Archivo de la etiqueta: Occidente

SEGUNDA GUERRA FRIA. PERSPECTIVAS.

Nicolás Lewkowicz*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

El mundo unipolar acaba con la llegada al poder de Donald Trump en 2017. El resquebrajamiento del sistema unipolar no es consecuencia de la elección del magnate neoyorkino como presidente de los EE.UU., sino que es síntoma de una paulatina retirada de Washington como hegemón y garante de la globalización, la cual empezó en la ultima etapa del gobierno de Barack Obama. La Guerra Ruso-Ucraniana, las tensiones en torno a Taiwán y las escaramuzas venideras en el Indo-Pacifico deben ser vistas como eventos ordenadores del mundo que se empezará a avizorar hacia 2050. La Segunda Guerra Fría tiene tres ejes fundamentales:

1. Desglobalización. Volvimos a la historia. El mundo es más jungla que jardín. Vuelve la multipolaridad (EE.UU.-China-Rusia) porque Washington no puede gobernar el comercio internacional. Los costos de proteger las mercancías que circulan por los océanos son cada vez mayores e imposibles de sufragar a largo plazo. Por otra parte, EE.UU. no depende del comercio internacional para asegurarse un alto nivel de vida. Su geografía es casi perfecta, dotada de buena parte de los recursos necesarios para re-industrializarse. EE.UU. tiene un mercado interno (NAFTA 2.0) de importancia. Se espera, como ya lo avizoraba Zbigniew Brzezinski (se pronuncia “Yeyinsqui”), la conformación de un “nucleo geopolítico” centrado en el Circulo Dorado (que va del Polo Norte hasta la ex Gran-Colombia), Japón, Corea del Sur y los países europeos que tienen salida al mar Ártico. Expansión geopolítica limitada. Adiós a la teoría del Heartland de Halford Mackinder.

Rusia podrá utilizar los recursos que antes escapaban a “Occidente” (constructo geopolítico creado en 1945) para aumentar el tamaño de su economía. Las grandes riquezas que se encuentran en la Llanura Europea Oriental y Siberia podrían generar niveles de industrialización similares a los primeros planes quinquenales soviéticos. China virará, grosso modo, hacia una geopolítica basada en la militarización y la construcción de un mega-bloque euroasiático, que debería llegar hasta el Estrecho de Ormuz. Ninguna de estas dos potencias quiere ni puede tener un carácter expansivo, sino de defensa del espacio económico y cultural, lo que reforzará lazos con Irán (y otros países de mayoría chiita) y el espacio turquíco.

“Europa” (o mejor dicho, las Europas) sufrirá como nadie el paulatino fin de la hegemonía estadounidense y el paso hacia un mundo multipolar. Hasta que hacia mediados de este siglo se reconfigure en un esquema económico confederativo (de mercado común pero no único), que permita a Reino Unido y Francia utilizar sus lazos de ultramar, a Alemania girar definitivamente hacia el Este, a Italia concentrarse en África del Norte y Balcanes y a España recobrar su destino iberoamericano, sobre todo en el Cono Sur.

2. Envejecimiento. Todo el mundo envejece, salvo algunos países subsaharianos. Esa también es una de las razones del fin de la globalización. La edad promedio en EE.UU. es de cuarenta años. Por otra parte, la inmigración desde América Central es cada vez menor. Gran parte de Europa es aún mas vieja. China y Rusia tienen problemas demográficos de gran importancia. Eso hace imposible una guerra cinética directa entre las potencias, sobre todo si se tiene en cuenta que el hegemón en declive está empezando un proceso de reforma política similar a los que emprenden los imperios antes de expirar. En el supuesto caso que la tendencia demográfica hacia la baja se revierta, las consecuencias no se verían hasta dentro de dos décadas. Eso significa menos productores y menos consumidores. Los países que aún tienen un dividendo demográfico positivo lograrán un crecimiento económico sostenido. Pienso en América Latina, a pesar de que ésta también envejece.

3. Civilizacionismo. El fin de la era liberal llevará a una revalorización de la cultura como eje ordenador del ámbito doméstico y de la manera que los países se relacionan con otros. Samuel Huntington tenia razón. Es imposible escapar a un cierto esencialismo civilizacional. El liberalismo que guiaba la globalización buscaba un nomos único para todo el planeta y ordenamientos basados en reglas, más que en lazos de unidad cultural. Contra John Adams, los países no son “repúblicas de leyes,” sino espacios sociales de proximidad cultural. La gradual retirada de Washington del ordenamiento internacional es el mejor ejemplo de que nadie está dispuesto a defender a nadie que no considere parte de su familia extendida, o sea de su nación y/o espacio cultural. La transición hacia un mundo divido en espacios culturales nos muestra una voluntad de utilizar un poder ultra-blando (mezcla de progresismo y realismo morgenthauniano) por parte del “núcleo geopolítico emergente” pergeñado por el hegemón declinante para poder captar voluntades entre la “periferia,” concepto por cierto cada vez más obsoleto.

4. Renacer argentino. A Argentina no le hizo bien la globalización. Nuestros niveles altos de pobreza se generan a partir de la dictadura cívico-militar (1976-1983) y aumentan a medida que el país se “integra” al mundo. El espacio geopolítico argentino es el viejo Virreinato del Río de la Plata. Son los países de esa área geográfica los que mantienen a nuestra población relativamente joven y los que ven a nuestra patria como lugar de progreso. Se espera que hasta 2050 Argentina mantenga el dividendo demográfico positivo, lo que llevará a un mercado interno más grande y a vendernos más cosas entre nosotros. Argentina no tiene problemas raciales ni étnicos ni religiosos. Esto no es poca cosa. La mayoría de los países si los tienen. Por otra parte, la demanda de materias primas y energía hará que el viejo hegemón (cada vez más viejo y aislacionista) no pueda (ni quizá quiera) ahogar nuestro crecimiento. Mas allá de quien gobierne en las próximas dos décadas, Argentina espera un crecimiento en torno al dos por ciento anual, lo que aumentaría su nivel de desarrollo y la capacidad de defender al país de los embates derivados de la configuración del nuevo ordenamiento internacional. Las circunstancias externas (favorables) ordenarán las reglas de juego en el ámbito político. Y una edad promedio más alta hacia 2050 hará bajar los altos niveles de violencia a los que venimos acostumbrándonos.

En geopolítica se hace futurología en base a lo que ya está ocurriendo. Este análisis no es prescriptivo, sino descriptivo. Nuestra clase política en algún momento se acomodará a las circunstancias enunciadas anteriormente, utilizando los recursos intelectuales generados en las últimas décadas; que están aún en el mercado gris de las ideas, pero que en su debido tiempo y forma adquirirán un rol cada vez más central.

 

* Realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham (Reino Unido), donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Autor de Auge y Ocaso de la Era Liberal—Una Pequeña Historia del Siglo XXI, publicado por Editorial Biblos en 2020.

©2023-saeeg®

 

 

YUGOSLAVIA DE AYER Y SERBIA DE HOY: LEGADO Y SUCESIÓN EN LA HISTORIA DE UN EXPERIMENTO TRÁGICO Y SANGRIENTO

Giancarlo Elia Valori*

El 28 de junio de 1948, el “Rudé Právo” —el órgano central del Partido Comunista de Checoslovaquia— publicó la resolución del Kominform expulsando al Partido Comunista de Yugoslavia de su seno, acusando a Tito de política de odio hacia la Unión Soviética y de propaganda trotskista y contrarrevolucionaria.

Un cuidadoso análisis de la profesora Carla Konta de Rijeka nos dice en el ensayo American public and cultural diplomacy in Yugoslavia in the fifty and sixties que la excomunión estalinista de Tito, empujó al líder yugoslavo a recurrir a Occidente en busca de alianzas, apoyo financiero y técnico-militar necesario para la supervivencia del país y su crecimiento. Tan pronto como la gravedad de la crisis soviético-yugoslava se hizo evidente, la lógica de la Guerra Fría llevó a un apoyo inmediato para Belgrado desde el bloque occidental. En los años cincuenta, Yugoslavia se convirtió en el socio “comunista” de los Estados Unidos de América y la gran cantidad de ayuda de Washington, asignada en forma de alimentos, dinero no reembolsable, créditos financieros, aplazamientos de cuotas de crédito y asistencia técnico-militar a través de la CIA (f. 1947), el Programa de Ayuda de Defensa Mutua (f. 1949), etc., transformó al régimen de Tito en un claro aliado de la Casa Blanca, y al mismo tiempo también una quinta columna en el campo socialista en los países en desarrollo.

Por lo tanto, añadiría que Yugoslavia se puso a disposición de Occidente, pero sin afectar a su apariencia socialista. Era natural que para Belgrado fuera esencial mantener la forma de gobierno de un Estado independiente tanto en presencia de sus propios pueblos como en relación con los integrantes del Movimiento de Países No Alineados y del Tercer Mundo. Yugoslavia —en el gran escenario de ficción— actuó en esta dirección no uniéndose a la OTAN, pero al mismo tiempo sin renunciar a los subsidios esenciales para la modernización del ejército que la convirtieron en una de las más poderosas y sólidas del planeta. Hasta el punto de que en 1980, el año en que murió Tito, Yugoslavia era uno de los diez mayores exportadores de armas del mundo. Según datos oficiales, con este comercio se adquirió el 72% de las divisas necesarias para comprar otros armamentos. Y para fomentar las ventas, ya en 1970 se instaló una exposición permanente en Nikinci, un pueblo cerca de Šabac, una ciudad y municipio del distrito de Mačva en el noroeste de Serbia Central, en la frontera con Vojvodina y Bosnia y Herzegovina, ubicada a orillas del río Sava. Allí los compradores potenciales podrían probar las armas incluso en un campo de tiro. Cada año, entre 3 y 400 delegaciones se detenían allí, dos tercios de ellas del extranjero.

Debe agregarse que este ludus scenicus duró mientras el Muro permaneció en pie. Después de su colapso, Yugoslavia ya no era necesaria para la Casa Blanca, y los pueblos que componían ese Estado, a quienes la propaganda políticamente correcta, ingenua y servil del Partido Comunista Italiano, titista y pro-foibe, afirmaba que se amaban en una especie de paraíso en la Tierra, comenzaron a matarse unos a otros de una manera que en comparación con la guerra entre Rusia y Ucrania es todavía muy pequeña. Recuerdo a los que lo han olvidado: la guerra de independencia de Eslovenia (1991); la guerra de independencia en Croacia, duró cuatro años (1991-95); la guerra etno-religiosa de tres años en Bosnia y Herzegovina entre católicos croatas, musulmanes bosnios y ortodoxos serbios (1992-95); y, por último, la guerra por la independencia de los albaneses de Kosovo que duró dos años (1998-99). La guerra no estaba a las puertas de Europa como lo es hoy, sino en Europa y a poca distancia de nosotros. En total diez años: a partir del 31 de marzo de 1991 al 12 de noviembre de 2001.

En una Europa sin atributos y sin ejército, rica sólo en palabras y moralismo de cuatro brazos por lira, se olvida que las guerras en el corazón de la Yugoslavia socialista se describen como el conflicto armado más mortífero en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las guerras yugoslavas han estado marcadas por innumerables crímenes de guerra, incluidos el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, la depuración étnica y las violaciones masivas. Las masacres bosnias fueron el primer evento bélico europeo que se clasificó formalmente como genocida en carácter después de los crímenes del Tercer Reich alemán, y muchas figuras clave de la antigua Yugoslavia que lo perpetraron fueron posteriormente acusadas de crímenes de guerra. El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia fue establecido por las Naciones Unidas en La Haya, Países Bajos, para enjuiciar a todos los que habían cometido crímenes de guerra durante los conflictos.

Según el Centro Internacional para la Justicia Transicional, las guerras yugoslavas han causado la muerte de 140.000 personas a pocos kilómetros de las sedes occidentales de los líderes de Europa, mientras que el Centro de Derecho Humanitario estima al menos 130.000 víctimas. Durante sus diez años de duración, los conflictos también han provocado graves crisis humanitarias y de refugiados. Pero hoy tratamos de olvidar un evento favorecido por la impotencia europea y la conveniencia de algunos países de la actual UE que luego, por intereses comerciales, favorecieron y reconocieron la independencia de algunos componentes de Yugoslavia en proceso de decadencia, golpeando la susceptibilidad de Belgrado y el componente serbio.

Pero, ¿qué queda en Serbia de la herencia yugoslava? Después de la secesión entre 1991 y 1992 de cuatro de las seis repúblicas constituyentes de la República Federativa Socialista de Yugoslavia (Socijalistička Federativna Republika Jugoslavija), el Estado sobreviviente, renombrado República Federativa de Yugoslavia (Savezna Republika Jugoslavija), afirmó ser el sucesor de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, pero las repúblicas recién independizadas se opusieron. Al mismo tiempo, los representantes de Belgrado siguieron ocupando el escaño yugoslavo original en las Naciones Unidas, pero los Estados Unidos de América rechazaron a sus antiguos funcionarios y se negaron a reconocerlo. La población y el territorio de la nueva República Federativa de Yugoslavia eran menos de la mitad de la población de la ex República Federativa Socialista de Yugoslavia.

En 1992, el Consejo de Seguridad de la ONU, mediante la Resolución 777 del 19 de septiembre, y la Asamblea General, mediante la Resolución 47/1 del 22 de septiembre, decidieron no permitir que la nueva RFY se sentara en la Asamblea General con el nombre de “Yugoslavia” sobre la base de que la República Federativa Socialista de Yugoslavia se había disuelto. La República Federativa de Yugoslavia (en 2003 pasó a llamarse Unión de los Estados de Serbia y Montenegro) y fue admitida como nuevo Miembro de las Naciones Unidas el 1° de noviembre de 2000: en mayo de 2006 Montenegro declaró su independencia y Serbia ha seguido ocupando desde entonces la sede de la antigua Unión Estatal de Serbia y Montenegro.

Sin embargo, es bueno volver a la cuestión de la sucesión de la antigua Yugoslavia, para comprender mejor cómo este experimento inaugurado el 1° de diciembre de 1918 (Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos), reconocido oficialmente después de la Conferencia de Paz en Versalles en 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, y fortalecido al final de la Segunda Guerra Mundial en Yalta, fue rechazado y detestado por los pueblos de la antigua Federación hasta el punto de descartar su nombre de la historia.

Las primeras negociaciones sobre la cuestión de la sucesión de la antigua Yugoslavia socialista comenzaron en 1992 en el marco del grupo de trabajo de la Conferencia de Paz para Yugoslavia, que se inauguró el 7 de septiembre de 1991. El acuerdo fue bloqueado inicialmente por la insistencia de la mencionada República Federativa de Yugoslavia (Serbia + Montenegro) para ser el continuador legal y político exclusivo de la Yugoslavia socialista, así como el propietario de todos los activos estatales del anterior gobierno federal socialista, y estaba dispuesto a renunciar a parte de los activos solo como un acto de buena voluntad. La República Federativa de Yugoslavia trató de interpretar la desintegración de la Yugoslavia socialista como un proceso de secesión en serie y no como un desmembramiento completo del estado anterior: pero esta interpretación fue rechazada rotundamente por las otras ex repúblicas yugoslavas.

La Comisión de Arbitraje de la Conferencia para Yugoslavia (comúnmente conocida como el Comité de Arbitraje de Badinter) recomendó una división de activos y pasivos basada en el principio de equidad e incluso se refirió a la Convención de Viena de 1983 sobre la sucesión de Estados en asuntos de propiedad, archivos y deudas del Estado (convención no vigente en ese momento,  firmado por sólo seis Estados miembros, incluida la socialista Yugoslavia). Esta propuesta era inaceptable para la República Federativa de Yugoslavia, lo que motivó al Fondo Monetario Internacional a desarrollar un modelo clave alternativo que incluía el poder económico de las repúblicas y su contribución al presupuesto federal que fue aceptado por todos. La participación clave fue determinada por la República Federativa de Yugoslavia con el 36,52%, Croacia con el 28,49%, Eslovenia con el 16,39%, Bosnia y Herzegovina con el 13,20% y Macedonia con el 5,20%; también se llegó a un acuerdo sobre el oro y otras reservas en el Banco de Pagos Internacionales.

Después del final del bombardeo de la OTAN de Belgrado, Serbia y Montenegro, seguido al año siguiente por el ocaso de Slobodan Milošević (5 de octubre de 2000), los estados sucesores concluyeron su acuerdo. En 2001, con el apoyo de la comunidad internacional, cinco países (Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, la Antigua República Yugoslava de Macedonia —hoy Macedonia del Norte— y la República Federal de Yugoslavia [Serbia + Montenegro]) firmaron el Acuerdo de Sucesión: confirmaron definitivamente que se habían formado cinco estados sucesores soberanos iguales después de la disolución de la antigua Yugoslavia socialista. Este acuerdo entró en vigor el 2 de junio de 2004, cuando el último Estado sucesor lo ratificó. El acuerdo se firmó como un tratado integral que incluía anexos sobre bienes diplomáticos y consulares, activos, intereses y pasivos financieros, archivos, pensiones, otros derechos, así como propiedad privada y derechos adquiridos. En la posterior disolución en 2006 de la Unión de los Estados de Serbia y Montenegro (uno de los cinco estados sucesores antes mencionados) los dos países acordaron la única sucesión serbia de los derechos y obligaciones de su antigua federación.

El trágico legado del “Cielo en la Tierra” yugoslavo fue borrado para siempre.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

©2022-saeeg®

 

EL GIRO HACIA LA GUERRA FRÍA

Giancarlo Elia Valori*

Imagen de ANIL OZTURK en Pixabay 

Europa se ha dividido una vez más política, económica y militarmente: Rusia en el este, la OTAN y la UE en el oeste, y los países intermedios —Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y los Estados del Cáucaso— se han convertido en un área de conflicto potencial. Una guerra entre las grandes potencias en Europa que parecía haber permanecido en las páginas de los libros de historia, ha vuelto a ser posible, aunque improbable (debido a cuestiones nucleares).

El equivalente de la acción militar han sido las sanciones económicas y la guerra de información que se ha desarrollado en pleno apogeo. Aunque Rusia y Estados Unidos ya estaban al borde de un enfrentamiento por Georgia en 2008, el episodio fue demasiado fugaz, bastante periférico y quedó sin consecuencias debido al estallido de la conocida crisis financiera mundial y el cambio de administración en Washington con la presidencia de Barack Hussein Obama (2009-2017). Sin embargo, a diferencia de Georgia, Ucrania ha logrado cambiar el sistema de relaciones internacionales más de treinta años después del final de la “primera” Guerra Fría.

El giro abrupto en las relaciones entre Rusia y Occidente se ha producido después de veinticinco años de lentos esfuerzos por ambas partes para construir una relación inclusiva. En los últimos dos años de Mikhail Gorbachev (Secretario del PCUS de 1985 a 1991) gobernando la URSS, Rusia esperaba crear un “hogar europeo común” y un liderazgo mundial conjunto con los Estados Unidos. Pronto quedó claro que ambos postulados, por así decirlo, eran ilusorios. El primer presidente de la Federación de Rusia, Boris Yeltsin (1991-1999), intentó integrar plenamente el país con Occidente a través de la membresía de la OTAN y una alianza directa con los Estados Unidos. Eso tampoco funcionó, especialmente cuando alguien en Rusia se dio cuenta de que su país estaba en peligro de ser literalmente vendido primero y luego colonizado por el poder blando alogénico, por decirlo suavemente.

Después de investigar informalmente a Occidente sobre la entrada de Rusia en la OTAN, el presidente Vladimir Putin (2000-2008, y desde 2012 hasta la fecha) declaró en un discurso pronunciado en alemán ante el Bundestag en 2001 que Rusia había creado una alianza con los Estados Unidos de América, y anunció públicamente la elección europea del país. El tercer presidente, Dmitry Medvedev (2008-2012), pidió un tratado de seguridad europeo, sugirió que Rusia y la OTAN crearan un perímetro de defensa común y buscó activamente “alianzas de modernización” con los países económicamente avanzados de Occidente.

A pesar de los esfuerzos del último Secretario General del PCUS y de los tres primeros presidentes rusos, los líderes occidentales nunca han mostrado ningún interés real en la integración rusa.

Tenían buenas razones para evitarlo. Rusia es demasiado grande para tal empresa, especialmente en términos de asistencia económica necesaria para acercarla al nivel de Europa Occidental y, a pesar de la pérdida del estatus de superpotencia, es demasiado independiente y no tiene sentido de semicolonia, que está en el ADN de una UE que carece —además de las habilidades y los medios necesarios— de un ejército y de la voluntad de construir uno. Además, Rusia posee un enorme arsenal nuclear y una élite que piensa en términos de gran poder y lucha por la igualdad con los Estados Unidos de América. No tiene políticos ni representantes que aspiren a puestos y escaños ricos en Bruselas, Estrasburgo, a nivel nacional o internacional, o a sobornos ricos, como estamos descubriendo estos días.

Rusia sería un aliado demasiado obstinado e incómodo para los Estados Unidos. Finalmente, Occidente no tiene ninguna amenaza externa que requiera que Rusia se una al sistema de alianzas liderado por Estados Unidos porque, en opinión de los intelectuales anteriores, la amenaza proviene precisamente de Rusia, e incluso antes de la crisis ucraniana.

En lugar de integrar a Rusia en su sistema de estructuras internacionales, Occidente trató de dirigirla para crear las instituciones políticas, económicas y sociales que la acercarían a Occidente en términos de cualidades competitivas. Los gobiernos occidentales apoyaron programas orientados al mercado en Rusia, con la esperanza de que pronto se convirtiera en parte de una sociedad subyugada a la globalización dirigida por otros. Antes de la crisis financiera rusa de 1998, el país fue sostenido durante seis años por el “equipo de soporte vital” del Fondo Monetario Internacional. En muchos niveles del aparato estatal ruso, especialmente en su bloque económico, había asesores occidentales. Los Estados occidentales apoyaron a Yeltsin en momentos críticos como el conflicto armado con el Parlamento ruso en 1993 y la campaña electoral de 1996.

Sin embargo, a pesar del hecho de que Yeltsin había demostrado ser un títere de Occidente, Rusia de todos modos decepcionó a su contraparte. Recién recuperada del mencionado incumplimiento causado por los altos precios del petróleo, su economía se volvió dependiente de las exportaciones de energía. El sistema político pasó del caos inicial al gobierno oligárquico y luego al autoritarismo. La sociedad rusa soportó el impacto del cambio radical, experimentó el desempleo y la pobreza —en la época del socialismo era impensable ver a la gente morir de frío en la clandestinidad, ya que ni siquiera tenían sus hogares garantizados por el PCUS— e incluso desarrolló un gusto por la prosperidad para unos pocos, pero nunca desarrolló la necesidad de escuchar servilmente la moral occidental y copiar ciegamente y subordinarse a los sistemas políticos occidentales. En cambio, la gente comenzó a apreciar la estabilidad, es decir, un retorno a la seguridad que ofrecía la difunta URSS y, habiendo tenido suficiente de Gorbachov y Yeltsin, apoyó a Putin. Los liberales, la única categoría de oposición rusa que interesaba a Occidente, seguían siendo una minoría pequeña, aunque abierta. Cada vez que Moscú tosía, tenía el eco en Occidente amplificado en altavoces de millones de vatios. Finalmente, Rusia insistió en mantener su estatus de gran potencia, que para muchos occidentales parecía cosa del pasado. Esto molestó a mucha gente.

Sin embargo, hay que decir que no hubo ningún intento de aislar a Rusia:

1) se le ofreció convertirse en un socio menor y discapacitado de los Estados Unidos, la UE y la OTAN;

2) en 1991, Rusia fue autorizada a retener mediante devolución el asiento de la URSS en el Consejo de Seguridad de la ONU;

3) en 1996 fue admitida en el Consejo de Europa;

4) en 1998 fue admitida en el G8;

5) el Consejo Rusia-OTAN para la Cooperación Militar se estableció en 2002;

6) Rusia estableció una estrecha asociación con la UE, reforzada en 2003 por el concepto de los cuatro espacios comunes (a. el espacio económico; b. el espacio para la libertad, la seguridad y la justicia; c. el espacio para la seguridad exterior; d. el espacio para la investigación, la educación y la cultura);

7) en 2012, Rusia se convirtió en miembro de la Organización Mundial del Comercio e inició el proceso de adhesión a la OCDE;

8) todos los líderes rusos sostuvieron reuniones privadas e informales con sus homólogos estadounidenses y, a su vez, con sus homólogos occidentales.

Al mismo tiempo, sin embargo, se descartó el reconocimiento de Rusia como socio en pie de igualdad de los Estados Unidos de América y su carro de la UE. En Occidente, la Federación de Rusia fue vista —y de hecho todavía se ve— como un actor internacional más pequeño, cuya influencia e importancia estaban disminuyendo. No se trataba de otorgar a Rusia privilegios especiales en forma de esfera de influencia, especialmente sobre los catorce Estados que componían (junto con la antigua República Socialista Federativa Soviética de Rusia, ahora la Federación Rusa) las Repúblicas de la antigua Unión Soviética. La política de Rusia hacia sus vecinos —los Estados bálticos, Ucrania, Bielorrusia, Moldova y las Repúblicas del Cáucaso antes mencionados— ha sido cuidadosamente analizada en busca de elementos “neoimperiales”. Desde la primera mitad de la década de 1990, Occidente ha observado las acciones de Rusia contra los terroristas separatistas en Chechenia y en todo el Cáucaso Norte, considerándolas un indicador de violaciones de los derechos humanos, posible deslizamiento hacia métodos de la era soviética y una influencia excesiva de los militares y los servicios especiales en el país.

Según los Estados Unidos de América y la UE, Rusia debería haber aceptado la decisión de sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia de unirse a la OTAN. Para Rusia, eso fue particularmente difícil por dos razones. En primer lugar, Polonia, Hungría y la República Checa (miembros de la OTAN desde 1999), así como Eslovaquia, los Estados bálticos, Rumania y Bulgaria (miembros desde 2004) recibieron lo que Rusia no tenía permitido. En segundo lugar, la expansión de la OTAN fue en contra de las promesas que muchos rusos creían que los zorros occidentales habían hecho al ingenuo e inexperto Gorbachov en 1990: no se permitiría que una Alemania reunificada permaneciera en la OTAN (la República Democrática Alemana se integró en la Alianza Atlántica en el proceso de unificación con la República Federal de Alemania). Los gobiernos occidentales consideraron las protestas de Rusia, sobre la “doble Alemania” en la OTAN como su expansión agresiva, como evidencia de las ambiciones imperiales de Rusia e incluso de sus reclamos sobre Europa Central y Oriental.

Rusia, por otro lado, vio la expansión de la OTAN como una violación de las obligaciones de Occidente.

Si hemos llegado a este punto, hay razones que no radican en el estado emocional del último presentador de noticias, sino que se pierden en la historia reciente que a menudo se olvida para la conveniencia de un solo lado.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

©2022-saeeg®