoli en el mapa?

Obviamente, con el fin de no ser relegada para desempeñar el papel de la única protectora del villano Gaddafi, China finalmente se abstuvo en la votación sobre la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Libia, pero inmediatamente reconoció al Consejo Nacional de Transición (NTC), como la única semblanza de un gobierno unitario libio de izquierda.

ENI también lo reconoció, mucho antes que otros, exactamente dos días después del inicio de la insurgencia contra el coronel, escenificada sólo por el Este y por submarinos franceses.

Ya a principios de junio de 2011, China celebró su primera reunión con Mohammed Jibril, el jefe de la NTC. Unos días más tarde, el Jefe del Departamento de Asuntos de Asia Occidental y Oriente Medio del gobierno chino, Chen Xiaodong, visitó Bengasi con mucho cuidado.

Obviamente, China aplica una política de neutralidad cuidadosa entre las dos facciones, a saber, el GNA y el LNA de Haftar. Oficialmente China apoya al GNA que, en un Memorándum de Entendimiento (MoU) firmado en junio de 2018, incluso aceptó que Libia sería parte de la Iniciativa China de Infraestructura de Transporte, aunque con algunos giros obvios en el mapa. China, sin embargo, también tiene excelentes relaciones con Haftar y, sobre todo, con la Cámara de Representantes de Tobruk.

En cuanto a la pandemia Covid-19, que para quienes saben utilizarla es una oportunidad para la penetración hegemónica en los llamados “terceros” países, China ha incluido rápidamente a Libia en sus programas humanitarios y de ayuda sanitaria, que actualmente están previstos para unos 82 países.

Sin embargo, ¿cuál es la profunda lógica del sistema político y, por lo tanto, económico de Libia? Desafortunadamente, siempre vemos e interpretamos el mundo no occidental a través de los ojos de nuestras ideologías a menudo idiotas y de moda. Es el mayor error que podemos cometer actualmente. Como se ha visto anteriormente, el hecho es que las instituciones libias siempre han sido sectarias y sesgadas en Libia, pero por esta razón no menos poderosas.

La Administración Militar Británica (1942-1951) construyó una gran cantidad de mediaciones políticas y políticas en Libia incluso iguales, si no mayores, que las de Gaddafi. Permanecieron en gran medida en su lugar, incluso después del golpe de 1969 de los “Oficiales Libres”, organizado por los servicios de inteligencia italianos en una reunión en Abano Terme.

Luego está la monarquía Senussi, originaria de una secta esotérica islámica, no de un linaje familiar específico del monarca.

El último rey Idriss fue derrocado por el golpe de Estado de los “Oficiales Libres” socialistas nasseristas y del Tercer Mundo, dirigidos en ese momento por Gaddafi, que había sido seleccionado a tal efecto por los servicios de inteligencia italianos, durante una cómoda reunión —todavía recuerdo— en un excelente hotel en Abano Terme.

La monarquía Senussi se originó a partir de una extraña organización esotérica que partió de una amplia heterodoxia islámica y finalmente se desplazó a una especie de norma cuasi-wahabi coránica, que no es en absoluto contradictoria, como aparecería en las mentes pobres de los occidentales, que sólo ven la adaptación servil al pluralismo occidental o simple “fanatismo”, viejo tema de lo peor y más ingenuo de la Iluminación del siglo XVIII.

Como todos sabemos, el régimen de Gaddafi comenzó en 1969, en medio del contragolpe, los ataques y las operaciones adversas de los servicios de inteligencia británicos, que sólo gracias a Italia fueron destruidos. Los gobiernos revolucionarios, sin embargo, eligen sólo las tribus fieles, que son tales porque se les paga para serlo.

En el caso de los Senussi, las Fuerzas de Defensa Cirenaica —y el rey Idriss se jactó de que nunca había estado en Trípoli— estaban compuestas por agentes y empleados de los servicios de inteligencia británicos. También el Comité Social de Ejecutivos del Pueblo tuvo funciones militares. Gaddafi no tenía piedad, por supuesto.

La tribu Warfalla hizo varios intentos fallidos contra la vida del coronel. Por lo tanto, después del intento de golpe de Estado en 1991 aceptó una negociación con Gaddafi. Sin embargo, fue precisamente por la Jamahiriya de Gaddafi (1973-1979) que las redes económicas libias se volvieron cada vez más informales y a veces tribales, pero paradójicamente cada vez menos controladas por el régimen del coronel.

Exactamente esas redes lo mataron y por lo tanto lo derrocaron del poder, aunque las pobres redes económicas militares informales creían en las promesas occidentales de una economía integrada en el mercado mundial y en una apertura de Libia a la inversión extranjera. Querían la globalización, sin demasiados desastres, pero Occidente les dio un estado fallido inútil, incluso para Italia.

De todos modos, dentro de la Gran Jamahiriya Socialista del Pueblo Árabe Libio todavía había comités populares que se ocupaban de la economía y los negocios, a menudo muy en serio, pero sin ninguna coordinación y control por parte de los líderes de Gaddafi, excepto por el NOC.

Allí estaban GECOL (General Electricity Company of Libya), un comité separado, así como LISCO (Libyan Iron and Steel Company), ESDEF (Fondo de Desarrollo Económico y Social) y ODAC (Oficina de Desarrollo de Complejos Administrativos).

Un gran papel fue desempeñado por la zona franca del puerto de Misrata y por un sinfín de comités autónomos, incluso en los Servicios de Seguridad que, sin embargo, estaban vinculados a la estructura abstracta e incluso apenas “informativa» de Jamahiriya.

En términos generales, la red de Comités de “personas” que gestionaban la economía informó al Congreso Popular General, pero obviamente todo estaba en manos de Gaddafi y de sus ayudantes y colaboradores más confiables, quienes, sin embargo, no lograron recibir las noticias a tiempo o dejaron escapar algunas operaciones, dado el nivel de informalidad de la economía libia, ya patológica en ese momento.

Las dos únicas organizaciones con cierto grado de autonomía fueron el Banco Central de Libia, establecido en 1956, mucho antes del golpe de Estado de Gadafi —que, sin embargo, se originó en una institución establecida por la ONU, a saber, el Comité de Moneda Libia— y, obviamente, la Corporación Nacional del Petróleo (NOC), creada en 1970, inmediatamente después del golpe de Gaddafi. También está el Fondo Libio de Inversiones (LIA), el Fondo Soberano Libio que apoya otros 15 fondos o iniciativas financieras aparentemente autónomas. Fue fundado en 2006. Al principio, en los buenos años de los ingresos petroleros, LIA tenía una dotación de hasta 60 mil millones de dólares estadounidenses.

El hijo de Gaddafi, Saif-al Islam, era en realidad su líder. Pero, después de la “revolución” anti-Gaddafi, entre 2005 y 2010, también llegaron los expertos que parecían capaces de privatizar cualquier cosa. Llamados por Francia, Estados Unidos, la propia élite libia, pero no por Italia, por supuesto.

En esa coyuntura, dada la solidez de las viejas economías informales de Gaddafi y de las que seguían a la destrucción del Estado libio, llegaron las nuevas agencias de los liberales libios. De ahí que se establecieran la Junta de Desarrollo Económico y la Junta de Privatización e Inversiones, además de la Autoridad de Proyectos Públicos.

Privatizas cuando hay capital disponible, de lo contrario ¿a quién vendes en un Estado fallido donde los que tienen dinero ya están fuera de Libia? Ya en la fase en la que empezaba a surgir la guerra entre Libia oriental y occidental, los gobiernos locales tenían que “reclutar” técnicos, expertos, economistas y juristas empresariales para comprender las complejidades de las estructuras económicas post-Gaddafi que, en cualquier caso, se habían desarrollado —en su complejidad barroca y elaborada— desde los últimos años de la vida de Gaddafi. Podríamos definir Libia entre Gaddafi y los dos gobiernos actuales como un solapamiento entre los Estados inquilinos de petróleo, las autocracias socialistas típicas de la Tercera Internacional y los caóticos e incoherentes intentos de liberalización que los estadounidenses hicieron en las viejas economías socialistas del Este después de 1989.

Esto se suma a la falta de preparación y el faccionalismo de las nuevas clases gobernantes económicas y políticas que llegaron al poder después de la eliminación de Gaddafi. La tecnocracia del coronel era a menudo mejor que las actuales.

No se hizo visible ningún criterio unificador económico entre las diversas facciones que lucharon y luego gestionaron la insurgencia de 2011, pero todo esto se mantuvo incluso en los años 2013-2015, cuando los altos precios de los barriles de petróleo dieron esperanza de que el capital fresco corregiría los errores de una planificación autoritaria que se sumaba al faccionalismo de la economía y la ingenuidad miope de la Bolsa de las liberalizaciones postsoviéticas.

Mientras tanto, la masa de salarios y subsidios aumenta cada año independientemente de la cantidad de ingresos petroleros. Por lo tanto, no hay soluciones rápidas ni eficaces para un mecanismo que ahora está tan estructurado. El Banco Mundial predice que las rentas del petróleo serán del 47% del PIB a finales de 2021, pero los salarios aumentarán hasta en un 49%.

Los subsidios públicos para el petróleo o los alimentos serán igualmente elevados, un 10,6% del PIB, pero entonces ¿cómo se refinanciará la deuda?

En Trípoli, si bien la situación en Bengasi parece similar, la solución será el adelanto en efectivo del Banco Central de Libia, además de la venta de bonos del Tesoro, especialmente en Cirenaica.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. El Señor Valori ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Nota: traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor.

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17 DE AGOSTO

“San Martín en Boulogne-Sur-Mer” por Antonio Alice (1886-1943)

La anécdota de don José de San Martín reprendiendo a su yerno por no dejar a su hija jugar con las medallas de sus condecoraciones indica claramente qué valor concedía él a los honores, casi con un eco de Camoëns y su

mejor es merecerlos sin tenerlos

que poseerlos sin merecerlos.

Y hoy que tanta vocinglera alharaca se organiza en defensa presunta de la dignidad de la mujer, recordar el epitafio que elige para despedir a Remeditos:

mi amiga.

Tanta nobleza, liberalidad y generosidad, como la manifiesta en su correspondencia con el pretencioso Bolívar (cuyo retrato pidió a su nieta, la que jugaba con las medallas, que le copiara de una miniatura que le había pedido en Guayaquil), previo a su exilio para no mezclarse con las luchas mezquinas que desgarraban el continente que había contribuido singular y paladinamente a liberar, su elección de Francia para ese retiro —y no la pérfida Albión que sí recibirá encantada a Rozas cuando llegue el momento—, su intento de obtener la aquiescencia de un español de estirpe real para gobernarnos, convicción monárquica compartida con otro inmarcesible, don Manuel Belgrano, sólo que éste, adelantándose como en tantos otros aspectos a su tiempo, propone revivir la dinastía inca. Todo para que fuera lo mejor para todos:

no es para mal de ninguno

sino para bien de todos.

concluirá su epopeya años después don José Hernández.

Y estudia en París guitarra con Fernando Sor, y recibe a un don Juan Bautista Alberdi en casa de Guerrico que antes de serle presentado describe su voz desde el vestíbulo como la resonancia de un clarín de libertad.

Parafraseando a don Jorge Luis Borges:

Lo que se cifra en un hombre.

Recordémoslo y honremos su memoria siendo dignos de ella.

 

Juan José Santander* 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID. 

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