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UN G7 PARA UN OCCIDENTE CONVULSIONADO

Roberto Mansilla Blanco*

Los líderes mundiales en la reunión del G7. Foto: AFP

Entre el 13 y 15 de junio se celebró en la región de la Apulia italiana, la 50º Cumbre del Grupo de los Siete (G7) Un foro de impacto y trascendencia a la hora de discutir y tomar decisiones sobre problemáticas globales, con particular incidencia para los intereses occidentales. Están ahí presentes la Unión Europea, EEUU, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido pero también participan organismos como la OTAN y la Unión Africana y otras economías emergentes que no son miembros (Brasil, Argentina, India, Sudáfrica, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, entre otros) en gran medida alineados dentro de las esferas de intereses occidentales.

En el pasado, cuando las relaciones con Rusia no eran de la tensión permanente que observamos desde la invasión militar a Ucrania de 2022, este foro se llegó a denominar el G7+1, muy probablemente concebido de acuerdo con las expectativas occidentales de atraer a Moscú hacia sus esferas de influencia y, eventualmente, alejarla de cualquier asociación estratégica con China, el eterno «dolor de cabeza» occidental. Pero el momento 2024 indica otra realidad: la intransigencia occidental y «atlantista» vía sanciones y aislamiento hacia Moscú derivó precisamente en un reforzamiento ruso de sus alianzas euroasiáticas, especialmente con China. Así, la segunda economía mundial y una potencia llamada a liderar el siglo XXI, en este caso China, no está presente en el G7.

Esta edición de 2024 incluyó, entre otros temas, las crisis de Ucrania y Gaza, el desarrollo de África, el cambio climático, la migración, la seguridad económica en la región Indo-Pacífico, los retos de la inteligencia artificial y la energía. Con este panorama resultaba evidente que esta cumbre implicaría la adopción de una especie de «frente común» por parte del G7 occidentalizante para afrontar un convulsionado panorama internacional.

El cerco a Rusia y China

La presencia en Apulia del presidente ucraniano Volodymir Zelensky fue una confirmación de esta perspectiva y más cuando la misma se realizaba como antesala de la cumbre de la Paz para Ucrania en Suiza (15 y 16 de junio).

Una cumbre, la de la paz en Ucrania, en la que Rusia, parte integral del problema, no fue invitada, algo incomprensible si realmente se quiere llegar a una paz en ese conflicto. Y más aún cuando, con anterioridad, ese Occidente que se antojaba pacifista se volvió repentinamente belicista, despreciando otras iniciativas de paz como las de China, Brasil y Sudáfrica.

A pesar de los esfuerzos de la gira internacional de Zelensky y de sus apoyos occidentales, otros países con peso como China, India o Arabia Saudí, entre otros, declinaron asistir a ese encuentro en Suiza argumentando la falta de equidad de esta cumbre precisamente por la ausencia rusa. En total confirmaron su participación 92 países: 57 a través de jefes de Estado y de Gobierno y los otros 29 con embajadores y ministros.

Putin entró súbitamente en escena mientras finalizaba la cumbre del G7 y como antesala de la cumbre de paz de Ucrania. En Apulia se fortaleció el apoyo occidental a Ucrania con la dotación de 40.000 millones de euros vía activos rusos congelados por las sanciones y la renovación de las promesas por iniciar negociaciones de admisión ucraniana en la OTAN.

Consciente de que su ausencia condicionaba cualquier avance de la cumbre de Suiza, el presidente ruso quiso tomar la iniciativa reclamando protagonismo: respondió ofreciendo la posibilidad de un alto al fuego en el frente ucraniano a condición de que Kiev retirara sus fuerzas de las localidades de Zaporiyie, Jersón, Donetsk y Lugansk y anunciara su renuncia a ingresar en la OTAN. Washington se apresuró a rechazar estas peticiones rusas.

La presencia de Zelensky en la cumbre del G7 implicaba la necesidad de mostrar, cuando menos formalmente, el compromiso de ayuda occidental al aliado ucraniano, mismo volviendo a mencionarse la posibilidad de un ingreso express de Ucrania en la OTAN. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (quien debía dejar este cargo el año pasado pero aún no existe consenso sobre su sustituto) propuso un paquete de ayuda de € 100.000 millones para Kiev hasta 2029; precisamente coincidiendo con el período de legislación del próximo Parlamento Europeo salido de las elecciones del pasado 9 de junio (9J) e, igualmente, con la mayor parte del actual período presidencial de Putin hasta 2030.

El mensaje es claro: Occidente no abandonará a Ucrania, cuando menos no durante los próximos cinco años. Pero hay matices: el compromiso con Zelensky quedó en € 40.000 millones para este 2024 pero aún debe avanzarse en ese consenso, que tampoco es total entre los miembros del G7, de la OTAN y de la UE.

Sigamos con el contexto global en el que se celebran estas cumbres del G7 y de la Paz en Ucrania y que pueden ofrecer pistas importantes sobre las decisiones que se tomen ahí.

Con estos encuentros en marcha la fragata rusa Gorshkov, con submarino nuclear incluido, se acercó al puerto de La Habana, lo que es decir a escasas millas de las costas estadounidenses. Toda vez la maquinaria mediática se puso en marcha, comprometida con el sensacionalismo y la espectacularidad de la noticia comparándola con hechos históricos como fue la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, desde Washington se apresuraron a restar importancia al asunto porque esta aproximación de la fragata rusa «no constituye una amenaza».

Desde Moscú, Putin argumentó «compromisos militares» con su aliado cubano. Mirando el trasfondo, con el foco en las repercusiones globales de la guerra ucraniana, el peligro de una escalada nuclear siempre está presente entre Washington (6.800 armas nucleares) y Moscú (7.000), algo que conocen muy bien desde hace décadas.

Seguimos con el peligro nuclear. Estos días aparecieron noticias sobre la renovación de las tensiones fronterizas entre tres potencias nucleares, China (270 armas nucleares), India (130) y Pakistán (140). Recordemos que en la cumbre del G7, el tema de la seguridad en la región del Indo-Pacífico es unos de los temas estratégicos. China, y con menor intensidad India, son aliados rusos, más firme en el caso de Beijing, en la guerra ucraniana; además estos tres países son miembros de un BRICS en ascenso.

Pakistán es un aliado importante chino precisamente para contrarrestar el peso geopolítico de una India que viene de reelegir como presidente al nacionalista radical Narendra Modi. India juega complejos equilibrios entre Occidente, China y Rusia además de manejar sus propios intereses, particularmente imperativos en las disputas fronterizas con Pakistán (región de Cachemira) y China (Tíbet). Y aquí se enmarcan algunos de los objetivos occidentales «atlantistas» relativos a intentar implosionar el eje sino-ruso, desde Ucrania hasta o Indo-Pacífico, sin desestimar Taiwán.

Miremos ahora al Cáucaso, donde el presidente armenio Nikol Pashinyan, de orientación prooccidental, anunció precisamente esta semana la salida de Armenia de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), organismo defensivo constantemente comparado con la OTAN pero impulsado por Rusia en el entorno euroasiático.

Armenia, fuertemente dependiente de la energía rusa y ruta de tránsito de oleoductos y gasoductos desde el mar Caspio, se ve igualmente convulsionada en protestas contra Pashinyan por sus cesiones territoriales a la vecina Azerbaiyán tras la «guerra relámpago» de finales de 2023 en torno al enclave (ahora ex armenio) de Nagorno Karabaj, hoy prácticamente en manos azeríes. El mandatario armenio acusa a Moscú y a la OTSC de inclinarse a favor de los intereses azeríes en detrimento de los armenios. Pero tras la caída de Nagorno Karabaj llegaron a Armenia millares de refugiados descontentos con Pashinyan.

Como en la vecina Georgia con la aprobación de la «Ley Rusa» contra agentes extranjeros, en Armenia se libra un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente que puede explicar la eventual ampliación de un «frente de guerra» de Ucrania hasta o Cáucaso.

Volvemos a Ucrania. En Kiev los servicios de seguridad se felicitaron porque las armas de la OTAN prometidas para las fuerzas armadas ucranianas ya están teniendo efecto en ataques dentro del territorio de la Federación rusa. Lo que es lo mismo; ya comienza a evidenciarse en Ucrania una guerra directa a cámara lenta entre la OTAN y Rusia. No obstante, en Kiev y Bruselas son conscientes del desequilibrio militar con  respecto a Rusia, de los avances de la contraofensiva militar rusa (Járkov), de los problemas de Zelensky para reclutar efectivos y de la necesidad imperiosa de una ayuda occidental que no se traduzca únicamente en armamento y dinero sino también en tropas especializadas. Cuando menos si atendemos las declaraciones de algunos de sus líderes, Europa ya observa casi como inevitable este conflicto con Rusia.

Ante la pretendida «amenaza rusa», Alemania ensaya retornar al servicio militar obligatorio; Polonia lleva tiempo acelerando la instrucción militar entre la población civil. También comienzan a tener incidencia mediática y política nuevos escenarios conflictivos que se vislumbran en los países bálticos; Polonia; Moldavia-Transnistria.

Una UE cada vez menos «europeísta»

Finalmente, la UE vive la resaca del ascenso de los populismos, de la ultraderecha y de los partidos euroescépticos en las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio. Se estima que estos partidos ocuparían casi el 25% del próximo Parlamento europeo hasta 2029.

El momento político en la UE no es sencillo para sus élites y menos para algunos de sus presidentes, como es el caso del francés Emmanuel Macron, quien debió convocar a elecciones legislativas anticipadas, muy golpeado por el ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. De hecho, figuras de la derecha francesa comienzan a acercarse a Le Pen con algunas consecuencias políticas, como fue la expulsión de Éric Ciotti como líder del conservador Los Republicanos. Las divisiones en la derecha tradicional y la izquierda francesas abren las expectativas de una posible abrumadora victoria de Le Pen en las próximas legislativas.

Tampoco le va bien al canciller alemán Olaf Schölz, que ve el ascenso de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido acusado desde diversos círculos políticos y mediáticos de presuntamente tener vínculos con el Kremlin. Macron y Schölz, presentes en el G7, ven condicionado y golpeado el histórico eje París-Berlín que siempre manejó el europeísmo da UE.

El horizonte electoral es preocupante para ellos: Alemania (2026) y Francia (2027) tendrán elecciones generales en un contexto de guerra en Ucrania, quien sabe si guerra directa con Rusia y ascenso de la ultraderecha y de los populismos euroescépticos. Si bien no está en la UE desde el Brexit, el primer ministro británico Rishi Sunak, también presente en la cumbre de Savelletri, se juega su cargo en las elecciones generales convocadas para el próximo 4 de julio. Por su parte la presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, busca consolidar un nuevo mandato hasta 2029 pactando si es necesario con la ultraderecha en ascenso.

Mientras se habla con normalidad de una escalada bélica como si fuera de una Champions League militar, la «amenaza rusa» es el «enemigo conveniente» para un Occidente «atlantista» que intenta reconstruirse pero que se observa trastornado por el hecho de que precisamente Rusia resiste y sigue en pie; y porque los recientes resultados electorales en Europa no son los esperados por Bruselas mientras Moscú juega también con fuerza en este escenario.

Antecediendo a la cumbre del G7 se celebró en San Petersburgo un Foro Económico Internacional (5-7 de junio) con exitosas alianzas para Rusia con países asiáticos, africanos y latinoamericanos. Moscú maneja con China un nuevo eje Sur-Sur que también tiene incidencia dentro de los BRICS: Turquía, miembro de la OTAN, anunció su interés en ingresar en ese organismo, que puede tener su antesala en la próxima cumbre de los BRICS a celebrarse en noviembre en la localidad rusa de Kazán. Manteniendo igualmente sus equilibrios geopolíticos, Turquía comienza cada vez más a apostar por un ascendente eje euroasiático sino-ruso «despidiéndose» discretamente de Occidente.

Todo esto gravitaba en torno al G7. Le tocaba a Italia realizar esta cumbre por su presidencia rotativa en el organismo. La anfitriona Giorgia Meloni, exultante por sus buenos resultados electorales del 9J, hizo del encuentro un espacio de relajación estilo Dolce Vita para preparar un segundo semestre de 2024 que se apremia convulso y difícil. Porque el ojo de Bruselas está en Washington, en esas presidenciales en EEUU entre Trump y Biden, cada quien apremiado, directa o indirectamente, por escándalos con la justicia. Un Biden que busca la reelección pero atenazado en dos guerras en las que manifiesta o su «doble rasero»: mientras arma a Ucrania pide el cese al fuego en Gaza.

En la Apulia estuvieron también presentes el presidente brasileño Lula da Silva, un crítico con la ayuda a Ucrania y muy próximo al eje sino-ruso vía BRICS, y el polémico y extravagante mandatario argentino Javier Milei, aliado de Meloni y nueva «superstar» de la ultraderecha populista y liberal transatlántica. Mientras desmantela el Estado, Argentina está viviendo protestas por el programa de shock de Milei y el aumento de los índices de pobreza, calculado en un 55% de acuerdo con algunas investigaciones. En esta cumbre del G7, Meloni busca también su escaparate internacional para potenciar una agenda «ultra» y «antiprogresista», cada vez más afianzada a nivel global.

Por cierto, este 14 de junio comenzó en Alemania la Euro 2024. Y la próxima semana  vendrá la Copa América. Un mes completo de fútbol de alto nivel, con Messi, Mbappé, CR7, Bellingham….en el centro de atención. Y ya sabe, fútbol, pan y circo para el pueblo mientras el mundo se desliza hacia el escenario más peligroso y convulso desde la II Guerra Mundial.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/un-g7-para-un-occidente-convulsionado-roberto-mansilla-blanco/.

PUTIN, LOS TALIBANES Y EL MUNDO ISLÁMICO. REEQUILIBRIOS GEOPOLÍTICOS ANTE LAS TENSIONES CON OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco* (Artículo para SAEEG)

Kazán, ciudad del suroeste de Rusia donde se celebrará el foro «Rusia y el mundo islámico». Foto: fotostart en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/templo-religi%C3%B3n-kaz%C3%A1n-iglesia-4981094/.

 

En mayo la ciudad rusa de Kazán, capital de la República de Tartaristán, organizará el foro «Rusia y el mundo islámico» en el que participarán, además de actores relevantes China, Irán, Uzbekistán y Pakistán, una delegación del gobierno Talibán de Afganistán. Esta será la sexta edición de este foro inaugurado en 2017.

El evento resulta clave para Rusia, sin olvidar a China, como toma de contacto para reconfigurar sus esferas de influencia y trazar reequilibrios geopolíticos desde Asia Central y el Cáucaso, especialmente con el foco en crear un marco de estabilidad regional en un momento de tensiones en aumento con Occidente por la guerra en Ucrania, principalmente tras la reciente aprobación en Washington de un nuevo paquete de ayuda para Kiev y el envío secreto por parte de EEUU de misiles de largo alcance para atacar objetivos rusos.

Por otro lado, el foro revela las expectativas de Moscú por mantener fluidas relaciones con los países musulmanes y, especialmente, con los musulmanes rusos. Aproximadamente un 7% de la población rusa profesa la religión islámica. La dinámica histórica entre Rusia y las comunidades musulmanas ha registrado episodios violentos que afectaron la integridad y seguridad estatal rusas. Destacan aquí la invasión soviética a Afganistán (1980), las guerras chechenas (1994-2009) y la intervención militar rusa en Siria (desde 2015) en apoyo al régimen de Bashar al Asad y para luchar contra el Estado Islámico (Daesh)

No obstante, la pax rusa en Chechenia y la guerra en Ucrania han permitido al Kremlin irradiar una imagen de normalidad en las relaciones con los pueblos musulmanes dentro de la Federación rusa así como en la imagen exterior ante el mundo islámico a través de la estratégica relación de poder entre Putin y el presidente checheno Ramzán Kadirov, que le permite también a Moscú mantener intacto su dominio en el Cáucaso ruso.

Un marco de seguridad contra el terrorismo yihadista

La agenda de esta edición está encabezada por la lucha antiterrorista y el narcotráfico, habida cuenta de que Rusia es uno de los destinos claves de las rutas de las drogas desde Afganistán y Asia Central así como uno de los principales objetivos terroristas por parte del yihadismo salafista.

Priorizar en la lucha antiterrorista supone un tema esencial para Rusia, que en marzo pasado fue objeto de un atentado en Moscú con saldo de casi 140 muertos. El Estado Islámico del Jorasán (Daesh-K), una facción del Daesh que lucha también contra los talibanes, se adjudicó la autoría del atentado. La detención por parte de las autoridades rusas de algunos presuntos terroristas de origen tayiko levantó suspicacias, hasta el momento no confirmadas, de posibles incidentes xenófobos y discriminación hacia ciudadanos de esas minorías centroasiáticas, algunos en trámite de obtener la ciudadanía rusa. Crear un marco de normalidad y evitar tensiones interétnicas dentro de la Federación rusa puede, al mismo tiempo, ser uno de los objetivos del Kremlin con el foro de Kazán.

Rusia proscribió a los talibanes en 2003, en medio de la estrategia de la lucha contra el terrorismo impulsada por la entonces Administración de George W. Bush en la Casa Blanca y en un momento álgido de la guerra secesionista en Chechenia y el Cáucaso, donde el yihadismo ha tenido presencia. No obstante, Moscú no ha dejado de estar pendiente de la situación en Afganistán, máxime cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, propiciando la humillante retirada de EEUU dos décadas después de haber desalojado a este régimen del poder en Kabul.

La retirada de Washington supuso un claro triunfo geopolítico para Rusia y China, que con anterioridad venían manteniendo contactos con los talibanes. Los Talibanes han viajado en varias ocasiones a la capital rusa para participar en conferencias sobre la reconstrucción y financiación de Afganistán, un aspecto que certifica los intereses del Kremlin en el país centroasiático. Se especula que en el foro de Kazán, en un gesto diplomático de apertura y normalización de relaciones, Rusia termine sacando a los Talibanes de la lista de organizaciones terroristas.

La realpolitik impone por tanto su ritmo en estas relaciones. Para Moscú, conviene no agitar un pasado marcado por los reveses: como en el caso estadounidense, Afganistán supuso también una humillante derrota militar durante los años de la invasión soviética al país centroasiático (1980-1989), en la que los talibanes, camuflados en torno al movimiento muyahiddin, lucharon contra el invasor soviético.

El foro de Kazán permitirá medir el pulso de las nuevas relaciones centroasiáticas con un panorama internacional repleto de tensiones y volatilidad, desde Ucrania y Oriente Medio hasta Taiwán y el sureste asiático. La presencia de China y Pakistán es significativa tomando en cuenta que Afganistán está en esa área de influencia. Islamabad, potencia nuclear, ha sido un refugio para los talibanes tras su salida del poder de Kabul en 2001.

Por su parte, Beijing también busca equilibrios geopolíticos determinados por la seguridad. Para China, Afganistán es una de las entradas estratégicas de Asia Central para los proyectos de las Rutas de la Seda. Fronteriza con la región autónoma china de Xinjiang, de mayoría uigur, etnia de origen turcomano y religión islámica que cuenta con un movimiento separatista, el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental.

Extirpar la posibilidad de penetración de redes yihadistas y de islamismo radical supone una prioridad de seguridad tanto para las autoridades chinas como rusas. En este sentido, mantener una relación de normalidad y cierta apertura con el talibán se define como una estrategia clave para evitar esa posible penetración. El atentado de Moscú permitió observar el alcance del Daesh-K que coloca a Moscú y Beijing como enemigos por sus contactos con los talibanes. En esa misma ecuación podrían entrar otros países como Pakistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tadyikistán. 

Estabilidad ante un panorama volátil

Por otro lado, existen otros nudos geopolíticos detrás del foro de Kazán. El contexto de tensión con Rusia por la guerra en Ucrania persuade a Washington a volver a jugar sus piezas en el «patio trasero» ruso (y cada vez más chino) en Asia Central, lo cual implica al mismo tiempo crear un corredor estratégico que busque entorpecer los proyectos de integración regional de Beijing y Moscú.

Países como en Kazajstán, Kirguizistán, Tadyikistán, Turkmenistán y Uzbekistán están avanzando en la creación de una zona de libre comercio bajo el formato del proyecto B5+1, amparado por EEUU. El objetivo de Washington es restar la influencia regional de Beijing y Moscú.

Otro punto caliente son las tensiones fronterizas entre China e India, ambos miembros de los BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), organismos igualmente claves para consolidar la visión multipolar de Moscú. Por otro lado, el Cáucaso está pendiente de la normalización de las relaciones, no menos tensas y que pueden volver a romperse, entre Armenia y Azerbaiyán en torno al enclave de Nagorno Karabaj, actualmente bajo soberanía azerí tras la breve ofensiva militar de Bakú a finales de 2023.

Una ofensiva azerí que trastocó el equilibrio regional y permitió fortalecer una especie de eje regional Moscú-Bakú-Ankara toda vez que son patentes las pretensiones prooccidentales del gobierno armenio de Nikol Pashinyan. Recientemente el Kremlin decidió retirar sus 2.000 efectivos militares en Nagorno Karabaj que permanecían allí desde 2021, cuando estalló otra escaramuza bélica entre Bakú y Ereván.

Siguiendo con el Cáucaso, la Unión Europea aceptó en diciembre pasado abrir negociaciones de admisión con Georgia en un momento de tensión política interna en Tbilisi que denota un apéndice de la confrontación geopolítica ruso-occidental. El gobierno georgiano adoptó un proyecto de ley sobre agentes extranjeros muy similar al que lleva adelante Putin.

En Kazán, Rusia y China tendrán la oportunidad de pulsar la situación en Asia Central y el corredor euroasiático así como medir la solidez de esta alianza geopolítica ante las tensiones in crescendo con Occidente. El contexto evidencia las expectativas de Moscú y Beijing por consolidar sus respectivas esferas de influencia en el espacio euroasiático en un momento de tensiones crecientes con Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

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FRONTERAS ETNICAS, ¿UNA SOLUCIÓN VIABLE Y DURADERA PARA LA PAZ? EL CASO DE BOSNIA-HERZEGOVINA.

Cristian Beltrán*

Extraído de: El Orden Mundial.com

«Los Balcanes no son en realidad ningún polvorín. El polvorín es Europa y los Balcanes son la mecha. Eso es lo peligroso. Los conflictos que allí se originan no permanecen en aquella región, no se quedan aislados. Y justo en la situación actual, en la que el mundo se ha vuelto más inestable, donde no hay una verdadera supremacía».

Norbert Mappes-Niediek, periodista y autor alemán.

«Para explicar cómo se puede alcanzar más fácilmente la paz, se requiere la comprensión de las causas de la guerra».

Kenneth Waltz

 

Mostar, marzo de 2006, contemplo las verdosas aguas del Neretva correr mansamente por debajo del puente, los últimos rastros del invierno se hacen sentir en la gélida mañana. El silencio, es solo interrumpido por el clérigo llamando al rezo matinal desde lo alto del minarete de la mezquita cercana. El Neretva no solo es una barrera geográfica que divide a la ciudad, también es política, de un lado se agrupa la mayoría de la población musulmana; es la parte vieja de Mostar en donde los minaretes de las mezquitas se elevan recortando el cielo de la mañana, la de los bazares y el aroma a café turco y mujeres en yihab. Hay que cruzar el puente para entrar a la parte bosnio-croata y católica, amparada desde lo alto del monte Hum por una enorme cruz, símbolo de quien domina ese sector de la ciudad. Al comienzo de la guerra, bosniacos[1] y bosnios-croatas expulsaron y derrotaron a los serbios; la guerra se extendió al interior de aquella alianza hasta que en el año 1994, un tratado de paz reunió nuevamente a ambos bandos con el objetivo de recuperar territorios de manos serbias. Las batallas en Mostar se cobró la vida de civiles y de militares, y pusieron fin al puente Kriva Cuprija («Puente inclinado»), construido en 1558 por el arquitecto otomano Cejvan Kethoda. Terminado en 1566 y aclamado como uno de los mayores logros arquitectónicos en los Balcanes controlados por el Imperio otomano, sería destruido en 1993; más que un objetivo militar, su desaparición fue un gesto simbólico de la guerra y la imposibilidad de una convivencia. Musulmanes y croatas se acusaron mutuamente de ese crimen cultural. Terminada la guerra, se reconstruyó el puente usando piedras originales y el mismo diseño. Al acto de inauguración asistieron distintas personalidades políticas de la entonces Comunidad Europea, las mismas que vieron expectantes el mayor genocidio de la historia europea posterior a la II Guerra Mundial. Mostar es una sucesión de edificios a medio derrumbar y casas marcadas por las bombas; los cementerios musulmanes y cristianos se amontonan en pequeñas plazas y al pie de los cerros. Terminada la guerra y con los auspicios de los Estados Unidos y del apoyo europeo, nació la “Federación Bosnio-croata”, una de las dos entidades que conforman la República de Bosnia-Herzegovina. Abandonamos Mostar, desde donde se siente la cálida brisa del Adriático, en dirección a Sarajevo, la región de Herzegovina, la parte occidental del país, salpicada de aldeas de mayoría católica y banderas croatas flameando en cada techo.

Visegrad, abril de 2011, al este del país, en la frontera con Serbia. Solo pasaron unos cuantos minutos cuando a través de un laberinto de calles y edificios de monoblocks dejé Sarajevo oriental para adentrarnos en la «República Srpska», la parte autodenominada serbia en Bosnia-Herzegovina. En esta parte del país las mezquitas van dando paso a los monasterios ortodoxos. Viajamos a través de escarpados montes y suaves ondulaciones plagadas de cultivos frutales y antiguas casonas de piedra y techo a dos aguas, cada tanto, los restos ennegrecidos de alguna casa son testigos de los violentos combates sucedidos en los ‘90. Las huellas de la guerra han dejado su marca, como en toda Bosnia, las aldeas, de mayoría bosnio-ortodoxa se suceden una tras otra. Arribamos a Visegrad a las 10 de la mañana, a lo alto, los restos de la fortaleza medieval se elevan como centinelas sobre la ciudad. Atravesé el puente construido por los musulmanes en 1571, obra del arquitecto imperial otomano Sinan por orden del Gran Visir Mehmed Paša Sokolović, un devirshe[2]; en ambos extremos de la construcción ondea la bandera serbia. El puente sirvió de inspiración para la novela del premiado Ivo Andric «Un Puente sobre el Drina». Andric relata los pormenores de la construcción, la historia de una Bosnia multiétnica en épocas en que la ciudad estaba bajo dominio otomano. En 1992, el minarete de la antigua mezquita fue volado y el sitio de su construcción arrasado por las radicales serbios; la población musulmana, mayoría en la ciudad, fue expulsada en medio de un bacanal de sangre y violaciones. En los montes circundantes, las fuerzas bosnias combatieron contra voluntarios rusos: las tumbas de cuarenta de estos se encuentran en Visegrad. La ciudad cayó finalmente en poder del ejército serbo-bosnio pasando a integrar la «República Srpska», una de las dos entidades de Bosnia-Herzegovina. Solo una mezquita queda en la ciudad, a la cual asisten unos pocos fieles y familiares de las víctimas de la guerra venidos de otras partes de Bosnia. En una esquina del puente, ondea en un mástil la bandera de Serbia. Desde hace unos años, Visegrad es el lugar de encuentro de los sectores más radicalizados del nacionalismo serbios, los «chetniks», en cuyas banderas negras, se encuentra estampada la figura de Draza Mihailovich, héroe de la resistencia serbia contra la Alemania nazi. Visegrad fue testigo de las masacres de musulmanes en los años 90’ cuando el Drina se tiñó de sangre. Después de la guerra ya no quedarían familias musulmanas en la ciudad. En ninguna parte, salvo en algún edificio público, ondea la bandera bosnia.

Mayo de 2011, nos abrimos paso a través del Valle de Presevo en el sur de Serbia; a nuestra derecha, las montañas que delimitan las fronteras de Serbia con Kosovo; contra ellas se asienta la ciudad de Presevo. A nuestra izquierda, más allá, las tierras búlgaras, al sur Macedonia del Norte, el próximo destino. El valle de Presevo, de suaves planicies y sembradíos multicolores está salpicado de pequeñas aldeas y alguna que otra ciudad en importancia. En esta región las banderas albanesas salpican los paisajes. A lo lejos, a través de los cristales del bus observo los lejanos minaretes que brillan bajo el sol matinal. Esta parte de Serbia es una encrucijada religiosa, étnica y política, la mayoría de la población es musulmana y se identifica como albanesa, otra parte importante, son refugiados bosnios, los «bosníacos». La guerra en Kosovo a fines de los ‘90 trajo también sus consecuencias en todo el valle, la policía serbia debió enfrentarse con grupos autodenominados liberadores que aspiraban a separar una parte del territorio serbio y unificarlo con la vecina Albania. El enfrentamiento dejó cientos de muertos y una frágil paz. A medida que el bus se acerca a la frontera con Macedonia del Norte, como se denomina ahora a la antigua República de Macedonia, el mundo bizantino va dando paso al oriental, más parecido al mundo construido alguna vez por el Imperio Otomano.

Las tres escenas representadas anteriormente, de mis sucesivos viajes, describen la complejidad de la coexistencia en Bosnia, especialmente en ciertas regiones en donde comunidades niegan la existencia del estado bosnio o definitivamente no se sienten parte del mismo. En ese contexto se desarrolla una de las problemáticas que aún quedan por resolver en este viejo rincón de Europa. En 2021, el llamado «non paper»[3], una especie de documento anónimo comenzó a circular en las cancillerías europeas y entre las más altas esferas políticas. El documento hace referencia una “solución pacífica” de la cuestión bosnia y de su partición según criterios étnicos, lo que convalidaría la limpieza de los años ‘90. De esta manera, el documento atribuido a los eslovenos rediseñaría el mapa según cual las regiones bosnias de mayoría bosnio-croata, esto es el oeste del país recostado sobre el Adriático formarían un Estado autónomo lo que alentaría su incorporarían a Croacia, las regiones bosnias del este, de mayoría serbo-bosnia seguirían el mismo camino dejando a los bosníacos, únicos herederos del Estado bosnio, reducidos a una pequeña porción centro-norte con capital en Sarajevo, siendo los bosnios musulmanes la mayoría de la población de Bosnia-Herzegovina. Por su parte, los distritos norte de Kosovo, de mayoría serbia se integrarían con Serbia y el resto pasaría a formar una «Gran Albania».

Mapa balcánico de acuerdo al «non paper». En rojo, la Gran Albania incluyendo Kosovo, en azul la Gran Croacia incluyendo las regiones occidentales de B-H y la Gran Serbia incluyendo el norte y el sudeste de Bosnia-Herzegovina, que quedaría reducida a las zonas de mayoría musulmana en verde.
Extraído de: https://twitter.com/theFWolf14/status/1382972288597889025

La publicación en los medios del “non paper” generó muchas divergencias entre los políticos bosnios y en especial, de los bosníacos que ven el plan como una reivindicación de la limpieza étnica sufrida por el pueblo musulmán en los años ‘90. Desde Occidente, en especial la Unión Europea y el Alto Comisionado en Bosnia, el «non paper» carece de sustento y es inviable, pero ¿qué implicancias tiene una propuesta semejante? Bosnia-Herzegovina, como los Balcanes en general, representa un mosaico étnico que se extiende por Bosnia, Macedonia, Kosovo, Serbia, siendo menos pronunciado, debido a las guerras de los años ‘90 en Croacia. Pero ese mosaico, siempre complejo, también se extiende al Cáucaso y otras regiones de la Europa oriental como Ucrania o Moldavia en donde los recientes acontecimientos amenazan con desintegrar territorialmente a esos estados. En este contexto, lo que se esperaría como una solución a las querellas históricas, en especial en Bosnia, podría derivar en otra guerra e incluso extenderse al resto de los Balcanes. Por otra parte, un modelo territorial basado en criterios étnicos ¿podría aplicarse a regiones tan explosivas como el Cáucaso, en especial Azerbaiyán o las costas del Mar Negro que dan sobre Transnitria o el sur de Ucrania? En el primero de estos casos, la minoría armenia fuertemente enclavada en Nagorno-Karabah, lo que se tradujo en continuas guerras desde la desaparición de la Unión Soviética, mantiene lazos con Armenia mientras se encuentra rodeada de fuerzas azeríes desde la última guerra en 2020. En cuanto a Transnitria, un Estado solo reconocido por Rusia y de facto autónomo, los deseos de independencia se acrecentaron en estos últimos tiempos desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Por último, en este conflicto, la avanzada rusa sobre el este ucraniano amenaza con desmembrar al país, que ya perdió el control de la región oriental. En definitiva tanto en el Cáucaso como en los territorios ribereños al mar Negro, el mosaico étnico se fue definiendo en el transcurso de los últimos dos siglos y sólo se mantuvo firme a la sombra de los diversos sistemas internacionales instaurados por las grandes potencias, que impedían cualquier tipo de desestabilización. En el caso de Bosnia-Herzegovina, primero el Imperio Otomano, luego la primera Yugoeslavia y por último la Yugoeslavia de Tito, a partir de 1945, lograron mantener a raya el caldero étnico siempre a punto de explotar. Antes de la guerra, ciudades como Visegrad, Mostar, Foca o Srebrenica eran multiétnicas, la convivencia entre serbo-bosnios y musulmanes, hoy bosníacos, era relativamente calma incluso en esas ciudades, los musulmanes representaban la mayoría de la población.

El nuevo mapa político de Bosnia-Herzegovina surgido de la guerra de 1992-1995, fue un preludio a esta propuesta que circula hoy en Europa, los Acuerdos de Dayton bajo presión de Estados Unidos y con la anuencia de Europa y una debilitada Rusia, transformaron a Bosnia en un Estado con dos entidades étnicamente homogéneas, producto del traslado forzoso de poblaciones y las masacres. De esa manera, la «República Srpska» que ocupa el 49% del territorio quedó con mayoría serbo-bosnia donde antes eran minoría y en la «Federación croata-musulmana», la otra entidad, sucede lo mismo. Visto de esta manera, la solución definitiva según el «non paper» no revestiría mayores inconvenientes, pero sería convalidar la limpieza étnica de los años ‘90 en donde la población musulmana o bosníaca ha sido la principal víctima que además no está dispuesta a ceder territorio, por otra parte, ese modelo de solución podría generar una escalada de violencia en Kosovo, Macedonia del Norte y como señalamos anteriormente, en la cuenca del Mar Negro, ya en marcha con la guerra ucranio-rusa. En este marco, el papel de la UE es clave a medida que se retrasa la incorporación de los Balcanes a la unión, en especial el estatus de candidatos de Bosnia-Herzegovina. La incorporación de Bosnia al concierto de naciones de Europa, podría resolver gran parte de los problemas que debe afrontar aún el país, en especial, el de su desintegración. Por otra parte, la integración de Bosnia-Herzegovina al concierto europeo no puede llegar a buen puerto sin resolver las tensiones internas, como señala Timothy Less, en este conflicto existen dos puntos básicos, «las minorías no quieren ser parte de un estado si eso implica ser ciudadanos de segunda clase sin una adecuada seguridad, derechos y oportunidades. Y segundo, es que las mayorías no quieren que las minorías se vayan con los territorios que relaman como suyos…». En este punto, Bosnia-Herzegovina presenta esa contradicción.

 

* Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador free lance sobre asuntos balcánicos y del Cáucaso. Adscrito a la Cátedra de Historia Contemporánea (2011-2012) en la Escuela de Historia de la misma facultad. Docente dependiente del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba. Miembro de la SAEEG.

 

Bibliografía Consultada

Bugajski, Janusz “Return of the Balkans:: Challenges to European Integration and U.S. Desingagement”. Strategic Studies Institute, US Army War College (May. 1, 2013)

Čeperković, Marko, Gaub, Florence. “Balkan Futures: Three Scenarios for 2025”. https://www.iss.europa.eu/content/balkan-futures-three-scenarios-2025

Judah,Tim. “Bosnia: ¿un Futuro en Suspenso?”.En https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/bosnia-un-futuro-en-suspenso-ari/

Less, Timothy.  “Multi-ethnic States Have Failed in the Balkans”. En https://balkaninsight.com/2017/01/16/multi-ethnic-states-have-failed-in-the-balkans-01-16-2017/

Less, Timothy. “Dysfunction in the Balkans. Can the Post-Yugoslav Settlement Survive?”. En https://www.foreignaffairs.com/articles/bosnia-herzegovina/2016-12-20/dysfunction-balkans

Milosevich-Juaristi, Mira. “¿Es posible la partición de Kosovo?”. En https://www.iss.europa.eu/content/balkan-futures-three-scenarios-2025https://www.realinstitutoelcano.org/es-posible-la-particion-de-kosovo/

Martinez, Jorge. “Un polémico referéndum en Bosnia trae viejos odios del pasado”  En https://geopolitico.es/un-polemico-referendum-en-bosnia-trae-viejos-odios-del-pasado/

Milanovic, Branko. “Los Balcanes y el Futuro de Europa”. En https://elpais.com/elpais/2013/07/02/opinion/1372759528_022678.html

Non Paper. En https://necenzurirano.si/clanek/aktualno/objavljamo-slovenski-dokument-o-razdelitvi-bih-ki-ga-isce-ves-balkan-865692 (non paper)

 

Referencias

[1] «Bosniacos» es la denominación con la que se conoce a la población musulmana de Bosnia-Herzegovina; «bosnios» hace referencia a cualquier habitante de Bosnia-Herzegovina independiente de su religión.

[2] Una de las costumbres del Imperio Otomano en tierras balcánicas fue la de llevarse los niños varones de las aldeas cristianas para incorporarlas al servicio imperial. Además de la educación religiosa en el Islam, muchos de estos niños podía pasar a pertenecer al cuerpo especial de combatientes y muchos otros realizar tareas como funcionarios administrativos o incluso políticos de alto rango.

[3] Primož Cirman / Vesna Vuković. «Objavljamo dokument o razdelitvi BiH, ki ga išče ves Balkan». Necenzurirano.si, 15/04/2021, https://necenzurirano.si/clanek/aktualno/objavljamo-slovenski-dokument-o-razdelitvi-bih-ki-ga-isce-ves-balkan-865692 

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