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NEOPENTECOSTALES EN AMÉRICA LATINA: ¿DECLIVE DE LA POLÍTICA PÚBLICA O NUEVOS ACTORES POLÍTICOS DEL SIGLO XXI?

Marianna G. Abrámova*

 

Este artículo ha sido publicado en el Num.1, 2020 de la revista científica trimestral en español Iberoamérica, editada por el Instituto de Latinoamérica de la Academia de Ciencias de Rusia (ILA ACR).

 

“Así cambian las cosas. Lo que ayer todavía era religión, hoy ya no lo es; lo que hoy pasa por ser ateísmo, será mañana religión”

Ludwig Andreas Feuerbach. La esencia del cristianismo, capítulo II

 

Introducción

Al inicio del tercer milenio volvió a plantearse el problema de la importancia de la religión dentro de las relaciones sociales. Después de triunfar la secularidad en el siglo XX, en el período postmoderno quedó claro que el pasado racional “deshechizo del mundo” no resultó el fin de la religión. Los retos del mundo globalizado han mostrado que la fuerza de la fe religiosa es directamente proporcional al nivel de inseguridad provocada por la rapidez de los cambios globales en todos los ámbitos de la vida social, y que los individuos han comenzado a crear para sí mismos sistemas pequeños de creencias nuevas que corresponden a sus deseos y experiencias. En tales condiciones de desintegración de las instituciones e ideologías tradicionales, ¿se puede hablar de la política como de un cierto proyecto público, una elaboración de un ideal social conveniente para la sociedad en su conjunto? ¿O en la época postsecular cada quién tiene su verdad y la individualización y subjetivización de la fe y de la esfera social en general han llevado a la desregulación de las prácticas políticas y ahora los individuos no tienen a quién delegar sus nuevas aspiraciones sociales?

Mapa religioso de la América Latina actual: cifras y hechos

Un ejemplo ilustrativo de tales procesos lo encontramos en una América Latina moderna, donde vive casi el 40% de los católicos del mundo. Sin embargo, si desde 1900 hasta 1960 el 90% de la población de los países de la región se consideraba católicos, según el estudio sociológico amplio efectuado en 2014, tan solo el 69% de los encuestados en 18 países latinoamericanos se identificaron dentro del catolicismo [1, p. 4]. En total, desde el año 1970 hasta el año 2014 el número de católicos en América Latina disminuyó el 23%, y el de evangélicos[1] aumentó el 15%, mientras que el número de ateístas alcanzó el 8% [2, p. 23]. Queda en evidencia que la Iglesia Católica pierde su monopolio religioso en los países latinoamericanos. El proceso de la llamada “evangelización” se entiende como la conversión del catolicismo a distintas corrientes protestantes tradicionales (luteranos, baptistas, metodistas, pentecostales) y neoprotestantes, representados en primer lugar por neopentecostales. El número de “evangélicos” difiere según el país. El menor es el de Paraguay (7%) y México (9%), el mayor, en Honduras y Guatemala (41%). En Nicaragua su número ronda el 40%, en Salvador 36%, en Brasil 26%; en Chile, Perú y Venezuela es del 17%, en Argentina y Uruguay 15%, resaltando este último país con el 37% de personas irreligiosas [1, p. 14].

Mientras tanto, según los datos del mismo estudio, el 65% de los evangélicos encuestados se definen como neopentecostales, los que se pueden considerar el grupo más numeroso entre los evangélicos de América Latina [1, p. 8]. Visto dentro de los países latinoamericanos, se dan situaciones diferentes en cuanto al número de neopentecostales: en la República Dominicana, Brasil y Panamá cerca de ocho de diez protestantes pertenecen a la denominación neopentecostal [1, p. 63]. Los índices en crecimiento constante los encontramos asimismo en Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. El aumento no se observa en Paraguay y México. En Uruguay, Chile y Argentina sube el número de ateos.

¿Cuáles son las causas de la remodelación tan seria del mapa religioso del continente? Como la causa más común de la conversión al neopentecostalismo las personas encuestadas mencionaban el deseo de tener un vínculo más personal con Dios, cambiar el estilo del servicio religioso y encontrar una iglesia que preste más ayuda en la vida cotidiana. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) la Iglesia Católica disminuyó la atención a los aspectos espirituales de su actividad. “…Puede pasar que los fieles no encuentren, en los que desempeñan la actividad pastoral, aquel intenso sentimiento de Dios que deben transmitir con toda su vida”, escribió en 1992 el Papa Juan Pablo II [3]. La base masiva de la nueva religiosidad en América Latina forma la juventud hasta los 25 años [1, p. 5]. Los expertos señalan que los neopentecostales, a la hora de ser encuestados, siempre hacen hincapié en la moralidad, que ha sido exactamente decisiva al convertirse los católicos de ayer a la confesión nueva [2]. Originariamente, la base social del neopentecostalismo eran las capas sociales más pobres y marginales. Los hombres que se suman a esta iglesia a menudo dejan de beber, de jugar juegos de azar y de llevar una vida amoral, estando a la vez convencidos de que la esposa siempre tiene que obedecer al marido. Pero últimamente ha empezado a reclutarse también a los representantes de la clase media, entre ellos, médicos y juristas, que han formado sus propias comunidades eclesiásticas neopentecostales, en particular, en Brasil y Guatemala.

No se puede pasar por alto también las causas culturales de los procesos de “evangelización” masiva. El neopentecostalismo ha absorbido muy exitosamente la música latinoamericana. Los predicadores nuevos se parecen mucho a sus feligreses: a menudo no tienen educación y hablan con sus parroquianos en un lenguaje inteligible para ellos, se visten y comportan como los miembros de la comunidad. Es justamente por eso, que muchos de los predicadores en Guatemala son indígenas maya y en Brasil, afrobrasileños. De lo contrario, en la Iglesia Católica, la mayoría de los curas pertenece a la élite, son blancos o mestizos, a la vez muchos de ellos se envían a América Latina directamente desde Europa en calidad de misioneros. Otro error de la Iglesia Católica que resultó en beneficio del neopentecostalismo en América Latina es la presencia deficiente de los eclesiásticos entre la población: en promedio es un clérigo por 26.000 personas. A su vez, esto favorecía la práctica del eclecticismo religioso constante en Latinoamérica. Los más populares hasta hoy día, son los cultos místicos como la umbanda (Brasil), candomblé (Uruguay), vudú (Haití y la República Dominicana), la santería (Cuba), rastafarismo (Jamaica y las islas del Caribe) y unos cuantos más. Tal integralismo religioso encajó muy armónicamente en los métodos mágico-ocultistas del zombeamiento religioso durante las oraciones colectivas neopentecostales.

“Teología de la prosperidad”: ¿una renovación o pseudoreligiosidad?

Teniendo más de 340 millones de seguidores en todo el mundo[2], la mayoría de los cuales vive en América Latina y África [4], el neopentecostalismo (o el “Movimiento de la Palabra de Fe”) actualmente es la denominación (pseudo)cristiana con el más rápido crecimiento. Los predicadores más conocidos del neopentecostalismo mundial son John Avanzini, Kenneth y Gloria Copeland, Benny Hinn y J. Rock Lee. A pesar de que los expertos subrayan la diferencia de los neopentecostales respecto a otras comunidades religiosas protestantes, sobre todo, las tradicionales [5, p. 15], señalemos que los fundamentos de su doctrina se encuentran en el principio protestante principal: la salvación por medio de la fe personal. Por otra parte, algunos autores consideran el neoprotestantismo en general como “una forma culturalmente neutral del cristianismo” [6, p. 185], lo que supone que se hace atractivo para los representantes de grupos étnicos diferentes que, al haber renunciado a la dura identificación de entia y tradiciones, construyen una nueva identidad religiosa basada en los valores morales universales. De tal manera surgió una identidad religiosa supranacional, cuya esencia se concentra en la “teología de la prosperidad”.

Los neopentecostales, fueron los primeros que lograron crear el “pop cristianismo” de masas para la sociedad de consumo de la cultura televesiva masiva: en Brasil operan cuatro cadenas de televisión 24 horas que transmiten en directo los rezos multitudinarios con música, bailes, show predicadores a los que ya se acostrumbró a llamar “teleevangelistas”. Psicológicamente peligrosas son las prácticas de las “caídas en el espíritu”, “risa santa”, “oración con sufrimiento de dolores de parto” y otras prácticas de histeria severa comunes en las congregaciones neopentecostales.

En el primer Congreso Evangélico Latinoamericano (CELA I) en Buenos Aires en 1949 se adoptó el documento que definía el trabajo para crear el “Cristianismo Evangélico” en la región como una tarea primordial. Los primeros conversos eran los enfermos en las leproserías de Amazonas, personas indigentes, indígenas analfabetas y africanos descendientes de esclavos. En Guatemala, que ahora es el líder en el número de neopentecostales en Latinoamérica, la llegada en 1959 del pastor canadiense Norman Parish (1932-2017) dio comienzo a la tendencia. Él fundó la Iglesia El Calvario, en la que desde el inicio se introducían las innovaciones tecnológicas y litúrgicas (guitarras eléctricas, tambores y bailes)[3]. Las élites latinoamericanas en aquel entonces eran católicas, ya que el catolicismo era una parte de su identidad cultural y nacional. En 1961, en el Segundo Congreso Evangélico Latinoamericano (CELA II), se estableció que el término “Iglesia Evangélica” se usaría en América Latina con referencia a las corrientes y organizaciones protestantes ya existentes y nuevas [2, p. 16].

El auge del neopentecostalismo se produjo en los años 1990 y 2000. El postulado central del neopentecostalismo son los dones espirituales o carismas (dones o bienes de Dios) que le dan al fiel la posibilidad de encontrar la fuerza y el poder para conseguir que se cumplan en este mundo sus deseos más profundos. Dios se reduce a la fuente impersonal de una fuerza mágica debido a la cual un neopentecostal debe prosperar en todos los ámbitos de la vida. El 56% de los neopentecostales en Brasil y el 91% en Venezuela están tienen la certeza de que Dios asegura el bienestar material de los fieles [1, p. 68].

Si para los protestantes tradicionales de la generación de los 60s y 70s las ideas religiosas predominantes eran el sufrimiento, la ascesis y el pecado, la generación de los 90s (neopentecostales) creció con ideas del deleite, eliminación del dolor y de la teología de la Resurrección [7, p. 121]. Ésto fue la causa de una amplia popularidad de su “teología de la prosperidad”: el neopentecostal debe ser rico, sano, próspero y dichoso. Si una persona no lo es, ésto evidencia claramente que su fe no es auténtica. Aquí ponemos un ejemplo ilustrativo de una predicación en congregaciones colectivas de neopentecostales: “Ustedes tienen la fe por un dólar y piden algo por 10.000 dólares, y esto no funciona. Ni funcionará… Supongamos que yo quiero conseguir un Rolls-Royce, pero no tengo más fe que para una bicicleta. ¿Qué piensan que voy a recibir? ¡Por supuesto, una bicicleta!” [8]. Los problemas en la vida son ocasionados por la acción de los demonios, por eso la tarea principal de un neopentecostal es librarse de éstos y abrir el camino hacia la prosperidad, la riqueza, etc. Exorcizando demonios, el famoso telepredicador de los años 90 John Wimber exigía que dijeran sus nombres que sonaban como “Lujuria”, “Fealdad,”, “Glotonería” y “Voluptuosidad”. A menudo esto está acompañado de tales fenómenos como caídas, gritos, gemidos, respiración dificultosa, etc [9]. Esta sustitución de las bases teológicas cristianas por la ideología consumista se presenta como el reto más serio en toda la historia del cristianismo tradicional. El neopentecostalismo predica un “buen negocio” en el que Dios se reduce a una especie de “pez dorado” que cumple obedientemente cualesquiera deseos de los creyentes [10]. 

Los neopentecostales en los procesos políticos de América Latina en el inicio del siglo XXI: de marginales a actores políticos

Más aun difieren las posturas de los protestantes tradicionales y neopentecostales hacia la política. Para los protestantes tradicionales en los 60-70 era propio un escapismo político, ellos ignoraban las campañas electorales ya que la comunidad religiosa se contraponía al estado como el engendro de las fuerzas oscuras, de la pecaminosidad del ser humano. En la “teología de la prosperidad” neopentecostal el mundo es un sitio que hay que conquistar y no escapar de él. Por eso las comunidades nuevas están orientadas a reconstruir la vida social y política de la sociedad moderna sobre la base de los valores religiosos bíblicos, así surge la corriente del “reconstruccionismo” [2, pр. 42-43]. Los nuevos creyentes plantean un nuevo proyecto público, en el que los valores morales tienen un significado preponderante. Desde luego, lo propiciaron también ciertos factores objetivos. En los años 2000 en el movimiento neopentecostal se insertó la juventud que buscaba su sitio en nuevas condiciones de la economía global de mercado; aparecieron lemas “reestructurar el país sumergido en el pecado”, hacerlo “un país de Dios”, formar “un gobierno cristiano”, derogar “leyes impías”, imponer un control religioso sobre el sistema de enseñanza, educación y medicina.

¿Que es inconveniente para los neopentecostales en las relaciones sociales modernas? Los neoprotestantes son más conservadores que los católicos latinoamericanos en cuestiones de la “agenda de género”. Del 60 al 66% de los católicos apoyan los medios del control de la natalidad y el divorcio, son más tolerantes que los protestantes hacia el aborto, los homosexuales, el sexo fuera del matrimonio y el consumo de alcohol [1, pр. 24-25]. Al mismo tiempo más del 80% de los neopentecostales se pronuncian en contra de matrimonios homosexuales y más de dos tercios están a favor de prohibir abortos y divorcios [1, pр.71, 74]. Los antiguos católicos, conversos al neoprotestantismo, dicen que buscaban una iglesia que “dé más importancia a la vida moral” (lo dijeron en promedio el 60% de los ex católicos) [1, pр. 38].

El proyecto político público de neopentecostales incluye una cristianización total de la sociedad, sacralización de las instituciones sociales y relaciones públicas, habla de la creación de un “gobierno cristiano” [11]. Esta idea está basada sobre las concepciones teocráticas, escatológicas y mesiánicas de los neopentecostales, apela al sentimiento de insatisfacción con sus condiciones económicas y sociales, que empeoraron notablemente después de las décadas liberales de reformas del mercado y causaron un giro a la derecha en los países de América Latina [12, р. 39].

Sería lógico que los neopentecostales debieran actuar durante las elecciones en un frente unido y votar por sus candidatos pastores. Sin embargo, por el momento esto no ocurre. Un ejemplo llamativo de ello es, otra vez, Guatemala. En 2011 Harold Caballeros López, un pastor famoso, fundador de la iglesia neopentecostal El Shaddai, quien formó una coalición religiosa de partidos y grupos políticos y se postuló a la presidencia de la república. A pesar de su campaña electoral activa logró tan solo un 6,24% de votos [2, р. 48]. Lo mismo pasó en Brasil en 2010 y 2014, cuando la evangélica radical Marina Silva, al presentar su candidatura presidencial, no pudo subir más del número tres en la carrera. Muy remarcable es la experiencia de creación de un partido religioso en Argentina, donde se observó una derrota de los neopentecostales en las campañas electorales de 1993, 1994 y 1995. El investigador principal argentino H. Wynarczyk señala con razón que “las personas en sectores populares puede inducirlas a ser, simultáneamente, pentecostales y votantes del peronismo” [13, р. 57].

Jimmy Morales, presidente de Guatemala

No obstante, ahora la situación está cambiando. Así, la victoria en 2015 en las elecciones presidenciales en Guatemala de un evangélico, profesor de teología y ex actor, Jimmy Morales, y el triunfo en 2018 de un ex militar cercano a los evangélicos, Jair Bolsonaro en Brasil atestiguan una etapa nueva de participación de neopentecostales en los procesos políticos del continente. Cabe destacar que Jimmy Morales y Jair Bolsonaro no se posicionaban como evangélicos “puros”: su lema principal era la lucha contra el sistema podrido de corrupción. Considerándose un “ejército triunfante de Dios”, los predicadores radicales neopentecostales llaman al derrocamiento del corrompido estado actual y proponen la candidatura de Dios al presidente: “El hombre unido a Dios en un vínculo de amor, no necesita ser gobernado por otros seres humanos, sino solo por Dios” [14, p. 28]. Entonces, tal sociedad será libre de corrupción. De esta manera el proyecto de reestructuración de la sociedad conforme a la moral conservadora religiosa se hizo una alternativa al proyecto liberal de globalización de mercado. Empero, en América Latina el actor principal de dicho proyecto es el así llamado “pueblo evangélico” en general, sin diferencias étnicas ni nacionales. En este contexto, en Latinoamérica, empezó a formarse una identidad nueva, para la cual la agenda de moralidad —expresada a través de la religión— es predominante.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil 

Este proceso será prolongado, variable según el país, y por eso los líderes religiosos nuevos, al salir a la arena política de sus países, usan una amplia gama de herramientas y mecanismos para conquistar al electorado. Los neopentecostales involucran a los pintores, actores y deportistas renombrados que, en ocasiones, no comparten sus conceptos teológicos pero empiezan a posicionarse como cristianos. El ejemplo más reciente es la participación del cantante, presentador y miembro del partido Restauración Nacional Fabricio Alvarado en las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2018. Jair Bolsonaro cambió siete partidos antes de afiliarse, justamente en vísperas de las elecciones de 2018, al Partido Social Liberal, apoyado por diversas comunidades neopentecostales [15]. La inconsistencia política la muestra también una de las líderes políticas no solo de Brasil, sino de todos los neopentecostales latinoamericanos, Marina Silva, que fue parte del Partido Comunista, del Partido de los Trabajadores, del Partido Verde y del Partido Socialista Brasileño y ahora fundó su propio partido, Rede Sustentabilidade. En la cultura política de los países de América Latina surge también un fenómeno absolutamente nuevo que obviamente tiende a propagarse de forma amplia dentro de los procesos políticos futuros. Es la aparición, en calidad de líderes políticos nuevos, de las esposas de pastores evangélicos, lo que se nota especialmente en los países de América Central y Brasil.

Modelos subregionales de participación de la “teología nueva” en los procesos políticos de América Latina

Tomando en consideración diferentes formas y mecanismos de participación de los neopentecostales en la política, se puede destacar tres modelos principales subregionales: centroamericano, sudamericano y brasileño.

En el marco del primer modelo, aparentemente, sería más probable la creación de partidos religiosos separados o frentes políticos que unirían distintas comunidades evangélicas. La causa principal de tal posición de los neopentecostales consiste en su predominancia numérica en el momento actual: en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala su número supera el 40% de todos los creyentes. En Guatemala, por ejemplo, en las elecciones presidenciales un candidato evangélico ganó tres veces (en 1982, 1991 y 2016). La última campaña presidencial en Costa Rica (2018) evidencia que tales escenarios pueden hacerse una realidad. En este país, de un sistema democrático muy firme y con tradiciones del sistema bipartidista, apenas llegó al poder un neopentecostal radical con un programa religioso de valores. Los expertos están convencidos de que la causa de tal éxito fue la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos respecto a la legalización de matrimonios homosexuales [16]. Una situación parecida se está desarrollando en Panamá donde, después de aprobar en el año 2016 la ley liberal sobre la educación sexual en las escuelas, los neopentecostales, al haber formulado su programa de interdictos morales, se hacen actores políticos principales del país, aunque sin haber logrado por el momento una ventaja numérica. Por otro lado, los católicos en estos países son principalmente partidarios de comunidades carismáticas, lo que los acerca extraordinariamente a los neopentecostales. Esto hace posible que los católicos y neopentecostales se unan en torno a una agenda orientada a las cuestiones morales y la familia, lo que puede llevar a una dirigencia indirecta de tales coaliciones por líderes evangélicos. En América Central, lo más probable, en los próximos años, es que pueden aparecer presidentes evangélicos que se unirán a evangélicos de diferentes corrientes y a católicos carismáticos en su oposición a la ideología liberal de género [2, р. 83].

El segundo modelo que se podría llamar sudamericano, tiene que ver más con la estrategia de alianzas y coaliciones políticas que de partidos particulares y frentes. En esta región, hasta hoy día, no se han logrado consolidarse partidos evangélicos exitosos. Aquí no se presentó ni un solo candidato evangélico que se encontrara cerca de una victoria en las elecciones presidenciales. Partiendo de tal realidad política, los evangélicos sudamericanos prefirieron participar en difirentes partidos políticos ya existentes y poseedores de un electorado tradicional. En el marco de tal táctica los neopentecostales lograron conseguir que en casi todos los partidos de izquierda y derecha hay evangélicos, lo que les posibilitó tener sus representantes propios en parlamentos nacionales. En estos países la “agenda de género” en defensa de los valores cristianos no fue un tema principal de las campañas electorales. Esto se explica en parte con que las leyes de aborto o matrimonio entre personas del mismo sexo ya están aprobadas, por ejemplo en Chile y Argentina [17, р. 49]. La situación en México, a su vez, también tiene su especificidad lo que acerca el país al modelo sudamericano. En este país, en 2018, el candidato presidencial de izquierda Andrés Manuel López Obrador fue apoyado por el sector evangélico, el Partido Encuentro Social (PES). [18, р. 14] Tales coaliciones políticas nuevas hacen posible suponer que la interacción entre la religión y política incluso en México tenderá a fortalecerse.

El tercer modelo, el brasileño, es una combinación del primero y el segundo: aquí se utiliza tanto el propio partido religioso como una “fracción evangélica” dentro de los partidos políticos. El problema serio de los evangélicos brasileños actualmente es su fragmentación y hasta su enemistad; si lograran unirse, se harían el partido religioso más grande de Brasil. Sin embargo, por ahora utilizan el instituto de la “bancada evangélica” en el Congreso, donde por muchas cuestiones votan de forma consolidada con los congresistas católicos o con los que representan regiones rurales. Ellos representan 26 comunidades evangélicas distintas y pertenecen a 23 partidos políticos diferentes [2, р. 86]. De tal manera, en perspectiva cercana en Brasil serán utilizados ambos formatos de participación política de neopentecostales.

Conclusión

El triunfo de la secularidad no ha llevado a la desaparición de la religión. Al contrario, la así llamada “agenda de género”, avanzando desde los países del “vellón de oro” del norte al sur chocó en América Latina contra un obstáculo inesperado en forma del neoprotestantismo que simboliza el rechazo a los matrimonios homosexuales, al aborto, a la eutanasia, a la educación sexual temprana, etc. Los neopentecostales dan respuestas conservadoras a las cuestiones candentes, utilizando al mismo tiempo tácticas psicológicas inapropiadas. Por otro lado, sus proyectos económicos no se distinguen por novedad. Criticando el mercado liberal, ellos propagan los mismos mitos de riqueza y prosperidad, negocio y ganancia. Así, el presidente hondureño actual Juan Orlando Hernández, representante del conservador Partido Nacional de Honduras, es apoyado por la Confraternidad Evangélica de Honduras (CEH) e implementa una política económica liberal, que ha empeorado la situación económico-social, lo que, en combinación con la acentuación del enfrentamiento político y crecimiento de la violencia dio impulso al éxodo migratorio de población [19, р. 90].

En condiciones de la propagación global del absentismo político y de pérdida por parte de los partidos políticos tradicionales de sus bases ideológicas, cuando la diferencia entre la izquierda y la derecha se está desdibujando cada vez más, son las instituciones religiosas las que ganan mayor popularidad y resultan buscadas políticamente. Las agendas “morales” se convierten en agendas “políticas”, y esto se ha hecho una herramienta que ha reiniciado los procesos políticos por todo el mundo. Los países de América Latina van a la vanguardia de dichos procesos.

* Ph.D. (Historia), profesor titular (abramova-m@mail.ru). Facultad de Ciencias Políticas. Universidad Estatal Lomonósov de Moscú, Federación de Rusia.

Bibliografía

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Referencias

[1] Dentro de este término en América Latina se incluyen tradicionalmente múltiples comunidades protestantes y neoprotestantes de orientaciones diferentes. En el presente artículo nos atenemos a tal interpretación. 

[2] Además de América Latina, el neopentecostalismo se difunde a gran escala en India, Corea del Sur y Rusia.

[3] De esta iglesia más tarde provinieron los líderes famosos del neopentecostalismo guatemalteco: Jorge H. López, fundador de la iglesia Mega Fráter (1978), Luiz Fernando Solar, que fundó la Iglesia de Jesucristo la Familia de Dios (1990), Harold Caballeros López, creador de la iglesia El Shaddai en el año 1983. Probablemente el más conocido en el momento es Carlos “Cash” Luna, quien abrió la Iglesia Casa de Dios en 1994.

CAMBIO E INSTITUCIONALIZACIÓN EN LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA LATINOAMERICANOS: BREVE REPASO

Fabricio Rauber Lema*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Introducción

En noviembre de 2015, una serie de ataques terroristas perpetrados en París dejaron más de 120 muertos y centenares de heridos. Según reportes policiales, sujetos armados con fusiles de asalto y explosivos generaron tiroteos “en los distritos 10 y 11 de la capital, además de provocar varias detonaciones cerca del Estadio de Francia”[1]. El punto más grave donde el ataque tuvo lugar fue en la sala de conciertos Bataclan, en la que murieron más de 80 personas. François Hollande, entonces Presidente de Francia, declaró el estado de emergencia en toda la República y el cierre de fronteras.

Meses después, una comisión estatal encargada de investigar el ataque y la respuesta que dieron los organismos estatales al mismo —de la que formaron parte los diputados Georges Fenech y Sébastien Pietrasanta—, afirmó que hubo “varios fallos en la gestión global de la amenaza terrorista (…) destacando la ausencia de preparación de Francia frente a este tipo de acciones”[2]. Del informe presentado se derivaba como parte primordial la reforma del servicio de inteligencia francés; entre las 39 propuestas emitidas para luchar contra el terrorismo —asunto sobre el que se centró la atención del debate político y público—, cuenta Fernández), estaba la creación de una agencia nacional de inteligencia y la fusión de tres entidades de élite (GIGN, RAID y BRI)[3]. A la falta de coordinación entre entidades del ramo y la presunta incapacidad para detectar la amenaza y su naturaleza, se le atribuyó una directa denominación como fallo de inteligencia.

La no articulación entre miembros de un determinado sistema de Inteligencia o la no identificación de una amenaza a tiempo supone serias consecuencias que, como en el caso descrito y uno de los escenarios más catastróficos, puede incluso costar vidas de ciudadanos y ciudadanas. Lejos de la idealización de la actividad de inteligencia y contrainteligencia implantada por el séptimo arte, donde los agentes transitan entre país y país, a bordo de lujosos automóviles y accionando sofisticadas armas que podrían fácilmente encajar en la ciencia ficción, la actividad de inteligencia y contrainteligencia supone tareas mucho más profundas de operaciones y análisis para la obtención de datos e información en busca de seguridad y oportunidades para el Estado y su ciudadanía. Es una actividad que, como otras, ha mutado a fin de ajustarse a las características y necesidades que la sociedad actual demanda y que, para el caso de los países latinoamericanos, supuso un encuadre dentro de conflictos ajenos que causaron serias heridas sociales y desconfianza colectiva. Hoy, sin haber superado aún tal bache por completo, se tienen en frente amenazas para la región que son objeto de una intervención colectiva y estratégica. 

Primeras prácticas

Luis Darío Buitrago explica que la inteligencia es una actividad cuya práctica se remonta a siglos atrás y ha fungido como una herramienta para el “desarrollo de los pueblos”[4]. Relata que en China se tienen los primeros registros sobre el empleo de espías. En el siglo XIX a.C., el rey Shao-K’ang envío a un colaborador para que vigile al asesino de su padre, mientras él reunía lo necesario para implantar la dinastía Xia. Tiempo después, Yi Yin, el que sería el primer espía reconocido, trabajó como agente encubierto para la dinastía Shang, y tuvo un papel preponderante en las campañas para derrotar a los Xia[5]. Yi Yin pasó como consejero del emperador Chieh y, gracias a su trabajo y jornadas junto a la autoridad, hizo un perfil sobre cómo era éste, lo que permitió, según cuenta Buitrago, realizar operaciones psicológicas sobre él.

En otro ámbito, continúa Buitrago, el primer desertor reconocido en la historia china fue Tai Kung, quien había sido espía para los Shang y se puso a servicio de la dinastía Zhou, a quienes informó sobre la organización, poderío militar, debilidades y fortalezas de los primeros. Con los datos entre manos, los Zhou pudieron “sorprender a los Shang en la batalla decisiva que terminó por derrocarlos”[6] (Sanz 2012, 05).

Durante la segunda guerra púnica, añade Buitrago, los comandantes romanos empleaban espías, colaboradores, embajadores y otros recursos para obtener datos e información que les permitiera conocer acerca de las actividades de los pueblos y combatientes cartagineses. Durante la Segunda Guerra Púnica, tales datos fueron fundamentales para interceptar dos ejércitos al mando de Asdrúbal Barca.

Así como se tenían actividades para la obtención de datos en el terreno, otras tareas como la recolección de imágenes resultaban estratégicas para conocer las capacidades y distribución del oponente. De acuerdo con la raíz misma de la actividad de inteligencia, en el seno militar se desarrollaron medios tecnológicos para obtener dichos datos que apoyaban la planificación de operaciones.

La primera vez que se utilizan medios aéreos para la obtención de imágenes estratégicas es en la batalla de Fleurus, en 1794, donde el Cuerpo Aerostático Francés de la Primera República usó un globo retenido por cuerdas, l’Entreprenant, para ganar un punto de observación que sería determinante en el transcurso de la batalla.[7]

Desde sus inicios, la inteligencia y la contrainteligencia vieron en su naturaleza el empleo militar fundamentalmente. Sin embargo, explica Andrew Rathmell, dicha actividad tuvo un proceso de evolución tardío, como “profesión y proceso moderno” [8] respecto del momento histórico en el que la sociedad se ubicaba. En el periodo temprano de la llamada modernidad, la inteligencia era un asunto militar y diplomático ad hoc. En dicha época, los servicios de inteligencia eran informales y, en muchos pasajes, una tarea personal. La actividad se fue formalizando tras el establecimiento de embajadas desde el siglo XVII y la evolución de las relaciones internacionales. La inteligencia militar inició un proceso de estructuración moderna “durante la era napoleónica a medida que en que la naturaleza de la guerra cambiaba y los requerimientos para información de uso militar útil se incrementaron”[9] [10].

A finales del siglo XIX, en medio de latentes conflictos bélicos y una habitual coyuntura beligerante, las potencias de entonces comenzaron a integrar la inteligencia y la contrainteligencia en las funciones del mundo militar, y la acreditación de agregados se normalizó. Conforme al avance de la tecnología, tanto desde lo industrial cuyas aplicaciones se dirigían a la cotidianidad ciudadana y empresarial, y a aquella de fines militares, fungieron como una oportunidad para que la inteligencia tomara un rol más sólido, en el marco de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, esa necesidad y papel relevante que tomó, dio paso para que los medios técnicos y tecnológicos también experimentasen un avance para la recolección de datos y su difusión. Por un lado, la inteligencia y la contrainteligencia se ubicaron como actividades fundamentales para el conocimiento del entorno y de la naturaleza del oponente y también se cimentaron las bases de ésta como una entidad estructurada, organizativa y con procesos propios.

El periodo entreguerras, continúa Rathmell, detuvo la institucionalización en marcha. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo un enorme avance debido a la escalada mundial de las necesidades de datos e información y el alcance de las operaciones. Allí, los consumidores de inteligencia y de contrainteligencia ya no fueron solamente las instancias militares —a las que naturalmente correspondía— sino también a las políticas. En otra instancia, y quizá no como un objetivo primigenio, la coalición contra Alemania y Japón dio como producto una comunidad de inteligencia, anclada en la estructura del Reino Unido y de los Estados Unidos.

Las estructuras de inteligencia de la Guerra Fría que surgieron en las décadas de 1940 y 1950 profundizaron y ampliaron esta institucionalización de la inteligencia. Por primera vez, la inteligencia desarrolló las características de un proceso y una profesión verdaderamente modernos. Curiosamente, el surgimiento de la inteligencia “moderna” tuvo lugar en una era en que la modernidad misma comenzaba a ser desafiada en las esferas artística e intelectual.[11]

Luego del cese de las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad de inteligencia conformada había implementado una estructura burocrática permanente, con responsabilidades determinadas y procesos de producción establecidos. Las nuevas necesidades de información, esta vez en el marco de la Guerra Fría, ya no tenían que ver con un conflicto abierto, sino en la confrontación de dos bloques ideológicamente opuestos y que planteaban ordenamientos sociales divergentes. Tres características de la Guerra Fría proporcionaron a los servicios de inteligencia su modelo de funcionamiento y objetivos, según Andrew Rathmell:

    1. Escalada de la amenaza percibida: ideología y aniquilación nuclear.
    2. Naturaleza militarizada del objetivo: recolección de indicadores técnicos, científicos y económicos sobre el oponente.
    3. Previsibilidad del contexto geopolítico: el enfoque de las tareas apuntaba al monitoreo de las actividades militares y estratégicas de la Unión Soviética.

Dentro de tal escenario, la inteligencia y la contrainteligencia operaban con blancos específicos cuyo tratamiento obligaba, en la mayoría de ocasiones, al empleo de técnicas clandestinas que profundizaron la separación entre el servicio, la sociedad y los intereses de ésta.

Nuevo sentido

El fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética supusieron el posicionamiento de un modelo económico con claros roles para el Estado y el sector privado, de donde derivaban percepciones de mundo y organización social, la preponderancia de una ideología hegemónica y, entre otras cosas, la superación de anteriores objetivos para las actividades de inteligencia. Frente a la ausencia del bloque antagónico y la amenaza que implicaba, apunta nuevamente Rathmell, surgieron múltiples críticas que demandaban la reforma de los servicios de inteligencia y los blancos de tratamiento sobre los que ubicaban su atención, sobre todo en un momento donde la revolución de la información dotaba de necesidades y herramientas nuevas y se avizoraba el surgimiento de amenazas transnacionales.

Sherman Kent, analista de Inteligencia y director de la Office of National Estimates (ONE), una prestigiosa dependencia de la CIA, fue quien tras publicar su célebre texto Strategic Intelligence for American World Policy, inauguró una novedosa visión de la inteligencia donde ésta se vuelve estratégica para el análisis de los fenómenos, riesgos y amenazas.

El inicio de una era de información ha permitido cambios dramáticos que abarcan el fin del comunismo, el inicio del «estado de mercado», con las transformaciones que lo acompañan en los roles del Gobierno y de actores privados, el surgimiento de Estados emergentes y la proliferación de actores no estatales. La inteligencia ahora tiene muchos objetivos, no uno; muchos consumidores, no sólo unos pocos; y vastas cantidades de información que es en gran medida poco confiable, no una escasez de información que proviene principalmente de satélites o espías y, por lo tanto, se considera precisa.[12]

El nuevo estadio de la inteligencia, denominada estratégica, no se ceñía a la identificación de aquellos posibles factores que constituyen lo antagónico, sino a un estudio y análisis del fenómeno donde se ubican los objetivos planteados, sus amenazas y las oportunidades que se pueden desprender de él. Es una tarea que busca minorar el aspecto reactivo y profundizar lo prospectivo. Don Macdowell[13], explica que para que la inteligencia estratégica tenga el éxito deseado, está sujeta a dos aspectos:

    1. Convencimiento al aparado directivo sobre la necesidad de un buen análisis para una alcanzar una buena planificación.
    2. Capacitación adecuada y amplia a los responsables de realizar el análisis, para que comprendan lo que implica la aplicación de sus habilidades y conocimientos en cuestiones estratégicas.

La actividad en Sudamérica

La inteligencia y contrainteligencia en nuestra región ha estado ligada en el imaginario social, y con justa razón, a tareas clandestinas, encubiertas y, principalmente, de persecución. En su germen, los servicios apuntaban hacia el tratado de objetivos a nivel interno, que luego se alinearon a la lucha contra una ideología determinada durante la Guerra Fría. Gómez de la Torre Rotta explica que el inicio formal de la actividad en América del Sur se ubica en mediados de los años cuarenta[14]. Entonces, Argentina creó la Coordinadora de Informaciones del Estado (CIDE) y Brasil, de su lado, el Servicio Nacional de Informaciones y Contra-informaciones (SFICI). En 1947, el PRI crea en México la Dirección Federal de Seguridad (DFS). El ejercicio de dichas entidades les alineó más a una verdadera policía política.

Ya en medio de la Guerra Fría, en Colombia se creó, en 1953, el SIC-DAS. En 1960, durante el gobierno de Manuel Prado, en Perú nació el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).

La revolución cubana, como principal evento de la región, se ancló en el mapa mundial del enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. En países de Sudamérica la disputa entre ambos bloques se alineó a la Doctrina de Seguridad Nacional, promovida por el país del norte, y que buscaba combatir la diseminación y avance del comunismo. A la luz de los hechos surgen —o se reforma—, por ejemplo, en Brasil el Servicio Nacional de Informaciones (1964); en Venezuela, la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (1969); la Dirección de Inteligencia Nacional y la Central Nacional de Informaciones, en Chile; la Dirección Nacional de Inteligencia, en Ecuador o la Agencia Nacional de Servicios Especiales, de El Salvador.

En el otro frente, entidades inspiradas en la doctrina y tareas de inteligencia de la URSS tuvieron su germen en instituciones como la Dirección General de Inteligencia cubana, y luego, con apoyo de la isla, la Dirección General de Seguridad del Estado en Nicaragua.

Durante dicha época, la inteligencia y la contrainteligencia en los países de la región estaba orientada hacia la seguridad interna, donde se buscaba un enemigo ideológico, los mecanismos para contrarrestarle y sus posibles efectos subversivos que se deriven, dentro de un campo de acción caracterizado por la falta de control y límites a las operaciones. José Manuel Ugarte afirma que en aquel momento las características de la inteligencia estaban alineadas a la “doctrina de seguridad continental y fronteras ideológicas de contrainsurgencia (…)”.

La actividad de inteligencia de la época tuvo caracteres comunes, aplicables en menor grado al caso costarricense: competencias muy amplias, orientadas fundamentalmente al ámbito interno, derivadas de conceptos de seguridad de gran amplitud (…) analizaba la propia sociedad, buscando allí al enemigo ideológico (…).  El objeto fundamental de tal actividad era el de detectar en la propia sociedad el enemigo u oponente de carácter subversivo, para lo cual se entendía necesario, como se sostenía a la época, conocer el acontecer de toda la sociedad. Esa orientación hacia la propia sociedad, sin límites de ninguna naturaleza, constituyó –con algunas excepciones- la característica más saliente de la actividad de inteligencia latinoamericana durante la Guerra Fría, que influiría en cierto grado en las características de tal actividad durante épocas posteriores.[15]

El fin del conflicto Este-Oeste, así como generó debate acerca de los objetivos sobre los que debería enfocarse la inteligencia en los Estados Unidos, acarreó análoga reflexión para los servicios en el sur del continente. El interés político que conllevaba el control y manejo de los servicios, capitalizado por la experiencia dejada sobre la población, fue uno de los primeros motores que llevaron a la democratización de éstos, como apunta Gómez de la Torre Rotta[16], y encuadrarlo en el estado de derecho. El proceso de institucionalización de la inteligencia y contrainteligencia en la región inició a través de la expedición de normativas que buscaban definir la actividad, y fijarle límites y contrapesos. Años después, tales cambios se acrecentaron frente a la proliferación de nuevas amenazas y a los cambios geopolíticos mundiales que afectaron, en la medida correspondiente, a la región[17]. En este sentido, se pueden mencionar los siguientes ejemplos:

País[18]

Año Normativa Detalle
Argentina 1991 Ley N°24.059, de Seguridad Interior Instauró el primer órgano de control legislativo para inteligencia y de seguridad interior en Latinoamérica. Creó una Comisión Bicameral de Fiscalización de Seguridad Interior e Inteligencia. La Ley fue modificada por la N° 25.520 (2001) y la N° 27.126 (2015).
Brasil 1999 Ley N°9.883 Creó el Sistema Brasileño de Inteligencia (SISBIN) y de la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN).
Venezuela 2000 Ley del Sistema Nacional de Inteligencia Junto a la de 2000, en 2008 la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia fue el segundo intento por aprobar un marco normativo en dicha materia. Según críticos de la época, el proyecto incluía aspectos que menoscababan los derechos individuales.

En 2010, el Decreto N° 7.453 convirtió a la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) en el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), bajo control del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores y Justicia.

Perú 2001 Ley N° 27.479 Sustituida por la ley N° 28.664 (2006) y luego modificada por el Decreto Legislativo N° 1141 (2012).
Chile 2004 Ley N° 19.974 Fue creada la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), y reemplazó a la Dirección de Seguridad Pública e Informaciones.
México 2005 Ley de Seguridad Nacional Dentro del marco normativo de incluyeron aspectos sobre Inteligencia.
Guatemala 2005 Ley 71 y Ley 18 Sobre la Dirección Nacional de Inteligencia Civil  (71) y el Marco del Sistema Nacional de Seguridad, donde se abordan normas para la función de inteligencia.
Ecuador 2009 Ley de Seguridad Pública y del Estado Creó la Secretaría Nacional de Inteligencia (SENAIN). En diciembre de 2018, el Decreto Ejecutivo N° 526 eliminó la entidad tras ser ésta objeto de críticas y reparos a las acciones que llevó a cabo, y dio paso al Centro de Inteligencia Estratégica.
Nicaragua 2010 Ley N° 750, Ley de Seguridad Democrática de la República de Nicaragua Creó el Sistema Nacional de Seguridad Democrática, donde a la Dirección de Información para la Defensa se le dio funciones de Secretaría Ejecutiva. Fue reemplazada, en 2015, por la N° 919, la Ley de Seguridad Soberana de la República de Nicaragua.
Bolivia 2010 Varios proyectos legislativos acerca de Defensa y Seguridad Algunos de las propuestas trataban sobre el Sistema de Inteligencia del Estado Plurinacional, donde se planteaba la creación de la Dirección de Inteligencia del Estado Plurinacional, que estaría fiscalizada por una comisión en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Colombia 2011 Ley Estatuaria N° 1.621 En 2011 se suprimió, mediante Decreto N° 4.057, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) tras serios cuestionamientos sobre sus actividades, asimismo, se creó la Dirección Nacional de Inteligencia, a través del Decreto N° 4.179.
Paraguay 2014 Ley N° 5.241 Creó el Sistema Nacional de Inteligencia y la Secretaría Nacional de Inteligencia. Depende directamente del Presidente de la República.

Pese a que los marcos normativos, que suponen un avance no menor para la institucionalización de la inteligencia y de la contrainteligencia en la región, el proceso ha trascurrido —quizá— no a la brevedad esperada, y en medio de cuestionamientos y críticas hacia algunos servicios por alejarse de su misión esperada y convertirse en herramientas coyunturales con determinados fines políticos. Por la naturaleza de la actividad, y el poder que conlleva su manejo frente a la capacidad de los sistemas para estudiar el entorno social y sus componentes, resulta imperioso claros márgenes normativos para sus acciones.

(…) el proceso de institucionalización de inteligencia en América Latina tuvo un trasfondo marcado por la guerra fría, y hoy en día es característico que las estructuras tengan como eje de acción la seguridad interior y la defensa nacional. Además de los cambios de paradigma (…) aun [sic] siguen presentes las prácticas del enemigo interno (…).[19]

Consideraciones finales

El escenario actual que viven los países en el continente no precisa de una visión sobre los objetivos de inteligencia tradicionales. Las amenazas y conflictos híbridos, cuyas expresiones se pueden manifestar de forma simultánea en diversos ámbitos como el legal, cibernético, económico, político, comunicacional y mediático, y que en su naturaleza combinan elementos de diversos fenómenos con la participación de actores no estatales y en formas multimodales, según apunta Mariano Bartolomé[20], arrojan necesidades de análisis y tratamiento diversas para el estudio de los fenómenos, sus participantes, efectos e, incluso, las oportunidades para el Estado que puedan identificarse. Dichos fenómenos modifican las relaciones sociales entre ciudadanos y desde los sujetos hacia el Poder, y alteran conceptos clásicos como el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado —planteado por Weber—, que moviliza la actividad a diferentes dimensiones y sujetas a respuestas transdisciplinares. Un ejemplo de ello es el narcotráfico.

La institucionalización de la Inteligencia y de la Contrainteligencia en Latinoamérica requiere de un fortalecimiento orgánico que permita tener entidades sólidas con claros márgenes de acción y de personal altamente calificado, no sólo en las áreas del conocimiento que les corresponde, sino en cuanto a ética, sentido de pertenencia y servicio a la ciudadanía, principal beneficiario de los logros que puedan alcanzarse. Por otro lado, y con un papel preponderante, es necesario fomentar la Cultura de Inteligencia en la población, de modo tal que permita superar los imaginarios negativos asociados al campo y que posicionen la necesidad e importancia de la Inteligencia fundamentalmente para la seguridad del Estado y su ciudadanía, pero también como un elemento adicional de desarrollo de las naciones.

 

Referencias

Bartolomé, Mariano. “Amenazas y conflictos híbridos: características distintivas, evolución en el tiempo y manifestaciones preponderantes”. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudio de Seguridad. No.25, 2019, p. 8-23.

Buitrago, Luis Darío. “El paradigma de la Inteligencia en el Estado democrático de Derecho”. Nuevos paradigmas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas, Instituto Latinoamericano de Altos Estudios (ILAE), Lima, Perú, 2013, p. 27-44.

Carlos Yárnoz. “Más de 120 muertos en los atentados de París”. El País (España), 14/11/2015, <https://elpais.com/internacional/2015/11/13/actualidad/1447449607_131675.html>.

Fernández, Sophie. “Fallos de inteligencia en los atentados de París”. La Voz de Galicia, 06/07/2016, <https://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/07/06/fallos-inteligencia-atentados-paris/0003_201607G6P19992.htm>.

García Pérez, Heiner. “Servicios de inteligencia en América Latina, una visión comparada de la inteligencia estratégica: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú”. Tesis. Bogotá: Universidad del Rosario, septiembre de 2018.

Gómez de la Torre Rotta, Andrés. “Servicios de Inteligencia y democracia en América del Sur: ¿Hacia una segunda generación de reformas normativas?” Agenda Internacional, 2009, p. 119-130.

Mcdowell, Don. Strategic Intelligence: A handbook for Practitioners, Managers, and Users. Maryland: The Scarecrow Press, 2009.

Rathmell, Andrew. «Towards postmodern Intelligence .» Intelligence and National Security, 2010, p. 87-104.

Sanz, Antonio. Historia de la inteligencia China: de Sun-tzu a la ciberguerra. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2012.

Treverton, Gregory. Reshaping national intelligence for an age of information. Cambridge: Cambridge University Press, 2004.

Ugarte, José. “Actividades de Inteligencia en América Latina: características, fortalezas, debilidadades, perspectivas de futuro”. Política y Estrategia. Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, 2016, p. 37-74.

Walburga, Wisheu. “Debate sobre la historicidad de la dinastía Xia y sus capitales: ¿fue Wangchenggang la capital de Yu?”. Estudios de Asia y de África, vol. 30, núm. 3 (98). Septiembre de 1995. https://estudiosdeasiayafrica.colmex.mx/index.php/eaa/article/view/1587/1587.

 

* Estudios en periodismo, Política Pública, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO); e Inteligencia. Analista de política pública y temas relacionados a Inteligencia, Contrainteligencia y Seguridad.

Referencias

[1] Carlos Yárnoz. “Más de 120 muertos en los atentados de París”. El País (España), 14/11/2015,  <https://elpais.com/internacional/2015/11/13/actualidad/1447449607_131675.html>, [consulta: 16/02/2020].

[2] Fernández, Sophie. “Fallos de inteligencia en los atentados de París”. La Voz de Galicia, 06/07/2016. <https://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/07/06/fallos-inteligencia-atentados-paris/0003_201607G6P19992.htm>, [consulta: 16/02/2020].

[3] Ídem.

[4] Buitrago, Luis Darío. “El paradigma de la Inteligencia en el Estado democrático de Derecho”. Nuevos paradigmas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas, Instituto Latinoamericano de Altos Estudios (ILAE), Lima, Perú, 2013, p. 28.

[5] En algunos espacios también llamada Hsia, es la dinastía más antigua en la historia de China. Sobre ella, tan sólo existen referencias literarias aunque, como explica Wisheu Walburga (1995), los relatos sobre su origen, existencia, obras y demás fueron puestas en duda debido a la falta de evidencia arqueológica que la respalde. Para  Gu Jiegang  -añade Walburga- de acuerdo a la tesis de la estratificación, dicha época fue modelada según las necesidades políticas de periodos concretos. Algunos hallazgos, como el complejo Erlitou, dan cuenta de asentamientos organizados con divisiones administrativas pero, hasta el momento, no son concluyentes para esbozar un entramado de sucesión dinástica.

[6] Sanz, Antonio. Historia de la inteligencia China: de Sun-tzu a la ciberguerra. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2012, p. 5.

[7] Buitrago, Luis Darío. Op. cit., p. 30.

[8] Rathmell, Andrew. “Towards postmodern Intelligence”.  Intelligence and National Security, 2010, p. 90.

[9] Traducción del autor.

[10] Ídem.

[11] Rathmell, Andrew. Op. cit., p. 90, (traducción del autor).

[12] Treverton, Gregory. Reshaping national intelligence for an age of information. Cambridge: Cambridge University Press, 2004, p. 6 (traducción del autor).

[13] Mcdowell, Don. Strategic Intelligence: A handbook for Practitioners, Managers, and Users. Maryland: The Scarecrow Press, 2009.

[14] Gómez de la Torre Rotta, Andrés. “Servicios de Inteligencia y democracia en América del Sur: ¿Hacia una segunda generación de reformas normativas?” Agenda Internacional, 2009, p. 119-130.

[15] Ugarte, José. “Actividades de Inteligencia en América Latina: características, fortalezas, debilidadades, perspectivas de futuro”. Política y Estrategia. Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, 2016, p. 44.

[16] Gómez de la Torre Rotta, Andrés. Op. cit.

[17] Uno de los eventos más relevantes que dio paso al cambio de paradigma en la Inteligencia fue el ataque a las Torres Gemelas, en los EE.UU. A partir de ello, el fenómeno del terrorismo fue entendido como una amenaza diferente que conjugaba factores y motivaciones diversas y actores no estatales.

[18] Elaboración propia, con base a Ugarte (2016) y Gómez de la Torre Rotta (2009).

[19] García Pérez, Heiner. “Servicios de inteligencia en América Latina, una visión comparada de la inteligencia estratégica: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú”. Tesis. Bogotá: Universidad del Rosario, septiembre de 2018.

[20] Bartolomé, Mariano. “Amenazas y conflictos híbridos: características distintivas, evolución en el tiempo y manifestaciones preponderantes”. URVIO, Revista Latinoamericana de Estudio de Seguridad. No.25, 2019, p. 8-23.

LOS PRIMEROS VEINTE AÑOS DE PUTIN AL FRENTE DE RUSIA Y DESPUÉS

Alberto Hutschenreuter*

Imagen de Виктория Бородинова en Pixabay

El 7 de mayo se cumplieron veinte años desde que Vladimir Putin llegó a la presidencia de Rusia. Considerando que quien ocupó esa función entre 2008 y 2012 fue un hombre colocado allí por el mismo Putin, quien durante esos cuatro años se desempeñó como primer ministro (con poder), pues la Constitución le impedía ejercer un tercer mandato consecutivo, el hombre de San Petersburgo ha estado al frente del poder de manera prácticamente ininterrumpida durante las dos décadas que lleva el siglo.

Poco a poco, Putin se va acercando a la regularidad rusa en materia de tiempo de liderazgo: entre 25 y 35 años. Recordemos que en el siglo XIX solo cinco zares estuvieron al frente de Rusia, y en el siglo XX, tras la Revolución de Octubre, siete secretarios generales del PCUS gobernaron el país hasta su desaparición en 1991.

De acuerdo con las tendencias, es posible que la Constitución sea próximamente reformada y el presidente ruso quede finalmente habilitado para presentarse en las presidenciales de 2024, cuando tendrá 72 años. A partir de entonces dispondrá de muchos años en el poder, aun considerando un escenario en el que pierda las elecciones en 2030, situación que dependerá del mandatario superar o no “el gran reto ruso”. En el caso que Putin gobierne Rusia hasta 2036, habrá sido el líder que más tiempo estuvo al frente de Rusia desde el siglo XVII, cuando se inició la dinastía de zares Romanov, que se acabó en 1917 con la abdicación de Nicolás II.

Hasta hoy, el presidente Putin ha sido un líder al que podemos considerar un reparador estratégico de Rusia. Y decimos hasta hoy, porque si bien la tendencia indica que continuará así en los próximos años, podrían llegar a suceder hechos que pongan al líder ruso en aprietos. Esos hechos implicarían situaciones de naturaleza externa antes que interna (que también podrían suceder); por caso, si ocurriera que la OTAN finalmente se decidiera por realizar una “fuga hacia delante” e integrara a Ucrania y Georgia a su cobertura político-estratégica, ello implicaría la segunda victoria de Occidente sobre Rusia: mientras la primera fue sobre la Unión Soviética, esta otra victoria sería sobre su “Estado-continuador”, la Federación Rusa, y entrañaría una victoria final.

Entonces, Rusia quedaría en la peor de sus pesadillas geopolíticas: un país rodeado, encerrado y sin profundidad estratégica, dos situaciones que protohistóricamente los zares y los mandatarios soviéticos han logrado evitar, pues ello pondría en juego la propia supervivencia del Estado ruso. Salvando diferencias, una situación así sería el equivalente de una derrota soviética en la guerra contra Alemania. Claro que este último escenario habría sido extremo, pues hubiera supuesto la ocupación del país por parte de otro y el descenso de la población soviética a la condición de vasallaje.

Pero en términos de los nuevos conceptos relativos con la guerra, aquella hipótesis, que sin duda entrañaría un riesgo muy alto para la estabilidad internacional, pues en el menos peor de los casos Ucrania perdería la mitad de su territorio, y en el peor se desataría una confrontación militar entre la OTAN y Rusia con consecuencias impredecibles, habilitaría otras medidas que podrían debilitar sensiblemente a Rusia, por ejemplo, negar demandantes de sus bienes mayores: el gas y el petróleo, algo que se pretende hoy.

Ante tal situación, difícilmente Putin podría mantenerse en el poder: casi correría la misma suerte de Gorbachov. Mientras este líder terminó siendo el responsable del fin de la URSS, aquel sería el responsable del fin de las salvaguardas geopolíticas mayores de Rusia.

Pero se trata de una hipótesis. Es difícil que la OTAN llegue a desafiar a tal punto a la Rusia de Putin. Algo así se podría haber hecho Estados Unidos entre 1945 y 1949, cuando el poder de este país era determinante ante una URSS por entonces sin armas atómicas. Nunca volvió a disponer Occidente de una oportunidad así, ni siquiera en los años ochenta cuando la Unión Soviética no estuvo en condiciones de desafiar el ímpetu estratégico-tecnológico de su rival. Sí volvió a disponer en los años noventa, cuando el poder de Rusia sufrió una muy fuerte contracción.

No olvidemos que Rusia hoy puede transitar problemas económicos en parte estructurales y hasta tal vez su política exterior de proyección de poder se encuentra al límite de su sostenimiento; pero continúa siendo una superpotencia nuclear, una superpotencia en armas convencionales, una superpotencia regional, una superpotencia en la ONU y un actor con capacidades sensibles para provocar situaciones de caos, confusión y división, por ejemplo, en Europa, a través de lo que se denomina “guerra híbrida”.

Estas condiciones Rusia no las perdió nunca; ocurre que durante los años noventa, cuando una “Rusia que no era Rusia” se comportó de una extraña manera en el segmento internacional, particularmente en su relación con Estados Unidos, y el frente interno se derrumbó a niveles que no tenían precedentes, Rusia adquirió tal estado de formalidad como actor mayor en las relaciones internacionales, que el propio presidente Clinton sostuvo que las posibilidades que tenía Rusia de influir en la política internacional eran las mismas que tenía el hombre para vencer la ley de gravedad.

La llegada de Putin al poder en el 2000 implicó el inicio de una reversión y reparación estratégica que, salvando las diferencias, recuerda a Estados Unidos con la llegada de Ronald Reagan al poder en 1981. Estados Unidos venía de casi dos décadas de reveses internacionales frente a su principal rival, hasta que en 1979, cuando se produjeron en Irán acontecimientos límites (toma de la embajada norteamericana por los seguidores del régimen islámico), la potencia mayor dijo basta.

A partir de allí, Reagan repotenció la estrategia de reparación que comenzó un poco antes el demócrata James Carter, llevando a la URSS de Gorbachov a una situación estratégica comprometida. De todos modos, si bien es cierto que la presión estadounidense fue un factor importante para doblegar a la URSS, la caída de este gigante se debió más a causas internas que a causas externas, principalmente a los tempranos problemas de productividad.

En alguna medida, Putin ha sido a Rusia lo que Reagan ha sido para Estados Unidos: un presidente que ha puesto de pie al país.

Es cierto que contó con hechos notablemente favorables, pues el precio de sus principales productos de exportación se mantuvo muy alto: ello le permitió la reorganización económica del país, la que no hubiera sido posible si antes no lograba la reorganización política del país, es decir, que el poder político en Rusia habitara en los políticos y no en los hombres de poder económico avasallante, que en los noventa manejaron a discreción el país.

Básicamente, la rápida recuperación permitió a Putin desplegar una política exterior activa que combinó cooperación con Estados Unidos en materia de lucha contra el terrorismo, pero también enfrentamiento indirecto cuando la OTAN decidió proseguir su marcha hacia el “bajo vientre” ruso: el Cáucaso. La guerra en 2008 fue el recurso o técnica de ganancia de poder que restringió contundentemente aquella marcha de una Alianza que sin duda había subestimado la condición geopolítica de un poder terrestre real y vital.

Posteriormente, cuando la OTAN consideró que esta jugada de Rusia en el tablero no volvería a repetirse, decidió ir por Ucrania, decisión que implicó para este país de Europa oriental la pérdida de Crimea y la militarización en el este de su territorio, en la región del Donbáss. Es decir, Ucrania acabó siendo la víctima de una decisión occidental que nunca reparó, a pesar de las advertencias de realistas estadounidenses de escala, en la experiencia histórico-geopolítica rusa.

A partir de allí Putin solo supo de un respaldo social que llegó a rozar el 80 por ciento (en las elecciones presidenciales de 2018 fue reelegido con casi el 77 por ciento de los votos). Las cuestiones negativas de cuño socioeconómico, que se manifestaban desde un poco antes de 2014, fueron “apartadas” por ese renacimiento estratégico de Rusia, que inteligentemente el mandatario lo acompañó de la necesaria carga histórico-heroica-religiosa, una baza que siempre llega a la poderosa emotividad y ortodoxia del pueblo ruso; un recurso que el propio Stalin utilizó durante la Gran Guerra Patriótica, suspendiendo la ideología marxista-leninista, para dotar de vigor nacional a los soldados que enfrentaban al invasor alemán.

Es importante destacar que esa baza, que hace de Putin un líder con rasgos más tradicionales que soviéticos, lleva en paralelo una reprobación a Occidente, en el sentido de territorio donde se ha ido afirmando un patrón de entrega a una vida “plena” de consumo e individualismo y cada vez más débil de culto y moral.

Hacia fines de la segunda década del siglo, los reflejos de los años de pujanza económica rusa quedaron atrás y el bajo crecimiento económico comenzaron a afectar la figura de Putin, quien, a pesar de ello y a una legislación muy resistida que elevó la edad jubilatoria de los trabajadores, mantuvo el respaldo social por encima del 55 por ciento.

La intervención en Siria significó que la política exterior había ingresado en un ciclo post-activo, esto es, Rusia se proyectaba más allá de sus zonas adyacentes y lograba ganancias. Pero también ello implicaba un preocupante principio de sobrecarga en los compromisos internacionales de Moscú.

En un trabajo publicado en la revista “Foreign Affairs” en 2018, el especialista Chris Miller describió que el “modelo Putinomics” había comenzado a sufrir un desbalance: de los tres componentes de dicho “modelo”, control político, estabilidad social y eficiencia y ganancias, el último se encontraba cada vez más afectado, pues la capacidad para financiar aquellos segmentos que no formaban parte del segmento estratégico-militar, esto es, salud, educación, consumo, etc., afrontaba crecientes problemas.

En buena medida, reflotaron en la Rusia de Putin aquellas cuestiones que en tiempos de la Unión Soviética terminaron por erosionar la economía: la primacía de una economía de los asuntos militares, según el “modelo Brezhnev”, hizo imposible que la potencia preeminente pudiera competir con su rival e incluso sostenerse a sí misma.

Por ello, el desafío mayor de Putin en los años venideros es evitar que Rusia siga ese camino. Si no lo logra, el mandatario quedará en la historia como “el nuevo zar”, como lo denomina Steven Lee Myers en una interesante biografía, que sacó a los rusos de los terribles años noventa y como el reparador estratégico frente a Occidente, sin duda, pero no como el mandatario que condujo a Rusia a un estatus de actor preeminente cabal, es decir, un país con un papel creciente en todos los segmentos de poder internacional, esto es, el estratégico-militar, por supuesto, pero también el comercial, el tecnológico, el energético, el sanitario, el cultural, el de alianzas estratégicas, etc.

Modernización del propio complejo de las materias primas, que representan un importante porcentaje de los ingresos, y modernización de la economía, es decir, diversificación de la producción, son los retos que necesariamente debe acometer Putin.

Los otros componentes del “modelo Putinomics”, el control político y la estabilidad social, no parecen estar en liza por ahora, sobre todo desde la reciente aprobación de una legislación aprobada por la Duma Estatal que penaliza a personas que cometieron delitos (incluso leves), las que quedan privadas de participar en eventos electorales durante un lapso de cinco años. De este modo, queda obstaculizada la denominada “oposición no deseada”.

En breve, el reto del mandatario será lograr un equilibrio entre compromisos externos y proyección de poder, y transformación interna con mejora del nivel de vida de los rusos (muy deteriorado en los últimos años).

No será fácil, sobre todo considerando las tremendas secuelas que causa y dejará la pandemia del Covid-19 hacia dentro y a nivel internacional. Pero Putin, a pesar de las adversidades, ha logrado hasta hoy ser el mandatario que Rusia necesita. Ha demostrado que ejerce el poder con condiciones de estadista. Le resta demostrar, por sobre todo a sus compatriotas, pues afuera ya lo saben, que es un estadista indubitable. Aparte, una Rusia fuerte hacia dentro será clave para que Rusia sea uno de los polos de poder real en la aún lejana configuración del mundo del siglo XXI.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales. Su último libro se titula “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, Editorial Almaluz, 2019.